Rowana

Un inesperado correo electrónico trae recuerdos entrañables de una noche de esas que marcan el alma

Original de Lady_Guenivere

Este relato ha sido traducido del inglés. Por favor no leer si eres menor de edad.

Me desperté esa mañana sin saber lo que iba a pasar ese día. Era solo un día común y corriente. Desperté a los niños, les di el desayuno, los llevé a la escuela y luego me preparé para ir a encontrarme con una vieja amiga para almorzar.

Unas semanas atrás me había llegado un correo electrónico que me había tomado completamente por sorpresa. ¡No lo podía creer! Era de Rowana, mi mejor amiga de la secundaria. Habíamos sido muy cercanas durante varios años, pero como suele pasar, cuando nos fuimos a universidades diferentes simplemente nos alejamos. Resulta que había encontrado mi dirección de correo electrónico en la lista de la reunión de egresados y me había enviado un correo electrónico de inmediato. Me pedía que nos viéramos otra vez. Con algunas reservas, le dije que sí.

Habíamos pasado mucho tiempo juntas de jóvenes, escuchando música y hablando horas y horas sobre la vida, la poesía y, por supuesto, sobre quiénes iban a ser nuestros primeros amores. Si bien yo era muy extrovertida y amigable, tendía a ser demasiado honesta para los chicos de mi edad y pensaba que nunca iba a encontrar a alguien que no me tuviera miedo. Ella, por otro lado, era callada, pero increíblemente inteligente y graciosa. Su miedo era que nunca iba a tener el coraje no solo de conocer a alguien, sino de hacer el amor. Siempre le dije que algún día iba a lograr tenerse confianza y que todos sus miedos iban a desaparecer. Supongo que lo que nos hacía tan buenas amigas era que cada una tenía diferentes puntos fuertes y nos complementábamos. En verdad nos queríamos mucho y nos cuidábamos la una a la otra.

A decir verdad, yo estaba medio enamorada de ella. Era muy bonita. Tenía rasgos muy finos, cabello largo y negro y unos labios deliciosos y carnosos. Era más baja que yo, si bien yo era bastante alta y tenía una figura que solo podía describirse como voluptuosa. En ese entonces me sentía gorda y rara, pero años después llegué a apreciar esas curvas femeninas, como pasó también con mis amantes. Aprendí que a los hombres les gustaban bastante mis pechos grandes y mis nalgas deliciosamente redondas. Uno de mis amantes me dijo alguna vez que tenía una "figura victoriana" e incluso me compró un corsé para que me lo pusiera, a lo que accedí alegremente.

De ella recuerdo que había tardado mucho en desarrollarse y también que se sentía muy insegura sobre su cuerpo, pero no tenía por qué estarlo. Yo a menudo fantaseaba con besarla, tocarla, saborearla y en muchas ocasiones eran esos pensamientos a los que recurría cuando me daba placer en la cama por las noches. Deseaba que ella fuera mi primera vez y que solo tuviera que reunir el valor para decírselo.

Estaba yo bastante segura de que yo era heterosexual. Me gustaban mucho los hombres y fantaseaba teniendo sexo con ellos todo el tiempo, pero Rowana era especial. Siempre me había atraído la gente de buen humor e inteligente. Incluso en la Universidad eran los hombres que me impresionaban intelectualmente a los que normalmente me quería comer. Ella era una pensadora, una filósofa, una poeta. Era un alma vieja. No podía evitar desearla.

Recuerdo una ocasión, cuando ambas acabábamos de cumplir 18 años. Había pasado la noche en mi casa. Acabábamos de regresar de una fiesta medio formal de la secundaria y estábamos nerviosas y un poco mareadas. Nos habíamos juntado con dos chicos de la escuela, y antes de entrar al baile, nos habían compartido algo de marihuana. Aunque nos daba muchos nervios probarla, decidimos intentarlo. Fue fantástico. Ambas nos sentimos súper relajadas y nos reíamos de todo. Incluso descubrí esa noche, que la marihuana no solo me hacía sentir súper acelerada, sino que también me quitaba casi todas las inhibiciones. Coqueteamos con esos dos en la pista de baile y tonteamos con ellos casi toda la noche hasta que todos estábamos bastante excitados. Recuerdo que durante un baile lento lo sentí erecto contra mí y tuve que usar hasta la última gota de autocontrol que me quedaba para no empezar a restregarme contra él. Era novedoso y extrañamente excitante.

Los chicos nos acompañaron caminando hasta la casa después del baile y paramos en el parque a charlar un rato. Rowana estaba inusualmente parlanchina y fue la que se la pasó hablando casi todo el tiempo. No lograba quitarle los ojos de encima. Estaba tan linda y tan simpática esa noche. Su cabello se le rizaba ligeramente alrededor del rostro por la humedad, y sus ojos verdes hermosos le brillaban. Uno de los chicos sugirió que jugáramos a la verdad o al castigo. Miré a Rowana a los ojos y las dos nos reímos. Se nos ocurrió que sería divertido jugar. Rowana fue la primera y le preguntó al chico con el que estaba si quería la verdad o el castigo. Él eligió el castigo, y ella le dijo que me diera un beso durante por lo menos 20 segundos, y que tenía que ser con lengua. Aunque me daba vergüenza, también tenía ganas de besarlo. Se hizo el tonto unos minutos y luego Rowana le dijo que si no se decidía, nos íbamos para la casa. Al fin me rodeó con sus brazos y acercó su boca a la mía. Sus labios eran suaves y vacilantes y me di cuenta de que probablemente también era su primer beso. Sentí una ola espontánea de calor entre las piernas. Mi boca se abrió levemente y él me metió suavemente la lengua en la boca. Yo quería más, pero me dio un sentimiento de decencia que me hizo contenerme.

El beso se acabó tan rápido como empezó. Le tocó a él su turno entonces y eligió a Rowana. Ella eligió el castigo y creo que ambas pensamos que él la iba a retar a besar al otro chico. No fue así. En cambio, la retó a que me diera un beso y también tenía que ser con lengua. Ella me miró tímidamente y sonrió. Me hice la que estaba brava con él por ser un sucio pervertido y las dos nos reímos un poco más. Ellos se burlaron de nosotras y nos dijeron gallinas. Les dije que nos dábamos un beso si ellos se daban uno entre ellos. Ambos dijeron al unísono que ni de riesgos lo harían. Esto nos dio risa a todos. Rowana sugirió que nos diéramos el beso de una vez y estuve de acuerdo.

Se acercó a mí y me puso las manos en la cara, acercándome a ella gentilmente. No podía respirar de la anticipación. Su olor impregnaba el aire y me embriagaba. Apenas si lograba contener mi alegría. Sus labios cálidos tocaron los míos e inmediatamente sentí un la humedad correrme entre las piernas. Quería que se acercara más y pasarle las manos por todo ese hermoso cuerpo. Quería que mis labios recorrieran cada milímetro delicado de su piel. Abrió un poco los labios y mi lengua jugueteó con la suya. Ese beso me puso tan caliente que me dio miedo no poder contenerme. Se apartó, sonriéndome. Antes de darse la vuelta, tiernamente pasó sus dedos por un lado de mi cara y luego puso un rizo de mi cabello castaño suavemente detrás de mi oreja. Fue un gesto muy íntimo que me dijo que estaríamos bien. Ellos se quedaron frente a nosotras boquiabiertos y nos reímos de ellos. Los dos estaban de acuerdo que nunca habían visto en su vida algo más sexy.

Se estaba haciendo tarde, así que les pedimos a los chicos que nos llevaran a la casa, lo que hicieron a regañadientes. Rápidamente nos dieron un beso de despedida y entramos. Estábamos ambas muy animadas cuando llegamos a mi habitación y nos pusimos a hablar entusiasmadas sobre lo que había pasado esa noche. Nos gustaban mucho esos chicos, pero era aquello de lo que no hablábamos lo que no me podía sacar de la cabeza. Quería besarla de nuevo. Quería más que besos. De repente me di cuenta de que ella se había quedado callada y me miraba. Entonces me dijo que le había gustado besarme. Le dije que a mí también me había sorprendido mucho. Se sentó en mi cama y me pidió que me sentara a su lado. Eso hice. Me pasó los dedos por los rizos, sin dejar de mirarme ni un segundo. Sentí que estaba respirando más rápido con la anticipación. Tenía miedo y era valiente, todo a la vez. Se inclinó y me besó el cuello, dejando atrás la cálida humedad de sus labios. Fue una sensación que jamás se me olvidó. Fue como si me marcara, uniendo nuestras alma para siempre. Lentamente me desabotonó la blusa, buscando con los ojos si había signos de vacilación o duda en mi cara. No había ninguno. La deseaba. Mi cuerpo respondió instantáneamente; los diminutos vellos de mis brazos se erizaron, la piel de gallina revelaba mi emoción. Me acarició suavemente los brazos de arriba abajo y me sonrió. Metió la mano entre mi blusa abierta y me tocó tiernamente los montículos que eran mis pechos, dejando resbalar la yema de sus dedos dentro de la copa de mi sostén. Me incliné hacia ella y la besé, al principio tímidamente, pero cuando puso su otra mano en la parte de atrás de mi cabello, enredándolo entre sus dedos, mi confianza creció. Nuestro beso apasionado duró muchos minutos, nuestras manos explorando el cuerpo de la otra. A ninguna de las dos nos habían tocado antes de esa manera y no queríamos que se terminara. Nos turnamos para desvestirnos, todo menos la ropa interior. Se veía tan increíblemente hermosa. Su largo cabello oscuro, suelto alrededor de sus hombros, le abanicaba los pechos pequeños de niña y los diminutos pezones rosados, que se endurecían bajo mi ojos. Al final de sus largas y hermosas piernas estaban sus bragas blancas. Me arrodillé frente a ella, agarrando suavemente con los dedos cada lado de la delicada tela de sus bragas y la miré a la cara, buscando su permiso. Ella asintió y cerró los ojos. Le besé el sexo sobre la ropa. Tenía un olor embriagador; un perfume almizclado que invitaba a probarlo. Sus bragas mostraban rastros de humedad y pasé mi lengua por ellas, probando sus jugos. Esto la hizo gemir en voz baja y sentí que sus piernas temblaban levemente.

Gentilmente la empujé hacia atrás en mi cama. Se sentó en el borde y abrió las piernas, dándome la bienvenida. Le pedí que se recostara para mí, y sonriendo me hizo caso. Con la espalda ligeramente arqueada, su conchita se alzó ante mí y me llamaba. Deslicé las bragas a un lado y pasé los dedos entre sus pliegues, disfrutando de la suave y cálida humedad. Sentí como mi propio deseo aumentaba. Levantó ligeramente las caderas, animándome a explorar más. Deslicé un dedo por su abertura y la escuché tomar aire bruscamente, seguido de un gemido ahogado. Esto hizo que me resbalara un chorro de humedad que me empapó aún más las bragas. Ella también estaba empapada, pero el coño se le sentía apretado. Sin lugar a dudas, era virgen.

Yo quería explorarla más, así que finalmente le quité las bragas resbalándolas por sus piernas. Se abrió para mí otra vez y se la froté con la palma abierta. Este movimiento pareció excitarla porque empezó a empujarse contra mi mano y a restregarse el chocho de arriba abajo. Puse más presión contra ella y al mismo tiempo le empecé a masajear suavemente el clítoris entre los dedos. Empezó a gemir aún más intensamente y me pedía que no parara. Traté de ir al mismo ritmo de sus movimientos para no distraerla de su placer. Agarró la cama con los puños y soltó un gemido gutural que estaba segura que mis papás iban a oír. Sentí cómo se le ponía duro el clítoris y una nueva oleada de humedad cálida me empapó la mano. Le metí suavemente dos dedos y al instante comenzó a follar contra ellos. Se los metía y sacaba mientras ella se retorcía de placer. No me creí capaz de controlar mi propio orgasmo en ese momento. Sentía que mi propio cuerpo respondía a sus gemidos y suspiros. Cuando supe con certeza que se había corrido otra vez, me levanté de entre sus piernas y me deslicé entre su cuerpo. Tenía la piel caliente y sudorosa, la cara sonrojada. La besé con fuerza, mi lengua sondeando profundamente en su boca y me besó a la vez con la misma intensidad. Podía sentir el calor de su coño contra el mío, nuestros pechos tocándose. No tenía ni idea de que era capaz de sentir un deseo tan intenso. Mi joven cuerpo estaba vivo de pasión y supe en ese momento que había cruzado el umbral de la inocencia. Me besó hasta que recuperó las fuerzas y luego me pidió que me tumbara de espaldas. Me bajé de ella y me acosté. Usó la lengua para bañarme la piel, empezando por mis orejas y cuello y luego lentamente hasta mis pechos. Tomó mis pezones grandes en su boca y los chupó hasta que se pusieron duros. Esta sensación envió una nueva ola de placer a través de mí. Su boca luego viajó hasta mi estómago y se detuvo en el borde de mis bragas ensopadas. Besó los bordes y luego me las empezó a bajar hasta quitármelas. Me abrí para ella y rápidamente llevó su boca a mi coño. El calor de su lengua golpeando mi clítoris envió una onda como un choque por todo mi cuerpo. Su lengua exploró mis húmedos pliegues y me lamió ansiosamente el néctar dulce, a veces metiendo la lengua dentro y fuera de mi rajita. Me había corrido muchas veces antes, orgasmos que me había dado yo mismo bajo las sábanas por las noches, pero nada podía haberme preparado para la corriente que desgarró mi cuerpo mientras ella me daba las sensaciones más increíbles que jamás había sentido. Oleadas de placer me recorrieron mientras me corría, una y otra vez. Dejé escapar un gemido más, profundo y satisfecho cuando finalmente se apartó de mí.

Subió sobre mi cuerpo y me dijo que quería probar otra cosa, si yo quería. Le dije que definitivamente sí. Me abrió las piernas y se sentó a horcajadas, de modo que nuestros coños se tocaban. Podía sentir el calor que le irradiaba de la cuquita cuando empezó a restregarse contra mí, su humedad de miel mezclándose con la mía. Me masajeaba con su chocho con lentos movimientos rítmicos, nuestras manos entrelazadas. A medida que su movimiento se intensificaba, también lo hacía mi placer. Los sonidos de su creciente excitación me enviaban olas de calor por las entrañas. Se estaba corriendo de nuevo, moviéndose con fuerza entre mis piernas, y su falta de control, esa pasión total desinhibida, me hizo correrme junto a ella.

Después de ponernos las pijamas, nos acurrucamos en mi cama una junto a la otra. Jugó suavemente con mi cabello mientras yacíamos ahí en un cómodo silencio. Si hubiera sabido entonces que esa iba a ser nuestra única noche juntas, le habría dicho lo mucho que significaba para mí. Como pasa con las jóvenes, éramos demasiado inseguras, demasiado inexpertas para comprender la tensión que esa noche iba a poner sobre nuestra amistad y, lo más importante, cómo podíamos superarla. Seguimos buscando novios, nuevos amores, aunque siempre consideré que había sido a ella a quien le había dado mi virginidad. Nunca volvimos a hablar de esa noche.

Cuando vi su correo electrónico, se me vino todo a la cabeza. Sentí una gran cantidad de emociones, unas felices y otras conmovedoras, pero a pesar de todo, estaba ansiosa de volver a verla. Así que esa mañana, después de que les di el desayuno a los niños y los llevé a la escuela, me puse en camino a ir a verme con Rowana.