Rozando el Paraíso 13

Ella que había estado esperando sin mover un músculo hasta ese momento se incorporó y se acercó gateando, contoneando su cuerpo como una felina buscando caricias y se frotó contra las piernas de su amo...

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La mudanza resultó inesperadamente rápida. Apenas había nada de su antigua vida que quisiese llevarse consigo. El mobiliario, la ropa vieja y la mayoría de los libros los dejaría en su piso, que había comprado hacia tiempo y había decidido conservar. Solo se llevaría con ella algunas primeras ediciones que había ido consiguiendo con el tiempo en subastas y anticuarios. Al final todo cupo en dos maletas y cuatro cajas de cartón.

Orlando le ayudó con el traslado; le hizo hueco en el vestidor para su ropa y en la librería del salón para sus libros favoritos.

Entre los dos los colocaron uno a uno sobre la estantería. A la vez que lo hacía, su amo los inspeccionaba con curiosidad, como si estuviese intentando averiguar más sobre ella a través de sus lecturas.

Cuando terminaron Orlando se acercó y revisó los lomos mientras Bris lo observaba sentada en el suelo. Sus dedos recorrieron el lomo de aquellos volúmenes con la misma atención y suavidad con la que recorría su cuerpo. Entonces Bris vio como su amo se detenía ante uno en concreto y lo sacaba de la estantería para examinarlo con más atención.

—¿Doctor Zhivago en italiano?  —preguntó Orlando observando el libro con curiosidad.

—Probablemente es mi libro favorito y lo curioso es que la primera edición que se publicó fue la traducción italiana. Resulta que Pasternak le dio una copia del manuscrito a un editor italiano con la condición de que esperase a que la editorial rusa de turno le diese la autorización para publicarla. Esta empezó a exigir la devolución de esa copia para hacer "ciertas correcciones de estilo", ya entiendes lo que eso significaba en aquella época. El caso es que el italiano decidió adelantarse y lo publicó en cuanto tubo la traducción, así que fue la primera edición de la novela en publicarse. Un año después se publicó en ruso y en inglés, también tengo la versión inglesa. —respondió ella señalándole un segundo ejemplar. Me falta la primera edición rusa para completar la colección.

—Lo leí hace mucho tiempo y la verdad es que me gustó bastante, aunque no llegué a entender muy bien al protagonista. Supongo que es el alma rusa. No me imagino a nadie más fatalista que un ruso que además es poeta.

—Pues a mí me parece la mejor novela que he leído en mi vida. Intensa, dramática... Pero me imagino cual es la tuya.

—A ver, sorpréndeme. —la retó su amo con una sonrisa.

—El Conde de Montecristo, sin duda. —aventuró ella— Esa forma de manipular a la gente para llevar a cabo su venganza, con esa omnisciencia casi divina, probablemente hace inevitable que te compares con él.

—Has estado cerca, pero a esa novela le falta algo. Un buen antagonista. El Conde de Montecristo tiene varios con distintas motivaciones, celos, cobardía, avaricia, pero no son unos hombres especialmente inteligentes ni retorcidos. En cambio el Conde Fosco de la Dama de Blanco, ese si es un antagonista y además, lo mejor de todo es que no puedes evitar que te caiga bien.

Bris sonrió. Recordaba perfectamente el carácter de aquel personaje adorable a pesar de su perfidia. Cada vez que rememoraba la lectura de aquella novela su mente se iba siempre a aquel curioso ejemplar de la nobleza que enmascaraba sus intenciones tras una imagen afable y un ejército de animalillos con los que conversaba.

—Estoy de acuerdo en que una buena historia requiere un buen antagonista, aunque en la vida prefiero no encontrarme con ninguno. —dijo ella sin poder evitar un escalofrío.

—¿Tienes villanos contra los que luchas a diario? —preguntó su amo acariciando su mejilla.

—Todo el mundo tiene personas que no desearía haberse encontrado en la vida. —respondió ella sin poder evitar que su mente evocara los rostros de Javier y Mauricio.

Orlando lo detectó inmediatamente y bajando las manos por su cuello la agarró con suavidad por la nuca y la miró fijamente a los ojos.

—Espero que sepas que si tienes algún problema puedes contar con mi apoyo. Si puedo hacer algo por ti no lo dudaré ni un segundo. Daría mi vida por ti.

—Esas no parecen las palabras dirigidas a una esclava. —intentó Bris desviar la conversación con una sonrisa.

—En efecto, pero creo que a estas alturas deberías saber que eres mi bien más preciado.

Tirando suavemente de ella la acercó y la besó. Los labios de Orlando recorrieron los de Bris con suavidad y ella respondió entreabriendo la boca y sacando la lengua fugazmente para saborearlos. El beso se fue intensificando y cuando se dio cuenta tenía a su amo encima de ella acariciando su cuerpo hasta que súbitamente se separó y se levantó recolocándose la ropa.

El cuerpo de Bris hervía de deseo, pero no hizo el más mínimo gesto de súplica, simplemente se quedó tumbada en el suelo, esperando una sesión de sexo que no llegó. Orlando aparentemente ignorante del deseo de su esclava, paseó por la casa recolocando las cosas de Bris hasta dejarlas en el lugar adecuado según su opinión y tras poner música se sentó en el sofá y le hizo una seña a Bris.

Ella que había estado esperando sin mover un músculo hasta ese momento se incorporó y se acercó gateando, contoneando su cuerpo como una felina buscando caricias y se frotó contra las piernas de su amo, teniendo especial cuidado en que Orlando notase que bajo la camiseta de algodón no llevaba sujetador.

Orlando le acarició el cabello y con un nuevo gesto la invitó a subir al sofá y a reposar la cabeza en su regazo. Bris cerró los ojos se estiró boca arriba dejándose llevar por el ritmo cambiante del jazz. Las manos de Orlando no paraban quietas. Acariciaban su pelo, su cara, su cuello y bajaban por el escote de su camiseta hasta enterrase bajo ella. El contacto de sus manos suaves y calientes con sus pechos y sus pezones la incendiaron, pero las atenciones de Orlando no pasaron de ahí.

—Esta semana es especial. —dijo Orlando rompiendo el silencio.

—¿Ah, sí? ¿Por qué? —preguntó ella deseando que aquellas manos nunca dejasen de acariciar su cuerpo.

—Ya estás preparada. Esta semana te llevaré al Club.

Bris abrió los ojos y levantó la vista hacia su amo que tenía los ojos fijos en la pared de enfrente.

—Gracias, amo. —replicó ella aunque ella no sabía para qué estaba preparada.

—¿Tienes alguna pregunta?

—Supongo que la más obvia. En qué consiste el Club y cuál es mi deber.

—El Club es un lugar de intercambio de cuerpos y experiencias. Es un lugar exclusivo en el que la gente como nosotros puede exhibir sus creaciones y buscar e intercambiar parejas o esclavos. La discreción está asegurada. Los socios firman un contrato de confidencialidad de forma que no pueden revelar a nadie fuera de la institución lo que ocurre dentro. Solo se puede ingresar con invitación de uno de los socios.

—Así que es un poco como una convención de amos y esclavos.

—Es algo más. No se limita solo a la dominación también sado, el intercambio de parejas... todo lo que sea sexo no  convencional.

—¿Los esclavos van siempre acompañados?

—No tienen por qué. Una vez que te presente, pasaras un tiempo como candidata; puede ser un día o un año, depende de cada caso, aunque si todo sale como espero tu ascenso a miembro de pleno derecho será inmediato. Una vez seas miembro del Club disfrutarás de todos los derechos y si lo deseas podrás acudir sin mí. Incluso participar en subastas tanto como subastada como pujadora.

—¿Subastas? Eso suena a prostitución. —comentó Bris un poco menos convencida.

—No exactamente. Las personas que se subastan pueden hacerlo por distintos motivos y puede que lo que busquen no sea dinero. Simplemente cambiar de amo o de pareja por una noche o para siempre. Las ofertas pueden ser dinero, favores, promesas o el simple aspecto del pujador. Es el subastado el que decide cual es la oferta que le resulta más valiosa. —replicó Orlando— Te sorprendería las pocas veces que una gran cantidad de dinero es la vencedora en la subasta.

Bris abrió los ojos y le miró.

—¿Me vas a subastar?

—No, solo tú puedes decidir salir a la subasta.

—Entonces no entiendo muy bien la razón de ir.

—Lo entenderás cuando estés allí.

Bris se encogió de hombros no muy convencida, pero lo aceptó. Orlando era consciente de sus dudas, pero no dudo en que a ella le encantaría Oscuro Paraíso. A lo largo de esos meses había sido testigo de cómo había cambiado el carácter de su pupila. De evitar el contacto visual e procurar a toda costa no llamar la atención, había pasado a ser una mujer más segura de sí misma, a la que le gustaba el efecto que su belleza y elegancia producía sobre los hombres. Y es que al igual que cualquier mortal, la sola visión de aquella mujer, despertaba en él un deseo que apenas podía refrenar. En esos momentos, con las manos percibiendo el calor de su cuerpo y el suave subir y bajar de su torso con la respiración, solo deseaba arrancarle la ropa a mordiscos y explorar todos sus orificios naturales, pero necesitaba mantener el control. ¿Qué tipo de amo sería si no? Necesitaba mejorar su autocontrol así que decidió averiguar cuánto tiempo podía aguantar con aquel juego enloquecedor sin follarse a su esclava. Moviendo sus manos bajo la camiseta de Bris le acarició los pechos y las costillas. Bris se estremeció y gimió quedamente. Aquel simple gesto casi le volvió loco de deseo, pero se contuvo y siguió acariciándola con aire ausente, simulando disfrutar de la música y aparentando que aquel leve contacto era suficiente.


Poco a poco las manos de su amo fueron retirándose y se limitaron a acariciarle la cara y el cabello de forma tan suave e hipnótica que apenas se dio cuenta cuando la música terminó. Bris levantó la cabeza y observó a Orlando en la penumbra. La noche había caído y solo las luces del parque que se colaban por el ventanal iluminaban tenuemente sus facciones dándole un aire duro y pensativo. A pesar de que parecía estar seguro de lo que estaba haciendo ya conocía suficiente a su amo para reconocer en su gesto una sombra de duda. ¿Sería por ella o sería por él mismo? Mientras Orlando se levantaba y la llevaba de la correa a la habitación se juró a si misma que no le fallaría.

Una vez en la habitación encendió la luz y pudo ver sus facciones con todo lujo de detalles. Con un ligero tirón de la correa la obligó a quedarse quieta en pie y rodeó la cintura con sus manos por debajo de la camiseta. Sus manos frescas le causaron un escalofrío y se deslizaron por la piel de sus costados levantando la prenda. Bris se dejó hacer y levantó los brazos para facilitarle la operación. Al subir la camiseta sus pechos se quedaron momentáneamente atrapados por la prenda y cuando finalmente se desprendieron cayeron y se balancearon llamando inmediatamente la atención de su amo que en cuanto se libró de la camiseta los cogió y los sopesó con sus manos unos instantes. Notaba como todo su cuerpo crepitaba con cada contacto y no pudo evitar un jadeo cuando aquella boca de labios crudos se cerró en torno a su pezón y chupó con fuerza.

En un movimiento reflejo Bris bajó los brazo y atrajo la cabeza de su amo hacia sí con todas sus fuerzas. Orlando respondió con rapidez la cogió por las muñecas y la arrinconó contra la pared. Mientras la miraba a los ojos deslizó la mano bajo la falda y le acaricio el sexo desnudo. En aquellos remolinos castaños veía deseo, pero seguía viendo un asomo de duda.

Este relato consta de 39 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días. Si no queréis esperar podéis encontrar el relato completo en amazon.