Rozando el Paraíso 17

—No se le ocurra volver a tocarme o... —¿O qué? —dijo el desafiante, acercándose a ella y colando con extrema rapidez la mano por dentro de su chaqueta para estrujarle los pechos.

17

Para satisfacción de Bris el que se levantó agarrotado y ojeroso fue Orlando. Ella sin embargo se sentía en plena forma era como si aquella serie de orgasmos en vez de agotarla la hubiesen cargado de energía. Llegó al trabajo con una sonrisa en la cara que enseguida identificó su compañera de trabajo. Mary la acosó sin piedad hasta que averiguó todos los detalles, y le preguntó a Bris si Orlando tendría tiempo de darle unas cuantas clases particulares a su marido. La mujer la miraba con envidia y a la vez con nostalgia. No hacía falta ser adivina para saber que su relación hacía tiempo que había dejado de ser fogosa.

—Me recuerdas a mí hace treinta años. —dijo ella con aire soñador— Aunque no lo creas también fui joven y hubo un tiempo que mi Luis y yo estábamos siempre enredados, follando como monos, aprovechando cualquier oportunidad para meternos mano.

—¿Y ahora? —preguntó Bris contenta de alejar la atención sobre si misma al menos por un rato.

—Después de treinta años y dos hijos es evidente que toda esa pasión esta atemperada. Pero no te confundas; a pesar de la barriga y las canas sigo queriendo a mi chico y no lo cambiaría por nada.

—Quizás deberías hacer algo para darle un nuevo aire a vuestra vida.

—Tienes razón. Con los hijos al fin fuera de casa y Luis a punto de jubilarse creo que es el momento adecuado. Probablemente el año que viene pida una excedencia y lo dediquemos a viajar y ver mundo. Siempre quisimos hacerlo, pero al principio no teníamos dinero y cuando tuvimos un poco estaban los chicos. Creo que ahora es el momento, antes de que a mis hijos les dé por tener nietos y nos los empiecen a enchufar con cualquier excusa.

Bris sonrió. Sabía a lo que su compañera se refería. Casi todas las mujeres con hijos que conocía recurrían a sus padres para poder conciliar su vida familiar y laboral.

El sonido del teléfono con los pedidos de la planta superior les interrumpió. Rebosante de energía Bris se ofreció para preparar los libros y subirlos a la planta superior. Mary que aun estaba pensativa, soñando probablemente con un crucero por las Islas Griegas no insistió y la dejó hacer todo el trabajo.  Con paso decidido avanzó por los pasillos, repartió los pedidos y dejo la mayor parte de los libros en el mostrador de la sala de lecturas. Elisa, la mujer que estaba en el mostrador se hizo cargo de los libros sin dejar de mirarla con prevención. Bris sin embargo a penas se dio cuenta y se dirigió de vuelta a sus dominios con el carrito vacío. Estaba tan despistada que cuando pasó por delante de la oficina del jefe y este la llamó para que pasase no se lo pensó y entró.

En cuanto entró en su despacho y vio aquella mirada ansiosa se dio cuenta de que había cometido un error. De todas maneras ahora ya no tenía remedio, así que taconeó con firmeza y se sentó en la silla que Mauricio le ofrecía y tras cruzar las piernas y tirar del bajo de la falda, alzó las cejas en plan interrogativo, esperando a que él diese el siguiente paso.

—Por fin vienes por aquí. Te dije que tenía una oferta de ascenso para ti. —dijo el hombre mientras jugaba con su corbata.

—Ya. He estado muy ocupada abajo; entre llevar el archivo, las restauraciones y las entregas Mary y yo apenas tenemos tiempo para respirar.

—Soy consciente de ello y quiero que sepas que tengo en cuenta la seriedad y la eficiencia con la que trabajas. —Mauricio se levantó. Bris no dejó de seguir cada uno de sus movimientos con la mirada.

—Gracias, señor. Siempre pongo todo mi empeño en mi trabajo.

—Y es una cosa de las que más valoro entre las personas que están a mi cargo. Por eso cuando ha surgido esta oportunidad no he podido evitar pensar en ti para el puesto. —dijo él rodeándola hasta ponerse de manera que ella lo tuviese fuera del ángulo de visión.

—¿En qué consiste ese puesto, si puede saberse? —preguntó ella sin dejar que el tono de su voz dejase traslucir su incomodidad.

—Tú mejor que nadie sabes que la biblioteca tiene unos fondos importantes y al fin me han dado el visto bueno para montar una exposición permanente en el último piso. Evidentemente, necesitó una persona que  se encargue de seleccionar los ejemplares dignos de ser expuestos, que se encargue de su conservación, me ayude con la prensa, a recibir a personalidades e informarles sobre la exposición y el funcionamiento de la biblioteca y de la sala de restauración. Lo bueno es que es un trabajo a tiempo parcial que no te impedirá seguir con lo que sé que es tu actividad favorita, que es restaurar libros y además supondrá una sustancial subida de tu sueldo, ya que ascenderías de categoría. La verdad es que ya había pensado en ti antes, —mintió— pero había algo que me echaba hacia atrás, tu imagen. Sin embargo tengo que reconocer que de unos meses para acá has dado un cambiazo impresionante...

Ese fue el momento que eligió aquel cabrón para atacar. Bris sintió las manos de Mauricio cerrarse entorno a sus hombros antes de bajar en dirección a sus pechos. Su reacción fue fulminante. Clavando los tacones en el suelo se echó para atrás con todas sus fuerzas. La silla se desplazó para atrás con un sonoro chirrido y cogió a su jefe desprevenido que tuvo que soltarla y recular un par de pasos para no perder el equilibrio. Bris no esperó a que se repusiese y poniéndose en pie se encaró a él.

—No se le ocurra volver a tocarme o...

—¿O qué? —dijo el desafiante, acercándose a ella y colando con extrema rapidez la mano por dentro de su chaqueta para estrujarle los pechos.

Hace unos pocos meses probablemente Bris se hubiese sentido totalmente bloqueada y le hubiese dejado hacer a aquel hombre lo que hubiese querido con ella, pero ya no era aquella mujer. Que la magrease un desconocido no la asustaba. Sabía lo que tenía que hacer.

—¿Está satisfecho? —dijo ella sin dejar ver el desagrado que le producían aquellas manos explorándola sin tregua— Ahora aparte inmediatamente las manos de mi cuerpo. No se lo repetiré. Ya no estamos en los años ochenta. Basta que yo haga una insinuación de que ha intentado agredirme para que se vea metido en un lio de tres pares de cojones.

—¿Y quién te va a creer? ¿Acaso crees que la gente no se ha dado cuenta de cómo te exhibes por la oficina contoneándote y pidiendo guerra con esos tetones a punto de reventar la blusa? —Mauricio había apartado las manos pero sus palabras eran tan hirientes como su acciones.

—No necesito que nadie me crea. Están los hechos. Y estamos en otra época. Sé lo que le hiciste a Anita y sospecho que si investigo un poco encontraré unas cuantas más. No creas que no me he dado cuenta de que las mujeres atractivas suelen durar poco en este lugar. Si vuelves a intentar algo, te prometo que me convertiré en tu peor pesadilla. Ahora déjame salir de tu despacho o empezaré a gritar.

Mauricio no lo esperaba y acusó el golpe. Por primera vez perdió la seguridad en sí mismo y dudo un instante. Bris vio como sus puños se cerraban, crispados por la tensión. Durante un instante pensó que iba a pegarla, pero finalmente se contuvo y sin mirarla abrió la puerta y se apartó para dejarla salir del despacho.

—Esto no quedará así. —le susurró mientras pasaba a su lado.

Bris lo oyó pero no lo tomó en serio. Sabía que había ganado. La mención a Anita le había hecho daño. Lo tenía cogido por los huevos. Con una sonrisa de satisfacción cogió el carrito y se dirigió al sótano. Al contrario de lo que esperaba, una vez estuvo fuera de la vista de aquel facineroso no sintió alivio sino una embriagante sensación de poder. Aquel hombre había intentado abusar de ella y no solo se había enfrentado a él sino que lo había sometido. Le había obligado a apartar las manos de sus pechos sin necesidad de hacer un solo gesto defensivo y le había dejado a la vez empalmado y a la vez impotente. El placer que sentía al saber que aquel hombre la deseaba con desesperación y la sensación de haber vengado de alguna manera a todas las compañeras que habían sido acosadas en aquel despacho, le hacían sentirse invencible.

Al llegar a la oficina Mary le preguntó inmediatamente que había pasado. Ella no pudo evitar contarle lo que había pasado con una sonrisa. Su compañera no se mostró tan encantada como ella. Le recordó que Mauricio aun era su jefe y que podía putearla de mil maneras. Bris estaba tan desbordante de satisfacción que lo único que replicó fue un "que se atreva" cargado de rabia.

A Bris no se le ocurría como su jefe podría castigarla. Lo único que podría hacer era retirarla de sus trabajos de restauración, pero sabía que eso no lo haría nunca. Una de las razones por las que Mauricio estaba tan bien considerado por sus superiores era por la calidad del trabajo que ella hacía con los libros más antiguos de la biblioteca y apartarla de allí sería pegarse un tiro en el pie. Así que desechó las advertencias de Mary y se puso a trabajar.

El resto del día pasó en total tranquilidad. No hubo llamadas del jefe ni para amenazarla, ni tampoco para disculparse, por supuesto. Mary siguió enfurruñada, pero cuando salieron del trabajo tomaron un café y limaron asperezas. Como ella le hizo ver, lo suyo no había sido un acto deliberado y simplemente se había defendido. Mary lo entendió y aunque intentó disimularlo siguió con un leve gesto de contrariedad en su rostro.

Cuando llegó a casa le había quitado importancia al gesto y ni siquiera se lo comentó a Orlando. Lo que sí sentía era una ardiente necesidad de que su amo le estrujase los pechos y borrase la sensación de las manos de Mauricio sobre ellos, así que en cuanto terminaron de cenar, arriesgándose a recibir un castigo se quitó la blusa y se bajó las copas del sostén mostrando a su amo sus pechos cremosos con los pezones erectos por la excitación.

Orlando los miró, sonrió y jugueteó con sus pezones antes de envolverlos con sus manos y darles un fuerte estrujón. Bris no pudo evitar soltar un largo gemido de satisfacción. Era como si algo que la hubiese estado quemando todo el día hubiese quedado cubierto por un bálsamo.

Su amo, ajeno a sus pensamientos enganchó la correa a su gargantilla y la llevó al salón. Bris había aprendido mucho y a pesar de que se dejaba llevar creía que sabía cómo incitar a su amo para conseguir de él lo que quería. Aunque él se lo daba a su manera. La estancia estaba en penumbra y la música suave y acariciadora los envolvía ayudando a que el clima fuese propicio a la intimidad. Siguiendo las órdenes de Orlando se desnudó totalmente salvo por los zapatos y recostó el torso contra el brazo del sofá separando las piernas y poniendo el culo en pompa para que su amo pudiese admirar su sexo totalmente limpio y preparado para recibirle.

Orlando, como siempre, no se apresuró y manteniendo tirante la correa para inmovilizarla acarició sus piernas y su culo, la entrada de su ano y su vagina. Bris respiró hondo y se mordió el labio, intentando ahogar los gemidos de placer. Esperando el ansiado momento en que su amo la penetrara, pero este no llegaba.

En cambio notó como Orlando acariciaba sus piernas hasta llegar a los tobillos y le ajustaba mediante correas algo a ellos. A continuación se apartó unos instantes. Bris intentó cruzar las piernas con la intención de que su sexo congestionado asomase entre los muslos y los glúteos contraídos y entonces fue cuando se dio cuenta de que fijada a las correas de los tobillos había una varilla que mantenía sus piernas separadas.

Intrigada por saber que era lo que le esperaba después se giró intentado distinguir algo en la penumbra de la habitación y vio a su amo acercándose con una especie de micrófono en la mano. Por un momento se imaginó a su amo con unos zapatos de plataforma, un mono plateado y unas patillas enormes cantando para ella el Love Me Tender y no pudo evitar una sonrisa. Cuando él estuvo más cerca se dio cuenta de su error. No era un micrófono, sino un enorme vibrador. Bris se revolvió un instante. Sabía que su amo lo utilizaría para volverla loca de deseo, pero sin llegar a satisfacer sus necesidades. Antes de que pudiese hacer nada Orlando tiró firmemente de la correa y le aplicó el zumbante aparato a la entrada de su vagina.

—Hoy has estado descarada, intentando manipularme para que te follase. Soy tu amo y se exactamente como piensas. Por eso mereces un castigo.

—Sí, mi amo. He sido mala. —respondió ella sintiéndose como una niña que ha sido pillada en falta— Lo siento mi señor, yooo...

La justificación quedó interrumpida cuando el aparato se desplazó hacia delante y atacó sin piedad su clítoris. Bris gritó e intentando protegerse intentó inútilmente cerrar las piernas. La varilla se combó, pero no cedió y el aparato siguió excitándola y llevándola cada vez más cerca del orgasmo. En ese momento Orlando apartó el aparato. Su zumbido seguía amenazante a pocos centímetros de ella pero sin llegar a tocarla. Desesperada por llegar al orgasmo intentó retrasar la mano para masturbarse mientras balanceaba las caderas, pero su amo no se lo permitió y con un tirón la obligó a quedarse quieta con los jugos de su sexo haciéndole cosquillas a medida que escurrían por el interior de sus piernas.


La visión de aquellas piernas brillantes y aquel sexo abierto y dispuesto exclusivamente para él era una delicia para la vista. Era como observar una obra de arte. Obligando a Bris a estarse quieta con un nuevo tirón se acercó un poco más para observar con detenimiento los labios de su vulva abiertos y enrojecidos, su clítoris erecto y brillante de humedad y el orificio vaginal ligeramente dilatado y del que rebosaba un fino hilillo de flujos que se perdía en la resbaladiza suavidad de sus muslos. Sin tocarla, alzó ligeramente la vista para poder observar la exquisita redondez de su culo y la fina línea que separaba sus cachetes rematada por el estrecho agujero que revelaba la entrada de su culo.

De nuevo acercó el vibrador, Bris gimió y se estremeció entre gemidos. Vio como su pupila mordía la tapicería del sofá para no suplicar. Él siguió aplicando el aparato sobre su sexo sin misericordia, llevándola de nuevo al borde del orgasmo y de nuevo lo apartó y de nuevo ella inconscientemente intentó masturbarse. Con un tirón la obligó a apartar la mano y la guio para que se pusiese de rodillas frente a él. Bris lo hizo torpemente con los grilletes aun separándole las piernas y esperó obedientemente una orden de su amo.

Orlando se bajó los pantalones y le mostró a Bris su pene erecto. Excitada hasta la locura, su esclava se lanzó sobre su miembro chupándolo con avidez con movimientos amplios y apresurados. Orlando aprovechó uno de aquellos movimientos y cogiéndole la cabeza la obligó a comerse la polla entera y mantenerla unos segundos alojada en su garganta. Cuando finalmente se apartó Bris tosió y jadeó antes de volver a chuparle el miembro. Orlando bajo la mirada y entre gemidos broncos observó como gruesos cordones de saliva escurrían de la comisura de su boca cayendo sobre sus pechos.

—Más deprisa. —le ordenó a punto de correrse.

Bris obediente le agarró la polla y aumentó aun más la intensidad de sus chupetones mientras le acariciaba los huevos con la mano libre. Orlando no tardó mucho más en correrse dentro de la boca de su esclava. Esta vez Bris en vez de tragarse su leche la dejó rebosar y escurrir sobre sus pechos donde se unió a la saliva. Mirando a su amo y tratando de excitarle de nuevo se acarició y los pechos hasta dejarlos brillantes de semen y saliva.

—Eres una esclava muy mala. —dijo disimulando su satisfacción y ayudándola a levantarse.

—Sí, mi amo. Quizás deberías seguir con el castigo.

La besó y cogiéndola en brazos la llevó a la habitación y la tumbó sobre la cama. Mientras se desnudaba, Bris hizo el amago de acariciarse los costados y los pechos, pero él le tenía una nueva sorpresa, le puso unas nuevas correas esta vez en las muñecas y se las ató a los tobillos.

—Así no podrás volver a intentar masturbarte. —dijo él a la vez que cogía de nuevo el vibrador.

Bris gimió de nuevo al sentir el contacto del diabólico artefacto. Con la polla de nuevo despertando, Orlando adelantó el cuerpo y se la metió en la boca sin dejar de masturbarla. Bris encogida por las ligaduras en una incómoda postura e indefensa se tragó la polla de su amo entre gemidos. Con su esclava de nuevo al borde del clímax, apartó el vibrador y se concentró en follar aquella boca hasta que tuvo la polla totalmente dura y cubierta de una espesa capa de saliva.

Bris estaba a punto de reventar. La excitación recorría todo su cuerpo sin encontrar alivio. La única satisfacción era ver como su amo disfrutaba follando su boca mientras ella no podía hacer nada más que aceptar aquel miembro duro y caliente y degustar su bronco sabor a macho.

Finalmente Orlando se apartó y se colocó justo a sus pies. Con su miembro erecto le golpeó su sexo abierto e hipersensible. Fue como si le hubiesen golpeado con una barra al rojo. Su cuerpo se retorció indignado, ignorando su voluntad de mantenerse quieta. Cuando Orlando frotó la punta de su glande contra la entrada de su vagina creyó que había llegado el alivio, pero fue un instante. Inmediatamente la polla resbaló por su periné antes de penetrar en su ano.

La polla de su amo resbaló dentro de ella entre dolorosas contracciones de su esfínter, que no estaba preparado para acogerla. Todo su cuerpo se quedo congelado. Orlando empezó a moverse primero con suavidad y luego con movimientos secos y profundos. Ella indefensa simplemente trató de no quejarse esperando que el dolor pasase enmascarado por una creciente excitación.

Los quejidos dieron paso poco a poco a gemidos de placer. Cada penetración era la respuesta a los ansiosos deseos de su cuerpo. A merced de su amo dejó que la sodomizase con todas sus fuerzas hasta que por fin llegó el orgasmo desatando una oleada de placer liberador. Hecha un ovillo por la forzada postura recibió los embates de su amo entre estremecimientos de placer hasta que Orlando se corrió de nuevo con dos últimos y salvajes empujones.

Con la polla aun dentro de su culo Orlando  besó y acarició sus pechos y su cuerpo crispado y sudoroso hasta que su miembro se relajó y resbaló fuera de ella. Con un ronco suspiro, su amo se apartó de encima de ella se tumbó a su lado y se dedicó a acariciar su cuerpo y su sexo totalmente abiertos para él mientras le decía que había cumplido su castigo a su total satisfacción.

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