Rozando el Paraíso 35

Cuando logró sacarse todos aquellos pensamientos de la cabeza y volver a la realidad estaba en una de las salas privadas más grande en compañía de una docena de hombres y mujeres. Consciente de que el espectáculo no había terminado empujó a la joven al centro de la estancia...

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A pesar de su aparente indiferencia, Orlando no había podido evitar sentirse orgulloso al recibir las palabras de halago de Bris, por eso se explicaba aun menos su reacción. Por puro rencor, una sensación que nunca había experimentado en su vida, había tratado de humillar a Bris provocando a su esclavo.

A pesar de que había visto varias veces en el Club a su antigua pupila, no había tenido ocasión de hablar con ella más que unas pocas palabras. No quería acercarse a ella y parecer débil así que había esperado que ella lo hiciese y cuando había surgido la ocasión de mantener una conversación más prolongada, él había olvidado todo lo que tenía pensado decirle y se había dejado llevar por los celos. Creía que lo tenía superado, pero allí estaba, llevando a una mujer hermosa, desnuda y dispuesta por la cintura y sin poder sacarse a Bris de la cabeza.

Cuando logró sacarse todos aquellos pensamientos de la cabeza y volver a la realidad estaba en una de las salas privadas más grande en compañía de una docena de hombres y mujeres.

Consciente de que el espectáculo no había terminado empujó a la joven al centro de la estancia y todos los presentes se lanzaron sobre ella acariciando sus piernas mordiendo su culo. besando sus labios, sus pechos, su cuello, su espalda, su sexo...

A pesar de verse empujada por todos los flancos la joven mantuvo el equilibrio con hombres y mujeres colgando de sus pezones, de su sexo y de su culo como lobos hambrientos. Apoyando las manos en las cabezas de un par de mujeres que estaban arrodilladas a sus pies, echó la cabeza hacia atrás y comenzó a gemir, ahora sin controlarse ni modular voz, simplemente dejándose llevar por el placer. Orlando admiró el largo cuello de la joven con las marcas de labios y dientes y deseó acercarse y unirse al grupo, pero no lo hizo, la deseaba toda para él.

Un hombre intentó penetrarla, pero ella lo rechazó. La joven giró la cabeza entre gemidos y   abrió los ojos un instante, lo justo para que sus miradas se cruzasen. Desde aquella distancia lo vio todo; como se abrían un poco más sus ojos, como sus fosas nasales se dilataban y como sus pómulos adquirían repentinamente color. Aun así siguió sin moverse y fue ella la que se dirigió hacia él. Una miríada de manos y brazos tiró de ella, pero siguió avanzando ajena a aquellas silenciosas suplicas y se paró frente a él, desnuda, brillante de sudor y saliva y con su sexo chorreante de deseo. Con una sonrisa de suficiencia comenzó a desvestir a Orlando poco a poco, sin decir una sola palabra. Todos los presentes les rodearon y observaron acercando sus manos, pero sin atreverse a tocarlos.

La mujer instrumento se arrodilló y aquella lengua que hacía unos minutos estuviera emitiendo harmónicos sonidos, ahora estaba jugando con su polla. Orlando soltó un quedo suspiro y acarició aquella melena rubia a la vez que empujaba la cabeza de la mujer hacia él. La joven exhibió todo el control que ejercía sobre su garganta y su respiración y consiguió tragarse entera su polla totalmente erecta, manteniéndola dentro casi un minuto mientras acariciaba la base de su polla con la lengua. Cuando se retiró una leve arcada y un grueso cordón de saliva acompañaron a su verga. La desconocida jugó con la saliva unos instantes dejando que parte cayese sobre sus dedos y otra parte lubricase su miembro.

Finalmente se irguió y dio a Orlando un largo beso. Orlando se lo devolvió con fiereza cogiendo a la joven por el cuello y la nuca mientras su polla se estremecía y golpeaba el vientre y el pubis de la joven. Incapaz de contenerse más levantó una de sus piernas y la penetró. La mujer se agarró a su cuello y gimió a su oído mientras movía las caderas al compás. La lengua de Orlando jugó con el lóbulo de su oreja mientras que sus manos acariciaban sus piernas y estrujaban su culo. En ese momento los espectadores volvieron a acercarse y empezaron a acariciar y a besar los cuerpos entrelazados sin obstaculizar sus movimientos. Orlando notó como  una lengua lamía sus huevos y otra acariciaba la entrada de su amo.

Llevado por aquella vorágine se separó un instante de su amante y le dio la vuelta. Una mano y una boca, no sabía si de la misma persona comenzaron a masturbarle y comerle la polla mientras un hombre se lanzaba sobre el culo de su amante. La joven gimió y separó las nalgas mostrando el delicado y dilatado agujero de su ano a Orlando que no se lo pensó y liberando la polla de la boca que la torturaba, la enterró en aquel delicioso culo. La joven grito y su ano se estremeció y se contrajo intentando expulsar aquel objeto duro y caliente. Orlando esperó unos instantes y de un empeñón le metió el resto de su miembro. La joven dio un paso hacia adelante intentando mantener el equilibrio con aquellos tacones, pero de no ser porque un hombre la sujeto hubiese caído hacia adelante.

Orlando aprovechó y comenzó a sodomizarla sin misericordia. Golpe tras golpe ella gritaba y se dejaba vencer hacia adelante. El otro hombre la sujetaba a la vez que amasaba sus pechos y otra mujer le metía los dedos en el coño. Con un movimiento rápido y sin dejar de follarla, Orlando levantó a la joven en vilo manteniéndole las piernas abiertas. El hombre no se lo pensó y con la polla en la mano se acercó y la restregó contra el coño de la mujer instrumento. Con un gesto le levantó un poco más las caderas y le mostró al hombre el sexo de la joven totalmente abierto. Con un movimiento de su bigote, el hombre no se lo pensó más y la penetró por delante. En cuestión de segundos se habían acompasado metiendo la polla uno mientras la sacaba el otro envolviendo a la mujer en una vorágine de placer.

La joven se agarró con pies y manos a las caderas y el cuello del hombre del bigote mientras gemía y gritaba con fuerza cada vez más excitada. Orlando a punto de correrse la soltó y cogiendo a la joven por el cuello apretó a la vez que se movía aun mas rápido dentro de ella.

La joven no aguantó más y se corrió con un prolongado grito. Los dos hombres apartaron sus miembros y ella exhausta resbaló entre los dos cuerpos que la aprisionaban hasta caer de rodillas. Tanto Orlando como el desconocido, a punto de correrse se masturbaron y eyacularon sobre la cara y los pechos de la joven. Cuando por fin Orlando volvió a la realidad miró a su alrededor y vio al resto de los presentes en torno a él, follando en parejas y en tríos dando a todo aquello un toque de irrealidad.

Se tomó un respiro mientras el placer se iba disipando y miró a sus pies. La joven le sonreía con la cara manchada, una gota de semen colgaba y se balanceaba en su pezón.

No hacía falta que ella le dijese lo que quería. Se había pasado una semana buscando a la joven adecuada para aquel espectáculo. La había reclutado en un teatro de variedades venido a menos y la había mostrado el Club. Ella se había rendido a él y ahora esperaba algo más que su derecho a ser miembro del Club Paraíso. Durante un instante lo pensó, pero la imagen de Bris lo oscureció todo. Por una parte aquella joven no podía compararse con aquel cuerpo artificial al cuerpo espléndido y suave de Bris y por otra parte no estaba preparado para tener otra esclava, era más, suponía que nunca volvería a tener una esclava.

Antes de que la chica dijese algo y se viese obligado a rechazarla acarició suavemente su mejilla y cogiendo la ropa del suelo, salió de la habitación donde el resto de los cuerpos seguían penetrándose, mordiéndose y acariciándose.


Bris se despertó a la mañana siguiente con León tumbado a sus pies. La luz se colaba por el ventanal e iluminaba su espalda lacerada. Una oleada de culpabilidad recorrió su cuerpo y le obligó a apartar la mirada. A pesar de que folló con él aquella noche y le dejó hacer todo lo que quiso, la magia se había ido. La excitación y el placer, la conexión que había experimentado con aquel joven ya no estaba. Notaba que ya no confiaba en ella y ella ya no le deseaba. El movimiento de Bris le despertó. Él la miró. Lo que había imaginado mientras hacían el amor anoche, se veía confirmado en su mirada aquella mañana. No se dijeron nada y se lo tomaron con tranquilidad. Bris, desnuda llevó a su antiguo esclavo al baño le lavó la espalda y le puso una crema para aliviar la irritación. Afortunadamente no había tenido tanta fuerza como para hacerle heridas profundas y no le quedarían cicatrices. Solo hubiese faltado eso para sentirse la zorra más desalmada de la tierra.

Cuando terminó se vistió y le dio un beso. Todo muy natural aunque ambos sabían que sería la última vez. No hubo explicaciones, súplicas ni despedidas dramáticas solo un "hasta la vista" y un "siento que no saliese bien".

En cuanto estuvo en la calle miró a su alrededor. El chalet estaba un poco lejos del centro pero en vez de pedir un taxi se ciñó el cinturón de la gabardina y comenzó a caminar por las calles recién regadas. Necesitaba pensar y un paseo por las ciudad aun medio dormida le ayudaba. Siguió aquella calle unos metros y giró a la izquierda. Aquella nueva avenida daba directamente al río. Una brisa fresca proveniente del agua le dio en la cara y disipó los últimos restos de sueño. Avanzó a buen paso con el sol a la espalda y la mente en las nubes que recorrían el horizonte.

En fin, todo había terminado y volvía a estar sola. Pero aquella ruptura era distinta, no sentía el dolor y la amargura que había sentido cuando dejó a Orlando, simplemente se sentía vacía y aquello le gustaba menos. Lo único que podía sacar en claro de aquello era que no había llegado a sentir suficiente afecto por León y eso le hizo sentirse mal porque sabía que el esclavo lo había dado todo. Ni siquiera se había parado a explicarle que la culpa no era de él. Que era ella la que le había fallado y sentía que lo había utilizado para aplacar el duelo que sintió al dejar a Orlando.

Orlando, !Siempre Orlando! Lo había intentado, pero no podía quitárselo del pensamiento. Creía que lo había superado, pero no era así. Si no, las palabras que le había dedicado la noche anterior no le hubiesen molestado tanto y sobre todo no habría tratado tan duramente a su esclavo solo porque le había hecho quedar mal ante él.

Un hombre se cruzó con ella en la acera y giró la cabeza. La gabardina se había abierto y permitía ver una buena porción de blusa rota y de sus pechos por la abertura. El hombre masculló algo pero no se paró. De repente se dio cuenta de que caminaba sola por una calle desierta de las afueras la mañana de un domingo. El taconeo que acompañaba a sus pasos producía ecos en la calle desierta y además le evocaba las múltiples películas en las que las mujeres corrían apresuradamente en la oscuridad huyendo de un peligro real o imaginario. A pesar de que no le gustaba sentirse así de vulnerable, se esforzó por dejar de pensar en ello, se ciño de nuevo la gabardina y apretó un poco más el paso.

Diez minutos después ya estaba en la orilla del río. Allí el ambiente era diferente. Los corredores más madrugadores ya estaban esprintando por la el camino de tierra que flanqueaba la orilla. Las mujeres la miraban con curiosidad, probablemente imaginando que vendría de alguna fiesta que se habría prolongado toda la noche. Los hombre sin embargo parecían no pensar en nada y simplemente recorrían su cara y su figura con los ojos, metían barriga y esprintaban unos metros. Sin hacer caso siguió su camino y llegó al puente que cruzaba el río. De allí hasta su casa apenas había unos cientos de metros así que por fin relajó un poco el paso. Varias personas paseando sus perros se cruzaron con ella, la visión de las mascotas tirando de la correa de sus amos y meneando la cola con alegría le hicieron pensar en cómo se vería ahora. Ni se sentía capaz de seguir ciegamente a un amo, ni se veía guiando a alguien de nuevo. Orlando podía haber sido muchos cosas y haberse comportado como un cabrón, pero en su presencia jamás había perdido el control sobre sí mismo y nunca había descargado sus frustraciones sobre ella. No... se engañaba. Orlando también había cometido errores.

Podía volver a intentarlo... Rápidamente desechó la idea. Si de algo estaba segura era de que lo de ser ama no era lo suyo. De vez en cuando podía ser algo divertido y distinto, pero jamás volvería a intentar algo parecido.

No se había dado cuenta, pero ya estaba frente a la puerta de casa. Entro en su piso y el olor a moho y a libro viejo la tranquilizó. Por lo menos le quedaba su trabajo. Quizás debería dejar  las fiestas, el sexo y el Club y dedicarse a su trabajo. Aquello era lo único que nunca le decepcionaba. Se desnudó y se puso un viejo pijama de algodón tan desgastado por los años que los vívidos dibujos de animales se habían convertido en pálidas figuras fantasmagóricas. Pero solo con él se sentía segura. A pesar de que no tenía ganas de dormir se metió en la cama y cerró los ojos deseando que al despertar todo lo pasado desde la noche anterior solo hubiese sido una desagradable pesadilla.


Orlando paso la mayor parte del domingo descansando. El otoño finalmente había llegado, aunque solo se notaba en la forma en que amarilleaban las hojas de los árboles del parque, porque seguía haciendo casi el mismo calor. Pensaba dedicar el día a leer, ver el fútbol... cualquier cosa con tal de olvidar un poco el Club y lo que había pasado la noche anterior, pero Kyril le llamó invitándole a tomar algo.

Kyril no era de las personas que llamaban así por las buenas para quedar. Orlando sospechó que tenía algo en mente. Aquello picó su curiosidad y terminó por aceptar verse en una de las terrazas que daban al río a la puesta del sol.

A pesar de que apenas había luz, el calor seguía siendo intenso y los ventiladores de la terraza hacían que estas fuesen los lugares más deseados. Como siempre Kyril se las había arreglado para conseguir una mesa en un rincón discreto desde el que podía ver todas las mujeres que entraban y salían del establecimiento. A Orlando aquella actitud depredadora le molestaba, pero en aquel hombre era un reflejo y con su figura y sus buenos modales no parecía molestar demasiado a las mujeres, salvo a alguna que otra que le recompensaba con un gesto de asco o de ira.

—Me encanta este lugar. Siempre hay un montón de mujeres y hasta las camareras son monas. —dijo después de darle la mano.

Orlando hizo un gesto vago y sentándose a la mesa llamó a una de las camareras. La chica era una joven rubia muy delgada, con una boca grande y siempre sonriente. Sin que la mirada de Kyril alterase aquella eterna sonrisa les tomó nota y de dirigió a la barra. Kyril siguió el culo de la joven perfilado por unos leggins deportivos negros hasta que Orlando con un carraspeo le interrumpió.

—¡Ah! Perdona, pero no se que tienen esos pantalones tan apretados, pero no puedo apartar la mirada de esos culos y esas piernas.

—Sé sincero. Si la chica hubiese llevado un burka habrías hecho exactamente lo mismo.

—Está bien, Orlando. Tienes toda la razón. Gracias a Dios está el Club, porque si no, me volvería loco. Acabaría gastando mi fortuna en putas o en la cárcel.

Orlando sonrió y no dijo nada. En ese momento la camarera se acercó y les sirvió las copas de vino y unas gambas a la gabardina de tapa. Kyril se apresuró a sacar la cartera y con una sonrisa que rivalizaba con la de la chica, le tendió un billete procurando que la joven viese el carísimo cronógrafo que adornaba su muñeca y le dijo que se guardase la vuelta. La camarera amplió aun más aquella sonrisa mostrando la totalidad de su dientes pequeños y excesivamente blancos y se giró para atender a una pareja que se había sentado a unas pocas mesas más allá.

—Por fin empieza a refrescar por las noches. —dijo Kyril rompiendo el silencio— La verdad es que si no fuese por las mujeres ligeras de ropa, las sandalias y los escotes, pasaría los veranos en Islandia. Cada vez lo llevo peor.

—Sí y además cada vez los veranos son más largos. —añadió Orlando esperando pacientemente que su colega fuese al grano.

—Tienes toda la razón. La verdad es que me encanta el invierno y si la noche es demasiado fría el Club y especialmente tú os encargáis de calentarla. —rio.

—No estarás intentando ligar conmigo, ¿Verdad? Ya sabes que a mí me van los juegos hetero. —replicó él con sorna.

Kyril rio de nuevo, conocía a Orlando y su sentido del humor. El hombre echó un nuevo trago y respondió entre risas:

—El espectáculo de ayer fue formidable. Eres un genio. No te ofendas, pero para nosotros ha sido una suerte que ahora tengas tanto tiempo libre.

—Supongo que sí. —dijo sintiendo que por fin aquel tipo estaba llegando al meollo de la cuestión.

—La verdad es que solo pensar en que toda esa inventiva se estaba perdiendo... —suspiró—  No puedo evitar pensar en la de noches de gloria que se ha perdido el Club. Lo repito, no te ofendas pero ojalá esto hubiese ocurrido antes.

Orlando estaba empezando a cabrearse. No sabía si aquel hombre le estaba halagando o le estaba tomando el pelo. De todas maneras aun no sabía qué era lo que quería Kyril de él. Al parecer solo quería charlar, pero en un hombre como él era algo raro. Siempre había pensado que era el típico hombre que nunca daba puntada sin hilo. Aparentando estar aburrido del tema, desvió la vista hacia el río y bebió un poco de vino mientras observaba como los peces producían ondas en la corriente al salir a la superficie para alimentarse de lo insectos que pululaban sobre ellas.

—Y no creas que no lo siento por ti. Creo que Bris y tú hacíais una pareja formidable. Aunque visto lo visto, era cuestión de tiempo. Si la hubieses visto anoche, te habrías dado cuenta de que esa mujer es una fiera.

—¿A qué te refieres? —preguntó Orlando recobrando el interés por la conversación.

—Ah, claro. Supongo que no te has enterado. Esa chica vale. Después del espectáculo se llevó a su esclavo. Estaba enfadada con él por algo. No sé exactamente. —dijo desconociendo la conversación que habían tenido Bris y él momentos antes de que se fuese acompañando a la mujer instrumento— El caso es que se llevó al chico a una de las mazmorras y le dio un severo correctivo. Esa mujer es increíble. Solo había que verla empuñar el vergajo y castigar a ese joven con aquel rostro severo y aquella sonrisa torcida...

Bris fustigando a un hombre. No lo podía creer. Durante un instante Orlando temió que aquel gilipollas le estuviese tomando el pelo, sin embargo rápidamente lo descartó. Kyril podía mentirte, pero cuando lo hacía no eran mentiras que se pudiesen pillar fácilmente. Poco a poco su mente fue haciéndose a la idea y entonces sobrevino la culpabilidad. Era más que probable que nada de aquello hubiese ocurrido si él no se hubiese comportado de aquella manera tan cruel con su esclavo y el pobre chico lo había pagado y Bris probablemente también. Si de algo estaba seguro era de que Bris no era así. Que había sido un momento de ira pasajero y que ahora estaría totalmente arrepentida de de aquello.

—Cuando terminó, el chico estaba cubierto de marcas de arriba abajo y ella, exultante, sonreía con el sudor perlando su frente y corriendo en pequeños regueros que corrían por su escote. —continuó ajeno a los pensamientos de Orlando— Era como una diosa Nórdica vengando una afrenta y luego cuando se abrió la chaqueta mostrando la blusa transparente pegada a sus pechos por el sudor nos puso a todos como motos. Para terminar la humillación de su esclavo Bris eligió a uno de los que estábamos mirando y yo acabé cogiendo a la primera hembra que pille y me la follé contra el marco de la puerta.

Orlando estuvo a punto de no creerlo. ¿Era aquella la misma Bris inocente y sensible que había conocido? ¿La había convertido él en aquella especie de depredadora? No lo sabía, pero si de algo estaba seguro era que aquello no hubiese sucedido si él no la hubiese provocado. Cogió la copa de vino y bebió otro trago intentando ocultar su rostro y no la apartó hasta que recuperó el dominio sobre sí mismo.

Cuando dejó la copa, estaba vacía. Con un gesto mecánico levantó la mano para avisar a la camarera y pidió otra ronda.

—¿La viste después cuando se marchó? —preguntó Orlando intentando averiguar algo más.

—Que va. Me lleve a la chica a una habitación y estuvimos follando toda la noche. Hacía tiempo que no estaba tan excitado y quería hacerte una pregunta.

—Si lo que quieres saber es si puedes intentar algo con Bris, ya no me pertenece. Puedes hacer lo que quieras. —le atajó Orlando al adivinar sus intenciones.

—Lo sé, Orlando, pero de todas maneras nos conocemos desde hace bastante tiempo y...

—No me vengas con monsergas, lo que pasa es que no quieres ser el responsable de que abandone el Club y se acaben los espectáculos.

Kyril bajó los ojos sabiendo que Orlando le había leído el pensamiento y fue él el que cogió la copa en esta ocasión.

—Te repito. —insistió Orlando— Bris no me ha pertenecido nunca, ni siquiera cuando era mi esclava, de hecho me dejó precisamente porque por un momento me lo creí.

Kyril no pudo evitar una sonrisa mientras Orlando ocultaba su escepticismo. Sabía perfectamente lo que Bris opinaba de él y dada su nueva inclinación no creía que volviese a ser esclava de nadie. Una ráfaga de aire fresco recorrió la terraza y levantó las faldas de un par de jóvenes que paseaban frente a la terraza desviando la atención de Kyril que se puso a comentar sobre cuál de ellas tenía unos muslos más apetecibles. Orlando le siguió la corriente, ansioso por cambiar de tema de conversación, aunque en el fondo no podía quitarse de la cabeza ni a Bris ni aquella terca sensación de culpabilidad.

Este relato consta de 39 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días. Si no queréis esperar podéis encontrar el relato completo en amazon.