Rozando el Paraíso 24

La mujer abrió mucho sus ojos pequeños y grises, pero contuvo un grito y se limitó a sonreír entreabriendo la boca en una inequívoca invitación.

24

Aquel lunes se levantó con dos objetivos. El primero le llevó casi todo el día, pero al final había renovado toda la decoración de la casa excepto la cocina. Al principio había pensado en renovar solo el dormitorio que había destrozado, pero luego pensó que no le vendría mal eliminar todo rastro de la presencia de Bris de su vida. Sabía que era una chiquillada, pero al hacerlo se sintió mejor. Por la tarde, los obreros se llevaron los muebles viejos y entraron los decoradores y los pintores prometiéndole que cuando volviese a su casa en un par de días no la reconocería. Resignado a pasar unos días fuera cogió una habitación en un hotel, dejó las maletas y se fue al Club con la esperanza de no encontrarse a Bris allí.

A pesar de ser un lunes, aquella noche el Club estaba bastante concurrido. Afortunadamente Bris no apareció por allí. Orlando se paseó por las distintas estancias. Asistió a la actuación de una pareja en el cubo y se retiró a la sala común donde se sentó y pidió un Whisky a uno de los camareros. Algunos de los presentes le lanzaron una mirada interrogativa, extrañados de no ver a su pupila con él, pero no se atrevieron a acercarse. Solo una mujer un poco entrada en carnes y con la melena corta color platino se acercó y dejó una tarjeta en el reposabrazos de la butaca como invitación. Orlando la observó alejarse balanceando las caderas y mostrando unas generosas curvas aun más magnificadas por un corsé color azul eléctrico tan ceñido que Orlando no sabía como la mujer era capaz de respirar.

—¿Te imaginas por qué se hace llamar Luna? —preguntó Kyril sentándose a su lado con un puro mientras seguía con la vista aquel culo grande y pálido como la luna llena.

El hombre sonrió y le hizo un gesto de complicidad a Orlando mientras daba una larga chupada al puro que tenía en la mano.

— ¿Y tu pupila? ¿No la has traído hoy contigo?

—No, hemos decidido que debemos seguir cada uno por nuestro camino. —respondió Orlando consciente de que mientras antes se enterase todo el mundo, antes dejaría de ser el centro de atención.

—Vaya, lo siento. Es una pena. Era una gran adquisición para el Club. ¿Crees que volverá?

—No me lo ha comentado. Pero tengo la impresión de que sí. Así que tendrás tu oportunidad. —dijo Orlando que no se le escapaba el interés que había mostrado Kyril por Bris desde el mismo momento que la conoció en aquella terraza, hacía lo que ya le parecía una eternidad.

—No pretendía...

—No te preocupes, sabes de sobra que no soy celoso. Solo quiero lo mejor para ella. Y si resultas ser tú, no me opondré. —dijo a regañadientes, consciente de que Kyril era uno de esos lobos que Bris debía evitar.

—La verdad es que tampoco creo que a ti te cueste demasiado conseguir una sustituta. Todo el mundo comenta tu espectacular regreso. —le halagó Kyril dando otra chupada al cigarro.

Orlando asintió sin decir nada y pidió otra copa. En el fondo deseaba mandar a aquel cabrón a tomar por el culo, pero era uno de los consejeros del Club, así que se contuvo y trató de escucharlo sin hacer ningún gesto de desagrado.

—Sinceramente, creo que eres un genio. Todos los socios recuerdan cuando tenías un papel más activo en el Club y nos gustaría que volvieses a hacerlo. Sabes que no te pagaremos nada, pero probablemente conseguiría que entrases en el consejo. No hace falta que te diga las ventajas que eso conlleva. —dijo Kyril observando como el humo del puro subía hacia el techo de la habitación haciendo complicados arabescos.

En circunstancias normales le hubiese dicho que no. A pesar de que el Club le gustaba, no tenía ningún interés en dedicarle más tiempo del necesario, ni aun con los supuestos privilegios que suponían pertenecer a la élite del establecimiento, pero aquella nueva ocupación le permitiría tener una excusa para ir con la suficiente frecuencia para poder vigilar a Bris y que no le pasase nada.

Orlando lo pensó unos minutos más y no pudo encontrar ninguna razón en contra así que tras hacerse un poco más de rogar terminó por aceptar la propuesta. Kyril se mostró entusiasmado y pidió otro par de copas para poder brindar mientras le aseguraba que no se arrepentiría. Cinco minutos después volvía a estar solo. Apuró la copa e iba a levantarse para salir del Club cuando Luna volvió a cruzarse  por delante de él y le miró. Orlando decidió no pensárselo dos veces y la siguió a una de los reservados.

La habitación era una de las más austeras del club. Apenas tenía una cama con una mesilla, pero tenía anillas dispuestas por la pared a distintas alturas y también había cuerdas que colgaban del techo. En el centro de la estancia había una columna de madera oscura, bruñida por el contacto de cientos de manos y el sudor de cientos de cuerpos. Si uno se acercaba, podían verse en la gruesa madera las marcas de las uñas que los esclavos habían hecho en incontables sesiones de placer y tortura. En cuanto traspasó el umbral, no se lo pensó y  tras cerrar la puerta de un empujón, la lanzó de bruces contra la cama. La mujer soltó un gritito y se dejó hacer obviamente excitada. Orlando no lo estaba tanto. Le resultaba imposible no comparar aquel cuerpo con el de Bris y a pesar de que la mujer no estaba nada mal, evidentemente salía perdiendo. Llevado por la frustración dio una fuerte palmada en el culo a la mujer. Las nalgas vibraron con el cachete y la delicada piel se enrojeció perfilando los dedos de Orlando sobre su superficie. La mujer soltó un grito ahogado, pero no pareció demasiado enfadada.

Dejándose llevar por ese sentimiento de ira agarró a la mujer por los cordones del corsé y la obligó a levantarse de un tirón. La mujer se dio la vuelta. Sus pechos amenazaban con reventar el corsé en cualquier momento y  buena parte de sus pezones grandes y rosados asomaban del profundo escote de la prenda. Orlando los acarició y los pellizcó, tirando de ellos hasta que emergieron totalmente del escote.

La mujer abrió mucho sus ojos pequeños y grises, pero contuvo un grito y se limitó a sonreír entreabriendo la boca en una inequívoca invitación. No se hizo de rogar y cogiéndola por el pelo, la obligó a inclinar la cabeza y la besó con furia. Luna interpretó aquella violencia como deseo y le devolvió el beso. Sus lenguas se separaron. Sabía a fresas y a tabaco. Dándose un respiro lamió el cuello pálido y algo flácido y repasó sus orejas unos instantes antes de volver a besarla. La mujer, excitada apretó su cuerpo contra él y se dio de nuevo la vuelta.

—¿Te gusta mi culo? —preguntó ella inclinándose hacia adelante a la vez que lo restregaba contra la entrepierna de Orlando— ¿No crees que quedaría mejor con una de tus fantásticas colas?

—Para eso no solo se necesita un culo bonito. —respondió él dando un nuevo cachete que hizo que la mujer pegase un saltito y se restregase el culo dolorido.

Aquel gesto terminó por excitarlo y llevado por un instinto primario, agarró a la mujer por las muñecas y  la empujó contra la pared. Mordisqueando su nuca y sus hombros le levantó las manos y se las sujetó contra la pared usando su cuerpo para inmovilizarla y aplastarla. Con la mejilla pegada al oscuro papel pintado Luna le dijo que tenía unas esposas en el cajón de la mesilla. Obligándola a mantenerse quieta se desnudó, se acercó a la mesilla y sacó unas esposas de aspecto bastante realista, aunque en vez de abrirse con una llave tenían un pequeño resorte.

A pesar de que prefería unas esposas reales se conformó y se acercó de nuevo a la mujer. Luna al verle acercarse se pegó a la pared como si fuese una delincuente y le miró con lujuria. Orlando se acercó lentamente y recorrió los muslos de la mujer, el culo, y las caderas. Sus manos resbalaron por la suave seda del corsé y siguieron el recorrido de las ballenas hasta llegar a sus axilas y cogiendo sus brazos por encima de la cabeza la esposo casi sin que se enterase a una de las anillas que había en la pared.

Luna mantuvo la postura y dejó que Orlando acariciase su cuerpo y colase las manos entre sus muslos. La mujer no pudo evitar un suspiro de placer y movió las caderas intentando frotar su sexo contra aquellas cálidas manos que no dejaban de explorarla y excitarla. Orlando la agarró por el pelo y le pegó la cara contra la pared.

—No te he autorizado a moverte. ¡Quieta!

—Sí, amo. —respondió ella totalmente congelada.

Como si fuese una muñeca Orlando fue colocando su cuerpo, con la cabeza y el torso pegados a la pared, las caderas retrasadas y las piernas ligeramente separadas. Con satisfacción acarició su culo, separó sus nalgas y le dio unos suaves cachetes. Los potentes músculos vibraron y se tensaron invitándole a hacerlo de nuevo y Orlando no se reprimió y volvió a golpear el culo de la mujer una y otra vez mientras la mujer le daba las gracias sin reprimir los gemidos de dolor.

Por fin se había olvidado de todo y estaba concentrado en el placer que podía proporcionarle aquella mujer. Excitado, acercó su polla totalmente erecta y la frotó contra las nalgas de la mujer que de nuevo no pudo resistirse y se meneó tan excitada como él. Orlando la volvió a castigar con un nuevo cachete que hizo asomar una lágrima en aquellos pequeños ojos grises. Sin dejar de restregarse contra ella, la cogió por el mentón y saboreó la solitaria lágrima que rodaba por la mejilla de la mujer.

—¿Quieres mi polla?

—Sí, mi amo. La deseo, mi amo. —respondió la esclava con todo su cuerpo totalmente tenso por la expectación.

Orlando no podía contenerse más, apoyando una mano en la cadera de Luna se cogió el miembro y lo enterró poco a poco en el ano de la esclava. La mujer gritó sorprendida y tiró de las esposas intentando adoptar una postura un poco más cómoda mientras trataba de controlar la respiración y gemía quedamente.

Era sorprendente que un culo tan grande tuviese un ano tan delicado y estrecho. Orlando disfrutó forzando el estrecho esfínter y siguió empujando poco a poco hasta que hubo enterrado su polla hasta el fondo. Luna soltó un suspiro y arañó la pared mientras él comenzaba a moverse primero poco a poco y luego cada vez más rápido a medida que el dolor de la mujer se iba transformando en placer. Como una buena esclava, Luna no le pidió nada, simplemente intentaba mantenerse lo más quieta posible acompañando cada embate de Orlando con un gemido de placer y un "gracias amo" hasta que la intensidad de las penetraciones lo transformaron en una especie de murmullo sincopado. El sudor corría por la espalda de la mujer y desaparecía bajo el corsé. Deseando saborearlo Orlando tiró de los cordones con ansiedad y sin dejar de sodomizar a Luna hasta que la prenda cayó a sus pies. Dándose una tregua se inclinó sobre ella y acarició y besó, la espalda sudorosa de la mujer veteada por las marcas que le habían hecho las ballenas del corsé en la delicada piel.

La mezcla de aromas a perfume y a hembra en celo intensificaron aun más su deseo. Esta vez la sodomizó sin contemplaciones, levantando los pies de la mujer del suelo con cada empeñón hasta que esta, incapaz de contenerse más, estalló en un prolongado orgasmo. El cuerpo de la mujer tembló de arriba abajo mientras gemía y gritaba sin dejar de repetir "gracias amo, gracias amo"

Con un último empeñón abrazó a la mujer por detrás, pegando su cuerpo piel contra piel sintiendo el calor que irradiaba aquel cuerpo exuberante. Solo cuando la mujer terminó de estremecerse se separó y le quitó las esposas del gancho que la sujetaba a la pared. Luna consciente de que él aun no se había corrido, se arrodilló aun esposada y agarró la polla de Orlando lamiéndola de la punta hasta su nacimiento. Durante unos instantes chupó sus testículos mientras le masturbaba suavemente antes de que él le apartase las manos y la obligase a meterse la polla en la boca. Luna era una experta. Chupaba con intensidad mientras con la lengua lamía la parte inferior de su miembro. El placer se intensificó aun más cuando cogió a la mujer por el pelo y de un empujón alojó la polla en el fondo de su garganta y la mantuvo allí casi medio minuto. Cuando la apartó Luna tosió y ahogó una nausea, pero en cuestión de segundos estaba de nuevo chupándole el miembro.

Cada vez que notaba que Orlando estaba a punto de correrse se apartaba dándole unos segundos de descanso antes de volver al ataque hasta que incapaz de contenerse más Orlando se lo impidió y tras varios y rápidos empeñones se corrió dentro de su boca. Luna, obediente, chupó con fuerza y tragó apurando hasta la última gota de su leche.

En cuanto terminó, Orlando se inclinó y ayudó a la mujer a levantarse. A pesar de que podía hacerlo ella misma, Luna esperó a que él le quitase las esposas y le dio las gracias. Libre por fin, la mujer se tumbó en la cama desnuda, mostrándole su culo aun irritado por sus cachetes, intentando incitarle a una segunda sesión de sexo, pero la magia había pasado y su cerebro volvía a hacer comparaciones. Luna seguía perdiendo en comparación con Bris. Tratando de no mirar a aquella mujer expectante a los ojos, se vistió y se despidió farfullando apresuradamente unas palabras de despedida.


A medida que los días iban pasando, la sensación de vacío y desconsuelo iba atemperándose. Seguía echando de menos a Orlando, pero el hecho de saber que aquello había acabado definitivamente le ayudaba a pasar página. Durante los primeros días se volcó en el trabajo  y eso también le ayudó. La gente parecía haber aceptado las palabras de Mauricio y aunque los compañeros de trabajo no la saludaban con la misma familiaridad que antes, al menos parecían tolerarla.

Lo peor era cuando volvía a casa. Se sentía sola y se le caía el techo encima, así que aquel día se llevó a María a tomar algo. A pesar de ser casi las ocho de la tarde, el calor era apenas soportable. Aun así convenció a su compañera con la promesa de que le contaría todo lo que había pasado con Orlando. Hubiesen preferido estar en el interior de la cafetería con el aire acondicionado, pero había demasiada gente como para mantener una conversación delicada así que pidieron dos tés helados y se sentaron en la única mesa de la terraza en la que había sombra y corría un poco de brisa proveniente del río.

No sabía si María estaba realmente interesada por lo que le estaba contando o simplemente aguantaba aquella historia para que Bris pudiese desahogarse, el caso era que estaba funcionando. A medida que le iba contado lo ocurrido con Mauricio y la posterior reacción de Orlando sintió como el peso que llevaba a cuestas se hacía más ligero. Cuando terminó se impuso un largo silencio solo interrumpido por el zumbido de los insectos y los trinos de los pájaros. Bris levantó la vista  intentando vislumbrar las evoluciones de los gorriones y estorninos entre las copas de los árboles.

—¿Y cómo te sientes? —le preguntó su amiga rompiendo por fin el silencio.

—Al principio lo pasé muy mal, pero me estoy recuperando sorprendentemente rápido. Aunque aun tengo dudas. En determinados momentos siento una añoranza terrible y estoy a punto de coger el teléfono para disculparme y suplicarle que vuelva conmigo.

—Te entiendo, es como cuando dejé el tabaco. Los vicios son malos, pero también difíciles de dejar. Lo que tienes que pensar es que es un tipo violento y que además rompió su promesa. Si lo ha hecho una vez podría hacerlo más veces. —la animó María— Se que es difícil, pero cada día que pase será más sencillo.

—No sé. Yo creo que fue un error puntual. Y creo que se arrepiente sinceramente de ello. Creo que le daré una oportunidad, pero tendrá que ser él el que dé el paso y lo dé en público.

—No quieres dejar el Club. —sentenció su compañera.

—Ahora soy miembro de pleno derecho, así que no le necesito. Eso sí que tengo que agradecérselo a él. Me ha descubierto un mundo nuevo y no pienso renunciar a él.

—A mi me parece todo eso un poco truculento. Está bien leer un librito de esos y luego masturbarse imaginándote como un grupo de enanitos con enormes pollas erectas te fustiga, pero otra cosa es experimentarlo en tus propias carnes.

—Deberías probarlo. —le contradijo Bris— Si lo haces con la persona adecuada es una experiencia excitante. Quizás sea eso lo que necesitas para darle un poco de picante a tu relación.

—Me imagino a mi José con unas chaparreras de cuero un tanga y un látigo.— la risa de María hizo que los pájaros del árbol huyesen espantados— Pobre, se sentiría como un yupi de Wall Street en medio de un rebaño de cabras.

Bris no pudo evitarlo. No conocía al marido de María, pero se pudo imaginar a un sesentón gordo y con todo el pelo situado de cuello para abajo agitando un látigo desmañadamente y diciendo " nena te voy a dejar el culo como la bandera del Japón" Miró un instante a María y ambas rompieron a reír de nuevo. Aquello fue liberador y por unos minutos se olvidó de todo y de todos, solo se dejaron llevar por la hilaridad hasta quedarse sin aliento.

Cuando al fin controlaron el ataque siguieron charlando, esta vez de naderías hasta que María, harta de pasar calor, se disculpó y le dijo que tenía cosas que hacer. Bris lo entendió y la dejó ir dándole las gracias por su ayuda y compresión.

Vio a su amiga alejarse  con paso cansino, atormentada por el calor estival que no cedía ni con el ocaso. Ella, sin embargo, se quedó un rato más. Se sentía bien allí, pese al calor. Aun no tenía ganas de volver a casa. Con la mirada perdida en la plaza siguió las evoluciones de varios niños persiguiéndose y gritándose unos a otros y no se enteró de su llegada hasta que se sentó a su lado.

Kyril estaba tan elegante y fresco como siempre. Parecía que el intenso calor resbalaba por su cuerpo sin llegar a tocarle.

—¡Uf! Hay que ver que calor hace. Esta ciudad parece el infierno...

—Hola, Kyril. Que afortunada casualidad. O no. —dijo ella convencida de que aquel encuentro no era meramente fortuito.

—Bueno, Bris. Supongo que me has pillado. —sonrió el hombre intentando parecer un poco culpable— Pero me he enterado de vuestra separación y quiero que sepas que lo siento mucho. Parecíais la pareja perfecta.

—¿Y...? —preguntó Bris imaginando las intenciones de Kyril.

—Bueno, solo quería decirte que sería una pena que no volvieses a ir al Club. No hace falta que te diga que has sido la sensación. Hacía mucho tiempo que no veía al personal tan revolucionado. Sé que el Club puede ser un poco intimidante para una mujer sola, así que había pensado que si quieres que te acompañe para darte un poco de apoyo, me tienes para lo que necesites. —dijo él con su sonrisa de playboy.

—Gracias, Kyril. Es un ofrecimiento muy amable, pero no será necesario. Pienso volver, pero lo haré sola.

—Bueno. Quizás me he precipitado un poco, querida. Pero eres tan sumamente adorable que no he podido evitar intentarlo. ¿Crees que tengo alguna oportunidad de ser tu próximo... protector? —preguntó él eligiendo las palabras con cuidado.

—No te preocupes, querido. —respondió ella pronunciando la última palabra con retintín— Tendrás tu oportunidad. De hecho todos podrán tenerla. Si realmente estas dispuesto a ayudarme, me gustaría que organizases una subasta.

—¿De qué tipo?

—Había pensado que cada socio haga su oferta y yo elegiré la que me resulte más atractiva. Los postores tendréis que adivinar que es lo que deseo y el que se acerque más se llevará el premio.

—Interesante. A todos los socios nos encantará competir por tus favores. No te preocupes por nada solo tienes que decir el día y yo me encargaré de todo. —dijo alargando a Bris una tarjeta— Este es mi móvil. Puedes llamarme de día o de noche.

Bris aceptó la tarjeta y agradeció el ofrecimiento mientras Kyril pedía otra ronda al camarero y desviaba hábilmente la conversación. Él la hizo reír y el tiempo pasó tan rápido que cuando se dio cuenta era casi de noche. Se despidió de Kyril prometiéndole que le llamaría para concretar la fecha de la subasta.

La oscuridad no fue un alivio. El ambiente seguía siendo caluroso y opresivo aplastando su ánimo, que no mejoraba con la perspectiva de volverse a ver sola en su casa. De  camino, pasó por el lugar donde había sentido las manos de Orlando explorando su cuerpo por primera vez y no pudo evitar sentir una oleada de nostalgia. En la oscuridad se acercó al árbol y acarició la áspera corteza rememorando aquella sensación de terror, indefensión y excitación. Durante unos instantes estuvo a punto de salir corriendo en dirección a la casa de Orlando a suplicar perdón. Pero algo le decía que aquella relación estaba rota para siempre. Bris suspiró y tras apoyar unos instantes la frente en el tronco del árbol, se apartó y volvió sus pasos hacía su casa. Mientras caminaba pensó en la subasta y se preguntó si habría alguna puja capaz de hacerle olvidar a Orlando.

Este relato consta de 39 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días. Si no queréis esperar podéis encontrar el relato completo en amazon.