Rozando el Paraíso 11
Se dejó llevar al salón donde Orlando continuó con su adiestramiento. Tras desfilar desnuda ante él siguiendo obediente los sutiles movimientos de la correa de su cuello le dio un corsé para que se lo pusiera...
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Le costó un tiempo adaptarse al nuevo regalo. Comparado con el pequeño vibrador, aquel dilatador era grande y pesado y le impedía moverse con libertad. Al principio caminaba un poco rígida y con las piernas ligeramente separadas y tardó un tiempo en darse cuenta de que si balanceaba un poco más las caderas y caminaba más despacio, el dilatador se movía y su curva se adaptaba mejor a sus movimientos. Tal y como le había ordenado su amo, lo activaba de vez en cuando y aunque no era tan efectivo como el vibrador seguía manteniéndola excitada. El lunes cuando llegó a trabajar nadie pareció notar nada raro así que pudo relajarse. Estaba trabajando en un nuevo proyecto, totalmente enfrascada, cuando sonó el móvil.
—Hola, mama. —dijo tras dejar su trabajo a regañadientes.
—Hola, Bris. ¿Qué tal estás? Hace tanto tiempo que no me llamas que a veces me olvido de que tengo una hija. —saludó su madre con tono de reproche.
—Lo siento mamá... Es que he estado tan ocupada con el trabajo...
—Vamos, corta el rollo, que soy tu madre. —le interrumpió— Trabajas en una biblioteca, no hay nada que no pueda esperar y no creo que no tengas un fin de semana libre de vez en cuando para venir a verme. Hace casi tres meses que no vienes por aquí.
—Lo siento. De verdad que he estado muy ocupada. —mintió poniéndose rígida y activando involuntariamente el dilatador.
—No me valen las excusas. Espero que este fin de semana estés aquí sin falta. —dijo su madre autoritaria— Quiero ver con mis propios ojos que te encuentras bien.
—Mamá, estoy perfectamente. No soy ningún bebé. —intentó defenderse Bris levantando la voz y provocando una sonrisa de su compañera de trabajo.
—Claro que eres mi bebé y siempre lo serás, por eso necesito saber cómo te va y qué has estado haciendo estos meses que te ha tenido tan ocupada que no has podido hacer ni una sola visita a tu anciana madre.
Bris frunció el ceño y se dispuso a contarle una excusa. Aun no estaba preparada para enfrentarse a su madre. Debajo de aquella fachada de mujer adorable había una mujer exigente y sumamente intuitiva. Cada vez que estaba en su presencia se sentía totalmente desnuda. Nunca le había podido ocultar nada y no sabía si sería capaz de ocultarle su secreto. Además tampoco sabía cómo reaccionaría su amo al enterarse de que tenía que irse durante dos días. ¿Le daría permiso? ¿O la obligaría a tener que elegir entre los dos? Convencida de que no era el momento pensó una excusa y estaba a punto de abrir la boca, pero su madre no le dio la ocasión, se despidió rápidamente y cortó la comunicación. Ella se quedó mirando el teléfono sorprendida, sin saber qué hacer. Ahora no se atrevía a volver a llamar a su madre y decirle que no iría a verla, pero tampoco le apetecía nada separarse de su amo o disgustarle de cualquier manera.
Confundida cogió su bolso y a pesar de que era un poco pronto salió a comerse el bocadillo, necesitaba respirar aire puro y pensar.
Desde que estaba con Orlando todo el mundo a su alrededor se había derretido y salvo su trabajo, había dejado de interesarse por nada que no fuese servir a su amo. Ahora se daba cuenta que el mundo no se había parado. La incipiente primavera había pasado y estaban a principios de verano. Los árboles del parque ya lucían todo su follaje y con su sombra filtraban la luz del sol. La vida seguía y ella, sumergida en aquella burbuja de placer, no se había dado cuenta. Se sentó en el banco de siempre, pero esta vez no miró hacia la galería, imaginando que su amo la observaba. Solo podía pensar en que por primera vez en su vida desearía estar en dos sitios al mismo tiempo.
Lo meditó mientras comía el sándwich de jamón york y pepino sin ganas. Por un momento pensó en mentir a Orlando y decirle que tenía una cita ineludible o que estaba enferma, pero la idea de mentirle y que él lo descubriera le daba terror. Sabía que era una actriz pésima y que cualquiera podía adivinar en su expresión lo que pensaba. La otra opción era no ir a ver a su madre, pero a pesar de que a veces era una pesada, la quería y se lo debía.
Veinte minutos después estaba en la oficina sin haber avanzado ni un solo milímetro en la resolución de aquel problema. Al verle la cara de preocupación Mari no pudo evitar preguntarle si todo iba bien y ella llevada por la ansiedad se lo contó.
—¿Y por qué no te lo llevas? —le sugirió Mari— Seguro que tu madre se alegrará de enterarse de que tienes una relación.
—No es tan sencillo. —respondió Bris— Mi novio es un poco especial y no sé si congeniarían.
—Vamos, Bris. Tienes veinticinco años y no has tenido nunca un novio formal. A estas alturas tu madre se conformaría hasta con un expresidirario.
—No la conoces bien. Debe ser porque se quedó viuda muy pronto, pero cada vez que tenía una cita me obligaba a presentarle al chico y aunque nunca me dijo nada, por sus gestos sabía perfectamente que mis elecciones nunca eran las adecuadas.
—Vamos, por lo poco que se de tu chico, es el sueño húmedo de cualquier suegra.
—Bueno, es que nuestra relación... no es del todo convencional. —intentó explicarse sin contar demasiado— Aun no sé qué esperar de ella y no se sí Orlando aceptará venir conmigo.
—Ya lleváis casi tres meses saliendo y estamos en el siglo veintiuno. Solo vas a llevarle a tu casa un fin de semana, no es una pedida de mano. —la animó Mary— ¿O hay algo que no me has contado?
Bris se debatía entre cerrar la boca e intentar solucionar el problema por sí misma, sincerarse y pedir consejo a su amiga. Un silencio extraño se prolongó durante unos segundos. Mari la miraba con aire interrogador mientras ella sopesaba los pros y los contras de compartir su secreto con su amiga. Sabía que era de fiar y no se lo contaría a nadie, pero no podía evitar imaginar qué pensaría Mari de ella.
—¿Sí te contase algo, me guardarías el secreto? —le preguntó Bris aun indecisa.
—Cariño, claro que puedes confiar en mí. Además, en este sótano a quién más podría contárselo. ¿A los ratones?
Cogiendo aire, Bris abrió la boca y comenzó a contarle lo que había pasado aquellos últimos meses obviándole las escenas más escabrosas. Mari se sorprendió, pero no tanto como esperaba y pareció no escandalizarse demasiado, era más, pareció excitarse ligeramente al describirle la situación.
—Así que tienes un señor Grey que te calienta el culo todas las noches con sus cachetes. —dijo Mary cuando Bris hubo terminado— Aunque sigo sin ver cuál es el problema.
—Pues eso, que no sé cómo se tomará que me vaya un par de días. Soy nueva en esto y no sé qué debo hacer o si puedo exigirle que me acompañe.
—¿A ti te gustaría?
—Ni siquiera yo lo sé. No sé a qué altura de la relación estamos, ni sí nuestra relación implica conocer a la familia de los demás. El tampoco me ha presentado a nadie de su entorno. Solo he conocido a un amigo suyo y fue por casualidad.
—Quizás este sea el momento adecuado para averiguar todo eso. ¿No te parece?
Aquella pregunta si le dio que pensar. Hasta ahora solo se había limitado a obedecer a su amo, pero no se había preguntado si aquella relación era a largo plazo o estaba destinada a romperse tan rápida y repentina como había comenzado.
La conversación con Mari había sido un alivio, sobre todo al ver que su compañera de trabajo no se había sentido especialmente escandalizada. Otra cosa era que la hubiese ayudado a tomar una decisión. Estaba más confusa que nunca. Antes de llegar a casa de Orlando, cambio de opinión tantas veces que perdió la cuenta. Así que cuando se presentó ante él seguía sin tener una decisión tomada.
Sí Orlando detectó su estado de ánimo no lo demostró y ella no encontraba el momento de sacar el tema. Si al final iba a casa de su madre tendría que decírselo lo antes posible, aun así no se atrevía por temor a la reacción de su amo. Procurando no dejar que el problema la obsesionase, se concentró en obedecer a su amo buscando el momento adecuado para sacar el tema. Se dejó llevar al salón donde Orlando continuó con su adiestramiento. Tras desfilar desnuda ante él siguiendo obediente los sutiles movimientos de la correa de su cuello le dio un corsé para que se lo pusiera. Nunca se había puesto una prenda parecida y en cuanto lo tuvo puesto Orlando se lo ajustó hasta casi cortarle la respiración.
El cuero a pesar de ser de la mejor calidad se clavaba en su cuerpo y la abrazaba como una pitón amenazándola con asfixiarla. Tras los primeros minutos de agobio, modificó su respiración haciéndola más superficial mientras se observaba en el tenue reflejo del cristal de la ventana. La prenda acentuaba mas sus curvas, adelgazando su cintura y realzando sus pechos y caderas. Tras ella Orlando sonreía satisfecho y mantenía la correa tensa, pero sin dar ninguna indicación. No pudo contenerse mucho tiempo y segundos después la puso a gatas y la folló con intensidad, tirando de la correa con fuerza para mantener la cabeza de Bris erguida y que no se derrumbase. Sintió entrar la polla de su amo con golpes rápidos y secos hasta que eyaculó dentro de ella. Bris disfrutó, pero no llegó a correrse. De un tirón la obligó a erguirse y a ponerse sobre la mesa con las piernas y los brazos recogidos bajo su cuerpo. Él se limitó a sentarse en el sofá y observar como el semen escurría de su sexo aun anhelante.
Llevada por un impulso, contrajo su ano y el dilatador comenzó a vibrar. Orlando la observó unos minutos mientras ella se sentía cada vez más excitada. Tirando de la correa la atrajo hacia sí y tras colocarla sobre su regazo la masturbó hasta que no pudo aguantar más y se corrió.
Exhausta se sentó a los pies de su amo y escucharon música mientras el acariciaba su cabello. El ambiente relajado y la música hipnotizadora de Bjork le dieron el valor suficiente para iniciar la conversación.
—He hablado con mi madre. —dijo ella sin atreverse a levantar la cabeza.
—¿Y?
—Quiere que vaya verla este fin de semana. Hace casi tres meses que no nos vemos y como vive a unos ochenta kilómetros de aquí me temo que tendré que pasar el fin de semana fuera. —dijo escondida bajo su espesa melena.
—Tenía planes para ti, pero nada que no se pueda posponer. —replicó él.
—¿De veras? —preguntó ella incrédula.
—Por supuesto. Nunca he deseado que seas mi esclava a tiempo completo. Esa sería una relación poco sana. Entiendo que tienes una familia y que yo sepa no te he pedido que renuncies a ella.
Bris se relajó casi de inmediato. Era un gran alivio. No podía imaginarse a sí misma haciendo equilibrios para no enfadar a las personas más importantes de su vida. La verdad era que debía haber planteado aquel problema antes, pero estaba tan... enamorada que temía enfadar a Orlando.
—¿Entonces, no te molesta que me vaya? —insistió.
—Preferiría que me avisases con un poco más de tiempo. Tenía planeada una cena para este sábado y tendré que cancelarla, pero no es nada grave.
—Lo siento, la próxima vez te avisaré con tiempo. —le prometió levantando por fin la cabeza y mirando a su amo a los ojos— Quizás te apetecería venir conmigo...
—Creo que aun es un poco pronto, pero gracias por la invitación. —respondió él acariciando su cabeza de nuevo.
—Está bien, lo entiendo, quizás podamos tener esa cena el domingo. Estaré de vuelta antes de las seis de la tarde. —Bris no estaba dispuesta a renunciar a pasar una agradable velada con su amo.
—No es mala idea. Creo que podre retrasarla sin problemas.
Bris no pudo evitar sonreír. No esperaba que se solucionara todo con tanta facilidad. Aunque estaba un poco desilusionada porque Orlando no le acompañase, entendía que aun era un poco pronto y aun no sabía qué relación tenía con aquel hombre. ¿Era su amante? ¿Era su amo? ¿Era su amor definitivo? Sí él hubiese aceptado su invitación entonces tendría una conciencia más clara de lo que había entre los dos, mejor dicho de lo que Orlando sentía por ella, ya que si de algo estaba segura Bris, era de que amaba a aquel hombre.
Este relato consta de 39 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días. Si no queréis esperar podéis encontrar el relato completo en amazon.