Rosa Poderosa: Así soy yo (03)

Tercer capítulo de una serie sobre mi vida. Tras haber sido iniciada en el sexo y en la masturbación por mis padres y pertenecer a la “Congregación de los Orgiásticos Martín”que con la llegada de la democracia ha cobrado nuevos bríos, sigo contando algunos pasajes de mis primeros años de vida.

Rosa Poderosa: Así soy yo (III)

Tercer capítulo de una serie sobre mi vida. Tras haber sido iniciada en el sexo y en la masturbación por mis padres y pertenecer a la "Congregación de los Orgiásticos Martín"que con la llegada de la democracia ha cobrado nuevos bríos, sigo contando algunos pasajes de mis primeros años de vida.

Estamos ya en la primavera de 1978. Mis recuerdos, ahora que escribo, no me dejan seguir un cierto orden cronológico a mi relato, por lo que volveré atrás más tarde a mis seis y siete años. En este episodio que hoy narro, yo tenía ocho años. Era una ocasión solemne, pues la Congregación iba a celebrar su aniversario y mis padres me habían reservado una de sus sorpresas. La cena tenía lugar en el salón principal del Pazo, en la que se había dispuesto una gran mesa redonda. Mientras que servían los platos las habituales criadas de la casa, totalmente desnudas, se jugaba como siempre al "Impávido".

Para los no iniciados, os contaré cómo es ese ancestral juego. A lo largo de la cena, los comensales iban perfectamente vestidos de cintura para arriba, mientras que los faldones de la mesa cubrían desde ahí hacia abajo. Bajo la gran mesa redonda, una o varias personas se dedicaban a realizar diversas felaciones y masturbaciones a los comensales. Aquel de los invitados a los que los demás notasen su turbación, debía elevar el faldón del mantel a requerimiento de otro u otros y mostrar si había alguien en ese momento entre sus piernas. En caso afirmativo, el descubierto debía poner una cantidad de dinero previamente estipulada en el centro de la mesa, de lo contrario el acusador o acusadores pagarían el doble de la cantidad.

El dinero recaudado serviría más tarde para pagar los gastos "extra" de la Congregación: extorsiones, sobornos y demás. Las cantidades raramente bajaban de los cincuenta mil duros por ser descubierto y del medio millón por acusar en falso.

En esta ocasión, las gemelas y yo éramos las encargadas de estar bajo la mesa. Recuerdo que descubrieron al juez decano de la Audiencia Provincial mientras que yo le realizaba una perfecta mamada… el cabronazo estaba a punto de correrse en mi boca cuando fue acusado y sólo fue capaz de decir que "esta soberana mamada bien vale las doscientas cincuenta mil…" Por supuesto que me tragué aquel néctar en su totalidad, como me había enseñado mi madre, y ya que me habían descubierto, aproveché para salir de mi escondite para obsequiar a mi madre con un beso profundo con el que dejé la lechada del juez en la boca de mi progenitora: "Es para ti, mamá, para que veas lo bien que he aprendido de tus lecciones…", le dije mientras que aprovechaba para tocarle las tetas.

Tras la cena, y con una recaudación que superaba los quince millones de pesetas, nos pusimos las tres sobre la mesa, con semen y fluidos vaginales chorreando por nuestras caras, para que algunos hombres nos follasen, como era costumbre. Mi mayor placer era que me penetrase mi padre en ocasiones como ésa, mientras que mi madre, con un gran consolador de correas atado a su cintura le daba por el culo. Todos aplaudían aquella escena tan familiar.

Una vez recogida la mesa, empezaba la gran ceremonia del aniversario de la Congregación. En aquella ocasión, la orgía comenzaba con un espectáculo de dominación. Todos los hombres eran anillados con unas correas de perro y estaban obligados a pasear por el salón a cuatro patas. Mientras, sus mujeres hablaban de sus cosas. Cada mujer casada llevaba a su perro-marido por la correa y cuando se cruzaba con otra, la que iniciaba la conversación era la que obligaba a su perrito a encular al perrito de la otra. La sodomización duraba lo que durase la conversación.

Los solteros y solteras, entre tanto, podían elegir a cualquiera de los criados o criadas para satisfacer sus deseos de un modo parecido. Ni que decir tiene que yo elegí a Dorotea para pellizcarle sus hermosas tetas. Dorotea era como mi fetiche, mejor dicho, sus tetas eran mi fetiche. Me encantaba pellizcarle y estirarle los pezones hasta que se le saltaban las lágrimas. A decir verdad, nunca supe si sus lágrimas eran de dolor o de placer, pero me encantaba hacérselo. Una vez que los pezones estaban en su máxima expresión, me distraía jugando con ellos poniendo las tetas de Dorotea sobre mi coñito y rozando mi clítoris con sus pitones.

A eso de las doce de la noche llegó el momento álgido de la noche: la subasta. Cada uno de los invitados debía poner por escrito en unos papeles preparados para la ocasión una de sus fantasías sexuales. Las papeletas se depositaban en una bandeja, perfectamente dobladas. Una vez ahí, nuestra criada Ana se pondría en cuclillas sobre la bandeja y con una rara habilidad, extraería una papeleta cogiéndola entre sus labios vaginales. Ya en pie, Ana leería en voz alta lo que ponía la papeleta y los invitados empezarían una puja para realizar lo que dictaba Ana con cualquiera de las personas presentes.

Ana leyó la primera: "Que una mujer con grandes tetas, golpee desnuda sus pechos sobre mi pene hasta que me corra…" La puja entre las mujeres se la llevó Margarita Díaz Piñeiro, la mujer del director del banco local, y entre los hombres ganó Fernando Solís de Rábago, el dueño de las fincas del Sobral. No fue una gran cosa.

A continuación, Ana sacó la segunda papeleta. "Que las gemelas y la niña Rosa hagan la rueda de follar conmigo". Un silencio tenso seguido por muchas miradas cómplices recorrió la sala. A mí me empezó a picar de gustillo el coño. La puja fue intensa, porque todos los hombres presentes, y alguna de las mujeres, siempre deseaban acostarse conmigo y con las gemelas. Y además, la rueda de follar era nuestra especialidad

Pero eso ya es materia del siguiente capítulo. (continuará)