Rozando el Paraíso 20

El columpió empezó a pivotar sobre su eje de manera que en un par de segundos el cuerpo de la joven comenzó a girar lentamente, primero hasta quedar boca abajo y luego con un movimiento de su cabeza siguió girando hasta quedar de nuevo en su posición original...

20

Cuando se despertó al día siguiente Orlando ya estaba terminando de desayunar. Bris se acercó y abrazó a su amo aspirando el aroma que emanaba de su cuerpo. Orlando le devolvió el abrazo sin entusiasmo y se fue un par de minutos después, dejando a su esclava sumida en un mar de dudas. A pesar de que no había hecho ningún gesto de enfado o rabia, intuía que algo bullía dentro de su mente amenazando con explotar de manera catastrófica.

En el trabajo, Mary se dio cuenta rápidamente de que algo pasaba y enseguida le preguntó:

—¿Te pasa algo, cariño? Ayer estabas tan contenta y hoy te veo con el ceño constantemente fruncido.

—¡Oh! No sé. Creo que cometí un error al contarle a mi novio lo de Mauricio. Lleva unos días muy raro a pesar de que le he dicho que lo tengo todo controlado. Nada de lo que haga parece relajarle. No sé muy bien qué hacer.

—Ya veo. —dijo Mary rascándose la cabeza pensativa— Bueno, en parte es lo esperable. Una persona acostumbrada a hacer su voluntad y a tener bajo control todos los aspectos de su vida y de la tuya también...

—No lo entiendes. —le interrumpió Bris— La dominación es solo un juego de puertas para dentro. Solo tiene que ver con el sexo. En el resto de los aspectos de la vida somos una pareja tan normal como cualquier otra.

—Eso es lo que quiere hacerte creer, cariño. —replicó su amiga arqueando las cejas escéptica— Si eso es cierto, dime. ¿A cuántos de sus amigos conoces? ¿Sabes exactamente a qué se dedica o en que trabaja? Seguro que él lo sabe todo de ti, pero tú apenas sabes nada de él. ¿Me equivoco?

—Sí, estás equivocada. —dijo Bris dispuesta a defender a su amo hasta las últimas consecuencias— Conozco a Orlando y le creo. Hasta ahora no me ha impedido hacer nada, ni me ha obligado a hacer nada que realmente no desee.

—Si tú lo dices... —dijo su amiga encogiéndose de hombros.

—Confía en mí. Lo que necesito es que deje de pensar en las idioteces de Mauricio. Estoy seguro de que ese cabrón no volverá a intentar nada.

—Lo que tienes que hacer es distraerle. Mañana es sábado. Llevártelo de fin de semana a algún sitio especial. Seguro que se te ocurre algo. —le sugirió Mary guiñando un ojo.

—¡Claro! —exclamó Bris abrazando a su amiga— ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Gracias, Mary, eres un genio.

¿Cómo no se le había ocurrido antes? Estaba tan confusa con la actitud de su amo que se había olvidado del Club. Eso era lo que él necesitaba Orlando, una noche especial en el Paraíso y dejaría de comerse la cabeza con tonterías.

En cuanto terminó de trabajar se fue directa a casa. Encontró a Orlando sentado en el sofá, escuchando música y tomando un vaso de vino. Cuando se sentó a su lado y le propuso ir al Club, el pareció sorprenderse un instante, pero aceptó rápidamente y decidieron ir aquella misma noche.

Aquella noche era oscura y calurosa, los insectos zumbaron a su alrededor cuando salieron del coche y les acompañaron hasta que la atmósfera del Club los aisló del exterior. En cuanto llegaron al cuarto donde se cambiaban, Bris se quitó la gabardina que había llevado puesta y se quedó frente a su amo con un conjunto de lencería de color púrpura que estrenaba. Orlando le lanzó una mirada de satisfacción y obligándole a darse la vuelta le introdujo el vibrador con la espectacular cola que había sido la sensación en su debut.

En cuanto Bris dio unos pasos y comprobó el funcionamiento de su cola, Orlando cogió bajo el brazo otro estuche un poco más pequeño que el del vibrador de Bris y entraron en la sala común. Enseguida vieron con diversión como algunas y algunos de los presentes habían intentado copiar la cola con mayor o menor fortuna. Bris, con una sonrisa de suficiencia se paseó por las estancias y los pasillos haciendo vibrar su cola a la vez que caminaba cruzando ligeramente las piernas y balanceando las caderas, logrando que todo el mundo se girase y les abriese paso ante su avance.

—Veo que hemos creado tendencia. —dijo Bris.

—Ninguna es comparable a la tuya. —dijo Orlando observando las colas y las alas todas rígidas y estáticas, lo que hacía que, a pesar de que algunas eran realmente bonitas, todas parecían objetos artificiales unidos de manera burda a sus hospedadores.

Para subrayar sus palabras Orlando acarició la delicada red de plumas. La fibra de vidrio transmitió las vibraciones hasta su ano haciendo que Bris se estremeciese de placer e hiciese vibrar involuntariamente su cola.

—¿Qué te apetece hacer, mi amo? —preguntó Bris.

—Creo que deberíamos visitar las habitaciones reservadas. Quizás haya alguien que nos inspire. ¿No te parece? —contestó Orlando empujando suavemente a Bris por la cintura.

Las habitaciones reservadas ocupaban el ala este del edificio y a ella iban los socios que querían un poco de intimidad. Si las puertas estaban cerradas era que estaban ocupadas. Las que tenían las puertas abiertas estaban vacías o en ellas había un socio esperando a que cualquiera que pasase por el pasillo se interesase y se quedase a jugar un rato con él.

La voz de que habían llegado se había corrido por todo el edificio y todas las puertas del pasillo estaban abiertas menos dos. La mayoría no llamaron la atención de ninguno de los dos hasta que llegaron hasta la cuarta puerta a la izquierda. Al asomarse se encontraron a una mujer menuda sentada en una especie de columpio que le mantenía las piernas abiertas. Estaba totalmente desnuda salvo por unas medias de rejilla, unos zapatos de tacón negros y un sombrero de copa de cuya parte inferior escapaba una abundante y rizada cabellera de un  color carmesí tan intenso que todo su cuerpo parecía envuelto en una llama.

—Hola, ¿Podemos pasar? —preguntó Orlando.

—Por supuesto. —respondió la mujer al reconocer a sus visitantes— Es un honor que me visitéis.

La joven tiró de las cadenas que la sujetaban al techo haciendo que el columpio se girase lo suficiente para poder echar un vistazo a sus visitantes. Bris aprovechó para observar con detenimiento a aquel cuerpo menudo. A pesar de su tamaño tenía un cuerpo rotundo. Más que rotundo potente, con unos pechos grandes y tiesos, evidentemente operados, un culo grande y redondo que daba a unas piernas no muy largas, pero fuertes y musculadas como las de una bailarina. Su piel refulgía pálida a la luz de los leds y estaba cuajada de pequeños lunares, pero lo que más llamó su atención era la mata de pelo que cubría su pubis, del mismo color rabiosamente rojo que su melena.

Tras un breve saludo los dos se acercaron y intercambiaron unas palabras. La joven no parecía intimidada por su presencia o lo indefenso de su postura. Sus labios finos sonreían con facilidad y se abrían mostrando una boca grande con una dentadura blanca y regular.

—¿Estás sola? —preguntó Orlando.

—Ya no. —respondió ella guiñando unos ojos de gato color verde con pequeñas vetas amarillentas— Soy Miranda, ¿Queréis jugar un rato conmigo? —preguntó ella tirando de una palanca que tenía el columpio.

El columpió empezó a pivotar sobre su eje de manera que en un par de segundos el cuerpo de la joven comenzó a girar lentamente, primero hasta quedar boca abajo y luego con un movimiento de su cabeza siguió girando hasta quedar de nuevo en su posición original. Miranda sonrió al volver a fijar el eje del columpio en posición erguida para poder mirar a los ojos a sus visitantes.

—No tuve el placer de estar presente en tu presentación. —dijo la joven acariciando la cola de Bris— pero me contaron que fue memorable y he esperado con ansia todos estos días para conoceros. Espero que vosotros estéis tan expectantes como yo.

—Así que te crees irresistible. Me gustan las mujeres seguras de su belleza. —intervino Orlando acariciando el interior del muslo de Miranda que respondió con un leve estremecimiento, delatado por un tintineo de las cadenas que la fijaban al techo.

Miranda sonrió satisfecha y suspiró alargando la mano hacia la cara de Bris y acariciando su mejilla mientras entreabría sus labios en una muda invitación. Bris no se hizo esperar y la besó. En seguida se vio envuelta en una nube de perfume dulce y pesado que se acentuó aun más cuando sus lenguas contactaron y se impregnó con el sabor a caramelo de su boca.

Mientras tanto Orlando se había apartado un instante para abrir la caja y sacar de ella una sarta de bolas chinas de tamaños que variaban desde el de la cuenta de un collar hasta el de una pelota de ping pong. Al verlas Miranda interrumpió el beso y entrecerró los ojos sonriendo. Suspirando, alargo la mano, cogió el artefacto entre sus manos y se metió un extremo en la boca mientras le daba el otro a Bris.


Por fin había conseguido relajarse un poco. Desde que Bris le había contado el intento de agresión por parte de su jefe, se sentía rabioso y frustrado hasta el punto de que más de una vez había estado a punto de dar una paliza a aquel cabrón. De hecho durante un par de noches, le había esperado a la puerta de la biblioteca y le había acechado de camino a casa con la sangre hirviéndole de deseos de venganza, pero se lo había prometido a Bris en intentaría cumplir su promesa, aunque cada día que pasaba se le hacía más difícil. Sobre todo después de escuchar aquella grabación en la que el cerdo de Mauricio cubría de insultos a la mujer que amaba...

Las dos mujeres comenzaron a lamer y chupar las bolas chinas por ambos extremos haciendo olvidar todos aquellos pensamientos al menos por un tiempo. Durante unos segundos las observó antes de que Miranda bajase las manos a su ardiente pubis y se lo acariciase sacándole de su inmovilidad. Sin apresurarse se acercó a la joven y adelantó las manos hasta que las de ambos se juntaron justo sobre su sexo. Con las manos entrelazadas masturbó a Miranda. Los labios de su vulva se hincharon inmediatamente y se abrieron debido a la forzada postura ofreciéndole una panorámica completa de todo su sexo. Entre gemidos apagados la joven se retorció al sentir los dedos de Orlando explorando su vagina y acariciando todos sus recovecos.

Excitado como estaba no le dio tregua a la joven y tras acariciar fugazmente sus pechos y sus pezones aprovechó el cordón de saliva que caía de la comisura de sus labios para lubricarse el dedo índice y corazón. Fijando la mirada en aquellos ojos de gata tanteó unos instantes la entrada de su ano antes de forzarla con sus dedos. Los ojos de la joven se abrieron un poco y sus pupilas se dilataron un instante mientras Orlando sentía las furiosas contracciones del esfínter anal. La joven soltó un leve quejido, pero siguió chupando su regalo mientras bajaba las copas del sujetador de Bris y estrujaba y sopesaba sus bamboleantes pechos.

Cuando consideró que ya tenía el culo lo suficientemente abierto, les pidió el juguete. Ellas se lo dieron de mala gana. En ese momento Bris abrazó a su compañera por los hombros acariciándola con suavidad mientras él iba introduciendo las bolas una a una. La joven gemía y se estremecía cada vez que una bola entraba totalmente en su culo hasta que finalmente solo asomo un cordón plateado.

Cuando Miranda tuvo todas las bolas en su interior soltó un largo gemido y enterró la cara entre los pechos de Bris los lamio y le chupó los pezones.

—Dios, que pechos tan bonitos. ¿Te los imaginas aumentados por la maternidad y repletos de leche? —le preguntó a Orlando dando un nuevo chupetón al pezón y relamiéndose como una gata satisfecha.

Orlando contestó tirando de la palanca y haciendo que el cuerpo de Miranda rotara hasta que sus caderas quedaron en alto e inmediatamente enterró la cabeza entre sus muslos. La mujer se estremeció al sentir el contacto de aquellos labios en el interior de sus muslos y jadeó excitada.

Bris entonces se acercó y dándole la espalda a Miranda se inclinó y separó las piernas dejando su sexo al alcance de Miranda que no se lo pensó y comenzó a devorárselo. Bris gimió y activó la cola de modo que a los lametones de la mujer se unió la insistente vibración del aparato que tenía insertado en su ano.

Orlando siguió acercándose al sexo en llamas de Miranda hasta que finalmente lo envolvió con su boca. Con la mano libre activó un pequeño mando y las bolas que Miranda tenía en su ano comenzaron a vibrar y a retorcerse como una serpiente. Al mismo tiempo él comenzó a dar tirones del cordón que asomaba del culo de la joven intensificando su placer. En cuestión de segundos las dos jóvenes se retorcían y gemían y Orlando no pudo aguantarse más. Se quitó los pantalones apresuradamente y enterró profundamente su polla en el encharcado coño de Miranda que se agitó y tensó todos los músculos de sus piernas en un intento inconsciente de abrazar aquellas caderas que le estaban machacando de placer.

Orlando, sin dejar de follarla, acarició aquellas piernas tensas y musculosas, el vientre y los pechos hasta que tuvo que tomarse un respiro para no correrse. Bris se dio la vuelta y tirando de la palanca del columpio puso a Miranda boca abajo. El sombrero de copa rodó por el suelo  y ambas comenzaron a lamer y masturbar el sexo de la otra. Él, sin prisa por volver a penetrar a cualquiera de las jóvenes, se acercó y abrazó a Bris por la espalda que inmediatamente plegó la cola y la puso a un lado para que su amo pudiese acariciarla y saborearla a placer. Orlando no se hizo esperar y apartando la espesa melena negra le besó el cuello, los hombros y la espalda mientras acariciaba su pechos y alojaba la polla entre sus nalgas.

Incapaz de contenerse más cogió a su esclava por las caderas, le separó las piernas y la penetró. Bris respondió inclinándose un poco hacia adelante, irguiendo inmediatamente la cola y haciéndola vibrar cada vez que Orlando enterraba su miembro en el fondo de su coño. Miranda entre tanto seguía besando y lamiendo su clítoris mientras que con las manos acariciaba los testículos de Orlando.

Finalmente Bris no pudo aguantar más y se corrió con un largo gemido mientras sus dos amantes no paraban de asaltarla y devorarla. Tras unos segundos más se apartó. Orlando, con todo su cuerpo ardiendo de lujuria, enterró su polla en la boca de Miranda que se la tragó obediente hasta que la punta hizo prominencia en su garganta. Cuando finalmente la apartó, Miranda tosió. Gruesos lagrimones escurrían por sus sienes. Orlando tiró de ella para poner la cara a la altura de la suya y saboreó el líquido transparente y salado antes de darle un beso sucio y violento y volver a penetrarla. Esta vez no habría prisioneros Orlando volcó toda la frustración acumulada aquellos días en el coño de aquella desconocida mientras iba extrayendo las bolas del ano de Miranda que no paraba de gemir y estremecerse de placer.

Cada vez que una bola salía de su culo todo el conjunto se estremecía como un animal furioso al ser extraído de su madriguera. Ella pegaba un grito y él le daba un empujón todavía más violento. Sentada en un sofá Bris observaba y se acariciaba el cuerpo satisfecho con una sonrisa, consciente de que por fin su amo había dejado de fruncir el ceño.

Con las bolas chinas fuera, Miranda se cogió los cachetes y le mostró a Orlando el orificio del ano totalmente dilatado y dispuesto a acogerle. No se lo pensó y se abalanzó sobre ella sodomizándola con todas sus fuerzas mientras ella se masturbaba y gemía cada vez con más intensidad hasta que no aguantó más y se corrió con un gemido ahogado. Con la polla enterrada aun en su culo acarició el cuerpo aun crispado de la joven y disfrutó de su calor hasta que sintió el cuerpo de Bris pegado a su espalda. Las manos de su esclava resbalaron por sus caderas en dirección a su pubis le acarició los testículos y con un ligero movimiento le obligó a sacar la polla del cuerpo agotado y reluciente de sudor de la anfitriona. Cogiendo la polla de su amo, comenzó a masturbarla hasta que con un bramido eyaculó sobre el pubis ardiente de Miranda, uno tras otro, largos chorreones de semen.

Tirando de la mujer hasta que estuvo de nuevo sentada, se abrazaron los tres. Bris observó a su amo, buscando de nuevo un gesto de incomodidad o frustración sin encontrarlo. Quizás la idea era buena, aunque tenía la intuición de que aquello solo era una tregua pasajera.

Este relato consta de 39 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días.