Rosa Poderosa: Así soy yo (01)

Primer capítulo de una serie sobre mi vida. De cómo fui criada y nací para el sexo.

Rosa Poderosa: Así soy yo (I)

Primer capítulo de una serie sobre mi vida. De cómo fui criada y nací para el sexo.

Me llaman Rosa Poderosa, pero ése es sólo mi nombre de Ama. En realidad, me llamo Rosa Martín y tengo 33 años en la actualidad. Mis esclavos dicen que estoy muy buena y que no los aparento pero, claro, qué iban a decir los pobrecitos. Ellos no saben más que halagarme. Mis amantes, hombres y mujeres, lo ratifican… y su opinión sí que cuenta.

Nací en el seno de una familia muy atípica. Mis padres, desde muy pequeña, me educaron por y para el sexo… y no sabéis cuánto se lo agradezco. Sin problemas económicos, siempre dispuse de todos mis caprichos sin reparar en gastos, y así sigo… Ésta es la historia de mi vida contada en pequeños capítulos.

Desde que recuerdo, en mi casa –una mansión señorial gallega, lo que aquí se llama un " pazo "- todos los sirvientes y criados pertenecieron a una misma familia, emparentada desde hace mucho tiempo con los nuestros. Nosotros, los Martín, pertenecemos a un linaje castellano que en el siglo XIX se radicó en las tierras del sur de la provincia de Pontevedra, a las orillas del río Miño, en donde un antepasado nuestro compró el Pazo de Cacheiro y todas sus tierras, dedicadas por completo al cultivo de los vinos que ahora se llaman Albariños, concretamente de la variedad del Rosal.

Como os decía, todos los criados eran de la misma familia y siempre –en nuestra casa- tuvieron que estar preparados para todo, para hacernos disfrutar en cuerpo y alma, para nuestros vicios y para mis perversiones… Ver cuerpos adultos desnudos y prácticas sexuales diversas, por lo tanto, no era nada extraño para mí desde mi más tierna infancia.

Según me contó mi madre, fui amamantada por una joven rolliza que mi padre se encargó de dejar embarazada al mismo tiempo que a mi madre. Así, sus pechos, adustos y lozanos, no perderían ni un ápice de su turgencia. Y es que mi madre fue siempre, hasta su reciente muerte, una mujer de bandera, una real hembra. De la chica no supe nada, porque mis padres se encargaron de enviarla a Brasil cuando yo cumplí dos años de edad.

Mis primeros recuerdos se remontan al verano de 1973. En el patio interior de nuestro pazo mis padres hicieron construir una piscina, que aún existe: larga, con zonas poco profundas y recovecos variados, y una larga columnata de estilo dórico que ha sido escenario de algunas de mis mejores sesiones de sexo. Parte de ella está cubierta por un voladizo que se apoya en la columnata y del que penden unas hiedras que dan al conjunto un aire muy especial. Como os comentaba, las primeras imágenes que guardo son de aquel verano y aquella piscina. Era mi cuarto cumpleaños y mi familia estaba celebrando una de sus selectas fiestas. Alrededor de la piscina, todas las sirvientas totalmente desnudas se ofrecían a los invitados que se bañaban: así Dorotea ponía diversas frutas sobre sus tetas para que algunos hombres y mujeres comiesen sobre ella; Julita, una jovencita de apenas catorce años, bañaba sus incipientes pechos y su pubis en nata, para que otros chupasen; Carlota y María, dos niñas gemelas de apenas ocho años, iban de pene en pene de los invitados haciendo unas perfectas felaciones; la madre de las gemelas, Ana, se comía cuanto coño cayese en su radio de acción… y así toda nuestra cuadra de sirvientas realizaba diversas cuestiones con todos los invitados.

Mi madre, mientras tanto, desfilaba con sus conjuntos recién importados de París por la pasarela central de la piscina, donde al llegar a un determinado punto Juan y Ángel, el marido e hijo mayor de Ana, la desnudaban entre los aplausos y la admiración de la concurrencia. Mi madre, después de dejar cada uno de sus modelos en una repisa preparada al efecto, mostraba su sexo al padre o al hijo, que se lo comían entre los gritos de nuestros invitados. Al cabo de un rato volvía hacia la casa, donde se vestía con el siguiente modelito. Juan y Ángel, en aquella ocasión iban prácticamente desnudos, tan sólo llevaban un artilugio que ataba sus penes en una argolla que se sujetaba en una correa a la altura de la rodilla con un candado y que obligatoriamente portaban todos nuestros criados y les impedía trempar. Como podéis imaginar, las llaves de los candados tan sólo las tenían mis padres, que eran los que se encargaban de administrar cuándo y cómo podrían utilizar su sexo cada uno de nuestros criados varones.

Entre nuestros invitados estaba una nutrida representación de los poderes fácticos de la zona: Los alcaldes de nuestro pueblo y de Vigo, con sus mujeres, algunos representantes de la judicatura, influyentes abogados, empresarios,... en fin, la crème de la crème . Todos, en mayor o menor medida, debían algún favor a mi padre y tenían mucho que callar si no querían "caer en desgracia".

Llegado un momento culminante de la fiesta, mis padres me llamaron al centro de la reunión en la piscina y en torno a ellos se pusieron todos los invitados. - "Como sabéis bien", dijo mi padre en voz alta, "hoy es el cuarto cumpleaños de mi querida hija Rosa. Y por lo tanto ha llegado el momento de que ingrese en nuestra querida Congregación, la Congregación que fundó mi bisabuelo Luis y a la que todos vosotros pertenecéis, la "Congregación de los Orgiásticos Martín"; ha llegado, en suma, el momento que nos ha traído hoy aquí".

Dicho esto, mi padre me alzó con sus brazos poderosos y todos los invitados aplaudieron. Una vez que cesaron los aplausos, me puso de pie sobre un pedestal y mi madre me desnudó completamente.

  • "Bien, mi querida niñita Rosa", dijo mi madre, "ahora vas a separar tus piernas y te vas a sentar aquí bien abierta. Lo que ahora va a pasar quizás te duela un poquito, pero tú eres fuerte y aguantarás sin decir nada. Después verás qué regalo tan bonito tenemos para ti".

Yo, educada en la obediencia e inconsciente de lo que me iba a pasar, asumí aquello como "algo muy importante y natural". Mi padre, un hombre de 33 años en aquel entonces, se desnudó enfrente del pedestal y ante el delirio general sacó su enorme pene a la luz. Ana y Luz, las dos criadas preferidas de mis padres, se agacharon y alternativamente fueron chupando aquel tremendo falo hasta que llegó a su máxima expresión. Mi madre, mientras, se arrodilló ante mí y comenzó a chuparme mi infantil vaginita, poniendo especial cuidado en lubricarme perfectamente la entrada a mi gruta y dedicando unos buenos lametones a mi clítoris.

Pasados unos minutos, mi padre mandó separarse a todas las mujeres y dirigió su herramienta hacia mi virginal coñito en el que poco a poco fue entrando mientras que todos los invitados no separaban la vista de la acción. Vi a mi alrededor cómo todos se estaban masturbando sin dejar de prestar atención a lo que hacía mi padre. Al cabo de un rato, la cabeza de su glande rompió la telilla de mi himen y un reguerito de sangre, mezclado con saliva de mi madre, salió de mi coño.

Ese momento no lo recuerdo como de especial dolor, pero sí creo recordar que me dolió un poco cuando su enorme pene llegó hasta el final de mi agujerito. Sin embargo, poco a poco una sensación placentera, aumentada con los gemidos de mi padre me invadió. Mi padre empezó suavemente a bombear su polla dentro de mí y al cabo de unos minutos su ritmo fue aumentando hasta que, en un éxtasis total, se corrió. En ese momento, todos los invitados varones se fueron acercando a mí y eyacularon sobre mi cara, uno a uno, sin excepción. Después las mujeres fueron pasando sus coños húmedos sobre mis labios, en un rito iniciático que después tuve la ocasión de revivir en múltiples ocasiones.

(continuará)