Roxanne, put on the red light. (Presentación)

Parte uno de este relato sobre la captura de Dakota, una pelirroja un poco rebelde que se convertirá de lleno en sumisa.

-Y, queridos oyentes, este es el último tema de la noche. Laura, te la dedica tu chico, Marcos, que está deseando volver a verte. ¡No le hagas esperar, anda!

Dakota pulsó algunos controles en su tabla de mezclas y tecleó algo más en el ordenador. Por fin, su jornada había terminado. Llevaba puestos unos vaqueros ajustados, una camiseta de manga corta y escote generoso, que dejaba ver los tatuajes de su brazo derecho, a todo color. Su larga melena pelirroja caía en ondas sobre su espalda. Sus botas negras, de cuero, estaban curtidas ya. El sueldo no daba para mucho. Mientras que ella se quitaba los cascos, y dejaba todo listo para el siguiente, sonaba en los altavoces de todo el edificio la propia emisora, con esa canción de “The Police”, Roxanne.

Salió de la cabina de grabación poniéndose su chupa de cuero, cuando la paró Ignacio, un compañero de trabajo.

-Eh, tía, un fan que está loco por hablar contigo por la línea dos. Píllalo, anda.

Frunció el ceño y descolgó el teléfono pulsando “*” y luego “2”.

-¿Si?

Al otro lado sólo se escuchaban cortos gemidos, que ella no identificaba.

-¿Perdone?

-Hm... Re... Reina, ¿que lle... Ah, ah...lle-vas puesto?

Colgó inmediatamente el aparato. Furiosa, le lanzó el teléfono inalámbrico a Ignacio a la cara. Él no podía con la risa, mientras ella se marchaba por la puerta.

-¡Pero si solo era una broma!- Le dijo él antes de que saliera.

Fuera hacía un frío invernal, y llovía a cántaros. Solo pensaba en llegar a casa, y darse una ducha, una larga ducha de agua caliente. Estaba oscuro, era bastante tarde ya que cubría el horario de madrugada. Se metió en el coche, el único en el parking puesto que los demás utilizarían el primer autobús de la mañana. Cuando intentó arrancar no pudo. Lo intentó unas cuantas veces más, hasta que se dio por vencida, y exhausta, se echó a llorar. Había tenido un día de locos, casi sin dormir, hambrienta y aún encima, esto. No le podía estar pasando a ella. ¿Qué haría ahora?

Vio una sombra que deambulaba bajo la lluvia.

-¡Eh, eh! ¡Tú! ¿Puedes ayudarme?- Le chilló a través de la ventanilla.

Era un señor de mediana edad, con un sombrero antiguo y una bolsa de plástico opaca, que se giró hacia ella con una amplia sonrisa. Ella bajó del auto, y se le acercó, tratando de mantener contacto visual. Le explicó lo que le había pasado, con voz melosa.

-Que putada. Si quieres te llevo en la furgoneta, no la aparqué lejos.-Él

Se le iluminó la cara a la muchacha, y fueron para allí a paso rápido. Él le dijo que se subiese por atrás, porque la puerta del copiloto estaba rota. Se pusieron en marcha, y el tiró la bolsa y el sombrero que llevaba consigo.

-Muchísimas gracias, de verdad.-Ella

-Faltaría más, mi reina. Que a estas horas, andar por ahí sola es muy peligroso. Si quieres algo de beber, llevo en la bolsa.

Aliviada, se despreocupó. Era una situación un poco extraña, pero se fiaba del señor, parecía amable. Cogió una botella de agua y bebió un poco. Fue entonces cuando se dio cuenta de que en el fondo de la bolsa había una batería de coche. Dakota por fin encontró motivos para preocuparse.

-Mire, puede dejarme por aquí, que puedo llegar solita...

-Que va, a una señorita hay que tratarla como se merece.-Él.

Las piernas le temblaban a la jovencita. Pensó en saltar en marcha, pero iba demasiado rápido y no podría abrir desde dentro. A parte, ¿cuánto tardaría él en alcanzarla? Empezó a sentirse un poco mareada.

-Ehm... ¿A dónde me lleva?

-A donde todas las calientapollas como tú deberían ir.

...

¿Cuánto habría pasado? ¿Dónde estaba? Todo lo que podía ver Dakota a su alrededor era el interior de un mugriento cuarto. Tenía un pie esposado a la cama donde yacía. ¿Y su ropa? Sólo le habían dejado la ropa interior. Comenzó a llorar, como nunca antes. ¿Por qué no habría vuelto a la emisora y esperado un bus, cuando tuvo la oportunidad?

Después de un pequeño rato de llanto, alguien entró en la sala. Era un hombre alto, robusto y esbelto. Miró a la chica a los ojos. Luego a su brazo. Y luego le pegó un repaso de arriba a abajo.

-Me gustan tus tatuajes.-Él.

Ella se secó las lágrimas, temblando. Sin saber bien porqué, dijo:

-Gracias. ¿Puede quitarme eso? ¡No sé cómo he llegado aquí!-Señaló a su atadura.

Acto seguido, Franz, así se llamaba él, se quitó el cinturón y se bajó la petrina de sus vaqueros.

-Es mejor si no te resistes.

Ella estaba muy confusa, y muy cansada.

-Por favor, no me haga daño, no me haga nada...-Ella

Se sacó la verga, y empezó a tocarse un poco, masajeándola.

-Por... Por favor....-Ella

-No te haré nada, si colaboras.-Le acercó la verga a los labios

Ella, permaneció con la boca cerrada. Entonces, soltó su polla, y le dio un manotazo en toda la cara, que sonó en todo el cuartucho.

-No me jodas, princesita. Yo pensaba que tú ya estarías... Acostumbrada. Podemos hacer esto por las buenas o por las malas.- Le tapó la nariz, aunque ella se resistía con todas sus fuerzas. Terminó por abrir la boca, y entonces fue cuando él aprovechó. Se la metió hasta el fondo de un golpe, agarrando la cabeza y el pelo de la chica, dándole pequeños tirones para colocarla a su voluntad.

-Venga, cielo. Esta boca de comepollas puede hacer maravillas, estoy seguro.