Rozando el Paraíso 21
La cama le parecía demasiado fría, el colchón demasiado duro, las sábanas demasiado ásperas y la habitación demasiado oscura y deprimente...
21
Los primeros días tras la visita al Club todo parecía ir bien, pero enseguida notó que volvía a crecer la ansiedad en su amo. Bris procuró no hablar de su trabajo y distraerle. En cuanto se daba cuenta de que Orlando volvía a estar nervioso e irritable lo llevaba al Club, pero a partir de la segunda o tercera vez, el efecto relajante disminuyó. A Bris no le quedó más remedio que esperar y confiar que su amo no perdiese el control sobre sus actos.
Entre tanto las cosas en el trabajo se habían calmado bastante, pero sabía que aquello solo era pasajero. Seguramente Mauricio había descartado volver a intentar agredirla, pero eso no quería decir que no intentase hacerle la vida imposible. Los compañeros seguían mirándola con prevención, pero ella insistía en dejarse ver y en no parecer cohibida o culpable a recibir las miradas acusadoras. No creía que con eso la gente cambiase de opinión, pero tampoco le importaba. Sabía que la única compañera que le importaba creía en ella.
Todo parecía estar bajo control hasta que estalló por los aires. A pesar de haber ido hacía pocos días al Club, Orlando volvía a estar nervioso, llegaba tarde y no le decía donde había estado. Bris tampoco insistía. Sabía que eso solo irritaría más a su amo así que optó por dejar pasar el tiempo para que olvidase aquella obsesión aunque estaba casi segura de que no funcionaría.
Aquel jueves Orlando llegó especialmente tarde con los brazos cruzados en una posición antinatural y cuando ella le preguntó, la ignoró y se fue directamente a la cama. Un mal presentimiento la hizo encogerse. Bris no supo qué hacer, así que finalmente cenó y se metió en la cama con él. Por primera vez desde que dormían juntos, Orlando no trató de buscar el contacto con su ella. Bris se puso aun más nerviosa y apenas pegó ojo en toda la noche.
El día siguiente amaneció sola en la cama y de un humor pésimo. Su frustración se había convertido en rabia y cuando oyó que Mauricio la llamaba desde el despacho y entró dispuesta a sorprenderle con la grabación y obligarle a acabar con todo aquello. Pero la sorpresa se la llevó ella. El aspecto de su jefe era lamentable. Alguien, estaba segura de quién había sido el culpable, le había dado una buena paliza. Mauricio tenía rota la nariz. Un aparatoso vendaje la mantenía en su sitio y el derrame se había extendido por las orbitas haciéndole parecer un mapache cabreado. También tenía un labio partido y por la manera superficial de respirar y los continuos cambios de postura suponía que tenía un par de costillas rotas.
—No pongas esa cara de sorpresa. —le censuró su jefe— Estoy seguro de que conoces al que me ha hecho esto. De hecho se presentó como tu novio.
—Yo... lo siento. —dijo olvidando totalmente por qué había entrado en el despacho— No sabía lo que iba a hacer. De haberlo sabido hubiese intentado evitarlo. No me gusta la violencia.
—Sea como sea, usted gana. No volveré a acercarme a usted. —replicó él tratándola de usted deliberadamente para establecer la máxima distancia con ella— Y por supuesto hablaré con la gente del trabajo y les diré que todo fue una especie de broma que se malinterpretó. Ahora puede irse.
Bris volvió totalmente confundida a los archivos. Esta vez ni siquiera se atrevió a contárselo a Mary. Mientras trabajaba la confusión y la sorpresa dio paso al enfado. No podía creer que Orlando no hubiese confiado en ella y eso la irritaba. El resto de la jornada apenas pudo trabajar y no paró de darle vueltas. Cuando llegó la hora fichó a toda velocidad y sin despedirse se dirigió directamente a casa. Esta vez, para variar, Orlando la estaba esperando visiblemente más relajado. La noche anterior pudo evitarlo, pero aquel día en la cocina perfectamente iluminada saltaban a la vista sus nudillos erosionados. En esa ocasión Orlando no hizo nada por ocultarlos y eso fue la gota que colmo el vaso.
—¡Estarás orgulloso! ¿Eh? —le increpó sin siquiera saludarle— Creo recordar que te dije que estaba todo bajo control. Pero tú ni puto caso. Seguiste a Mauricio y le diste una paliza.
—Lo hice por ti. Yo...
—¡Ni se te ocurra decir que lo hiciste por mí! —estalló Bris— Eso solo lo has hecho por ti, cerdo egoísta. Creí que eras diferente, pero ya veo que todos los hombres sois iguales.
—¡No se te ocurra decirme que soy igual que ese cabrón! —replicó Orlando enfrentándose a ella y dominándola con su estatura.
Bris sin embargo no se arredró y poniéndole el dedo en el pecho continuó abroncándole.
—No eres igual. Eres peor. Debajo de esa fachada de elegancia y autocontrol eres tan posesivo y manipulador como él. Creí que me habías dicho que los papeles de amo y esclava eran solo una especie de juego, pero ya veo que te lo tomas en serio.
—Bris, aunque sea a costa de nuestra relación, no pienso dejar que nadie intente...
—¿Intente qué? Ya te dije que no necesito tu ayuda. Sé defenderme solita y si no lo entiendes, quizás no eres el hombre que necesito en mi vida.
—¡Tú no eras nada antes de que te conociese! —estalló Orlando cerrando los puños— Y sin mí volverás a ser una mujer estúpida y vulgar.
La visión de Orlando realmente enfadado con la mandíbula crispada y los puños cerrados hasta que los sus nudillos se volvieron blancos le hizo dar dos pasos hacia atrás. Bris sintió miedo, pero sabía que Orlando no se atrevería a ponerle un dedo encima.
—Quizás debería irme para comprobarlo. —dijo ella en un arrebato.
—Sí, ¡Vete! No tardarás en volver suplicando.
Aquellas palabras le hirieron especialmente y no se lo pensó; cogió el bolso que había dejado encima de la mesa y abandonó la casa de Orlando dando un portazo. En cuanto salió a la calle la brisa fresca la ayudó a despejarse y se arrepintió de lo que había dicho casi inmediatamente. Indecisa, se volvió y dio unos pasos de vuelta hacia la casa, pero ya era demasiado tarde. El daño ya estaba hecho. Con un gesto de hastío giró de nuevo sobre sí misma y se dirigió a su antiguo piso.
De nuevo bajó su antiguo techo Bris sintió ganas de llorar. Todavía seguía sin entender como había podido salir todo tan mal. Se sentía derrotada. Amaba a Orlando, pero sabía que no podía volver con él. Sí lo hacía sin que él se disculpara antes y prometiera no volver a inmiscuirse tratando de controlar todos los aspectos de su vida, solo conseguiría que se reafirmara en su opinión de que había hecho lo correcto y entonces se convertiría en su esclava a tiempo completo y eso nunca lo aceptaría.
Se acostó e intentó dormir sin éxito. La cama le parecía demasiado fría, el colchón demasiado duro, las sábanas demasiado ásperas y la habitación demasiado oscura y deprimente. Agarrándose a la almohada se tapó con la manta y se pasó sollozando el resto de la noche.
A la mañana siguiente Mary vio su aspecto lastimoso e instantáneamente se levantó para abrazarla. Mary intuyó lo que había pasado. El aspecto de Mauricio era la comidilla en la biblioteca. El insistía en que había sido un accidente de tráfico y mucha gente lo había creído, pero Mary no era tonta. Bris se agarró a su amiga, agradecida de no tener que dar explicaciones y Mary no le hizo preguntas consciente de que Bris se lo contaría todo cuando estuviese preparada. Tras cinco largos minutos de abrazos y sollozos consiguió recomponerse un poco. Aun así prefirió quedarse en su puesto de trabajo y no salió ni para tomar el sándwich.
Al final de la jornada se despidió de su compañera diciéndole que le contaría todo lo que había pasado cuando estuviese preparada y se fue directamente a casa. Inconscientemente volvió a adoptar la misma postura encogida y la mirada huidiza que solía adoptar antes de conocer a Orlando. Cuando llegó a casa tenía ganas de volver a llorar, pero se obligó a no hacerlo y estuvo ocupada con todo lo que se le ocurrió. Estaba recolocando la alacena cuando sonó el móvil. Lo esperaba y no lo esperaba. Miró el teléfono con aprensión. Era él. Lo dejó sonar un par de veces. Parecía mentira lo rápido que podía llegar a funcionar su cerebro. En un instante se imaginó a Orlando disculpándose, insultándola, ordenándola que volviese y hasta echándole una maldición gitana.
Con las manos temblorosas cogió el teléfono y respondió:
—Hola, Orlando. —contestó controlando el tono de su voz intentando evitar que no trasluciese la avalancha de sentimientos que le estaba asaltando.
—Hola, Briseida. —la saludo con aparente indiferencia—Te llamaba para saber si te encontrabas bien.
—Perfectamente, gracias. —respondió Bris mordiéndose la lengua para evitar que se le escapase una súplica— ¿Eso es todo?
—No, bueno. También quería aprovechar para decirte que pasaré el fin de semana fuera, así que puedes aprovechar para recoger tus cosas.
La frialdad con la que dijo aquellas palabras se le clavó en el corazón. ¿De veras era todo lo que iba a decir después de una relación tan especial? Quizás había estado totalmente equivocada y la relación no había sido tan especial para él. Bris sintió como la congoja se transformaba en ira. Deseaba gritarle y cubrirle de insultos, pero estaba segura de que era lo que él quería y optó por guardar silencio.
—Te he dejado la cola dentro de la caja, encima de la cama. Quiero que te la quedes. La hice especialmente para ti. —añadió él después de un largo silencio.
—Yo... Gracias...
—Cuando termines cierra con llave y deja las llaves en el buzón, por favor. —dijo él cortando a Bris e impidiendo que se explicase.
—De acuerdo. Adiós, Orlando. —replicó ella antes de cortar la comunicación.
Bris dejó el teléfono sobre la mesita de la habitación y se miró al espejo. La conversación, a pesar de ser corta había sido liberadora. Todo el abatimiento desapareció. Orlando la había dejado, pero bajo ningún concepto le volvería a dar la satisfacción de volver a ser la mujer apocada y esquiva que era antes de conocerle. Al día siguiente iría a trabajar y no pensaba esconderse. Incluso volvería a sentarse en el mismo banco a comer su sándwich. El que Orlando la estuviese observando o no, le importaba una mierda. Después de haber tomado la decisión sintió una oleada de tranquilidad. Dejó de intentar no pensar en el pasado y se acostó pensando en el futuro. Aquella noche no le costó tanto quedarse dormida.
Este relato consta de 39 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días. Si no queréis esperar podéis encontrar el relato completo en amazon.