Rosita juega en el parque...

Una nueva trastada de mi amiga Rosita de ese pueblecito cercano a Toledo. Comienza hoy quizás una nueva serie de trastadas sexuales de esta madurita viciosa.

Mi amiga Rosita me/nos envía este relato que quiero compartir con todos ustedes, mis amables lectores. (Los párrafos en cursiva son del relator).

Dice así:

En estos momentos mi vida va bien. Es una vida plana, sin estridencias ni novedades. Muchos la catalogarían de aburrida, pero para una mujer que pasa de los cuarenta, una vida sin complicaciones vale mucho.

Tu falta de complicaciones las añora tu relator.

El confinamiento ya es pasado. Un pasado que pasó factura. Para todos fue aburrido, para mí también y para mi vida sexual también. La monotonía habitual creció y creció hasta el punto en el que me volví inapetente.

Eso sí que es una desgracia para todos nosotros, en especial para mí, restando posibilidades a conocerte.

Por primera vez en mi vida llegué a hacerlo solo porque mi marido lo deseaba, aunque más que desearlo lo suyo era necesidad de descargarse. También por primera vez fingí un orgasmo con el único objetivo de que mi marido terminara y así poder asear mis partes íntimas y dormir un poco.

Lastimosa situación.

Así seguía mi vida, con mis hijas, mi marido, mi perro, las preocupaciones diarias y mi inapetencia.

Hace tan solo una semana mi hija se torció un tobillo. Poca cosa pero suficiente como para liberarse por unos días de su responsabilidad de sacar al perro a hacer sus necesidades. Desde entonces esta responsabilidad nos la repartimos entre los demás miembros de la familia.

Siento lo del tobillo y por otro lado agradezco que esa situación ha despertado ese coño tan deseado para mí.

El sábado por la tarde noche el perro se puso pesado y, como siempre, nadie quería sacarlo. Mi marido y las niñas ya se habían duchado y se habían puesto el pijama, yo era la única que aún llevaba las mallas y la camiseta. Eso me convertía en la mejor candidata.

A regañadientes puse la correa al perro y lo saqué. Para ser sincera enseguida me felicité a mí misma por salir con el perro. Ya era de noche, las estrellas tenían una maravillosa vista y la temperatura era razonable. Resultaba agradable.

Al llegar al parque quité la correa al perro. A esas horas no suele haber nadie por allí y como el animal es muy sociable, no creí que hubiera riesgo ninguno. Crucé el parqué dirección a los contenedores de basura en la media luz que dan las pocas farolas que hay. Caminé distraída hasta que vi al perro parado, mal síntoma cuando a él le gusta corretear sin rumbo ni correa. Unas voces se escuchaban cercanas, charlaban con tranquilidad y un olor a tabaco me llegaba. Había alguien más en el parque, pues oía ruidos en los bancos del fondo, junto a los contenedores.

Llamé al perro y le sujeté con la correa. Nunca ha habido un problema, pero llevar a Lulo cerca es una protección.

Con Lulo atado y a mi vera llegué al final del parque. No estaba equivocada, era un grupo de chicos de unos 20 años que charlaba, fumaban y bebían unas cervezas en la clandestinidad que da la poca luz del fondo del parque. Buen plan para la época de toques de queda que vivimos.

—Buenas noches. —dije elevando un poco la voz.

Se giraron y tardaron unos segundos en responder. Supongo que no se habían percatado de mi presencia y tampoco esperaban encontrarse a nadie.

—Buenas noches. —me contestaron al unísono mientras se ajustaban las mascarillas que llevaban al cuello.

Eran tres, los evalué de forma rápida y la verdad es que no me parecieron agresivos. Quizá llevada por la confianza que me daba llevar a Lulo les pregunte:

— ¿Tenéis inconveniente en que suelte al perro? No es agresivo y le gusta vagar un poco libre.

—Que va, suéltalo si quieres. A mí me encantan los perros. —habló el que estaba de pie con tono de educación y afabilidad.

—Gracias. —le dije mientras me agachaba y desabrochaba la cadena de Lulo.

Salió como un rayo a los árboles que hay al final, detrás de los contenedores. Es uno de sus sitios favoritos para hacer sus necesidades. Así que me quedé sola frente a los tres chicos.

—Por mí no os pongáis las mascarillas, que hay separación más que de sobra y estamos en campo abierto —dije de forma afable.

—Gracias. —me dijeron mientras se las bajaban con rapidez.

Caminé en dirección a Lulo. Los tres chicos quedaron a mi espalda mientras yo me alejaba de ellos. Me alejaba, pero no mucho, no lo suficiente como para no escuchar su conversación.

—¿Y esta? ¿Quién es?

—No sé, ni idea, seguro que una que vive por aquí cerca, pero no la había visto en la vida.

Con eso calculé que eran del pueblo, lo cual me dio un poco más de confianza. Siguieron charlando.

—Pues esta buena.

—¿Qué dices? Esta gorda.

—Pues a mí estas maduritas gorditas me la ponen muy dura.

Esta vez reconocí la voz del que estaba de pie.

—Yo me la follaba.

Me empecé a sentir intranquila. Esta conversación no la esperaba yo. Vi como Lulo estaba haciendo sus necesidades. En cuanto acabó lo llamé y le puse la correa. Me di media vuelta y me dirigí a casa. No tuve más remedio que pasar a un par de metros de los tres chicos.

—Chao. —dije de forma escueta sin levantar la cabeza del suelo.

—Adiós, buenas noches. —contestaron de forma agradable.

Mientras cenábamos en mi cabeza martilleaban las palabras de Yo me la follaba . Era algo superior a mí, no paraba de escucharlo. Mis pezones se erizaban y mi coño se mojaba. Estaba inapetente y sin embargo excitada.

Empieza el espectáculo de mi deseada Rosita. El órgano sexual por excelencia ha empezado a excitarse y mucho. ¿Verdad Rosita?

Cenamos, vimos un rato la tele y nos fuimos a la cama. Subí la última, como siempre. Las puertas de los dormitorios de mis hijas ya estaban cerradas, síntoma de que ya estaban en la cama. Al entrar en mi dormitorio mi marido ya estaba en la cama y leía. Entré en el baño y en mí cabeza seguía repitiéndose el: yo me la follaba.

Me apoyé en el quicio de la puerta del baño y dirigiéndome a mi marido le dije:

—¿Has sacado la basura?

—No. —contesto bajando el libro. —¿Quieres que la baje ahora?

—No déjalo, ya la sacamos mañana. —lo dije mientras me giraba para meterme de nuevo en el baño.

Volví al quicio de la puerta diciendo:

—Joder, hay pescado y eso huele mucho, mejor sacarlo ahora. Y no me hace ninguna gracia.

—Vaaaale, me levanto y lo saco. —decía mi marido mientras hacía el gesto para levantarse de la cama.

—Déjalo, no vas a salir en pijama. Ya lo saco yo. —lo dije mientras me volvía a poner los pantalones y cogía con la mano la camiseta.

Cogí la bolsa de basura y me dirigí al contenedor. Pasé junto al contenedor de siempre, pero no tiré la bolsa, mis pasos se dirigían a los contenedores del final del parque, donde estaban los tres chicos.

Mientras caminaba sentía mis pechos moverse con total libertad, consecuencia lógica de no haberme puesto el sujetador.

Me paré al verlos al final. Allí estaban. Tenía mis dudas de si seguirían allí. Reanudé mi marcha y llegué junto a ellos.

—Buenas noches otra vez.

—Buenas noches. —Esta vez no se subieron las mascarillas.

Me fui hasta el contenedor y tiré la bolsa. Me volví y al llegar junto a ellos los dije:

—Pero, ¿todavía estáis aquí?

—Aquí no nos ven y no nos denuncian por saltarnos el toque de queda. —dijo uno entre risas.

—Ya, unas cervezas, unos pitillos y los colegas.

Esta vez la que reía era yo.

—Si. —Ahora reíamos los cuatro.

—No invitareis a una gordita madura a un cigarro. —al decirlo su risa se cortó, pero el más delgado saco su paquete de tabaco y me ofreció un pitillo, al tiempo que otro me acercaba el mechero.

—¿Creíais que no os había escuchado? Lo decía mientras soltaba la primera bocanada de humo.

—Perdona, era solo para hacer gracia, no queríamos ofenderte.

Ahora el más delgado parecía llevar la voz cantante.

—Tranquilos, no pasa nada.

Mientras decía esto dejaba mi pitillo al borde del banco y me agachaba para atar la zapatilla. La forma en que me agaché dejaba ver mis pechos libres de la dictadura del sujetador. Mientras lo hacía subí un poco la mirada y vi al tercero en discordia mirando mi escote, mirando mis pechos. En la semioscuridad no podría ver mucho, pero miraba.

Te imagino en esa pose y se me pone dura, como la polla de esos chavales y que más pronto que tarde tendrán lo que se merecen. Al menos dos de ellos.

Tras ese pitillo en la semioscuridad con tres desconocidos volví a casa. Mi marido ya dormía y no se enteró de que había llegado, ni de que estaba excitada, ni de que gemí como una puta mientras me masturbaba por primera vez en mucho tiempo.

Esa masturbación me la he imaginado ya en varias ocasiones al leer y releer tu relato. Hubiese querido ser invisible y lamerte ese chochete caliente además de saborearlo con lujuria. Guau...

Llegó el martes por la noche. Después de cenar vino el tema de sacar la basura. Como nadie quería lo echamos a suertes. Yo fui la perdedora y la que tenía que sacar la basura. A Jaime le toco fregar.

La noche era tranquila y agradable y la bolsa de la basura apenas pesaba. Recordé mi visita a los contenedores del final del parque. Allí me guiaron mis pasos. Al acercarme a los contenedores me llegó un aroma a pitillo rubio. Miré hacía el banco donde habían estado los chicos de la otra noche. No se veía nada, la única farola del final del parque se había fundido, solo distinguí el puntito rojo de un pitillo aspirado. A un par de metros del banco distinguí a uno de los chicos de la otra noche.

—Buenas noches otra vez. —dije esbozando una sonrisa.

—Buenas noches.

—¿Qué?, ¿esperando a los colegas?

—No, hoy he venido yo solo.

No contesté porque ya rebasaba el banco dirección a los contenedores. Tras tirar la basura volví al banco.

—¿Pero cómo solo hombre?

—Ya ves, de vez en cuando apetece. —lo dijo mientras me ofrecía un cigarrillo.

—Gracias, pero no sé si cogerlo que ya es el segundo que te gorroneo.

—No pasa nada mujer, solo es un pitillo.

—Pues venga, pero para que no fumes solo. —lo dije riéndome mientras me acercaba al mechero que él ya tenía encendido.

—De ahora en adelante voy a tener que sacar tabaco cuando vaya a tirar la basura. —lo dije riendo mientras me sentaba en el banco.

—Ayer no viniste —lo dijo sin dejar de mirarme.

—No, ayer le toco a mi marido.

—Hoy traes sujetador, no como el otro día que venías sin él.

—Ya.

Ahora estaba yo algo nerviosa

—El otro día me pilló a punto de ir a la cama y ya me lo había quitado.

—Me gustó más el otro día.

Se había acercado a mí y su pierna rozaba la mía y casi notaba su aliento.

—Es que no se puede ir por ahí sin sujetador.

Ahora mi risa sonó rara, estridente y nerviosa.

Su mano se posó sobre mi pierna, la sentí cálida y yo no la retiré. No me atrevía a mirarle, pero sabía que él me miraba. Miraba solo a mis zapatillas y de reojo miré su entrepierna. Aún en la oscuridad adiviné el bulto en su entrepierna. Casi sin pensarlo mi mano, como hipnotizada y sin voluntad propia, se apoyó en aquel hermoso bulto.

Empieza el espectáculo...

Mi corazón palpitaba desbocado, mis pezones luchaban contra la barrera del sujetador y sentía los labios de mi coño desdoblarse como consecuencia de su abultamiento y de su humedad. Su mano izquierda empezó a acariciar mi cuello mientras la derecha subía por mi muslo para meterse debajo de mi camiseta y acariciar mi tripa. La mía estaba fuera de control, no respondía a mi pensamiento y desabrochaba con infantil torpeza el cordón de su chándal.

Benditos pezones. Maravilloso coño abriéndose en la intimidad calenturienta de tus bragas... Imagino tus rugosos labios vaginales y mi polla rezuma cálida humedad de la que quedara una reseña en mi slip.

Sentí su aliento en mi cuello, presagiando la humedad cálida de sus labios. Tan solo balbuceé:

—No me marques el cuello.

Y mientras lo decía el cordón de su pantalón se soltaba y mi mano tenía vía libre.

Él se recostó un poco en el banco para facilitar mi torpe manipulación. Me pareció sorprendido, quizá no esperaba mi reacción.

Ahora sentía su pene en mi mano. Me fascina y me excita hasta el extremo sentir su piel suave y cálida. Sin duda estaba muy excitado a juzgar por la dureza de su pene. Empecé a masturbarlo con absoluta lentitud,  mientras me giraba buscando su boca.

Un sabroso pene caliente aunque solo en la mano. Una dureza maestra para que tu imaginación se caliente también, aquí, ahora y para el futuro, mi viciosa Rosita..., esa gran puta que ha reaparecido después de meses de añoranza.

Sin embargo en lugar de dejarme su boca hizo un gesto de dolor. Arqueó un pelín la espalda y bajó sus manos hasta la cintura de su pantalón para bajarlo un poco junto con su calzoncillo. Adivine que al acariciar su pene el capullo quedaría al descubierto rozando con la tela sintética del calzoncillo y aquello le provocaría alguna molestia.

Seguí acariciando su pene que apenas podía ver en la semioscuridad, pero si sentir duro, caliente, palpitante y excitado.

Acerqué mis labios de nuevo a su boca, pero él ni se inmutó. Estaba con los ojos cerrados, concentrado en el placer que mi mano le aportaba. Así besé su cuello, el lóbulo de su oreja mientras seguía acariciando aquel pene extraño.

Tu relator hubiese dejado su boca sin dudarlo a tu antojo, mi viciosa madura entrada en unos pocos de kilitos, jamás gorda...

Sentía su respiración acelerada y su cuerpo tenso síntoma de que le gustaba mi caricia. Murmuró:

—Más rápido zorra.

Palabra mágica: zorra. La he repetido en mi cabeza cientos de veces, para que llegue a tu alma viciosa...

Aquello fue como una bomba. Sentí mi coño abrirse más que nunca y mis pezones como piedras. Aquél jovenzuelo de tres al cuarto me trataba como a una puta.

Ahhhh..., ese coño abierto que intuyo oler, lamer y adorar..., algún día.

—Sí, soy tu puta y te haré lo que quieras.

No había acabado de decir la frase cuando su pene empezó a escupir semen en abundancia. Se retorcía y gemía entrecortado, sin duda por el placer que está madura gordita , pero muy puta le estaba dando.

Lástima de madrugador semen... Admite tu relator los términos de madura gordita, aunque no los comparte.

Mi mano apenas estaba manchada con alguna gota de su semen.

¿No lamiste esas sabrosas gotas?

¡Que energías las de la juventud!

Su semen no se derramaba, más bien era escupido con fuerza por su pene. Su camiseta fue la que se llevó la peor parte.

Mi zorrita Rosita, con pareado, la próxima vez no dejes de escapar estas oportunidades de semen desperdiciado...

Su cuerpo se quedó relajado mientras su respiración volvía poco a poco a la normalidad.

Caí en la cuenta que llevaba mucho tiempo fuera de casa, quizá demasiado.

—Me tengo que marchar, nunca tardo tanto en tirar la basura y no quiero andar respondiendo a preguntas incómodas en casa.

—¿Vendrás mañana?

—No lo sé. —lo dije mientras esbozaba una sonrisa maternal y con mi mano acariciaba su mejilla.

—¿Otro día?

—No lo sé. —esto lo dije ya mientras me giraba y me dirigía a casa.

Aún volví la mirada y adiviné en la oscuridad su cuerpo aún medio tendido en aquél banco, con su pantalón de chándal a medio bajar.

Ya en casa, mi marido me preguntó por mi tardanza. La excusa de una vecina pesada siempre es válida para estos casos.

El problema vino al meterme en la cama. No podía olvidar el calor de aquel pene ni los gemidos ahogados que acompañan a sus convulsiones.

Volví a masturbarme mientras recordaba aquel: más rápido zorra.

Segunda masturbación a consecuencia del parque... Vuelve el relator a zambullirse en el pensamiento de ese coño glotón de nuevo del preciado sexo.

Llegó el jueves, escribo esto el viernes. Me volvió a tocar sacar la basura. Tras el sorteo, mi coño empezó a mojarse y mis pezones a apretarse contra la camiseta. Esta vez no llevaba sujetador, lo había quitado antes de cenar no fuera que me tocara salir.

Benditos... los tres: coño y pezones vivos. Gracias destino..., por la humedad y las durezas.

Me dirigí de nuevo hacía el contenedor del final del parque. Ahora mi paso era rápido, casi ansioso.

Ansiosa...

Al llegar al banco allí estaba el chico, cuyo nombre ni tan siquiera conocía.

—Buenas noches. —lo dije de corrido, pasando a unos centímetros de él y tocando su hombro con mi mano.

Tiré la basura y fui derecha al banco.

—Ayer te estuve esperando.

Yo no contesté, deseaba demasiado aquel pene y su jugo como para perderme en explicaciones.

Él estaba sentado en el banco, sin moverse, y yo me situé frente a él, de pie. En aquella bendita semioscuridad adiviné que miraba mi cuerpo maduro. Me arrodillé frente a él. Su entrepierna quedaba apenas a tres o cuatro centímetros de mi cara. Ahora si veía su bulto. Lo empecé a acariciar por encima de su pantalón de chándal.

—Hoy no va a poder ser. —lo dijo mientras se dejaba tocar.

—¿Por qué?...¿No quieres? —lo dije sin dejar de acariciar aquél pene aún por encima del pantalón.

—Es que hoy va a venir Sergio y nos puede pillar.

—¿Eso es un inconveniente para ti? —mientras lo decía estaba soltando la lazada del cordón de su pantalón de chándal.

Al ataque zorrona...

No contestó, pero sí dejó que mis manos bajaran un poco el pantalón de su chándal y sus calzoncillos, lo suficiente como para liberar su pene. Estaba tan cerca de mi cara que pude percibir su olor.

Oloroso pene, endurecido y juvenil...

Mi coño estaba muy húmedo y palpitante, tanto que mojaba mis bragas. Pasé mi lengua por toda la longitud de su pene, justo por la vena central. De abajo a arriba hasta llegar a su capullo. Estaba muy caliente, cuando mi lengua acarició aquella parte sensible de su cuerpo se le escapó un suspiro, sin duda de placer reprimido.

Añorada humedad en mi imaginación. Benditas bragas encharcadas de tus sabrosos flujos que deseo con intensidad...

—¡¡¡ Joder tío !!!

Era una voz nueva, sin duda del tal Sergio. Dejé de acariciar su capullo con la punta de mi lengua para intentar incorporarme.

Si, digo bien al decir intentar , porque en realidad no conseguí levantarme. La mano de mi amante, aún sin nombre, se posó en mi nuca apretando mi cara a su polla. Como estaba fuera de la boca la sentí dura y ansiosa contra mi cara.

Aflojó algo su presión sobre mi nuca mientras murmuraba:

—Abre la boca y mámamela pedazo de puta.

A mamar puta, a mamar esa polla deseada y deseable...

Obedecí y al abrir la boca su pene entró casi con violencia. La sentí llegar hasta tocar mi campanilla, provocándome las arcadas propias y el exceso de salivación. Eso me desagrada bastante. Hice fuerza hacía detrás y sacándome aquel pene:

—Tranquilo, déjame hacer.

Ahora empecé a pasar mi lengua por todo aquel capullo, húmedo de mi propia saliva. Consciente de que un espectador desconocido miraba como hacía gozar a aquel chico.

Prepara tu coño puta...

Sentí una mano ajena, sin duda la del tal Sergio, acariciar mis nalgas. Sergio aprovechaba mi postura de arrodillada para tocarme. Sus manos pasaron a tocar mis pechos por encima de la camiseta.

Bendecido pechos...

—Joder, no lleva sujetador.

Sergio estaba sorprendido.

Acompasé un poco mi postura, poniéndome a cuatro patas mientras seguía lamiendo con la punta de mi lengua el capullo y toda la longitud de aquel pene. Al adoptar aquella nueva postura, Sergio, cambió también. Dejó de acariciar mi culo y mis pechos desde detrás y arrimo su cuerpo a mi culo.

Sentía su pene muy caliente contra mi culo, restregándose contra la raja que queda entre las nalgas. Por un momento dejé de sentir aquella presión y adivine que estaba bajando su pantalón y sacando su pene.

Sus intenciones quedaron claras cuando noté como bajaba mis mallas hasta dejarlas a media altura de mis muslos.

Mi imaginación se desboca, al pensar en tu precioso culo al aire y como se conformará su unión entre tu coño, perineo y esa unión rebordeada con la que sueño una y otra vez...

Dejé de acariciar con mi lengua aquel pene. Fueron unos momentos de ligera tensión. La tensión generada por Sergio que con su polla buscaba la entrada de mi coño. Son esos segundos de espera. Sin embargo yo no tenía fácil favorecer aquella entrada, la goma de la cintura de las mallas bajadas a medio muslo me obligaban a tener las piernas cerradas.

Notaba como con su mano izquierda buscaba la entrada de mi coño, como sus dedos se mojaban por mi cálida humedad.

Mi corazón se celera y noto en ensoñación mis dedos en tu calidad humedad...

Sergio era insistente hasta que consiguió encontrar mi entrada con su mano izquierda y guiando su pene con la derecha hacía a mi húmeda cueva.

Sentí su entrada, con fuerza. Se me escapó un gemido de placer, algo que a él también le ocurrió con incluso más intensidad:

—Uhmmm, jodida puta que guarra eres.

Jodida puta, me calientas cada vez más... En mi cabeza tus anteriores travesuras se amontonan y me hacen humedecer de nuevo, notando como pequeñas gotas de presemen caen con parsimonia y lentitud gratificante a través de mí henchido glande refugiado en mí interior.

Sin pensar en nada, metí la polla de mi amante en mi boca y empecé a mamar con nervio y ansia.

Ansiosa mamona zorrona...

Para mí era una situación nueva. Dos hombres para mí y la postura.

Poco a poco tus fantasías se van cumpliendo. Una menos...

He de decir que la postura a cuatro patas nunca ha sido mi favorita. Siento cierto placer por el roce del pene dentro pero mi clítoris no recibe ninguna atención, así que no suelo tener orgasmos así. Sin embargo esta vez era distinto. Yo no tenía las piernas abiertas y mi amante entre ellas, ahora estaba con las piernas cerradas. Eso hacía que sintiera el pene de Sergio muy apretado dentro y el rozamiento era bestial.

Bestial es mi imaginación con tan gozosa escena...

Solo se escuchaban los gemidos apagados de placer de aquellos dos chicos junto con el cacheteo de las embestidas de Sergio acompañadas del chapoteo propio de mi coño excitado.

Fue primero Sergio. Sentí dentro de mi coño las convulsiones de su pene acompañadas de los chorros potentes de su semen dentro de mí. Sus manos se clavaban con fuerza en mis caderas fruto de la tensión incontrolada de su corrida.

Andanadas calientes dentro de tu coño putero. Coño deseado... Mi imaginación se adentra en tu interior y ve esa leche impregnando tus pliegues calientes sudados de flujo sabroso. ¡Vaya mezcla de sabores!

Fueron tan solo unos segundos después los que mi otro amante sin nombre tardó en correrse en mí otro orificio. Lo hizo en mi boca y gimiendo en silencio. Los chorros de su semen se metieron en mi garganta provocándome un atragantamiento. Saqué de forma apresurada su polla de la boca y comencé a toser mientras su semen salía de mi boca con cada tos.

Lástima de semen. Este mundo está lleno aún de desperdicios impropios. Pudiste Rosita guardar tan preciado néctar con tu mano para disfrutarlos décimas de segundo después.

La respiración de los tres se fue calmando poco a poco, aunque la suya antes que la mía.

Subiéndome las mallas comenté:

—Chicos, me tengo que marchar, un marido y dos hijas sospecharan si tardo mucho.

—Claro, claro.

Era Sergio quien hablaba.

—Joder, como me ha gustado. Yo quiero más.

—Otro día. —le dije mientras acercaba mis labios a los suyos y el reculaba. Sin duda porque su amigo había usado mi boca para correrse.

Boca rehusada que ha perdido tantos aromas nobles, tu saliva más esos restos de semen aun no digeridos y saboreados con precipitación. Mi boca jamás te hubiese dado una negativa.

Llegué a casa. Mi marido veía a la selección española contra Grecia. Me senté a su lado, le di un besito. Sentía mi coño aún con leche de Sergio y eso que gran parte ya había resbalado mojando mis bragas.

Vaya imagen que de nuevo se agolpa en mi cabeza añorando oler, saborear tu carne caliente recién follada y esas gloriosas bragas que adoraría en mi boca hasta sacar todo de ellas, incluyendo tus olores íntimos que añoro en mi encandilada imaginación...

Yo aún no había tenido mi orgasmo y mi cuerpo lo reclamaba.

Aquella noche mi marido lamio mi coño, aún con semen de otro dentro. Le maravilló lo mojado que estaba, su olor nuevo para él y la rapidez e intensidad de mi orgasmo.

Bendita lamida. Bendita humedad. Bendito olor. Bendito sabor. Bendita rapidez.

Espero que tengan lugar más capítulos de esta nueva y reciente historia.

Los espero/esperamos...

FIN.

Queridos amigos lectores, espero que les haya gustado este excepcional relato de mi amiga Rosita de ese pueblecito de Toledo por el que paso a diario y que me hace recordarla con añoranza y deseo contraido.

Renuevo como siempre el deseo de que todos aquellos que quieran expresar alguna cosa, lo hagan escribiéndome a mi correo. Me encanta leer sus mensajes y siempre contesto a todos.

Por cierto, quiero dedicar este relato de manera muy especial a mi nueva amiga Mary.

PEPOTECR.