Rozando el Paraíso 28
Quizás lo único que quería era que los socios siguiesen peleándose por ella. Tenía que reconocer que aquella situación la excitaba y las vibraciones de la cola en su ano convertían aquel orgullo en placer físico...
28
Se sentía a la vez excitada y aterrorizada. Todo el Club se había reunido en torno a la escalinata y la observaba con avidez. Amos y esclavos, miembros del consejo y candidatos, caballeros y monturas. Todos estaba allí. Daba igual que estuviesen interesados o no en pujar. Todos la escaneaban con sus ojos de arriba abajo, mientras Bris tensaba sus muslos y sus pantorrillas a la vez que hacía vibrar su cola totalmente desplegada.
La noche era perfecta, templada y sin nubes y la luna llena bañaba la escalinata de mármol arrancándole destellos lechosos. A pesar de haber estado pensando en lo que quería todo el día, todavía no tenía lo tenía claro. Eso era lo que más miedo le daba. Cada vez que lo pensaba se imaginaba rechazando todo tipo de ofertas para luego verse obligada a coger la que menos le interesaba. Echó una nueva mirada a Orlando. Se había apartado de los miembros del consejo y se había retirado unos metros. Tenía una joven a su lado, pelirroja y muy alta. Aun llevaba los arreos y parecía solo tener ojos para él. Estaba claro que ya la había sustituido. A primera vista no parecía una gran adquisición, pero ella tampoco lo era cuando la conoció. Si algo sabía Orlando era reconocer un diamante en bruto.
De Orlando su mirada se paseó por el resto de los asistentes y se tropezó con la de Javier. Sonreía. Aun parecía convencido de que iba a ganar la subasta. ¡Maldito cretino! No tocaría a ese hombre ni aunque fuese el último bajo la faz de la tierra. Siguió mirando atentamente mientras se paseaba por la escalinata buscando a alguien o algo que la inspirase o le diese una pista de su futuro inmediato. De entre los presentes solo dos personas llamaron su atención. Una era una mujer de edad indefinible, toda vestida de cuero y con unos ojos azules fríos como el hielo. Tenía a su alrededor tres hombres y una mujer que parecían desvivirse por que estuviese cómoda. Otro era Kyril. Allí estaba, esperando pacientemente su oportunidad. La miraba fijamente con aquella sonrisa que la excitaba y escalofriaba a partes iguales. En cuanto vio que se fijaba en ella, sonrió de nuevo y le guiñó un ojo. Instintivamente tomó nota y pensó dejarlo como última bala en caso de que no encontrase otra alternativa. Después de todo si no encontraba nada que la convenciese, estaba segura de que unos días con Kyril, aunque no fuesen inolvidables, serían interesantes.
Seguro de que Bris ya había captado el interés de los presentes, el subastador tomó posesión del centro de la escalinata mientras ella se quedaba al lado un par de pasos por detrás. El hombre carraspeó ligeramente para llamar la atención de los presentes y comenzó explicando las normas del evento.
La mecánica era sencilla. Como las pujas serían de todo tipo y solo Bris las valoraría los postores dirían sus ofertas. Los postores tenderían a retrasar sus ofertas para poder compararlas con las de sus contendientes, así que habría un límite de tiempo para evitar que la subasta se dilatase demasiado. Tras una última advertencia de que aquel era un club de caballeros y que se esperaba que los postores se comportasen como tales, comenzó a correr el tiempo con un golpe de mazo del subastador.
Bris miró con curiosidad. Los postores se mantuvieron en silencio intercambiando miradas de desconfianza. Pasaron dos minutos sin que nadie ofreciese nada y empezó a ponerse nerviosa. Quizás se había sobrestimado. ¿Y si solo su primo pujaba por ella? No se imaginaba pasando una semana con aquel hombre... un escalofrío recorrió su cuerpo.
En ese momento para confirmar sus temores Javier levantó la mano. Como esperaba ofreció dinero, como si ella solo fuera una vulgar puta que pudiese comprar. Un montón de dinero indecente, pero aun así solo un montón de dinero. Afortunadamente ese fue el pistoletazo de salida. A este le siguió uno de los miembros del consejo que le ofreció un verano en un castillo en la rivera del lago Como y otro que le ofrecía convertirla en su sugar baby a cambio de un piso y un coche. Bris no solo se fijaba en la oferta, también se fijaba en el postor. De momento ninguno le resultaba ni remotamente atractivo, así que siguió esperando. Las ofertas continuaron durante unos minutos y ella simuló perder interés, esperando que los postores se diesen cuenta de que esas no eran el tipo de ofertas que le interesaban.
La primera que pareció captarlo fue la mujer que había llamado su atención. Aprovechó un momento de tregua entre los postores para ofrecerle sus servicios como ama experimentada y para ello le mostró sus esclavos aun equipados con los arreos que la habían traído hasta allí. Bris mostró su interés con una corta vibración de su cola, pero no se decidió, esperando que aquello animase al resto de los postores a hacer unas pujas un poco más imaginativas.
Algunos siguieron prometiendo estupideces como palacios, joyas y coches pero otros le ofrecieron otras cosas; sus propios esclavos, miembros de considerables dimensiones, uno hasta se ofreció convertirla en una estrella del porno.
Se acababa el tiempo y Bris no había avanzado mucho en su decisión. La oferta de la mujer le atraía, pero competir por su atención con otros cuatro esclavos no era lo que tenía en mente. Dirigió su mirada a Orlando un instante. Seguía en el mismo lugar y parecía más interesado en su nueva pupila que en lo que ocurría a su alrededor. Una súbita oleada de celos la invadió por un instante, afortunadamente la oferta de Kyril desvió su atención antes de que pudiese externalizar sus sentimientos con algún gesto. Kyril se ofreció a ser su amo con exclusividad, a enseñarle todo lo que sabía y estaba dispuesto a dejarla a ir al día siguiente si no estaba satisfecha. La aparente sinceridad de sus palabras y aquella sonrisa de resplandecientes dientes blancos la tenía casi convencida. A pesar de todo, sin saber muy bien por qué dejó que las pujas continuasen limitándose a hacer vibrar un largo rato la cola para dar a entender que la puja le había interesado. No sabía muy bien que estaba esperando, pero su instinto le decía, que si esperaba un poco más, encontraría justo lo que quería.
Quizás lo único que quería era que los socios siguiesen peleándose por ella. Tenía que reconocer que aquella situación la excitaba y las vibraciones de la cola en su ano convertían aquel orgullo en placer físico. De hecho notaba como el tanga que llevaba puesto estaba húmedo con los jugos de su excitación. Apenas quedaban tres minutos y dispuesta a que los socios se volviesen locos adelantó una pierna. La falda se abrió y todos pudieron ver la oscura mancha de humedad. Con un escalofrío de placer vio como todos se volvían locos aumentando sus ofertas con la esperanza de convencerla. Entonces reconoció que era lo que deseaba. Deseaba ser ella la que tuviese el control. Lamentablemente, el tiempo corría y a nadie le había hecho ninguna oferta de ese tipo.
Los minutos volaron. El tiempo se acabaría y ya estaba decidida a elegir a Kyril como el mal menor cuando un joven delgado y de aspecto aniñado se adelantó y levantado tímidamente la mano levantó la voz entre el tumulto:
—Si me aceptas, seré tu esclavo, por el tiempo que desees. Deseo que me enseñes todo lo que has aprendido. Estoy seguro de que serás una ama ejemplar.
Casi sin pensarlo Bris hizo vibrar su cola y señalando al chico gritó "¡Vendida!" ante el asombro de todos los presentes menos Orlando, que más que sorprendido parecía aliviado. Desviando la mirada se fijó de nuevo en el ganador. Era curioso, al final había conseguido dar la vuelta a la subasta y era ella la que había adquirido un esclavo. Nada prohibía que aquello sucediese, así que el subastador golpeó con el mazo mientras gritaba "¡Adjudicada!" mientras los postores decepcionados se retiraban hasta que solo quedó el chico, en el mismo lugar en el que había hecho su oferta.
Bris no se apresuró y bajó la escalinata mientras observaba su adquisición. Parecía muy joven, como mucho veinticinco y vestía con sencillez unos vaqueros y una chaqueta que no ocultaban su constitución delgada y fibrosa. Se acercó un poco más a él. Con los tacones puestos le sacaba unos centímetros. Sonriendo cogió al chico por la barbilla y se la levantó para poder mirarle a los ojos. Unos ojos de color verde realmente bonitos. El segundo rasgo en el que se fijo fue en la nariz no muy grande, pero que tenía una mella justo en el puente. Sin dejar de mirar al joven se la acarició un instante mientras le preguntaba:
—¿Cómo te llamas, esclavo?
—León.
—Un nombre apropiado. —dijo ella dando un suave tirón al pelo espeso y castaño que llevaba cortado de un modo descuidado— Vamos, quiero ver lo que he adquirido.
Girándose cogió de la mano al joven y lo guio al interior de edificio. Sin apresurarse, dejando que todos los socios los mirasen con curiosidad, se dirigió a una de las habitaciones y cerró la puerta. Podía imaginar la decepción de todos los presentes, pero como no estaba muy segura de lo que hacía prefería un poco de intimidad.
A pesar de que la había elegido al azar la estancia era cómoda, con una cama grande, una cómoda llena de cajones y un par de grabados con escenas del kamasutra en las paredes. Sin duda serviría.
En cuanto cerró la puerta soltó a su esclavo. León se quedó inmediatamente quieto en el sitio erguido y esperando órdenes.
—¿Cuanto hace que eres socio del Club? No pareces un veterano. —preguntó mientras recorría la habitación, abría los cajones de la cómoda y examinaba su contenido.
—Hace unos pocos meses. Todos los hombres de mi familia han pertenecido al Club. Ha sido mi padre el que me ha introducido. No forma parte del consejo, pero es uno de los miembros más veteranos.
—Entiendo. ¿Y qué esperas de esta relación? —preguntó Bris sacando varias fustas de uno de los cajones y probando su flexibilidad hasta que encontró una que le satisfizo.
—Solo aspiro a que me enseñes, ama.
—Hay muchos más amos y más cualificados que yo.
—Sí hay muchos, pero ninguno como tú, mi ama. —contestó el chico respetuosamente.
Bris sintió una oleada de satisfacción, deseaba preguntarle qué era lo que le gustaba de ella, si la había elegido por su cuerpo o por su carácter o su forma de moverse, pero esa no era una actitud digna de una ama, así que se limitó a asentir levemente con la cabeza tratando de no mostrar la excitación que estaba empezando a dominarla.
—Desnúdate. —le dijo girándose por fin hacia él.
León no dudo y la hizo caso. Se deshizo de los pantalones la americana y la camisa. Una incipiente erección hacía prominencia en sus calzoncillos. Con movimientos torpes y desmañados se deshizo del resto de la ropa hasta quedar totalmente desnudo por fin. Bris desplegó su cola y se acercó a él con curiosidad. Su cuerpo era delgado, pero con los músculos perfectamente definidos. Alargando una mano, rozó el pecho lampiño del joven con la punta de una uña. El esclavo no fue capaz de ahogar un gemido de excitación.
—Eso no es digno de uno de mis esclavos. —Bris le clavó la uña con fuerza y comenzó a bajar por su abdomen dejando un rastro rojo a medida que avanzaba.
Su joven León había aprendido la lección y a pesar de que era evidente el dolor que le causaba no se movió ni profirió ningún quejido. Bris, satisfecha, aflojó un poco la presión, pero no dejó de avanzar hasta llegar al pubis. En ese momento la polla de León se estremeció ya totalmente erecta. Era grande y gruesa, hasta un poco desmesurada en comparación con la esbelta constitución del chico. El glande sobresalía amoratado y brillante. Cargado de sangre palpitaba con cada apresurado latido del corazón del esclavo. Bris hizo el gesto de acariciarlo con la mano, pero al final no llegó a tocarlo. El excitado miembro se comportó como si la caricia hubiese sido real y se estremeció de nuevo.
—Lo primero que tienes que aprender es a obedecer órdenes. Ahora, quédate quieto y mírame a los ojos, si los apartas, te castigaré.
Bris se acercó de nuevo hasta que sus caras estuvieron a pocos centímetros. Los labios del joven temblaron lo mismo que su polla. Estaba segura de que aquel hombre estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de poseerla. Ella le dejaría, pero él tenía que ganárselo. Empuñando la fusta le acarició los labios con ella. León, obediente, abrió la boca y mordió el astil.
—Las manos atrás.
El esclavo la obedeció aun sin saber que esperar. Bris, sin apartar la mirada de aquellos ojos verdes que la miraban con una intensidad abrasadora, dio dos pasos atrás y se quitó la voluminosa falda de tul. León oyó el frú frú de la tela, pero desde tan corta distancia no podía ver nada sin bajar la vista así que se contuvo a duras penas y mantuvo la vista fija en los ojos de su ama.
El chico era bueno, pero Bris sabía que no era de piedra, con deliberada lentitud comenzó a quitarse el corsé. Cada corchete que soltaba sonaba como un disparo en el silencio de la majestuosa habitación. El labio del chico comenzó a temblar de nuevo y vio la duda en su mirada. No tardaría mucho en rendirse a sus instintos.
Con el último corchete desabrochado el corsé cayó a los pies de Bris. Había que reconocer que fue más un reflejo al detectar el movimiento de sus pechos al verse libres de su agobiante prisión, pero el chico desvió la mirada. La reacción de Bris fue instantánea, le quitó la fusta de la boca y le golpeó el pecho con ella. Una delgada línea roja apareció cruzando sus pectorales mientras el chico subía instantáneamente la mirada de nuevo y susurraba una disculpa. Ella, con un gesto magnánimo, le dijo que estaba disculpado y continuó quitándose el tanga. El chico dudó un instante, pero finalmente siguió mirando a Bris a los ojos mientras ella se agachaba para librase del la prenda intima.
En cuanto se irguió de nuevo, desplegó la cola y la hizo vibrar, pero el chico había aprendido la lección y mantuvo la mirada fija en ella hasta que le dio la espalda. Bris se alejó unos pasos más disfrutando de la mirada ansiosa de su esclavo, esta vez libre de recorrer todo su cuerpo de arriba abajo. Dispuesta a llevarle al límite inclinó su torso hacia adelante y separó las piernas mostrándole su sexo hinchado y brillante de excitación. La verdad era que deseaba aquella verga con desesperación, pero ahora era ella la ama, tenía que demostrar a aquel hombre que tenía el control de la situación.
Pasando la fusta entre las piernas se acarició y se golpeó con suavidad la vulva con ella sin dejar de activar la cola a intervalos regulares. El contacto del cuero contra su piel acentuó aun más su deseo. Necesitaba al esclavo dentro de ella y no sabía si aguantaría mucho más. Irguiéndose se dio la vuelta y se acercó de nuevo a él. La polla del joven ahora se estremecía casi constantemente como su hubiese adquirido vida propia.
—La mano derecha.
León se la presentó inmediatamente con la palma hacia abajo. Ella la acarició un instante con la fusta antes de darle un golpe con todas sus fuerzas. León apretó los dientes, pero no se quejó.
—Siempre que te pida la mano será con las palmas hacia arriba ¿Lo has entendido?
—Sí ama. —se limitó a responder.
Fingiendo estar arrepentida cogió la mano del esclavo entre las suyas y la acarició. Era una mano fina de alguien que no estaba acostumbrado hacer trabajos duros. Probablemente sería el típico estudiante a punto de acabar la carrera. Con deliberada lentitud cogió los dedos índice y corazón y se los llevó a la boca. El joven no pudo evitar un gemido cuando ella se los chupó y Bris no tuvo otro remedio que volver a azotarlo con la fusta.
León estaba tan excitado que pareció no darse cuenta, totalmente concentrado como estaba en las sensaciones que la boca de Bris le producían. Bris le chupó los dedos lentamente, recorriéndolos con la lengua una y otra vez mientras la respiración del joven se aceleraba y su cuerpo se estremecía de excitación.
Bris sentía casi exactamente los mismo. Se acercó un poco más, casi hasta que sus cuerpos se tocaron y separando las piernas hasta que los ojos de ambos estuvieron a la misma altura le cogió la mano de nuevo y guió los dedos embadurnados de su saliva a su pubis.
—Veamos si sabes complacer a tu ama.
El esclavo pareció un poco dubitativo, pero con la guía de Bris comenzó a acariciar su vulva con movimientos circulares. Bris se encogió un instante al comenzar a sentir como oleadas de placer irradiaban de su sexo y se extendían por todo su cuerpo. Cuando se recuperó un poco de aquella intensa sensación, comenzó a acariciar los genitales del joven León con la fusta.
No era la primera vez que el esclavo tocaba a una mujer y pronto encontró sus zonas más sensibles haciendo que Bris no pudiese reprimir por más tiempo los gemidos de placer, aunque procuró que estos fuesen apenas susurros. Sin esperar su orden los dedos del joven entraron dentro de su encharcada vagina. El placer fue intenso y liberador y él, al percibirlo, hizo los movimientos más amplios y violentos. Ella le recompensó golpeándole los testículos con suavidad y acercándose hasta que su polla erecta golpeó contra su vientre.
Estaban tan cerca y tan lejos... Deseando intensificar esa sensación Bris acercó su boca abierta a la de él hasta que solo un par de centímetros los separaba. El esclavo exhibió su autocontrol y no hizo ningún gesto de intentar besarla, ni siquiera cuando la punta de su lengua asomó entre aquellos labios pintados de un rojo perturbador.
Los dedos de León habían encontrado su punto G y lo estaban machacando sin misericordia hasta llevarla al borde del clímax. Finalmente no aguantó más, activo la cola y se corrió. Un torrente de flujos inundó su vagina empapando los dedos del esclavo mientras el placer recorría su cuerpo en oleadas.
Era el momento de recompensar el trabajo bien hecho y tirando la fusta al suelo besó a su esclavo por fin a la vez que le cogía la polla con la mano y le masturbaba dejando que la punta de su glande golpease contra su bajo vientre. Tal como esperaba él estaba tan excitado como ella y en cuestión de segundos estaba eyaculando. Con maestría Bris se apartó a un lado evitando que el semen la salpicase y siguió masturbando al esclavo hasta que este se hubo vaciado.
Satisfecha Bris deshizo el beso.
—Dame tu mano. —dijo aun jadeante.
León le tendió la mano esta vez con la palma hacia arriba. Con una sonrisa Bris la cogió y se la llevó a la boca para paladear su propio orgasmo mientras le invitaba al esclavo a hacer lo mismo con los restos de semen que había en la suya. Pareció dudar un instante, pero sabía que era una orden y finalmente obedeció.
—Bueno, creo que puedo llegar a hacer un esclavo decente de ti. Pero si quieres llegar a contar con mi estima y poseerme, vas a tener que esforzarte. —dijo tras un par de minutos— Ahora vístete. Nos vamos.
Orlando estaba tan sorprendido como aliviado. Probablemente fue uno de los pocos que presenció la subasta con verdadera angustia. Aunque la ocultó y fingió centrar su atención en su nueva pupila, siguió con atención el transcurso del evento. Conocía a todos los postores y sabía perfectamente cuáles podían ser un problema y cuáles no. La puja de Javier no le preocupó, sabía que Bris lo odiaba. Durante los siguientes minutos perdió un poco el hilo porque se sucedían la pujas de tipo material y sabía perfectamente que Bris no se fijaría en ellas.
Luego, Georgina con su oferta dio el pistoletazo de salida a la subasta de verdad. Aquella mujer no era una mala elección, aunque con otros tres esclavos más, Bris tendría que luchar por la atención de su ama y no creía que optase por ella. A continuación se sucedieron las pujas con mayor rapidez. Algunos de los postores no le gustaban nada, pero sus ofertas aunque un poco más originales tampoco le preocuparon, solo cuando Kyril hizo la suya se puso involuntariamente tenso.
La oferta de aquel hombre era en apariencia insuperable desde el punto de vista de Bris. Lo que ella no sabía era que aquel hombre era un tipo astuto y tenía un temperamento más oscuro de lo que aparentaba. Justo en ese momento se giró hacia lo alto de la escalinata y su mirada se cruzó con la de su antigua pupila. Era una mirada extraña como si esperase algo de él, pero Celeste lo notó y le miró con un deje de celos y preocupación. Sin saber muy bien por qué instintivamente trató de calmarla apartando la mirada del estrado y no pudo seguir intentando descifrar aquella mirada ligeramente ansiosa.
De nuevo se concentró en los participantes en la subasta. Las pujas de nuevo estaban empezando a decaer, hasta los propios pujadores se daban cuenta de que Kyril estaba ganando la partida y empezaban a ofrecer más dinero a la desesperada.
A falta de treinta segundos para que venciese el tiempo todo parecía perdido. Orlando apenas podía ocultar su preocupación. Si al final tenía razón y Bris acababa mal, no se lo podría perdonar nunca. De nuevo miró a Bris y dudó si levantar la mano y hacer una oferta a la desesperada, pero justo antes de que lo hiciese ocurrió el milagro. Un chico joven, delgado y no muy alto se adelantó con la mano en alto y se ofreció a Bris como su esclavo y ella aceptó inmediatamente dejando a todos los presentes estupefactos.
Si en algo había destacado Bris era como la esclava perfecta. Era verdad que en muchas ocasiones era una evolución natural el pasar de esclavo a amo, pero en Bris todo estaba ocurriendo tan rápido que había pillado a todo el mundo a contrapié, él incluido.
Inmediatamente el subastador dio por terminado el evento con un martillazo y el público se fue disolviendo mientras Bris se llevaba de la mano al ganador. Algunos los siguieron llevados por la curiosidad, pero al verlos de vuelta pocos minutos después, supo que Bris había preferido la intimidad para conocer a su nuevo pupilo.
Orlando ocultó su satisfacción y cogiendo a su esclava por los hombros se dirigió a la parte frontal del palacete dónde estaba el parking. Por el camino se cruzaron con Javier que al verlos se paró un instante dejando que les alcanzase.
—¡Vaya sorpresa! —Javier intentaba ocultar su enfado, pero un leve rictus de desagrado asomaba en su rostro cada vez que intentaba relajarlo.
—Bueno, la verdad es que mientras más me paro a pensarlo más lógico me parece. —dijo él— Me esperaba algo más de los postores. ¿Desde cuándo el dinero es una motivación entre los miembros de este Club?
—No te equivoques, el dinero mueve el mundo. —replicó Javier estirándose las mangas para mostrar a Orlando unos carísimos gemelos de diamantes.
—Sí, pero también tienes que tener en cuenta que esto no es un prostíbulo. Y sus miembros femeninos no son prostitutas. El dinero nunca te acercará a ella. —sentenció Orlando mientras reanudaba su paseo en dirección al coche.
—Ya lo veremos. Tarde o temprano Briseida se dará cuenta de que esto de llevar un perrito faldero no le va y entonces estaré esperando, solo yo sé lo que le gusta realmente a esa zorra y se lo daré por triplicado. —replicó el hombre con una sonrisa condescendiente.
Orlando se tensó un instante dispuesto a dar una paliza a aquel gilipollas engreído, pero sabía que sin testigos, su acción se vería como una agresión y podría acabar fuera del Club, así que optó por hacer oídos sordos y seguir su camino. Después de todo, para bien o para mal, Bris había dejado de ser su responsabilidad.
Subieron al coche y el chófer arrancó enseguida. Celeste se acercó y recostó la cabeza sobre su regazo. Orlando le acarició mecánicamente con la vista perdida en el paisaje.
—¿Un día duro? —se atrevió la joven a interrumpir el silencio.
—No te voy a mentir, no ha sido un día agradable y menos viéndome obligado a organizarlo todo.
—Si hay algo que pueda hacer por ti, mi amo... —sus palabras salían deformadas al verse obligada a hablar con el bocado aun puesto.
Orlando bajó la cabeza por fin y miró a la joven a los ojos. Era verdad que no era Bris y probablemente no lo sería nunca, pero no por eso dejaría de intentarlo.
—Claro que hay algo que puedes hacer y lo primero es sentarte recta en el asiento y mirar al frente. —respondió el cogiendo a la esclava por el pelo sucio y encrespado e irguiéndola.
La joven obedeció con un ruido de correajes crujiendo y recolocándose. En realidad ella no tenía la culpa y se había portado más que aceptablemente dada su poca experiencia. La miró de nuevo sudorosa y polvorienta con el precioso pelo rojo dividido en dos oscuras crenchas erizadas y pegajosas. A pesar de que sabía que estaba incómoda, no le había quitado de los correajes más que las dos largas tiras de cuero que la unían al carruaje. Tampoco le había quitado la cola que ahora se le hincaba profundamente en el culo al estar sentada sobre ella. Con cada bache, a pesar de que el coche de lujo era sumamente confortable, soltaba un pequeño gemido.
Poco a poco, a medida que fueron poniendo kilómetros entre ellos y el club, Orlando fue olvidándose de Bris hasta que solo quedó una pequeña sensación de dolor y frustración que sabía que tardaría en desaparecer. El coche de alquiler se paró y el chofer salió a abrirles la puerta.
Envolviendo a su joven pupila en una gabardina para no llamar la atención de los pocos viandantes que paseaban a aquellas horas de la noche, disfrutando de la fugaz tregua que les ofrecía en aquel caluroso verano, la guio a la casa. Por la forma en la que la esclava se dejaba llevar sabía que estaba al límite de sus fuerzas y los tacones que llevaba no la ayudaban. En cuanto traspasaron la puerta la acompañó hasta el baño. La luz blanca reveló los estragos que había causado la jornada en la pálida piel de la mujer. Tenía los cachetes del culo enrojecidos por los fustazos que le había dado para controlar la carrera. El sudor había corrido por las piernas arrastrando el polvo que se había depositado en ellas generando unos oscuros churretes que escurrían hacia abajo y algo similar había ocurrido con el rímel que había recorrido sus mejillas en finos y oscuros torrentes antes de secarse. De vez en cuando una contracción involuntaria de los muslos o pantorrillas delataban el estado de extenuación en el que se encontraba la joven. Aun así, cumpliendo sus ordenes, la joven se mantuvo en pie no los brazos pegados al cuerpo.
Con suavidad le desató los correajes poco a poco. Allí donde habían tocado la piel, el cuero, a pesar de ser suave, había producido escoriaciones. Al rozarlas con el dedo la joven no dijo nada, pero tampoco pudo evitar un gesto de dolor que le excitó. A continuación le quitó el tanga y se lo llevó un instante a la nariz el olor inconfundible a sudor y orina inundaron su nariz.
—Te has orinado— le dijo en tono serio.
—Lo siento, mi amo. Fue al tirar del carruaje, cuando pasamos la curva con el bache al hacer el esfuerzo se me escapó un poco... —respondió la joven bajando los ojos avergonzada.
—Tranquila, lo has hacho bastante bien —dijo tirando la prenda al suelo y acariciando la mejilla de la joven que sonrió o al menos lo intentó con el bocado manteniendo su boca abierta.
—Ahora sería cuando te mandaría desnudarme, pero es obvio que con tanta mugre no serías capaz de hacerlo sin llenar de basura cada una de mis prendas. A partir de ahora la limpieza ha de ser constante. ¿Entendido?
—Sí, mi amo. —respondió ella.
Una vez desnudo cogió las bridas y tiró con fuerza para acercarla. La joven vaciló en lo alto de sus tacones y casi chocó contra él. Orlando, con un gesto de exasperación la empujó. Celeste dio dos pasos atrás antes de recuperar el equilibrio y quedarse quieta. Orlando la observó de nuevo. Los churretes de rímel y suciedad y la saliva colgando del bocado y aquellos ojos abiertos y asustados le hicieron sentirse especialmente excitado. Le quitó el bocado y la saliva que se acumulaba en las comisuras de los labios. La joven se quejó al sentir los dedos sobre la piel irritada por el continuo contacto del bocado.
Celeste mantenía la boca abierta como si no se diese cuenta de que ya no había ningún instrumento que le impidiera cerrarla. Orlando aprovechó y le metió los dedos índice y corazón profundamente. Explorando su boca y su garganta hasta producirle arcadas. Celeste chupó y aguantó las arcadas mientras un espeso cordón de saliva volvía a colgar de su boca y caer sobre sus pequeños pechos.
Incapaz de aguantar un segundo más, la obligó a arrodillarse y le metió la polla en la boca. Sujetando su melena, la penetró con fuerza ahogando toda su frustración en aquellos labios rojos y aquella garganta aterciopelada.
—Sin tocarme, estás demasiado sucia. —le recriminó a la joven cuando esta intentó agarrarse a sus muslos.
La esclava obedeció y cruzó las manos a sus espalda sin dejar de chupara con fuerza cada vez que Orlando le encastraba la polla en su garganta. Llevado por tanta rabia como excitación levanto a Celeste y poniéndola de cara a la pared la penetró de un solo golpe.
El coño de la esclava estaba preparado y acogió su verga amorosamente mientras él le daba salvajes empeñones. Celeste no pudo aguantar y empezó a saludar cada uno de los empujones con un gemido de placer. Llevado por una extraña necesidad, que con Bris no había sentido nunca, Orlando cogió la cola y empezó a jugar con ella sin sacarla de su ano haciendo que los gemidos de placer se alternasen con grititos de dolor. No podía parar, acelerando aun más sus empeñones le quitó la cola de un golpe. Celeste se estremeció un instante antes de relajarse por fin y disfrutar de la cabalgada, pero Orlando no estaba dispuesto a terminar con el sufrimiento. empuñando la cola empezó a fustigarla con las tiras del cuero en culo y los costados, cada vez con más fuerza a medida que se acercaba al clímax, hasta que se corrió dentro de ella. La joven gritaba y gemía mientras arañaba el alicatado, presa de un cumulo de sensaciones que acabaron en un monumental orgasmo al sentir la leche de su amo abrasándola con su calor.
—Buena yegua. Ahora ha llegado la hora de limpiar y almohazar esa melena. —dijo Orlando separándose y llevando en volandas aquel cuerpo extenuado a la ducha.
Cogiendo a la esclava por el pelo para equilibrarla la ordenó quitarse los tacones. La joven, a punto de perder el equilibrio un par de veces finalmente fue capaz de deshacerse de aquellos dos incómodos zapatos. Sus pies estaban irritados y tenían las marcas donde la piel había mordido la carne casi hasta hacerle una herida.
A continuación abrió el grifo de la ducha y dejó que el agua fresca recorriese el cuerpo de la joven. Celeste tembló unos instantes al sentir el agua fría corriendo por su cuerpo febril, pero enseguida sonrió agradecida.
—Gracias, amo. —dijo por fin libre del bocado que hacía casi ininteligibles sus palabras.
Orlando cogió una esponja y tras derramar un buen chorro de gel sobre la joven comenzó a enjabonarle todo el cuerpo. La joven se mantuvo quieta y le dejó hacer, aparentemente disfrutando de las atenciones de su amo, excepto cuando rozaba alguna de las escoriaciones producidas por los correajes, momento en el que contenía la respiración para no gritar. Orlando pasaba por ellas cada poco tiempo, como por accidente, pero atento y disfrutando de cada gesto de dolor de la esclava.
Cuando terminó de enjabonarla, estaba tan excitado que solo deseaba follársela de nuevo, pero no era el momento. En cambio cogió el champú y le limpió la melena hasta que volvió a refulgir con destellos rojizos.
Sin aclararla se acercó a ella y se frotó contra su cuerpo jabonoso. La joven sintió inmediatamente la erección de su amo y comenzó a moverse instintivamente para excitarle y complacerle. Orlando deseaba follar aquel cuerpo esbelto y ahora totalmente inmaculado, pero debía enseñar a la joven que podía controlar sus impulsos por mucho que ella intentase atraerle. Sin hacer caso a su erección, ni a la sensación de aquella piel tibia y resbaladiza rozando su glande, terminó de aclararle el pelo y le secó el cuerpo con una toalla.
Cogiéndola por el cuello la obligo a salir de la ducha y la secó el pelo y se lo cepilló hasta que su melena quedó brillante. Con un gesto la indicó que saliese del baño. La joven obedeció, pero tras tres pasos trastabillo agotada. Orlando se apresuró a sujetarla por la cintura y la cogió en brazos. Ella susurró un "gracias, amo" mientras se acurrucaba en su regazo. Cuando llegó a la habitación y la depositó en la cama ya estaba dormida.
Este relato consta de 39 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días. Si no queréis esperar podéis encontrar el relato completo en amazon.