Rompiendo Las Reglas 2

Todo dentro de mí me gritó que huyera en ese momento.

Cometí muchos errores en la vida, pero regresar a Forten me estaba pareciendo el más escandaloso. Esto lo deduje después de que mis ojos se posaran por duodécima vez en la espalda baja de Camila mientras ella cerraba las puertas de su librería.

―Hay una cafetería a dos calles― me dice mientras comienza a caminar.

Avanzando a su lado me invade esa extraña sensación de que esos diez años que pasamos separadas cabían en una noche. Aún conservaba esa manera de caminar que me obligaba a correr para mantenerme a su altura, siempre parecía llevar prisa, aun cuando no iba a ninguna parte.

― ¿Por qué corremos? ―me quejo casi sin aire.

Ella se gira hacia mí sonriendo.

―Lo lamento, sigues siendo lenta.

―Sigues siendo demasiado rápida para mí.

Ella me toma del brazo para caminar a mi lado y suspira, parece más tranquila pero yo tengo el pulso acelerado y no precisamente por haber corrido para llevarle el paso.

―Tu eres de las que no hacen bulla ―dice nostálgica― pero de pronto despierto y ya estás en otra ciudad.

Algo pesado cae en mi estómago.

―Lo lamento Camila.

―No tienes que disculparte, entiendo que querías alejarte de todo esto, me hubiese gustado hacer lo mismo pero...

¿Pero? ¿Pero qué? Contengo la respiración en la espera de una respuesta a mis silenciosos cuestionamientos, pero Camila no continua. Tenemos que esperar a que pase una larga hilera de autos antes de poder cruzar la calle y llegar al local de comida que está justo en frente.

El sitio está repleto de personas, gente que no recuerdo en lo absoluto, al parecer el pueblo creció mucho en mi ausencia. Por un segundo sospecho que no encontraremos un lugar pero en ese momento Camila me da un ligero codazo en las costillas y señala una mesa desocupada al otro lado.

―Tardaran siglo en atendernos. ―me quejo.

―¡La escritora se muere de hambre! ―grita Camila sin previo aviso y varias personas se vuelven hacia nosotras.

Me hundo en la silla. Genial, simplemente sublime.

―No vuelvas a hacer eso ―finjo estar molesta, pero es imposible enojarse con ella, no con esa jodida sonrisa, antes de darme cuenta ya le estoy sonriendo también.

―Pero si tu hiciste lo mismo ―comenta burlona― Forten no es el mismo pueblucho anticuado de antes, aquí llegan las noticias. ―dice y hace un gesto con las manos, como si me estuviera mostrando la noticia en primera plana de un periódico invisible ― Samanta Balcázar recorre la ciudad en plan de diva.

Me rompo el cerebro tratando de recordar cual de todas mis idioteces había llegado a sus oídos.

―Si estás hablando del incidente en el restaurante de Costa Luna déjame decirte que la comida era realmente asquerosa y no hice tanto escándalo como lo pintaron los medios.

Ella se parte de risa en su asiento.

―Entonces fue cierto.

―No todo...

Pero llega la mesera a tomar la orden y ya no puedo seguirle explicando, ni siquiera me dejó revisar el menú, ella ordenó por mí.

―Hay que tener cuidado con lo que le damos de comer ―le dice a la chica mientras le guiña un ojo divertida.

―Ya te dije que no todo fue cierto.

Ella me mira incrédula.

―Siempre has sido una diva, desde mucho antes de ser famosa.

―Por supuesto que no.

Me dirige su mirada de "te conozco bien"

―Sabes ―comenta mientras me mira fijamente ― siento que no ha pasado el tiempo... desde que te fuiste. Digo, sé que son diez años, nos han pasado muchas cosas y tal pero... tu y yo... se siente tan normal ¿no sé si me explico?

Quise decirle que llevaba un buen rato pensando lo mismo, pero me mordí la lengua. La había cagado, cagado mucho con ella antes de irme, y al parecer ya lo había olvidado, así que no la iba a incomodar trayéndole ese recuerdo a la memoria.

―Sabes mucho de mí ―comienzo a decir vacilante ― ¿Cómo te ha ido a ti estos últimos diez años?

Suspira.

―Realmente no he hecho la gran cosa ―confiesa en tono aburrido― esa librería es mi único negocio formal. Asistí a muchas fiestas, estuve disfrutando la juventud, pude haber hecho muchas cosas pero ayudar a que tu hermana se escapara por las noches para ir a embriagarnos era más divertido.

―Recuerdo que tú y ella casi no se hablaban.

―Alguien tenía que ocupar tu lugar, y nadie mejor que otra diva Balcázar.

― ¿Abandonaste tu sueño de irte lejos? ―me atrevo a preguntar.

―Lo pensé por mucho tiempo. No lo hice antes para no dejar a mi padre solo...

― ¿Cómo está tu padre?

Ella baja la vista antes de responder.

―Murió hace un año.

Me quedo helada sin poder creerlo. La madre de Camila murió un par de años antes de que yo me fugara y su padre era un señor cariñoso y amable, nada que ver con el mío, solo que había perdido ambas piernas mientras servía en el ejército y eso lo tenía triste la mayor parte del tiempo.

―Lo lamento.

―Nunca me fui de Forten por él y una vez que no estuvo ya era tarde para escapar, yo tenía una vida aquí.

Muero por preguntarle más sobre su vida, sobre su situación sentimental en concreto,  pero llegan con la comida y al parecer Camila muere de hambre por que no dice una palabra más durante todo el almuerzo.

―¿Cuándo llega el libro nuevo? ―me pregunta sorpresivamente mientras esperamos la cuenta.

Me encojo de hombros.

―No hay libro nuevo aún. Ni siquiera tengo valor para llamarle a Marcos, supongo que le escribiré algo esta noche, después de la reunión y mañana le llamo a primera hora con algún argumento interesante.

Ella sonríe.

―No lo creo.

― ¿Por qué? ―pregunto confundida.

―Mis fiestas no terminan en una noche ―levanta la ceja provocadoramente― y por lo que he escuchado las tuyas tampoco.

No puedo evitar echarme a reír.

―Más cuentos baratos de los periódicos.

― ¿Cuántas aventuras debo creer entonces Samanta Balcázar?

―No tengo pareja ―le aclaro enseguida.

Ella pone sus codos sobre la mesa para acercarse más a mí.

―No te pregunté por tus novias si no por tus aventuras, es de lo que más se dice de ti.

Me siento intimidada bajo el escrutinio de sus enormes ojos marrones.

―No tantas como dicen por ahí. La mayor parte de las cosas que dicen que he hecho son mentira.

Me mira por un largo rato como si estuviera leyéndome la mente, algo cruza por mi memoria y espero que no lo haya visto, pero su siguiente pregunta confirma mis temores.

―La carta que me escribiste, donde ponías que me amabas... ¿eso era mentira?

¡Corre! Todo dentro de mí me gritó que huyera en ese momento.

―¿No puedo creer que te la hayas traído a comer a este sitio? ―llega diciendo Kate. Jamás creí que me alegraría tanto ver a mi hermana. ― ¿hay que pagar por algún daño?

Camila deja de mirarme y sonríe.

―Todo bajo control.

Tengo la garganta seca, el pulso acelerado y unas ganas locas de vomitar.

―¿De qué hablaban ustedes dos? ―pregunta Kate entrecerrando los ojos.

Camila me mira, en sus ojos brilla la maldad de saberme su prisionera.

―De lo buena escritora que es tu hermana.


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