Rozando el Paraíso 30

Orlando deseaba a su esclava con desesperación. Colocando su polla entre los cachetes de la joven comenzó a frotar su erección contra la piel irritada de sus glúteos. Celeste respondió meneando el culo todo lo que las ataduras y las mordazas le permitían.

30

Había pasado casi una semana y Bris seguía provocando a su esclavo. León había aprendido a obedecer todas sus órdenes, pero aun no le había dejado tocarla. El esclavo parecía aceptarlo, pero por la forma en la que le miraba, sabía que cada día estaba más excitado. Algún día que se le había hecho tarde con sus juegos y había decidido quedarse a dormir, él durmió en el suelo, a los pies de su propia cama, con el collar que le había comprado como única vestimenta.

Ahora volvía de una larga jornada de trabajo y estaba excitada solo pensando en seguir provocando y torturando a su esclavo. Lo estaba haciendo bastante bien y no tardaría en tener que darle una recompensa, por eso cada vez disfrutaba más con la perspectiva.

Abrió la puerta de la casa y se encontró con que León ya le esperaba detrás de la puerta, desnudo salvo por un collar y con la correa en la mano para ofrecérsela. Ella la cogió dando un suave tirón hasta que sus rostros quedaron a escasos centímetros el uno del otro.

—¿Me deseas?

—Más que nada en el mundo, mi ama. —se apresuró a responder él.

—¿Y crees que ya estás preparado para compartir mi lecho?

—No lo sé. Yo solo soy un esclavo, mi ama. Es mi ama la que tiene que decidirlo.

—Buena respuesta. Vamos, quiero quitarme esta ropa sudada. —dijo tirando de la correa para animar a su esclavo a seguirla.

En cuanto entraron en la habitación ella se puso de espaldas al esclavo.

—¿A qué esperas? ¡Desnúdame! —le ordenó acabando con las dudas de León.

—Sí, ama. Perdón, mi ama.

Con todo el cuidado del que fue capaz le quitó la chaqueta del uniforme de trabajo y la dobló antes de ponerla sobre un estante. A continuación se puso frente a ella y comenzó a desabrocharle la blusa. Su manos temblorosas resbalaban en los botones y en una ocasión el dedo se coló y le rozó uno de sus pechos. Su reacción fue inmediata en forma de un doloroso tirón.

—Con cuidado. Aun no te he autorizado a que me toques. —Bris no dejó de notar como su esclavo se había empalmado con aquel fugaz roce y tuvo que darle un correazo.

León se disculpó y continuó peleándose con los botones unos segundos. Cuando terminó tiró de la blusa para sacarla de debajo de la falda del uniforme. Durante unos segundos el esclavo se quedó hipnotizado por los pechos de Bris encerrados en un sujetador color crema profusamente bordado. Solo un correazo le sacó de aquel estado.

Volviendo en sí como de un sueño, le bajó la falda del uniforme y esta vez, recurriendo a toda su fuerza de voluntad no se quedó congelado cuando vio el tanga a juego con el sujetador que dejaba vislumbrar la pequeña mata de pelo que cubría el pubis de Bris.

—Vamos. No tengo todo el día y recuerda que no debes tocarme.

Destrabar el sujetador fue más rápido de lo que pensaba y luego León cogió con sumo cuidado las tiras del tanga y tiró de ellas hacia abajo. Bris sintió el rostro del esclavo a pocos centímetros de de su culo y tuvo que reprimir el instinto de retrasarlo. Aun no era el momento.

—Buf. Hoy ha hecho un calor del demonio. Estoy bañada en sudor. —dijo recogiendo una lágrima de que corría por su axilas.

Sostuvo la lágrima en el hueco de la uña y la miró aparentemente ausente. Cuando se volvió a su esclavo vio como este la miraba con un gesto de ansia en el rostro. Sonriendo acercó la uña a León. Las aletas de la nariz del esclavo se dilataron y aspiró el aroma con fruición. Inmediatamente su polla se puso erecta de nuevo. Era como un animal y Bris podía percibir como luchaba para controlarse. Bris se acercó aun más y cogiéndose la melena se la levantó mostrando pequeños regueros de sudor que corrían por sus axilas, su cuello y entre sus pechos. La polla de León se estremeció de nuevo e inconscientemente el esclavo acercó la cabeza hasta el punto de que hubiese terminado tocándola de no ser por el tirón que le dio a la correa y le devolvió a su sitio.

—¡Cuidado! Un esclavo debe controlase en todo momento y solo desatar sus instintos cuando su amo se lo permite. —dijo subrayando sus palabras con un correazo.

El esclavo estaba tan excitado que la mordedura del cuero en su carne solo hizo que excitarlo un poco más. Ya no sentía dolor, solo sentía un intenso ardor. Entonces se dio cuenta de que también ella estaba excitada. Aquellas miradas tan intensas también habían hecho mella en Bris. La diferencia era que ella no tenía porque reprimirse. Bajando los brazos dio dos pasos atrás y se sentó en la cama con las piernas ligeramente abiertas.

Mirando a su esclavo comenzó a acariciarse el pubis con movimientos  lentos y circulares. León tragó saliva, pero se mantuvo quieto.

El placer comenzó a recorrer su cuerpo. Bris desvió la mirada al techo y siguió masturbandose cada vez con más intensidad. A punto de correrse se dio un respiro y volvió a mirar al esclavo. Con un dedo le hizo signos de que se acercase. León se acercó con el rostro esperanzado, pero cuando estaba a punto de tocarla le paró y cogió la correa. Dándose la vuelta, se puso a cuatro patas y comenzó a pasarse la correa de cuero entre sus piernas. Enrollándola entre sus dedos comenzó a masturbarse con ella cada vez más deprisa. Esta vez no se contuvo. Gimió y jadeó mientras se apuñalaba el sexo con los dedos, cada vez más rápido, hasta que no aguantó más y se corrió con un grito.

Cuando volvió a la realidad se giró hacía su esclavo. Su polla se balanceaba erecta y un poco ridícula en aquel cuerpo delgado y fibroso. Relamiéndose como una gata satisfecha, se levantó de la cama y se acercó a León. Mirándole a los ojos se metió los dedos en la boca, saboreando su propio orgasmo. En ese momento alargó la mano y acarició un instante el pene de el esclavo. Funcionó mejor de lo que ella esperaba. Con un gemido y un gesto de vergüenza el esclavo se corrió regando su muslo con varios gruesos cordones de esperma.

—¿Ves lo que has hecho? —fingió indignarse— Límpialo ahora mismo.

El esclavo hizo el gesto de adelantar las manos, pero ella se lo impidió con un correazo.

—Con las manos no, con la lengua. No quiero que quede nada.

Se notaba que nunca había probado su propia leche. El esclavo acercó la boca, pero aun dudaba.

—¿Acaso piensas que está bien que mujer se trague tu semen mientras que a ti te parece asqueroso? —le preguntó dándole un nuevo correazo al esclavo en la espalda.

Esta vez el joven no lo dudó y comenzó a lamer su muslo hasta que no quedó nada. Como recompensa dejó que León siguiese internándose entre sus muslos y lamiendo el resto de los flujos de su orgasmo hasta que al notar que volvía a excitarse lo apartó y se dirigió a la ducha.

El esclavo estaba casi preparado. Solo faltaba una prueba aunque aun no sabía cuál era.


—Tengo que  reconocer que la subasta fue un éxito. —dijo el decano del consejo— Hacía tiempo que el Club no estaba tan lleno.

Ahora que era un miembro permanente del consejo del Club, Orlando se veía obligado a asistir a aquellas reuniones. Unas reuniones tediosas y que normalmente no consistían nada más que en revisión de cuentas, mantenimiento del edificio y sus instalaciones, admisión de nuevos socios y todo tipo de aburridas tareas. Probablemente hubiese renunciado de no ser por las ventajas que conllevaba el cargo. No necesitaba reservar habitaciones, podía presentarse con cualquier persona sin la autorización de nadie y todas las novatas y novatos tenían la obligación de servirle en cualquier circunstancia y este último privilegio sobre todo era el que más le atraía, porque a pesar de llevar solo unos pocos días con la nueva esclava sabía que pronto se cansaría de ella.

—Por eso nos gustaría que organizases de vez en cuando eventos de este tipo. —continuó el decano.

—No sé, la verdad es que es mucho trabajo. —intentó disculparse.

—Bueno, no hace falta que sean todas las semanas, ni tan complejos. Entendemos que esto no es un trabajo y por tanto solo le puedes dedicar una parte de tu tiempo.  —intervino una mujer delgada de mediana edad que no había visto en anteriores reuniones— Por ello hemos pensado hacerlo una vez cada dos meses más o menos y podrás contar con la ayuda de alguno de los miembros del consejo y por supuesto de cualquiera de los candidatos a miembro del Club.

Sabía que no tenía salida y se limitó a asentir con la cabeza. Aquello pareció complacer a todo el mundo menos a él. A pesar de que tenía algunas ideas, el trabajo que le había llevado organizar el desfile le había dejado extenuado.

Tras el corto paréntesis, las discusiones volvieron a centrarse en la renovación de la fontanería de las cocinas y Orlando rápidamente perdió el  hilo. Su mente derivó unos minutos antes de centrarse en los días pasados con la nueva esclava. Era hermosa y se había divertido con ella... al principio, pero era demasiado... ¿Cómo decirlo...? Aquella mujer era demasiado complaciente. Nada de lo que le exigía parecía contrariarla. Era verdad que Bris también había cumplido todas sus órdenes, pero a veces podía sentir que lo hacía solo por complacerle sacrificando sus propias preferencias. A Celeste sin embargo le parecía bien cualquier cosa que le propusiera. Eso le había llevado a ser cada vez más violento con ella. Entonces disfrutaba, sí, y mucho, pero para mantener el interés por la joven tenía que ir siempre un poco más allá. Eso le hacía preguntarse si alguna vez encontraría la mujer que le hiciese olvidarse de Bris. En todo caso, sabía que aquella joven pelirroja no lo era. Terminaría por deshacerse de ella, pero mientras tanto trataría de convertirla en una buena esclava y conseguirle el amo adecuado.

—Bien, si eso es todo, propongo dar por terminada la reunión del consejo. —interrumpió el decano sus pensamientos— Como siempre, en el salón principal los candidatos y algunos miembros de pleno derecho nos servirán unos refrigerios.

Orlando siguió al resto de los miembros. Tal como le había indicado, Celeste estaba al lado de uno de los sofás orejeros que estaban colocados en circulo en torno a una mesa redonda de dos metros de radio. Orlando cogió la correa de Celeste y se sentó. La joven estaba espectacular con un diminuto conjunto de seda púrpura, unos zapatos de tacón negros con la suela roja, la melena recogida en un apretado moño y la cara maquillada con tonos oscuros que agrandaban y hacían destacar sus enormes ojos azules.

Con un tirón la obligó a ponerse a cuatro patas delante del sofá y la uso de escabel, apoyando lo pies sobre su espalda. Ella afianzó las manos para aguantar el peso y susurró un "gracias amo".

Algunos miembros del consejo tomaron nota y llamaron a algunos de los candidatos para hacer otro tanto. Enseguida el resto de esclavos se acercaron a preguntar a los miembros del consejo lo que deseaban. Salvo el decano que optó por un refresco el resto tomaron vino o combinados. Solo él optó por una copa de coñac.

Dos minutos después alguien se acercó y le sirvió la copa. Mientras tanto una pareja del Club se había subido a la mesa y estaba besándose. Orlando los observó unos minutos. Ella era bastante bonita, pequeña y muy morena con el pelo muy rubio, como si hubiese pasado el verano surfeando en alguna playa tropical. El era alto y muy delgado y  tenía una manera de mirar un poco miope. Aun así hacían buena pareja y no tardó en interesarse en el dúo, que ajenos a todo, ya se habían sentado en la mesa y follaban hechos un ovillo.

Cogiendo la copa en la palma de la mano la meció suavemente dejando que el líquido espirituoso adquiriese su temperatura. Acercó la copa a la nariz y aspiró. Un aroma a roble y a cuero viejo invadió sus fosas nasales mientras observaba como la mujer, a cuatro patas, aguantaba en medio de quedos suspiros los embates del considerable miembro de su amante. Con el rabillo del ojo observó a su esclava que tal como esperaba mantenía la vista al frente y trataba de mantenerse lo más quieta posible, a pesar de que el peso de sus piernas comenzaba a cansarla.

Orlando bebió un trago. Un calor abrasador y a la vez reconfortante corrió por su garganta. En ese momento uno de los miembros del consejo se levantó y acercándose a la joven se bajó la cremallera de los pantalones y le mostró su polla aun no del todo erecta. La joven, consciente de su deber cogió la polla con una mano y comenzó a chuparla con fuerza. En pocos segundos el consejero estaba gimiendo. Una gruesa gota de sudor corría por su sien. Ajeno a lo que ocurría un poco más abajo, observó correr aquella gota poco a poco, llegar a la mandíbula perfectamente apurada y correr por el borde hacia la barbilla, hasta que un brusco movimiento del hombre al correrse en la boca de la joven, hizo que esta saliese despedida y cayese sobre la espalda de la mujer, para ir a mezclarse con su propio sudor y el del amante que seguía penetrándola sin descanso. No sabía muy bien por qué, pero aquella visión le había excitado especialmente. Apurando el resto de la copa de un trago, se disculpó con los presentes y se levantó.

Celeste ya había aprendido las órdenes y al sentir el tirón suave hacia adelante y no hacia arriba siguió a su amo a gatas. No pocos de los presentes observaron el culo de su esclava balancearse mientras le seguía mansamente. Después de un cuarto de hora aguantando su peso se pudo imaginar el dolor que sentiría la esclava en las rodillas. Aun así la hizo desfilar de aquella manera por la sala común a pesar de que no había casi nadie y se dirigió a una de las habitaciones para disponer de un poco de intimidad.

En esa ocasión no la escogió al azar. Guio a su esclava a una de las más alejadas. Con una gruesa puerta de madera de doble hoja que daba una idea de lo que esperaba en el interior. La esclava le siguió mansamente y entró a cuatro patas en la oscura mazmorra. Al ver el potro, las cadenas colgando del techo y el resto del mobiliario la joven se estremeció ligeramente.

—¿Tienes miedo? —le preguntó.

—No, mi amo. —mintió ella sin pensar.

Orlando lo estaba esperando e inmediatamente la castigó con la correa. La joven gritó a la vez que una delgada línea roja recorría su culo y su amo se empalmaba. La sensación de poder fue embriagadora. La esclava se mordió los labios, pero no pudo evitar gritar de nuevo cuando un nuevo correazo cayó sobre su culo. Inclinándose, Orlando acarició la laceración que interrumpía aquella superficie pálida y suave. La joven esclava se estremeció y miró a su amo como una perra fiel.

De un tirón de correa, la obligó a levantarse y la llevó al centro de la habitación. Con dos movimientos rápidos le soltó el sujetador y le arrancó el tanga. La esclava se quedó quieta mientras él observaba la mata de pelo que cubría su pubis. Hundió la mano en aquel pequeño triángulo rojo y acarició y jugó con aquellos rizos antes de pegarles un fuerte tirón. Celeste, que ya se había relajado, pegó un nuevo grito. Orlando fingió indignación y sin contemplaciones le metió los restos del tanga en la boca. La esclava emitió un sonido ahogado y respiró profundamente por la nariz mientras se dejaba llevar hasta unas cadenas que colgaban del techo.

—¡Quítate los zapatos! —le ordenó.

La joven se deshizo de los zapatos y balbuceó algo. Orlando no hizo caso, ajustó los cierres de los extremos a las muñecas y luego tiró del otro lado de las cadenas hasta que se aseguró de que la joven solo tocaba el suelo con la punta de los dedos.

A continuación giró a la joven de manera que quedase de cara hacia una mesa donde se acumulaba una bastante completa colección de instrumentos entre los que había látigos, espuelas, fustas, consoladores, espéculos y mordazas entre otros. Dejó que la joven los observara un rato en aquella incómoda postura y disfrutó viendo como tragaba saliva imaginando lo que le esperaba.

Lentamente se acercó a la mesa observando uno a uno los objetos, cogiendo entre sus manos algunos, entre ellos los de aspecto más intimidante. Tras un par de minutos cogió cuatro mordazas unidas por cadenillas cuya longitud se podía ajustar. Celeste seguía con los ojos muy abiertos cada uno de sus movimientos y no pudo evitar gemir cuando los dientes de las mordazas se cerraron en torno a su pezones y los labios de su vulva. Tras asegurase de que estaban bien colocadas ajustó las cadenillas de manera que solo se tensasen y tirasen de las mordazas si la esclava se movía.

Ante la mirada nerviosa de Celeste se acercó de nuevo a la mesa, probó varias fustas y finalmente se decantó por una vara de bambú. La sopesó ante su mirada ansiosa y la dobló para comprobar su flexibilidad. A pesar de parecer concentrado en realidad no se perdía ninguno de los gestos de la joven, que se movía todo lo que le permitían las mordazas y le miraba nerviosamente.

—¿Sabes que el bambú es uno de los materiales más resistentes de la naturaleza? —dijo Orlando al oído de la joven mientras le acariciaba la piel con la punta de la fusta— De hecho es tan resistente y ligero que en oriente se utiliza para montar andamios en vez de usar acero...

Orlando se paró y dejó que aquella información calase en la esclava antes de continuar.

—Podría estar azotándote toda la noche y cuando terminase seguiría estando como nueva.

Celeste se estremeció miró un instante aquel sencillo instrumento de tortura y murmuró unas palabras que quedaron perdidas entre los pliegues del tanga que aun ocupaban el interior de su boca.

Orlando la ignoró y se limitó a acariciarla de nuevo con el bambú dándole ligeros golpecitos, como si estuviese tanteando una fruta madura para saber por dónde cortar. Hasta aquel momento no le había visto nunca la gracia a aquello de infringir dolor. Podía entender a los que disfrutaban sometiéndose y sufriendo dolor como una forma distinta y más elaborada de placer o como una forma de intensificar cualquier sensación. Pero los que se dedicaban a infringir daño... Siempre había considerado que el deber de un amo era proteger a su esclava y procurarle placer, pero infringir dolor le parecía una forma de degradarse a sí mismo. Nadie que estuviese sano mentalmente podía disfrutar con ello... O eso pensaba hasta que conoció a Celeste.

Acercándose se puso a espadas de su esclava. La joven tensó todos sus músculos esperando un castigo que no llegaba. Podía sentir el nerviosismo, el miedo y el deseo de la joven dando vueltas en su hermosa cabeza. Con un movimiento rápido le quitó el tanga de la boca.

—¿Deseas que te castigue? —le preguntó.

—Sí, mi amo.

—¿Por qué?

—He sido muy mala, mi amo. —respondió la joven con voz temblorosa.

—¿Qué has hecho? —continuó Orlando con el juego.

—Ahí fuera... ¡Deseé mezclarme con los dos jóvenes de la mesa y dejar que me hiciesen cosaaaaahhhhs!

El zurriagazo había sido tan seco y sorpresivo que pilló a la esclava desprevenida impidiéndole terminar la frase. Al sentir el golpe mordiendo la piel de su espalda, la esclava arqueó la columna instintivamente y las mordazas se hincaron más profundamente en sus sensibles pezones haciendo que se encogiese de nuevo y perdiese el pie por unos instantes. Las cadenas a su vez se clavaron en sus muñecas y Celeste con un gemido intentó recuperar el equilibrio haciendo que las cadenillas de las mordazas se estirasen de nuevo, creando una cadena de dolorosas reacciones que tardó un par de minutos en dominar hasta que consiguió recuperar el equilibrio.

Orlando disfrutó de cada gesto de la joven, de sus gemidos de dolor, de sus vanos esfuerzos por mantener el equilibrio y cuando la esclava lo consiguió le dio un nuevo varazo en la espalda. Esta vez la joven lo esperaba y se mantuvo rígida como una piedra a pesar del dolor, aunque no pudo evitar pegar un nuevo grito.

Dejó que aquel cuerpo jadeante se recuperase un poco antes de continuar con el interrogatorio.

—¿Qué cosas deseabas que te hicieran?

—Quería que me lamiesen el cuerpo...

Orlando le dio un nuevo golpe en el costado, pero la joven no dejó de confesar sus oscuros deseos:

—Quería que me chupasen y me mordiesen los pezones.... —dijo ella mientras su amo recompensaba cada confesión con un nuevo golpe en los costados, el culo, las piernas y los brazos.

—Quería que él me sodomizase mientras ella me golpeaba la cara y me tiraba del pelo obligándome a volver la cabeza hacía ti...

Orlando golpeaba a la esclava mientras su mente evocaba las palabras de la joven convirtiéndolas en imágenes oscuras y turbadoras.

Cuando se dio cuenta estaba sudando. Se abrió la camisa y se acercó a la esclava. Obligando a la joven a sujetar la vara de bambú con los dientes se  quitó el resto de la ropa y abrazó a Celeste por detrás. La piel de la joven, irritada por el castigo, estaba febril y la piel húmeda y tibia de su amo, le resultó tan refrescante que la esclava no pudo evitar suspirar de alivio.

Orlando deseaba a su esclava con desesperación. Colocando su polla entre los cachetes de la joven comenzó a frotar su erección contra la piel irritada de sus glúteos. Celeste respondió meneando el culo todo lo que las ataduras y las mordazas le permitían.

—¿A quién deseas realmente, a tu amo o al esclavo de la mesa? —preguntó él maliciosamente.

—¡A mi amo! !A mi amo! —clamó la joven desesperada aun con la vara de bambú en la boca..

—No sé si creerte. —dijo él tirando de las cadenillas con fuerza.

—De verdad, mi amo. Solo deseo a mi amo. Deseo tenerlo dentro de mi culo.. Soy sincera. ¡Lo jurooo!

Orlando se retiró un instante y la esclava se permitió girar la cabeza. Estaba realmente atractiva con el pelo sudoroso pegado a la frente los ojos llorosos y un hilo se saliva colgando de la boca ocupada por la vara de Bambú.

Sonrió a la joven y le dio uno suaves golpes con su polla. La joven, con toda su piel en carne viva, se estremeció al sentir el contacto con su miembro duro como una roca. No pudo contenerse más. Acariciando con suavidad el culo de la joven, separó los cachetes y aproximó el extremo de su glande al delicado agujero de su ano y presionó lenta, pero firmemente.

Celeste se agarró a sus ataduras y tensando todo su cuerpo emitió un largo gemido. Aquello le excitó aun más y le metió el resto de la polla de un solo empeñón. La joven se retorció y de nuevo las mordazas se hundieron en su carne haciendo que el escozor de su ano quedase en un segundo plano. Orlando sonrió satisfecho y cogió a la joven por las caderas sodomizándola con todas sus fuerzas. La joven pronto empezó a disfrutar de aquella mezcla de dolor y placer  hasta el punto de que se olvido de que tenía que sujetar la vara de bambú con la boca.

Orlando se dio cuenta inmediatamente y se apartó. Celeste al principio pareció no comprender, pero enseguida vio que había cometido una falta. Su turbación era sincera y sabía que aquello tendría consecuencias.

—Lo siento, mi amo. Yo no...

—No basta con sentirlo. —dijo dándole un bofetón a la joven— Esto requiere un castigo más severo. Con un nuevo tirón de la cadena que sujetaba sus muñecas, la joven quedo colgando de sus ataduras. La esclava pataleaba ligeramente intentando hacer pie inútilmente. Orlando cogió una fusta de la mesa y golpeó los pechos y el vientre de la joven hasta que estuvieron tan rojos como el pelo que cubría su pubis.

Un torrente de lagrimones escapa de los ojos de la joven que no paraba de gemir y jadear al borde del desmayo.

—Espero que esta vez no la caigas. —dijo poniéndole la fusta en la boca.

—No, mi amo. —balbuceó la joven con el instrumento en la boca.

Orlando se sentía a la vez excitado y abochornado al ver a la mujer en tal estado de indefensión, pero ahora ya no podía parar. Mirándola a los ojos levantó una de las piernas de la joven y la penetró de nuevo. Su culo se estremeció, pero la joven solo suspiró de placer mientras se apresuraba a enlazar las piernas en torno a la cintura de su amo y así aliviar el peso que aguantaban sus muñecas.

Orlando besó a su esclava mientras comenzaba a moverse dentro de su culo cada vez más rápidamente. Cada vez más excitado golpeó el culo los pechos y la cara de su esclava, a la vez que la follaba, hasta que no pudo aguantarse más y se corrió. Sin dejar de propinarle salvajes empujones se vació dentro de su esclava hasta que esta, a su vez, comenzó a estremecerse de arriba abajo al experimentar un brutal orgasmo. Exhausta, Celeste se quedó inerme mientras su amo la sujetaba. Aun dentro de ella, liberó las muñecas de la joven y la llevó a una esquina de la estancia donde había un pequeño jergón.

—¿Lo he hecho bien, mi amo? —preguntó la esclava con aire desmayado.

—Sí, has estado muy bien. —respondió él acariciando su cuerpo irritado y estremecido— Ahora descansaremos un poco y te llevaré a casa donde te daré un buen baño, ¿De acuerdo?

—Sí, mi amo. Gracias, mi amo.

Este relato consta de 39 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días.