Rozando el Paraíso 29

La joven puso las manos a la espalda, al principio esperando una orden. Pasaron los segundos y luego un par de minutos sin que Orlando dijese nada y ella bajó la cabeza y se removió confundida.

29

Lo normal era que el esclavo fuese el que acudiese a la casa de su ama. En eso si que no había pensado Bris cuando se decidió por León. No creía que una casa pequeña de techos bajos y atestada de libros fuese la más adecuada para tener un esclavo. En una ocasión tuvo un gato y hasta este se hartó del polvo y las estrecheces y se largó en cuanto Bris se dejó una ventana abierta. Afortunadamente su esclavo se anticipó y antes de despedirse aquella misma noche le sugirió que podían tener sus citas en un pequeño chalet de estudiante, que tenía cerca de la universidad.

El pequeño chalet resultó ser un edificio de una planta de casi trescientos metros cuadrados con jardín, piscina y unos ventanales enormes en una de las urbanizaciones más exclusivas de la ciudad. Cuando paró ante la garita del vigilante, este miró con suspicacia el abollado utilitario antes de revisar la lista y franquearle el paso intentando fisgar en el escote de su vestido. Bris lo ignoró y avanzó por la calle. Siguiendo las instrucciones del segurata giró a la derecha. La última finca, al fondo de la calle, ya tenía la verja abierta. León la esperaba a la puerta, con las manos detrás de la cintura y con gesto entre emocionado y solemne.

—Hola, mí ama. —se apresuró a saludarla mientras le abría la puerta de la propiedad.

Bris salió del coche sin saludarle y avanzó por el camino de hormigón en dirección al edificio no sin antes fijarse en el césped verde y fragante, los setos oscuros y cortados en forma prismática y la piscina de respetable tamaño con el agua resplandeciendo al sol y haciéndola bizquear. Apartando la cara caminó con pasos largos y cadenciosos, dejando que el vestido cruzado de flores que se había puesto se abriese, dejando a la vista buena parte de su pierna izquierda. El esclavo, tal y como esperaba de él, no desvió la mirada a pesar de que se moría por hacerlo y la guio dentro del espacioso edificio. El mobiliario era cómodo, sin recargos innecesarios y apenas tenía adornos salvo un par de cuadros que parecían realmente caros.

Tras echar un vistazo la guio hasta un cuarto junto al garaje, el único que tenía una puerta cerrada con llave. León abrió la puerta y sin poder evitar una leve sonrisa de satisfacción le enseñó el interior. El joven había montado una mazmorra con postes y cruces para atar a los esclavos, una mesa con toda una colección de látigos, fustas, esposas de todos los tipos y consoladores, un potro y una mesa. Ni siquiera faltaba una anilla y un juego de cadenas unidos firmemente a la pared.

—¿Te gusta, mi ama? —preguntó León sin poder evitar un deje de orgullo en su voz.

—No está mal. —dijo acercándose a la mesa y cogiendo una vara de bambú— Pero aun no te has ganado entrar aquí. Dame la llave. A partir de ahora solo entrarás cuando estés preparado.

—Sí, mi ama. —dijo entregándole la llave.

—Y la copia.

—¿Perdón? —preguntó el esclavo sorprendido.

—¡La copia de la llave o te crees que soy tonta! —respondió ella arreando un fustazo a León en las costilla.

—Sí, mi ama. Lo siento, mí ama.

El joven se apresuró a abrir uno de los cajones del salón y cogió un manojo de llaves. Iba a quitar la llave, para dársela, pero se lo pensó mejor y le dio el llavero entero.

—Si eres mi ama, creo que deberías de tener todas las llaves de mi casa. —dijo él alargándole el llavero.

—Eso está mejor. Uno de las funciones de un esclavo es adelantarse a los deseos de su amo y aunque has empezado un poco lento, esto lo compensa. —Bris cogió el manojo de llaves y lo metió en el bolso sin olvidarse de recompensar a su esclavo con una caricia que le hizo temblar de arriba abajo.

—Ahora sírveme algo de beber.

El esclavo asintió y desapareció en dirección a la cocina. Mientras tanto ella tuvo tiempo de echar un vistazo. Recorrió con la vista el enorme televisor oled con el sistema de sonido Bang & Olufsen, las dos consolas y el montón de juegos y de películas apilados  en varias estanterías. Pasó tras el enorme sofá de casi tres metros de largo y se dirigió hacia el ventanal que ocupaba toda la pared y que comunicaba con el porche y la piscina exterior por una enorme puerta corredera.

En ese momento llegó León con un vaso. Bris lo probó y ni siquiera tragó la bebida que le ofrecía. Con un gesto rápido le lanzó el contenido en la cara.

—Si no sabes lo que quiero, preguntármelo y no hagas suposiciones tontas.

—Lo siento, ama. —Bris no pudo evitar una pizca de arrepentimiento al ver la cara mojada y desconsolada del joven.

—Quiero un Gyntonic. Tendrás ginebra, supongo.

—Pink y Plimouth. —se apresuró a responder.

—Me conformaré con una Plimouth, pero espero que para la próxima vez tengas Bombay Sapphire.

León desapareció apresuradamente y Bris se acercó al ventanal. El sol desaparecía en el horizonte. El disco enrojecido por el polvo y la contaminación desaparecía poco a poco envolviéndola con su luz dorada. Oyó los pasos tras ella. Bris dejó que el esclavo repasase su cuerpo y admirase como el sol del ocaso atravesaba el tenue tejido del vestido  marcando su silueta y alargó la mano reclamando su bebida.

Tenía que reconocer que el gyntonic estaba perfecto y así se lo hizo saber a su esclavo que asintió agradecido. Adivinando esta vez acertadamente sus intenciones, abrió la puerta del porche. Bris atravesó la puerta y se sentó en un cómodo sofá de jardín indicando a León que podía sentarse a sus pies. Acariciando el pelo del joven disfrutó del combinado admirando la puesta de sol tras las montañas. Poco a poco el sol desapareció y la temperatura fue volviéndose más soportable. Bebió otro trago y aprovechó el tiempo para pensar lo que quería hacer y cuando apuró el último ya se había decidido.

—Arriba. —le ordenó levantándose ella a su vez.

León obedeció y se levantó instantáneamente.

—Creo que voy a tomar un baño. Pero antes voy darte un regalo que he traído para ti.

Bris buscó un instante dentro del bolso hasta que encontró lo que buscaba, un collar de cuero con una correa de cuero trenzado. Se lo puso y tirando de la correa llevó al esclavo a un punto a mitad de camino entre el edificio y la piscina.

—Y ahora quieto aquí. —dijo subrayando la orden con un ligero golpe de la correa en el culo del joven. Mirando hacia el edificio y sin moverte. ¿Entendido?

—Sí, mi ama.

Bris le echó un último vistazo para asegurarse de que el esclavo había entendido la orden y se dirigió a la casa. En cuanto entró los sensores detectaron su presencia e iluminaron tenuemente el interior. Bris dejó el bolso sobre el sofá y se giró. León permanecía en la misma postura con los brazos en los laterales del cuerpo, mirándola con intensidad con aquellos ojos grandes y verdes.

Con una sonrisa se preparó para poner al esclavo a prueba. Estaba nerviosa y a la vez excitada. Después de haber sido la pupila de Orlando le tocaba adiestrar a aquel esclavo y la principal lección que tenía que aprender era que el placer y los deseo de su ama estaban por encima de su propio placer. Le llevaría varios días. Días en los que no solo pondría a prueba a aquel chico, sino también su propia capacidad para adiestrar a un esclavo y hasta qué punto eso podía llegar a llenar el hueco que Orlando había dejado en su vida.

Fuera, la oscuridad ya era total. Las luces de la piscina se habían encendido iluminando el agua y la silueta del esclavo que quedó sumido en la penumbra. Afortunadamente la luz proveniente del salón era más intensa e iluminaba el rostro de León lo suficiente como para poder ver su rostro.

Él sin embargo, con la luz justo detrás de ella apenas podía ver algo más que su silueta. Se plantó frente al ventanal y lo miró a los ojos mientras se colocaba la melena tras la espalda. Sabía que él solo podía vislumbrar movimientos, así que se acarició lentamente el cuello los pechos y la cintura antes de soltar el cierre del vestido que se abrió como una bata. Estaba claro que apenas podía ver nada, pero el esclavo se removió inquieto un instante antes de recordar sus órdenes. Satisfecha abrió del todo el vestido antes de dejar que resbalase poco a poco a sus pies. El esclavo siguió la caída de la prenda con la mirada hasta el suelo, hasta que el movimiento de las manos de Bris sobre su cuerpo semidesnudo captaron de nuevo su atención.

Para aumentar aun más su deseo se puso de perfil. Sabía que ahora León podía ver con más precisión la silueta de sus pechos y su culo. Bris se acarició el vientre con lentitud elevando las manos hacía los pechos y se los recorrió por encima del sujetador hasta llegar a los tirantes. Con movimiento amplios se los bajó y luego se desabrochó los corchetes. La prenda cayó al suelo y sus pechos se bambolearon pesadamente unos instantes antes de adoptar su postura natural. Girando la cabeza para poder ver los gestos de su esclavo se agarró las tetas y las juntó a la vez que las estrujaba con fuerza. Aquel gesto excitó al joven que tragó saliva y se puso tenso. Era evidente lo mucho que la deseaba, pero aquello acababa de empezar. Cuando León le diese placer tenía que estar segura de que había aprendido que ella debía tener el control en todo momento y eso era mucho más difícil cuando la ama era una mujer. Un hombre podía decidir el ritmo con su polla; acelerar y frenar, ser más violento o menos y si la esclava intentaba rebelarse siempre podía apartarse o recurrir a su fuerza física. Una mujer sin embargo solo tenía una posición de dominio y cuando no estaba encima tenía que estar totalmente segura de la sumisión de su esclavo. Así que para asegurarse tendría que llevarlo al borde de la locura para que aprendiese quien tenía el control.

Sin cortar el hilo de sus pensamientos pasó los dedos bajo las tiras del tanga y adelantando una pierna se inclinó, bajando poco a poco la prenda, sin perderse como el joven miraba la silueta de sus pechos balanceándose, su culo terso y sus piernas tensas. Con dos últimos movimientos levantó las piernas y se deshizo finalmente del tanga.

Totalmente desnuda salvo por sus sandalias de tacón se irguió dejando que sus manos acariciasen sus piernas y el interior de su muslos hasta rozarse el pubis. León se mordió los labios como si estuviese intentando tragarse un grito de frustración, pero no pudo apartar la mirada de los movimientos de las manos de su ama.

Ignorándole siguió acariciándose el sexo unos segundos antes de abrir la puerta y salir de nuevo al jardín. Las luces del salón se apagaron y el esclavo pudo ver por fin su cuerpo voluptuoso y de una palidez aun más acentuada por la luz de la piscina. Las ondas del agua se reflejaban en su cuerpo desnudo creando figuras abstractas y cambiantes en su piel que León seguía con los ojos. Bris se acercó aun más a su esclavo, que no apartaba la mirada de sus pezones erizados por el frescor de la noche. Podía sentir la necesidad imperiosa que tenía el esclavo de tocarla, podía ver en sus ojos como quería estrujar sus pechos tirarla sobre aquel sofá y follarla sin contemplaciones. Bris frunció los labios y sonrió. Como esperaba aquello dio suficientes esperanzas al esclavo como para que la erección se notase en sus pantalones.

—Buen chico. —dijo malévola con el único fin de aumentar un poco más sus esperanzas. Ahora arrodíllate.

—Sí, ama. —respondió el joven hincando las rodillas en el césped.

—Solo una rodilla. Parece que tenga que enseñártelo todo. —le ordenó aparentando una ligera exasperación.

—Sí, mi ama. Lo siento, mi ama.

En cuanto levantó la pierna derecha Bris se adelantó y posó la sandalia sobre su muslo. El esclavo quedó hipnotizado observando su vulva ligeramente abierta y húmeda de excitación.

—¡Mírame a los ojos! —exclamo Bris cogiendo la correa y fustigando con ella al esclavo— Y quítame la sandalia ¿O crees que solo hago esto para exhibirme?

—Lo siento, mi ama —respondió León compungido.

Con manos torpes se apresuró a desabrochar el diminuto cierre de la sandalia. Sus dedos resbalaron un par de veces rozando el empeine de Bris. Todas las células de su cuerpo se agitaron excitadas. Sentía un fuerte deseo de dejarse poseer por aquel hombre, pero no era el momento, así que en cuanto León le libro de las sandalias se dio la vuelta y se tiró al agua.

El agua fresca la ayudó a controlar su excitación aunque no apagó la sorda palpitación que sentía en su bajo vientre. Mientras tanto, su esclavo la observaba evolucionar en el agua sin cambiar de postura, aun con una rodilla hincada en tierra.

Bris se dejó ir nadando primero a braza y luego de espaldas, girándose y cambiando de dirección cada poco seguida de cerca por la mirada ansiosa de su esclavo. El tiempo transcurría lentamente, tanto para ella como para el esclavo. Finalmente se acercó al borde de la piscina. Esta vez León estuvo listo y se acercó a las escalerillas para ayudar a subir a su ama. Bris le recompensó con una fresca caricia y cogiendo la correa tiró de ella hasta llevarlo de nuevo al césped.

—Bájate los pantalones y los calzoncillos.

Con una satisfacción un poco malévola vio como el joven se apresuraba a obedecer probablemente imaginándose un final feliz para aquella jornada.  Cuando el esclavo quedo desnudo Bris se arrodillo frente a él.

—¡La mirada al frente! —rugió recordando al esclavo su deber.

Con el miembro del esclavo palpitando ante sus ojos alargó la mano y lo asió. El pene se estremeció y León no pudo evitar soltar un ronco gemido. Bris sintió el calor y el apresurado torrente de sangre corriendo por la polla y dilatándola aun más. Con un movimiento suave tiró hacia atrás del prepucio. La polla se estremeció de nuevo, pero esta vez León pudo controlarse y se limitó a respirar profundamente.

Un grueso cordón de líquido preseminal colgaba de la punta del glande. Bris recorrió la polla con la punta de su uña a la vez que acercaba los labios al glande. El joven estaba cada vez más excitado y no podía evitar que su cuerpo temblase de placer anticipado, pero ella se paró a un par de centímetros de su punta y se limitó a recoger el grueso cordón de liquido preseminal y apartarse.

Con una sonrisa cruel se tumbó frente al esclavo a un par de metros para que pudiese verla sin apartar la vista y abrió sus piernas. León, sin poder evitar mostrar su decepción, observó impotente como Bris se olía los dedos y paladeaba el producto de su excitación. Aparentando ignorarle se lamió los dedos hasta no dejar ni rastro de los jugos y comenzó a acariciarse el cuerpo. No sabía si eran el sabor de la polla de León o la mirada acongojada del esclavo, pero estaba superexcitada. Sus pezones estaba erizados y podía ver como los labios de su vulva se teñían de escarlata. Incapaz de contenerse más comenzó a masturbarse. El esclavo observa con desconsuelo los dedos de Bris internándose en su coño y acariciando sus pezones, pero no se atrevió a hacer ningún movimiento.

Levantando una pierna le indicó que se acercase. El joven empezaba a entenderla. Se sentó a sus pies y comenzó a acariciarlos y besarlos. La sensación de la boca de su esclavo recorriendo los dedos de sus pies con su lengua la volvió loca de deseo. Para evitar rendirse se masturbó aun con más violencia, apuñalándose con fuerza la vagina hasta que no pudo más y todo su cuerpo se encogió víctima de un fuerte orgasmo.

El esclavo siguió acariciando sus pies y sus piernas hasta que los últimos relámpagos de placer se agotaron. En cuanto se recuperó, Bris le obligó a apartarse con una suave patada y le ordenó a León que se levantase.

—Has estado bien, pero no es suficiente. Si quieres follarme tendrás que ganártelo. Hasta que no cumplas... mejor dicho, no te adelantes a mis órdenes y las cumplas a rajatabla no tendrás tu premio.

—Lo entiendo, mi ama. Soy consciente de que aun tengo mucho que aprender.

Bris hizo el amago de levantarse. Su esclavo se apresuró a ayudarla dejando que la mano reposase en su espalda desnuda un instante más del necesario. Bris pensó en castigarle, pero los siguientes días ya serían suficiente castigo para él.

—Ha sido una buena jornada. —dijo animándolo— No creo que tardes mucho en estar preparado. Mientras tanto tienes prohibido masturbarte, a menos que yo te autorice. ¿Entendido? —preguntó acariciando la melena del joven, dejando que el esclavo observase a placer su cuerpo desnudo y sudoroso.

—Sí mi ama. —dijo León tragando saliva.

—Pos supuesto, si me mientes lo sabré y daré por terminada esta relación.

—Sí, mi ama. Lo entiendo, mi ama.

—Ahora tráeme una toalla y mi ropa. Se me ha hecho tarde. —ordenó Bris a su esclavo a la vez que se lanzaba a la piscina de nuevo.


Podía llamarse resaca, pero no era exactamente eso. Sentía la cabeza pesada y un sabor ácido en la boca a pesar de casi no había bebido. A pesar de que no quería abrir los ojos, se obligó a hacerlo y se levantó. Celeste seguía totalmente dormida. Apartó las sábanas y observó su cuerpo largo y esbelto sintiendo una punzada de deseo. Se frotó la barbilla para aclararse las ideas. No solo quería follarla, también quería llevarla al límite de su resistencia. Humillarla y hacer de ella una esclava de verdad. Castigarla con crudeza cuando no cumpliese sus necesidades y controlar todos los aspectos de su vida. Quizás ese había sido su error con Bris, le había dado demasiada libertad y a pesar de que se suponía que él era el que llevaba el control al final había sido ella, con su belleza y su dulzura, la que había hecho con él lo que había querido. Eso no volvería a pasar. A partir de ahora no se permitiría relajarse. Y castigaría con dureza cualquier intento de rebelión.

En ese momento, probablemente al sentir el frescor de la mañana sobre su piel, la esclava se despertó. Le miró un instante antes de recordar donde estaba. Apresuradamente se levantó con un gesto de dolor. Estaba claro que ella estaba peor que él. Por sus gestos supo que con cada movimiento todos sus músculos y articulaciones se quejaban por el violento ejercicio del día anterior. Tras estirarse unos segundos el dolor pareció aliviarse un tanto y miró a su amo interrogante.

—Buenos días. Mi amo. —se apresuro a decir.

—Buenos días, pequeña. ¿Has descansado?

—Sí, mi amo. La ducha me sentó muy bien...

—Perfecto, —le interrumpió él— pero no necesito detalles. Si los quiero te los pediré.

La joven se calló al instante y se quedó quieta esperando órdenes. Orlando la miró con disgusto. La chica tenía mucho que aprender. Esperaba que fuese lista y aprendiese rápido, porque no tenía mucha paciencia. Para ponerla a prueba se quedó frente a ella, cruzado de brazos, esperando.

La joven puso las manos a la espalda, al principio esperando una orden. Pasaron los segundos y luego un par de minutos sin que Orlando dijese nada y ella bajó la cabeza y se removió confundida. Era evidente que su amo esperaba algo de ella y por la forma en que miraba al suelo Orlando sabía que estaba devanándose los sesos. Finalmente cuando estaba a punto de rendirse, la joven esclava, sin levantar los ojos, habló de nuevo:

—¿Desea algo, mi señor?

—Te ha costado, pero al final lo has cogido. —dijo Orlando en tono desdeñoso— Vamos, necesito una ducha.

Se dirigió al baño. Celeste se adelantó con pasos rápidos mientras se recogía el pelo en un apresurado moño y  abrió la ducha esperando que saliese el agua caliente. Orlando se puso a mear y cuando terminó Celeste ya estaba preparada en una esquina del plato con la alcachofa regando sus piernas con el agua caliente.

Sin decir nada entró en la ducha y se puso de espaldas a ella. La esclava se acercó por detrás y le regó la espalda con el agua tibia.

—Un poco más caliente.

La joven apartó la alcachofa y manipuló el grifo unos instantes. Cuando volvió a rociar su cuerpo, el agua estaba a la temperatura perfecta. La joven recorrió con el fino chorro su espalda, su culo y sus piernas antes de adelantarse un poco y deslizar sus brazos por delante para poder regar la parte delantera del cuerpo de su amo. Al hacerlo sus cuerpos se tocaron. Sintió la tibieza del cuerpo de la joven y su polla reaccionó creciendo aunque sin llegar a ponerse erecta. La joven se apartó y echando una generosa porción de gel en su mano empezó a frotarle la espalda. Celeste comenzó a tararear una canción, su voz era sorprendentemente bonita y él no la interrumpió, simplemente cerró los ojos y se dedicó a sentir las manos cálidas y resbaladizas de la joven sobre su cuerpo.

La esclava enjabonó su nuca, sus hombros y su espalda. Deslizó las manos por su costado y le enjabonó las axilas. Orlando la ayudó separando ligeramente los brazos y ella aprovechó para enjabonárselos también. A continuación se apretó de nuevo contra él para poder hacer lo mismo con el pecho y el vientre antes de volver a separarse.  Orlando oyó de nuevo el ruido del dispensador del gel. Las manos de Celeste esta vez enjabonaron sus muslos y sus nalgas. Los dedos de la esclava se internaron entre sus piernas y le enjabonaron con suavidad lo huevos. Orlando separó un poco las piernas y ella entendió la orden y comenzó a enjabonarle los huevos el periné y la entrada de su ano.

Orlando suspiró y su polla terminó de empalmarse. La esclava lo advirtió de inmediato y se arrodilló mordiendo y besando sus piernas y sus nalgas antes de separarlas. un poco más. La sensación de la lengua de Celeste rozando su ano con la lengua fue electrizante. Ella lo advirtió y se separó un instante para mirar a su amo y luego volvió a enterrar la cara entre su culo. Esta vez su lengua traspasó el esfínter y se lo lamió con suavidad entrando y saliendo a la vez que metiendo la mano entre las piernas le cogía la polla y le masturbaba sin apresurase.

El placer era intenso y casi no se dio cuenta cuando ella le metió un dedo y comenzó a masajearle la próstata. En ese momento se dio cuenta de que estaba volviendo a pasar así que se dio bruscamente la vuelta.

—Lo siento, mi señor. ¿He hecho algo mal? —le preguntó la joven levantando la vista temerosa.

Orlando no respondió simplemente se cogió la polla y la metió en la boca de la joven. Orlando sintió como su verga se abría paso hasta encastrarse en la garganta de la esclava, que trató de tragarla con los ojos llorosos.

Con la tranquilidad de sentir que tenía de nuevo el control, cogió a Celeste por la nuca y la barbilla colocando la cabeza de forma que su boca y su cuello quedasen alineados y presionó un poco más.

—Cómo esclava tu deber es anticiparte a todos mis deseos con una única excepción. Yo decidiré cuando tenemos sexo.

A continuación apartó la polla esperando una respuesta que llegó entre toses y arcadas;

—Sí, mi amo.

Orlando cogió de nuevo a la joven y le metió la polla en la boca. Ella dejó que se la follase a placer mientras lamía y chupaba el miembro con fuerza cada vez que la retiraba. A punto de correrse se retiró unos centímetros se masturbó y eyaculó sobre la cara de la esclava dos gruesos churretones de semen.

La joven le miró y sonrió tímidamente. Tras pedir permiso se levantó e iba limpiarse la cara, pero él se lo impidió:

—No te limpies. Ese es tu castigo por haber hecho algo que no debías. Lo llevarás todo el día.

La joven lo miró confusa, pero asintió y sin decir nada salió de la ducha.

Orlando la siguió y cuando ella se disponía a secarle, le arrebató  la toalla y le dijo que se fuera a desayunar. Se secó y se afeitó sin prisas, escuchando cómo Celeste trasteaba en la cocina. Cuando terminó se vistió con unos vaqueros, una camisa blanca y una americana y tras coger una fusta salió de la habitación.

Cuando llegó a la cocina, la esclava ya había desayunado y esperaba de pie desnuda con su corrida aun secándose en su cara. Una gota colgaba de su nariz en precario equilibrio.

Sobre la mesa había café, tostadas, algo de mantequilla y mermelada. Orlando posó la fusta sobre la mesa y desayunó con tranquilidad mientras la esclava permanecía en pie y echaba miradas fugaces y temerosas a la fusta.

—Bien a pesar de que ayer te desenvolviste aceptablemente bien, todavía te queda mucho que aprender. Ya sabes donde este el gimnasio. Baja allí y espérame en pie. Yo bajaré en cuanto termine de hacer un par de cosas.

La joven asintió y desapareció. Orlando aprovechó para recorrer el culo y las piernas de la joven mientras se iba. Su cuerpo delgado y esbelto no tenía nada que ver con las voluptuosas curvas de Bris, pero era atractivo a su manera. Especialmente el torso y el cuello tan alargados le atraían especialmente. Cerró los ojos por un instante y se imaginó aquella espalda inacabable y aquel culito pequeño pero respingón cubierto de líneas rojas del grosor de su fusta y tuvo una erección.

Abrió los ojos sin saber que pensar. Hasta aquel momento su idea de la dominación nunca había estado asociada a la violencia física. Nunca había tenido aquel tipo de pensamientos, aunque tenía que reconocer que la noche anterior se había excitado especialmente al ver las marcas del látigo y los arreos en su esclava. Quizás Bris le había cambiado para siempre o era la actitud complaciente y un poco sosa de la esclava la que le empujaban a ser más duro con ella.

Se tomó su tiempo para ahondar en aquellos pensamientos. Por más que le daba vueltas al asunto siempre llegaba a la misma conclusión. La única manera de saber si era eso lo que deseaba era dar rienda suelta a esos deseos y ver a dónde le llevaban.

Con la decisión ya tomada cogió todo lo que necesitaba y bajó al gimnasio. Celeste le esperaba de pie mirando hacia la puerta con las manos cogidas sobre el vientre. En cuanto entró por la puerta, la esclava se soltó las manos y pareció dudar que hacer con ellas. Finalmente optó por llevarlas a la espalda.

—Bien, antes de que comience tu adiestramiento tengo que decir que hasta ahora, por lo que he visto tienes potencial. —ella se limitó a escuchar e iniciar un atisbo de sonrisa que atajó rápidamente consciente de que no era el momento de exteriorizar sus emociones— No sé qué esperas de mí, pero sé lo que yo espero de ti; obediencia total y sumisión completa. Seré un amo duro y te castigaré. Evidentemente, si no puedes soportarlo eres libre de abandonar esta casa cuando quieras...

—Eso no ocurrirá, mí señor...

—¡No me interrumpas! —exclamó dando un fustazo en el muslo a la esclava que tembló de arriba abajo al sentir el agudo escozor— Como iba diciendo, si abandonas esta casa daré por terminada esta relación. No vivirás aquí. Cuando no estés  a mi servicio, puedes hacer lo que quieras, no es de mi incumbencia, pero cuando traspases la puerta de mi casa no respirarás si yo no te lo autorizo.

La joven le miró fijamente y asintió levemente, pero esta vez no se atrevió a decir nada.

—Aun así deberás llevar siempre una muestra de tu servidumbre. —dijo sacando un estuche y abriéndolo para que la esclava lo viera.

La gargantilla consistía en tres tiras de cuero negro que se unían en la parte delantera en un anillo de plata no muy grueso pero suficientemente resistente para aguantar los tirones de una correa sin romperse.

—Es bastante discreto. Para la mayoría de la gente resultará un poco extravagante, pero para cualquier persona que tenga aficiones similares sabrá que tú tienes un amo.

Sin más ceremonias se puso tras la joven y le ciño la gargantilla al cuello. Había elegido bien y la joya destacaba elegante en aquel cuello largo y pálido. La esclava, como era natural, hizo el amago de tocarse y buscar un espejo y Orlando que lo esperaba la corrigió automáticamente con un fustazo que hizo a la joven temblar de nuevo.

—Bien, ahora empecemos con tu entrenamiento...

29

Lo normal era que el esclavo fuese el que acudiese a la casa de su ama. En eso si que no había pensado Bris cuando se decidió por León. No creía que una casa pequeña de techos bajos y atestada de libros fuese la más adecuada para tener un esclavo. En una ocasión tuvo un gato y hasta este se hartó del polvo y las estrecheces y se largó en cuanto Bris se dejó una ventana abierta. Afortunadamente su esclavo se anticipó y antes de despedirse aquella misma noche le sugirió que podían tener sus citas en un pequeño chalet de estudiante, que tenía cerca de la universidad.

El pequeño chalet resultó ser un edificio de una planta de casi trescientos metros cuadrados con jardín, piscina y unos ventanales enormes en una de las urbanizaciones más exclusivas de la ciudad. Cuando paró ante la garita del vigilante, este miró con suspicacia el abollado utilitario antes de revisar la lista y franquearle el paso intentando fisgar en el escote de su vestido. Bris lo ignoró y avanzó por la calle. Siguiendo las instrucciones del segurata giró a la derecha. La última finca, al fondo de la calle, ya tenía la verja abierta. León la esperaba a la puerta, con las manos detrás de la cintura y con gesto entre emocionado y solemne.

—Hola, mí ama. —se apresuró a saludarla mientras le abría la puerta de la propiedad.

Bris salió del coche sin saludarle y avanzó por el camino de hormigón en dirección al edificio no sin antes fijarse en el césped verde y fragante, los setos oscuros y cortados en forma prismática y la piscina de respetable tamaño con el agua resplandeciendo al sol y haciéndola bizquear. Apartando la cara caminó con pasos largos y cadenciosos, dejando que el vestido cruzado de flores que se había puesto se abriese, dejando a la vista buena parte de su pierna izquierda. El esclavo, tal y como esperaba de él, no desvió la mirada a pesar de que se moría por hacerlo y la guio dentro del espacioso edificio. El mobiliario era cómodo, sin recargos innecesarios y apenas tenía adornos salvo un par de cuadros que parecían realmente caros.

Tras echar un vistazo la guio hasta un cuarto junto al garaje, el único que tenía una puerta cerrada con llave. León abrió la puerta y sin poder evitar una leve sonrisa de satisfacción le enseñó el interior. El joven había montado una mazmorra con postes y cruces para atar a los esclavos, una mesa con toda una colección de látigos, fustas, esposas de todos los tipos y consoladores, un potro y una mesa. Ni siquiera faltaba una anilla y un juego de cadenas unidos firmemente a la pared.

—¿Te gusta, mi ama? —preguntó León sin poder evitar un deje de orgullo en su voz.

—No está mal. —dijo acercándose a la mesa y cogiendo una vara de bambú— Pero aun no te has ganado entrar aquí. Dame la llave. A partir de ahora solo entrarás cuando estés preparado.

—Sí, mi ama. —dijo entregándole la llave.

—Y la copia.

—¿Perdón? —preguntó el esclavo sorprendido.

—¡La copia de la llave o te crees que soy tonta! —respondió ella arreando un fustazo a León en las costilla.

—Sí, mi ama. Lo siento, mí ama.

El joven se apresuró a abrir uno de los cajones del salón y cogió un manojo de llaves. Iba a quitar la llave, para dársela, pero se lo pensó mejor y le dio el llavero entero.

—Si eres mi ama, creo que deberías de tener todas las llaves de mi casa. —dijo él alargándole el llavero.

—Eso está mejor. Uno de las funciones de un esclavo es adelantarse a los deseos de su amo y aunque has empezado un poco lento, esto lo compensa. —Bris cogió el manojo de llaves y lo metió en el bolso sin olvidarse de recompensar a su esclavo con una caricia que le hizo temblar de arriba abajo.

—Ahora sírveme algo de beber.

El esclavo asintió y desapareció en dirección a la cocina. Mientras tanto ella tuvo tiempo de echar un vistazo. Recorrió con la vista el enorme televisor oled con el sistema de sonido Bang & Olufsen, las dos consolas y el montón de juegos y de películas apilados  en varias estanterías. Pasó tras el enorme sofá de casi tres metros de largo y se dirigió hacia el ventanal que ocupaba toda la pared y que comunicaba con el porche y la piscina exterior por una enorme puerta corredera.

En ese momento llegó León con un vaso. Bris lo probó y ni siquiera tragó la bebida que le ofrecía. Con un gesto rápido le lanzó el contenido en la cara.

—Si no sabes lo que quiero, preguntármelo y no hagas suposiciones tontas.

—Lo siento, ama. —Bris no pudo evitar una pizca de arrepentimiento al ver la cara mojada y desconsolada del joven.

—Quiero un Gyntonic. Tendrás ginebra, supongo.

—Pink y Plimouth. —se apresuró a responder.

—Me conformaré con una Plimouth, pero espero que para la próxima vez tengas Bombay Sapphire.

León desapareció apresuradamente y Bris se acercó al ventanal. El sol desaparecía en el horizonte. El disco enrojecido por el polvo y la contaminación desaparecía poco a poco envolviéndola con su luz dorada. Oyó los pasos tras ella. Bris dejó que el esclavo repasase su cuerpo y admirase como el sol del ocaso atravesaba el tenue tejido del vestido  marcando su silueta y alargó la mano reclamando su bebida.

Tenía que reconocer que el gyntonic estaba perfecto y así se lo hizo saber a su esclavo que asintió agradecido. Adivinando esta vez acertadamente sus intenciones, abrió la puerta del porche. Bris atravesó la puerta y se sentó en un cómodo sofá de jardín indicando a León que podía sentarse a sus pies. Acariciando el pelo del joven disfrutó del combinado admirando la puesta de sol tras las montañas. Poco a poco el sol desapareció y la temperatura fue volviéndose más soportable. Bebió otro trago y aprovechó el tiempo para pensar lo que quería hacer y cuando apuró el último ya se había decidido.

—Arriba. —le ordenó levantándose ella a su vez.

León obedeció y se levantó instantáneamente.

—Creo que voy a tomar un baño. Pero antes voy darte un regalo que he traído para ti.

Bris buscó un instante dentro del bolso hasta que encontró lo que buscaba, un collar de cuero con una correa de cuero trenzado. Se lo puso y tirando de la correa llevó al esclavo a un punto a mitad de camino entre el edificio y la piscina.

—Y ahora quieto aquí. —dijo subrayando la orden con un ligero golpe de la correa en el culo del joven. Mirando hacia el edificio y sin moverte. ¿Entendido?

—Sí, mi ama.

Bris le echó un último vistazo para asegurarse de que el esclavo había entendido la orden y se dirigió a la casa. En cuanto entró los sensores detectaron su presencia e iluminaron tenuemente el interior. Bris dejó el bolso sobre el sofá y se giró. León permanecía en la misma postura con los brazos en los laterales del cuerpo, mirándola con intensidad con aquellos ojos grandes y verdes.

Con una sonrisa se preparó para poner al esclavo a prueba. Estaba nerviosa y a la vez excitada. Después de haber sido la pupila de Orlando le tocaba adiestrar a aquel esclavo y la principal lección que tenía que aprender era que el placer y los deseo de su ama estaban por encima de su propio placer. Le llevaría varios días. Días en los que no solo pondría a prueba a aquel chico, sino también su propia capacidad para adiestrar a un esclavo y hasta qué punto eso podía llegar a llenar el hueco que Orlando había dejado en su vida.

Fuera, la oscuridad ya era total. Las luces de la piscina se habían encendido iluminando el agua y la silueta del esclavo que quedó sumido en la penumbra. Afortunadamente la luz proveniente del salón era más intensa e iluminaba el rostro de León lo suficiente como para poder ver su rostro.

Él sin embargo, con la luz justo detrás de ella apenas podía ver algo más que su silueta. Se plantó frente al ventanal y lo miró a los ojos mientras se colocaba la melena tras la espalda. Sabía que él solo podía vislumbrar movimientos, así que se acarició lentamente el cuello los pechos y la cintura antes de soltar el cierre del vestido que se abrió como una bata. Estaba claro que apenas podía ver nada, pero el esclavo se removió inquieto un instante antes de recordar sus órdenes. Satisfecha abrió del todo el vestido antes de dejar que resbalase poco a poco a sus pies. El esclavo siguió la caída de la prenda con la mirada hasta el suelo, hasta que el movimiento de las manos de Bris sobre su cuerpo semidesnudo captaron de nuevo su atención.

Para aumentar aun más su deseo se puso de perfil. Sabía que ahora León podía ver con más precisión la silueta de sus pechos y su culo. Bris se acarició el vientre con lentitud elevando las manos hacía los pechos y se los recorrió por encima del sujetador hasta llegar a los tirantes. Con movimiento amplios se los bajó y luego se desabrochó los corchetes. La prenda cayó al suelo y sus pechos se bambolearon pesadamente unos instantes antes de adoptar su postura natural. Girando la cabeza para poder ver los gestos de su esclavo se agarró las tetas y las juntó a la vez que las estrujaba con fuerza. Aquel gesto excitó al joven que tragó saliva y se puso tenso. Era evidente lo mucho que la deseaba, pero aquello acababa de empezar. Cuando León le diese placer tenía que estar segura de que había aprendido que ella debía tener el control en todo momento y eso era mucho más difícil cuando la ama era una mujer. Un hombre podía decidir el ritmo con su polla; acelerar y frenar, ser más violento o menos y si la esclava intentaba rebelarse siempre podía apartarse o recurrir a su fuerza física. Una mujer sin embargo solo tenía una posición de dominio y cuando no estaba encima tenía que estar totalmente segura de la sumisión de su esclavo. Así que para asegurarse tendría que llevarlo al borde de la locura para que aprendiese quien tenía el control.

Sin cortar el hilo de sus pensamientos pasó los dedos bajo las tiras del tanga y adelantando una pierna se inclinó, bajando poco a poco la prenda, sin perderse como el joven miraba la silueta de sus pechos balanceándose, su culo terso y sus piernas tensas. Con dos últimos movimientos levantó las piernas y se deshizo finalmente del tanga.

Totalmente desnuda salvo por sus sandalias de tacón se irguió dejando que sus manos acariciasen sus piernas y el interior de su muslos hasta rozarse el pubis. León se mordió los labios como si estuviese intentando tragarse un grito de frustración, pero no pudo apartar la mirada de los movimientos de las manos de su ama.

Ignorándole siguió acariciándose el sexo unos segundos antes de abrir la puerta y salir de nuevo al jardín. Las luces del salón se apagaron y el esclavo pudo ver por fin su cuerpo voluptuoso y de una palidez aun más acentuada por la luz de la piscina. Las ondas del agua se reflejaban en su cuerpo desnudo creando figuras abstractas y cambiantes en su piel que León seguía con los ojos. Bris se acercó aun más a su esclavo, que no apartaba la mirada de sus pezones erizados por el frescor de la noche. Podía sentir la necesidad imperiosa que tenía el esclavo de tocarla, podía ver en sus ojos como quería estrujar sus pechos tirarla sobre aquel sofá y follarla sin contemplaciones. Bris frunció los labios y sonrió. Como esperaba aquello dio suficientes esperanzas al esclavo como para que la erección se notase en sus pantalones.

—Buen chico. —dijo malévola con el único fin de aumentar un poco más sus esperanzas. Ahora arrodíllate.

—Sí, ama. —respondió el joven hincando las rodillas en el césped.

—Solo una rodilla. Parece que tenga que enseñártelo todo. —le ordenó aparentando una ligera exasperación.

—Sí, mi ama. Lo siento, mi ama.

En cuanto levantó la pierna derecha Bris se adelantó y posó la sandalia sobre su muslo. El esclavo quedó hipnotizado observando su vulva ligeramente abierta y húmeda de excitación.

—¡Mírame a los ojos! —exclamo Bris cogiendo la correa y fustigando con ella al esclavo— Y quítame la sandalia ¿O crees que solo hago esto para exhibirme?

—Lo siento, mi ama —respondió León compungido.

Con manos torpes se apresuró a desabrochar el diminuto cierre de la sandalia. Sus dedos resbalaron un par de veces rozando el empeine de Bris. Todas las células de su cuerpo se agitaron excitadas. Sentía un fuerte deseo de dejarse poseer por aquel hombre, pero no era el momento, así que en cuanto León le libro de las sandalias se dio la vuelta y se tiró al agua.

El agua fresca la ayudó a controlar su excitación aunque no apagó la sorda palpitación que sentía en su bajo vientre. Mientras tanto, su esclavo la observaba evolucionar en el agua sin cambiar de postura, aun con una rodilla hincada en tierra.

Bris se dejó ir nadando primero a braza y luego de espaldas, girándose y cambiando de dirección cada poco seguida de cerca por la mirada ansiosa de su esclavo. El tiempo transcurría lentamente, tanto para ella como para el esclavo. Finalmente se acercó al borde de la piscina. Esta vez León estuvo listo y se acercó a las escalerillas para ayudar a subir a su ama. Bris le recompensó con una fresca caricia y cogiendo la correa tiró de ella hasta llevarlo de nuevo al césped.

—Bájate los pantalones y los calzoncillos.

Con una satisfacción un poco malévola vio como el joven se apresuraba a obedecer probablemente imaginándose un final feliz para aquella jornada.  Cuando el esclavo quedo desnudo Bris se arrodillo frente a él.

—¡La mirada al frente! —rugió recordando al esclavo su deber.

Con el miembro del esclavo palpitando ante sus ojos alargó la mano y lo asió. El pene se estremeció y León no pudo evitar soltar un ronco gemido. Bris sintió el calor y el apresurado torrente de sangre corriendo por la polla y dilatándola aun más. Con un movimiento suave tiró hacia atrás del prepucio. La polla se estremeció de nuevo, pero esta vez León pudo controlarse y se limitó a respirar profundamente.

Un grueso cordón de líquido preseminal colgaba de la punta del glande. Bris recorrió la polla con la punta de su uña a la vez que acercaba los labios al glande. El joven estaba cada vez más excitado y no podía evitar que su cuerpo temblase de placer anticipado, pero ella se paró a un par de centímetros de su punta y se limitó a recoger el grueso cordón de liquido preseminal y apartarse.

Con una sonrisa cruel se tumbó frente al esclavo a un par de metros para que pudiese verla sin apartar la vista y abrió sus piernas. León, sin poder evitar mostrar su decepción, observó impotente como Bris se olía los dedos y paladeaba el producto de su excitación. Aparentando ignorarle se lamió los dedos hasta no dejar ni rastro de los jugos y comenzó a acariciarse el cuerpo. No sabía si eran el sabor de la polla de León o la mirada acongojada del esclavo, pero estaba superexcitada. Sus pezones estaba erizados y podía ver como los labios de su vulva se teñían de escarlata. Incapaz de contenerse más comenzó a masturbarse. El esclavo observa con desconsuelo los dedos de Bris internándose en su coño y acariciando sus pezones, pero no se atrevió a hacer ningún movimiento.

Levantando una pierna le indicó que se acercase. El joven empezaba a entenderla. Se sentó a sus pies y comenzó a acariciarlos y besarlos. La sensación de la boca de su esclavo recorriendo los dedos de sus pies con su lengua la volvió loca de deseo. Para evitar rendirse se masturbó aun con más violencia, apuñalándose con fuerza la vagina hasta que no pudo más y todo su cuerpo se encogió víctima de un fuerte orgasmo.

El esclavo siguió acariciando sus pies y sus piernas hasta que los últimos relámpagos de placer se agotaron. En cuanto se recuperó, Bris le obligó a apartarse con una suave patada y le ordenó a León que se levantase.

—Has estado bien, pero no es suficiente. Si quieres follarme tendrás que ganártelo. Hasta que no cumplas... mejor dicho, no te adelantes a mis órdenes y las cumplas a rajatabla no tendrás tu premio.

—Lo entiendo, mi ama. Soy consciente de que aun tengo mucho que aprender.

Bris hizo el amago de levantarse. Su esclavo se apresuró a ayudarla dejando que la mano reposase en su espalda desnuda un instante más del necesario. Bris pensó en castigarle, pero los siguientes días ya serían suficiente castigo para él.

—Ha sido una buena jornada. —dijo animándolo— No creo que tardes mucho en estar preparado. Mientras tanto tienes prohibido masturbarte, a menos que yo te autorice. ¿Entendido? —preguntó acariciando la melena del joven, dejando que el esclavo observase a placer su cuerpo desnudo y sudoroso.

—Sí mi ama. —dijo León tragando saliva.

—Pos supuesto, si me mientes lo sabré y daré por terminada esta relación.

—Sí, mi ama. Lo entiendo, mi ama.

—Ahora tráeme una toalla y mi ropa. Se me ha hecho tarde. —ordenó Bris a su esclavo a la vez que se lanzaba a la piscina de nuevo.


Podía llamarse resaca, pero no era exactamente eso. Sentía la cabeza pesada y un sabor ácido en la boca a pesar de casi no había bebido. A pesar de que no quería abrir los ojos, se obligó a hacerlo y se levantó. Celeste seguía totalmente dormida. Apartó las sábanas y observó su cuerpo largo y esbelto sintiendo una punzada de deseo. Se frotó la barbilla para aclararse las ideas. No solo quería follarla, también quería llevarla al límite de su resistencia. Humillarla y hacer de ella una esclava de verdad. Castigarla con crudeza cuando no cumpliese sus necesidades y controlar todos los aspectos de su vida. Quizás ese había sido su error con Bris, le había dado demasiada libertad y a pesar de que se suponía que él era el que llevaba el control al final había sido ella, con su belleza y su dulzura, la que había hecho con él lo que había querido. Eso no volvería a pasar. A partir de ahora no se permitiría relajarse. Y castigaría con dureza cualquier intento de rebelión.

En ese momento, probablemente al sentir el frescor de la mañana sobre su piel, la esclava se despertó. Le miró un instante antes de recordar donde estaba. Apresuradamente se levantó con un gesto de dolor. Estaba claro que ella estaba peor que él. Por sus gestos supo que con cada movimiento todos sus músculos y articulaciones se quejaban por el violento ejercicio del día anterior. Tras estirarse unos segundos el dolor pareció aliviarse un tanto y miró a su amo interrogante.

—Buenos días. Mi amo. —se apresuro a decir.

—Buenos días, pequeña. ¿Has descansado?

—Sí, mi amo. La ducha me sentó muy bien...

—Perfecto, —le interrumpió él— pero no necesito detalles. Si los quiero te los pediré.

La joven se calló al instante y se quedó quieta esperando órdenes. Orlando la miró con disgusto. La chica tenía mucho que aprender. Esperaba que fuese lista y aprendiese rápido, porque no tenía mucha paciencia. Para ponerla a prueba se quedó frente a ella, cruzado de brazos, esperando.

La joven puso las manos a la espalda, al principio esperando una orden. Pasaron los segundos y luego un par de minutos sin que Orlando dijese nada y ella bajó la cabeza y se removió confundida. Era evidente que su amo esperaba algo de ella y por la forma en que miraba al suelo Orlando sabía que estaba devanándose los sesos. Finalmente cuando estaba a punto de rendirse, la joven esclava, sin levantar los ojos, habló de nuevo:

—¿Desea algo, mi señor?

—Te ha costado, pero al final lo has cogido. —dijo Orlando en tono desdeñoso— Vamos, necesito una ducha.

Se dirigió al baño. Celeste se adelantó con pasos rápidos mientras se recogía el pelo en un apresurado moño y  abrió la ducha esperando que saliese el agua caliente. Orlando se puso a mear y cuando terminó Celeste ya estaba preparada en una esquina del plato con la alcachofa regando sus piernas con el agua caliente.

Sin decir nada entró en la ducha y se puso de espaldas a ella. La esclava se acercó por detrás y le regó la espalda con el agua tibia.

—Un poco más caliente.

La joven apartó la alcachofa y manipuló el grifo unos instantes. Cuando volvió a rociar su cuerpo, el agua estaba a la temperatura perfecta. La joven recorrió con el fino chorro su espalda, su culo y sus piernas antes de adelantarse un poco y deslizar sus brazos por delante para poder regar la parte delantera del cuerpo de su amo. Al hacerlo sus cuerpos se tocaron. Sintió la tibieza del cuerpo de la joven y su polla reaccionó creciendo aunque sin llegar a ponerse erecta. La joven se apartó y echando una generosa porción de gel en su mano empezó a frotarle la espalda. Celeste comenzó a tararear una canción, su voz era sorprendentemente bonita y él no la interrumpió, simplemente cerró los ojos y se dedicó a sentir las manos cálidas y resbaladizas de la joven sobre su cuerpo.

La esclava enjabonó su nuca, sus hombros y su espalda. Deslizó las manos por su costado y le enjabonó las axilas. Orlando la ayudó separando ligeramente los brazos y ella aprovechó para enjabonárselos también. A continuación se apretó de nuevo contra él para poder hacer lo mismo con el pecho y el vientre antes de volver a separarse.  Orlando oyó de nuevo el ruido del dispensador del gel. Las manos de Celeste esta vez enjabonaron sus muslos y sus nalgas. Los dedos de la esclava se internaron entre sus piernas y le enjabonaron con suavidad lo huevos. Orlando separó un poco las piernas y ella entendió la orden y comenzó a enjabonarle los huevos el periné y la entrada de su ano.

Orlando suspiró y su polla terminó de empalmarse. La esclava lo advirtió de inmediato y se arrodilló mordiendo y besando sus piernas y sus nalgas antes de separarlas. un poco más. La sensación de la lengua de Celeste rozando su ano con la lengua fue electrizante. Ella lo advirtió y se separó un instante para mirar a su amo y luego volvió a enterrar la cara entre su culo. Esta vez su lengua traspasó el esfínter y se lo lamió con suavidad entrando y saliendo a la vez que metiendo la mano entre las piernas le cogía la polla y le masturbaba sin apresurase.

El placer era intenso y casi no se dio cuenta cuando ella le metió un dedo y comenzó a masajearle la próstata. En ese momento se dio cuenta de que estaba volviendo a pasar así que se dio bruscamente la vuelta.

—Lo siento, mi señor. ¿He hecho algo mal? —le preguntó la joven levantando la vista temerosa.

Orlando no respondió simplemente se cogió la polla y la metió en la boca de la joven. Orlando sintió como su verga se abría paso hasta encastrarse en la garganta de la esclava, que trató de tragarla con los ojos llorosos.

Con la tranquilidad de sentir que tenía de nuevo el control, cogió a Celeste por la nuca y la barbilla colocando la cabeza de forma que su boca y su cuello quedasen alineados y presionó un poco más.

—Cómo esclava tu deber es anticiparte a todos mis deseos con una única excepción. Yo decidiré cuando tenemos sexo.

A continuación apartó la polla esperando una respuesta que llegó entre toses y arcadas;

—Sí, mi amo.

Orlando cogió de nuevo a la joven y le metió la polla en la boca. Ella dejó que se la follase a placer mientras lamía y chupaba el miembro con fuerza cada vez que la retiraba. A punto de correrse se retiró unos centímetros se masturbó y eyaculó sobre la cara de la esclava dos gruesos churretones de semen.

La joven le miró y sonrió tímidamente. Tras pedir permiso se levantó e iba limpiarse la cara, pero él se lo impidió:

—No te limpies. Ese es tu castigo por haber hecho algo que no debías. Lo llevarás todo el día.

La joven lo miró confusa, pero asintió y sin decir nada salió de la ducha.

Orlando la siguió y cuando ella se disponía a secarle, le arrebató  la toalla y le dijo que se fuera a desayunar. Se secó y se afeitó sin prisas, escuchando cómo Celeste trasteaba en la cocina. Cuando terminó se vistió con unos vaqueros, una camisa blanca y una americana y tras coger una fusta salió de la habitación.

Cuando llegó a la cocina, la esclava ya había desayunado y esperaba de pie desnuda con su corrida aun secándose en su cara. Una gota colgaba de su nariz en precario equilibrio.

Sobre la mesa había café, tostadas, algo de mantequilla y mermelada. Orlando posó la fusta sobre la mesa y desayunó con tranquilidad mientras la esclava permanecía en pie y echaba miradas fugaces y temerosas a la fusta.

—Bien a pesar de que ayer te desenvolviste aceptablemente bien, todavía te queda mucho que aprender. Ya sabes donde este el gimnasio. Baja allí y espérame en pie. Yo bajaré en cuanto termine de hacer un par de cosas.

La joven asintió y desapareció. Orlando aprovechó para recorrer el culo y las piernas de la joven mientras se iba. Su cuerpo delgado y esbelto no tenía nada que ver con las voluptuosas curvas de Bris, pero era atractivo a su manera. Especialmente el torso y el cuello tan alargados le atraían especialmente. Cerró los ojos por un instante y se imaginó aquella espalda inacabable y aquel culito pequeño pero respingón cubierto de líneas rojas del grosor de su fusta y tuvo una erección.

Abrió los ojos sin saber que pensar. Hasta aquel momento su idea de la dominación nunca había estado asociada a la violencia física. Nunca había tenido aquel tipo de pensamientos, aunque tenía que reconocer que la noche anterior se había excitado especialmente al ver las marcas del látigo y los arreos en su esclava. Quizás Bris le había cambiado para siempre o era la actitud complaciente y un poco sosa de la esclava la que le empujaban a ser más duro con ella.

Se tomó su tiempo para ahondar en aquellos pensamientos. Por más que le daba vueltas al asunto siempre llegaba a la misma conclusión. La única manera de saber si era eso lo que deseaba era dar rienda suelta a esos deseos y ver a dónde le llevaban.

Con la decisión ya tomada cogió todo lo que necesitaba y bajó al gimnasio. Celeste le esperaba de pie mirando hacia la puerta con las manos cogidas sobre el vientre. En cuanto entró por la puerta, la esclava se soltó las manos y pareció dudar que hacer con ellas. Finalmente optó por llevarlas a la espalda.

—Bien, antes de que comience tu adiestramiento tengo que decir que hasta ahora, por lo que he visto tienes potencial. —ella se limitó a escuchar e iniciar un atisbo de sonrisa que atajó rápidamente consciente de que no era el momento de exteriorizar sus emociones— No sé qué esperas de mí, pero sé lo que yo espero de ti; obediencia total y sumisión completa. Seré un amo duro y te castigaré. Evidentemente, si no puedes soportarlo eres libre de abandonar esta casa cuando quieras...

—Eso no ocurrirá, mí señor...

—¡No me interrumpas! —exclamó dando un fustazo en el muslo a la esclava que tembló de arriba abajo al sentir el agudo escozor— Como iba diciendo, si abandonas esta casa daré por terminada esta relación. No vivirás aquí. Cuando no estés  a mi servicio, puedes hacer lo que quieras, no es de mi incumbencia, pero cuando traspases la puerta de mi casa no respirarás si yo no te lo autorizo.

La joven le miró fijamente y asintió levemente, pero esta vez no se atrevió a decir nada.

—Aun así deberás llevar siempre una muestra de tu servidumbre. —dijo sacando un estuche y abriéndolo para que la esclava lo viera.

La gargantilla consistía en tres tiras de cuero negro que se unían en la parte delantera en un anillo de plata no muy grueso pero suficientemente resistente para aguantar los tirones de una correa sin romperse.

—Es bastante discreto. Para la mayoría de la gente resultará un poco extravagante, pero para cualquier persona que tenga aficiones similares sabrá que tú tienes un amo.

Sin más ceremonias se puso tras la joven y le ciño la gargantilla al cuello. Había elegido bien y la joya destacaba elegante en aquel cuello largo y pálido. La esclava, como era natural, hizo el amago de tocarse y buscar un espejo y Orlando que lo esperaba la corrigió automáticamente con un fustazo que hizo a la joven temblar de nuevo.

—Bien, ahora empecemos con tu entrenamiento...

Este relato consta de 39 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días.