Rosa, viuda fantástica
Un joven acude a la ciudad para ir a la universidad. Hace una visita a la joven viuda de un antiguo compañero, que va para ras años sin sexo.
Se llama Rosa.
Es una mujer de unos 40 años, cabello lacio y castaño, piel trigueña y ojos café claros semirrasgados, con un aire de estilo oriental.
Aunque no es alta (mide 1.55 m) tiene un cuerpo muy bien proporcionado. Es un poco rellena, sin embargo la distribución de sus libras es exquisita: tiene más en las caderas y en los muslos, poco en la cintura en los pechos y en los brazos.
Es hermana de Francisco, un gran amigo mío. Cuando la conocí hace unos pocos años, era una hermosa enfermera del Hospital Militar, entonces viuda desde hacía dos años. Su esposo era uno de los cientos de militares que ofrendaron inútilmente su vida durante la guerra de mi país.
Siempre fue seria, sobria, simpática y muy señora de su casa, jamás imaginé que algún día iba a tirármela hasta que me dijera basta.
Aquella noche, fui a San Salvador a arreglar asuntos relacionados a mi traslado a la Universidad de allí. Francisco iba a estar entonces en casa de Rosa, sin embargo, impidieron viajar, pero me dijo que podría quedarme donde su hermana esa noche.
Llegué como a las seis de la tarde a casa de Rosa, no sin antes vacilar un poco al encontrar la casa pues había pasado mucho tiempo desde la última vez que fui.
Toqué con cortesía y casi al instante se abrió la puerta. La imagen de aquella semidiosa de estatura mediana se formó en mi mente, encantadora, subliminal, como con un halo de ángel. Pero no, salió el niño mayor de ella y me dijo:
¿Qué quiere?
Evidentemente, el niño no me conocía, pues nunca me había visto.
Buenas tardes, busco a Rosa.
Bien había terminado de decir aquellas palabras, cuando de dentro sonó la voz de la hermana de Francisco.
Déjalo entrar, Josué. Es compañero de Tío Francisco
El gesto de desconfianza del chico cambió entonces, a uno más cordial. Abrió la puerta, me dijo que me sentara en un sofá y me ofreció agua. Más adentro, sobre el piso, jugaba Flavio, el hijo menor de Rosa, que entonces tendría unos 4 años.
Desde el primer momento que llegué, Rosa se portó de mil maravillas conmigo, muchas atenciones, muchas preferencias, etc. Cuando llegué se encontraba haciendo la cena. Llevaba puesta una blusa de algodón sin mangas y un short que le llegaba a medio muslo. Incluso, era más largo el delantal que llevaba encima de éste. Sus piernas rollizas y muy bien torneadas se mostraban a grandes rasgos por la poca ropa. Aquello no pasó desapercibido para mí, y creo que para ella tampoco, porque a ratos disimuladamente las escondía tras la cocina mientras preparaba la comida. En tanto, yo me entretenía entreteniendo a sus hijos con trucos y relatos.
¿Quieres comer ya? -me dijo suavemente, con un dejo de dulzura incomprensible. Claro -contesté. Ya eran las siete de la noche y en verdad, el hambre ya me estaba consumiendo.
Cenamos los cuatro, cruzando no muchas palabras: que cómo me iba en los estudios, que si los niños suyos estaban bien, que si le había visitado su familia, en fin... puras trivialidades.
Terminando la cena, Rosa recogió los trastos con el mismo esmero que la sirvió. Me ofreció postre y me invitó a ver la televisión. Los niños no tardaron mucho en dormirse.
Ella se sentó en el único sillón que tenía en la sala (los demás muebles eran sillines de caucho) y yo me senté donde caí. Sin embargo, ella muy diligente me dijo:
-Oh, no te sientes ahí. Es muy incómodo -y se hizo a un extremo del sofá- ven siéntate aquí, que vas a estar más cómodo.
Claro que no iba a rechazar la oferta que me estaba haciendo. El sillón era más cómodo y tenía a Rosa como compañía próxima. Me senté a su lado y ella comenzó a cambiar los canales de la televisión repetidamente. Parecía que estaba nerviosa. Yo en cambio, veía a ratos la rápida sucesión de imágenes en el aparato y por momentos las hermosas piernas de la muchacha, ya descubiertas del molesto delantal. Se le veían esplendorosas, aún cubiertas por el short de lona azul que llegaba a medio muslo.
De repente, apagó el televisor diciéndome:
Parece que no hay nada bueno en la tele en estos días, ¿verdad? Sí, -dije mecánicamente- Así parece. Qué te parece si mejor platicamos -propuso. Encantado -aseveré
Luego hablamos de muchas cosas, unas más baladíes que otras. En cierto momento me sacó de las casillas cuando me preguntó: - Oye, ¿tienes novia? Sí... ¿por qué? Curiosidad, simple curiosidad... y... ¿han tenido... sexo? Pues... la verdad, sí. Ah... -hizo una pausa. Sabes algo, yo ya tengo casi tres años de haber enviudado y... ¿Y? Bueno, la verdad... desde entonces no lo he hecho.
Yo guardaba un silencio expectante ante las palabras de Rosa .
Y sinceramente... ¿Ajá?... -dije invitándola a terminar la frase que seguía y que yo ya había adivinado. Bueno... me muero de las ganas por hacerlo de nuevo -finalizó mientras una sonrisa nerviosa hizo presa de sus labios y bajaba tímidamente la mirada.
Era el momento oportuno que yo ni siquiera imaginé poder tener. Yo me acerqué a ella, le alcé el rostro por la barbilla mirándola fijamente a sus grandes ojos cafés. Ella me volvió a sonreír y acercó su rostro al mío uniendo sus labios a los míos en una deliciosa libación. En ningún momento imaginé que Rosa fuese capaz de hacer aquello. Como hermana de mi amigo, siempre la respeté como una señora seria, muy mujer de su casa y fiel al recuerdo de un marido muerto en combate por su patria. ¡Cómo puede uno equivocarse!
Mis manos sin quererlo yo, ya estaban sobre sus blancos muslos, recorriéndolos en toda su extensión. Podía sentir la tibieza de su carne sobre mis manos, tibieza que aumentaba considerablemente a medida las acercaba a su entrepierna.
Ella, como con desesperación, aferró sus brazos a mi espalda, recorriéndola de arriba abajo y alzando mi camiseta, la cual quitó hasta dejarme el torso desnudo. Luego dejó el beso interminable sobre mis labios y bajó hasta mi pecho velludo, jugando con los pelos con sus labios y posesionándose después de mis tetillas con una suave succión. Continuó así, besando y lamiendo, bajando despacio hasta llegar a mi ingle, abultada ya por la excitación. Lentamente zafó el broche de mis jeans y bajó la cremallera, exponiendo mi ropa interior, la cual bajó con maestría lo suficiente como para alcanzar con su mano derecha mi pene totalmente erguido e inflamado. Sus manos eran pequeñas, pero lo suficiente como para abarcarlo habilidosamente para proporcionar mucho placer. Comenzó a masturbarlo lenta, pero vigorosamente, de una forma que nunca nadie me lo había hecho, y alternaba los movimientos con unas mamadas magistrales. Jamás imaginé que aquella boquita deliciosa fuese alguna vez a detenerse en chupar mi verga algún día, pero era cierto: ahí estaba Rosa , la menor de las Escobar, mamando mi pene a todo meter, frenética, alocada... desbocada, como nunca me la imaginé. Los tres años que habían pasado desde que había tenido el último encuentro sexual con su marido la había convertido en un volcán que desde hace siglos estuviese fraguando una erupción. Y yo estaba en medio de la erupción de ese volcán femenino.
De un tirón, me deshice de mis pantalones y mi calzoncillo, y desabotoné la blusa de mi anfitriona. Me llevé una agradable sorpresa al descubrir que no andaba sostén en esos momentos, pues no esperaba de un movimiento tener al alcance sus pechos blancos y turgentes, que se sacudían con los más leves movimientos nuestros. Seguidamente, liberé su pantaloncito de lona y lo dejé caer hasta el suelo y no tardó mucho en que la pequeña tanga que andaba le hiciese compañía. En tanto sucedió esto, Rosa no dejó ni un momento de ejercer la rica succión sobre mi verga, parecía que aquello era algo que había añorado por largo tiempo y no estaba dispuesta a privarse de ese placer, ahora que nuevamente lo sentía.
En ese punto, ya los dos nos encontrábamos desnudos, en plena sala de su casa. Entonces ella me tomó de la mano y me dijo:
Ven, vamos arriba, a mi cuarto. Los niños pueden despertar y encontrarnos acá.
Yo la seguí dócilmente, sin poder evitar observar aquel cuerpo menudo pero bien proporcionado, mientras se contoneaba al caminar y subir por las escaleras. Llegamos hasta su habitación y ella se recostó en su cama mullida, arrastrándome hacia ella en su desplome. Debajo de mí, podía percibir la tibieza de su piel, las vibraciones de sus músculos y el quemante jadear de su aliento, mientras la besaba y acariciaba enteramente. Mi boca recorría palmo a palmo y pausadamente cada pulgada de aquel cuerpo ardiente de deseo, de un deseo reprimido desde hacia tiempo y que estaba desbordándose a raudales.
Los gemidos alcanzaron un nivel mayor cuando acerqué mis labios a sus pechos y me apoderé de sus pezones que se erigieron furiosamente al contacto húmedo y sabroso de mis labios y mi lengua.
Bajé hasta su ingle y ella, sin que yo se lo pidiera, abrió sus piernas totalmente, al máximo, mostrándome su vulva mojada por sus secreciones, palpitante, amplia por los dos partos que había tenido, pero excitantemente provocativa, sugestiva, invitadora. Mis labios se fusionaron con los labios de su vulva y mi lengua se introdujo suavemente a explorar su vagina, fácilmente, muy fácilmente dentro de su canal vaginal, dada la amplitud de éste. Sinceramente, era la primera vagina que mi lengua exploraba tan profundamente, llegando casi hasta la misma fuente de sus secreciones. Era exquisito sentir como aquel miembro musculoso y carnoso, lubricado por el líquido espeso y resbaladizo ondeaba restregándose contra mi boca, en tanto su boquita lanzaba gemidos apasionantes guardados para la ocasión.
Ella comenzó a girar en un plano horizontal, de tal forma que su cabeza poco a poco se fue acercando a mi entrepierna sin separar su sexo de mi boca y quedamos en una posición de sesenta y nueve, tan bien ejecutado que incluso a mí me sorprendió.
Pasamos varios minutos en esta pose porque ni ella ni yo queríamos abandonar la faena en la que estábamos dando y recibiendo un inmenso placer. Rosa entonces me superaba en edad. Yo apenas tenía 22 años y ella 35, pero en aquel momento, la edad era lo que menos importaba pues ella y yo nos estábamos acoplando sexualmente en una forma perfecta... espectacular. Ni ella ni yo soportábamos más la premura de la penetración diferida hasta entonces, y colocándose ella de espaldas sobre las sábanas blancas, abrió de nuevo sus piernas blancas y hermosas, mostrándome su conchita turgente y jugosa en una clara y tácita invitación al sexo. Yo me acerqué y puse la cabeza de mi pene en el introito vaginal y comencé a dejárselo ir, primero despacio, con suavidad, para luego acelerar la marcha con movimientos rápidos, fuertes y profundos. Como ella era una mujer poco más pequeña que el promedio de las mujeres que me he cogido, podía sentir cuando el extremo de mi miembro tocaba hasta el fondo de su vagina, justamente hasta el cuello uterino. No sé si era porque en verdad lo estaba gozando espectacularmente o por tanto tiempo que había transcurrido ya desde su última cogida, pero Rosa se estremecía como nunca había visto a otra mujer; sus brazos y piernas estaban aferrados vigorosamente a mi espalda y caderas y su ingle golpeaba con fuerza contra la mía, intentando con ello llevar mi verga hasta lo más recóndito de su caverna vaginal. El furor que había hecho presa de ella era tanto que sus violentos movimientos la llevaron rápidamente a su primer orgasmo de aquella noche, sus gemidos y suspiros potentes y alocados así me lo indicaron. De repente, unos toquecitos en la puerta nos distrajeron momentáneamente:
Mamí, ¿qué te pasa? -se escuchó la voz sollozante de Fabio en el quicio de la puerta.
Rosa se incorporó súbitamente y trató de calmar al chico desde la cama:
Nada hijo. Es que... me duele la cabeza. Abrime la puerta y te daré una pastilla, mami. Gracias hijo, ya me tomé una. Andate a dormir.
No se oyó respuesta, pero los pasitos alejándose nos indicaron que el niño había obedecido la orden de su madre.
Pensé decir algunas palabras, para olvidar lo embarazoso del momento, pero Rosa ni siquiera eso me dejó hacer, pues me jaló de nuevo hacia ella y en fracciones de segundos, ya mi garrote se encontraba trepanando su húmeda y caliente intimidad. El siguiente orgasmo vino pocos minutos después y luego el tercero. ¡Vaya que esa mujer sí sabía aprovechar al máximo las oportunidades! Tres orgasmos al hilo es algo que pocos hombres son capaces de alcanzar a menos que esté lo suficientemente estimulado por su pareja.
Visiblemente extenuada, la señora se quedó quieta unos instantes, acostada de lado y yo detrás de ella, rodeándola con mi brazo derecha, como una vieja costumbre que siempre he tenido cuando hago el sexo.
Ella comenzó a trillar con la misma historia y yo le seguí la conversación por no ser descortés, pero la vedad ya me estaba hastiando:
Sabes que desde hace tres años
que no he tenido sexo con nadie. Sí, ya me lo dijo -contesté
un poco seco. No me trates de usted. Considero que después de hacer
lo que hemos hecho, es válido tratarnos de vos, ¿no crees?
Como quieras -asentí, la verdad por no contrariar a aquella hembra.
Sabes que hay algo que mi marido siempre me hacía y que nunca me
gustó, pero que ahora añoro y me muero de ganas por probar.
<
Inmediatamente la conversación tomó un giro muy distinto y automáticamente mi verga se irguió de nuevo con muchos más bríos que anteriormente.
No me digas -dije con mucho interés. Sí, bueno... no es que me guste mucho que digamos, pero quisiera sentir de nuevo eso... no me entenderías, pero cuando él me lo hacía, sentía una mezcla de dolor y placer que me excitaba sobremanera... No dices que no te gustaba... No era eso, si no que tenía miedo de enfermarme por ello... Pero... Pero nunca me enfermé, ya pasaron tres años y no he tenido problemas de ningún tipo... y quisiera hacerlo de nuevo... ¿quieres hacérmelo? La pregunta sobra, Rosa .
Diciendo esto yo, intenté subirme en ella, pero Rosa se me adelantó y se sentó a horcajadas sobre mí, pasando su mano derecha por debajo de sus nalgas, tomando mi verga totalmente tiesa y colocándola justo en la entrada de su agujerito posterior tenso por el mucho tiempo de inactividad. Empezó a bajar las caderas, comprimiendo la cabeza de mi miembro contra la poderosa fuerza de su esfínter, pero poco a poco, debido a la lubricación de los restos los jugos vaginales que aún quedaban en la superficie de mi pene, éste empezó a escurrirse hacia el interior de su intestino. Ella crispó sus uñas en mis hombros, y ahogó un grito doloroso, por no despertar nuevamente a sus hijos. Dejó que mi verga se sumergiera del todo dentro de su recto y se detuvo unos instantes, como dejando que el conducto se acostumbrara al intruso que acababa de irrumpir en él. Pasaron unos momentos en que el rictus de dolor no se borraba de su hermoso rostro, mas poco a poco sus músculos faciales se fueron relajando y su gesto suavizando, terminando el acto con un gemido y una sonrisa de satisfacción.
Esto, esto es lo que quería sentir -dijo al final.
E inmediatamente sus caderas entraron en acción, de arriba hacia abajo, permitiendo que mi pene inmensamente inflado y rígido corriera dentro de su túnel rectal. Pasaron unos tres minutos en los que Rosa se dio gusto cabalgando con mi verga dentro de su ano, hasta que, giró sobre si misma 180 grados, sin sacar el miembro de dentro de sí y alargando sus manos para tomar las mías, se impulsó con sus piernas hacia delante y atrayéndome hacia ella, quedando de este modo, ella a gatas y yo de rodillas, sin que el pene saliera ni un centímetro de su hoyito. Comprendí perfectamente que en ese momento quería una penetración fuerte, profunda y violenta. Sin conmiseración le aferré por las caderas y empecé a aporrear su culo con mi garrote, dejándoselo ir hasta lo más hondo que podía.
Contrario a lo que sentí con su vagina, su recto parecía no tener fondo, pues por más que me esforzaba en entrar hasta lo más profundo no logré percibir un tope.
Rosa entonces ya no podía contener sus gemidos escandalosos y sacudía sus caderas de uno a otro lado rápida e impetuosamente y revolvía con ahínco su cabeza, desordenando sus cabellos, ora sobre la cama, ora sobre sus hombros. Sin embargo, ni tan solo un instante se me cruzó por la mente detenerme para preguntarle si le dolía o si lo disfrutaba, contrario a eso, mis embates eran cada vez más vigorosos.
Pocos segundos después, derramaba mi líquido viril dentro de su culo. Ella sintió el calor del fluido bañando las paredes de su recto y preguntó:
¿Terminaste? Sí No, no lo hubieras hecho todavía
No entendía por qué me decía aquello. No es que yo sea un gran experto, pero me di cuenta que ella había tenido un orgasmo sólo pocos segundos antes.
¿Por qué? -pregunté intrigado Me hubieras avisado Para qué Ya te digo -finalizó
Pero ella no paró. Como aún mi verga seguía dentro de sí, comenzó a menear de nuevo las caderas tan deliciosamente como lo había estado haciendo. Ante ello, no tuve más remedio que agarrarla otra vez y apegarme al ritmo de aquella hembra, insaciable por la falta de hombre por mucho tiempo.
No pasó mucho tiempo para sentir de nuevo la inminente sensación de la eyaculación.
Ya, Mila, ya casi -dije entrecortadamente.
Entonces ella giró, sacando mi pene de su hoyito trasero (que ahora más bien era una caverna) y se prendió con su boca de mi falo, chupando y mamando a mas no poder. Poquito tiempo después un torrente de semen pasó de mi pene hacia su boca, en una sabrosa transferencia que casi me deja sin sentido. La mujer continuó chupando y chupando frenéticamente hasta casi hacer colapsar mi sistema genitourinario (sin mentiras), se bebió todo lo que había conseguido y al final emitió un sonido parecido al que uno hace cuando ha calmado la sed con una Coca Cola (esto no es publicidad).
Y se desplomó... sus sistemas llegaron al límite y los míos también. Jamás pensé que alguna mujer iba a hacerme tener cinco orgasmos en una sola sesión. En verdad Rosa era una hembra formidable.
Y me alegraba haberlo descubierto, aunque fuese por azar.
Nos quedamos dormidos y a la mañana siguiente, desperté tarde. Ella ya se había levantado, hecho desayuno y la casa y preparado a los niños para la escuela.
Buenos días -me dijo con una franca sonrisa. Buenos días -contesté. Ya tengo tu desayuno ¿quieres comer ya? Pues, me queda poco tiempo para ir a la Universidad y... Ah, no. No debes dejar de comer ni un tiempo. Recuerda que de ahora en adelante necesitarás "muchas energías".
Y en verdad así fue, pues seguí frecuentándola por mucho tiempo, siempre en busca de aquello a lo que esa súper hembra me había enviciado.