Rozando el Paraíso 32
Hola, León. le saludó Espero que te hayas portado bien porque tengo un regalo para ti.
32
Aunque Bris tenía claro que María necesitaba un polvo en condiciones ella tardó un poco más en darse cuenta. Mientras tanto Bris se había dedicado a torturar de todas las maneras posibles a su esclavo. Su preferida era atarlo a una de las columnas del apartamento y masturbarse a sus espaldas. No le prohibía que no mirase, pero en aquella postura era casi imposible y se excitaba viendo como León peleaba con sus ligaduras y con la flexibilidad de su cuello para poder ver algo. Solo tras llegar al orgasmo Bris se acercaba y le premiaba dejando que le limpiase de flujos las manos, el sexo y el interior de los muslos. Sin olvidarse de castigarle con dureza si intentaba tocarle con algo que no fuese su boca o intentaba seguir lamiendo después de que todo estuviese limpio.
Aquella mañana enseguida notó que al fin Mari se había decidido. La forma en que le temblaban las manos cuando le pasó la lista de libros que tenía que coger del archivo no se le paso por alto.
—¿Algún problema? —preguntó Bris mientras echaba un vistazo a la lista.
María la miró con aquellos ojos claros y brillantes de emoción antes de contestar:
—Mañana mi marido se va de pesca y no volverá hasta el lunes. Me preguntaba si podríamos...
—No hay problema. —respondió Bris ahorrándole a su amiga la parte embarazosa de la pregunta— Si te parece bien, mañana a las diez sería buena hora.
—¿Tengo que llevar algo?
—Solo tu augusta presencia. —respondió Bris con una sonrisa— Eso sí, ponte algo bonito que realce ese culazo y esas domingas... y por supuesto trae protección, no me gustaría que te quedases embarazada. —añadió con sorna.
Su amiga no respondió y se limitó a tirarle una caja de plástico que Bris esquivó con habilidad mientras taconeaba apresuradamente en dirección al archivo.
Con el tiempo había aprendido a valorar aquellas reuniones. A pesar de ser tediosas en su mayor parte, la sensación de poder y camaradería que emanaba de aquella pequeña sala y de los miembros del consejo le resultaban cada vez más placenteras. La mayoría de los componentes del consejo eran hombres, dos de ellos tan mayores que a Orlando no le dejaba de sorprender que siguieran interesados por el sexo. El resto lo conformaban dos hombres que rondarían los sesenta y los más jóvenes, entre los que se encontraban Kyril y él, así como las tres únicas mujeres, que andaban entre los cuarenta y los cincuenta años.
La única diferencia de aquellas reuniones desde que había llegado él, era que los últimos diez minutos se dedicaban a la organización de eventos. En ese momento Orlando se convertía en el centro de atención y todos atendían a sus explicaciones con interés.
Tras unas primeras reuniones de tanteo en la que sugirió varios temas para el evento y se eligió uno por votación, comenzó a desgranar los detalles y a escuchar sugerencias. La verdad era que Orlando había esperado más participación por parte de los miembros del consejo, pero parecía que habían quedado tan satisfechos con la subasta que preferían dejarle libertad más allá de unos pocos detalles y de limitar el presupuesto ya que a pesar de que el Club no tenía problemas de dinero, no quería empezar a tenerlos.
Cuando terminaban Celeste le esperaba fuera obediente y se sentaba a los pies de su butacón, mientras él degustaba una copa de coñac, dispuesta a cumplir cualquiera de sus órdenes. Cuando la reunión se deshacía llevaba a Celeste a la mazmorra a veces solos o a veces con mas compañía y hacía con ella todo lo que se le ocurría. Cada vez le costaba más excitarse con la joven. A pesar de que lo hacía todo bien y se mostraba obediente y sumisa no podía evitar sentirse cada vez menos interesado por ella. Para intentar compensarlo, se traía a más gente y la castigaba con más dureza, pero sabía que eso no era la solución y aquella tarde al volver del Club se sentó a hablar con ella.
—Lo siento Celeste, pero me temo que esto no funciona.
—¿Es por algo que he hecho? ¿Me he portado mal? —preguntó la joven subiéndose la falda para que pudiese ver su culo aun enrojecido por la sesión de sexo de aquella misma noche.
El gesto no produjo el efecto deseado y la joven se volvió a colocar la ropa con aire triste. Y le miró con aquellos enormes ojos azules al borde de las lágrimas.
—Lo siento, pequeña. —contestó Orlando acariciando su melena pelirroja— Pero simplemente ya no me siento atraído por ti. De todas maneras ya te he propuesto como miembro del Club y te incorporarás como socia de pleno derecho la próxima reunión. Si quieres también te ayudaré a encontrar un amo adecuado. Después de todo, pertenezco al consejo. Conozco a bastante gente y algunos ya me han preguntado por ti. Dos o tres de ellos te resultarán bastante interesantes.
—Gracias, amo. Me gustaría mucho.—respondió ella agradecida.
—Ya no hace falta que me llames amo. —dijo dándole un beso en la frente.
La joven le abrazó y lloró unos instantes, pero no suplicó. Sabía que no serviría de nada. Simplemente dio un último beso en los labios a su antiguo amo y se dirigió a la puerta. Orlando la acompaño y la despidió. Había esperado una escena, pero había adiestrado bien a la joven y simplemente se limitó a alejarse. Orlando echó un último vistazo a aquella melena rojo fuego que se alejaba de él levemente mecida por el viento y cerró la puerta.
A continuación, en vez de volver al salón bajó las escaleras hasta el antiguo gimnasio. Los albañiles valían el dineral que le habían costado. La pared y el suelo de la estancia era de cantos rodados cuidadosamente colocados y barnizados para que pareciesen permanentemente húmedos. Los operarios habían colocado los del suelo en distintas orientaciones para formar un dibujo de círculos concéntricos en cuyo centro habían colocado una gruesa columna de madera que simulaba sustentar el techo y que tenía una serie de argollas y cadenas para atar a los esclavos. En una de las paredes habían colocado estanterías donde podía exponer sus herramientas de tortura.
En la parte más alejada, aprovechando un gruesa viga habían colocado unas anillas de las que colgaba un arnés. Orlando lo inspeccionó. No estaba mal aunque necesitaba algunas modificaciones.
El mobiliario se completaba con el viejo potro del gimnasio al que se le habían añadido unos puntos de sujeción donde se podían colocar cualquier dildo o vibrador que se quisiese. Un par de pesadas vigas de madera unidas en forma de aspa con grilletes para fijar las extremidades del esclavo y una serie de argollas fijadas al techo para suspender con cuerdas cualquier cuerpo completaban el mobiliario.
Orlando miró a su alrededor se acercó al potro e imaginó a una mujer, bueno para que mentirse, se imagino a Bris subida en él con dos vibradores zumbando en su interior, gimiendo y clavando las uñas en la piel del aparato, jadeando y sudando. Con un suspiró sacudió la cabeza para exorcizar aquella visión y volver a la realidad. Posó la mano sobre el potro y se preguntó con quién estrenaría aquella sala o si llegaría a estrenarla alguna vez.
Lo poco que había durado su relación con Celeste le había sorprendido. Sabía que aquello no iba a durar, pero no había sospechado lo poco que había tardado en cansarse de aquella joven esclava. Era hermosa, sexy, sabía moverse y obedecer órdenes y se había sometido a todos los caprichos que se le habían ocurrido, no solo sin rechistar, sino disfrutando de ellos tanto como él y aun así, apenas habían durando un mes. Orlando, a pesar de que tuviese relaciones ocasionales con otras mujeres, le gustaba hacerlo dentro de los juegos de pareja que mantenía con su esclava, por lo que aquella situación era nueva para él.
Mientras más lo pensaba más irritado se sentía consigo mismo. Apagó la luz y subió las escaleras. De nuevo en el salón cogió la botella de Whisky y un vaso con hielo. Se vertió medio vaso y lo apuró de un trago. El líquido atravesó su garganta, áspero y ardiente, pero no era suficiente, quería olvidar aquella sensación de vacío y fracaso. Se sirvió otro vaso, dispuesto a seguir bebiendo hasta que llegase el olvido.
León como todas las noches en que quedaban estaba esperándola a la puerta con una copa de su vino blanco favorito.
—Hola, León. —le saludó— Espero que te hayas portado bien porque tengo un regalo para ti.
El chico abrió mucho los ojos y sonrió mientras murmuraba respetuosamente unas palabras de agradecimiento. Era evidente cual era el regalo que se imaginaba, así que se sintió un poco culpable sabiendo que aquel día tampoco tendría lo que llevaba tanto tiempo esperando. De todas maneras aquella sería su última prueba y si lo hacía bien le recompensaría.
Tomó una cena ligera y se llevó a León al salón. Una vez allí le pidió que se desnudase y luego le obligó a quedarse de pie mientras ella se quitaba el vestido mostrándole el conjunto de sujetador y culote color púrpura. Su esclavo intentó mantener la mirada baja, aunque Bris podía sentir como repasaba su cuerpo ansiosamente. Esperó un momento antes de dar una vuelta alrededor de León con aire crítico. Tenía que reconocer que tenía un cuerpo esbelto y a la vez musculoso y derrochaba juventud por todos sus poros. Con un "buen chico" le dio un cachete en el culo y tras ponerse una bata de seda transparente, se sentó en el sillón sin dejar de observarle con atención. León percibió la mirada de su ama y se quedó rígido esperando una señal.
Bris se puso cómoda y cruzó las piernas. María estaba a punto de dejarse caer por allí. Aun así disfrutó de cada segundo viendo la incertidumbre en los ojos de su esclavo.
En ese momento sonó el timbre de la entrada. En vez de dirigirse a la entrada Bris se levantó y se acercó a León que permanecía quieto como una estatua.
—Acaba de llegar tu regalo. Esta es tu última prueba. Quiero que la trates como si fuese yo misma. Así que espero que te emplees a fondo.
—Sí, mi ama. —respondió el chico sin poder evitar un gesto de desilusión.
—Quiero que la envíes al séptimo cielo, a ser posible varias veces. Si lo haces bien te recompensaré, si lo haces mal te castigaré.
A continuación le puso un collar y una correa y guio al esclavo a la entrada.
María le había hecho caso y se había arreglado a conciencia para la ocasión. Llevaba una minifalda negra muy ceñida justo por encima de las rodillas y una blusa de seda blanca semitransparente que dejaba ver el corpiño de color negro que llevaba debajo y apretaba y elevaba sus pechos hasta convertirlos en exuberantes.
—¡Hola! Estoy encantada de que hayas venido por fin. —saludó a su amiga mientras le daba un peso rápido en aquellos labios que la mujer había pintado de un chillón rojo sangre.
—¿Acaso creías que no me iba a atrever? —preguntó María mientras pisaba con seguridad encaramada a unos tacones kilométricos.
—Vamos, no me intentes mentir. ¿Cuántas veces has hecho el trayecto desde el coche hasta aquí? —replicó Bris mientras enlazaba su amiga por la cintura con la mano libre y la llevaba al salón.
—Dejémoslo en más de una. —respondió su amiga un poco fastidiada al sentirse tan predecible.
—Me parece bien. Ahora quiero que conozcas a mi esclavo. Este es León. ¡Saluda! ¿Verdad que está preciosa? —le ordenó a la vez que de un tirón de la correa le obligaba a colocarse frente a su amiga.
León se acercó y siguiendo las órdenes de su ama cogió a María justo por detrás de la oreja y le dio un beso corto, pero lo suficientemente profundo como para que todo el cuerpo de su amiga temblase de arriba abajo.
—¿Te apetece una copa? —preguntó Bris.
—Sí, por favor. —se apresuró a contestar María con un suspiro nervioso mientras recorría el cuerpo del esclavo de arriba abajo.
—León, por favor. Dos Gyntonics.
—Sí, mi ama. —respondió él mientras se daba la vuelta y se dirigía al mueble bar.
—¿Cómo se consigue uno de esos? —preguntó su amiga mientras su mirada no se apartaba del culo de su esclavo— Ese chico esta cañón. No sé si se sigue diciendo así.
Tras un par de minutos el joven volvió con las dos copas. María no intentó disimular la mirada inquisitiva que lanzó al miembro de León, que aun estando totalmente relajado ya tenía respetables dimensiones.
—Y vaya tranca. —añadió mientras cogía el vaso de manos del esclavo.
Bris sonrió y cogiendo la correa de León le acarició los huevos con suavidad. La polla del joven se empalmó inmediatamente. María abrió mucho los ojos, pero no dijo nada. Era evidente que la herramienta de su marido no tenía las mismas dimensiones.
—Ahora, León, quiero que la hagas feliz. —dijo Bris al oído mientras soltaba la correa— Solo ha estado con un hombre en su vida, así que quiero que seas especialmente cuidadoso con ella.
El esclavo asintió y se acercó a su amiga mientras Bris se apartaba, se sentaba y los dejaba hacer.
León siguiendo las instrucciones de su ama acercó su cara poco a poco a la de María hasta que sus labios se tocaron. Se notaba a la legua que María estaba nerviosa, pero León la trató con suavidad agarrando a la mujer por el talle y dándole besos cortos y superficiales que fue haciendo cada vez más largos y profundos hasta que cuando se dio cuenta su amiga estaba agarrada al cuerpo desnudo de su esclavo mientras se lo comía a besos.
Dándose un respiró María apartó a León y respiró profundamente intentando calmarse un poco. Bebió el último trago del gintonic y empezó a juguetear con la cremallera de la falda.
—León, ayúdala. —ordenó Bris.
El esclavo asintió y se acercó a la mujer ayudándola a quitarle la falda. Las manos de León se deshicieron con facilidad de la prenda y aprovechó la maniobra para acariciar el culo y desplazar las manos por la suavidad de las medias que cubrían las piernas de su amiga. La mujer se estremeció y parecía que iba a decir algo, pero no parecía muy segura de lo que debía hacer.
—Adelante. Es tu esclavo dile que es lo que quieres y te lo dará. —la animó Bris.
—Yo... No sé si sabré... —dudó.
—Vamos, por una vez toma tu las riendas y decide lo que quieres. —la exhortó.
María dudó un instante. Estaba graciosa semidesnuda y con aquel gesto. Afortunadamente León intervino y la besó de nuevo sacándola de aquella inmovilidad. Su amiga se colgó del cuello de su esclavo y le devolvió el beso mientras se desbrochaba la camisa. Por fin dejó de pensar y cogiendo a león lo llevó hasta el sofá y se sentó abriendo las piernas. Con un gesto aun un poco dubitativo cogió la cabeza del esclavo y la hundió entre ellas.
León no se apresuró y comenzó a besar y a mordisquear el interior de los muslos de su amiga y fue acercándose poco a poco al sexo. Cuando los labios del esclavo se cerraron en torno a su vulva, María se encogió y soltó un largo gemido. Ahora María ya no le parecía graciosa. Bris notaba como estaba empezando a excitarse. Aun así no quería robarle el protagonismo y se limitó a sentarse en un sillón de lectura que había en una esquina del salón mientras observaba a los dos amantes.
En cuestión de dos minutos María estaba gimiendo y retorciéndose. Había perdido los zapatos y Bris podía ver a través de las medias como los pies de la mujer se encogían con cada lametón de León. Las manos del esclavo acariciaron las piernas y el corsé de su amiga hasta cerrase entorno a las copas que cubrían sus pechos. Con un tirón liberó los pechos pálidos y pecosos de maría y acaricio los pezones grandes y rosados de la mujer haciéndola jadear de placer.
María, cada vez más excitada, cogió las manos del joven y entrelazó sus dedos con los de él mientras movía su pelvis al ritmo de los lametones del esclavo.
—¡Vamos! ¡Más rápido!
León obedeció la lengua entró en su coño cada vez con más violencia hasta que María no pudo más y todo su cuerpo se estremeció de placer. La mujer cerró las piernas entorno a la cabeza de León mientras agitaba su pelvis descontroladamente y gritaba un largo "Síííííí" que retumbó en las paredes de la estancia.
León con habilidad se apartó para darle unos segundos a María para recuperarse. Bris sonrió al darse cuenta de que se estaba masturbando mientras veía a su amiga estremecerse. Esperaba que aquello no hubiese terminado porque estaba empezando a divertirse.
Tras un par de minutos se dio cuenta de que María aun no estaba satisfecha. Tras levantarse obligó al esclavo a hacer lo mismo y le dio la espalda. Con la mirada perdida en el fondo del salón comenzó a restregase contra la erección del esclavo que la agarró por la cintura, le abrió la blusa y comenzó a acariciar sus pechos y su pubis hasta que ella empezó a gemir de nuevo.
Con un movimiento rápido María se volvió a calzar los tacones y se agarró a la columna que sustentaba la escalera.
—¡Vamos! ¡Fóllame! —exclamó.
María estaba impresionante encaramada a aquellos tacones con la espesa melena rubia revuelta y todos los músculos en tensión esperando que León la asaltase. Su esclavo no se hizo esperar y se acercó a ella frotando de nuevo su erección contra aquel culo formidable y el interior de los titánicos muslos de la mujer, que hincaba las uñas en la columna mientras meneaba las caderas intentando atraer al joven a su interior. León se lo tomó con tranquilidad acarició el culo y los muslos de la mujer. Con lentitud tiró del tanga y lo bajó poco a poco hasta dejarlo a la altura de las rodillas de la bibliotecaria. María separó los talones y se inclinó un poco más para mostrar los labios de su vulva hinchados y enrojecidos.
En ese momento León le metió la polla hasta el fondo. María soltó un largo gemido de placer y se abrazó a la columna mientras el esclavo comenzaba a moverse dentro de ella con movimientos profundos y espaciados. Su amiga gemía y se agarraba estirando las piernas y poniéndose de puntillas para mantener el contacto con el suelo tras cada empeñón de su amante. Bris se puso en la piel de su amiga y se imaginó allí follando con un joven rebosante de energía tras años compartiendo cama con el mismo hombre y pudo imaginar la excitación y el placer que sentiría. La avalancha de sensaciones, el calor, la fricción, las ganas de gritar y soltar todo aquella frustración acumulada durante años. Bris colocó una pierna sobre el reposabrazos del sillón y deslizó la mano por dentro de su culote. Los dedos acariciaron su sexo y entraron en su vagina imitando el ritmo de los empeñones de León que se habían hecho más apremiantes.
—¡Más! ¡Más! ¡Más! —gritó su amiga entre gemidos.
El esclavo no se hizo de rogar y agarrándose a los generosos glúteos de su amiga le propinó una salvaje tanda de empeñones que acabó con un nuevo orgasmo de María.
Con un largo gemido su amiga se separó de León y observó la polla grande y erecta de León balancearse aun hambrienta.
—¡Madre de Dios! —exclamó— Cariño eres incansable.
Con una tímida sonrisa, León se acercó a la mujer y la besó antes de cogerla en brazos. María, sorprendida con la ligereza con la que portaba su respetable humanidad, echó la cabeza hacia atrás y acarició sus pectorales mientras el esclavo la llevaba al lado de la chimenea del salón y la depositada en una mullida alfombra. Las llamas envolvían en atractivos tonos dorados a los amantes. Sin darle tregua, su esclavo se tumbó sobre ella y comenzó masturbarla. No le costó mucho volver a despertar el deseo de María que de un empujón puso al esclavo boca arriba y se sentó sobre él.
En ese momento su mirada y la de Bris se encontraron. María sonrió y con el índice la invitó a acercarse. Bris apartó la mano de su sexo y se levantó sin prisa mientras su amiga la observaba acercarse.
—Dios no tenía ni idea de lo que lo necesitaba. —dijo ella sin dejar de mover sus caderas sobre la erección de León que se limitaba a esperar órdenes— Ayúdame con el corsé que me está matando.
Bris se arrodilló a espaldas de María y desabrochó los corchetes uno a uno. La piel marcada por las costuras de la prenda, quedó a la vista, caliente y sudorosa. Bris acarició y besó la espalda de su amiga antes de abrazarla y estrujar sus pechos. Tras unos instantes Deshizo el abrazo y permitió que la mujer se inclinase hacía adelante. Bris cogió la polla de León y tras darle un par de chupadas la introdujo en el coño de su amiga. María soltó un largo suspiro y comenzó a mover sus caderas disfrutando como una loca mientras ella se colocaba sobre la cabeza de su esclavo y le permitía que le chupase el sexo.
León no pudo evitar un ronco gemido y se agarró a las caderas de su ama. Bris sintió como su sexo ardía con las atenciones de su esclavo. María se movía y sonreía. Intercambiaron una mirada cómplice y llevadas por la magia del momento acercaron sus cuerpos y se besaron. María podía haber olvidado muchas cosas, pero no como besar. Sus labios apenas la rozaban mientras que su lengua la invadía y jugaba con su boca intensificando aun más su placer.
Cuando se dieron cuenta estaban saltando sobre León con todas sus fuerzas, gimiendo y besándose sin tiempo apenas para coger aliento hasta que el esclavo no pudo contenerse más y se corrió. El calor y el torrente de semen contenido durante días sorprendió a su amiga y la llevó hasta un nuevo y aun más intenso orgasmo. Mientras tanto Bris seguía moviéndose sobre su esclavo reclamando el suyo.
María sin embargo tenía otros planes y tirando de Bris la obligó a separarse de león y entrelazó sus piernas con las de ella haciendo la tijera. Su pubis estremecido y rebosante de semen chocó con el de Bris con violencia.
Bris sentía como todo su cuerpo ardía cada vez más excitado por el constante martilleo y las caricias y besos de su esclavo que al no recibir órdenes había optado por acariciar y lamer todo su cuerpo. El placer irradiaba de su sexo pero también de sus labios de sus costados, de los pezones. Cualquier sitió donde su esclavo le rozase la volvía loca de deseo.
El paso del tiempo pareció suspenderse y Bris se olvidó de respirar hasta que un brutal orgasmo la asaltó. Perdiendo el control sobre su cuerpo se estremeció y sus pies y sus piernas se contrajeron mientras las oleadas de placer llegaban, se estrellaban contra sus terminaciones nerviosas y estallaban hasta disiparse en una intensa resaca de plenitud y satisfacción.
Un par de minutos después lo tres yacían jadeantes sobre la alfombra en una confusión de brazos y piernas.
—¡Buf! Ha sido impresionante. —dijo su amiga aun no del todo recuperada— Gracias Bris, no sabes cuánto lo necesitaba.
—No me des las gracias, nena. —replicó ella— Yo lo he pasado tan bien como tú. No sabía que fueras tan buena amante. Tu marido tiene suerte.
—Ya lo creo. No haremos todas estas acrobacias, pero aun sabemos divertirnos. Esto ha estado bien, pero solo una vez cada veinte años. Quiero a mi José y no lo cambiaría por nada.
—Vaya. —dijo Bris fingiendo desilusión— Yo que creía que te tenía en el bote...
Las dos rieron y se tumbaron boca arriba. Mirando al techo. Bris mandó a León a preparar otros dos gyntonics y poner un poco de música.
Mientras tanto ellas quedaron hablando un rato. Cuarenta minutos después se habían dejado llevar por la modorra y dormían entrelazadas en un abrazo arrulladas por la música de Lenny Kravitz.