Rompiendo la normalidad con mi hermana melliza (2)

El deseo empieza a apoderarse de Rubén al ver a Andrea en toalla por casa, y en busca de calmar ese inexorable morbo sexual, acaba sumergido en una relación poco convencional con Nadia, su entrenadora de MMA... ¿Logrará calmar la sed por el sensual cuerpo de su hermana?

CAPÍTULO 2: Pensando en como sería probar el fruto prohibido

Llegué a casa temblando. Dios... ¿Qué acababa de pasar? Tuve que pararme unos minutos en la puerta de entrada a recuperar el aliento. Nadia me había puesto como una moto. Aún seguía con una empalmada importante.

― Eh, Rubén, he ido a correr un poco mientras tú no estabas, ¿Y tú qué tal?

La voz de mi hermana, que provenía del baño, despejó mi mente. Tenía que calmarme y seguir haciendo mi vida como siempre. Al fin y al cabo, lo único que debería sentirme es afortunado como el que más por la nueva y excitante situación que viviría tras los entrenos.

― Ah, pues bien, Andrea. Bastante petado, a decir verdad, pero bien.

Me acerqué a la puerta del baño, ligeramente entreabierta, para poder conversar más cómodamente con Andrea.

― El MMA debe ser durísimo, hermanito, así que lo entiendo.

Me reí por lo bajini.

― Bueno, el running no sé queda atrás... Pero seguro que aguanto más que tú...

― No voy a negarte eso, pero no es justo, tú aspiras a ser un deportista profesional, tramposín…

― Sienta bien saber que confías en que lo consiga.

La puerta de repente se abrió, y de ella salió mi hermana cubierta por una toalla de baño, distraída mientras se ponía uno de sus típicos pins de pelo.

― Por supuesto que confío en ello, tontito…

Suerte que estaba demasiado ocupada con su pelo, y no me miró directamente, porque si no hubiese notado sin duda planteable como me quedaba totalmente extasiado por esa sacra imagen. Al tener la piel aún húmeda, pude ver como algunas gotas de agua sobrevolaban grácilmente el cielo de su tez, como una melodiosa lluvia que te hace reflexionar sobre el extremo poder de la naturaleza. Por primera vez fui consciente realmente del pedazo de hembra que era Andrea, como se pronunciaban sus curvas para el pecado a través de esa maldita toalla que en esos momentos odiaba, como brillaba su perfección femenina con esa pose tan inocente colocándose el pin, qué fragancia tan deliciosa desprendía, la de la colonia que siempre utilizaba, la cual me parecía en esos momentos la mejor sobre la faz de la Tierra.

Avanzó, sin mirarme en ningún momento, con un leve sonrojo en sus mejillas, y se encerró en su cuarto.

Entonces desperté de mi trance… ¡Mierda! ¡Debería haberle contestado! Que no lo hiciera seguro que se había sentido extraño para ella… Oh dios… ¿Qué me había pasado? Había visto a mi hermana de manera impura, acababa de pensar en Andrea como una mujer. Tenía que controlarme, Andrea era mi hermana, no podía verla de esa manera… ¿Qué pensarían papá y mamá? Me tenía que estar volviendo loco…

Pero… Espera…

En ese momento caí… Andrea nunca se cambia en su cuarto, sino en el baño. Nunca en todo este tiempo viviendo juntos la había visto en toalla, no éramos de esos familiares sin ningún tipo de pudor o privacidad que van en pelotas por la casa, siempre habíamos sido cautelosos con el espacio del otro…

Espera… ¿Acaso Andrea lo había hecho a posta? Automáticamente tuve la mayor erección de mi vida, y mi corazón empezó a bombear sangre rápidamente. Sentía los latidos de mi corazón entre mis propias sienes.

Si ella realmente quería que yo la viese, ¿Eso significaba que de alguna forma ella deseaba que yo perdiese el control o algo así? Me sacudí, intentando mantener mi mente bajo el umbral de la racionalidad. Eso era simplemente imposible, seguro que Andrea lo había hecho de manera totalmente inocente. Si llegaba a conclusiones precipitadas, ella podría cambiar la percepción sobre mí, y pensar que yo era un ser enfermo y odioso. El mero pensamiento de perder a Andrea de esa forma me producía un sentimiento desagradable en el estómago, así que sucumbí a la racionalidad, y lo dejé pasar, intentando controlar mis latidos y sobre todo mi excitado y travieso pene. Las cosas no eran como yo pensaba, seguro. Está claro que había sido un acto sin meditación previa, y sin más trascendencia.

Esa noche era inevitable que me hiciese una tremenda paja. Demasiada tensión sexual acumulada solo en un día. Al principio pensaba en el tacto de las tetas de Nadia, y en las cosas que quería hacerle, de cuánto la deseaba, y de como iba a disfrutar cada uno de sus “entrenos especiales”. Sin embargo, el cuerpo de Andrea en toalla se empezó a colar en mi mente. Oh no, estaba pensando en mi hermana. Paré de golpe la paja, y me quedé pensando en silencio… ¿Qué me estaba pasando? No podía pensar en Andrea de esa manera…

Pero la tentación era demasiado grande… Fantasear con ella era demasiado adictivo, y mi imaginación se lanzaba de cabeza a crear escenarios sumamente eróticos con mi hermana de protagonista. Lo reconozco, sucumbí. Agarré mi erecto pene, cerré los ojos y empecé a pajearme con mi hermana en mente.

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La imaginaba vestida de sirvienta, con las tetas fuera y puestas encima de una bandeja de plata, diciéndome que mi desayuno de cada día estaba listo. Le mamaba las tetas como un loco, y se sentía simplemente irreal.

Ahora me levantaba por la mañana y tenía a mi hermana entre las piernas practicándome la mejor felación de mi vida. Sin ni siquiera avisar, me corría como un poseso, disfrutando de la expresión de sorpresa de ella, y de su posterior sonrisa de zorra, para que acto seguido se tragase lentamente mi lefa sin separar sus ojos de los míos.

Ahora follábamos como locos, mientras nos recordábamos que éramos hermanos continuamente, y ella no paraba de poner los ojos en blanco pegándose tremendos acabadones. Tras tanto placer, y sumidos en el morbo incestuoso, Andrea me hacía acabar con su mano encima de nuestros DNIs, dejando la muestra de nuestro parentesco marcadas con semen fresco.

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No aguanté más, me dejé ir en un potente orgasmo, que me hizo gruñir y lanzar al aire por lo menos cuatro potentísimas ráfagas de leche. Las siguientes dos fueron menos potentes, y aún quedaba otra más en la recámara, aunque está ya fue de una intensidad muy reducida. Qué tremenda paja me había hecho. Y todo por el morbo de pensar en la buenorra de mi hermana.

No podía decir que me arrepentía, porque había sido de lo mejor, aunque rápidamente me vinieron a la cabeza los remordimientos y la culpa. No podía mancillar de esa forma a Andrea, tenía que protegerla y cuidarla para siempre, no soltar tremendos lechazos pensando en ella. Eso no podía ser. Tenía que controlar mis impulsos. Bueno, con un poco de suerte, a partir de ese momento vendría más que satisfecho del gimnasio, y no tendría más pensamientos lascivos. Claro, eso es. Había sido simplemente un empujón primitivo debido a tanto estímulo recibido aquel día. No tenía de qué preocuparme.

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Al día siguiente intenté mantener la normalidad lo máximo posible, y me autoconvencí de que lo sucedido el día anterior, todo ese frenesí sexual que sentí al fantasear con mi hermana, no había sido más que un efecto secundario de tantas experiencias extremadamente eróticas impactantes en tan poco tiempo.

Pasé el día en el curro, y tras recoger a Andrea de su trabajo, lo cual ya se había convertido en rutina, me dirigí hacia el gimnasio. No podía decir que no estuviese algo nervioso, aunque no se podía diferenciar en demasía esa sensación de la de excitación por lo que sabía que eventualmente pasaría tras esforzarme en mi sparring.

Me entregué a fondo aquel día, di mi doscientos por cien, y logré que Nadia se sorprendiese gratamente. Me felicitó por haber vuelto a mi mejor versión, al igual que corrigió los errores de mi compañero, el cual escuchó atentamente los detalles que le brindaba.

Por fin llegó el momento esperado: El fin de la clase, y el inicio de mi entrenamiento especial. Tuve paciencia hasta que todos acabaron yéndose. Aunque me miraron raro, les dije a mis colegas de entreno que estaba tomando clases extra porque quería prepararme para el torneo local que pronto tendría.

― Veo que no te has olvidado, eh… ― Con una pequeña risilla, me abrazó de forma no precisamente adecuada para una profesora y un alumno. ― Bueno, está bien, has hecho un muy buen entreno, y lo prometido es deuda…

Agarró mi mano y me llevó a una habitación del gimnasio en la que nunca había estado. Al parecer, allí guardaba algunas colchonetas para hacer abdominales y demás. Pero bueno, lo que me interesaba era un colchón improvisado y unos cuantos botes al lado. Lubricante, aceite corporal, en fin, cosas que instintivamente me la pusieron como un pirulo de cinco quilos.

― Bien, primero vamos a desnudarnos, que voy a jugar contigo y te va a gustar. Mhhhh vas a poner los ojos en blanco, chavalín…

Como accionado por un resorte, me desvestí con presteza, totalmente callado. Era imposible para mí articular palabra desde hace un rato. El aura de esa diosa me estaba embriagando, y el perfume que había puesto en la habitación tampoco ayudaba.

― Ah, y no te preocupes por nada, estamos solos y nadie nos molestará.

Tras guiñarme el ojo, empezó a desvestirse también. No mentiré, no fue muy erótica la forma que tuvo de desvestirse, simplemente se quitó la ropa, a lo mejor porque estaba ciertamente impaciente por enseñarme cosas que me dejaran volando entre el cielo y el infierno.

Madre de dios. Qué hembra. La miré de arriba abajo, con el rabo totalmente empalmado. Ella observaba fijamente mi erección, con expresión sonriente y con obvia picardía en el fondo de su mirada. Tenía unas tetazas que eran simplemente de otro mundo, si con el top de entrenamiento ya eran absurdamente hipnotizantes, al natural eran sencillamente magnéticas. Por no hablar de su figura musculada en la medida perfecta, con un culazo que tenía pinta de ser firme pero suave como el que más, con unas largas y estilizadas piernas que tenían que hacer el candado genial cuando se la estaban follando, y con un abdomen marcado con el cual no podía evitar babear.

― Toma… ― Me acercó el bote de aceite corporal, e hizo un gesto sensual. ― ¿Quieres embadurnarme entera de aceite y nos restregamos cuerpo a cuerpo para ponernos a tono?

Nunca he asentido más rápido que aquella vez. Me empapé las manos en aceite y lo eché por todo su cuerpo, sobre todo sus tetas y su abdomen. Qué firme estaba cada rincón que tocaba, qué delicia… No podía parar de extenderlo por toda la extensión de su delicioso cuerpazo.

Luego de gozar de todo aquel cuerpo de diosa, me indicó con un dedo y con una sonrisa repleta de lascivia que me tumbara en el colchón improvisado. Lo hice sin dudar.

― Mmmmh… Hora de que sientas todo mi cuerpo sobre el tuyo, tú céntrate en disfrutar y en excitarte.

Sin más dilación, empezó a restregar su cuerpo aceitoso sobre el mío. Resbalaba TODO. Dios, qué morbazo. Nunca había tenido la polla tan dura. Sentía sus tetas prietas y grandes realizando aquel sube-y-baja exquisito, y tocaba todo su cuerpo, totalmente moldeado por el ejercicio más estricto. Nunca había tenido a mi disposición a una mujer como esa, con tal perfección en lo sensual.

Paró un momento, dejando nuestros cuerpos desnudos en contacto en todo momento, y nos morreamos como gorrinos, mientras no paraba de amasar su culo esculpido por algún dios misericordioso que quería que yo disfrutara de aquel tacto celestial… Creedme, no hay forma de describir la brutal técnica que tenía Nadia con los morreos… Eran besos bien cerdos, con mucha lengua, de esos que te dejan con una expresión vergonzosa y las comisuras de los labios chorreando saliva ajena cuando tienes que parar para rellenar tus pulmones de aire.

― Oh, mira lo que tenemos aquí… ― Me agarró la polla, totalmente erecta y la colocó rozando con su coño, prosiguiendo el censurable proceso de rozamiento corporal. ― Vaya pollón que tienes, eh…

― ¿En serio?

― Sí, he estado con muchos hombres en mi vida, y te puedo decir que está muy bien, ¿Nunca te lo habían dicho?

― Bueno… S-S-Sí… Pero que me lo diga usted… Son palabras mayores…

― ¿Por?

― Porque… Bueno… Una diosa no suele decir mentiras.

Menudo parguela… ¿A qué venía ese piropo? Es lo malo de tener una hembra así en la cama contigo, que se te pudre el cerebro…

― Qué mono… ― Me besó con lengua de nuevo, sin parar de mover su pelvis contra mi erección. ― Tienes suerte, me gusta que me digan cosas así, pero con otras chicas quedarás como un parguela.

Nos reímos los dos, y proseguimos con aquel acto tan impúdico alumno-maestra.

― La quiero probar antes de acabar la lección de hoy.

Sin ni siquiera pedir permiso, me agarró mi aceitoso miembro y se lo introdujo en su aceitosa y húmeda vagina. Me excitaba más saber que estaba mojada y cachonda. Pero entonces caí…

― ¡El condón!

― No te preocupes, tomo píldora, no va a haber sustos.

Entonces comenzó la follada. Bueno, más bien me folló ella a mí. Dejó claras sus intenciones, yo iba a tener el rol de sumiso, ella era la que mandaba, como cuando me entrenaba en el gimnasio.

― ¿Te gusta tu lección de sexo, chico malo?

Llevó mis manos a sus grandes tetas, mientras seguía botando sobre mi pene. Yo estaba con los ojos totalmente desencajados.

― Es lo mejor que me ha pasado.

― Oh, vaya, mira por donde… ¿Tanto te gusta la idea de montártelo con tu profesora?

― ¡Es lo que siempre he querido!

― Qué chico tan malo… Pero saber que me deseabas y deseas tanto me pone muy cachonda. Además, no todos los días se encuentra a un yogurín con una polla como la tuya y con un cuerpo tan sexy.

― Esto es como un sueño húmedo.

― Pues esto es solo el principio, haremos cosas cada vez más extremas conforme tengamos más lecciones de sexo desenfrenado.

Sin poder soportarlo más, la agarré por la cintura y empecé a moverme yo, haciendo que su expresión cambiase a una más desinhibida.

― ¿Quién te ha dicho que te muevas, chico malo?

― Lo siento, no puedo más… ¡Estás demasiado buena!

― Con que el niñato quiere tomar el control, ¿Eh?

― Solo un poco, ¡Por favor!

Me agarró por la nuca y pegó su frente a la mía, mirándome con expresión felina mientras yo no podía parar de marcar el ritmo con mis frenéticas envestidas.

― Escúchame, niñato, yo soy la que manda aquí. Puedes moverte todo lo que quieras, pero que no se te suba a la cabeza, la que te folla soy YO, y TÚ eres mi dildo de carne, ¿Está claro?

― ¡Clarísimo, profe!

Empecé a follármela como un loco, mientras le mamaba las tetas, sin deshacer la posición de la amazona que tanto me estaba excitando.

No tarde mucho en sentir el cosquilleo previo al orgasmo. La miré a los ojos, viendo su excitada expresión.

― Me voy a correr.

― Si lo haces dentro me pego una tremenda corrida yo también.

― ¿Seguro que puedo dentro?

― ¡Segurísimo! ¡Lléname de leche, hijo de puta!

Nos morreamos, totalmente desenfrenados, y yo me dejé ir en su interior, sus poderosos músculos parecían querer exprimir hasta la última gota de mi leche. Me quedé totalmente seco. Menuda locura de orgasmo. De lo mejor que nunca he sentido. Podía sentir su sensual cuerpo temblar bajo mis manos, sin duda ella había alcanzado un orgasmo increíble también.

― Dios… Ha sido tremendo…

― No está mal para un niñato…

Por la expresión en su cara y como hiperventilaba, entendí que estaba simplemente demasiado metida en el papel de dominante, y no iba a aceptar que le había encantado. No me iba a quejar, eso me ponía cachondo.

Nos desenchufamos poco a poco y nos quedamos uno al lado del otro, tumbados boca arriba con nuestros pechos subiendo y bajando. El coño de Nadia escurría mi semen, fresco y recién ordeñado.

― Mañana, si haces un entrenamiento que logre mantener la línea de sorprenderme, haremos aún más cosas.

Me dio un piquito, con una carita de pícara que no había por donde cogerla.

Joder, qué intensidad, la follada con mi profesora Nadia había sido totalmente anonadante.

― Vete yendo tú, que tengo que ordenar todo esto y cerrar el gimnasio.

Tras darme otro pico, me levanté, me vestí, y procedí a largarme de allí. Por el camino no dejaba de pensar en todo lo que habíamos hecho, aún debía oler a aceite corporal y a sexo.

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Una vez en casa, dejé mis llaves en la repisa de la entrada, agarré un pijama del armario de mi habitación, la cual está cerca de la entrada, y me dispuse a ducharme.

― ¡Voy a ducharme, Andrea, que no me ha dado tiempo en el gym!

No hubo respuesta alguna por su parte. Supuse que estaría con los auriculares puestos, y no me habría oído, por lo que me dirigí al lavabo. No podía quitarme de la cabeza lo sucedido con Nadia, me costaba siquiera pensar en algo más…

Justo al abrir la puerta del baño, mis ojos se toparon con el cuerpo desnudo de Andrea, aunque estaba de espaldas. No sé si decir que me alegraba o si me decepcionaba no poder ver nada más que su espalda y ese culo que me hipnotizó totalmente… ¡Dios, qué culo! ¿Desde cuando mi hermana tenía semejantes posaderas de actriz porno? ¡Joder, creo que era el mejor culo que había visto!

En cuestión de milésimas, echó su vista atrás y nuestras miradas se encontraron. Un silencio sepulcral se hizo presente por un tiempo sináptico, y entonces el mayor sonrojo de la historia adornó el rostro de Andrea, que se agachó, intentando cubrir sus partes más íntimas.

― ¿¡QUÉ HACES AHÍ!?

― ¡PERDÓN!

Como una exhalación, cerré la puerta y apoyé mi espalda contra ella, aún con la mandíbula desencajada.

¿Por qué mi hermana despertaba en mí este irremediable y morboso gusto sexual? Las cosas se estaban poniendo más difíciles en mi cabeza, y este tipo de casualidades no hacían más que hundirme inexorablemente en el pantano de la tentación.