Rozando el Paraíso 16

Aquella mujer era increíble. Su coño se había convertido en un especie de boca cálida y vibrante se que se comía su polla y la estrujaba sin piedad llevándole a experimentar un placer increíble.

16

Ahora que era una miembro de pleno derecho del club más exclusivo de la ciudad no podía decírselo a nadie. Ni siquiera a Mari. Era un coñazo. Se sentía tan feliz que deseaba contárselo a todo el mundo, pero era consciente que no todo el mundo... no, que casi nadie lo entendería.

Así que cuando Mari le preguntó por aquella sonrisa de idiota tuvo que inventarse una historia de un fin de semana de sexo lujurioso e ininterrumpido en un hotelito de la montaña.  Mari que creía que su vida era una especie de novela erótica le preguntó si había habido esposas, fustas y látigos y se sintió un poco decepcionada cuando Bris no quiso entrar en detalles y se puso a trabajar. Al mediodía, como siempre, acudió a su rincón preferido del parque para disfrutar del sol y de la sensación de ser observada por su amo. Mientras tomaba el bocadillo del mediodía recibió una llamada de Orlando.

Bris se subió un poco la falda y entreabrió las piernas en dirección a la galería desde donde con casi toda seguridad la observaba su amo y respondió con una sonrisa traviesa.

—Hola, mi amo.

—Hola, Bris. ¿Has descansado bien? Lamento no haber podido estar en casa cuando despertaste, pero tenía trabajo.

—Estoy bien, mi amo. Ansiosa por volverte a ver. Ayer estaba demasiado cansada y dolorida como para agradecerte adecuadamente el espléndido regalo que me has dado.

—Créeme si te digo que anoche me produjiste una satisfacción incomparable. No siempre el placer tiene por qué ser físico. Ayer salí tan orgulloso de mi esclava del Club, que aunque no hubieses hecho nada más, hubiese seguido siendo una día memorable. Tus manos y tu boca acariciándome hasta llevarme al éxtasis solo fueron el colofón. Y quiero devolverte esa sensación.

—¿Cómo vas a hacerlo, mi amo? —un cosquilleo de incertidumbre y excitación corrieron por el cuerpo de Bris.

—Ya lo verás. Ahora, ¿Por qué no te abres un poco más para mí?

Bris ya no era la mujer tímida que miraba asustada a todos lados cuando le mostraba el sexo a su amo, aun así fingió ponerse tensa y mirar a ambos lados antes de bajarse los pantis y el tanga hasta las pantorrillas y abrir aun más las piernas. Sabía que aquello le encantaba a su amo. Volviendo la cara hacia el sol cerró los ojos y comenzó a acariciarse el interior de sus muslos, el clítoris y los labios de la vulva antes de introducirse fugazmente dos dedos en la vagina. Orlando que aun no había colgado emitió un ligero carraspeo. Bris con una sonrisa cerró las piernas y se llevó los dedos a la boca. En ese momento Orlando cortó la comunicación. Sin apresurarse Bris se inclinó para subirse y colocarse de nuevo su ropa interior antes de terminar con su bocadillo.

Cuando terminó, volvió a la biblioteca paseando lentamente e intentando imaginar que le tendría preparado su amo en aquella ocasión. La incertidumbre y las caricias que se había prodigado hacia que todo su cuerpo chispease ansiando que fuese satisfecho. Necesitaba tener a Orlando dentro de ella y a duras penas se sentía capaz de terminar su jornada de trabajo sin salir corriendo en busca de que su amo satisficiera aquella incesante comezón.

En cuanto terminó la jornada, salió de la oficina como una exhalación entre los comentarios divertidos de Mary que le preguntaba si aquel hombre tenía un padre o un tío con el que ella pudiese liarse. Bris casi ni la oyó. Se metió en el ascensor y atravesó la recepción taconeando a toda velocidad sin darse cuenta de las miradas que lanzaban todos los presentes a su culo vibrando y sus pechos saltando a cada apresurado paso que daba. Justo en la puerta se encontró con Mauricio que entraba en ese momento y se vio obligada a pararse.

—¿Dónde está el fuego? —dijo con una sonrisa que a Bris le resultó asquerosa.

—¡Oh! Tengo una cita y llego un poco tarde. Nada más. —respondió esperando que el hecho de informarle de que había quedado con un hombre le ayudase a mantener la libido de aquel cabrón a raya.

—En ese caso no te interrumpo más. —replicó él apartándose en el umbral lo justo para que ella tuviese que pasar de lado por la puerta.

Bris estaba tan loca por irse y desaparecer de la vista de aquel cabrón que no esperó a que se apartase y se deslizó a su lado sin poder evitar que la punta de sus pechos rozasen la americana de su jefe. Estaba tan aliviada de estar fuera del edificio que ni siquiera se dio cuenta de la sonrisa torcida con la que su jefe la observaba alejarse.

Ya al aire libre pudo relajarse y dejar que su mente imaginara mil maneras en las que su amo le haría el amor aquella noche. Atravesó el parque sin apresurarse, disfrutando del calor de una tarde de principios de verano. Una súbita ráfaga de aire le revolvió el pelo y le lanzó polvo a la cara. Instintivamente entrecerró los ojos y apartó la mirada. Las hojas de los castaños de indias filtraban la luz del sol dejando pasar solo unos poco rayos que iluminaban el polvo en suspensión y las erráticas trayectorias de los insectos que zumbaban por todas partes ajenos a su presencia.  Bris se quedó quieta observando la mágica escena y preguntándose si aquello era lo que habría sentido su amo al verla a ella en la caja transparente envuelta en luz, follando con un hombre y totalmente ajena a lo que le rodeaba. Suponía que no se parecería mucho, pero siendo él no podía descartarlo. A pesar de llevar varios meses con él, seguía sin entender totalmente a Orlando. A Bris le hubiese gustado saber que era lo que él sentía al verla haciendo el amor con otro hombre. ¿Era solo simple excitación sexual, o más bien buscaba una satisfacción estética como si estuviese disfrutando de una obra de arte en carne y hueso? Aquella duda la intrigaba y, a pesar de que le gustaría desentrañarla, sabía que no lo conseguiría por boca de él. Orlando era muy reservado con sus sentimientos. Ella sabía que él la quería, pero solo por su actitud y el deseo de tenerla siempre a su lado, así que no tenía esperanzas de que alguna vez se sincerara.

Por teléfono había dicho que se había sentido orgulloso, pero no había explicado exactamente el por qué. ¿Era por la forma en que había deslumbrado a todos con su presencia y su actitud? ¿Era porque había despertado el deseo de casi todos los presentes? ¿O era simplemente porque follando con un desconocido le había puesto como una moto? Esas eran cosas que probablemente nunca llegaría  a saber. Aun así deseaba conocerlas para así saber cómo ser aun mejor esclava y poder anticiparse mejor a los deseos de su amo. Una nueva ráfaga de viento y un niño corriendo con un perro a su lado la sacaron de sus pensamientos. El perro se paró un instante a olisquearla y mirarla con curiosidad antes de que el chico le llamase con un agudo silbido.

Perro y chico siguieron su camino y ella hizo otro tanto. Cuando llegó a casa la encontró vacía. Sobre la encimera de la cocina había una nota en la que Orlando le decía que había tenido que salir y que tenía una cena de negocios por lo que no llegaría hasta las once. Bris se sintió frustrada. La nota no decía nada más, pero sabía que debería esperarle despierta y preparada. Al menos tendría tiempo de sobra. Aun así se sintió nerviosa como siempre que esperaba que Orlando le hiciera el amor. El escozor y el cansancio del día anterior se había desvanecido y ahora estaba deseosa de ser poseída de nuevo por su amo. El paso de las horas fue lento. Intentó aprovechar el tiempo, pero no podía concentrarse en ninguna tarea, intentando imaginar que era lo que Orlando le tenía preparado aquella noche. Tras cenar una ensalada y un vaso de vino, para intentar calmarse un poco, se dirigió al baño y se preparó detenidamente. Una vez en el dormitorio se devanó los sesos intentando averiguar que sería lo que desearía su amo que se pusiese en aquella ocasión. Durante un cuarto de hora estuvo dudando entre un sujetador y un tanga o un corsé, pero al final, harta de dudas y consciente de que su cuerpo desnudo era su mejor arma optó por no ponerse nada más que la gargantilla y unos tacones. Se  miró al espejo y se acarició la piel pálida. Se apartó la melena con una mano y se observó los pechos grandes y pesados. Los acarició preguntándose cómo serían dentro de diez años y si a su amo seguirían gustándole igual.

Con la mirada perdida en su reflejo, bajó las manos y sobrepasando la fina pelusilla que cubría su pubis se acarició el sexo. Un relámpago de placer hizo que se sintiese aun más excitada. Durante unos instantes siguió masturbándose ante el espejo, antes de que se diese cuenta de lo que estaba haciendo y parar, consciente de que eso no sería lo que deseaba su amo.

Nerviosa se sentó en el sofá y puso música deseando que pasase el tiempo lo más rápido posible. A medida que se acercaba el momento se sentía más excitada y no dejaba de preguntarse si Orlando sería puntual o tendría que verse obligada a soportar una angustiosa espera. La respuesta a sus preguntas no tardó en llegar y Orlando llegó a las once menos un minuto. Al oír las llaves ella se apresuró a levantarse y cuando él llegó arriba, Bris ya estaba de pie esperándole e intentando ocultar su ansiedad.

—Hola, Bris.

—Hola, mi amo.

Sin necesidad de que Orlando tuviese que decir nada, Bris le ayudó a quitase el abrigo y se agachó para quitarle los zapatos mientras él mantenía los ojos fijos en ella. Le preguntó si quería tomar algo, pero él dijo que ya había cenado, así que solo le sirvió una copa de vino blanco. El aroma de su cuerpo la abrumó y la excitó a partes iguales.

—¿He tardado mucho? —preguntó el sin perderse cada uno de los movimientos de su cuerpo desnudo, pero sin hacer amago de querer tocarlo.

—No, mi amo. —respondió ella obediente.

—Pues la verdad es que yo estaba ansioso por volver a verte. —aquel comentario confundió a Bris y le hizo dudar si habría respondido correctamente. Después de todo el siempre le exigía que le dijese la verdad y era más que obvio que hubiese deseado pasar toda la tarde con él. En aquel juego como en muchas otras cosas él seguía siendo un maestro.

Estaba tan despistada con sus pensamientos que apenas se dio cuenta cuando Orlando se quitó la corbata y le tapó los ojos con ella. Bris sintió la mano de su amo recorrer sus hombros y su cuello antes de colocarle la correa en la gargantilla. Con suaves tirones la llevó por el salón. Al principio Bris, por instinto, intentó desplegar los brazos para no tropezar con nada, pero con unos golpes suaves en las manos y un tirón de la correa, su amo la obligó a bajarlos y adoptar una postura lo más erguida posible.

No poder ver y sentirse observada al mismo tiempo le producía una emoción contradictoria. Tras un par de vueltas Bris estaba totalmente desorientada. Unos pocos pasos más y Orlando soltó la correa y se acercó a ella. Notó de nuevo su calor y el aroma de su cuerpo y no pudo evitar un escalofrío de placer anticipado. Bris entreabrió los labios y se los humedeció con la lengua intentando atraer la atención de su amo. La maniobra pareció surtir efecto porque la mano de su amo se posó sobre su mejilla. Con dos dedos Orlando recorrió el perfil de su barbilla. Bris abrió de nuevo la boca y emitió un leve suspiro. Los dedos recorrieron sus labios y con un gesto rápido ella los atrapó y los chupó con suavidad. Su amo empezó a meterlos y sacarlos mientras ella mantenía la boca abierta obedientemente.  Su cuerpo se derretía de deseo y tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para controlarse y no abalanzarse sobre su amo. Finalmente Orlando apartó los dedos y recorrió con ellos su cuello, su torso y se dirigieron a sus pechos creando a su paso una espiral de ardiente excitación. Cuando los dedos de él se cerraron sobre sus pezones creyó que se iba a volver loca de deseo.

Todo su cuerpo tembló y su vagina se humedeció hasta casi rebosar. No podía más y sin embargo Orlando no parecía tener ninguna prisa. Volviendo a coger la correa tiró de ella hasta que Bris tropezó con la cama. Guiada con habilidad, gateó a ciegas por el lecho hasta que él la obligó a tumbarse boca arriba y ató la correa al cabecero de la cama. Orlando no se paró allí y Bris sintió como su amo tiraba de sus extremidades y las separaba antes de atárselas. Bris se sintió totalmente indefensa y totalmente excitada. Respiró hondo y esperó que Orlando se tumbase sobre ella y la poseyese, pero el momento no llegó. Durante unos instantes se retorció incómoda, pero  sabía que de nada le serviría demostrar su ansiedad así que respiró de nuevo y trató de relajarse.

Relajarse. Era sencillo de decir, pero muy difícil de hacer. Intentó poner la mente en blanco pero el tacto suave de la ropa de la cama, la brisa fresca acariciando su cuerpo y poniéndole la piel de gallina y los leves crujidos de la madera que delataban la presencia de su amo, la distraían constantemente y no dejaban de aumentar su excitación. De repente, un roce hizo que todo su cuerpo se estremeciera. El contacto fue tan leve que llegó a pensar que había sido producto de su mente febril, pero el contacto se repitió. Estaba segura que no eran los dedos de Orlando los que la tocaban era algo más suave, más excitante, más... desesperante.


Orlando sonrió al ver como su pupila se estremecía al recorrer el interior de su brazo con la pluma. Con lentitud fue avanzando por el brazo y se dirigió a la axila de la joven que intentó  protegerse tirando inútilmente del cordón que sujetaba su muñeca. Bris gimió pero no suplicó que parase. Él se recreó haciendo dibujos en la axila y los sensibles costados de su esclava antes de subir por sus pechos y rozar sus pezones. Ella volvió a gemir y pegó un nuevo tirón a sus ataduras. Con una sonrisa malévola bajó por aquel vientre perfecto realizando arabescos y con la pluma rozó el clítoris expuesto de la joven.

—Seguro que anoche disfrutaste siendo el centro de atención y haciendo que todos aquellos hombres y mujeres te deseasen con desesperación. —dijo él sin dejar de recorrer el interior de las piernas de su joven pupila con el delicado instrumento— Pero probablemente no te diste cuenta de hasta qué punto te deseábamos todos los que estábamos allí. La intensidad de nuestra ansia por poseerte.

Bris no respondió simplemente volvió a estremecerse al sentir el contacto de la pluma dibujando figuras abstractas en el interior de su cremoso muslo.

—Hoy quiero que sientas lo que todos sentimos anoche. Un deseo salvaje en incontenible que te lleva al borde de perder la razón. La sensación de que todo el cuerpo te hormiguea y todas las sensaciones parecen acumularse y contenerse en la parte más íntima de tu sexo amenazando con explotar, pero sin llegar nunca a hacerlo.

—¡Síííí, mi amo! —respondió ella obediente a pesar de que Orlando la había propinado un nuevo golpe de pluma en el clítoris.

El día anterior Bris se había portado de una manera excelente. Jamás había visto un debut semejante en el Club. Aun seguía recibiendo llamadas y mensajes de los socios que conocía alabando la conducta y la belleza de su pupila y eso había hecho que aumentase su deseo por ella. Las últimas veinticuatro horas de contención habían sido una verdadera tortura, pero quería que ella sintiese lo mismo y para ello era necesario resistir a sus deseos un poco más. Apartando la pluma se inclinó y besó el pubis de su pupila. Apenas fue un roce, pero la joven combó el cuerpo con un gemido al sentir el ansiado contacto. Inmediatamente se apartó y la observó unos instantes. Bris estaba desnuda e indefensa con todo sus miembros estirados y tensos. Tenía los puños cerrados y tiraba de sus correas mientras que sus labios mostraban un gesto mitad placer mitad frustración. Reprimió el impulso de acariciar sus pezones que vibraban atrayentes como los ojos de una serpiente a cada movimiento de su dueña y dejó resbalar su mirada hacia abajo. Su sexo totalmente depilado destacaba a la vista, enrojecido y tumefacto por la excitación. Era como una deliciosa fruta madura que su cuerpo y su mente deseaban saborear a toda costa y hubiese cedido de no ser porque apartó inmediatamente la mirada. Admiró sus piernas también tensas y deliciosamente perfiladas por efecto de los tacones.  Los dedos de sus pies se adivinaban antes de desaparecer en la punta del calzado. Orlando sintió la necesidad de vérselos completamente y la descalzó. Aquellos dedos pequeños y perfectos se estiraron como si estuviesen satisfechos de liberarse aquella prisión de piel, llamando poderosamente su atención. Orlando acercó la pluma y recorrió el empeine y las uñas cuidadosamente pintadas de rojo antes de desplazar la pluma por el lateral del pie y rozar las zonas más sensibles.

La respuesta de Bris fue automática; ahogó una carcajada nerviosa y las correas que la sujetaban se tensaron mientras Orlando mantenía aquella tortura.

—¿Verdad que es curioso que un mismo objeto pueda producir unas sensaciones tan distintas? —preguntó mientras volvía a pasar la pluma por su vientre y sus costillas. Todo depende de la intensidad de la caricia y de la sensibilidad de la zona.

Bris gimió de nuevo y volvió a respirar profundamente, intentando infructuosamente calmar el ardor que se adueñaba de su cuerpo. Al verla retorcerse con cada caricia sabía que había llegado el momento de subir la apuesta. Con cuidado de no tocarla se subió a la cama y se arrodilló a sus pies. Orlando se inclinó sobre el sexo de su joven pupila y abrió la boca de forma que su aliento la rozara. Aquel simple hálito la hizo estremecerse. Vio como los labios de Bris temblaban. Estaba seguro de que la joven estaba recurriendo a toda su fuerza de voluntad para no suplicarle y esperar obedientemente que él eligiese el momento.

Incapaz de contenerse envolvió la vulva de la joven con su boca y le dio varios y salvajes lametones. Bris se encogió y soltó un grito ahogado al clavársele la gargantilla en el cuello. Orlando insistió y la esclava esta vez combó todo el cuerpo sudoroso y estremecido y gritó a pleno pulmón.

—¡Gracias, amo! ¡Gracias, amo! —repetía una y otra vez tras cada caricia y cada lametón.

El alivio fue visible en los gestos de la joven, pero sabía que sin llegar al clímax este solo sería pasajero. Orlando se apartó y paladeó el sabor del sexo de su esclava antes de introducir tres dedos en su vagina. Al principio la masturbó con suavidad, pero cuando dio con su punto G sus movimientos dentro de la joven se hicieron más rápidos y violentos. Los estremecimientos de Bris se hicieron aun más frecuentes y los gemidos habían pasado a ser una especie de lamento continuo, sincopado por ocasionales jadeos en busca de aire.

A punto de correrse su pupila, Orlando interrumpió sus caricias. Un rosario de gotas de sudor escurría por su cuello, llenaba el delicioso hueco que hacían sus escapulas al juntarse con el esternón y corría apresuradamente entre sus pechos para deshacerse en mil gotas que bajaban por sus costillas. Orlando se inclinó y recorrió cada uno de aquellos arroyos con la punta de su lengua. Incapaz de contenerse cogió uno de sus pechos y le dio un sonoro chupetón al pezón. Ella gimió mientras el rosado apéndice aumentaba de tamaño y se endurecía inmediatamente. Cogió el otro pecho y le dio otro chupetón. A pesar de los gemidos, la excitación de la joven había disminuido. Orlando volvió a atacarla. Sus dedos volvieron a penetrarla masturbándola sin contemplaciones hasta llevar de nuevo a Bris al borde del orgasmo.


Bris gemía y jadeaba. Se mordía la lengua para no insultar a su amo y crispaba todo su cuerpo. Luego Orlando se apartaba. Y ella en la oscuridad no sabía si aquello se repetiría, si su amo finalmente la poseería o simplemente se iría y la dejaría allí atada con todo su cuerpo hirviendo.

De nuevo una nueva andanada de caricias besos y lametones, seguidas de unos pocos segundos de violenta masturbación hasta llegar al borde del orgasmo y de nuevo retirada. Bris creyó que se iba a volver loca. El tiempo necesario para llevarla al clímax era cada vez más corto. Se sentía como una leona enjaulada. Tiraba de sus ligaduras, incluso de la de su cuello a pesar de que después necesitaba unos segundos de ansiosas inspiraciones para recuperarse. Estaba tan ansiosa que de haber podido se hubiese tirado encima de su amo y lo hubiese matado a polvos.

Llegó un momento en que aquel placer insatisfecho se convirtió en un sordo latido que no amainaba ni siquiera cuando Orlando se apartaba.

—¿Ahora lo entiendes? —preguntó él colocando por fin su cuerpo desnudo entre sus piernas.

—¡Oh! ¡Sí, mi amo! —dijo ella levantando su pubis para poder frotar su sexo hambriento contra la polla erecta de su amo.

De poder haberlo hecho, Bris habría suplicado entre lágrimas a su amo que la follase, pero sabía que aquello no era lo que Orlando deseaba. En ese momento sintió unas manos rozando su cara y deshaciendo el nudo de la corbata. Al abrir los ojos se encontró aquellos ojos profundos y concentrados. Incluso consciente de que podía acarrearle un castigo levantó la cabeza todo lo que la correa del cuello le permitía y con sus labios se agarró a los de su amo. En ese momento Orlando se desató. Comenzó a frotar la polla dura y caliente contra su sexo provocándole oleadas de placer. Sin dejar de mirarla a los ojos se cogió la verga y se la clavó a Bris de un solo golpe. El orgasmo fue casi inmediato, pero no la alivió. Seguía casi tan excitada como antes, pero la diferencia era que ahora había un miembro cálido y palpitante que entraba y salía de ella colmándola hasta hacerla llorar de puro placer. Deseaba abrazar a aquel hombre y sentir la potencia de su cuerpo, pero lo único que podía hacer era dejarse hacer inerme, entre continuos y roncos gemidos, esperando que esta vez su amo la llevase hasta el final.

Y así lo hizo, al primer orgasmo le siguió otro y otro más. Orlando siguió empujando dentro de ella con la misma intensidad sin dar muestras de cansancio hasta que con dos últimos empujones eyaculó dentro de ella. El calor de su semilla y los últimos empujones la llevaron a un último y aun más intenso orgasmo que al fin pareció colmar sus ansias.


Orlando se derrumbó sobre su esclava que aun se estremecía con el pelo enmarañado y su cuerpo cubierto en sudor. Aquella mujer era increíble. Su coño se había convertido en un especie de boca cálida y vibrante se que se comía su polla y la estrujaba sin piedad llevándole a experimentar un placer increíble. Nunca creyó que pasaría pero había encontrado a la esclava perfecta.

Con delicadeza le quitó las ataduras. Bris inmediatamente se abrazó a él con brazos y piernas impidiendo que sacase la polla de su coño y sin abrir la boca gimió mientras movía ligeramente las caderas. El enloquecedor aroma que expelía el cuerpo de su esclava y el estrecho abrazo, unido al movimiento de sus caderas, volvió a excitarle. Sin darse cuenta de que ahora era él el que estaba obedeciendo los deseos de su esclava comenzó a acometerla de nuevo.