Rozando el Paraíso 34
El desconocido le metió la lengua en la boca con movimientos igual de violentos e insistentes con los que la estaba follando...
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Bris llegó con su esclavo justo a tiempo. Para el evento había optado por un discreto traje de color acero cuya falda le llegaba justo por encima de las rodillas y una blusa blanca que permitía vislumbrar con claridad los pechos libres de la tiranía de un sostén, mientras que a su esclavo le había vestido con un traje de color negro con cuello mao y muy entallado para que resaltase su figura atlética. Cinco minutos después apenas había ya sillas donde sentarse, a pesar de que el "concierto" no empezaría hasta media hora más tarde. Haciendo una excepción había dejado que León ocupase una silla a su lado en vez de sentarse a sus pies para que no se perdiese el espectáculo. Cuando salió a escena la pequeña orquesta, de unos quince concertistas, para afinar sus instrumentos, la sala estaba a rebosar y murmullo de expectación y excitación se extendía por el público. Bris se giró un momento en su asiento y buscó en la multitud. En una esquina de la sala, de pie, imaginaba que controlándolo todo para que la velada fuese perfecta, Orlando charlaba con uno de los miembros del consejo. Bris intentó inconscientemente que sus miradas se encontrasen, pero él mantenía la vista fija en la parte derecha del escenario de donde habían salido los concertistas.
Las concertistas llevaban vestidos largos y negros con escotes en "V" no demasiado profundos. Acompañaban su atuendo con el pelo recogido, joyas sencillas y un maquillaje sencillo en colores oscuros, que contribuían a hacerlas casi indistinguibles. Ellos llevaban trajes oscuros, el pelo corto y la cara perfectamente afeitada. Las luces se atenuaron hasta que solo se distinguieron las caras de las concertistas iluminadas por las pequeñas lámparas de los atriles. Cuando todos los presentes guardaron silencio, un foco iluminó una silla vacía en el centro del escenario.
Segundos después apareció un hombre de unos cuarenta años con un traje azul marino de Hermes y el pelo canoso engominado. Estaba segura que era miembro del Club. Aunque nunca había hablado con él, le había visto varias veces de lejos, siempre impecablemente vestido y rodeado de mujeres jóvenes y bellas. De la mano, llevaba una mujer rubia casi tan alta como él y de figura tan explosiva que ni siquiera el vestido negro y amplio, similar al de las concertistas podía disimular.
El hombre se paró justo un paso por delante de la silla con la mujer cogida del cuello. La luz del foco les daba de lleno y Bris observó los rasgos de la mujer con interés. No era la típica belleza, pero era realmente atractiva. Su piel pálida y sus ojos verdes contrastaban con la nariz pequeña y chata y los labios extremadamente gruesos que le recordaban a las mujeres de raza negra. Una multitud de pecas cubriendo el puente de la nariz y los pómulos terminaban de darle un aire especialmente exótico.
La joven se mantuvo rígida e inmóvil mientras el solista se inclinaba para saludar. El hombre dio dos pasos hacia atrás hasta que ambos quedaron justo delante de la silla y con un sencillo tirón de un lazo que tenía al costado, el vestido se abrió y cayó a las pies de la joven que quedó totalmente desnuda salvo por unos zapatos de tacón. El cuerpo de la joven le decepcionó un poco. A pesar de estar suavemente bronceado y su piel satinada brillaba frente a los focos, era evidente que parte de su figura la había conseguido artificialmente. Los pechos eran grandes, redondos y tiesos. A pesar de que el cirujano había sido tan hábil que Bris no era capaz de distinguir las cicatrices, la forma en que la piel se tensaba en torno a los pechos y los pezones que miraban ligeramente hacia arriba no la dejaban lugar a dudas.
El hombre no se apresuró y dejó que todos los presentes se recrearan en el cuerpo delgado las piernas esbeltas y el pubis totalmente depilado antes de sentarse y colocar a la mujer sobre su regazo con la piernas abiertas y mirando al público.
Todos los presentes centraron sus miradas en el sexo abierto de la joven mientras el solista acomodaba la cabeza de la joven a un lado de su cuello y colocaba el cuerpo para tener toda su anatomía al alcance de sus manos.
Con un leve gesto invitó al cuarteto a comenzar la música, un adagio sencillo que Bris no acertó a identificar. Unos segundos después las manos del hombre se desplazaron por los costados de la joven y dieron dos pellicos a sus sensibles pezones. La joven, sorprendida pegó un grito, pero no un grito estentóreo sino armónico y perfectamente modulado justo en el momento exacto para acompañar la música que ya envolvía la sala.
Bris no pudo evitarlo, al igual que todos los presentes observó las manos del solista desplazarse por el cuerpo de la joven acariciando y pellizcando. Al principio, al igual que la melodía, los suspiros y gemidos de la joven eran lentos y bajos, apenas susurros y poco a poco a medida que las manos del hombre se centraban más en el sexo de la joven se hicieron más intensos. A pesar del placer que evidentemente estaba experimentando, la mujer controlaba perfectamente su respiración y modulaba sus gemidos y sus gritos para que acompañasen y finalmente se convirtiesen en los protagonistas de la música. No contento con eso, los movimientos del solista se intensificaron a la vez que besaba el cuello de la joven y lo estrechaba con la mano libre, como si fuese el mástil de un instrumento de cuerda, para evitar que la joven perdiese el control sobre sí misma.
La melodía fue in crescendo poco a poco. El ritmo se hizo más intenso y el hombre, para mantener a la joven a la altura, comenzó a penetrarla con sus dedos cada vez con más violencia. El placer comenzaba hacer mella en la mujer y solo la pericia del solista impedía que la mujer perdiese el control. Bris observó el cuerpo de la mujer, tenso y cubierto de sudor, su caja torácica expandirse marcando las costillas y elevando sus pechos justo antes de emitir cada largo y melodioso gemido y no pudo evitar excitarse y fantasear con ser ella el instrumento mientras escuchaba la música. Cerró los ojos, las manos recorrían su cuerpo y pellizcaban sus pezones... Pero no eran las manos del concertista, eran unas manos que la conocían casi mejor que ella, eran las manos de Orlando.
Abrió los ojos tan bruscamente que su esclavo la miró extrañado. Ella, ignorándolo, se giró y lo buscó con la mirada, pero no pudo distinguir nada en la oscuridad de la sala. Cuando se rindió y se centró de nuevo en el concierto, este había llegado a su momento culminante. Las mano derecha del solista se movía a gran velocidad dentro del coño de la joven alternando las penetraciones con movimientos circulares mientras que con la otra mano la tenía firmemente agarrada por el cuello.
El hombre sudaba y cabeceaba siguiendo el ritmo de la música que se había acelerado hasta que con un movimiento final llegaron al culmen acompañados por un grito de la joven que duro todo lo que le duró el orgasmo. Los concertistas prolongaron el final y lo fueron degradando hasta que la mujer dejó de estremecerse.
En ese momento la sala estalló en aplausos. Los focos se encendieron y el hombre se puso en pie. Manteniendo a la joven cogida por el cuello, se inclinó y saludó antes de girarse y pedir también aplausos para la orquesta. La mujer en todo momento se mantuvo inmóvil con la mirada baja y jadeando después de aquel intenso ejercicio. El público no paraba de aplaudir y el concertista volvió a saludar y a dar las gracias mientras se giraba hacia un lado y llamaba con la mano a alguien que permanecía entre bambalinas. Un poco incómodo por ser el centro de atención Orlando se acercó al concertista y le saludó. Este le abrazó entusiasmado y le dio las gracias por idear el evento y haberle elegido para llevarlo a cabo.
Orlando se mostró comedido como siempre y no se olvido de alabar la voz y la belleza de la joven esclava que no pudo evitar sonreír y sonrojarse evidentemente halagada. Por fin lo aplausos terminaron y los presentes comenzaron a levantarse de sus asientos. A Bris le gustó el detalle de Orlando con la mujer instrumento y quiso acercarse a él para saludarle y felicitarle por el concierto. Llevando a su esclavo de la correa se acercó al escenario donde los concertistas recogían sus instrumentos y Orlando seguía charlando animadamente con el concertista, aunque con el rabillo del ojo no pudo evitar mirar la abertura de la chaqueta de Bris donde sus pechos vibraban y saltaba con cada uno de sus pasos.
—Hola, Orlando. —le saludó— Un gran espectáculo.
—¡Ah! Hola, Bris. ¿Qué tal? —preguntó él dándole dos besos en los que apenas la rozó— Gracias. Te he visto entre el público, pero estaba a punto de empezar la función y no me ha dado tiempo a acercarme y saludarte. —dijo procurando que ella supiese que era mentira.
—No pasa nada. Ya veo que tus nuevas responsabilidades ocupan buena parte de tu tiempo. —replicó Bris haciendo como que no se daba por enterada.
—¿Qué tal con tu nuevo esclavo? ¿Es obediente?
—León, te presento a Orlando. Saluda, por favor. —le ordenó a su pupilo.
El esclavo se acercó obligado por la correa de su ama y sin mirar a los ojos de Orlando se acercó y mostró su respeto inclinándose ante él aunque mostrando cierta reticencia. Bris era consciente de que León sabía que Orlando era su antiguo amo y por tanto entendió su reacción aunque no por eso dejo de enfurecerle ya que la estaba dejando en mal lugar.
—Encantando de conocerle. —dijo el esclavo solo cuando ella le dio un leve tirón de la correa.
—No está mal. —la sonrisa de Orlando era ligeramente despectiva— El chico es mono con esa mirada de perro pachón, pero es un poco desobediente. Deberías imponerle una disciplina más férrea. Yo pensé que te había enseñado mejor.
Fue entonces cuando León levantó la vista y miró directamente a Orlando echando chispas por los ojos. Orlando a su vez se limitó a sonreír al ver que había ganado al sacar de quicio al esclavo. En ese momento su pupilo se dio cuenta de su error y todo su cuerpo se tensó. Bris vio por el rabillo del ojo como su esclavo cerraba los puños como si estuviese a punto de empezar una pelea y no tuvo más remedio que pegar un fuerte tirón a la correa obligando a León a dar dos pasos atrás.
Bris miró un instante a su esclavo cabreada. Lo peor de todo era que su esclavo le había dado la razón a Orlando y la había hecho quedar mal delante de todos. León se había dejado llevar por los celos y no se había comportado como debía. Estaba tan enfadada que no podía ni pensar.
No quería que aquello acabase así. Se había acercado a su antiguo amo en parte para mostrarle a su esclavo y León lo había echado todo a perder. Humillada se despidió apresuradamente de Orlando mientras este la despedía con una sonrisa condescendiente y desparecía detrás del escenario enlazando a la mujer instrumento de la cintura.
Bris no podía pasar por alto aquella falta. Tirando de la correa llevó a su esclavo a la mazmorra del fondo y dejando la puerta abierta lo desnudó y lo ató a la columna central con las manos por encima de la cabeza y tan altas que obligaban al esclavo a ponerse de puntillas o a colgar dolorosamente por las muñecas.
—¿En qué coño estabas pensando? —se encaró con su esclavo echa una fiera.
León bajó los ojos y abrió la boca para contestar. Pero ella le interrumpió con un bofetón que sonó como un disparo rebotando en las paredes de piedra. La mejilla de su pupilo se enrojeció inmediatamente y ella sintió un agradable cosquilleó en la palma de la mano. Sin darse tiempo para pensar le dio otro bofetón esta vez con el revés de la mano en la otra mejilla. El esclavo ni siquiera se quejó.
—¿Qué se dice? ¿O ya has olvidado todo lo que te enseñado?
—Gracias, ama. Lo siento mi ama. Yo solo... —intentó explicarse el chico.
—Me importan un huevo tus disculpas y tus explicaciones. Sabías cual era tu deber. Saludarle y mostrarte respetuoso, independientemente de lo que hiciese Orlando. Si alguien tenía que decirle algo a este mastuerzo era yo. Tú no eres el príncipe azul que viene a rescatarme. Solo eres un vulgar esclavo. Creí que lo habías entendido, pero veo que voy a tener que darte una lección.
Acercándose a la mesa cogió un vergajo de entre la colección de látigos y fustas que había sobre un estante.
Cogiendo la polla de toro por ambos extremos la flexionó ante la vista de su esclavo y lamió varios de sus nudos mientras dejaba que su esclavo se fuese haciendo a la idea de que aquel castigo no iba a ser como los demás. Dando dos pasos, se acercó a León y con la punta del instrumento le rozó los huevos y la polla. El esclavo se encogió intentando protegerse instintivamente y eso la enfureció aun más. No lo pensó simplemente le dio dos vergajazos duros y secos en los muslos. León se encogió y contuvo a duras penas el grito de dolor. Solo cuando consiguió coger un poco de aire, pudo agradecerle el golpe a su ama. Pero para Bris había pasado demasiado tiempo así que armó de nuevo el brazo y le dio dos nuevos golpes, esta vez en los costados. El esclavo gimió y perdió el pie quedando colgado por las muñecas, pero esta vez no esperó y se apresuró a pronunciar un " gracias, ama" apenas inteligible.
Estaba a punto de dar por terminado el castigo, pero a la puerta ya se había congregado una decena de curiosos que observaban con interés a Bris. Sabía que a partir de aquel momento todo lo que hiciese sería de dominio público en el Club y se arrepintió de haber dejado la puerta abierta. Ahora tendría que llegar hasta el final.
—Eso está mejor. —dijo ella dando la vuelta al esclavo de forma que mirase de cara a la columna— Aunque todavía no estoy convencida de que hayas aprendido la lección.
Al escuchar aquellas palabras, León tensó todo su cuerpo. Bris sintió un pinchazo de excitación al imaginarse aquel cuerpo cincelado cruzado con las marcas de su vergajo. Esperó un minuto. El esclavo no podía mantenerse en tensión eternamente y al no verla no sabía cuando iba a recibir el siguiente golpe así que León tuvo que relajar su musculatura. En ese momento ella le propinó un par de golpes en las nalgas a la vez que le interrogaba:
—¿Volverás a mostrarte irrespetuoso con un miembro del Club?
—No, ama. Gracias, ama.
Dos marcas rojas en forma de X empezaron a revelarse en el culo del esclavo que volvió a tensar su cuerpo. Excitada esta vez no espero a que se relajase y le propinó otros dos golpes esta vez en la espalda que ya estaba cubierta de sudor. Las heridas le picaban y le escocían, pero León se mostró sumiso y no se quejó ni suplicó, sino que se limitó a aceptar el castigo y dar las gracias tras cada golpe.
—A partir de ahora te portarás bien y no volverás a ponerme en evidencia.
—!Si, mi amahhh! —respondía él tras cada vergajazo.
Bris siguió golpeando aunque no con tanta fuerza mientras seguía leyéndole la cartilla. El brazo le dolía y estaba cubierta de sudor. Debería sentirse mal ante el duro castigo al que le estaba sometiendo, pero podía sentir como los flujos de su excitación empapaban su ropa íntima. Agotada dejó de pegar a su esclavo que suspiró con toda la espalda en carne viva. Sin embargo ella aun no estaba satisfecha. Acercándose a León, con una mano le separó las nalgas y con la otra incrustó el suave mango de piel de cabritilla del vergajo en el ano de su esclavo.
—Gracias, mi ama. —dijo el sobreponiéndose al murmullo de aprobación que provenía de la puerta.
Bris se giró y buscó entre los espectadores. Ocho hombres y cuatro mujeres se apretujaban en el vano de la puerta para no perderse nada. Entre ellos reconoció a Kyril. Hubiese sido una buena venganza dejar que la follara, pero aquel hombre la intimidaba, así que lo descartó y se fijó en otro que estaba a su izquierda. Un tipo alto y delgado de unos cuarenta años. Su smoking y la pajarita parcialmente deshecha le daba un aire de dandi trasnochado, pero había algo en su sonrisa, quizás un leve toque irónico, que le llamó la atención.
Bris se acercó a una mesa, apartó los instrumentos de tortura y se sentó sobre ella mientras le señalaba y le invitaba a acercarse. León, inerme, solo pudo mirar como aquel hombre se acercaba con mirada de lobo a su ama que abría las piernas para él.
Bris, enardecida apenas se dio cuenta, solo tenía ojos para el hombre que se acercaba a ella y se colocaba entre sus piernas. El desconocido la cogió por la cintura y la apretó contra ella para que sintiese la erección que ocultaban sus pantalones. Involuntariamente ella restregó sus caderas contra aquel bulto. El desconocido suspiró y se inclinó sobre ella besándola mientras deslizaba la mano por debajo de la chaqueta y amasaba sus pechos. Bris cerró los ojos y se concentró en devolverle el beso saboreando a aquel hombre, intentando imaginar como la tomaría.
La respuesta no tardó en llegar. Sin dejar de besarla, el hombre se bajó la bragueta y con el tiempo justo de apartar su tanga le metió la polla de un solo golpe. Bris deshizo el beso y gimió sorprendida por la violenta acometida, pero fue solo un momento. Tras mirar al hombre un instante le cogió por la pechera de la camisa y le obligó a acercarse para besarle de nuevo.
El desconocido le metió la lengua en la boca con movimientos igual de violentos e insistentes con los que la estaba follando. La polla gruesa y caliente penetraba en su interior hasta el fondo de su vagina dilatándola y generando oleadas de placer intensas y prolongadas. Poco a poco el hombre intensificó aun más sus penetraciones. Jadeaba con fuerza y el sudor corría por su frente y goteaba desde su nariz hasta la blusa de Bris.
Cuando creía que iba a correrse, el hombre se separó un instante para coger aire, pero no se quedó quieto sino que cogió uno de los pechos de Bris y comenzó a chuparlo y a mordisquearlo a través de la camisa. Bris loca por sentir directamente el contacto se desabrochó la blusa tan apresuradamente que se arrancó dos de los botones. El desconocido sonrió al ver su reacción y cogió los pechos y los juntó el uno contra el otro chupando y acariciando sus pezones hasta hacerlos arder.
Toda ella era puro fuego. Estaba a punto de pedirle a aquel hombre que volviera a follarla cuando él la cogió por la cintura y obligándola a darse la vuelta, le colocó el torso contra la mesa. Aun no había adoptado una postura cómoda cuando sintió como el hombre le levantaba la falda, le arrancaba el tanga de un tirón y la penetraba de nuevo con golpes secos y profundos que hacían que todo su cuerpo y la mesa temblasen con cada embate.
Bris se dejó llevar embargada por el placer y gemía con fuerza cada vez que recibía uno de aquellos monumentales pollazos. Tras un par de minutos el hombre se inclinó sobre ella, envolvió su pechos con las manos y enterró la cara en su melena aspirando con fuerza el aroma de su pelo mientras la penetraba.
Bris abrió los ojos, las personas que seguían hipnotizadas cada uno de sus movimientos desde la puerta los miraban con una mezcla de excitación y envidia. Kyril había optado por hacer algo más que mirar y estaba follando con una joven allí mismo, de pie, mientras ella se agarraba como podía al marco de la puerta.
Aquello no hizo sino intensificar su orgullo y excitación. Llevada por una necesidad de exhibirse que pocas veces había sentido levantó una pierna y la apoyó sobre la mesa para que los expectantes socios pudiesen ver como su sexo devoraba aquella polla una y otra vez sin descanso. Kyril y su pareja inconscientemente adoptaron el mismo ritmo que ellos. Bris se agarró con más fuerza. La postura era incómoda y los violentos empeñones amenazaban con hacerla caer, pero estaba tan excitada que lo único que hacía era pedirle a su amante que le diese más fuerte.
El orgasmo no tardó en llegar arrasándola y haciéndola perder el pie. Sin embargo Bris lo disimuló poniéndose de rodillas y agarrando aquel miembro hambriento con ambas manos. Miró al desconocido a los ojos, irguió el tronco y enterró la polla entre sus pechos. Bris se mantuvo erguida con el pene caliente y duro de aquel desconocido deslizándose entre la blandura de sus pechos y los últimos relámpagos de placer recorriendo su cuerpo hasta que el hombre se cogió la polla y tras masturbarse unos segundos se corrió sobre los pechos y el vientre de Bris bramando como un toro.
Cuando terminaron. Miró a su alrededor, su primera sensación fue de orgullo al ver a Kyril y su pareja correrse entre gritos placer y al resto de los mirones aplaudir y asentir con aire entendido. Entonces se volvió a su esclavo, desnudo y maltratado que la miraba con aire desolado. Solo en ese momento se sintió avergonzada. Ella no era así. No le gustaba pegar ni humillar y sin embargo había disfrutado.
Tras limpiarse un poco con el pañuelo que le había ofrecido gentilmente el desconocido, se despidió y se acercó a León.
—Espero que hayas aprendido la lección. —le dijo desatándole e intentando disimular la vergüenza que sentía— Ahora vístete. Nos vamos a casa.
El esclavo se levantó y con la cabeza baja pronunció un "gracias ama" que casi le rompió el corazón.
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