Rozando el Paraíso 23

Bris mantenía la cabeza baja. La melena húmeda le caía sobre el rostro en sucios mechones, ocultándolo de su vista, aunque no hacía falta verle la cara para saber que estaba sufriendo. De vez en cuando, a intervalos regulares, todo su cuerpo se estremecía y Bris soltaba un gemido...

23

Aquella no era su habitación. Parecía un sótano sin ventanas, apenas iluminado por la luz que emitían dos mortecinas bombillas de sesenta vatios. No sabía dónde estaba, solo que Bris estaba sentada a horcajadas en un potro, atada con un complicado sistema de cuerdas que aprisionaba sus pechos y le mantenía las manos atadas a la espalda. Las articulaciones del los hombros sobresalían hacia adelante  sin que hubiese ninguna postura que aliviase la tensión en ellos.

Bris mantenía la cabeza baja. La melena húmeda le caía sobre el rostro en sucios mechones, ocultándolo de su vista, aunque no hacía falta verle la cara para saber que estaba sufriendo. De vez en cuando, a intervalos regulares, todo su cuerpo se estremecía y Bris soltaba un gemido. A pesar de todo, Orlando sabía reconocer un buen trabajo. La postura de Bris era perfecta. todos sus músculos estaban en tensión, su pechos atrapados entre las vueltas de la gruesa maroma parecían aun más grandes y pesados y estaban enrojecidos probablemente hipersensibles por la circulación entorpecida.

Un nuevo estremecimiento. Un nuevo gemido. Bris intentó adoptar una postura más cómoda sin conseguirlo, pero permitió a Orlando constatar otro de los motivos de su incomodidad. Por si fuera poco tenía inserto en la vagina un enorme consolador que vibraba a intervalos regulares.

Quería acercarse y librar a Bris de su tortura. Pero algo se lo impedía. Ya no era su esclava. Ya no era cosa suya. Cerró los ojos. Se estaba mintiendo a sí mismo. No. No lo hacía porque estaba disfrutando con las vistas. Debería habérselo recriminado, pero en vez de ello, cambió ligeramente de lugar para tener una mejor panorámica. La respiración se había vuelto más fatigosa y ahora todo su cuerpo estaba cubierto de una ligera pátina de sudor haciéndolo aun más deseable. En ese momento entró un hombre. Jamás había visto nada semejante. Se parecía a Lucho, pero mediría veinte centímetros más, estaba musculado hasta casi parecer grotesco y tenía todo el cuerpo cubierto de tatuajes tribales.

—Hola, esclava. ¿Estás cómoda? —preguntó el hombre.

—Sí, mi amo. Gracias, mi amo. —respondió Bris entre jadeos.

—Estás casi perfecta. Solo faltan un par de cosas, y empezaremos la sesión.

—Sí, mi amo.

El hombre se acercó a ella y sus manos recorrieron el culo, los muslos y los flancos jadeantes de Bris. Orlando deseó estar junto a ella. Sentir el movimiento apresurado de sus costillas marcándose bajo la piel, intentando coger aire, pero incapaz de moverse siguió al desconocido que se había agachado para coger algo del suelo. Al erguirse de nuevo pudo ver que en la mano llevaba lo que parecía una especie de gancho de carnicero pero con el extremo en forma de bola. Con una sonrisa sádica lo insertó en el ano de Bris que apenas pudo reprimir el grito cuando el objeto superó la resistencia de su esfínter.

—¡Gracias, amo! —exclamó Bris mientras el hombre jugueteaba con el gancho hasta que estuvo colocado a su gusto.

Cuando lo soltó, el artefacto estaba profundamente hincado en el ano de Bris de forma que la curva del gancho se ceñía a su culo. Cuando Bris se relajó creyendo que lo peor había pasado, su amo cogió un grueso cordón, lo dobló por la mitad para hacerlo doble y con él ató el otro extremo del gancho. A continuación pasó el cordón por el cuello de Bris y lo ató sobre sí mismo en un punto a la altura de su espalda, dejándolo lo suficientemente corto como para obligar a Bris mantener la cabeza y parte del torso alzados en una postura casi imposible.

Orlando no pudo más que de maravillarse de la técnica de aquel hombre. Bris estaba totalmente paralizada a merced de su amo. Cualquier movimiento hacia que el cordón, grueso y suave, pero a fin de cuentas un cordón, se hincase en su cuello hasta cortar su respiración.

—¿Estás cómoda?

—Sí, mi amo. —respondió ella con voz ahogada— Nunca he estado mejor.

En ese momento el consolador comenzó a vibrar de nuevo y Bris se retorció involuntariamente. El brusco movimiento hizo que tanto el gancho de su ano como el cordón de su cuello se hincasen más profundamente. Bris gritó  e instintivamente volvió a adoptar la única postura que le producía cierto alivio aguantando estoicamente aquel endiablado aparato que no paraba de torturar sus zonas más sensibles.

—Buena chica. Sabes lo que tengo para ti. —dijo él apartando el pelo de Bris para mostrarle su pene semierecto balanceándose a pocos centímetros de sus  labios.

—Sí, amo. Lo deseo como nada en el mundo, mi amo. —respondió Bris ansiosa.

—Pero antes tienes que hacer algo por mí, esclava.

—Sí, mi amo. Lo que quieras mi amo.

—Sabes lo que quiero. Aun así, quiero que me lo supliques.

Bris miró a su amo y dudó. Luego miró aquella polla gruesa y oscura y tras dudar unos instantes volvió a hablar, esta vez con voz temblorosa:

—Castígame, mi amo. He sido mala y me lo merezco.

—No me pareces muy convincente. Estos días te has mostrado especialmente lasciva y he visto como me miras ansiosa. Quiero que te salga del corazón. —replicó él dando un suave tirón del gancho que tenía Bris en el ano.

—¡Sííí! Tienes razón, mi amo. ¡He sido mala! ¡Solo pienso en tu polla corriéndose dentro de mí! ¡Por favor, mi amo, castígame! ¡Te lo suplico!

—Eso está mejor. —dijo el hombre satisfecho y acompañando la afirmación con un sonoro cachete.

Bris gritó y tensó su cuerpo haciendo que las ataduras y el gancho se hincasen de nuevo en sus carnes y en pocos segundos los dedos de su amo quedaban marcados en la pálida nalga de Bris.

El hombre se apartó dándola unos segundos de tregua, pero enseguida volvió esta vez con una fusta. El segundo golpe fue aun más sonoro, casi como un disparo que rebotó por las paredes de la opresiva habitación, acompañado por los ecos del grito de Bris.

Orlando cerró los puños, no de indignación sino porque en parte deseaba estar allí corrigiendo a su pupila. Tras los primeros golpes, Bris aprendió que si se movía solo haría que aumentar su sufrimiento así que se obligó a mantenerse quieta como una estatua mientras recibía una lluvia de fustazos. En pocos minutos el hombre estaba cubierto de sudor por el esfuerzo mientras que Bris gemía y jadeaba con toda la piel enrojecida y su cuerpo estremeciéndose debido al esfuerzo de mantener la forzada postura en total inmovilidad.

—Buena chica. Has soportado el castigo con dignidad y ahora te daré tu regalo.

Sin aparente dificultad cogió el cuerpo de Bris y lo levantó. La esclava soltó un gemido de alivio cuando el enorme dildo salió de su vagina. Orlando no pudo evitar echar un vistazo al pequeño charco de flujos que se acumulaba en el potro, justo rodeando al consolador, antes de fijar la vista de nuevo en la pareja.

Entre tanto el amo había depositado a Bris sobre un colchón que había en el suelo y le había desatado las manos. Inmediatamente Bris se puso a gatas y esperó. El hombre se cogió la polla y golpeó con ella la piel irritada de los muslos y las nalgas de su esclava hasta que estuvo dura como una estaca. Luego, sin más ceremonias, la penetró. La enorme polla de aquel hombre desapareció por completo en el interior de Bris haciéndola temblar de placer. Aquella enorme masa de músculos y tatuajes se inclinó sobre ella y la cubrió con su enorme cuerpo.

Orlando observó a aquel hombre descargando todo el peso de su cuerpo sobre Bris con cada embate mientras ella, obligada por el gancho que conectaban su culo y su cuello, mantenía el peso de ambos a duras penas. Bris giró la cabeza y pudo ver su cara. En su gesto había placer y determinación. Estaba esplendida allí con su cuerpo esbelto y ligero aguantando a aquel toro embistiéndola con fuerza, babeando, sudando y gruñendo, sin dejar de amasar sus pechos y pellizcar sus pezones hipersensibles.

Tras un par de minutos el hombre estaba tan rojo como su esclava. Había erguido su tronco y la follaba con todas sus fuerzas a la vez que tiraba del cordón con fuerza hasta que con dos últimos empujones se corrió dentro de ella. Al sentir el calor del semen de su amo, Bris experimento un brutal orgasmo que aun se intensificó un poco más por la falta de oxigeno que sentía.

Orlando suspiró satisfecho por el espectáculo unos instantes hasta que se dio cuenta que el hombre, con una sonrisa seguía tensando el cordón. Bris intentó retrasar un poco más el cuello para aliviar la tensión, pero su columna ya no daba más de sí. Fue entonces cuando lo vio claro. Aquel hombre no iba a parar. Orlando intentó acercarse para ayudar a Bris, pero no podía. Parecía fijado al suelo y solo podía ver como Bris se enfrentaba a la muerte. Como intentaba tirar del cordón que se ceñía cada vez con más su fuerza a su cuello....

—¡Nooo! —Orlando se despertó con el cuerpo cubierto de sudor. Tardó unos segundos en darse cuenta de que todo era una pesadilla, pero aquella desagradable sensación tardó en desaparecer reforzada por el aroma de Bris que impregnaba toda la habitación. Aquel olor le estaba volviendo loco, tenía que deshacerse de aquella sensación, tenía que...

Dominado por la ira y la frustración arrancó las sabanas y el edredón y los tiró en un rincón. Sin saber por qué lo hacía, cogió el colchón y lo lanzó al otro lado de la habitación al igual que las lámparas de las mesillas de noche que se estrellaron contra la pared rompiéndose en mil pedazos. Sin pensar, solo intentando deshacer la bola que tenía en el estómago, siguió destruyendo con determinación todo el contenido de su habitación hasta que, agotado, cayó de bruces sobre el colchón hecho trizas.

No supo cuanto tiempo había pasado, pero cuando despertó de nuevo se sentía mejor. Aquella bola de dolor seguía allí, pero ahora se veía capaz de soportarlo. Lo que no podía soportar era la idea de Bris sufriendo a manos de cualquier majara.

A pesar de que lo intentaba, lo que había ocurrido con Alba no se le iba de la cabeza y poco a poco fue convenciéndose de que tenía que proteger a Bris. Se lo debía.

Conocía a Bris y sabía que iría al club. Dentro del Club había unas reglas y todo el  mundo las cumplía, pero lo que pasaba fuera entre los socios era otra cosa y Bris llevaba demasiado poco tiempo para saber que muchos de los socios solo se diferenciaban de los psicópatas en que tenían perfecto control y conciencia de lo que hacían. Si le pasaba algo sabía que no se lo perdonaría. La imagen de Alba le acosaba sin descanso así que no tardó en llegar a la conclusión obvia. A pesar de que no le apetecía nada ir al Club y experimentar la humillación de ver a Bris pasearse sola por sus pasillos o peor aun de la mano de cualquier cabrón, estaba decidido a protegerla y lo haría hasta la muerte.

Así que, a pesar de que era lo último que le apetecía hacer y de que probablemente Bris no se acercaría por el Club tan pronto después de la ruptura, se preparó para ir y pasar un rato. Y seguiría yendo hasta que se cerciorase de que su antigua pupila quedaba en buenas manos.


Bris tardó casi todo el fin de semana en volver a instalarse. Echaba terriblemente de menos a Orlando, pero ya no había marcha atrás. La confianza se había roto entre ellos y como él decía aquello era lo más importante en una relación tan atípica como la que mantenían. Mientras estuvo ocupada, colocando ropa y libros, limpiando la casa y dejando todo de nuevo más o menos a su gusto se fue controlando, pero cuando finalmente no quedó nada que hacer se derrumbó sobre la cama y lloró hasta quedarse dormida.

Cuando despertó era cerca del mediodía. No sabía si era el espléndido día de verano que hacía fuera o el haberse desahogado llorando toda la noche, pero se levantó más ligera. Llevada por un irracional optimismo se vistió con un ligero vestido floreado, unas gafas de sol y unas sandalias de cuña y salió a la calle. Paseó sin rumbo por la ciudad y llevada probablemente por la costumbre acabó de nuevo en el parque. Inconscientemente se acercó al banco y miró hacia la galería. ¿Estaría Orlando espiando desde el otro lado del cristal? ¿O estaría en el Club buscando otra nueva pupila? Durante un instante todo el peso de la separación se le vino encima, pero solo fue eso un instante. Soltando un suspiro le dio la espalda al banco y salió del parque. Sus pasos la llevaron a una cafetería cerca del río. La suave brisa y rumor del agua la invitaron a sentarse en la terraza y pedir un refresco. Cruzó las piernas y disfrutó de la bebida fresca mientras seguía las evoluciones de los insectos cerca de la superficie del agua rozándolo y esquivando peligros reales o imaginados con bruscos cambios de dirección.

Una libélula se apartó y se posó sobre una caña a apenas dos metros de distancia. Era grande y de un color azul metalizado que la hacía  pensar a Bris en un autómata. Al sentirse el centro de atención el insecto se giró y levantó el vuelo con un sordo zumbido. En ese momento Bris se sintió también observada y levantó la vista de su bebida. Dos mesas más a la derecha dos chicos que no debían aparentar más de diecinueve años la miraban con ojos hambrientos mientras charlaban entre ellos, evidentemente de ella. Bris les dirigió una mirada, pero enfocando algo detrás de ellos, como si fuesen transparentes. La mantuvo un instante y luego volvió a concentrar su atención en la corriente. Por el rabillo del ojo vio como los chicos se removían inquietos. Bris no pudo contenerse, sintió la necesidad de provocarles. Procurando que pareciese el movimiento más natural del mundo se incorporó un instante como queriendo alisar la falda del vestido y tensando la tela entorno a su culo, permitiendo a los jóvenes admirarlo y cuando se sentó de nuevo cruzó las piernas sin preocuparse de la porción de muslos que les mostraba. Aparentando ignorarles bebió otro trago y simuló  apartar un bicho de su escote. Sus uñas rozaron el nacimiento de sus pechos a la vez que fruncía los labios en un falso gesto de contrariedad. Oyó un ruido y un carraspeó. Era el momento que esperaba. En ese mismo instante se giró hacia ellos les lanzó una mirada furibunda y tiró del vestido tapando de nuevo sus piernas todo lo que la tela le permitía. Bris intentó contener la sonrisa mientras los dos chicos la miraban totalmente desconcertados. Divertida, le dio otro trago al refresco y se imaginó a los dos jóvenes cumpliendo todas sus órdenes. Sintió una especie de escalofrío. Cuando estaba con Orlando, jamás se le había ocurrido invertir los papeles, pero ahora que lo pensaba no le parecía tan disparatado. Ya no era la mujer temerosa y complaciente que Orlando había conocido. Quizás era eso lo que necesitaba para olvidar a su amo, un cambio de rol.

El sol ya estaba bajo en el horizonte y los mosquitos, que hasta ese momento habían estado ausentes, comenzaron a acercarse a las mesas con sus molestos zumbidos echando a perder la sensación de tranquilidad que le había invadido. De dos tragos apuró el refresco y tras pagar al camarero se dirigió a casa dando un largo rodeo, disfrutando del frescor de la noche que poco a poco se estaba imponiendo e imaginando a aquellos dos mequetrefes siguiendo estrictamente sus órdenes mientras le hacían el amor.