Rosas desgarradas (4)

Abajo se extendían filas y palcos. El escenario también se veía a perfección. Pero la pareja permanecía invisible para los ojos ajenos ya que su cabina rozaba el techo y la luz deslumbrante de lámparas laterales cegaba cualquier mirada dirigida hacia allí. ¿Juegos amorosos en el teatro? ¿Sería posible?

ROSAS DESGARRADAS (4)

Abajo se extendían filas y palcos. El escenario también se veía a perfección. Pero la pareja permanecía invisible para los ojos ajenos ya que su cabina rozaba el techo y la luz deslumbrante de lámparas laterales cegaba cualquier mirada dirigida hacia allí. ¿Juegos amorosos en el teatro? ¿Sería posible?

“Mi primera noche con Alejandro ha sido la última” – el veredicto de Eva parecía inquebrantable. No se arrepentía de lo hecho. Todo lo contrario. La pérdida de virginidad le desataba las manos. Ahora disponía de una potente arma de seducción que no dudaría usar con Julio. Julio. Un hombre angelical, retraído, totalmente desprendido de realidad. Y Alejandro. Un demonio astuto que siempre guardaba algún truco en su sombrero. La desgarró sin pensar ni un segundo como si fuera una de las rosas que arrojaba sobre las tablas del escenario. No tenía freno para satisfacer su pasión narcisista con la máxima cantidad de mujeres. El fin justificaba los medios. Se hizo su dueño para esa noche infernalmente voluptuosa y seguía insistiendo en los próximos encuentros. La barrera infranqueable que adivinaba en ella añadía más pimienta a su excitación.

- Quiero invitarte a otro estreno en el que participo.

- Lo siento, Alejandro, me voy de vacaciones, - se preparaba para visitar a Julio e iniciar una lucha feroz con su madre propietaria.

- ¿Puedes aplazar?

- Es difícil… ¿Cúal es el título de la obra?

- “Emilia Gallotti” Se trata de una tragedia de Lessing, un autor alemán. Durante el ensayo general he pensado en ti.

- ¿Por qué? – un cosquilleo de curiosidad nacía en las entrañas de Eva provocando latidos acelerados.

- Ven y lo verás con tus propios ojos.

- De acuerdo.

Al fin y al cabo un día de demora no podía influir en sus grandiosos planes respecto a Julio.

El nuevo estreno se celebró en la sala grande a diferencia de “Edith Piaf”. Entre el público se destacaban periodistas, críticos, representantes del mundillo artístico. Eva se sintió halagada por las atenciones de Alejandro que había reservado una de las mejores entradas para ella, en el centro de la segunda fila de platea.

La obra encerraba una gran carga emocional. Emilia, una hermosura inocente, encendió un deseo volcánico en el príncipe. Ella tampoco estaba indiferente al amor de un galán tan apuesto, pero sus padres apagaron la chispa del interés prometiendo su mano al conde Alba. La pureza innata + la moral impuesta = adiós a las aventuras. Por más que el príncipe se esforzara a conquistarla, la fortaleza no se rendía. Entonces empezó a trabar un crimen horrible en vísperas de la boda

Daba la impresión de que Alejandro había nacido con una corona dorada en la frente. La representación modernista permitía lucir pantalones de cuero, más que ajustados. La luz tenue de candilejas realzaba los músculos de su torso desnudo. Todas las mujeres, jóvenes o decrépitas, le devoraban con la mirada. No les importaría vender su alma al Señor de las Tinieblas para obtener un revolcón con ese macho desmadrado. Pero hoy Alejandro tenía presente un solo reclamo en su mente. Fue Eva quien le inspiró a desplegar sus dotes de actor dramático. Al principio mostró la imagen de un aristócrata travieso y mujeriego que poco a poco iba transformándose en un déspota cruel cuyo fanatismo le hacía aún más irresistible. El cambio drástico del personaje se produjo de una manera sobrecogedora dejando al público sin aliento. “¡Brillante! ¡Brillante!” - jadeaba una señora cursi sentada al lado de Eva. “No está mal” - dijo su marido con una mueca agria. Hace muchos años que no veía a su esposa en un estado tan febril, sobre todo en el dormitorio. No tenía ilusiones acerca del origen de sus fantasías.

El momento más saturado llegó cuando un criado del príncipe mencionó el noviazgo de Emilia.

- ¡No pronuncies este nombre! ¡Es mío! ¡Mi mayor secreto! ¡Me pertenece! – vociferó Alejandro. - ¡No tienes derecho de ensuciarlo!

- ¿Qué le pasa, Majestad?

- ¿Qué me pasa? ¡La amo infinitamente más que el condecillo! ¡Mosquita muerta! ¡Dechado de virtudes! ¿Qué ofrece? ¿Charlas volátiles sobre el amor caballeresco? Yo ofrezco el amor terrestre, real, agudo. ¡Eso vale más que lirismos empalagosos! ¿Me has oído? ¡La amo! ¡Amo a mi Emilia!

A lo largo del discurso Alejandro no dejaba de escudriñar el rostro de su amante como si estuvieran solos. La memoria de Eva volvió a asirse al episodio sensual en la bañera: el aroma del agua perfumada, el peso cálido de su pecho, sus entonaciones insistentes, sus dedos expertos dentro de ella. Los espectadores cercanos se percataron del diálogo silencioso entre ellos. Las mujeres derramaban veneno de envidia. Y Alejandro seguía mirándola con complicidad amorosa mientras una de las canciones más entrañables de Freddie Mercury invadía el espacio: “Love me like there is no tomorrow…”

El entreacto deparaba otras sorpresas. Eva estaba tomando un refresco en la cafetería teatral cuando un chico desconocido se acercó a su mesita.

- Eres Eva, ¿verdad? Ven conmigo, te acompaño al camerín de tu amigo.

Obedeció sin preguntar nada aunque Alejandro no había avisado sobre la cita en su camerín. Era la primera vez que pisaba los pasillos intrincados en el corazón del teatro. De repente se oyó un estrépito atronador: su actor venía corriendo al encuentro. El chico hizo mutis con discreción oportuna. Alejandro la levantó en volandas y por poco la dejó asfixiada en un beso voraz. Aprisionada entre sus poderosos brazos, Eva se derretía como jalea. Dejó de ser Eva, dejó de tener personalidad, dejó de pensar en el pasado, presente y futuro. Una muñeca favorita del príncipe, nada más.

- ¡No podía esperar hasta el final del estreno! ¡Por Dios! ¡Estás preciosa!

El vestido color rosa pálido ponía de relieve la blancura de su piel. Un escote en forma V acentuaba la firmeza de senos juveniles. Los ojos verdemar ardían con más intensidad que semáforos en una estación de trenes. Llevaba el pelo recogido en un moño elegante que le daba parecido con señoritas de antiguos camafeos.

- Están a punto de empezar el segundo acto. ¿No participas?

- Debo aparecer en la culminación. Tenemos unos cuarenta minutos. ¿Qué te parece si observamos la función desde arriba? La vez que viene te enseñaré mi camerín.

Una escalera de caracol condujo a una cabina atiborrada de aparatos de iluminación. Alejandro cerró la puerta con llave sumiéndoles en las oscuridad. Abajo se extendían filas y palcos. El escenario también se veía a perfección. Pero la pareja permanecía invisible para los ojos ajenos ya que su cabina rozaba el techo y la luz deslumbrante de lámparas laterales cegaba cualquier mirada dirigida hacia allí. ¿Juegos amorosos en el teatro? ¿Sería posible? “Nadie nos molestará”. El hombre se situó detrás de ella pasando las manos por todo su cuerpo. Al principio lo hacía por encima de la ropa. Eva pensó ingenuamente que se limitaría con eso y en seguida se convenció de que la cosa iba más lejos. Una mano abrió paso en el escote debatiendo con el sujetador de encaje y la otra acariciaba un muslo desnudo.

- ¿Qué haces? ¡Estamos en un lugar público aunque nadie nos vea!

- ¿Y qué? ¡Mejor!

- He prometido a mí misma que no volveré a tener sexo contigo.

- Oh, es una información de gran interés. Me temo que voy a romper tu voto religioso.

- Suéltame. Está prohibido.

- ¿Por quién? ¿Por tu propia censura interior? ¡Al carajo con ella!

- Sabes muy bien que en mi vida existe otro hombre.

El actor estrujó sus pechos con violencia poniendo a prueba la sensibilidad de pezones.

- ¡Mi Emilia! ¿Estás comprometida con un condecillo aburrido que te mata con reflexiones acerca de idilios celestiales y sentimientos sublimes? Da igual, por ahora te vas a olvidar de él. ¡Aférrate al borde!

- No!

Alejandro se pegó a su espalda, besó el cuello, deshizo el moño y hundió la cara en las ondas del pelo castaño con reflejos de oro.

- Una protesta más y habrá un lío. Aprieto el botón, enciendo las lámparas y te la meto ante cientos de mirones embobados. No me importa un escándalo, una pincelada más a mi imagen de Don Juan. Pero a ti te importará cuando tu novio se entera de un adulterio tan peculiar.

- Así que te aficiona el chantaje.

- ¿Acaso no te apetece servir al arte? Mi interpretación va a ser genial despúes de un orgasmo. ¿O quieres dejarme empalmado para el regocijo de periodistas y viejitas verdes? Te conviene guardar silencio, la situación no te favorece.

Al instante Eva tenía el regazo subido hasta la cintura. No había otro remedio que aferrarse al borde según sus indicaciones. Se puso a llorar de humillación y furia por haber caído en la trampa. Una trampa que ella misma deseaba con frenesí. Alejandro hizo a un lado su fina lencería y encontró lo que esperaba encontrar: la humedad delatora.

- ¿Y eso llamas violación? ¿Abuso no consentido? Pareces una guinda jugosa en la que voy a clavar el diente. Por suerte estás bien lubricada, no necesitas más estímulos, me has ahorrado el tiempo, gracias. - Se deleitó en palpar la piel tersa de sus nalgas expuestas. - Tienes el culito de una diosa de Louvres, pero lo dejo para tiempos mejores.

Separó las piernas de Eva en búsqueda del ángulo más adecuado, le tapó la boca para ahogar la sinfonía de gemidos posteriores y la penetró con un salvajismo deliberado. Ni siquiera le dio tiempo para acostumbrarse al intruso en su vagina. Ni siquiera se quitó la corona.

  • Tú y yo podemos formar un grupo escultórico: Venus y Marte haciendo el amor en las ruinas del Coliseo.

La masa de espectadores se fundía en una mancha opaca. La tragedia seguía su rumbo. Emilia fue raptada camino a la iglesia. Su novio, el conde Alba, pereció en la lucha con los asaltantes. La doncella se encontraba en el palacio del príncipe, el criado malévolo le decía que era inútil resistirse al destino.

- ¡Debería haberlo previsto! – se quejaba la actriz. – Ayer me habló durante la misa. Su voz, tan dulce y persuasiva, despertó en mí unos sueños muy raros. Pero no quise escuchar, me huí de él y de mí misma sin pensar que el príncipe podría organizar un asesinato. ¡Es capaz de todo!

- Sí, soy capaz de todo y te he raptado, querida mía - se rio Alejandro sin interrumpir su embestida brutal.

Estaba practicando “hard sex” sin un resquicio de ternura para correrse más rápido. Parecía un émbolo incansable. Eva se enmudeció de asombro. Durante su primera cita Alejandro tampoco se portó como un corderito manso, pero por lo menos se preocupaba por su reacción. Y ahora la usaba sin miramientos causando daño que se acentuaba por una postura incómoda. El asombro creció cuando se dio cuenta de que lo disfrutaba de un modo latente. La gruta estrecha acogía al raptor, se adaptada a su ariete y le bañaba de líquidos calientes. Las aureolas de sus pezones recibían pellizcos y mandaban flechas del placer por todos los rincones del interior.

Un éxtasis inminente se apoderó de ella en un momento crucial de la obra: el padre de Emilia supo localizarla en el palacio. La doncella rogó que la matara por una razón muy sencilla: el príncipe gozaba de impunidad absoluta, nada le impediría robar su honor. El padre entendió la lógica y cumplió su petición. Emilia yacía muerta. Su “fallecimiento” coincidió con la descarga de Alejandro. En aquel entonces Eva ya se renunció a llevar la cuenta de sus propios orgasmos. No era más que un piano en las manos masculinas que arrancaban cualquier melodía de las teclas de sus emociones exacerbadas. Se estremecían juntos frente a la multitud arrobada.

- Están aplaudiendo a nuestro acto, Evita .

- Dime una cosa. ¿Quién mató a Emilia Gallotti? ¿Acaso no es su padre?

- No. El padre representa un mero instrumento de ejecución. Su pureza sí que la mató. La falsedad de su entorno. La incapacidad de revelar a sí misma los deseos ocultos que albergaba su alma. Tú también morirías de inocencia. Por fortuna he tratado de ayudarte.

- ¡Alejandro! ¡Tu salida! - gritaron desde abajo.

- ¡Me voy!

- ¿Te acuerdas de que debes mostrarme lo genial que eres?

- Claro. Con lo satisfecho que estoy… El otro día me dejaste plantado, con unas ganas enormes de pajear. Me refiero a lo que pasó después de Edith Piaf.

- Y acabas de vengarte, ¿verdad?

- No, acabo de iniciarte en el amor terrestre, real y agudo. Eso vale más que lirismos empalagosos - respondió con ímpetu inesperado mientras abotonaba sus atrevidos pantalones de cuero y ajustaba la corona ladeada. – Hablaremos más tarde.

Eva se quedó en la cabina para ver el final. El olor de Alejandro, una mezcla de sudor, agua de colonia y tabaco caro, flotaba en el ambiente excitándola de nuevo. Todavía se sentía impregnada de su semen. La tela raída de cortina traía asociaciones con otras épocas. “Quien sabe, a lo mejor una celebridad de los años 50 solía follar a sus admiradoras en esa misma cabina, cerca de esa misma cortina”. Entretanto, el príncipe apareció en el escenario anegado de luces azules.

- ¡Emilia! ¿Por qué has decidido escapar de mi amor? ¡Tan lejos! Siempre has sido una estrella, pero antes tenía la esperanza de alcanzarte. ¿Y ahora? ¿Vas a brillar desde lo alto burlándote eternamente de mi desesperación? ¡Vuelve a mí!

Levantó el “cadáver” como si fuera una pluma y durante largos ratos de tensión permanecía petrificado. Su interpretación rayaba en la locura profunda de grandes actores de antaño. La voz hipnotizante de Freddie Mercury añadía magia al desenlace: “Love me like there is no tomorrow. Hold me in your arms, tell me you need me. This is our last good bye and very soon it would be over. But today just love me like there is no tomorrow”.

Torrentes de lágrimas rodaban por las mejillas de Eva. La canción estaba íntimamente entrelazada con su historia. El episodio increíble que la llevó a la catarsis formaba parte de despedida. Mañana se iría en dirección de otro amor y empezaría una nueva vida. Corrió a la calle para comprar un ramo de rosas. Se lo merecía. Entregó las flores junto con otras mujeres obsesionadas que intentaban tocar el pecho de Alejandro o susurrarle al oído su número de teléfono. El actor repartió los besos formales de gratitud. Cuando llegó el turno de Eva, no pudo contenerse y la besó en la boca con lujuria tan intensa que declaraba a todo el mundo “¡Somos amantes!” Y la mirada de ella repetía la letra musical: Quiéreme como si el día de mañana no existiera. Estréchame entre tus brazos, dime que me necesitas. Es nuestro último adiós y muy pronto todo terminará, pero hoy no hagas más que quererme como si el día de mañana no existiera. En aquel instante Eva supo con certeza que jamás le olvidaría.