Rozando el Paraíso 33
No pudo evitar pensar si su antiguo amante estaría mirándola, agazapado desde el otro lado del cristal. Un pinchazo de excitación recorrió su cuerpo al recordar cómo se exhibía ante él desde aquel mismo banco. Inconscientemente Bris cruzó las piernas y se ladeó un poco...
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Habían pasado los días y Celeste había pasado a ser un recuerdo que se disipaba con el tiempo. La verdad era que no era culpa suya. La chica lo había hecho realmente bien y aunque sabía que le había dolido que la dejase, no lo había demostrado, es más le había mostrado su agradecimiento por su adiestramiento y por presentarle a varios socios que sabía que la tratarían bien. Al final Celeste se había mostrado más ambiciosa de lo que parecía y había elegido a una de las mujeres que eran miembros del consejo del Club. Sinceramente esperaba que le fuese bien.
Celeste parecía feliz, sin embargo Orlando no se sentía mejor ahora que se había librado de ella. Era curioso. Ya casi no se acordaba de lo que había hecho con su última esclava mientras que recordaba con pelos y señales cada uno de sus encuentros con Bris. Así que en ese sentido había fracasado totalmente. Bris seguía ocupando su mente cada vez que se relajaba y eso hacía que cada vez que la veía fuese una tortura. Y además la veía con cierta frecuencia ya que de vez en cuando se dejaba caer por El Paraíso y así mostrar los avances que había hecho con su nuevo esclavo. Cada vez que se cruzaban sentía como si su personalidad se partiese en dos. Por una parte quería abrazarla y llevársela de allí, aunque fuese a la fuerza y otra parte deseaba huir y dejar el Club solo para no tener que volver a verla.
En vez de eso se paraba y charlaba unos minutos con ella. Le preguntaba qué tal le iba y si estaba satisfecha con su esclavo. A pesar de que lo disimulaba muy bien, Orlando sabía que se ponía nerviosa en su presencia, pero mantenía el tipo y respondía con fluidez a sus preguntas. Ella a su vez intentaba sonsacarle sobre las actividades que tenía preparadas.
Y ahora que no tenía esclava tenía mucho tiempo libre y lo dedicaba a diseñar distintas actividades. No había vuelto a planear una noche tan complicada como la de la subasta de Bris, pero si creaba actividades más cortas que implicaban un menor número de voluntarios y de gastos, pero que habían calado en los socios haciendo que cada vez que se anunciaba una de ellas todo el mundo acudiera interesado.
Aquellas actividades le habían convertido en el personaje más relevante del consejo. Todos los socios y los candidatos se morían por participar en sus escenificaciones y eso también le daba muchas oportunidades para relacionarse y follar con otros socios o cualquiera de las múltiples candidatas, conscientes de que ser la protagonista de una de sus escenas le proporcionaría una celebridad inmediata. Aprovechaba cada oportunidad que se le presentaba, aunque todas acababan con la misma sensación de vacío.
La verdad era que aquello era lo único que le ayudaba a olvidar aquella sensación de hastío. A pesar de que nunca había tenido tantas parejas diferentes dispuestas a hacer cualquier cosa por llamar su atención, el sexo propiamente dicho no era lo que más placer le proporcionaba.
Le resultaba mucho más satisfactorio las felicitaciones de los socios y el acoso al que le sometían intentando saber algún detalle concreto de su siguiente evento.
Además estaban los juguetes que fabricaba. Había pocos y eran únicos con lo que conseguía un buen pico en las subastas. Todos los socios le pedían lo mismo; una cola como la de Bris, pero solo ella sabía lucirla para formar, ella y la cola, un conjunto espectacular. En cambio hacía cosas distintas imitando las colas de felinos, zorros o perros que se también se movían y eran muy demandas por los amos para adornar a sus esclavos. Además de las colas hacía colgantes y correas que se conectaban a las zonas más sensibles y daban descargas y todo tipo de dildos y vibradores.
Todo aquel despliegue de actividad le había ayudado a mantener sus pensamientos a raya, pero tenía miedo de que aquello fuese también temporal como lo había sido su relación con Celeste. Y por las noches, a pesar de caer rendido de cansancio en la cama, el sueño tardaba en llegar y cuando llegaba no era del todo reparador. Bris era un personaje recurrente en sus sueños y le obligaba a levantarse con la sensación de cansancio y vacío que tenía que ir expulsando a medida que avanzaba el día con un frenesí de actividad, esperando que cuando llegase la noche llegase con ella el olvido, aunque sabía perfectamente que aquello no ocurriría.
Desde aquella noche María y Bris se habían convertido en las mejores amigas. Aunque su compañera le había dicho que aquello no se volvería a repetir, daba la sensación de que habían compartido algo más. Que se entendían mutuamente de una manera más clara sin los obstáculos que imponían los secretos.
Además, al contrario de que Bris se temía, María no se sentía culpable, es más, le contaba que el sexo con su marido había mejorado e incluso estaban planeando un viaje al extranjero después de mucho tiempo. Y todo gracias a su nuevo esclavo. Se había portado tan bien que aquella misma noche le iba a recompensar por fin. Se lo había ganado e iba a procurar que aquella noche fuese memorable. La perspectiva la tenía tan excitada que apenas podía mantenerse quieta en su puesto de trabajo. Cogiéndose un mechón de la melena lo enrolló con los dedos sin poder evitar pensar en todo lo que le iba a hacer a su esclavo, en cómo le torturaría hasta que pensara que iba a pasar otra noche en blanco. Aquellos pensamientos le provocaron una cálida sensación de placer en su bajo vientre.
—Te veo muy nerviosa. —dijo María al pasar por delante de la mesa de restauración, de Bris camino del archivo.
—¿De veras? Pues en realidad no lo estoy. —respondió ella intentando parecer tranquila.
—¿Vas a ver hoy a tu esclavo? —preguntó su amiga poniendo énfasis en la palabra esclavo divertida.
—Aun no lo sé. —volvió a mentir.
—Pues deberías. Creo que ya es hora de que le des lo que quiere. Nunca había visto a ningún hombre desear tanto a una mujer y tenerla tan cerca sin poder poseerla. Si sigues torturándolo así va a explotar el pobre.
Bris dejó el libro en el que trabajaba y se incorporó y cogió a su amiga por las manos.
—Tranquila, todo esto no deja de ser un juego en el que él participa de buen grado. Y si en realidad te sientes culpable por haberte zampado un yogurín y quieres compensarle de alguna manera, no te preocupes, pronto tendrá lo que tanto ansía. —le dijo Bris sonriendo con ironía.
—No seas listilla. —le dijo María sin perder su buen humor— Y más vale que mandes a ese chaval al séptimo cielo a base de polvos o tomaré medidas drásticas.
Ambas rieron y se abrazaron. Aquella intimidad en la que podían decirse lo que pensaban sin esperar que la otra malinterpretase un comentario o una broma era lo que más había echado de menos en una amistad. Bris no pudo evitarlo y abrazó unos instantes a su amiga.
—¡Las manos quietas! —exclamó María entre risas mientras se daba la vuelta camino del archivo.
Bris no replicó y se limitó a dar a la mujer un sonoro cachete en el culo mientras volvía a sentarse. A continuación cogió sus herramientas de nuevo, ahora que por fin había conseguido concentrarse y trabajó sin descanso hasta que llegó la hora del bocadillo. Salió de la biblioteca y como siempre se dirigió a su banco para tomar algo y leer un poco. El verano estaba acabando por fin. Las hojas de los árboles empezaban a amarillear y pronto empezarían a caer envolviéndola en una nube de colores ocres y amarillos. En realidad el otoño era la estación que más le gustaba, el calor no era tan agobiante y los niños ocupados en sus clases no la agobiaban con sus constantes gritos y carreras.
Se sentó y cogió el sándwich de mortadela. Con la mente perdida en sus planes para aquella noche, dejó la mirada perdida y sus ojos se encontraron con la galería de Orlando frente a ella. No pudo evitar pensar si su antiguo amante estaría mirándola, agazapado desde el otro lado del cristal. Un pinchazo de excitación recorrió su cuerpo al recordar cómo se exhibía ante él desde aquel mismo banco. Inconscientemente Bris cruzó las piernas y se ladeó un poco para que si estaba viéndola pudiese observar toda la longitud de sus piernas hasta que sus muslos desaparecían por debajo del bajo de su falda.
Dando otro bocado reflexionó intentando averiguar qué era lo que sentía por su antiguo amo. Estaba claro que sentía algo por él. Solo la actitud que había tomado estirándose en el banco y cruzado las piernas, deseando que el estuviese observando desde su salón era una pista clara. Otra cosa era que desease volver con él. Si de algo estaba segura era de que no quería tener a alguien incapaz de reconocer sus errores y disculparse. Una cosa era que jugasen al amo en la cama y otra cosa era que se difuminase la línea que distinguía el juego y la vida real. Estaba convencida de que había tomado la decisión correcta, pero entonces, ¿Por qué sentía aquel punto de culpabilidad e insatisfacción?
Con el último bocado tomó un trago de zumo de arándanos y se limpió antes de centrar su atención en el Ensayo Sobre la Ceguera. Tal y como esperaba las palabras de Saramago lograron hacerla olvidar a Orlando hasta que llegó el momento de volver al trabajo.
Orlando no pudo evitar verla desaparecer entre los árboles sin perderse cada uno de sus movimientos. A pesar de que nunca se lo proponía, todas las mañanas que tenía libres o trabajaba en casa acababa acercándose a la galería a aquellas horas. Observaba a Bris con el libro y el tentempié, sentada en el banco, en el mismo banco de siempre a pesar de saber que estaba perfectamente a la vista, esperando descubrir un gesto o una pista de sus pensamientos.
Tras deshacerse de Celeste, su mente había vuelto recurrentemente a Bris. La soledad, en vez de aportarle tranquilidad hacía que ocupase todos sus pensamientos cuando estaba ocioso. A pesar de que no lo quería admitir se estaba convirtiendo en una obsesión y tenerla tan cerca y a la vez tan lejos no dejaba de irritarle.
No sabía qué era lo que le molestaba más, que Bris lo hiciese ignorante de que él la estaba observando o que le diese absolutamente igual que el estuviese del otro lado del cristal. Orlando respiró y lo pensó fríamente. La verdad era que de todos los bancos del parque era el más cómodo, recogido del viento del norte por el grueso tronco de un castaño de indias y fresco en verano por el frondoso ramaje que la protegía del sol. Lo último que pensaba era que Bris lo hiciese para herirle, pero una vocecita dentro de él insistía en alimentar el rencor contra ella. Con el paso del tiempo las causas de la ruptura se difuminaban y no podía evitar echarle la culpa. Él solo había intentando protegerla. Quizás había sido demasiado drástico, probablemente una advertencia hubiese bastado, pero el amor por Bris le había cegado...
No. No podía seguir por ahí. —se corrigió a sí mismo— Si Bris le dijo que estaba controlado, debería haber confiado en ella y haber esperado a que ella le pidiese ayuda para actuar. La había perdido porque la amaba demasiado y deseaba protegerla de todo. Pero hay ciertas batallas que uno debe pelear por sí solo. Se había inmiscuido y lo había pagado. Ahora debía pasar página o por lo menos intentarlo y lo único que tenía para olvidarla era su trabajo en el Paraíso, que cada vez estaba tomando más importancia en su vida.
Apartándose de la galería se dirigió al escritorio. El trabajo le esperaba. Se sumergió en él e intentó no pensar.
Las horas transcurrieron lentamente y a medida que se acercaba el momento, más nerviosa se sentía. Deseaba que su esclavo recibiese lo que había esperado y más. Justo cuando terminó de trabajar había llamado a su esclavo y le ordenó que tuviese preparada una cena ligera. No le dio ninguna pista. Quería que León siguiese dudando de si alguna vez la poseería y esa sensación de poder la embriagaba.
Con una permanente sonrisa en los labios se duchó y se maquilló con detenimiento, con tonos oscuros que le diesen un aire gótico y se complementaran con el conjunto que había elegido para vestirse que consistía en un corsé color gris perla con profusos bordados en negro y unos tirantes que elevaban sus pechos hasta hacerlos irresistibles. El escote, en vez de ser recto, era ligeramente ondulado tapando los pezones y las areolas con un ribete negro. La falda era negra y le llegaba a medio muslo y por la parte trasera tenía una cola de muselina negra bordada cuyo vuelo llegaba casi hasta el tobillo. Durante unos minutos dudó entre unas botas de cuero hasta las rodillas y unas sandalias de tacón de aguja. Tras meditarlo, optó por las sandalias ya que el otoño se acercaba y luego no tendría tantas oportunidades de usarlas.
Miró el reloj y llamó un taxi. Iba a llegar un poco tarde, pero eso también formaba parte del juego. Con cada minuto que pasase su esclavo se preguntaría si habría cambiado de opinión o si había hecho o dejado de hacer algo que la hubiese molestado. El conductor del taxi la llevó con un ojo puesto en la calle y el otro en el espejo retrovisor. Bris sonrió separó ligeramente las piernas y dejo reposar la mano entre ellas. El conductor, un tipo de Europa del Este, tragó saliva y aprovechando un semáforo toqueteó el espejo. Bris sacó un espejo del bolso y fingió retocarse el maquillaje. Frunció los labios y se los observó críticamente. El color cereza muy oscuro y mate de aquella marca tenía el sugerente nombre de Reina Malvada y no se pudo resistir. Abrió ligeramente la boca y mirando al hombre a través del espejo se humedeció los labios con la lengua a la vez que inclinaba su torso hacia adelante, permitiendo que el chófer atisbara el profundo canalillo por la abertura de la gabardina que se había puesto para no llamar demasiado la atención. El hombre perdió por un momento la conciencia de dónde estaba y lo que estaba haciendo. Cuando lo recordó miró hacia adelante justo a tiempo y soltó una exclamación en su idioma natal al estar a punto de atropellar a un abuelo que atravesaba en ese momento la calle por un paso de cebra.
Satisfecha, se arrellanó en el asiento y centró su atención en el exterior. El conductor siguió mirándola insistentemente, aunque ahora procuraba no apartar la vista de la calle más que unos segundos.
Tardaron un par de minutos más en llegar. El taxista se apresuró a abrirle la puerta y le ofreció una tarjeta a la vez que le lanzaba una sonrisa inequívoca. Ella cogió la tarjeta mirándole a los ojos y aprovechando para rozarle las manos de manera más que casual y se dirigió a la entrada del chalet de León, consciente de que el hombre seguía todos sus movimientos con la mirada.
Las expectativas de la noche, junto con la experiencia con aquel desconocido, la tenían tan excitada que tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no tirarse encima de su esclavo cuando este salió a recibirle totalmente desnudo como tenía ordenado.
Con movimientos rápidos y respetuosos le ayudó a deshacerse de la gabardina. Satisfecha vio como León observaba su conjunto con admiración y tuvo que reprenderle por su descaro. El esclavo pareció volver en sí y disculpándose la siguió hasta la cocina donde le esperaba una selección de sushi y una ensalada.
Se sentó y comió con deliberada lentitud. León se apresuraba intentando adelantarse a sus deseos; sirviéndole un poco más de vino blanco o acercándole las mejores porciones de sushi hasta el punto de que él apenas comió.
—Dime esclavo. ¿Me deseas? —le preguntó Bris mientras se limpiaba los labios con cuidado de no estropearse el maquillaje y se levantaba de la mesa.
—Sí, mi ama. —se apresuró a contestar León— Deseo hacerte feliz en todo momento, ama.
—Eso espero. —replicó ella aparentando no estar del todo convencida.
—Es cierto, mi ama. —insistió él mientras le seguía fuera de la cocina— Vivo para cumplir tus órdenes.
—Muy bien. Dame tus manos.
León obedeció inmediatamente y le ofreció sus manos con las palmas hacía arriba. Bris las cogió entra las suyas y las acarició mientras miraba a su esclavo a los ojos, que hacía todo lo posible por contener su excitación. Bris se mantuvo impasible y le maniató sin expresar la creciente excitación que sentía. El chico se lo había ganado, pero aun tendría que sufrir un poco más. Una vez aseguradas las muñecas llevó a su esclavo hasta la estructura que sujetaba las escaleras que llevaba al piso superior. Y le obligó a permanecer de pie, de espaldas a la estructura, mientras ella subía las escaleras y le ataba los brazos por encima de la cabeza.
Cuando volvió a bajar se acercó a su esclavo y examinó con atención su torso musculoso casi lampiño, su vientre y su polla que reposaba entre sus piernas, aumentada de tamaño, pero todavía no erecta. No lo tenía planeado, pero no se pudo resistir, con la punta de la uña recorrió sus pectorales y subió por su cuello levantándole la barbilla, obligándole a que la mirara a los ojos. El joven recorrió ávidamente su cara e instintivamente abrió la boca al ver los labios de su ama tan cerca de los suyos. Su aliento era fresco y limpio y Bris sintió otra punzada de excitación en el bajo vientre. Acercó un poco más su boca y León respondió acercando la suya lentamente. Bris la retiró evitando por escasos centímetros que sus labios contactasen. El esclavo la siguió y se estiró hasta que llegó un momento en que las ataduras le impidieron avanzar más.
Como si estuviese jugando con un perro encadenado le tentó acercando su cuerpo y su cara, pero siempre fuera del alcance de su esclavo que se agarraba a sus ataduras frustrado.
—¿Verdad que te gustaría follarme? —le susurró al oído antes de retirarse para evitar que llegase a ella.
—Sí, mi ama.
—¿Y qué te hace creer que podrías? ¿Lo harías por tu placer o por el mío? —insistió mientras rozaba la tetilla de León con la punta de sus uñas.
—Por el de mi ama. Porque su placer es mi placer. —respondió astutamente él.
—Está bien. —dijo Bris alejándose de su esclavo y acercando una silla para ponerla frente a su esclavo. Ilústrame. ¿Cómo lo harías?
—Yo... Dudó el esclavo.
Bris se sentó en la silla y separó las piernas. La falda resbaló muslo arriba y mostró a su esclavo su pubis cubierto por el tenue tejido del tanga.
—Adelante, no te cortes. —dijo ella con aire crítico mientras levantaba ligeramente su pubis para que esclavo pudiese ver como la vulva hacia relieve en su ropa íntima.
—Yo... lo he deseado tantas veces que no sé por dónde empezar. Te cogería entre mis brazos, y te estrecharía hasta que no quedase una molécula de aire entre nuestros cuerpos, recorrería tu piel con mis labios. La saborearía y me impregnaría del aroma de tu cuerpo y de tu aliento hasta que borracho de ti...
En ese momento interrumpió su narración temiendo cometer una falta o ser irrespetuoso, pero ella lo animó:
—Adelante, me pica la curiosidad. ¿Qué harías a continuación?
—Borracho de tu aroma y tu sabor te tumbaría sobre la cama y me sentaría a tus pies. Los cogería entre mis manos y...
Bris levantó su pierna derecha y la balanceó frente a él, arqueando los pies dentro de las sandalias y haciendo que su esclavo perdiese unos instantes el hilo de sus pensamientos.
—... como si fuesen la más absoluta y exquisita de las delicias los recorrería con mis labios besaría las uñas de tus pies y mordisquearía tus dedos sin dejar de avanzar con mis manos por tus piernas...
León se interrumpió de nuevo al ver como su ama cerraba los ojos y deslizaba una mano por debajo del tanga. Hipnotizado vio como los dedos desaparecían de su vista y empezaban a jugar con el clítoris de Bris antes de que él acertase a continuar.
—Al escuchar tus primeros suspiros, —continuó a duras penas— separaría tus piernas y enterraría mi boca entre ellas. Pero no asaltaría inmediatamente tu intimidad. Acariciaría, picaría aquí y allá. Siempre cerca, pero nunca lo suficiente. Esperaría pacientemente a que los labios de tu sexo enrojeciesen, se hinchasen y se abriesen finalmente como una flor. Solo entonces libaría los jugos que emergiesen de él.
—Mmmm. Sí. —susurró Bris levantando y separando sus piernas sin dejar de acariciarse.
León tragó saliva al ver las manos de su ama moverse con suavidad en movimientos circulares en torno a su sexo. Ella abrió los ojos unos instantes y vio la mirada ansiosa e intensa de su esclavo y sonrió. Su pene ya estaba totalmente erecto y León tiraba con fuerza de sus ataduras, loco por llevar a cabo aquella fantasía.
—Mi lengua acariciaría y lamería, se impregnaría del sabor de tu excitación y mis dedos se hundirían profundamente en tu interior buscando las zonas más sensibles. Solo cuando un coro de suspiros y gemidos me acompañase me colocaría sobre ti y te penetraría. Mi polla resbalaría en tu interior mis manos explorarían tu piel, mis labios juguetearían con tu barbilla, tus clavículas y tus hombros y mis dientes mordisquearían con suavidad tus pezones. Te haría gemir, te haría retorcerte, te haría gritar y suplicar....
Las palabras de su esclavo le llegaban como un eco lejano que la excitaba y la empujaba. Sin darse cuenta sus dedos habían pasado de acariciar su sexo con suavidad a penetrar con violencia su vagina. Su bajo vientre ardía e irradiaba placer en oleadas cada vez más frecuentes e intensas. Ni siquiera se dio cuenta cuando León dejó de hablar extasiado por la visión de su ama masturbándose y retorciéndose de placer.
En ese momento Bris abrió los ojos y mirando a su esclavo continuó unos instantes hasta que el orgasmo la asaltó. Su cuerpo se estremeció y sus piernas se tensaron víctimas de los intensos chispazos de placer, pero ella en ningún momento dejó de mirar a su esclavo a los ojos que parecía excitado y a la vez un poco decepcionado por no ser el que originaba aquella descarga de placer.
—Has conseguido lo que deseabas, mi placer. ¿Estás satisfecho?
—Sí, mi ama. —mintió León intentando que la decepción no trasluciese en el tono de su voz.
—Pues yo no. —dijo ella levantándose.
—Un orgasmo para mí es un buen principio, pero no es suficiente —dijo Bris acercándose— Yo también deseo tu cuerpo. Mis dedos no pueden competir con un miembro cálido y palpitante dentro de mí.
De nuevo a escasos centímetros del alcance de su esclavo Bris se exhibió con la falda remangada por las caderas y una mancha de humedad en su ropa íntima. Bris sonrió satisfecha y se cogió la melena con las manos y la levantó dejando a la vista de su esclavo los hombros y las clavículas que tanto deseaba. Sonrió, le lanzó un beso y se dio la vuelta. Solo unos escasos centímetros y la tenue cola de tul separaba a León del cuerpo de su ama. Bris separó las piernas y se inclinó a la vez que se acariciaba el culo y los muslos. Bris volvió a excitarse al escuchar la respiración agitada y los esfuerzos de su esclavo por soltarse de sus ligaduras.
—Ahora no te muevas, esclavo. —le ordenó.
Instantáneamente él dejó de forcejear. Bris dio dos pasos hacia atrás hasta que la polla erecta de León se colocó entre sus cachetes. Aun a través de la muselina sintió como la polla de su esclavo palpitaba y se retorcía mientras ella movía su culo con lentitud arriba y abajo recorriendo toda la longitud de aquella polla. En cuestión de segundos, el anterior orgasmo había quedado olvidado. Una oleada de excitación y necesidad le puso la piel de gallina y le erizó los pezones. Sin dejar de balancear las caderas se bajó las copas del corpiño, se estrujó los pechos y se retorció con suavidad los pezones. Emitiendo un largo suspiro, Bris dio tres rápidos pasos hacia atrás y aprisionando el cuerpo de su esclavo contra las escaleras se inclinó aun más y comenzó a golpear su culo y su sexo contra la polla de León que tenía todo el cuerpo en tensión por el esfuerzo de mantenerse quieto.
Ya no podía aguantar más. Necesitaba tener la polla de su esclavo dentro de ella y la necesitaba ya. Pasando la mano entre sus piernas se acarició el sexo un instante y cogiendo el miembro de León se lo metió en su sexo ardiente. La polla resbaló con facilidad en su encharcado coño colmándolo con su calor y su dureza. Bris no pudo evitar gemir al sentir palpitar aquel miembro ajeno dentro de ella.
—Fóllame.
La orden fue inmediatamente aceptada y enseguida comenzó a percibir como la polla de su esclavo entraba y salía de su sexo con intensidad, pero sin violencia. Bris acompañaba cada empeñón con un movimiento de su cadera permitiendo una mayor amplitud a los limitados movimientos que las ataduras le permitían al esclavo. Poco a poco la lujuria se iba extendiendo por su cuerpo. Deseaba que su esclavo cumpliese lo que había prometido que la cubriese con el aroma de su cuerpo, sentir su boca y su lengua saboreando su piel y jugando con sus pezones...
Con todo su cuerpo tenso como la cuerda de un piano se apartó. La polla de León resbaló fuera de su sexo proporcionándole una sensación de desconsuelo. La necesitaba, pero también necesitaba a su esclavo loco de deseo.
Encarándose con él comenzó a deshacerse de la falda y el tanga, poco a poco, acariciándose el cuerpo y sonriendo con malicia cada vez que el esclavo luchaba contra sus ataduras. Antes de comenzar a quitarse el corsé, hurgó debajo del extremo inferior y sacó algo ocultándolo de la vista del esclavo. A continuación se desabrochó la prenda poco a poco. La polla de León se balanceaba con violencia dándole un aspecto un tanto estúpido. Bris se acarició el cuerpo de nuevo y se tocó el sexo amagando con volver a masturbarse.
León se revolvió y tiró de sus ataduras rugiendo como una fiera de pura frustración. En ese momento se acercó a él con un movimiento rápido y le mostró el objeto que ocultaba en su mano. Era una navaja. Con un movimiento rápido la abrió y la acercó al torso de su esclavo. Recorrió la piel con el filo y pincho con delicadeza uno de sus pezones. León se quedó quieto, pero no emitió ninguna queja o súplica. Lentamente se apartó de los pezones y continuó hacía arriba. Recorrió la clavícula y llegó a su cuello presionando justo donde las yugulares de su esclavo palpitaban apresuradamente.
—Puedes hacer de mí lo que quieras, mi ama. —dijo León siguiendo con el juego.
Sin dejar de presionar Bris le cerró la boca con un beso. El esclavo se lo devolvió con suavidad. Sus lenguas se entrelazaron a la vez que el beso se intensificaba. Bris se dejó llevar y frotando su cuerpo desnudo contra el del esclavo, lamió, mordió, chupo y sorbió.
—Fóllame... —dijo de nuevo apartando la navaja del cuello de León y cortando las ligaduras de un tajo.
León, libre por fin no se apresuró y abrazó a su ama con la intensidad con la que un naufrago se asiría al mástil de un barco que se hunde en el fragor de la tempestad. No supo cuanto tiempo pasó entre besos y caricias, pero finalmente se vio elevada en el aire. Sin aparente esfuerzo el esclavo llevó a Bris hasta el amplio sofá y la depositó sobre él.
Tal y como había prometido, León le quitó uno de las sandalias y besó y lamió los dedos de sus pies. Un agradable cosquilleo se extendió por su cuerpo. Probablemente hubiese deseado que se hubiese recreado un poco más, pero entendía que el esclavo, después de tanto tiempo estuviese ávido por poseerla. Con besos rápidos y apresurados recorrió sus piernas y el interior de sus muslos hasta enterrar la lengua en su sexo. El apéndice se movió dentro de ella y golpeó su clítoris con fuerza obligándola a doblarse de placer. Con un gritó apretó la cara de su esclavo contra su sexo mientras movía las caderas espasmódicamente. El placer la envolvía hasta hacerla olvidarse de todo lo que le rodeaba.
En un descuido aflojó la presión y León aprovechó para avanzar y colocarse entre las piernas de su ama. La penetró sin miramientos con un rugido de satisfacción. Bris se lo perdonó extasiada por el placer de tenerle de nuevo dentro de él. Desde ese momento fue su esclavo el que tomó el mando mientras Bris se limitaba a acariciar su cuerpo a clavar las uñas en su espalda. El ritmo se volvió frenético y la polla de su esclavo la arrasaba con cada penetración enviando oleadas de placer por todo su cuerpo. A punto de correrse León se tomó un descanso. Besó a su ama, le mordisqueó el cuello y las clavículas y le chupó los pezones. Ahora era Bris la que estaba loca de deseo. Todo su cuerpo vibraba y se estremecía pidiendo más.
—¡Vamos esclavo, no te pares! —le ordenó agarrando su culo y empujándole dentro de ella.
Aparentando desgana el esclavo comenzó a moverse dentro de ella.
—¡Vamos! ¡Más rápido, esclavo! ¡Te necesito! ¡Más fuerte! —exclamo ella clavando los talones en las caderas de su esclavo.
—Sí, ama. —dijo el macho haciendo sus movimientos más amplios y rápidos.
En cuestión de segundos prácticamente saltaba dentro de ella su polla la colmaba con cada golpe y sus pubis chocaban sonoramente enviándole relámpagos más intensos y frecuentes con cada embate.
—¡Córrete dentro de mí! ¡Lléname con tu leche! —gritó mientras tiraba del pelo de León.
El calor del orgasmo comenzaba a envolverla justo en el momento en que el miembro de su esclavo se retorció dentro de ella y expulsó un cálido torrente de semen que intensificó aun más sus sensaciones. Las oleadas de placer recorrieron su cuerpo una y otra vez mientras se agarraba con desesperación al culo de su esclavo obligándole a seguir follándola y prolongando el orgasmo hasta que el tiempo se diluyó en torno a ella.
Exhausto, León se dejó caer sobre ella unos instantes. Bris lo abrazó disfrutando del peso y el calor de aquel cuerpo y solo lo apartó cuando sintió que le faltaba el aire. El esclavo se sentó en el suelo a los pies del sofá y se limitó a acariciar su piel aun escalofriada mientras la miraba con adoración.
Bris disfrutó de aquel contacto respetuoso. El placer se iba diluyendo poco a poco y su mente empezó a divagar. Bris no quería pensar, aquella noche no. Así que se sentó y abrió las piernas mientras tiraba del pelo de su esclavo y le guiaba de nuevo hacia su sexo aun estremecido...
Este relato consta de 39 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días. Si no queréis esperar podéis encontrar el relato completo en amazon.