Rompiendo Tópicos: Soldados/Militares

Revisión de los Mitos y Tópicos del imaginario gay. En esta ocasión, sexo entre soldados, morbo de uniforme, sudor en las trincheras...

El militar y el soldado más tópicos son machos increíblemente viriles, normalmente velludos en exceso, preferiblemente morenos y con el pelo rapado o muy corto. Están muy cachas y sus brazos y sus piernas son anchas, duras. Gusta que lleven puesto el uniforme y las botas reglamentarias: cuero, dominación, siempre hay alguien que las chupa por orden de un superior. Estos personajes suelen sentirse encerrados en un ambiente terriblemente represivo (sin mujeres, sin sexo con mujeres), y sólo encuentran una forma de escapar de tanta represión: follando entre ellos. El protagonista acostumbra a ser un poco pardillo, y de ahí que se vea sometido a la dominación por parte de alguno de sus compañeros chusqueros del cuartel. Se estilan también las orgías grupales, centrándose casi siempre en la humillación constante de alguno de los miembros.

Generalmente, se trata de escenas rudas y cargadas de violencia, siempre latente en ellas el poder y la dominación a través de la fuerza bruta. Los espacios en los que suelen desarrollarse estas escenas castrenses son básicamente tres: en la humedad y el vapor de duchas comunitarias, entre literas, y/ó en el despacho de algún alto mando gordo y vicioso.

..........

DIARIO DE GUERRA. ( Sábado, 7 de Julio / 04.27 h )

Empezamos a sospechar que nunca vamos a salir de este lugar. Yo no quiero perder la esperanza, pero cada hora que pasa se me hace más cuesta arriba.

Es por ello que he decidido dejar este testimonio (escrito) de lo poco o nada que sucede a nuestro alrededor desde que estamos aquí encerrados. Escribe esto el sargento Fito Baena, único superviviente, junto al cabo Toni Palermo, de la terrible emboscada que sufrimos hace dos días por parte de la milicia comandada por Santiago Matamala. Todos nuestros compañeros cayeron durante el ataque, y sólo el cabo y yo logramos sobrevivir. Recogerle de entre aquella montaña de cascotes y desperdicios apestosos, fue una de esas cosas que te dan fuerzas para seguir adelante.

Ahora el cabo Palermo duerme. Desde que arrastré su cuerpo hasta este sótano tenebroso, se ha pasado casi todo el tiempo inconsciente, sumido en una especie de estado febril del que parece que se va recuperando lentamente. La fiebre le sube y le baja sin ningún tipo de control, y sus delirios han ido en aumento desde ayer. Ahora ya no temo por su vida, estoy seguro de que será capaz de aguantar hasta que lleguen las Fuerzas de Rescate. Es un soldado fuerte, uno de los mejores que tenía en mi compañía... Mierda, hablo de él como si no estuviera vivo. También a mí me está afectando este encierro.

Puede que sea por eso que he sentido la necesidad de empezar a escribir estas líneas. Necesito un desahogo para no perder la cordura. Ahora está todo en calma ahí arriba. Hace ya un par de horas que no se escuchan disparos ni morteros, y creo que es el momento de que suba a buscar más víveres. El agua es un bien escaso y necesario para nuestra supervivencia, y aunque la casa está totalmente derruida por las bombas, hay al menos un grifo del que sigue saliendo ese líquido tan preciado.

Voy a subir, antes de que amanezca.

..........

( Sábado, 7 de Julio / 06.18 h )

Es curioso el poco valor que le damos al poder de comunicarse. He pasado las dos últimas horas, mientras recogía víveres de entre las ruinas, deseando volver al refugio para poder escribir de nuevo. No sé quién leerá esto, pero empieza a darme igual. Siento que tengo la necesidad de desahogarme, y eso es lo que pienso hacer.

El cabo sigue tendido en el suelo, cubierto por las sábanas más limpias que fui capaz de encontrar anteayer. Aquí el tiempo es tan variable que es difícil no tener frío o calor a cada momento. Por las noches baja mucho la temperatura, y durante el día hace un calor asfixiante. Esta especie de búnker tiene apenas un resquicio para la ventilación (el hueco por el que me cuelo cuando voy en busca de provisiones), lo que lo convierte casi en un horno durante el día. Palermo sudaba cuando he vuelto de mi expedición. Cuando he ido a destaparle, ha abierto un instante los ojos y me ha dicho que tenía frío, así que le he vuelto a tapar. Me preocupa no ser capaz de darle los cuidados que necesita.

Ahora me está mirando. Supongo que le extraña verme aquí sentado; se estará preguntando qué coño estoy escribiendo, y para quién. Él tiene menos esperanzas que yo de que esto acabe bien para nosotros. Trato de insuflarle ánimos cuando empieza a lamentarse, cuando delira y dice que hubiera preferido morir en combate que fallecer de un modo agónico aquí dentro.

Tal vez quiera beber agua.

..........

( Sábado, 7 de Julio / 07.43 h )

Qué lastima que Palermo haya vuelto a caer rendido a causa de la fiebre.

Mi relación con el cabo siempre ha sido muy distante. Le he tratado, desde que nos conocemos, con la misma dureza con la que me trató a mí el teniente-coronel Taboada. Esa fue la mayor lección que aquel cabrón me pudo enseñar: "Nunca dejes de darle caña a aquel soldado al que le confiarías tu vida". Tuve que tomar esa frase como un halago, pero no me hizo olvidar los siete años de puteo constante al que me sometió hasta ser ascendido a sargento. Y desde que tuve bajo mi mando al recluta Toni Palermo, supe que repetiría con él todo aquello que tanto desprecio me hizo sentir por Taboada. Porque me di cuenta de que él era el soldado al que le confiaría mi vida. No sé muy bien por qué, nunca me he preguntado las razones de esa certeza. Se supone que en el ejército somos un equipo, que todos estamos dispuestos a morir por cualquiera de nuestros compañeros, pero eso no quita que siempre haya alguien especial. ¿Y qué tiene Palermo de especial?

Eso es lo que yo me pregunto, mientras en el interior de este búnker lo único que se oye es su respiración pausada y el rasgueo del bolígrafo sobre el papel. Su respiración es bastante profunda, tanto que puedo ver desde aquí cómo la sábana sube y bajo por el movimiento de su pecho. Se le ve tan indefenso... Recuerdo que le estuve abrazando durante más de una hora, cuando llegamos aquí antes de ayer. Estaba casi llorando, asustado como un niño chico. No hacía más que repetir que íbamos a morir, que le pegara un tiro. Yo le abracé, acunándole como a un bebé asustado. Un bebé grande y fuerte, pero lleno de pánico. Y lo hice hasta que perdió el sentido entre mis brazos.

Entonces le tumbé sobre unos cartones, que aunque no eran mullidos, al menos le protegerían del frío del suelo. He de reconocer que me sentí un poco perdido. Supongo que habían hecho mella en mí tantos años de considerarle el soldado al que le confiaría mi vida. Si le perdía a él, si Palermo hubiera muerto, dudo que estuviera ahora aquí escribiendo esto. No lo hubiera soportado.

Me ha gustado charlar un rato con él, como si fuéramos dos colegas. Después, cuando ha vuelto a caer inconsciente, he sentido un impulso, y como aquí no hay nadie que nos de órdenes, que nos diga lo que tenemos que hacer, lo que podemos y no podemos permitirnos, pues he seguido ese impulso.

Su respiración era tan tranquila, y mi corazón estaba tan acelerado, que he decidido intentar contagiarme un poco de su calma. Me he tumbado junto a él. El cabo no se ha dado cuenta de mi presencia. Apenas cabía mi cuepro ladeado sobre los cartones, y el suelo está demasiado frío, pese a que el ambiente en este agujero parece empezar a caldearse con los primeros rayos de Sol de esta nueva mañana. Uf, es nuestro tercer amanecer aquí metidos, y yo apenas he sido capaz de conciliar el sueño en casi tres días. He sido entrenado para ello, pero no sé cuánto más aguantaré. Mi mente se está empezando a llenar de extrañas ideas.

Creo que por eso me he tumbado junto a Toni. Qué raro se me hace escribir su nombre de pila. Siempre ha sido el soldado Palermo, el recluta Palermo, el cabo Palermo, ó Palermo a secas. Si no estoy perdiendo la memoria, creo que es la primera vez en cinco años que me refiero a él por su nombre de pila. Es raro. O tal vez no. Quién puede decir lo que es raro, y lo que no lo es, en estas circunstancias tan extremas que estamos viviendo. En cualquier otra situación, yo nunca me hubiera tumbado junto al cuerpo casi inerte de uno de mis chicos. Pero es que Toni parecía estar tan relajado...

He levantado las sábanas, y me he acurrucado junto a su cuerpo. No pretendía dormir. Sólo sentir un poco de ese calor humano que desprende. Le he secado el sudor de la frente con la palma de mi mano, y también le he acariciado la cara. Luego he dejado caer mi brazo sobre su pecho, apoyando la cabeza en su hombro. Ni siquiera ha suspirado.

Qué estúpido es a veces el funcionamiento de nuestro cerebro. A los pocos minutos de estar ahí junto a mi compañero, acompasando mi respiración a la suya, sintiéndole más cerca que nunca, ha empezado a asaltarme ese pudor irracional tan inservible como difícil de vencer.

Me he levantado enseguida, y he decidio venir a escribir, como si estas líneas hicieran las veces de confesionario, y tú, lector ó lectora, seas quien seas, cumplieras la función de personaje redentor.

Necesito que Toni despierte pronto. Me siento muy solo cuando duerme.

..........

( Sábado, 7 de Julio / 09.09 h )

Por arriba está todo en orden. Se oyen voces lejanas, y el humo de los últimos bombardeos aún no ha escampado del todo, pero no parece que estemos en peligro por el momento. Creo que voy a tratar de descansar. Durante el día no es conveniente que me deje ver por el exterior, y me veo incapaz de aguantar otras doce horas sin dormir.

A Palermo se le ve tan relajado...

Está sudando mucho, y temo que pueda deshidratarse. Es posible que estemos a unos 30 grados aquí dentro, y eso que el Sol aún no ha alcanzado la cima. Antes de sentarme a escribir le he preguntado si tenía calor, y ha susurrado algo ininteligible. Creo que debería quitarle algo de ropa. Sí, será lo mejor.

Está demasiado abrigado...

..........

( Sábado, 7 de Julio / 18.18 h )

En estos momentos daría lo que fuera por una buena taza de café con hielo. He dormido casi cinco horas, pero Toni me ha despertado con sus movimientos. Ni siquiera ha preguntado por su ropa. "Tengo la boca seca y pringosa", ha susurrado...

Ahora vuelve a dormir.

El aire está completamente viciado aquí dentro. La ranura por la que me cuelo para entrar y salir es demasiado pequeña para renovar el aire del interior del búnker. Y tampoco hace fuera una corriente que ayude al proceso de ventilación. Estoy deseando que anochezca para poder salir a respirar un poco de frescor, aunque huela a pólvora quemada.

¿Es posible que haya sido la falta de oxígeno lo que me ha llevado a actuar de un modo completamente inadecuado con Palermo? Ahora mi mente está algo más lúcida que antes de tumbarme a descansar las cerca de cinco horas que he dormido, pero sólo deseo que Toni no haya sido consciente de nada de lo que he hecho, provocado por la falta de aire puro que respirar.

Pero vayamos por partes y retrocedamos a cuando he escrito esta mañana que era conveniente desabrigar el cuerpo del cabo Palermo a causa de su excesiva sudoración. Pues bien, tal y como lo he pensado, lo he hecho. Yo ya me había quitado antes la camisa verde caqui del uniforme, incluso los pantalones. Por la noche me los había puesto, porque ya he comentado que bajan mucho las temperaturas, pero a las nueve de la mañana, el bochorno aquí dentro es impresionante. Yo iba como ahora, con una camiseta de tirantes verde, y la ropa interior del mismo color. Eso forma parte de nuestro vestuario reglamentario.

He caminado hasta los cartones y me he arrodillado junto a Palermo. He corrido las sábanas hacia abajo, y he empezado por quitarle las botas de cuero. Me he sentido un poco tonto por no haberlo pensado antes. Teniendo en cuenta que no se iba a levantar, era absurdo llevar puestas esas botas que impiden circular la sangre con fluidez. He desabrochado los cordones hasta sacarlos de los agujeros, pues enseguida me he dado cuenta de que tenía los tobillos hinchados. ¡Qué idiota e inútil me he sentido entonces!

Le he arremangado los bajos del pantalón militar hasta casi las rodillas, y entonces he sacado las pesadas botas. Primero una y después la otra. Uff, de ahí dentro ha salido una bocanada de aroma intenso y mareante. Un olor más viciado aún que el del tenebroso agujero en el que estamos. Creo que ha sido el efecto de esa esencia casi pútrida lo que me ha acabado de trastornar. La peste de aquel cuero reconcentrado en sudor durante casi cuatro días, ha sido el pistoletazo de salida para que mi mente empezara a perder la cordura.

He entornado los ojos, y me he dejado embriagar por aquella pestilencia. No contento con eso, mis manos han actuado por su cuenta, y pronto me he visto olisqueando el interior de aquellas botas negras llenas de fango. Dios, qué asco más intenso he sentido, pero qué incapaz me he visto de no desear hundir aún más mis fosas nasales en aquella inmunda fragancia de queso revenido. Creí que estaba enloqueciendo. Por un momento, incluso he pensado en alejarme de allí y sentarme a escribir sobre cualquier cosa, tratar de olvidar aquel comportamiento tan inaceptable.

He supuesto que si el cabo Palermo estuviera despierto y me viera haciendo aquella guarrada, olfateando sus botas sudadas como un perro cachondo, a buen seguro que me pisaría la cabeza con esas mismas botas. Por eso, porque me he imaginado lo que querría hacerme si estuviera consciente, he empezado a autogolpearme en el estómago con la puntera enfangada de las botas. En mi camiseta de tirantes verde enseguida se han empezado a adherir trozos de barro reseco. Me he alejado un poco del cuerpo de Palermo, y me he tumbado boca arriba en aquel suelo frío y repugnante. Con los pies plantados en el suelo, y las piernas ligeramente abiertas, he colocado una de las botas sobre mi paquete enfundado en el slip verde caqui.

Mis ojos seguían cerrados; con ambas manos he ejercido toda la presión que he sido capaz para simular que el cabo me clavaba la puntera y la suela de la bota en los cojones. Quería sentir dolor, inflingirme el daño que merecía por ser tan depravado. He imaginado que Toni quería vengarse de mí por todo lo que le había puteado durante cinco años, y de esa forma he seguido ejerciendo tanta fuerza con mis manos, que un huevo se me ha montado, y he lanzado un gemido de dolor... ¡Maldito anormal desviado!, me he dicho a mí mismo, retorciéndome con aquel cuero duro y sucio metido entre las piernas.

Claro que se me ha puesto un poco dura... Eso ha sido lo peor, que me he visto tan rebajado y autohumillado, que he empezado a ponerme cachondo. Me he dado la vuelta por completo, con mi verga inflada bajo el calzoncillo y montada aún sobre la bota. He estirado el brazo para coger la otra, y he apoyado una mejilla en el suelo frío repleto de gravilla y restos de diminutos cascotes afilados como agujas. Ni siquiera me he parado a pensar en la cantidad de bacterias, barro y mierda que tendría aquella suela. La he colocado sobre la mejilla que quedaba hacia arriba, y he repetido el proceso de hacer fuerza.

He empezado a mover la cara para sentir los cortes y rasguños contra el suelo. No contento con eso, me he golpeado cada vez con más fuerza la mejilla superior, sintiendo las piedrecitas marrones dándose contra mi nariz y mis labios. Al mismo tiempo, he ido moviendo las caderas como si pretendiera follarme la bota que tenía entre las piernas. Soy incapaz de recordar en qué pensaba mientras hacía todo eso. Sólo sé que tenía una increíble necesidad de autolesionarme, de castigarme por cerdo, por haber olisqueado aquellas sucias y apestosas botas de uno de mis soldados.

Tampoco recuerdo exactamente cuánto tiempo he estado en esa posición, pegándome con aquella dura suela. Tras esa especie de extásis, me he visto tirado de nuevo boca arriba, sudando, dolorido por los golpes y humedecido por la sangre que manaba de los rasguños de mi mejilla, y también de mi nariz, supongo que por haberla golpeado demasiado fuerte con la puntera de cuero. Al pasarme la mano por la cara ardiente, he sentido un escozor intenso; mi mano ha aparecido pintada con varias líneas de un rojo bastante intenso. Me he sentido completamente loco, culpando de ello a la falta de oxígeno, a una pérdida momentánea de la cordura.

Pero luego he elevado un poco la cabeza, sólo para comprobar que el cabo Palermo no había presenciado ninguno de mis desvaríos, y me he dado cuenta de que no se trataba de locura transitoria, si no de deseo reprimido. Sí. Ese ha sido mi autodiagnóstico.

Y es que esta mañana, después de fustigarme, al observar el cuerpo destapado de Toni, me di cuenta de que aquel arranque de ira nacía de un deseo latente en mí. No supe calcular si a raíz de nuestro encierro y su inconsciencia, o si ya venía de mucho antes.

El caso es que me incorporé costosamente, y busqué la cara interior de mi camisa, la parte más limpia que encontré, para secarme con ella la sangre. Luego volví a arrodillarme junto a los cartones, esta vez a los pies de Toni. No me sentí mal por cogerle de un tobillo y plantar mi nariz en la planta de sus pies. Sus calcetines verdes estaban empapados en sudor y no olían precisamente bien, pero me encantó acariciarlos con la punta de mi nariz. Luego le quité esa olorosa prenda y me deleité en sentir el contacto calloso de aquel agrietado empeine. ¡Era fantástico no sentirme mal por hacer aquello! Sólo era una caricia afectuosa, una especie de disculpa por no haberle quitado antes las opresivas botas.

Le quité el otro calcetín y elevé los dos pies, plantándolos sobre cada una de mis mejillas. No le quitaba ojo a Palermo, no fuera a ser que se despertara. Aunque estaba claro que nada de lo que yo había fantaseado minutos antes se haría realidad mientras él estuviera tan débil. Viendo las manchitas de sangre que dejé en su pie derecho, empecé a lamerlo como una gatita lamería a su cachorro. ¡Qué sabor más asqueroso y rancio, pero qué excitación más intensa me ha invadido!

Después volví a dejar caer sus tobillos sobre los cartones, caminé a cuatro patas por encima del cuerpo de Palermo, y llegué hasta su cinturón. ¿Por qué cojones no había pensado antes en desahogar la presión de éste sobre su cintura? Nuevo sentimiento de culpa, y más necesidad de redención, pero me ha bastado con decirle "Lo siento". Aunque puede que sólo lo haya pensado, mientras descorría la hebilla del cinturón. Bajé la cremallera y empecé a tirar de los pantalones embarrados hacia abajo, arrastrándome como un perro hasta sacárselos por los pies. Luego volví a avanzar, resbalando mis rodillas en contacto con sus piernas y más arriba, sus muslos. Empecé a desabrochar la camisa del uniforme, sintiendo bajo mi trasero la protuberancia que el cabo alberga entre las piernas.

Yo era consciente de que aquella era una situación absolutamente inaceptable entre dos soldados de élite como nosotros, ¿pero quién lo iba a saber? Mientras bajaba botón a botón, mis caderas han empezado a forzar una especie de suave cabalgadura sobre aquella montaña de carne enfundada en su slip verde caqui. Si Palermo hubiera abierto los ojos en ese mismo instante, me hubiera cazado intentando montarle como a un semental adormilado. Le saqué la camisa con cierta dificultad, luego levanté la camiseta, y traté de hacer lo mismo. Con cada movimiento, era más y más notoria la fricción de nuestros calzoncillos militares, su polla creciendo contra mis nalgas. Sí, creciendo, empalmándose en su inconsciencia.

Podría acusar a Toni de no haber sido capaz de resistirse al efecto de aquella fricción. Eso era un claro síntoma de debilidad por su parte... Cuando su cabeza volvió a reposar sobre los cartones, aquel torso se hizo para mí demasiado excitante. ¿Cuántos habría visto a lo largo de mis muchos años en el ejército? Centenares de torsos masculinos desnudos, pero ninguno como aquel, tan real y cercano, tan al alcance de mis más depravadas intenciones.

Deslicé mis manos como si cayera por una pendiente dura y rugosa. El pecho de este cabrón es pura carne maciza. Ahora le veo ahí desnudo y siento deseos de volver a comerle los pezones, pero antes quiero acabar con la historia. Debo explicar que me levanté para quitarme mis sudados calzoncillos, y me volví a sentar sobre los suyos. El contacto de su tela abultada entre mis nalgas fue brutalmente excitante. Las abrí incluso con mis manos, mientras me inclinaba hacia él y le lamía el sudor de la frente. Creo que deseaba secretamente que se despertase, que se le pusiera tan gordo el rabo que quisiera follarme allí mismo. Lamí su pecho, aquel vello áspero que se me pegaba a la lengua con la humedad de mi saliva. Olfateé el cavernoso sudor de su ombligo, notando que los dedos de sus pies sopesaban mis cojones inflamados.

Yo seguía desplazándome hacia abajo, hacia aquel paquete que empapé con mi lengua. Algo me decía que no siguiera adelante, que estaba a punto de cruzar una línea de no retorno, que aquello suponía propasarse con un subalterno, aprovecharme de su inconsciencia... Pero cuando noté la carne rosada de aquel glande bajo mi nariz, los escrúpulos se me volvieron tan densos como el semen que mis huevos querían descargar. Nunca antes había chupado una polla. Nunca una se había ido endureciendo entre los hilillos de mi saliva espesa. Pero este viril soldado tiene la capacidad de empalmarse al completo sin necesidad de estar despierto.

Tengo que admitirlo. Al meterme esa polla entre los labios, he sentido que había desperdiciado un montón de años por mis razonables prejuicios. ¡Qué sensación más placentera, tener en tus manos el "artefacto de poder" que te define como macho, mientras engulles el del tío que tienes enfrente! Porque eso es lo que he hecho esta mañana, engullir ese trozo de carne inflamada que ahora reposa ladeada entre las piernas del cabo Palermo. La miro y deseo volver a hacerlo, como si creyera que así quiero pasar el resto de mi vida, con el rabo de este soldado penetrando mi garganta. Pero lamentablemente para mí, suponía que esto no se volvería a repetir cuando él se recuperase.

Aún así, esta mañana fui un poco más allá. Tampoco ahora me lamento por ello, pues hice aquello que deseaba, sin importarme las consecuencias. Le quité los slips sin demasiado cuidado. Si no se había despertado con las pulsaciones de mi mamada, parecía improbable que lo hiciera ya a esas alturas. Y al pasar la prenda contra mi polla, al cepillármela incluso un poco en contacto con la tela sudada, mi mente empezó a albergar una idea muy apetecible: follarme al cabo Palermo; aprovechar su inconsciencia para darle por el culo. Primero tanteé las posibilidades de poder hacerlo. Separé ligeramente sus piernas, e interné una mano bajo el peso de sus cojones. Los noté rugosos y compactos, como si estuvieran tan cargados de leche como los míos. Proseguí con aquella exploración a tientas, hasta darme con la hendidura de su ojete, inmerso en una frondosa maraña de pelos recios.

Miré la punta de mi capullo, y me pareció que era casi imposible conseguir que penetrara en aquel agujero tan cerrado. "Pero los maricones lo hacen, así que debe haber alguna forma", pensé, mientras presionaba un poco con mi dedo corazón. Decidí probar a ensalivarlo. Cuando me lo llevé a la boca, me sorprendió aquel sabor tan extraño y desconocido. No quise darle muchas vueltas; lo llené de babas transparentes, y volví a meterlo entre sus nalgas contraídas. Tenía que lograrlo, o si no, que Palermo acabara despertando. A esas alturas ya me daba igual, así que empecé a profundizar, a adentrarme entre aquella espesura, y al final entré. Viendo que así, ensalivado, resultaba más fácil metérselo entero por el culo, lo saqué después de haber hurgado un poco en sus entrañas.

De nuevo ignoré aquel sabor a mierda tan reconocible, y me metí en la boca el índice y el corazón. Luego en su culo de nuevo, ambos dedos, queriéndole perforar, haciendo pequeños movimientos en espiral y entrando como si me diera su permiso, con gran facilidad... Ahí estaba el quid de la cuestión, lubricar y penetrar. Llegó el momento de ir más allá. Cerré sus piernas y las elevé desde las rodillas, para tratar de llevárselas al pecho. Como el cabo seguía inconsciente y su cuerpo era un peso muerto, me resultó complicado conseguir sujetar con una mano aquellas piernas contra su estómago. Lubricar y penetrar. Mucho sudor (me parecieron litros) y mucho tiempo (me parecieron horas), me llevó lograr mi objetivo. En aquella posición podía escupir directamente sobre su agujero, y evitar así el sabor a mierda de mis dedos.

Sentí que me acercaba al final de mi fantasía cuando vi cómo le salían lentamente del culo los cinco dedos marronosos de mi mano derecha. El brazo izquierdo empezaba a dolerme por tanto rato soportando la presión de sus piernas, pero me sentía satisfecho. Había logrado meterle toda una mano entera por el ojete, y ahora ya no me parecía, ni mucho menos, un agujerito impenetrable. Muy al contrario, aquel boquete enrojecido no daba muestras de ir a cerrarse en breve, mientras yo restregaba mis dedos cagados contra sus nalgas. Traté de cambiar de posición. Esa postura la suponía sencilla de llevar a cabo. Me metí entre sus piernas y le apoyé los tobillos sobre mis hombros. Pesaban bastante, así que intenté que no resbalaran hacia abajo sujetándolas con una mano, mientras con la otra intentaba enderezar mi polla, morcillona y olvidada durante toda la excavación anal que le había efectuado al cabo Palermo.

Cuando la tuve bien tiesa, escupí repetidamente en la palma de mi mano izquierda hasta disponer de un buen charquito de saliva en ella. Me la unté a lo largo y ancho del cipote, haciendo especial hincapié en el glande cabezón, para que la fricción con su culo no me provocara demasiado malestar. Para mayor precaución, presioné sus piernas con más fuerza, hasta que su culo quedó completamente mirando al techo del búnker, y le lancé un par de cuantiosos escupitajos en la obertura del culo, siendo éstos inmediatamente absorbidos sin apenas derramarse. Coloqué el extremo del cimbrel en la entrada de su ojete, y descubrí que tantas precauciones habían surtido efecto. Mi sensible capullo apenas notó un suave cosquilleo mientras penetraba en el interior del culo de aquel soldado totalmente inconsciente.

Me lo follé deseando que despertara y me descubriera. Con cada brutal embestida, mi mente imaginaba una cruel venganza del cabo Palermo por lo que le estaba haciendo en ese instante. Esos pensamientos impedían que mi polla decayera ni un poquito. Con tanta lubricación, era como si me estuviera follando un coñito húmedo y bien abierto. Con la diferencia de que aquella escena me resultaba infinitamente más sucia y morbosa, mil veces más excitante.

No sé cuánto tiempo he estado dándole por el culo a Palermo, pues cada vez que notaba que me iba a correr, se la sacaba y le golpeaba los huevos con la punta de mi nabo. Después le volvía a perforar, y seguía metiéndola y sacándola a buen ritmo, mientras el sudor de la frente me resbalaba hasta la barbilla y le goteaba a él en el pecho velludo. Me he follado a uno de mis soldados, y me encanta como suena esa frase.

"Me he follado a uno de mis soldados". Me la pelaría ahora mismo, sólo leyendo esa frase.

No me he querido correr dentro, porque me apetecía incrementar aún más aquella humillación. Le he bajado las piernas, me he sentado sobre su estómago, y he empezado a masturbarme frenéticamente hasta que un lechazo increíblemente propulsado ha pasado por encima de su cabeza rapada. El resto le ha caído en la cara y en la barbilla. Luego he echado el culo hacia adelante, y me he limpiado el semen del capullo en sus labios entrecerrados. ¡Qué hijoputa más rastrero me he sentido! Viéndole allí dormido, no se me ha ocurrido otra cosa que recoger con los dedos la lefa derramada en su cara y su barbilla, y separarle un poco los labios para colarla dentro. Se la he restregado por los dientes, lo que le ha hecho abrir la boca y tragar saliva, de un modo casi inconsciente.

¡Toda dentro, soldado!

Luego me he tumbado junto a él y he dormido hasta las seis, que ha sido cuando me ha despertado pidiendo agua. "Tengo la boca seca y pringosa", ha susurrado el muy cabrón. "Eso es por todo el semen que has tragado, mariconazo", he pensado en ese instante. Con la mente lúcida tras el merecido descanso, he decidido ser un poco más justo conmigo mismo; aceptar lo que está pasando como lo que es. ¿Quién soy yo para juzgar mi propio comportamiento en una situación como la que estoy viviendo? ¿Con qué otra situación anterior de mi vida la puedo comparar para decir que estoy actuando mal? Es por eso que antes de sentarme una vez más a escribir estas líneas, me he perdonado a mí mismo por lo que le hecho esta mañana al cabo Palermo. Quién sabe si no llevaba meses, o incluso años deseando esta oportunidad.

Lástima que haya tenido que ser con él inconsciente.

Me he vuelto a masturbar cuando se ha quedado dormido, corriéndome en su pecho para poder lamerlo después. Vuelvo a estar empalmado sólo por haber rememorado esa escena en estas líneas, y he decidido que luego, cuando vuelva de mi expedición por el exterior, me lo follaré una vez más. Mientras siga inconsciente, le seguiré dando por culo cuando me apetezca.

Y si alguna vez salimos de aquí, buscaré un soldado joven y fuerte que me ayude a redimirme por todo lo que le hecho a este chaval, que me castigue del mismo modo, que me trate como el perro vicioso en el que me he convertido a causa del aire viciado de este búnker infernal.

..........

Cabo Toni Palermo:

No sé qué hora es, ni dónde se ha metido el sargento Baena, pero acabo de leer en esta libreta todo lo que ese hijo de puta me ha hecho mientras estaba inconsciente. Ahora sólo deseo que vuelva; tengo que darle a ese cerdo violador el escarmiento que merece.