Rompiendo Tópicos: Religiosos (y 2)

La sombra de la Congregación es muy alargada y el arrepentimiento es el peor enemigo de la diversión. Aunque hay una solución satisfactoria para todos y puede que los tres rubitos predicadores acaben desatándose sin complejos...

Volví al salón tras beber dos buenos vasos de agua fresquita y echar una meada interminable. Allí me encontré con una desilusionante sorpresa: los chicos habían vuelto a ponerse sus camisas y corbatas, aunque ya no estaban tan alineados como al principio. Y lo más curioso es que reinaba un silencio casi sepulcral, como si estuvieran camino del purgatorio y se preparasen para llegar bien acicalados.

-¿Qué ha pasado, chicos? ¿No me digais que ya habeis acabado? -era evidente que los tres habían dejado sus masturbaciones a medias, puede que por no comprender muy bien la finalidad de ese acto tan "impuro"; se les notaba avergonzados y puede que preocupados por las consecuencias morales de lo que habían hecho en mi salón.

-Sí, es hora de irnos -dijo Wayne algo cabizbajo.

-¿Pero por qué? Creí que lo estábamos pasando bien.

Creo que hasta algo de lástima me dio verlos tan decaídos, como si se culpasen de lo ocurrido y trataran de buscar la penitencia y el auto castigo. Yo había cometido la equivocación de suponer que estaba tratando con "profesionales", pero es que esa era la impresión que me habían dado, aceptando entrar en mi casa, sabiendo como sabían (o eso es lo que yo creía), lo que podía suceder dentro. Pensé que hasta me exigirían dinero antes de irse, y ahora me los encontraba allí de pie, vistiéndose y pidiendo perdón por existir. Les había mostrado la mitad de un camino largo y excitante, y ellos volvían ahora a oscuras, sabiendo que hubiera sido mejor no iniciar siquiera el sendero.

Con algo de culpabilidad forzosa (¡mierda, al final esos malditos cabrones habían conseguido hacerme sentir culpable y malvado!), decidí que no podía dejar que se marchasen de esa forma, alicaídos y con ganas de fustigarse como buenos pecadores... "¿Por qué os vais a ir ahora?", insistí, olvidando por completo la primera impresión que me habían dado en la puerta. Fue Wayne el que me respondió, ajustándose el nudo de la corbata:

-Tenemos que seguir con la Misión que nos han encomendado, pero le agradecemos sinceramente que nos haya prestado su atención unos minutos.

-¿De qué coño estás hablando, Wayne? -me exasperé un poco, poniéndome de nuevo el calzoncillo sobre mi nabo adormilado-. ¿Acaso he soñado lo que estaba pasando hace un momento en mi sofá? ¡Chicos, despertad! ¿No os la estabais pelando ahí mismo hace dos minutos?

-Será mejor que nos vayamos, Hermanos -se puso el alto su americana.

-Sí, será lo mejor -susurró Samuel.

-Lo mejor... -añadió Christopher, sin nada que añadir.

-Un momento, chavales, a ver si nos entendemos. ¿Por qué de repente os han entrado las prisas?

-Ya se lo hemos dicho...

-Tenemos que seguir nuestro camino -intercedió Samuel ante el aparente portavoz del trío dorado.

-¿Pero qué coño de camino? ¿Acaso os controlan el tiempo que pasais en cada casa? -me interpuse entre ellos y la puerta que daba al recibidor-. Por favor, sed razonables. ¡Coño, Chris, que aún tienes restos de leche en la cara! -se llevó la mano a la mejilla en un acto pudoroso; yo traté de agotar todas las posibilidades-. Venga, ¿es por dinero? Chicos, me lo podeis decir, ¿es por dinero? ¿Teneis que conseguir una cantidad a lo largo de la mañana? ¿Es eso?

Que se quedaran mudos de repente, me dio una idea de lo que les rondaba por la cabeza. Se lo estaban pasando bien, ¡claro que se lo estaban pasando bien!, pero al quedarse a solas les habían asaltado los mil males y habían aterrizado de sopetón en el mundo real. Llevaban casi media hora en mi piso, y eso suponía casas no visitadas, posible dinero no recaudado, previsible bronca si volvían a su jodida Congregación con los bolsillos vacíos...

-Es por el dinero, ¿verdad? -repetí, sin necesidad de que me contestaran con palabras; sus caras eran suficiente respuesta-. ¿De cuánto estamos hablando? ¿Cuánto dinero haría falta para que dejarais esas caras de funeral, y volvierais a sonreír?

-Tenemos que comer de lo que saquemos -dijo Wayne finalmente, cuando ya creí que habían hecho un eterno voto de silencio-. Y volver con unos cincuenta euros, para que no digan que hemos estado vagueando.

-¿En serio? -me quedé perplejo-. ¿Y qué pasa si no conseguís nada? ¿Ese día no comeis? -el jovencito Samuel negó con la cabeza, tímidamente-. ¿A qué hora teneis que volver a la congregación?

"A las seis", respondió enseguida. "A las seis..." murmuré yo, mientras le daba vueltas a la cabeza: "Joder, os lanzan a la calle a que os busqueis la vida para comer, y encima quieren que lleveis beneficios" me parecía muy fuerte aquella movida. "Por eso tenemos que irnos ya", repitió Wayne, mirando la puerta tras de mí, como si buscara una salida; pero yo seguía cortándole el paso. Les miré a los tres y se lo propuse sin pensarlo demasiado: "¿Qué pasaría si yo os diera, por ejemplo, sesenta euros? Suponed que os invito a comer aquí en mi casa y os doy después ese dinero. Ya no tendríais que seguir pateando Fuenlabrada, ¿no?", levanté los hombros, como si quisiera decirles que era imposible escapar de esa lógica.

-No podemos dejar que haga eso -saltó Christopher de repente, con la mano aún sobre su mejilla reseca.

-¡Pues no lo entiendo! Vais de casa en casa, pidiendo dinero a los que tienen fe en vosotros. Y yo "tengo fe" en vosotros, pero mi dinero no es bueno... ¿Cómo se entiende eso?

-La verdad es que sería muy generoso por su parte... -reculó Wayne.

-De generoso, nada. Me lo estaba pasando de puta madre con vosotros, y me gustaría que siguiéramos un rato más... Eso no es generosidad, chaval, es interés puro y duro -sonreí como respuesta a su sonrisa-. Venga, Hermanos, ¿qué me decís? Nos divertimos un rato, comemos algo y os vais con sesenta eurillos para las arcas de la Congregación.

Se miraron sin decir ni una palabra. Samuel se aflojó el nudo de la corbata, Wayne trató de convencer a Christopher con una caída de ojos, y al final éste me miró y decidí dejar de custodiar el umbral de la puerta y acercarme a él. "Gracias por lo de antes", le dije casi en un susurro, como buscando un reducto de intimidad en aquel espacio reducido. "Ha sido extraño, pero ha estado bien", dijo él con cierto automatismo de recién licenciado. Los otros dos suspiraron con cierto alivio, moviéndose Samuel hasta el centro del salón.

-¡Mucho mejor así! -proclamé con alegría mal disimulada-. ¿Y ahora qué, os apetece que sigamos jugando a enfrentarnos a las tentaciones del Mal?

Samuel y su pelo encrespado por la gomina, después de arrancarse la corbata del cuello, empezó a desabrocharse la camisa blanca de nuevo, dejándola caer sobre el sofá con menos cuidado que antes. Ante la mirada algo inquisidora de Wayne desde el umbral, el chavalito simplemente dijo: "Es que hace calor, Hermano", y después me miró, como pidiendo mi aprobación para dejar su torso imberbe al descubierto.

-Vaya, parece que al peque se le está yendo el pudor... Podríais tomar ejemplo, chicos -les dije mientras ocupaba esta vez un puesto de honor en el sofá, dejando caer mi espalda hacia atrás; me dirigí al jovencito Samuel, que parecía el más lanzado-. ¿Por qué no ayudas a tus Hermanitos a que se les pase la vergüenza? -observé cómo se dirigía hasta Christopher, que era el que estaba más cerca, y éste le miraba con una sonrisa nerviosa-. Supongo que no estais acostumbrados al contacto físico, ¿me equivoco?

El rubito más joven me miró algo cabizbajo y negando. Entonces me puse en pie, contemplando que Wayne se había quedado un poco aparte, coloqué mi cuerpo contra la espalda desnuda de Samuel y tomé sus manos con las mías. Las llevé hasta el pecho del más mayor (un Christopher que volvía a mostrarse visiblemente trempado y bailongo bajo el pantalón), y le insté a desabrochar sin prisas los botones de la camisa de su Hermano de Congregación. Mi boxer holgado empezó a alborozarse en contacto con el trasero de aquel delicioso rubito. Era como enseñar a un crío las reglas de un juego nuevo.

-Ahora sigue tú solo -le susurré en la oreja al chaval, cuando ya Christopher se había girado de frente a nosotros, y sólo restaban un par de botones para que su camisa quedara completamente abierta-. Sin prisas, pasa las manos por su estómago y su pecho... -que era justo lo que yo le estaba haciendo con las mías; bajé las manos hasta su ombligo y descorrí la hebilla del cinturón que ajustaba sus pantalones-. ¿Quieres probar tú, Chris? Quítale el pantalón al peque...

Di un par de pasos atrás, y me moví para coger una perspectiva privilegiada de la escena. El larguirucho Wayne y su melena rubia estaban aún bajo el umbral del salón. Camisa medio abierta y una mano sobándose la entrepierna. No le quise decir nada por el momento. Cuando los pantalones del querubín se le precipitaron por sus delgadas piernas, el chaval ya había conseguido deshacerse de la camisa blanca de Christopher. Mi rabo volvía a estar en alza.

Samuel llevaba entre las piernas un slip pequeño y tan blanco e inmaculado como la imagen que pretendían dar cuando llegaron a la puerta de mi casa. Sin embargo, el pecado tenía la redonda forma de un cerco oscuro allá donde su glande alcanzaba. El precum de la tentación... Me hubiera agachado para lamer aquel blanco y abultado calzoncillo, pero se me adelantó el bueno de Christopher, que al parecer le había cogido gusto a eso de zampar cucuruchos.

Con el pantalón desabrochado y las rodillas clavadas en el suelo, el mayor de los Hermanos empezó a sobar con cierta torpeza la golosina que ocultaba aquel slip. Samuel sonreía nervioso. Me coloqué también de rodillas, pegadito a la espalda de Christopher, y le hice deslizar los pantalones del traje. Tal como era de esperar, su ropa interior era blanca, y no había fallado al suponer que sus calzoncillos eran anchos y por eso le bailaba tanto el rabo mientras le quitaba antes la camisa. Las caricias que efectuaba sobre la polla embutida del más jovencito, empezaban a ser un poco más contundentes. Incluso había conseguido que Samuel dejara de sonreír por los nervios, y soltara algún suave gemidito.

Atrapé el ancho glande de Christopher por entre la raja del calzoncillo blanco, y lo hice asomar mientras rebuscaba el resto de la equipación. Tenía dos buenos huevos, duritos por el semen retenido, y se los dejé colgando por fuera, junto al resto de su sexo. "Creo que ya está lista para que se la chupes", le sugerí en un débil susurro, al tiempo que le cogía su propia polla y se la empezaba a sacudir con destreza. La mano libre la llevé hasta el compacto bulto del slip, sin dejar de mirar a Samuel. Le guiñé un ojo: "¿Por qué no se la ofreces tú mismo a tu Hermanito mayor? Recuerda lo de dar de comer al hambriento...", ironicé, arrancando una sonrisa en ambos.

El chaval tenía unas ganas locas. Se mordió el labio inferior mientras estiraba de la goma del ajustado calzoncillo, y pronto la tuvimos frente a nosotros: pequeña pero dura como una puta piedra. Samuel dio medio paso al frente, se la cogió desde la base del tronco, y apuntó directo a los labios de Christopher. "¿Tienes hambre, Hermano?", se atrevió a bromear, y lo que hizo el mayor fue abrir de nuevo la boca todo lo que pudo. Se la tragó entera de una tacada, cosa que no era difícil ni siquiera para un novato. "Juega con tu lengua", le propuse a Christopher, y el jovencito lo agradeció con un suspiro muy elocuente.

Aproveché que estaban ya metidos en faena para bajar mis boxer y también los de Christopher, que no puso objección alguna. Me deleité en palpar sus nalgas durillas y blanquecinas, abriéndolas y cerrándolas con firmes apretones, jugueteando al tiempo que seguía cepillándole el rabo para que no decayese. La generosa tranca de Wayne pareció estar saludando desde el umbral del salón. El más alto de los chavales seguía vestido, y simplemente se sujetaba una buena herramienta sacada de bajo la ropa por entre la cremallera del pantalón. Me pareció el momento oportuno para incluirle en la escenita que llevaban a cabo sus Hermanos de Congregación. "¿Por qué no te quitas eso y te unes a nosotros?", le propuse sin levantar la voz.

Dicho y hecho. Como si sólo esperara con ansia mi indicación, fue el único de los tres en quedarse completamente en pelotas. Se quitó los zapatos y los calcetines con prisa, se sacó el resto de la ropa, y dejó que su buena ración de rabo duro se bamboleara en dirección a nosotros. "Creo que Wayne también tiene algo para ti", le dije a Christoher en tono provocador, viendo cómo se había sacado la picha de Samuel de la boca para observar la velocidad con que el larguirucho se había deshecho de su indumentaria.

-¿También te apetece probar de esa?

Como toda respuesta, ni siquiera esperó a que el otro llegara a su altura; inclinó su cuerpo hacia adelante y tomó a Wayne de las caderas para empezar a lamer aquel largo y estrecho tronco. Con ello se convertía en un pecador más que reincidente. Y encima, con esta nueva postura, su culo quedaba ligeramente abierto para mí.

-¿Cuánta hambre tienes en realidad, Chris? -le pregunté, tomándole de la cintura y haciendo un gesto con la cabeza a Samuel para que se colocara junto a Wayne, que estaba recibiendo las delicias de una felación mucho menos inexperta que las anteriores; no quería que ninguno de los tres quedara ahora apartado, justo cuando colocaba la punta de mi nabo entre las nalgas del mamón oficial de la velada-. ¿Estás dispuesto a tragar también por aquí detrás, Hermanito?

Aquel rubio hijo de perra demostró ser el más maricón reprimido de los tres. Cogiendo el pollón de Wayne con la mano bien abierta, dijo que sí, que estaba dispuesto a tragarse todo lo que quisiéramos darle...

Así que no me lo pensé demasiado, no fuera a ser que se arrepintiese. Me escupí un par de veces en la mano, por no levantarme a buscar un lubricante mejor, y empecé a horadar entre las nalgas de Christopher. El jovencito Samuel me miraba con cierta gula, esperando que volviera a ser su turno para poner la polla a cubierto en la boca del mayor. Éste no le hizo esperar, y el pequeño pelo-pincho sustituyó la falta de un trabuco largo como el de Wayne por una repentina semi violencia. Jaló del pelo a Christopher y empezó a follarle la boca como todo un experto. Aquellos cabrones aprendían a una velocidad de miedo. Me escupí en la mano un par de veces más, pues no quería que la falta de dilatación de aquel agujero nos hiciera daño a ambos.

Los jadeos ahogados de Christopher eran provocados tanto por mis dedos dentro de su ojete como por las embestidas casi furiosas que Samuel le propinaba sin descanso. Wayne reclamó su derecho a seguir siendo felado con unos golpecitos muy graciosos de su rabo contra la mejilla y la oreja del mayor. "¿No tienes boca suficiente para las dos?", le insté, mientras le ensartaba el tercer dedo por el culo. Christopher gimió con cierto dolor, pero eso no impidió que aceptase el reto. Apenas le entraron las puntas de aquellos dos nardos, y Wayne y Samuel estaban tan pegados que no dudaron en empezar a acariciarse el uno al otro.

Me la pelé unos instantes con aquel espectáculo realmente celestial. Cuando aquellos jodidos rubiales juntaron sus labios y se besaron, creí que me iba a correr, así que dejé de darme matraca. No podía dejar a medias aquel culito que se había abierto exclusivamente para mí. "Necesitaré un poco de lubricación en la polla", les dije a los dos que estaban de pie, sin saber muy bien si alguno de ellos estaría dispuesto a ayudarme. "No queremos romperle el culo a Chris, ¿no?", maticé con sorna, al tiempo que me incorporaba hasta plantar mi culo desnudo en la esquina del sofá. Me desprendí de los molestos calzoncillos, y sacudí mi nabo vibrante un par de veces, como esperando que eso les animase.

Samuel y Wayne se miraron unos instantes, pero fue Christopher quien tomó la decisión final. Dejó escapar de su boca la pequeña polla del rubito más joven, y se centró en zamparse casi hasta las amígdalas la del más alto. Éste echó la cabeza hacia atrás, como si esas nuevas acometidas estuvieran a punto de llevarle al límite. Samuel se deshizo entonces de su pequeño slip blanco, y empezó a caminar alrededor de sus Hermanos mayores; yo no podía creerme que aquel efebo tan increíblemente atractivo y sexual se estuviera acercando a mí con las intenciones que yo tanto anhelaba. Al ver que sonreía con cierta timidez, di un suspiro de alivio, y le indiqué que se detuviera alzando la mano.

Su polla era casi perfecta. Puesto que Samuel distaba mucho de ser una mole y que aún le quedaba por dar el último estirón a su cuerpo, la longitud y amplitud de aquel falo eran tan precisas como sublimes. La misión requerida era lubricar mi estaca antes de follarme a Christopher, pero no me pude estar de retener allí de pie al chaval unos segundos, para que aquella impresionante imagen fija me acompañara el resto de mi vida. Él, tal vez entendiendo el significado de mi mirada, avanzó un par de pasos y no se arrodilló, si no que esperó a que yo inclinara mi cuerpo hacia adelante. Otro pequeño paso y la tuve al fin ahí, al alcance de mi lengua.

Hice una O no demasiado grande con mis labios y le insté con una caída de ojos a que la hiciera entrar sin prisas, disfrutando del momento. Me gustó sentir que el chaval me la metía hasta el fondo, que mi nariz se daba contra su escaso vello púbico, y aún así no me atragantaba. Dejé que entrara y saliera de mi boca durante apenas un par de minutos. Acaricié su estrecho culo y sus delgadas piernas, oyendo los gemidos de Wayne como banda sonora. Puse las dos manos de Samuel sobre mi cabeza, para invitarle a que hiciera conmigo lo mismo que le había hecho a Christopher. El tío se fue animando, mientras yo le tiraba de los huevos hacia abajo para controlar las embestidas.

Wayne se estaba corriendo contra la cara del mayor de los Hermanos. Les tenía de perfil y fui testigo directo de aquella secuencia. La espesura de aquellos chorretones de lefa fuertemente propulsados hacían evidente pensar que el chico no acostumbraba a descargar muy a menudo. Christopher los recibió con la boca bien abierta, igual que había hecho conmigo, y Samuel acabó de sacar su minga de entre mis labios y se la empezó cepillar con fiereza al tiempo que me miraba, preguntando "¿Puedo?", y recibiendo un asentimiento por mi parte.

Su cabeza se inclinó hacia el techo, su mano daba tralla sin cesar, sus rodillas se doblaron ligeramente y no tuve que esperar ni medio minuto hasta sentir que una abundante ración de semen saltaba de aquella pequeña manguera y se daba de lleno contra mi cara. La recibí con los ojos cerrados; caliente y expulsada con una potencia digna de las fuertes sacudidas que se daba al cimbrel. Samuel me puso una mano en la cabeza. Quería que chupara, y chupé; lamí la babilla blanquecina y viscosa de los últimos estertores de aquella prolongada corrida. Le di ese placer, y enseguida noté que no estaba solo.

El insaciable Christopher se había arrastrado a cuatro patas hasta la polla desbordante del pequeño rubiales, y su lengua se acariciaba con la mía y la acompañaba en la tarea de limpiar aquel glande sin pellejo de cualquier resto de semen. Le permití que me chupara las mejillas, porque estaba claro que ese era su deseo. Una mano que no era de Samuel apareció entonces para acariciar su ombligo y su pubis. Al mirar con perspectiva pude ver que Wayne, después de haberse corrido, parecía con ganas de seguir indagando en algo tan prohibido hasta entonces como el cariño fraternal. Acariciaba con una dulzura casi enternecedora al más jovencito de los Hermanos. Éste no tardó en despreocuparse de los que estábamos por debajo de su cintura, poniéndose de frente al rubio de las melenas para poder fundirse en un beso muy húmedo.

Desde mi posición, la imagen que me ofrecían aquellos dos chavales era todo un canto a la sensualidad, con sus pollas medio destrempadas y sus caricias casi tímidas, besos cortos pero intensos, miradas que hablaban sin palabras... Y mi polla casi rota por la dureza de no haber descargado aún (la primera corrida me parecía ahora tan lejana que ni siquiera la tenía en cuenta).

-Tú y yo todavía tenemos algo pendiente, ¿no? -me dijo Christopher con las rodillas clavadas en el suelo; sus manos estaban sobre mis muslos-. Si aún tienes ganas, claro...

-Por supuesto que las tengo -me di una sacudida al nabo para retirar algo del pellejo-. Tú mismo te vas a encargar de lubricármela. Tienes que llenarla de saliva hasta hacer casi que chorree -le indiqué, viéndole sonreír ilusionado.

Me resultó alucinante comprobar lo mucho que había aprendido aquel cabronazo en la última hora. Manejó mi rabo con una soltura encomiable, le echó varios salivazos que se encargó después de untar por todo el largo del tronco, y concluyó babeando mi glande hasta que éste brilló encharcado. "Tengo ganas de que me la metas ya", me dijo en un tono casi suplicante. Me fijé en que Wayne se había sentado en la misma silla que yo ocupaba durante los preliminares y que el joven Samuel se encontraba montado a horcajadas sobre sus piernas. Incluso en la distancia se notaban sus cuerpos transpirados, pero eso debía provocar que las caricias y los besos les resultaran aún más estimulantes.

-Túmbate en el suelo, boca arriba -le sugerí a Christopher-. Y abre las piernas todo lo que puedas -él siguió mis indicaciones mientras yo me dejaba caer de rodillas contra el parqué-. Ahora levántalas y ponlas sobre mis hombros...

Fue de ese modo como le acabé desvirgando, mientras sus Hermanos de Congregación proseguían con sus juegos de manos sobre la silla.

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Tras la intensa sesión de sexo, pasadas las dos, les preparé unos macarrones y estuvieron danzando en pelotas por mi piso hasta casi las cinco. Wayne y Samuel siguieron haciéndose arrumacos hasta el último momento, y Christopher trató de tentarme con un postre para el que yo me encontraba ya demasiado agotado.

Cuando les abrí la puerta para verles marchar, su aspecto era tan impoluto como el que traían al llegar, y ni siquiera me sonrieron como respuesta al guiño cómplice que les hice en el rellano.

Pese a ello y aunque esté feo decirlo, tengo que admitir que aquellos sesenta euros habían sido la mejor inversión de mi vida.

FINAL de Rompiendo Tópicos: Religiosos