Rozando el Paraíso 15
Los pechos de su pupila se aplastaron contra el cristal tomando formas caprichosas y cambiantes con cada empujón. Los presentes hipnotizados no podían apartar la mirada de ella...
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Con todos los ojos presentes fijos en ella no se amilanó. Orlando estaba orgulloso. Su joven pupila estaba disfrutando siendo el centro de atención. Estaba impresionante con la cola desplegada y vibrante.
Sin bajar la cabeza y libre de la correa que la retenía junto a él, Bris comenzó a pasear con lentitud alrededor del estrado haciéndose un hueco entre la gente que respetuosamente le daba espacio. De vez en cuando se acercaba y dejaba que uno de ellos alargase una mano y le acariciase las nalgas el costado o los pechos. Ella respondía apartándose y haciendo vibrar su cola.
Pronto el wasap empezó a arder y no paraba de afluir gente a la sala de subastas de forma que, cuando llegó Bris a la caja, la estancia estaba repleta. Sin perder un ápice de elegancia en sus movimientos subió a la plataforma y entró en la caja. Orlando era ahora un espectador más. En primera fila, observó como su pupila giraba en el interior del cubo a la vez que se acariciaba los muslos y los costados. Cada caricia terminaba con un breve estremecimiento de plumas.
Aquel lugar no era una vulgar sala de striptease. Nadie jaleó sus movimientos, le dijo guarradas o intentó intimidarla de alguna manera, solo un silencio expectante. Para mantener la atención, Bris se inclinó, separó las piernas apoyando una mano sobre el cristal y se bajó una de las copas del sujetador. El pezón rosado salió a la vista haciendo que una buena parte de los presentes que estaban de aquel lado se relamiese o tragase saliva, mientras que la que estaba a sus espaldas observaban el dilatador vibrando dentro del culo de Bris y como la intensa luz delataba un fino reguero de excitación que escurría de su sexo.
Con lentitud se giró y repitió la postura en cada uno de los lados del cubo. Un largo mechón escapado del apretado moño le daba carácter a aquel rostro crispado por el placer. En ese momento el protegido de Lara se adelantó y subió totalmente desnudo al cubo. Bris fingió no ser consciente de su presencia y siguió exhibiéndose hasta que sintió el contacto del cuerpo cálido y rocoso de Antonio. Increíblemente, Orlando, que no se tenía por celoso, sintió envidia del esclavo. Como todos los presentes deseaba estar dentro de aquel cubo.
Finalmente Bris giró la cabeza y acarició la cara de su amante mientras este frotaba su miembro erecto contra sus piernas. Al sentir el roce la joven bajó la mano, cogió el pene y lo masturbó con suavidad. Antonio gimió, contrajo su musculatura y se agarró a las caderas de Bris. Con urgencia ella separó un poco más las piernas y dirigió la polla de Antonio a su interior. El miembro resbaló con suavidad hasta el fondo de su coño. Orlando se imaginó la sensación de penetrar dentro de ella con el dilatador zumbando y masajeando la base de su pene a través de la pared de tejido que le separaba de su ano.
Lara siempre había tenido predilección por los hombres jóvenes, grandes, de pecho amplio y aspecto latino. Antonio era el prototipo, tenía el típico aspecto del truhán venido del otro lado del charco, hermoso y orgulloso de serlo, muy moreno y con el pelo negro y corto. A Orlando le recordó a un toro y sus primeras envestidas que levantaron a Bris del suelo lo confirmaron. Los gemidos de su pupila resbalaron por la silenciosa multitud expectante electrizando el ambiente. Todos los presentes disfrutaban con Bris, con sus movimientos, sus gestos y sus gemidos. Las parejas se acariciaban y se besaban mientras disfrutaban del espectáculo.
Las manos de Antonio comenzaron a avanzar por el vientre de Bris, que al darse cuenta de la maniobra plegó la cola y la dejó reposando sobre el hombro de Antonio, que la acorraló contra el cristal. Los pechos de su pupila se aplastaron contra el cristal tomando formas caprichosas y cambiantes con cada empujón. Los presentes hipnotizados no podían apartar la mirada de ella mientas que ella no la había apartado de su amo desde que había empezado el espectáculo. Orlando estaba tan excitado que apenas se dio cuenta cuando Lara se le acercó y coló la mano entre sus piernas sopesándole los huevos.
—Lo hacen muy bien, ¿Verdad? —dijo Lara— Mi león comiéndose a tu delicada ave.
En ese momento parecía cierto. Con el enorme cuerpo del esclavo envolviendo casi por completo el cuerpo de Bris, estrujando sus pechos, mordisqueando su cuello, contrayendo todos sus músculos antes de cada empeñón.
—No creo que te cueste mucho que sea aceptada. Más bien le van a sobrar admiradores. ¿Tienes miedo de que te pase lo mismo que con Alba?
—Bueno, siempre cabe la posibilidad, pero no la habría traído si hubiese tenido alguna duda. Que Alba me dejase no fue del todo una sorpresa, después de todo lo veía venir. Lo que me hace arrepentirme es lo que pasó luego.
—Te entiendo. Espero que Bris te ayude a pasar página.
Orlando no respondió. Antonio se había separado unos instantes y Bris se dio la vuelta. Se acercó a él y desplegó de nuevo su cola mientras le daba un largo beso. Haciendo un alarde de fuerza el hombre la levantó en el aire y pasando los brazos bajo sus rodillas comenzó a follarla en el aire con todas sus fuerzas. Bris hizo vibrar su cola y se dejó llevar gritando cada vez con más fuerza hasta que un brutal orgasmo la paralizó. Antonio siguió penetrándola hasta que el último relámpago de placer se apagó en la joven. Con delicadeza posó a Bris de rodillas frente a él. Ella le quitó el preservativo y comenzó a chuparle la polla hasta que tampoco pudo contenerse más y separándose regó los pechos de Bris con su cálida semilla.
Cuando terminó, Antonio se arrodilló al lado de ella y la cogió en brazos mientras las luces perdían intensidad. Agotada, Bris se dejó llevar. Antonio se la pasó a Orlando que la recogió con igual cuidado con el que el esclavo se la pasaba.
Un suave y rítmico pataleo se fue extendiendo entre los presentes hasta convertirse en un clamor.
—Te han aceptado, pequeña. —dijo Orlando mientras la sacaba por el pasillo que hacían los espectadores en dirección a una de las habitaciones.
Bris estaba agotada física y emocionalmente. El corazón aun le latía a mil por hora intentando recuperarse del esfuerzo y su ano le palpitaba dolorosamente. El peso de la cola no era despreciable y la musculatura de su recto estaba tan dolorida y agotada por el continuo esfuerzo al que le había sometido que sentía que no podría hacer vibrar aquel instrumento una sola vez más. Orlando la llevó a una estancia apartada. La penumbra y la comodidad de la cama donde la dejó reposando de lado la ayudaron a relajarse poco a poco.
—¿Qué tal he estado? —Bris sabía perfectamente la respuesta, pero deseaba oírla de labios de su amo.
—Has estado perfecta. Te garantizo que ninguno de los presentes olvidará esta noche. —dijo el tumbándose a su espalda y acariciando los flancos aun sudorosos de su joven pupila.
—Gracias, amo. Solo quería saber que estabas satisfecho y he cumplido tus expectativas. —Bris recibió las caricias con una sonrisa agradecida.
—Lo has hecho, sin duda.
Las manos de su amo se fueron desplazando hacia abajo en dirección a sus caderas y su culo. Bris se sentía agotada, pero obedientemente separó ligeramente las piernas, mostrando su sexo aun enrojecido y el dilatador asomando de su ano. Los dedos de Orlando se desplazaron por los labios de su vulva y rozaron la cola unos instantes. Bris intentó hacerla vibrar, pero no le quedaban fuerzas. Sin embargo su amo no pareció desilusionado sino que agarró el dilatador y lo extrajo intentando causarla la menor incomodidad posible. Bris soltó un largo suspiro de alivio y libre del hermoso pero incómodo instrumento, por fin pudo darse la vuelta y mirar a su amo a los ojos. Orlando le sonrió y la besó con suavidad antes de abrazarla. Bris se abandonó en el regazo de su amo y se quedó casi inmediatamente dormida.
Orlando la despertó con un par de leves sacudidas. No sabía cuánto tiempo había dormido, pero no debió de ser mucho, porque aun se sentía cansada. Orlando le dijo que era hora de volver a casa. Deseaba quedarse toda la vida allí tumbada en los brazos de su amo, pero poco a poco se fue despejando hasta que logró sentarse en la cama. El conjunto de lencería le estaba esperando sobre una silla y la cola con el dilatador reposaban en la caja de cartón. Se vistió lentamente, y se calzó las sandalias con la ayuda de su amo. Cuando finalmente se puso en pie creyó que caería de nuevo al suelo. Solo el brazo atento de su amo le permitió seguir en pie.
—¿Estás bien? —dijo él mientras volvía a ponerle la correa.
—Sí, amo. Solo un poco cansada.
Iba a ponerse de nuevo el antifaz, pero Orlando se lo impidió.
—Ahora ya eres un miembro del club. No volverás a necesitar esto.
Bris se sentía desnuda sin él. Solo la posibilidad de que Javier aun estuviese en el local y la reconociese le causaba pavor, pero eran las normas de la institución y tenía que cumplirlas como todo el mundo. Así que dejó el antifaz sobre la cama y acompañó a Orlando fuera de la estancia.
Al lado de la puerta había una pequeña mesilla con una bandeja. En ella había un montón de tarjetas de visita. Bris las miró con curiosidad, pero no se atrevió a tocarlas.
—Adelante. Son para ti. —la animó.
Bris cogió una. En ella figuraba un apodo y un número de teléfono y por detrás unas palabras de la persona que la había dejado, diciendo cuanto le había impresionado la actuación y preguntando si había posibilidad de compartir una experiencia con ella. Bris miró el montón. Había casi cien tarjetas. Las repasó una a una. No todas eran para ella. Otras eran para los dos y casi un tercio eran solicitudes para convertirse en esclavo o esclava de Orlando o preguntas sobre la manera de conseguir una de aquellas colas.
El pasillo que llevaba a la salida estaba ahora casi vacío. Bris lo recorrió con rapidez aun un poco cohibida por ir sin el abrigo del antifaz y no se entretuvo demasiado poniéndose la gabardina. Cogiéndola por la cintura Orlando la llevó fuera del edificio donde el coche estaba esperando. En esta ocasión Bris no pidió permiso y tras deshacerse el moño se tumbó en el asiento y reposó la cabeza sobre el regazo de su amo. Orlando se limitó a acariciarla mientras el vehículo avanzada con un amortiguado crujido sobre la grava del camino de acceso.
El silencio con el que se movía el coche, la suavidad con la que lo manejaba el chófer y las caricias de su amo crearon una atmósfera arrulladora y Bris se quedó poco a poco sumida en un duermevela. Las imágenes de aquella noche pasaron por su mente y para su sorpresa no se sentía culpable ni utilizada por todo aquel despliegue de lujuria. Lo que hacía un tiempo le hubiese parecido una locura y depravación ahora le parecía estética, placer y una muestra de amor hacia su amo. Orlando ahora era el centro de su vida y ahora sentía que haría cualquier cosa por él.
La suave sacudida del coche al frenar frente a la puerta de su casa la sacó de sus ensoñaciones. Aun un poco somnolienta se irguió y se dejó ayudar por su amo a salir del coche. Tras despedirse y dar una propina al chófer, Orlando la condujo escaleras arriba. Las atenciones de su amo no se pararon allí. Con suavidad la llevó al baño y mientras ella se deshacía de su escueta indumentaria, él le preparó un baño de espuma. El agua, muy caliente pronto surtió efecto y le ayudó a relajar sus acalambrados músculos. Bris cerró los ojos y se sumergió totalmente en el líquido espumoso. Cuando volvió a sacar la cabeza Orlando estaba también desnudo frente a ella. Su pene estaba erecto. Con una sonrisa traviesa Bris recorrió toda su longitud con la punta de su uña provocando un espasmo de aquel miembro. Miró a su amo a los ojos un instante y apoyando las manos en el borde de la bañera abrió la boca y le dio un suave lametón al glande.
Orlando soltó un gruñido, pero no hizo nada. Bris no necesitaba que su amo le dijera lo que deseaba, saltaba a la vista. Con las manos chorreando acarició los muslos y el vientre de su amo antes de comerse su polla. Sin dejar de mirarle a los ojos chupó aquel falo ardiente con entusiasmo mientras con las manos libres le acariciaba los testículos. Pronto sintió como aquel miembro comenzaba a estremecerse y se separó. Dándole una tregua acarició los muslos de su amo y le besó y le mordisqueó el vientre antes de volver a fijarse de nuevo en su hambriento pene. Lo recorrió con la lengua una y otra vez antes de volver a chuparlo. Bris veía con satisfacción como toda la musculatura del vientre y el pecho de Orlando se contraía. Esta vez no hubo tregua y siguió chupando y acariciando hasta que su amo no pudo más y con un bronco gemido se derramó sobre sus labios y su cuello.
Cuando Orlando terminó, Bris se sumergió un instante de nuevo para eliminar de su piel los restos de la eyaculación. En ese momento sintió como su amo se introducía también en la bañera sentándose a su espalda y abrazándola. Bris no podía sentirse más feliz. Alojada en los brazos de su amante recostó la cabeza sobre su hombro y cerró los ojos.
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