Rozando el Paraíso 31
Con un nuevo "Fuck You" Kathy le apartó, se arrodilló cogió su polla con las manos y echándose el sombrero hacia atrás, empezó a chuparla.
31
Los días pasaban y seguía sin saber cual debía ser el siguiente paso. Afortunadamente, León había tenido que marcharse de viaje y eso le había dado un poco de tiempo, aunque no sabía si sería suficiente. Ya se había adaptado a ser ella la que llevaba las riendas, pero a veces dudaba de si tenía suficiente imaginación para ser una ama adecuada. Hasta ese momento se había divertido viendo temblar de deseo a su esclavo, exhibiéndose ante él y enseñándole a controlar sus impulsos, pero ya estaba listo para pasar al siguiente nivel. Sin embargo antes de dejarle que la tocara tenía que someterle a una última prueba y esa precisamente la que aun no sabía en qué consistiría.
Al menos el trabajo le iba bien. —pensó mientras entraba en la biblioteca taconeando y levantando las miradas ansiosas de los bedeles del hall— El cabrón de Mauricio no la molestaba, de hecho desde hacía un tiempo ni le veía y no lo echaba de menos.
La que no dejaba de acosarla con sus preguntas era su amiga María. Cada vez que llegaba al polvoriento archivo le preguntaba sobre sus aventuras y a pesar de que Bris se moría por contárselas se sentía reticente, pensando que quizás podía cambiar la opinión que tenía de ella.
—Hola, ¿Qué tal? —preguntó en cuanto apareció por la puerta del ascensor.
—Bien, María. ¿Y tú?
—Repasando el trabajo de hoy. —respondió la mujer suspirando.
—No parece haber mucho. —dijo Bris echando un vistazo al listado de pedidos.
—Sí, me temo que me voy a aburrir... otro día.
—Te noto un poco baja. ¿Estás bien? —le preguntó preocupada.
—Sí, cariño. —se apresuró la mujer a responder— Gracias por preocuparte, pero es que me siento un poco hastiada. El trabajo es siempre lo mismo y luego llego a casa con mi marido y me encuentro más de lo mismo. Amo a mi chico, pero de vez en cuando me gustaría que me sorprendiesen, ya sabes. No hace falta que sea nada fuera de lo común un fin de semana en un hotelito, una cena con final feliz... ya me entiendes.
Bris miró a su compañera. La entendía perfectamente. Antes de conocer a Orlando su vida era así de monótona y carente de alicientes. La única ventaja era que ella tenía los libros para consolarla. A María también le gustaba leer, pero no tenía la misma relación de amor con ellos que Bris. Y precisamente porque la entendía sintió un intenso deseo de ayudarla. Fue entonces cuando una idea fue forjándose en su mente. Con la mirada pensativa se alejó de su compañera y se dirigió a su mesa, donde una primera edición de Pérez Galdós aguardaba sus cuidados.
Durante el resto de la jornada pensó como abordar a su amiga sin que se escandalizara o se enfadara con ella. Mientras pegaba hojas y limpiaba moho y restos de humedad reflexionó sobre la manera más adecuada de proponerle aquel juego.
Cuando llegó el fin de la jornada cogió a su amiga por el brazo y la llevó a comer a un restaurante cercano. La mujer, pensando que Bris solo quería animarla un poco, accedió a dejarse invitar a comer sin que tuviese que insistir demasiado.
Había elegido aquel restaurante por la comida sencilla pero sabrosa y el precio ajustado del menú, pero sobre todo por el ambiente reservado. No todos los clientes sabían que el antiguo edificio tenía un sótano fresco y acogedor. Cuando se sentaron a una de aquellas mesas de madera maciza, llenas de muescas y con el barniz oscurecido por el tiempo, solo había dos personas más comiendo en el otro extremo de la estancia.
—Qué sitio más peculiar. ¿Cómo lo descubriste? —preguntó su amiga después de elegir el menú.
—Por casualidad. Un día que salí tarde del trabajo. No me dio tiempo para comprar nada para cenar y entré. El piso de arriba estaba lleno y estaba a punto de irme cuando un camarero me dijo que aquí abajo había una mesa libre. Ahora vengo de vez en cuando, sobre todo las tardes de calor como estas.
—Lo entiendo, aquí se está de fábula. Gracias, Bris. No sabes cómo lo necesitaba.
—La verdad es que últimamente te veo un poco aburrida. —empezó Bris a tantearla.
—Bueno, como ya te he dicho. Mi vida se está volviendo un poco monótona. Hago lo mismo día tras día y Carlos... Es Carlos. No tengo nada contra él. Le quiero mucho, pero a veces me gustaría que fuese un poco más lanzado. Parece que lo deja todo para la jubilación y mientras tanto espera viendo el fútbol en calzoncillos y eso cuando no está trabajando.
—¿Y el sexo? —aventuró Bris.
—Bueno, no está mal. A pesar de estar chapado a la antigua Carlos se esfuerza y lo pasamos bien, aunque ya nos tenemos más que vistos. Como podrás entender la chispa hace tiempo que pasó.
—Lo entiendo. Quizás lo que necesitas es tener una aventura. Echar una canita al aire.
—¡Ja! ¡Ja! Eso mismo. —respondió la mujer con ironía— La doctora Briseida me receta un jovencito musculoso con una verga de veinticinco centímetros para acabar con mi hastío. Mírame cariño. No soy como tú, soy una cincuentona entrada en carnes, no creo que ningún hombre relativamente atractivo se interesase por mí y para follar con alguien que no me ponga en órbita prefiero a mi Carlos.
—¿Y si te dijese que tengo la solución? —preguntó Bris con una sonrisa maliciosa.
—¿Me estas invitando a una de esas retorcidas sesiones de sexo con tu nuevo novio? —replicó maría arqueando las cejas con escepticismo— No es que no agradezca tu oferta, pero el que lea novelas subiditas de tono, no quiere decir que me guste que persigan una docena de enanos con látigos y enormes pollas erectas.
Bris no pudo evitar reír ante la ocurrencia de su amiga. La verdad era que sería una visión realmente divertida. Realmente quería a esa mujer y deseaba que pasase un buen rato. Así que insistió.
—La verdad es que no había pensado en eso, en realidad harías lo que tu quisieses.
—¿Cómo? —preguntó María confusa.
—En realidad ahora soy una ama. Lo que quiero es que te folles a mi esclavo. Hará lo que tú quieras.
Su amiga la miró intentando pensar si aquello iba en serio. Bris no pudo evitar imaginar lo que María estaba pensando, sus dudas, sus deseos, sus temores...
—Agradezco la intención, pero no creo que le resulte atractiva a tu esclavo, además
—Si es por mi chico, no te preocupes. No deberías de tenerte en tan baja estima. Puedes estar un poco gordita, pero ya me gustaría tener ese cutis cuando tenga tu edad. Con un poco de maquillaje y el vestido adecuado seguro que estás muy atractiva. Estoy segura de que León se desvivirá por hacerte sentirte en el séptimo cielo.
—¿Y si no lo haces lo castigarás? —preguntó la mujer con una sonrisa.
—Por supuesto, o mejor aun te dejaré a ti hacerlo.
Ambas rieron a carcajadas unos segundos antes de darse cuenta de que estaban siendo el centro de atención. Conteniendo la risa miraron a su alrededor unos segundos antes de que su amiga plantease el principal escollo.
—Todo eso está muy bien, ¿Pero qué pasa con mi marido? Quiero a Carlos y no quiero traicionarlo.
—¿Nunca le has sido infiel? —preguntó Bris.
—Ni se me ha ocurrido. Le quiero mucho y por nada del mundo querría hacerle daño.
—Esto no consiste en hacerle daño a tu marido. Consiste en darte un homenaje. Lo necesitas. Y si él no se entera, y puedes estar segura de que no lo va a hacer no le va a hacer daño. Solo va a ser una vez. Una aventura emocionante que recordar cuando estés baja de moral. Ya me entiendes. Son las típicas cosas que te gustaría hacer antes de morir. Escalar una montaña, escribir un libro, cepillarte un joven veinteañero de pelo largo y castaño y unos enormes ojos verdes.
En ese momento llegaron los postres. María hundió la cucharilla en su crema de limón pensativa. Bris no la apuró y la dejó que tomase su propia decisión. Lo último que quería era perder a la mejor amiga que tenía.
—No tienes porque decidirte ya. —la tranquilizó— Piénsalo y cuando estés preparada solo tienes que decírmelo.
Orlando se levantó con la sensación de que por primera vez desde que Bris se había ido aquella mujer no había ocupado todos sus sueños. Quizás fuese su nueva esclava o que realmente había descubierto una nueva faceta del sexo aun por explorar. Incluso las nuevas actividades que le había encargado el consejo, le impulsaban hasta cierto punto a seguir hacia adelante.
Se vistió apresuradamente y acababa de desayunar justo cuando llegaron los operarios. Eran caros, pero su trabajo era de primera y además se podía confiar en su discreción. Se los había recomendado uno de los miembros del consejo. Tras las presentaciones les llevó al sótano y mientras les enseñaba la estancia les hablaba de lo que quería que hiciesen. Los dos hombres se limitaron a tomar nota y no hicieron preguntas hasta que Orlando terminó de hablar. Con sus medidores láser tomaron nota de las dimensiones del gimnasio y del pequeño armario y solo entonces el más alto se volvió para preguntarle:
—¿Cuántos años tiene este edificio?
—No lo sé exactamente. Pero los documentos más antiguos que poseo de él datan de la década de 1760.
El hombre miró una de las paredes, se rascó la cabeza y tras mascullar algo para sí, cogió un pesado martillo del cinturón y golpeó la pared con fuerza. Cuando la nube de yeso se despejó Orlando miró con aprensión, preguntándose si habría tomado una decisión acertada. El obrero ignorándolo dio la vuelta al martillo y hundió la parte dedicada a arrancar los clavos en el agujero y haciendo palanca pegó un tirón.
El hombre debía tener una fuerza descomunal, porque al primer intentó arrancó un trozo de pared de algo menos de un metro cuadrado.
—Lo que me imaginaba. —dijo el otro acercándose y mirando dentro del boquete— Tanto las paredes originales, como probablemente el suelo son de piedra. Concretamente cantos rodados. Esto va a quedar muy bien. Sí señor. —sentenció con aire satisfecho mientras le mostraba a Orlando la sección de piedras cuidadosamente colocadas que habían quedado a la vista.
Orlando se asomó, un fuerte olor a humedad y a moho emanaba del agujero. Las piedras estaban oscurecidas por la humedad y el tiempo, pero él también podía ver las posibilidades que tenía aquel lugar. Mientras los dos hombres se alternaban a la hora de describir lo que iban a hacer, se iba imaginando como iba a quedar la estancia. No pudo evitar que una oleada de emoción lo embargase.
En cuanto les dio el visto bueno se pusieron manos a la obra y Orlando tuvo que abandonar el sótano apresuradamente antes de que la nube de polvo le alcanzase. Mientras subía las escaleras le asaltaban flashes de su esclava atada, desnuda, con aquellos ojos enormes abiertos de par en par en gesto de miedo, los churretes de rímel recorriendo sus mejillas y el cuerpo enrojecido y sudoroso... Cuando llegó arriba estaba totalmente empalmado. Necesitaba echar un polvo y Celeste estaba trabajando. De todas maneras no era una esclava exactamente lo que necesitaba. Dejó a los obreros armando escándalo en el sótano y salió a la calle. A pesar de ser poco más de las once de la mañana el tiempo no daba tregua. Cagándose en el primo de Rajoy se puso las gafas de sol cruzó la calle y entró en el parque. El follaje de los arboles creaba una cúpula sobre él que le daba sombra y refrescaba el ambiente, pero a pesar de que deseaba quedarse vagando por allí, la posibilidad de un incómodo encuentro con Bris le disuadió.
No es que temiese encontrarse con ella, de hecho lo deseaba. Pero quería hacerlo en condiciones controladas, en el Club dónde él tenía cierto poder aunque no desease ejercerlo sobre ella.
Siguió caminando y salió del parque en dirección a la parte vieja de la ciudad. A pesar de que no era lo mismo, las calles estrechas también proporcionaban sombras y una ligera brisa proveniente del río que corría un poco más abajo ayudaba a combatir el intenso calor. Evitando las zonas más representativas de la ciudad, que a esas horas ya estaban atestadas de turistas, se dirigió cuesta arriba hacía una pequeña plaza que estaba ya casi fuera del casco histórico. En el centro, una estatua de bronce dedicada a un conde, salvador de la ciudad, cuyo nombre nunca recordaba, vigilaba la terraza de un bar que no había sucumbido a la tentación del dinero fácil de los turistas y ofrecía unos productos y un servicio de calidad aunque eso quisiese decir que no era nada barato.
Cuando se sentó no había más que tres mesas ocupadas con gente del barrio. Se sentó y esperó. Con suficiente paciencia siempre aparecía alguien interesante. Pidió una copa del excelente vermut de la casa y se sentó a esperar.
Cerró los ojos y simplemente se dedicó a saborear el vermut y dejar que el bullicio de la ciudad colmase sus sentidos. Entre el ruido lejano de la gente y el tráfico, un rápido taconeo llamó su atención. Cuando abrió los ojos vio una joven con un vestido de flores, un sombrero de vaquero y unas botines de piel, parada delante de la estatua del conde desconocido.
No era del todo su tipo. Demasiado joven y demasiado... vulgar con aquel sombrero que le quedaba algo grande y mascando chicle con la energía de un jugador de beisbol en pleno partido. Pero cuando se volvió hacia él la cosa cambió. Aquel rostro terso y juvenil que no necesitaba apenas maquillaje para destacar llamaron de nuevo su atención.
La mochila y la botella de agua que llevaba en una mano y el mapa que llevaba en la otra, no hacían sino confirmar que era una turista, que probablemente por despiste, había acabado allí. La joven rodeó la estatua y le hizo una foto con su móvil antes de darse la vuelta y reparar en él. Inmediatamente vio en aquellos ojos una mezcla de sorpresa e interés. Orlando no se cortó y le devolvió la mirada recorriendo aquel cuerpo joven y turgente. La joven sonrió con suficiencia, escupió el chicle en una papelera y se dirigió hacia la terraza. La observó acercarse sin disimulo. Era bastante bonita con el pelo rubio, casi blanco escapando de debajo del sombrero, una cara morena y redonda con una nariz pequeña, unos labios gruesos y unos ojos azules que destacaban en aquella tez muy bronceada.
—¿Esta... plasa? —dijo la joven tomándose su tiempo para rebuscar en su cerebro las palabras adecuadas— No está en el plano...
—Precisamente por eso estoy aquí. —respondió él mientras llamaba al camarero— ¿De dónde eres?
—Montana. —dijo la joven con un marcado acento americano— ¿Y ese hombre? —preguntó señalando la estatua.
—Ni pajolera idea. Yo solo estoy aquí por las vistas. —respondió Orlando mirando al escote de la joven.
—¿Payolera? —preguntó ella riendo mientras tecleaba furiosamente en el móvil.
Orlando no tenía ganas de hacer una larga explicación y dejó que la joven lo averiguara por si misma mientras echaba un par de tragos a su bebida. La joven finalmente pareció encontrar el resultado y sonrió.
—Soy Kathy. —dijo posando el móvil en la mesa y alargando la mano.
Orlando se la estrechó y la mantuvo unos segundos más de lo necesario mientras se presentaba a su vez. La chica le miró con ojos maliciosos y él respondió recorriendo una vez más su cuello y su escote con los ojos y se detuvo unos segundos más observando cómo los pechos de la joven tensaban la fina tela del vestido floreado.
Con una sonrisa la invitó a sentarse y llamó al camarero. La joven pidió una cerveza y desdeñando el vaso cogió el botellín helado y se lo llevó a los labios. Orlando no pudo evitar imaginar que aquella botella fuese su verga. Observó moverse la garganta de la joven mientras se tragaba la mitad del contenido de un solo trago. Cuando terminó dejó el botellín sobre la mesa y ahogó un eructo.
—¡Qué buena! —dijo con un acento medio anglosajón, medio mejicano.
—Hablas muy bien el español. —la halagó.
—¿A que sí? Lo aprendí en Méjico. Mi padre era director de Coca Cola en Tijuana. —respondió— ¿Eres de aquí?
—Sí, vivo un poco más abajo. —respondió sin tratar de especificar.
—Entonces conocerás los sitios más escondidos de esta ciudad, los que los turistas normales no conocen.
—Algunos. —respondió lacónicamente mientras apuraba el vermut.
—Quizás me podrías enseñar algunos de esos sitios. Los más oscuros y ocultos. —le pidió la joven aplicando los labios al gollete mientras miraba a Orlando de manera inequívoca.
Orlando no se hizo de rogar dejó el dinero de la cuenta sobre la mesa y se levantó tendiendo la mano a la joven para ayudarla a levantarse. Kathy la agarró con fuerza. Tenía la mano fresca y aun húmeda de asir el botellín de cerveza.
En cuanto estuvo de pie, Orlando no la soltó y la guio fuera de la plaza hacia la derecha, hacia el antiguo barrio de los curtidores. Aquel lugar no tenía el atractivo del la ciudad vieja. Las calles estrechas y empinadas y el empedrado irregular no ayudaban, con lo que estaba casi desierta a aquellas horas de la mañana. Tiró de la joven por unas escaleras de piedra que llevaban a una callejuela estrecha que había usado más de una vez. En cuanto estuvo a la sombra y lejos de miradas curiosas se giró y la besó. La joven, que no se lo esperaba, al principio se sorprendió, pero casi inmediatamente colgó los brazos de sus hombros y el devolvió el beso con urgencia. Orlando no se detuvo ahí y empezó a recorrer aquel cuerpo rotundo con sus manos, explorando todos sus recovecos y provocando la excitación de la turista.
Con un movimiento rápido, la cogió por el talle y la guio al fondo del callejón aparentemente sin salida que tenía a uno de los lados un oscuro portal. Llevando a Kathy prácticamente en volandas se introdujeron en un estancia fresca y silenciosa a excepción del rumor del agua corriendo.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la sombra la joven pudo ver una enorme estancia cuadrada, con el techo en forma de cúpula y cuya superficie, en su mayoría, estaba ocupada por tanques excavados en la piedra llenos de agua a distintos niveles. El agua corría entre ellos hasta desaparecer por un sumidero en uno de los laterales. La única fuente de luz era una gran lumbrera en el techo.
—¿Qué es este lugar? —preguntó la joven con la atención desviada de Orlando por unos instantes.
—Era una curtiduría. Data de la edad media, pero al parecer estuvo funcionando prácticamente de la misma manera hasta principios del siglo XX en que se generalizaron los procesos industriales para tratar y teñir pieles. —respondió a Orlando acorralando a la joven contra una de las columnas que de piedra que apuntalaban el techo.
La joven pronto se olvidó de dónde estaba y excitada apretó su cuerpo contra él. La besó de nuevo, un beso sucio y apresurado. Sus lenguas chocaron y se entrelazaron el sabor a vermut y a cerveza se mezclaron en ambas bocas aumentando su excitación. Con un empujón la joven lo obligó a retirarse mientras se soltaba el lazo que cerraba la parte delantera del vestido mostrando su cuerpo desnudo salvo por un escueto tanga. Orlando se quedó quieto observando los pechos grandes y turgentes, los muslos gruesos y el bulto que hacía el pubis en el leve tejido del tanga.
Orlando dio un paso hacia ella y agarrándola por el cuello la obligó a besarle. La joven fingió resistirse unos instantes antes de devolverle el beso. Las manos de Orlando se deslizaron por debajo del vestido de la joven y enlazaron su cintura mientras sus labios bajaban por la mandíbula y el cuello de Kathy que suspiró excitada. No quería que la joven se relajase así que antes de que creyese que tenía el control la volteó y la empujó contra la columna. Levantando la falda del vestido apartó la tira del tanga de la joven y cogiéndose la polla se la metió a la joven de un golpe.
—¡Fuck you! —exclamó sorprendida.
Orlando la cogió por el pelo y la obligó a mirarle a los ojos mientras empezaba a empujar dentro de ella. Kathy resopló y gimió quedamente mientras sentía como la polla de Orlando la perforaba cada vez con más intensidad. La joven temblaba y se estremecía aumentando su placer. Orlando mordisqueó su cuello a la vez que deslizaba las manos por su culo y sus pechos acariciando, apretando y pellizcando con suavidad.
Dándole la vuelta, obligó a la joven a apoyarse contra el mohoso muro de piedra y a separar las caderas del muro. Orlando se tomó unos segundos de tregua mientras acariciaba los pechos de la joven que separó las piernas mientras gemía invitándole a entrar de nuevo.
Orlando, en cambio, bajó las manos y exploró su sexo con ellas, acariciando su vulva y metiendo los dedos en su vagina buscando el punto g. Cuando lo encontró empezó a masajearlo e inmediatamente los gemidos se convirtieron en jadeos. Cuando se dio cuenta, la joven movía espasmódicamente sus caderas víctima de un orgasmo. Aun estremecida la penetró de nuevo. Esta vez la asaltó con empujones salvajes, prolongando aun más su placer. Con un nuevo "Fuck You" Kathy le apartó, se arrodilló cogió su polla con las manos y echándose el sombrero hacia atrás, empezó a chuparla. Esta vez era él el que se estremecía con los labios gruesos y dulces de la joven cerrados en torno a su miembro chupando con fuerza. Con una sonrisa, la joven se apartó. Un grueso cordón de saliva aun les tenía conectados. La chica lo cogió con los dedos y lo paladeó antes de envolver la polla de Orlando con ellos y volver a chupar con fuerza. A punto de correrse, Orlando comenzó a acompañar los movimientos de la cabeza de la joven con sus caderas hasta que no aguanto más y se derramó dentro de ella. Kathy siguió chupando con fuerza hasta apurar la última gota de su leche.
Cuando terminó, aun de rodillas, se separó y dejó escurrir el semen de su boca, que cayó entre sus pechos. Orlando la ayudó a levantarse y le acarició los pechos mientras la besaba de nuevo saboreando su propia semilla. Satisfechos se apartaron y se colocaron la ropa antes de salir del callejón y tomar cada uno su camino.
Este relato consta de 39 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días.