Rozando el Paraíso 12
Justo antes de entrar en la puerta del servicio, Bris se giró y le sonrió mostrado aquellos dientes perfectos y de un blando deslumbrante. No se lo pensó. Sentía una necesidad que solo su pupila podía satisfacer.
12
Todo lo que rodeaba a su madre parecía estar congelado en el tiempo. Cada vez que llegaba a casa tenía la misma sensación de no haber estado fuera más que un par de horas. El mismo suelo pulido y brillante, las mismas cortinas, los mismos tapetes colgando de los respaldos de las sillas y el mismo y reconfortante olor a comida recién hecha.
—¡Bris! ¿Eres tú? —preguntó su madre desde la cocina al oír abrirse la puerta.
Su madre también parecía anclada en el tiempo, menuda y delgada, (al parecer Bris había heredado su físico de la familia de su padre) solo unas pocas arrugas en las comisuras de los labios y de aquellos ojos verdosos daban fe del paso del tiempo.
—¡Vaya! ¡Benditos los ojos! ¿No te da vergüenza tener así de abandonada a tu madre? —dijo justo antes de abrazarla— ¿Y qué demonios te ha pasado? ¿Dónde has dejado las blusas raídas y los zapatos desgastados?
Inmediatamente Bris se dio cuenta de su error. Su nueva imagen le resultaba tan cómoda que ni siquiera se había dado cuenta y se había puesto un vestido veraniego de color blanco con un colorido estampado y unas sandalias de tacón, nada que ver con la ropa gris y anodina con la que solía presentarse.
—Yo...
—No hace falta que inventes una de tus torpes mentiras, cariño.
—No te iba a mentir. —intentó defenderse sin dejar de sentirse otra vez como la niña de ocho años pillada en falta.
—Pues entonces dime la verdad.
—Estoy saliendo con alguien.
—Ahora entiendo porque estabas tan ocupada que no tenías tiempo para ver ni a tu madre. Anda quítate esos tacones antes de que dejes la tarima hecha unos zorros y cuéntame todos los detalles.
En cuanto se quitó las sandalias su madre la llevó con suavidad a la cocina donde un par de ollas borboteaban alegremente. Bris intentó desviar la atención destapando las cazuelas y aspirando el delicioso aroma que emergía de ellas, pero su madre se lo impidió y continuó con su interrogatorio. Bris le contó todo lo que pudo a su madre sin alarmarla y aunque sospechaba que no estaba del todo satisfecha con sus respuestas, para sorpresa de Bris, no insistió.
El resto del fin de semana pasó en un suspiro. Alejarse de Orlando un par de días no había sido tan malo como se había temido. Lo echaba de menos, pero la libertad de no tener que cumplir las altas expectativas de su amo resultaron ser un descanso. Salió con su madre de compras y a tomar algo y el domingo pasearon por la orilla del río, hablando de todo y de nada. Su madre intentó averiguar algo más de su futuro yerno como ella le llamaba solo para picarla, pero cuando Bris se negó a decirle nada más su madre no insistió.
Tras la comida, sin embargo, la perspectiva de volver a reunirse con Orlando comenzó a excitarla y no pudo evitar activar varias veces el dilatador a pesar de tener a su madre viendo la tele. A eso de las cuatro de la tarde no pudo aguantar más y se despidió apresuradamente de su progenitora que la dejó ir frunciendo el ceño en un gesto que Bris no pudo terminar de interpretar si era de sorpresa o de desaprobación.
Quince minutos después todo quedó olvidado. Al volante del coche, su mente solo se centraba en su amo y en lo que se pondría para la cena.
En cuanto llegó a casa se duchó y se lavó el pelo, se depiló las piernas y el pubis y aplicó sobre ellos una generosa dosis de crema hidratante hasta dejarlos brillantes y suaves. Tras ponerse un conjunto de lencería negro, optó por no ponerse medias y se dirigió a la habitación dónde le esperaba sobre la cama un vestido corto de color negro y con la falda de vuelo.
Lo cogió y se lo puso por la cabeza dejando que resbalase por su cuerpo como las manos de un amante y se abrazase a su torso. Se subió la cremallera y se miró al espejo. El vestido le sentaba como un guante; se ceñía a su busto con precisión y el escote cuadrado era lo suficientemente profundo para mostrar el nacimiento de sus pechos sin resultar vulgar. Se puso de puntillas y dio una vuelta completa sobre si misma satisfecha de la forma en que la falda se desplegaba al moverse y oscilaba con los movimientos de sus caderas.
Consciente de que Orlando estaba a punto de llegar se apresuró a ponerse una gargantilla que había comprado con su madre el día anterior y se dirigió al baño para maquillarse. Cuando él llamó al telefonillo acababa de calzarse los tacones, así que solo tuvo que coger el bolso y salir apresuradamente del piso.
Orlando la estaba esperando impecablemente vestido con unos vaqueros, una camisa blanca y un blazer gris que llevaba ligeramente arremangado para darle un aire más informal. En cuanto salió del portal le abrió la puerta del coche. Al pasar a su lado le dijo lo hermosa que estaba. Bastaron esas pocas palabras susurradas para que todo el cuerpo de Bris respondiera excitado.
De camino al restaurante le preguntó sobre el fin de semana y que tal lo había pasado, pero cuando le dijo que le había contado a su madre que salía con él, Orlando no mostró interés por saber que le había contado o que opinaba su madre de su relación. Aquella falta de curiosidad le intrigaba a Bris, que no sabía muy bien como tomárselo, pero pronto la expectativa de salir a cenar a un restaurante apartó cualquier otra preocupación.
Heat era un restaurante pequeño e íntimo que había logrado hacerse un nombre gracias a un chef que había sabido combinar la cocina tradicional con las técnicas actuales, consiguiendo unos platos espectaculares combinando los sabores de siempre.
El metre los acompañó a una pequeña mesa en una esquina lejos de la entrada y la ayudó a sentarse. Sentada frente a su amo por fin pudo mirarle a los ojos y pudo percibir el deseo en ellos. En ese momento llegó un camarero y les ofreció la carta. Orlando tardó un par de segundos en darse cuenta del gesto, distraído como estaba mirándola y ella no pudo evitar una sonrisa de satisfacción que escondió tras la carta.
Alternando la vista entre su amo y aquellos deliciosos platos se decidió por una ensalada con un queso de cabra de la zona y rape con hinojo. En cuanto hubo elegido dejó la carta al lado del plato y observó como Orlando estudiaba la sección de vinos. No pudo resistirse y, a pesar de que sabía que podía ser castigada adelantó el pie y acarició el tobillo de su amo. Orlando levantó la vista un instante. Solo fue una mirada rápida, pero tan repleta de lujuria que Bris sintió como todo su cuerpo se incendiaba. Deseosa de provocarle aun más se mordió el labio inferior y entreabrió la boca en un silencioso suspiro a medida que ascendía con su zapato por la pierna de su amo.
Orlando pareció estar complacido así que siguió acariciando las piernas de su hombre hasta que se vio interrumpida por el camarero que se acercó a apuntar la comanda y dejar algo para que picasen.
Bris no siguió con las caricias sino que se sentó muy recta sobre la silla mientras degustaba unas pequeñas croquetas de boletus y fua. Orlando también pareció concentrarse en degustar aquellos minúsculos bocados de sabor concentrado. Al igual que ella, en aquel estado de excitación todos los aromas y los sabores se hacían más intensos.
Enseguida el camarero llegó con un Marqués de Riscal Gran reserva. Bris notó como un sutil aroma a canela invadía sus sentidos a la vez que el alcohol calentaba su cuerpo y contribuía a aumentar su desinhibición.
—¿Te gusta el vino? —preguntó él rompiendo el silencio.
—Sí, es muy bueno. —la excitación y el cuerpo del vino le había dado un toque ligeramente ronco a su voz.
—Te he echado de menos, pero ha sido un fin de semana interesante. Tu ausencia me ha dado tiempo para pensar. —dijo él.
Aquello sí que no se lo esperaba. Si algo sabía Bris de aquel hombre era que no era muy dado a las confesiones. Hasta ese momento la única forma en la que había demostrado su afecto por ella había sido con el sexo. Bris no sabía si aquello era bueno o malo con lo que no pudo evitar ponerse un poco tensa.
—No sé si coincides conmigo en que esta relación... lo que tenemos, es especial.
—Estoy totalmente de acuerdo. —se apresuró Bris a replicar.
—Durante mucho tiempo he intentado evitar tener un relación tan intensa como esta, pero tengo que reconocer que eres especial y que ahora mismo cada minuto que estás lejos de mí se hace eterno.
Bris no sabía que decir. Una aura de felicidad le envolvía. Sus labios temblaban pugnando por abrirse y gritar a todos los presentes que amaba a aquel hombre con todas sus fuerzas, pero mantuvo la compostura y se limitó a coger la mano de su amo mientras le miraba intentando no perderse ni el más nimio de sus gestos.
—Creo que ya ha pasado el suficiente tiempo y me gustaría que te vinieses a vivir conmigo.
—Sí, mi amo. —contestó ella mirando a Orlando a los ojos y sonriendo.
—Comprendes que esto no es una orden, ¿Verdad?
—Sí, mi amo. Es mi mayor deseo. Me encantaría despertar a mi amo todos las mañanas con mis caricias. —dijo Bris sonriendo a la vez que se escurría casi imperceptiblemente en la silla.
En ese momento Orlando volvió a sentir el pie de su pupila, esta vez desprovisto del zapato. El pie de Bris subió a lo largo de su pierna hasta posarse sobre su regazo. Con un gesto casual Orlando posó la servilleta sobre él, justo en el momento en que llegaba el primer plato. Bris sonrió al sentir como la polla de su amo crecía y comenzó a acariciarla. Orlando comía mecánicamente solo concentrado en el placentero masaje y en la aparente despreocupación con la que Bris atacaba su ensalada.
Tenía que reconocerlo. Se estaba enamorando de ella. Lo que había empezado como una mezcla de desafío y entretenimiento se había convertido en algo más. No podía negarlo. La belleza, la sensualidad y el abandono con el que se había entregado Bris a él le habían desarmado y ahora además de sentirse cazador se sentía la presa.
Hacía tanto tiempo que no sentía nada parecido que no podía evitar una sensación de vacío en el estomago como la que siente el saltador en un acantilado, con las olas batiendo contra las rocas a sus pies. Igual de aterrado, deseando disfrutar de la fugaz ingravidez y la violencia de la zambullida.
En cuanto Bris terminó la ensalada apartó el pie devolviéndole a la realidad. Observó cómo se limpiaba los labios con delicadeza para no correr el carmín y se disculpaba. Cada vez más excitado la vio levantarse y alejarse en dirección al baño acompañada por los sensuales movimientos de su vestido.
Justo antes de entrar en la puerta del servicio, Bris se giró y le sonrió mostrado aquellos dientes perfectos y de un blando deslumbrante. No se lo pensó. Sentía una necesidad que solo su pupila podía satisfacer.
Cuando entró en el baño Bris estaba de espaldas a él, retocándose el rímel. El se acercó y enlazó su cintura a la vez que apretaba el considerable bulto que crecía en sus pantalones contra el culo de la joven. Bris suspiró y le miró a través del espejo. Las manos de Orlando se desplazaron ansiosas por el vestido acariciando y tanteando a la vez que besaba su cuello y su nuca.
No podía esperar más. De un tirón metió a Bris en uno de los cubículos y tras correr el cerrojo le levantó la falda del vestido y la penetró desde atrás.
—Oh, sí mi amo. Soy tu esclava. Haz de mi lo que desees. —dijo ella entre gemidos a la vez que arañaba el mármol de la pared.
Orlando se tomó unos instantes para tirar del pelo de Bris y darle un largo beso mientras disfrutaba de la húmeda estrechez del coño de su pupila. En cuanto deshizo el beso comenzó una serie de empujones brutales que levantaban a su esclava ligeramente del suelo. Bris apoyó la frente en el mármol gimiendo a la vez que activaba el dilatador.
Aquello no lo esperaba, el placer de sentir la vibración del artefacto en su polla le excitó aun más. Tras unos segundos más de aquella salvaje cabalgada se corrió, pero incapaz de parar siguió empujando con violencia agarrado a las caderas de Bris hasta que todo el cuerpo de su esclava comenzaba a estremecerse. En ese momento agarró el dilatador y jugó con él unos instantes antes de sacárselo de golpe terminando de desencadenar en la joven un brutal orgasmo.
Deseaba quedarse allí, abrazarla y ayudarla a limpiarse el semen que corría por el interior de sus piernas, pero lo que hizo fue colocarse la ropa y tras decirle que no se demorase salió de los baños.
Al llegar a la mesa vio sorprendido que aun no les habían servido el segundo plato. Miró su reloj. Apenas habían pasado poco más de cuatro minutos. Había perdido la noción del tiempo. Si le hubiesen preguntado hubiese pensado que había estado con Bris mucho más tiempo. En su presencia todo el mundo a su alrededor se diluía. Por eso la necesitaba a su lado. Nunca había sentido algo así.
Aquella noche no hubo más sexo. Terminaron la cena, pasearon un poco por el centro y luego Orlando la llevó a casa. Se metieron en la cama y se pasaron el resto de la noche abrazados.
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