Rozando el Paraíso 19

—Si de veras lo sientes, sabes que mereces un castigo. —dijo él tirando de la melena de Bris obligándola a incorporarse. —Sí, mi amo. —respondió ella.

19

El frío de la madrugada la despertó. Bris miró a su alrededor. Orlando no estaba en la cama y al levantarse la había destapado. El primer reflejo fue tirar de las sábanas y volver a acurrucarse entre ellas, pero un impulso la obligó a levantarse y buscarle por el piso. Lo encontró en el salón, a oscuras, mirando por la galería hacia el parque oscuro y solitario.

Se acercó a él y lo abrazó por detrás. Su cuerpo estaba tenso y apenas reaccionó al sentir su contacto.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó.

—No puedo dormir. —respondió lacónico.

—¿Puedo hacer algo por ti? —dijo bajando la mano y acariciando el sexo de su amo.

—No, no es eso. Es solo que no puedo apartar de mí la visión de mi esclava llorando en ese banco. Me sentí... impotente. Lo único que deseo es coger a ese cabrón y...

Bris sintió como el cuerpo de Orlando se crispaba y temblaba de furia. Ahora no podía remediarlo, pero desearía que él nunca la hubiese visto llorar.

—Tranquilo, si hubiese ocurrido hace unos meses hubiese sido una catástrofe, pero tú me has enseñado a ser fuerte y no estoy afectada. Creo que aquellas lágrimas eran más de ira que de dolor.

—De todas maneras ese cabrón merece una lección. —le interrumpió.

Aquellas palabras despertaron las alarmas en ella. Lo último que quería era que Orlando se pusiera en plan héroe justiciero y liase las cosas más de lo que estaban. Bris reaccionó inmediatamente,  se puso frente a él y le cogió la cara con las manos para obligarle a mirarla a los ojos.

—Escúchame bien. —dijo muy seria— Por muy cabreado que estés, es mi problema y yo lo solucionaré. Si te digo que no necesito tu ayuda es porque puedo arreglármelas sola. Te quiero y me gusta que te afecte y quieras protegerme, pero si intervinieses harás más daño que bien. ¿Me entiendes?

—Sí. —respondió él después de unos segundos de silencio.

—Prométeme que lo dejarás todo en mis manos. Confía en mí.

Orlando se limitó a asentir de mala gana con la cabeza. Sabía que no iba a conseguir más de él y a pesar de que no las tenía todas consigo se conformó. Con  una sonrisa  le cogió de la mano y le llevó de nuevo a la cama donde le abrazó hasta que su amo se quedó dormido. Bris, sin embargo, ya no pudo volver a conciliar el sueño.

Al día siguiente acudió al trabajo temerosa, no sabía muy bien de qué, pero todo transcurrió con normalidad, bueno dentro de lo que ahora se podía considerar normalidad. La gente la trataba con frialdad, pero ella insistió en subir a entregar los pedidos y nadie se mostró grosero ni abiertamente hostil. Cuando pasó frente a la puerta del despacho de Mauricio la encontró cerrada, así que no hubo ocasión para un nuevo encontronazo. De nuevo en su puesto de trabajo, enfrascada en un nuevo proyecto, pensó que no había sido para tanto y pesé a la cara de pocos amigos de su compañera insistió en que aquella semana se ocuparía ella de todas las entregas.

Los días transcurrieron con rapidez y su estrategia parecía empezar a surtir efecto. A pesar de que la gente seguía recelando, empezó a relajarse en su presencia y volvió a dejar de ser el centro de atención. Con Orlando todo parecía haber vuelto a la normalidad. Había cumplido con su promesa y no se había acercado a Mauricio. Las visitas al Club Paraíso parecían haberle ayudado a olvidar el incidente con su jefe y para su alivio parecía haberla hecho caso, a pesar de que a veces lo sorprendía mirando hacia el parque con el ceño fruncido y un gesto de desagrado. Pronto descubriría que solo era la calma que precedía a la tormenta.

Finalmente, el día para el que había estado preparándose llegó. Después de varios días llevando los pedidos y pasando por delante de la puerta de su jefe cerrada, aquel día se la encontró abierta y la voz de Mauricio requiriendo su presencia la hizo detenerse. Tras respirar hondo y conectar la grabadora que tenía escondida en el carrito pasó con él al despacho. Mauricio la miró un poco sorprendido porque trajese con ella aquel trasto, pero como supuso él se lo tomó como alguno tipo de barrera que intentaba establecer entre ellos.

—Buenos días. —dijo él mientras cerraba la puerta.

—Hola, jefe. ¿Qué es lo que quiere ahora?

—Esperaba que durante estos días hubieses recapacitado. A pesar de tu... insolencia, soy un hombre conciliador y si aceptas las condiciones, quiero que sepas que mi oferta sigue en pie. —respondió él acercándose de nuevo a ella.

—Así que después de esparcir sucios rumores sobre mí por toda la oficina, ahora me hablas como si no hubiese pasado nada. Hay que tener jeta.

—Bueno, la verdad es que eso fue un pequeño error, yo no pretendía decir nada, pero Julio y Chema me tiraron de la lengua y no podía decirles la verdad, así que me inventé esa mentirijilla.

—¿A decir que me follaste en la oficina y que lo hice para trepar en la empresa lo llamas tu mentirijilla? —preguntó Bris controlando su enfado para que pareciese verdadero.

—Bueno, no sé qué te han contado, pero la gente suele exagerar con esas cosas. ¿Y además que te importa lo que opinen de ti esos infelices de ahí fuera? Yo, sin embargo puedo proporcionarte una posición de privilegio en esta institución y además te enseñaría lo que es el placer. Aunque no te lo creas soy muy buen amante. —le explicó Mauricio mientras se acercaba hasta que sus cuerpos entraron en contacto.

—¿Sabes que eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida? Cada noche me acuesto soñando con el tacto suave de tus pechos y el rojo de tus labios acariciando la punta de mi polla.

—Eres todo un poeta. —replicó Bris sin retrasar un milímetro su cuerpo a pesar del desagradable contacto.

—Piénsatelo bien. Si accedes y me dejas probar ese cuerpo, ambos saldremos ganando.

—Así que yo me arrodillo y te la chupo y tú me ayudas a subir en el escalafón.

—Bueno, puedes decirlo así de crudamente. —replicó él— Yo me limitaría a llamarlo un intercambio de favores. Si no, la vida en este lugar puede volverse realmente complicada.

— ¿Cómo le pasó a Anita?

—Anita era una putita casi tan insolente como lo eras tú. Y se ganó un correctivo. No me gustaría que a ti te pasase lo mismo. —respondió Mauricio con una sonrisa torcida.

Aquello terminó por sacarla de quicio. Ya tenía suficiente material para crucificarle así que Bris decidió no aguantar más aquella lluvia de mierda.

—¿Sabes que eres un cerdo? ¡Para que te quede bien claro, capullo! —estalló Bris clavando su dedo índice en pecho de su jefe obligándole a retroceder—No follaría contigo ni aunque fueses el último hombre en la tierra y espero que en el plazo de dos días le digas a todo el mundo que la historieta que contaste es una trola o habrá consecuencias.

Sin esperar una respuesta abrió la puerta del despacho de Mauricio y salió de allí tirando del carrito mientras Mauricio la cubría de insultos, intentando que no se le notase la cara de satisfacción.

—Está bien. ¿Ahora qué pasa? —dijo Mary al verla salir del ascensor con aquella cara de satisfacción. ¿Te ha tocado la lotería?

—Mejor —respondió Bris enarbolando la grabadora y poniéndola en funcionamiento para que su compañera pudiese escuchar la conversación que acababa de tener con su jefe.

—¡Joder, eso es dinamita! —exclamó su amiga mientras escuchaba la riada de insultos de Mauricio con la que acaba la grabación.

—Esta vez, este cabrón no se va a ir de rositas. —dijo Bris— Pienso crucificarle.

Estaba de tan buen humor que solo deseaba llegar a casa y contarle todo a Orlando, pero cuando llegó la encontró vacía. Dispuesta a agradar a su amo preparó una buena cena y abrió una botella de crianza para que se fuese oxigenando mientras llegaba.

Su amo tardó el llegar casi tres horas. Convencida de que Orlando ya habría cenado por ahí y muerta de hambre, se tomó la cena ya fría. Apenas había terminado de fregar los platos cuando finalmente llegó. A pesar de que Orlando no solía ser muy comunicativo, aquella noche apenas habló ni justificó su tardanza. Cuando ella intentó preguntarle por qué había tardado tanto, él la cortó tajante rechazó la copa de vino que ella le ofrecía y se encerró en la habitación. Bris jamás lo había visto así y se preguntó que podría haber pasado. Lo único que se le ocurría era algún problema del trabajo, pero una creciente sensación de desasosiego la obligó a acudir al dormitorio para intentar averiguar algo más.

Tras llamar suavemente a la puerta del dormitorio, Bris no esperó una autorización y entró. La estancia estaba a oscuras y solo la tenue luz que se colaba entre las rendijas de las persianas le permitió vislumbrar el cuerpo desnudo de su amante.

—¿Te encuentras bien? —preguntó ella arrodillándose al lado de la cama.

—Sí. No te preocupes. —respondió Orlando lacónico.

—Sabes que puedes contarme cualquier cosa. —dijo ella intentando hacer que se abriese.

—No es nada. Solo un mal día y un maldito dolor de cabeza que me ha estado machacando toda la tarde. —respondió él en tono poco convincente.

—¿Quieres que te traiga algo? Puedo calentar algo de lo que sobró de la cena. —le ofreció Bris.

—Nada, gracias. —dijo él acariciando distraídamente su cabello.

Bris intuía que Orlando le estaba ocultando algo, pero sabía que si no quería contárselo ella no podía obligarle a sincerarse, así que optó por acompañarle en la cama. Poniéndose en pie se desvistió y se hizo un ovillo a su lado. Su amo se giró hacia ella y le acarició la melena, los hombros y los costados.

—Gracias, mi amo. —susurró ella acariciando el brazo de su amo con sus labios mientras él suspiraba.

El suspiro fue más melancólico que de excitación y eso la hizo sentirse un poco culpable porque ella se sentía exultante, así que se limitó a recostar la cabeza en el pecho de su amo y dejar que él la acariciase hasta que se quedó dormido.

De nuevo se despertó sola en la cama. Esta vez no fue la brisa fresca de la noche sino un murmullo proveniente del salón. Desnuda se levantó de la cama en busca de Orlando. Lo encontró sentado en el sofá con la grabadora en la mano.

—¿No pensabas decírmelo? —preguntó él tirando la grabadora sobre la mesa.

—No me diste oportunidad... —replicó ella un poco ofendida por la aptitud inquisitiva de su amo y el hecho de que hubiese hurgado en su bolso hasta encontrar la grabación.

—Que yo sepa no me contaste nada. Solo te dedicaste a acosarme a preguntas de por qué había llegado yo tarde. —dijo él levantando la voz.

—¿Ahora es un delito preocuparme por ti? —pregunto Bris con ironía cada vez más enfadada.

—¡Eres mi esclava! Tú deber es preocuparte por mí, pero no intentar controlarme y menos ocultarme cosas. —dijo señalando de nuevo la grabadora— ¿Qué pensabas que estabas haciendo desafiando a ese hombre de nuevo?

—Ya te he dicho que eso es cosa mía. Me valgo yo sola para tratar con ese mastuerzo. Te agradezco la ayuda, pero no la necesito. —replicó Bris cortante.

—No me gusta tu tono.

Bris se sintió inmediatamente culpable. Jamás se había enfrentado a su amo en nada y experimentó una especie de vértigo seguido de un alud de dudas, pero no estaba dispuesta a que Orlando se inmiscuyese y agravase un problema que ya tenía prácticamente solucionado. Aun así no quería enfadarle así que optó por no enfrentarse directamente con él.

—Lo siento, amo. —dijo Bris sentándose a sus pies— Como has podido oír, le paré los pies a ese cerdo y ahora lo tengo todo grabado.

—Pero te ha insultado gravemente y ha tratado de abusar de ti. Eso no lo puedo pasar por alto. —dijo él acariciando su cabeza y suspirando de nuevo.

—Siento que te hayas enterado así, mi amo, pero te lo suplico, déjame solucionar esto a mí. Sé cómo manejar a ese cabrón y te prometo que esos serán los últimos insultos que oigas salir de esa boca.

—Pero me lo ocultaste... —insistió Orlando.

—Y lo siento, mi amo.

—Si de veras lo sientes, sabes que mereces un castigo. —dijo él tirando de la melena de Bris obligándola a incorporarse.

—Sí, mi amo. —respondió ella.

Con ligeros tirones de su cabello, la obligó a tumbarse de cara al sofá sobre él de manera que sus caderas quedaron justo reposando sobre los muslos de su amo. Bris cerró los ojos y puso el culo en pompa dispuesta a recibir su castigo.

Las manos de su amo se posaron sobre sus nalgas y las acariciaron con movimientos circulares demorando el momento del castigo y haciendo que Bris tensase su cuerpo temerosa y expectante.

El cachete cayó como un relámpago, rápido y estrepitoso, Bris sintió un dolor punzante seguido de una sensación de hormigueo. El segundo golpe cayó sobre su otra nalga sobresaltándola de nuevo y obligándola a soltar un gemido de dolor.

—¿Volverás a ocultarme algo, esclava? —preguntó Orlando acompañando la pregunta con un nuevo golpe.

—No, mi amo. —respondió ella con los dientes apretados para no emitir un nuevo gemido de dolor.

Los golpes se sucedieron uno tras otro dolorosos, pero no insoportables y dejando una sensación de hormigueo que cada vez la excitaba más. Cada vez que su amo le propinaba un cachete ella suspiraba y luego le daba las gracias. El juego se prolongó unos minutos hasta que Orlando se dio por satisfecho y sustituyó los cachetes por caricias.

—¿Has aprendido la lección? —preguntó él.

—Sí, mi amo. —respondió Bris girando la cabeza para poder mirar a su amo a los ojos mientras contestaba.

—Ahora ponte en pie.

Las caricias y los cachetes no solo habían encendido el deseo de Bris. Cuando se incorporó vio la polla de su amo reposando erecta entre sus piernas. Dándole la espalda Bris se agachó y se sentó sobre ella. La piel irritada de su culo le envió una ráfaga de dolor, pero el contacto de los sexos desnudos hizo que su cuerpo se derritiese de deseo. Sin dejar de mirar al frente comenzó a frotar y golpear suavemente la polla de su amo con su sexo hasta que Bris no pudo aguantar más. Deseaba a su amo dentro de ella.

Incorporándose de nuevo se acercó a la pared de enfrente y apoyó las manos en ella a la vez que retrasaba el culo mostrándole las nalgas rojas haciendo contraste con el resto de su cuerpo pálido y cremoso.

Bris giró la cabeza y miró a su amo en una muda invitación y esta vez Orlando no se hizo de rogar. Se levantó con la mirada fija en ella y se acercó hasta que su polla golpeó contra el interior de sus muslos.

Bris sintió las manos frescas de él apoyarse en sus nalgas febriles y acariciarlas justo antes de separarlas para poder penetrarla. Bris se puso de puntillas y levantó el culo para facilitarle la maniobra. La polla de Orlando resbaló lentamente por su vagina acompañada por un largo gemido de Bris. Orlando la mantuvo así ensartada, de puntillas, acariciando sus muslos y su vientre antes de empezar a moverse dentro de ella con golpes secos y cada vez más rápidos.

A cada golpe Bris respondía con un gemido y un "gracias amo" que se volvieron más apresurados hasta convertirse en un murmullo ininteligible. Enardecido por la actitud de su pupila, Orlando la folló con todas sus fuerzas, sin dejar de acariciar su espalda, su vientre y sus pechos hasta que no pudo más y se corrió con dos últimos y brutales empeñones.

Sin dar tregua a su pupila se apartó  y la penetró con los dedos mientras ella se acariciaba el clítoris hasta que Bris se derrumbó sobre la alfombra víctima de un intenso orgasmo. Con suavidad su amo la ayudó a levantarse y la llevó al dormitorio. Satisfecha Bris se tumbó al lado de su amo y le acarició el torso, los muslos y la polla ya relajada.

—Por favor, mi amo. Déjame solucionar esto a mi manera. Te prometo que si escapa a mi control te pediré ayuda.

—Está bien. Pero no se te ocurra ocultarme nada más.

Bris le dio las gracias a pesar de que el tono de aquellas palabras no le había sonado nada convincentes.

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