Rozando el Paraíso 26

Jack tiró de las riendas intentando acercarse un poco más a aquel sexo hinchado y apetitoso, pero Orlando mantuvo las riendas firmes evitándolo. Jack se encabritó y tuvo tirar aún más fuerte a la vez que le daba un sonoro golpe al esclavo para que recuperase la compostura...

26

Había mucho que hacer. La subasta era normalmente un acontecimiento, pero aquella era realmente especial, así que el consejo estaba reunido al día siguiente para prepararla. Todos estaban entusiasmados, excepto él. Orlando solo estaba deseando que pasase de una vez y poder seguir con su vida, pero el hecho de que ahora formase parte del consejo le obligaba a tomar parte en la preparación del evento. Tras las presentación del orden del día y la solución de unos detalles menores relacionados con el día a día, enseguida empezaron a discutir los detalles.

—Creo que está claro que la expectación es tan grande que la sala de subastas no es adecuada. —apuntó el decano del consejo— He echado un vistazo al pronóstico del tiempo y parece que va a ser una noche templada y despejada. Mi opinión es que debería hacerse en los jardines traseros.

El palacete tenía en su parte trasera un amplio porche conectado por una espectacular escalinata de piedra con una zona de jardines, amplia y bien cuidada, que iba en  ligero declive hacia un pequeño arroyo.  Justo en la base de la escalinata los constructores habían allanado el terreno. Allí se colocarían los postores mientras que en el primer descansillo de la escalinata podían poner el atril para la subasta. Al pie de la escalinata, a ambos lados, se podía poner una barra  para servir bebidas. Los camareros y camareras podrían servir canapés mientras la gente se iba reuniendo a la espera de la subasta.

—Creo que deberíamos celebrar una serie de eventos para esa tarde. Ya sabéis, para ir calentando el ambiente y que la subasta sea el culmen. —sugirió Kyril mirando directamente a Orlando— Y no hace falta que diga quién es el especialista en estos temas.

—Bueno, no lo había pensado. —intervino al sentirse aludido— Pero creo que con vuestra ayuda podremos hacer algo. —dijo fingiendo más interés del que realmente sentía. Ahora mismo, a bote pronto, se me ocurren un par de cosas, pero con solo cinco días de tiempo no sé si los socios podrán prepararlas a tiempo.

—Tú por eso no te preocupes. —dijo el decano— Ya he hablado con varios y todos están muy interesados, aunque no quieran pujar en la subasta, saben que es escaparate perfecto para exhibir a sus pupilos y pupilas. Harán lo imposible por tenerlos preparados.

—También necesitaré nuevas candidatas y candidatos. Tengo una idea y los jardines de la mansión son perfectos. —dijo Orlando.

—¿En qué estas pensando exactamente?

Orlando carraspeó un momento para aclararse las ideas y comenzó a exponerlas con más detenimiento a medida que iban surgiendo en su cabeza:

—Había pensado en darle a la fiesta un tema ecuestre, ya sabéis los socios de etiqueta con chistera, las mujeres con trajes de coctel y sombreros estrafalarios y los pupilos y candidatos con arreos y cuero...


Estaba tan enfrascada en el trabajo, que Bris respondió al teléfono sin mirar siquiera quién llamaba. En cuanto oyó la voz de su madre al otro lado de la línea inmediatamente se arrepintió de su torpeza. No era que no quisiera hablar con su madre. Lo que pasaba era que sabía cuál sería el primer y principal tema de conversación y aun no se sentía preparada para hablar de ello.

—Hola, hija. Hace días que no sé nada de ti. ¿Qué tal estás?

—Bien, mamá. Muy ocupada. Llevo un par de semanas de bastante trabajo. —respondió ella con la esperanza de que su madre se diese por aludida y la dejase de nuevo con sus incunables.

—Ya, ya. Pero no tan ocupada como para no hablar diez minutos con tu madre.

—Vale, vale. Lo siento mamá. ¿Qué tal te va a ti? ¿Cuándo te vas con las amigas? —le preguntó intentando desviar la conversación de sí misma.

—Pronto, ya sabemos el destino. Nos vamos a Ibiza. Tienes que mirar si hay alguna excursión interesante. Si no me muevo yo, estas petardas se dedican a comer y calentar su panza al sol. —dijo su madre con aire cansado.

—No hay problema, esta tarde mismo te lo miraré.

—Perfecto. ¿Vendrás este fin de semana? Tengo ganas de conocer a ese novio tuyo que ha hecho de mi niña una mujer.

—Bueno, el caso es que lo hemos dejado por un tiempo. —mintió intentando que su voz pareciese preocupada.

—¿Qué has hecho? —preguntó su madre.

Bris no pudo evitar asociar aquella pregunta a su infancia. Siempre que cometía una travesura en su ausencia su madre, al volver se cruzaba de brazos ante ella y poniendo cara de pocos amigos le hacía aquella pregunta. Dijese lo que dijese ella siempre parecía que sabía exactamente lo que había pasado. Al principio pensó que su madre tenía un sexto sentido o alguna cámara espía en la casa hasta que a medida que iban pasando los años se dio cuenta de que siendo la única otra habitante de la casa, era fácil encontrar al sospechoso habitual.

—¿Por qué crees que soy yo la culpable? —respondió ella a la defensiva— Una relación es cosa de dos. Simplemente no ha funcionado. Orlando es un hombre... difícil y quizás yo no he sabido manejar la situación. El caso es que lo hemos dejado.

—Vaya, es una lástima. Ese hombre te hizo florecer cuando yo ya había perdido la esperanza. ¿Crees que ahora que no está contigo podría interesarse en mí? —preguntó en tono jocoso.

—Mamá, no es gracioso...

—Lo siento. —se apresuró a decir su madre es solo que me parece que hacíais una pareja estupenda.

—¿Cómo lo sabes si no lo conocías? —preguntó Bris empezando a exasperarse.

—Créeme, estas cosas las madres lo sabemos.

—Ya estamos con el instinto maternal. ¿Cuándo dejaré de tener ocho años, mamá?

—Nunca. Siempre serás mi pequeña. Por eso deberías venir este fin de semana. Yo te ayudaré a pasar el mal trago a base de dulces...

—Gracias, mamá, pero ya tengo planes. Nada importante. —se apresuró a decir— Pero no los puedo aplazar quizás el finde que viene.

—Sin falta y acuérdate de mirarme esas excursiones.

—No te preocupes, ahora lo siento, pero tengo que volver al trabajo. Mary me está llamando. —dijo mientras veía como su compañera levantaba la vista de un crucigrama y la miraba con aire divertido.

Tras un par de minutos, Bris le prometió que iría en cuanto pudiese y colgó el teléfono. Había salido mejor de lo que había esperado. Su madre le había exasperado tanto que se había olvidado de la tristeza y la vergüenza que sentía al hablar de su separación. Enseguida se volvió a enfrascar en el trabajo, aunque ya no fue lo mismo. Su mente se iba una y otra vez a la subasta que se celebraría en cinco días. Aunque quería olvidarse un poco de todo, su mente intentaba imaginar cuales serían las pujas. El hecho de que no hubiese asistido a ninguna no la ayudaba y solo hacía que aumentar la incertidumbre y la tensión, hasta el punto de que a veces sentía deseos de salir corriendo, pero sabía que si al final no asistía, eso le costaría su estatus de socia del Club y no estaba dispuesta a renunciar a ello. Si algo le podía agradecer a Orlando era que le hubiese abierto los ojos a  un nuevo mundo y estaba convencida de que si no volvía, sentiría que una parte de ella moriría. Además Kyril la había llamado para decirle que estaban preparándolo todo para que aquel día fuese inolvidable y que Orlando tenía mucho que ver con esos preparativos.

Tras describírselos por encima le señaló la hora en la que tenía que presentarse en el Club Paraíso para que el carruaje la esperase a la entrada.  Bris había prometido ser puntual a pesar de que si lo hacía se perdería la mayor parte de los festejos que habían preparado y tampoco tendría la oportunidad de ver a Orlando antes de la subasta. Aun no sabía lo que le parecía todo aquello. A pesar de que se decía que todo había terminado entre ellos su mente albergaba la tozuda esperanza de que el participase en la subasta. Si lo hacía, ¿Qué haría ella? Su corazón la animaba a acceder a cualquier oferta que él presentase, sin embargo su mente le decía que debía pasar página o esperar que la oferta fuese razonable...

La voz de Mary la devolvió a la realidad. No se había dado cuenta de que era la hora de fichar y volver de nuevo a casa a seguir comiéndose la cabeza cuatro días más.


Al principio Orlando pensó que iba a tener tiempo de sobra, pero tuvo que emplearse a fondo para cumplir con su parte. El diseño de la fiesta le llevó poco tiempo, pero el consejo en pleno acordó que todos los participantes en la fiesta debían de llevar los mismos arreos para que el concurso pudiese ser justo. Las riendas y los arreos en general no eran problema. Se obtenían con facilidad en el mercado, pero unas colas adecuadas para las monturas no eran tan sencillos de obtener y después de la cola que le había hecho a Bris, todos quedaron en que era la persona adecuada para aquel trabajo.

Con semejante volumen de colas todos coincidieron en que sería una cola sencilla. En unos minutos diseño un dilatador anal con un mango corto de cuero de unos diez centímetros y de cuyo extremo emergían una serie de flecos de cuero en forma de callado. Tras terminar el diseño les señaló que se podía usar tanto como cola, como consolador o para fustigar al esclavo.

Tras añadir unos pequeños retoques para hacerlo un poco más atractivo, le dijeron que el dinero no sería problema. Quedaron en que empezaría encargando cincuenta y en cuanto supiesen en número exacto de participantes se lo notificarían.

El problema era que a medida que iban pasando los días, la fecha se acercaba y el número de participantes no dejaba de crecer. Había tenido que dejar aparcado el trabajo un par de días para poder encargarse de hacer el primer prototipo a tiempo de poder encargar a una empresa especializada el número necesario.

Con tres días para la fecha límite, el Club le envío dos de sus candidatos, un hombre y una mujer con los arreos completos, para asegurarse de que estaba todo en orden. Celeste era una pelirroja alta y muy delgada y Jack era muy moreno y un poco más bajo que ella. La verdad era que eran perfectos, la chica incluso tenía la cara un poco alargada y unos dientes grandes que le daban un leve pero inconfundible aire equino.

En cuanto llegaron les llevó al gimnasio en el que había apartado los aparatos salvo dos cintas para andar y les invitó a desnudarse. La joven, una vez desnuda le recordaba aun más a  un brioso alazán. Con el torso longilíneo, las piernas largas, los pechos pequeños y todo el cuerpo en tensión, como si estuviese a punto de escapar. El hombre en cambio, parecía más relajado y seguro de sí mismo, bajo, pero robusto y con la piel bronceada, parecía más un potente caballo de tiro.

Tras observarlos un largo rato cogió las dos bolsas que le había traído un mensajero aquella misma mañana. El consejo había seguido la mayoría de sus recomendaciones y en cada una de las bolsas había todo lo necesario para enjaezar a los esclavos. Después de revisarlo todo optó por vestir primero al hombre. Jack se adelantó con los brazos a los lados y la mirada al frente reprimiendo con bastante éxito su curiosidad. Orlando cogió el componente principal de los arreos, un arnés de cuero que constaba de dos anillas, una a la altura del torso y otra sobre el ombligo unidas por una tira de cuero, de estas salían más tiras de cuero que rodeaban su pecho y su cintura ambas con argollas en ambos lados para pasar los correajes. De la anilla superior partían otras dos tiras que rodeaban sus hombros y tenían unas argollas para sujetar al esclavo a su carruaje antes de unirse a una tercera anilla de su espalda. Dos tiras más salían de la inferior rodeaban los genitales de Jack, se deslizaban entre sus nalgas para unirse a la anilla de la espalda donde se podía ajustar el conjunto. Tras colocársela se la ajustó y tiró de las argollas para asegurarse de que soportarían los tirones que se producirían cuando los esclavos arrastrasen pesos.

A continuación le colocó al esclavo un bocado con unas riendas para poder dirigirlos con más facilidad y unos botines de plataforma que simulaban los cascos de un caballo. El hombre se los colocó y  dio unos cuantos pasos para poder adaptarse.

—No te preocupes. —le dijo— tendrás tiempo de acoplarte, para eso he traído las cintas. Ahora dame las manos.

El hombre asintió y el ofreció las muñecas. Orlando volvió a meter las manos en la bolsa y sacó dos muñequeras. Se las colocó en las muñecas y con unas eslingas se las fijó a las anillas que tenía el arnés en el torso. El hombre ya estaba listo. Tirando suavemente de las riendas lo llevó con suavidad hasta dejarlo al lado de la cinta, y se centró ahora en Celeste. La mujer le esperaba con sus ojos azules muy abiertos. Estaba claro que era una candidata al Club y no estaba aun demasiado acostumbrada a aquello. Tomándose su tiempo, se acercó a ella le acarició los flancos y el dio unas suaves palmadas en los muslos y las nalgas que la joven agradeció con un suspiró.

—Tranquila, pequeña. Relájate y sigue mis instrucciones. No pasa nada.

La joven se mordió los labios un instante y separó un poco los brazos del cuerpo, preparada pare que Orlando la vistiera.

El arnés de ella era ligeramente diferente, constaba de dos piezas unas correas que rodaban sus pechos con las argollas para las muñequeras justo por encima de los pechos y para los arreos, otras dos detrás, a la altura de las escápulas. La segunda pieza era un tanga que constaba en una pequeña pieza de suave cuero de cabritilla de la que partían dos tiras que rodeaban sus caderas a diferentes alturas y que se unían en el final de la espalda a otras dos que se deslizaban entre sus nalgas.

El bocado era casi igual que el de Jack solo que un poco más pequeño. Celeste abrió la boca y sacudió un poco la cabeza al ajustárselo obligando a Orlando a pegar un ligero tirón a las riendas para que se estuviese quieta. Sus botas eran un poco más altas, pero ella con experiencia en usar tacones pareció adaptarse mejor. Orlando, sin soltar las riendas, observó como su culo se tensaba y levantaba por la postura y le acarició la melena rizada antes de guiar a la joven a su cinta.

Cogiendo las riendas de ambos esclavos con una mano y con una de las colas en la otra, les guio a la cinta y la puso a baja velocidad. Celeste cogió rápidamente la delantera, más acostumbrada a usar tacones y tuvo que refrenarla para adaptarse al paso más lento de su compañero. Los jóvenes eran buenos alumnos y enseguida acompasaron su paso. Orlando satisfecho aumentó la velocidad de la cinta y animó a los esclavos a adaptarse con unos ligeros zurriagazos. Los esclavos suspiraron y aumentaron el paso obedientes.

Orlando observó cómo sus cuerpos iban cubriéndose poco a poco de sudor a medida que aumentaba la exigencia del esfuerzo. La primera en dar signos de fatiga fue Celeste. Orlando la animó con nuevos latigazos y la joven recuperó el ritmo por unos minutos.

La visión del los flancos de ambos esclavos expandiéndose para inhalar todo el aire posible era excitante hasta el punto de que no pudo evitar llevar a los esclavos un poco más allá. Agitando las riendas aceleró un poco más la cinta. El hombre aguantó a duras penas, pero al cabo de un minuto la mujer empezó a tambalearse y Orlando se obligó a hacer una pausa.

Jack aguantó de pie, pero Celeste se hubiese derrumbado si no la hubiese sujetado por la cintura.

—Buenos, chicos. Os habéis ganado un descanso.—les animó mientras les quitaba unos instantes el bocado parar darles unos tragos de agua fresca.

—Gracias, amo. —dijeron ambos a coro.

—Y ahora el toque final. Levantaros, por favor. —les ordenó tras descansar cinco minutos.

Cogiendo un poco de vaselina se la aplicó al mango de la cola y tras apartar el pelo húmedo de la espalda de Celeste separó sus cachetes y el introdujo el mango de la cola en el ano. La joven tensó todo el cuerpo y soltó un quejido al sentir como aquel objeto superaba su delicado esfínter, pero aun así no se olvidó de agradecerle el regalo.

Orlando se retrasó un par de pasos, observó el efecto de las largas tiras de cuero, que gracias al diseño del consolador quedaban graciosamente enhiestas antes de caer en dirección al suelo por efecto de su propio peso. Se acercó a Celeste, se la recolocó un instante y se apartó cuando estuvo totalmente satisfecho. Había acertado con el diseño y afortunadamente no sería necesario ningún retoque.

Jack pareció un poco más dolido cuando le colocó la cola, pero aun así le dio las gracias y Orlando le recompensó con unos cachetes en el culo antes de volver a invitarlos a subir a las cintas.

Esta vez con los esclavos ya bastante cansados no les exigió mucho y cuando vio que las nuevas colas no les impedían los movimientos los bajó y les dejó descansar.

Celeste estaba totalmente agotada, pero aun así no se tumbó en el suelo como su compañero. En cambio se puso a cuatro patas un poco encogida y jadeando, intentando recuperar el aliento. Orlando observó su cuerpo cubierto de sudor y su tórax expandiéndose con fuerza cada vez que la mujer cogía una bocanada de aire. Celeste satisfecha con la atención que había generado se giró, y sacudió la cabeza, levantando a la vez una de sus manos y golpeando ligeramente el suelo como lo haría un purasangre nervioso.

Orlando puso una rodilla en el suelo y cogió las bridas tirando de ellas para obligar a la joven a girar la cabeza hacia él. Celeste opuso una ligera resistencia, pero finalmente cedió. La miró a los ojos. La esclava mordía con fuerza el bocado y un fino hilo de saliva emergía de la comisura de su boca. Orlando lo cogió con un dedo y jugó con él antes de acariciar el cuello y los costados de la joven que se agitó nerviosa. Un nuevo tirón de las riendas y un par de palmadas en los costados la calmaron.

—Quieta, tranquila. —le dijo obligándola de nuevo a estarse quieta mientras acariciaba sus pechos pequeños y su espalda brillante de sudor.

Jack, que hasta entonces había estado mirando, se acercó también gateando y se colocó al lado de la esclava. Sin dejar las riendas de Celeste cogió también las riendas del esclavo y le llevó detrás de la esclava. El aroma a sexo y sudor que emanaba de la joven hizo que el esclavo inmediatamente se empalmase. Su miembro grande y oscuro se estremecía y palpitaba hambriento mientras Orlando mantenía la cara de Jack a escasos centímetros del sexo de la esclava que no pudo evitar separar un poco las piernas excitada.

Jack tiró de las riendas intentando acercarse un poco más a aquel sexo hinchado y apetitoso, pero Orlando mantuvo las riendas firmes evitándolo. Jack se encabritó y tuvo tirar aun más fuerte a la vez que le daba un sonoro golpe al esclavo para que recuperase la compostura.

Solo cuando demostró quién era el que mandaba aflojó un poco las riendas y dejó avanzar al semental que inmediatamente enterró su cara en el sexo de Celeste, lamiendo y chupando con fruición y haciendo que la joven temblase de placer. Les dejó unos instantes observando como la esclava se retorcía y emitía suaves gemidos de placer. Sin soltar las riendas se apartó de Jack para ponerse de cara a la joven. Le cogió la cabeza, se la levantó y le apartó el pelo de la cara. La esclava tenía los ojos velados por el placer y sus incisivos grandes y blancos profundamente hincados en el bocado. Orlando le acarició la cara con suavidad y besó su frente unos instantes susurrándole palabras tranquilizadoras.

Inmediatamente tiró de las riendas para obligar a Jack a montarla. Jack se subió encima de la joven apoyando todo el peso de su cuerpo y tanteó con la punta de su miembro el sexo de la joven hasta que finalmente dio con la entrada de la vagina y la penetró. Celeste soltó un gemido al sentir la polla del esclavo abriéndose paso en su angosto coño aun más estrechado por la presencia del  consolador aun en su ano.

Orlando tiró de las riendas de la joven para que se estuviese quieta, acariciando su cara, su cuello y sus pechos mientras el hombre bombeaba con fuerza dentro de ella. El cuerpo macizo de Jack caía con fuerza sobre la joven con cada embate, haciendo que no solo la polla sino que el consolador se clavase profundamente en sus entrañas. Celeste gemía y bufaba soportando y disfrutando a la vez los empujones cada vez mas descontrolados del semental que la cubría.

Orlando no intervino y dejó que Jack follase cada vez con más intensidad a la joven hasta que no aguantó más.  Con un bronco gemido se derramó dentro de la joven. Con un tirón Orlando le obligó a descabalgar. Y el hombre de mala gana se separó. Su miembro aun hinchado pero blando resbaló fuera del coño de la joven acompañado por un pequeño torrente de flujos y esperma.

Celeste  suspiró y le miró; estaba claro que aun estaba hambrienta. Orlando se acercó a ella procurando parecer enfadado por aquella muestra de descaro.

—¡Descarada! —bramó dándole un sonoro cachete a la joven que dejó sus manos marcadas en el culo de la joven esclava.

Celeste se estremeció y pegó un grito al sentir el intenso dolor en sus nalgas, pero en vez de quejarse se apresuró a agradecer la corrección a su amo aunque las palabras concretas se perdieron en el bocado. Orlando no pudo evitar sentirse excitado. El cuerpo de la joven aun, sudoroso expelía, erotismo por todos sus poros y ella lo sabía a pesar de que trataba de disimularlo bajando los ojos y mostrándose lo más servil posible.

Acercándose de nuevo le acarició el culo esta vez con suavidad hasta llegar a su cola. Tiró de ella con suavidad, poco a poco. La chica gimió y relajó el esfínter hasta que el objeto salió de su cuerpo totalmente. Orlando observó un instante el consolador y lo cogió por el estrecho mango mientras se desvestía. Celeste se mantuvo a gatas, quieta, temblando de placer anticipado mientras él le acariciaba la espalda y las costillas con las finas tiras de cuero que constituían la cola.

Orlando volvió a coger  las riendas de la joven y tiró de ellas para mantenerle la cabeza alta a la vez que colocaba la cola sobre su espalda para poder tener la mano libre y dirigir su polla hasta el fondo del ano de la joven.

Celeste resopló y mordió con saña el bocado al sentir como el miembro de Orlando invadía sus entrañas. Orlando pegó un tirón a las riendas y tras colocar la piernas a ambos lados de la joven comenzó a sodomizarla con lentitud, disfrutando de cada centímetro de su estrecho culo.

Orlando con la otra mano libre cogió la cola. El extremo que había estado dentro del culo de la joven aun estaba tibio y resbaladizo. Sin dejar de moverse dentro de sus entrañas, retrasando la mano comenzó a acariciar y fustigar con suavidad la vulva abierta y rebosante de la esclava que poco a poco comenzó a jadear y gemir de placer. Orlando, cada vez más excitado le dio una serie de empujones rápidos y secos que la joven recibió con gritos de placer desbocado. Enardecido por la respuesta de la esclava, intensificó aun más sus penetraciones a la vez que comenzaba a fustigar el culo y los costados de Celeste como si se tratase de un Jockey afrontando la recta final del Derby de Kentucky. La joven sudaba y jadeaba como un purasangre retorciéndose y recibiendo los brutales empeñones y los latigazos con gemidos y gritos que revelaban un placer cada vez más intenso.

Finalmente la joven se corrió. Orlando tiró de las riendas para evitar que  ella se dejase caer y  siguió empujando con fuerza hasta que no pudo más y eyaculó dentro de ella. Por fin aflojó la tensión y la joven esclava se dejó caer agotada con Orlando aun encima.

—¡Buena chica!  —dijo separándose y dándole unos suaves golpes a la joven en los flancos.

Celeste superó su estado de agotamiento y se giró para sonreírle. En cualquier otra circunstancia podría haberse quedado observándola horas allí tumbada, desnuda, sofocada y sudorosa con su pelo rojo alborotado enmarcando su cara satisfecha y sonriente, pero tenía muchas cosas que hacer y el recuerdo de Bris terminó por volver a su mente agotando aquella pasajera sensación de satisfacción.

Al notar que la magia se había esfumado, Jack se acercó a la joven esclava y la envolvió con sus brazos mientras Orlando se despedía y les decía que cuando terminasen recogiesen todo y se llevasen las colas junto con el resto de los correajes.

Los dejó en el gimnasio y subió al salón donde se sirvió un Macallan de dieciocho años. Diez minutos después oyó ruido en las escaleras y las puerta de la entrada abrirse y volverse a cerrar, pero unos segundos después apareció Celeste con el vestido corto de tirantes con el que había llegado, la bolsa con sus arreos y su nueva cola en una mano.

Al contrario de lo que esperaba, la chica estaba educada. Se plantó ante él, pero se contuvo y no dijo nada esperando que él la autorizase a hablar. Orlando degustó el whisky lentamente, valorando a la joven. Observó como las piernas desparecían en aquel vestidito verde a la vez que se figuraba lo que Celeste iba a pedirle y se tomó su tiempo para meditar una respuesta. Mientras tanto, la joven se mantuvo quieta consciente de que aquella era la primera prueba.

No se apresuró, bebió con calma y valoró todos los pros y los contras. La verdad es que la joven era atractiva y obediente y se había comportado realmente bien a pesar de que no había venido nada más que a probarse los correajes. Además era todo lo opuesto a Bris. Quizás era eso precisamente lo que necesitaba. Una esclava que no tuviese nada que ver con la anterior y con la que no se viese obligado a nada. Tampoco podía olvidar que en cuestión de días habría una gran fiesta en la que Bris sería la estrella y sería una especie de humillación que se presentase solo, aun más siendo uno de los principales organizadores del evento.

Con la decisión ya tomada apuró el último trago de licor y se dirigió a la esclava:

—Habla. —se limitó a decir.

La joven inmediatamente se relajó consciente de que su actitud podía haberse interpretado como una falta de respeto, con fatales consecuencias para ella y sus aspiraciones a formar parte del Club.

—Lamento haberle interrumpido, pero me gustaría hacer una petición. —dijo la joven con mirada solemne.

—Adelante. —la invitó  posando el vaso vacío sobre la mesa.

—Como probablemente sabe soy aspirante a formar parte del club. —empezó ella eligiendo las palabras con precisión— Llevó unos tres meses y he estado con varios amos, pero ninguno ha logrado satisfacer mis expectativas...

Aquello le gustó. Una mujer puede ser una esclava, pero eso no quiere decir que no pueda ser exigente con su amo.

—El caso es que hoy me eligieron para probar el nuevo equipo, entre otras cosas porque no tenía ningún compromiso. Por lo que tengo entendido, todos los socios que van a participar en el desfile están entrenando a sus monturas como locos. —dijo ella con una sonrisa— Creí que ibas colocarnos los correajes y luego nos iríamos, pero la verdad es que me ha impresionado y me gustaría ser su pupila, si te place.

—Si te soy sincero tú también me has impresionado y estaría dispuesto a adoptarte como mi esclava, pero solo bajo ciertas condiciones.

—¿Cuáles serían esas condiciones, amo? —preguntó ella dando ya por hecho que las aceptaría.

—Nuestra relación empezará el día de la fiesta y solo después de la fiesta te diré si te acepto definitivamente —empezó Orlando pensando que aun tenía el deber de proteger a Bris y eso podía interferir en aquella relación— Y una vez te haya considerado apta quiero que entiendas que nuestra relación tiene fecha de caducidad. Como mínimo durará hasta que seas socia de pleno derecho, pero quiero que entiendas que esta relación no será eterna, aunque tampoco pueda decirte cuánto va a durar al menos por mi parte. Por supuesto, también puedes ser tú la que de por terminada la relación cuando quieras.

La joven no se lo pensó y bajando los ojos inmediatamente se limitó a asentir con la cabeza.

—Gracias, amo. No se arrepentirá, amo.

—Ahora retírate y practica con tus riendas. Nos veremos el viernes para el ensayo del desfile. —dijo Orlando satisfecho.

La joven sonrió y sin levantar la cara dio media vuelta y abandonó el apartamento lo más silenciosamente que pudo.

Orlando se sirvió otra copa y siguió bebiendo en la oscuridad.

Este relato consta de 39 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días. Si no queréis esperar podéis encontrar el relato completo en amazon.