Ronda
Vernano en la serranía malagueña
No me arrepiento, volvería a hacerlo, canta Alaska en mi mp3, mientras yo sonrío y asiento con la cabeza, recordando.
Fue el verano en que cumplí los 19 años. Mis padres decidieron darse el lujo de un crucero por el Mediterráneo, y yo accedí gustoso a pasar el mes de agosto con mis tíos y primos del pueblo. Yo soy más de ciudad que los semáforos, como dice mi padre, pero ir al pueblo una vez al año, no hace daño. Es un pueblecito pequeño, en la serranía de Ronda, en Málaga. El típico pueblo de casas blancas y geranios rojos en los balcones.
Mis tíos viven en una hermosa y amplia casa, rodeada de olivos, al pie de una pequeña montaña. Pero cuando voy por allí, mi primo, mi prima y yo nos escapamos a dormir a una casilla (como dicen ellos), separada a unos doscientos metros de la casa principal. Eso nos da más libertad de acostarnos a la hora que nos apetece, y hacer nuestras fiestecitas.
El primer viernes, mis primos me enseñaron todas las novedades del pueblo, y probamos todos los bares. Los cuatro del pueblo, jeje. Cerca de medianoche, yo ya tenía la cabeza bastante cargada con el alcohol. Para despejarnos, propuse dar una vuelta por el campo cercano. Hay un lugar que siempre me ha apasionado. Un llano en el que los viejos del lugar aseguran se produjo una batalla de una de las guerras civiles entre romanos. Nunca me lo creí, pero el sitio tiene algo mágico. Parece una tontería, pues yo no creo en nada de eso, pero te pone los pelos de punta.
Mi primo se montó en su moto, llevando a su hermana y su inseparable mochila, y yo monté en la mía. Me atreví a conducirla porque es campo través, y un espacio relativamente corto. Cuando llegamos, me dejé caer en la hierba, y miré las estrellas. Mi primo me imitó, pero mi primita abrió su mochila, y sacó un vaso. Más alcohol, no, por favor, pensé. Luego sacó un cartón doblado en cuatro partes. Lo extendió sobre una piedra, y muy seria, propuso hablar con los romanos. La miré fijamente, y no pude evitar soltar una carcajada. Mi prima me fulminó con la mirada, mientras colocaba el vaso sobre el tablero de la Ouija. Mi primo se había incorporado, y con un guiño, me invitó a sentarme con ellos alrededor de la piedra. Será divertido, me dijo.
Fingí tomarme el tema en serio, y puse mi primera objeción. ¿Habéis aprobado latín? Si se aparece un legionario, hablará en latín. Para mi sorpresa, mis primos se plantearon el problema en serio, y dudaron, mientras yo me partía de risa por dentro. ¿Os atreveríais a invocar al mismísimo Satanás? ¿O los de provincias sois unos gallinas? Conocía a mi prima de siempre. No necesitaba tanto para provocarla. Su sentimiento nacionalista la cegaba. Y empezó a recitar unas extrañas palabras, mientras la cara de mi primo pasó a reflejar algo más de temor. Ya no le hacía gracia el tema.
Justo tras la tercera repetición de lo que parecía una extraña oración en un idioma que yo no entendía, agravado por el acento cerrado de mi prima, y mi propia borrachera, sonó una potente voz a mi espalda.
¿Qué hacéis aquí?
Yo pegué un salto hacia delante, arrastrando el vaso y el tablero, cayendo sobre mi prima. Mi primo se quedó como una estatua mirando hacia el lugar de donde surgió la voz. Y cuando pude recuperar el equilibrio, y mirar hacia allí, vi la figura de un tío enorme, con media melena rubia, vestido totalmente de negro, y con caras de pocos amigos. Bueno, de ninguno.
¿Estáis sordos? ¿Qué coño hacéis aquí? Repitió, subiendo aún más el volumen de su voz.
Mi primo fue el primero en reaccionar. Le explicó que habíamos ido un rato a despejarnos de la borrachera, y que ya nos íbamos. Le pidió perdón por habernos metido en propiedad privada, y se puso en pie. Le imitamos, y pude comprobar que aquel tío, que aparentaba ser un veinteañero, debía medir los dos metros de altura. Y era terriblemente guapo, el cabrón.
Al oír que nos íbamos, la expresión de su rostro se relajó. Nos siguió mientras nos dirigíamos al camino de tierra donde teníamos las motos. Ahora había tres. Mis primos se subieron en la suya, y salieron a toda velocidad. Yo me hice un poco el remolón, para poder admirar aquel pedazo de tío con algo más de luz. Pero al subirme a la moto, no arrancaba. Maldije en voz baja, ante su atenta mirada y su silencio. Tras varios intentos sin éxito, se subió a su moto, y antes de ponerse el casco, me ordenó que subiera, que me acercaría al pueblo. Me jodía dejar allí mi moto, pero ir de paquete de aquel maromo, me daba morbo.
Me puse el casco, y me agarré fuerte a su cintura. A pesar de la chupa de cuero, podría haber contado sus abdominales. Intenté no apretarme demasiado a él, pues mi erección era ya algo patente. Pero, inconscientemente, quería que la notara en su espalda. Con un movimiento que parecía sin intención, sus codos me fueron obligando a bajar mis brazos. Tampoco opuse demasiada resistencia. Mis manos llegaron a su destino. Había rozado algo que debía ser su polla. No reaccionó, con lo cual me lancé algo más descaradamente. Efectivamente, era su polla. Y era descomunal. No estaba empalmado, y era enorme. Los baches del camino de tierra, el roce de su espalda contra mi polla hinchadísima y el tacto de aquella maravilla me pusieron a más revoluciones que su moto.
A pesar de que el tío debió dar algún rodeo, no tardamos en llegar a la entrada del pueblo. Allí paró la moto y me ordenó que me bajara. Obedecí, y me le quedé mirando sin saber qué decir. Dentro de su casco, sus ojos azules me miraban de una forma extraña, y sus labios dibujaban una sonrisa maligna. Hasta otra, fue lo que oí antes de que el estruendo de la moto llenara la noche. Caminé hasta la casilla, pero tuve que entrar directo al baño, y desahogarme. Hacía mucho que no me corría así, pajeándome.
Unos días después, mi primo me comentó que aquel extraño tipo era nuevo en el pueblo. Parecía ser que cuidaba de la finca. Era extranjero, por el acento, pero nadie sabía nada concreto sobre él.
El fin de semana siguiente, fuimos invitados a una fiesta. Era en la casa recién construida por uno de esos del pueblo que, hace años emigró a Madrid, y tras hacer dinero, volvía al pueblo en vacaciones. Y su hijo, de nuestra edad, quería conocer gente. La casa era enorme, y la piscina tentadora con aquel calor abrasador. Me presentaron a los asistentes, y por fin logré pillarme una cerveza y tumbarme en una hamaca a la sombra.
Medio adormilado, me despertó el sonido potente de una moto. De reojo, vi que el anfitrión se dirigía a la puerta, y estrechaba la mano a dos rezagados invitados. Mi sorpresa fue mayúscula al comprobar que era el tío de la otra noche, acompañado de un chaval algo más joven, y tremendamente hermoso. Eran como la noche y el día. Uno rubio, de piel blanca y ojos azules, y el otro con rasgos iberoamericanos, de piel oscura, casi mulato. Y, sin cortarse en nada, se mostraban bastante cariñosos. ¿Sería su novio? ¿En el pueblo? Sorprendentemente, sentí el cosquilleo de los celos. Acompañando al cosquilleo en la entrepierna. Me levanté a por otra cerveza, al lado de donde charlaban los tres.
Hombre, Alex, te presento a dos amigos que también son nuevos en el pueblo como yo, me dijo el anfitrión, al acercarme. Son Lucas, y su sobrino Kelvin. ¿Su sobrino?, pensé extrañado, mientras les daba un apretón de manos. La verdad es que mi nombre no es Lucas, dijo con su voz fuerte y varonil, pero es lo más parecido a como se pronuncia mi nombre en mi idioma. Agradeció la invitación a la fiesta y se alejó a servirse algo de la mesa, ignorándome por completo. El tal Kelvin, observó divertido mi expresión, y le siguió.
Tras la comida, a base de picotear de todo, en especial un excelente jamón, y tragar abundante Cruzcampo, los invitados fueron desapareciendo para ejercer el sanísimo y patriótico deporte de la siesta. Yo preferí quedarme sentado en el borde de la piscina, con los pies metidos en el agua caldosa de la piscina, en uno de los rincones que quedaban ocultos tras unas palmeras. No dejaba de pensar en lo sucedido en la moto, y en porqué el tal Lucas, o como se llamase, hacía como que no me conocía. ¿Su sobrino? Una mierda, seguro que se lo tiraba, el muy cabrón. Pero, bueno, y a mí, ¿qué más me daba?
¿Te importa que te haga compañía? La pregunta me sacó de mi ensimismamiento de golpe. Era Kelvin. Con un bañador tipo slip de color azul claro, estaba sentado en el borde de la piscina a mi lado. Durante los segundos que tardé en reaccionar y contestarle educadamente, pude apreciar la perfección de las formas de aquel cuerpo moreno. No tenía un gramo de grasa, y marcaba cada uno de sus fuertes músculos.
Tras un minuto de tenso silencio, rompió el hielo preguntándome de dónde era, qué me traía por allí, y la conversación derivó a vaguedades como el calor o la cerveza. Con poca sutileza, le pregunté dónde estaba su tío, poniendo un cierto retintín en la última palabra. Pareció no percatarse de mi ironía, y me contestó que creía que dormía. Aproveché y, quizás desinhibido por tanta cerveza, le pregunté si Lucas tenía pareja. Dije pareja intencionadamente, y no novia, para ver su reacción. Kelvin sonrió de una manera especial, traviesa. Bueno, no realmente, me contestó.
Con ese cuerpo, podrá tener a quien quiera, me lancé ya descaradamente.
Sí, y lo hace, me contestó.
Tiene suerte, agregué. No, me contestó. La tienes tú. Le miré, confundido y le pregunté a qué se refería.
Le gustas, me susurró, acercando sus carnosos labios a mi oreja. Y sin ningún recato, puso su mano sobre mi paquete, acariciándome la polla. Yo me sobresalté, mirando a todos lados, por si nos observaba alguien.
Le gustas porque eres un esclavo obediente y vicioso, me dijo mientras seguía acariciando mi polla a través del bañador, a pesar de que yo intentaba, no muy convincentemente, de apartarla. Yo me quedé sin habla, alucinado con lo que estaba pasando.
Estás muy excitado, seguro que quieres correrte, ¿verdad, esclavo? Creo que murmuré una afirmación. Que aquel tío me estuviera metiendo mano en un lugar en el que nos podían ver, y que me llamara esclavo me tenía al límite.
Pues aún no puedes. Tienes que ganártelo, perro. No te toques hasta nueva orden. Lo que yo he empezado, sólo yo puedo terminarlo. ¿Está claro? Sí, señor, murmuré. Con una rapidez de atleta, se levantó y se alejó como si nada hubiera pasado.
Esperé un poco para ver si se me bajaba el calentón, pero al no conseguirlo, opté por ponerme la camiseta alrededor de la cintura y beber más cerveza. Al dirigirme hacia el arcón del hielo, allí estaba Lucas. Con su bañador tipo boxer, con colores de camuflaje urbano, estaba impresionante. Su cuerpo era simplemente perfecto. Proporcionados a sus probables dos metros de altura, sus músculos brillaban al sol por su sudor. Me miraba fijamente. Con frialdad, casi con desprecio. Al agacharme para buscar una botella del fondo, y por tanto más fría, pude comprobar el tamaño de sus pies. Eran enorme, blancos como la nieve, de dedos largos y cuidados. Tras sacar tres cocacolas seguidas, tuve que concentrarme y meter prácticamente la cabeza en el arcón para sacar una cerveza. Y al sacarla, cuando iba a preguntarle a Lucas si quería algo, ya no estaba. Me la bebí de un trago. Y seguía empalmado.
Poco a poco la gente volvió a aparecer por la piscina. Mis primos aparecieron, con un grupo de amigos. Me uní a ellos, y seguimos comiendo y bebiendo. Aunque yo seguía distraído pensando en lo que me acababa de ocurrir. Decidí dejarles, y con la excusa de despejarme, me fui a dar un paseo por los alrededores de la finca. Me senté entre unos olivos, y cerré los ojos.
No lo pienses tanto, sabes que te gusta. Era la voz suave y con acento caribeño de Kelvin. Estaba de pie, a mi lado. Se me había acercado sin hacer el más mínimo ruido. Me miraba desde arriba; yo me sentía minúsculo, esclavo, poseído. Acarició mi mejilla con sus manos tiernas y suaves y, lentamente me fue guiando para que me pusiera de pie. Me empujó levemente, haciendo que me apoyara en el árbol.
Acercó su boca a la mía lentamente. Yo estaba nervioso, ansioso. Sus labios estaban ya a escasos centímetros de los míos, podía sentir su respiración sobre mi boca. Entreabrí los labios esperando un beso que parecía no llegar nunca. Su lengua rozó mis labios, pero se alejó antes de que yo pudiese reaccionar. Me miraba con malicia seductora.
Por fin, sus labios me besaron. Era un beso diferente a todos los que había recibido. Era suave, tierno, seductor, dominante. Sus manos recorrían mi cuerpo explorándolo. Yo intente hacer lo mismo, pero él, sin dejar de besarme, me lo impidió. Con su mano izquierda agarró mis manos fuertemente y las puso sobre mi cabeza, cruzándolas a la altura de mis muñecas. Con su otra mano me tocaba el pecho, la deslizó por mi cintura hasta la polla, me pellizcó el culo, y sus uñas hacían presión sobre mi piel. Su lengua recorría mi cuello, mientras me sacaba la polla. Su cabeza empezó a bajar por mi pecho, sin dejar de lamer cada centímetro de mi piel a su paso. Hasta que llegó a mi entrepierna. Yo mantenía mis manos, temblorosas, en la posición en las que él me las puso. Me quitó el bañador, lanzándolo a un lado. Me dio la vuelta, y me puso de cara contra el olivo. Y empezó a lamerme el culo. Abrí mis piernas lo más que pude, para darle mayor facilidad. Mientras su lengua seguía llevándome al máximo placer, sus dedos penetraban y dilataban lentamente mi agujero. Sentía las puntas de sus dedos tocar mi interior, mientras frotaba puntos dentro de mi culo que me llevaban de cero a mil en un segundo. Yo contenía las ganas de gritar para no ser descubiertos. Me mordía los labios hasta sentir el sabor de la sangre, e intentaba ahogar los gemidos que me estaba provocando.
Los expertos movimientos de su mano agarrando mi polla se hacían cada vez más rápidos, y junto con las continuas y cada vez más profundas penetraciones de sus dedos en mi culo provocaron que mi orgasmo no se hiciera esperar. Mi cuerpo no pudo contener más placer, y empecé a correrme. Un profundo gemido de alivio y satisfacción fue el último sonido que emití, antes de derrumbarme, de rodillas en el suelo. El chico se puso de pie, me hizo girar el cuello y me besó con fuerza, llenando mis labios con el sabor de su boca y su dulce saliva. Se apartó de mí dejándome jadeante, satisfecho pero con necesidad imperiosa de más. Ni siquiera se despidió. Cuando volví a abrir los ojos, había desaparecido.
Cuando pude recuperarme, ya estaba empezando a caer la noche. Volví, y, al verme, mis primos me invitaron a acompañarles, junto con sus amigos, a tomar una copita al pueblo de al lado. Justo en ese momento oí el ruido de una moto alejarse. Seguro que eran ellos. Decidí aceptar. Tras un par de cervezas más, acabamos todos rendidos tumbados en la cama.
A media noche, me desperté sobresaltado. Mi cuerpo temblaba. Me sentía observado. Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, pude ver las cortinas moviéndose lentamente por la brisa caliente que entraba por la ventana abierta. ¿No la había cerrado? Y, provocándome un susto y un escalofrío, advertí una silueta de pie, cerca de mi cama. ¡Era Lucas! Un susurro tan suave que me hizo dudar si realmente la voz sonaba sólo dentro de mi cabeza, me ordenó que me pusiera de rodillas, y no hiciera ningún ruido. Obedecí al momento. Acercó su mano izquierda a mi cara, y la besé devotamente. Me pareció ver relucir su sonrisa en la oscuridad.
Bien. Desnúdate y túmbate boca abajo, me ordenó el mismo susurro. Hundí mi cabeza en la almohada mientras empezaba a sentir cómo un dedo tras otro abrían lentamente mi culo. Entraban fácilmente. Cuando entró el tercero, comenzó el dolor. Y con el cuarto, los sudores. No pensaba moverme. Deseaba tenerle cerca, aunque eso supusiera dolor. De golpe, los sacó. Me volví y comprobé que se estaba sacando su polla. No llegué a verla. Pero sentí su calor en el agujero de mi culo. Me la restregaba, me azotaba con ella. No pude evitarlo, y le supliqué que me follara ya.
¿Te di permiso para hablar?, me preguntó. Murmuré una negación. Y antes de poder agregar una disculpa, se la guardó, se alejó hacia la ventana, y me ordenó que a la siguiente noche fuera a la casa al pie del castillo, a las 12 de la noche. Y desapareció.
Al despertar por la mañana, no estaba seguro de si lo había soñado, o había sido real. Pero al verme desnudo sobre la cama, tuve la respuesta. El día siguiente pasó lentamente. A las 11 de la noche me acosté, alegando tener aún resaca de la fiesta, y salí por la ventana. La altura era considerable, y me costó bastante no abrirme la cabeza en el intento. A la carrera, llegué a la casa que me había dicho a las 12 en punto.
En cuanto llamé a la puerta, ésta se abrió. Él estaba dentro, vestido únicamente con un pantalón que parecía de cuero negro, ajustado como si formara parte de su piel. Me ordenó que le siguiera hasta el baño. Apoyando sus manos en mis hombros me hizo arrodillarme, y se empezó a duchar, lentamente, recreándose en su polla y su culo. Al salir, me lanzó una toalla, y pude secarle sus pies. El resto no me lo permitió. Cuando terminó me indicó que volviéramos al salón.
Allí nos esperaban Kelvin y un chico de piel completamente negra, hermoso, fuerte. Ambos desnudos. Lucas se sentó en un sillón, mientras los otros dos me desnudaban. Kelvin me recordó, susurrándomelo al oído, que no tenía permiso para correrme. Me pusieron unas esposas, y con una cadena, las engancharon a una argolla del techo. Quedé de puntillas, con los brazos estirados, frente a Lucas, que nos observaba impasible.
El negrito me colocó una fusta en la boca, para que la mordiera, mientras le daba otra a Kelvin, que no tardó en probarla en mi espalda y culo. Tanto Kelvin, como el negrito se turnaron en dos tandas de veinte azotes que, sin llegar a ser insoportables, lograron arrancarme varias lágrimas. Pero ni un solo grito.
El negrito, al que Lucas llamó Obiri, me desató del techo, mientras yo pude apreciar sus musculosos brazos junto a mi cara. De buena gana los hubiera lamido, pero decidí hacer sólo y todo lo que me ordenaran.
Como a un muñeco, con una fuerza sorprendente me colocaron sobre una mesa. Mi pecho presionado contra ella, y mis rodillas cada una en una silla, ofreciendo mi culo a escasos centímetros de Lucas. Obiri se puso delante de mí, y me metió su deliciosa y gruesa polla hasta la garganta, bombeando sin hacer caso de mis arcadas. Mientras tanto, los dedos de Kelvin volvían a visitar el interior de mi culo. Cuando ya tenía cuatro dentro, dolorosamente, salieron, y sentí algo duro y frío en la entrada de mi agujero. Al mismo tiempo, el pie derecho de Lucas acariciaba mi muslo, acercándose a mi culo. Y al llegar a éste, empezó a presionar el dildo que comprendí que estaba dilatando mi culo. Con la fuerza de su hermoso pie, logró metérmelo hasta el fondo. Obiri lo agradeció pues con mis intentos de gemir de dolor provoqué que su pollón se endureciera aún más.
Lucas golpeaba el dildo con su pie, provocándome oleadas de placer y dolor, mientras Obiri y Kelvin se turnaban en follar mi garganta. Hasta que, sin hablar, pero al unísono, pararon, y me pusieron de pie. Me arrastraron hasta otra habitación, iluminada con velas, y pintada de negro totalmente. En una pared había una cruz, enorme. Me pusieron de cara a ella, y me ataron las manos a sus travesaños, y los pies, juntos, a la base. De un solo golpe, me sacaron el dildo. Pero mi culo no tuvo descanso. Aprovechando la dilatación de mi agujero, la enorme polla de Lucas se abrió paso, dolorosamente, hasta donde nunca había llegado nadie. Nunca había sentido un dolor tan intenso, tan concentrado en una sola parte de mi cuerpo. No me desplomé porque estaba atado. Me sentía morir, pero deseaba que no acabara nunca. En cuanto toda su polla estuvo dentro de mí, comenzó su retirada. La sacó del todo, y volvió a empezar. Luego, lentamente, me empezó a follar. El dolor se convirtió en placer. Se mezclaron. Y, igual que el dolor que me había provocado al entrar había sido inmenso, el placer que me provocaba al follarme era de la misma intensidad. Lucas empezó a hablar, pero su voz sonaba gutural, profunda.
ESTO NO ES UN JUEGO. PIENSA BIEN CUALES SON TUS SENTIMIENTOS Y TUS DESEOS. ESTO NO TIENE MARCHA ATRÁS. TÚ LO QUISISTE. TÚ ME LLAMASTE, TÚ ME INVOCASTE AQUELLA NOCHE, Y AQUÍ ESTOY.
¡Dios!, exclamé, mientras un sudor frío recorría mi espalda, y el terror hacía que mi voz temblara.
NO, PERO CASI ACIERTAS, dijo Lucas, antes de soltar una carcajada.
¿QUÉ ESPERABAS? ¿UN MACHO CABRÍO? ¿UN SER DEFORME DE COLOR ROJO, CON CUERNOS Y TRIDENTE? ¿ESO TE ENSEÑARON LOS CURAS EN EL COLEGIO? YO SOY EL ANGEL MÁS HERMOSO JAMÁS CREADO. NO DEBERÍAS HACER CASO DE MIS ENEMIGOS.
Mientras tanto, yo seguía empalado contra aquella cruz. No sé si me lo causaba el terror, pero me parecía sentir que aquella polla crecía aún más. El placer volvía a ser dolor.
NO PUEDO OBLIGARTE A NADA, DEBES ELEGIR LIBREMENTE. SON LAS REGLAS. PERO SI ACCEDES A SOMETERTE A MI, TE GARANTIZO DOLOR Y PLACER SIN LIMITES EL RESTO DE TU VIDA. ¿QUÉ DICES?
Con las pocas fuerzas que me quedaban, le rogué que me permitiera ser su esclavo. A mi lado, Kelvin sonrió y empezó a desatarme. La inmensa polla de Lucas empezó a abandonar mi culo, creando un terrible vacío en mi interior. ¿Qué debo hacer, Señor?, pregunté, arrodillándome ante Lucas, sobre una estrella de cinco puntas dentro de un círculo, dibujada en el suelo.
SÓLO TIENES QUE SUPLICARME SER MI ESCLAVO ETERNO, Y BEBER DE MI.
Bajé la cabeza, besé sus pies con devoción, e improvisé una súplica que salió de lo más profundo de mi ser. Lucas sonrió, me acarició, y me metió su polla hasta la garganta. Tras un par de segundos, sentí que inundaba mi boca, mi garganta, y seguramente mi estómago con un líquido espeso, tibio y salado. Tragué sin dejar escapar una sola gota.
BIENVENIDO AL INFIERNO, ESCLAVO.