Rompiendo la normalidad con mi hermana melliza (1)

Rubén y Andrea son dos hermanos mellizos de veintiún años con un vínculo fraternal muy fuerte. Sin embargo, con el traumático fin de la relación de Andrea con su novio, ese vínculo se vuelve poco a poco menos normal, al ver en su hermano al único apoyo honesto con el que cuenta... ¿Sucumbirán o no?

CAPÍTULO 1. Observando fijamente el fruto prohibido.

Un portazo de proporciones bíblicas y un quejido ronco con timbre femenino me hicieron despegar mis ojos de la serie de Netflix que estaba viendo. Sí, ahora que es mes de Julio, estoy solo en casa casi todo el día, porque mi hermana melliza se pasa todo el tiempo en casa de su novio, así que me dedico a ver películas y series en mi tiempo libre. Aunque, a decir verdad, tampoco tengo tanto. A parte del curro, tengo el entreno de MMA, que me sirve para mantenerme en forma, disciplinarme, y bueno, también es a lo que en un futuro me gustaría dedicarme. Digamos que ser un luchador reconocido es el sueño al que aspiro.

A continuación, un llanto desgarrador se abrió paso. Provenía del cuarto de mi hermana, así que era obvio que era ella la que estaba llorando a moco tendido.

Sin esperar un segundo más, me levanté del sofá y me acerqué con paso cuidadoso hasta su cuarto. Mi hermana Andrea, de veintiún años (al igual que yo, obviamente), no puedo decir que sea como las típicas hermanas toca pelotas con las que no te puedes ni ver ni hablar, de hecho, siempre hemos estado muy unidos, y me parece una persona maravillosa para la que siempre voy a estar ahí. Siento que el hecho de que seamos mellizos nos une más que a dos hermanos comunes. Por eso piqué a su puerta con la intención de ayudarla, aunque con algo de temor por miedo a una reacción arisca u hostil. El llanto paró de repente.

― ¿Puedo pasar, Andrea?

― Sí, pasa…

Entré y divisé a mi hermana sentada al borde de su cama, con toda su cara empapada en lágrimas. Estaba cabizbaja, probablemente evitando mostrarme su rostro directamente. Me senté a su lado y puse mi mano en su hombro delicadamente.

― ¿Qué ha pasado? Cuéntame…

― Ayer peleé con Marcos, por eso hoy he tardado un poco más en ir a su casa, pero…

― ¿Pero?

― Cuando he entrado a su casa… Yo… ― Comenzó a llorar de nuevo. Verla así me mataba.

― No me digas que…

― Se estaba tirando a otra… Y me quiero morir.

― No me lo puedo creer…

― ¡Es mi culpa! Yo comencé la pelea ayer… Fue por una tontería…

― ¿Cómo va a ser esto tu culpa? ¡Ese cabrón te ha puesto los cuernos y te ha engañado!

― Ya, pero no debería haberme enfadado tanto por una chorrada… Ahora él… Oh, dios mío.

― Me están entrando muchas ganas de hacerle una pequeña visita a ese hijo de la gran puta.

― Rubén… ― Me miró, intentando demostrar seriedad entre sus llorosos ojos. ― Sé lo mucho que te preocupas por mí, pero no hagas ninguna locura… Al fin y al cabo, esto es algo que no te incumbe.

― Si veo a mi hermana totalmente destrozada, me incumbe… ¡Y mucho!

― Rubén… Prométemelo…

― No me faltan ganas, pero tranquila, no voy a hacer nada.

Se secó parte de las lágrimas como pudo, me dio un pequeño codazo, y me respondió sonriendo.

― ¿Y desde cuando eres tan agresivo, idiota?

― No sé… Si alguien te hace daño es como si me hicieran daño a mí.

― Eso es una leyenda, tontito. No vamos a sentir lo mismo porque seamos mellizos ― Aclaró, entre risas. ― Pero… Muchas gracias por demostrar que te importo tanto… ― Y, tras decir aquello, se acercó y me dio un abrazo repleto hasta las trancas de amor fraternal.

― Siempre será así, ya lo sabes… Aquí estoy para lo que necesites.

― Esto me recuerda a cuando nos asustábamos de los truenos cuando éramos pequeños… ¿Te acuerdas?

― Oh dios, no traigas eso a la conversación…― Puse una cara entre la diversión y la vergüenza mientras seguía sintiendo sus brazos rodeando mi abdomen. ― El abrazo de los truenos… ―

― Exacto. ― Que bien se lo estaba pasando Andrea. ―Se te ocurrió una buena idea, hermanito. Estando ambos abrazados bajo la misma sábana nos sentíamos seguros y resguardados.

― Oh venga, tía que vergüenza…

― Me solías llamar teta, ¿Te acuerdas?

― ¡¿Pero porque siempre me tienes que recordar las cosas vergonzosas?! ¡Éramos muy pequeños y tú me llamabas tete, así que llamarte teta era lo más normal para un niño de esa edad!

Andrea empezó a reír de nuevo, al borde de llorar de la risa.

― Bueno, va, ya paro… ― Se puso un poco más seria, y sonriendo me cogió la mano dulcemente. ― Eres incluso capaz de hacerme reír en un momento como este… Muchas gracias, hermanito. De verdad, de todo corazón.

― No es nada, es lo menos que puedo hacer. Espero que te haya conseguido poner de mejor humor…

―Sí…

Para mi desgracia, las cosas no fueron a mejor a partir de ese momento. Oía a mi hermana llorar cada dos por tres. Llevaba saliendo con Marcos desde recién cumplidos los diecisiete. Él había sido su primer novio, y aunque ya llevaba algún tiempo contándome que últimamente las cosas se habían vuelto más tensas de lo normal con él, nunca pensé que algo tan traumático como encontrárselo montándoselo con otra pudiese ocurrir.

Sinceramente, nunca me cayó bien. Es ese tipo de tío lleno de músculos y tatuajes por todos lados, pero que no parece tener mucha sensibilidad con el género femenino. Nunca llegué a entender como mi hermana seguía con él después de tantos años, especialmente sabiendo los comentarios que a veces le soltaba en las pocas veces en las que yo coincidí con ambos. Él tenía veinte cuando se conocieron, así que al ser mayor que ella, hace poco había alquilado una casa, y se pasaban el tiempo allí. De hecho, tal era el nivel de confianza, que le había dado una copia de las llaves a Andrea, una pena que también hubiese usado ese piso de picadero. Cada vez que lo pensaba me hervía la sangre. Un cerdo como ese ni siquiera merecía las lágrimas de alguien tan espectacular como mi hermana.

Andrea era una chica con una sonrisa radiante y una frondosa cabellera color café, que le llegaba hasta la mitad de la espalda. De su figura se podría resaltar su elegancia y su grácil voluptuosidad natural. Un cuerpo lleno de curvas, aderezado con unos penetrantes zafiros por ojos. Era pura belleza, naturalidad y… ¿Por qué no decirlo? sensualidad. Hay que ser idiota para ponerle los cuernos a una belleza como ella, además de que es súper agradable, y de que compartimos muchos gustos, por lo que a mí me parece más que interesante su compañía, y simplemente hablar con ella.

Su sonrisa angelical había sido corrompida por el vulgar adulterio de ese canalla, ¿Entendéis el porqué de mi monumental enfado?

Nunca había visto tan triste a Andrea desde el día en el que murieron nuestros padres cuando teníamos 9 años. Ahora que nuestras vidas estaban enderezándose, después de tanto sufrimiento, de tantas familias de acogida repugnantes, después de todos los horrores que habíamos vivido… Tras sobreponernos a todo y conseguir vivir a nuestra bola en esta casa, sustentados en dos trabajos que nos permitían una cierta estabilidad económica… Después de todo eso, va ese cerdo y vuelve a hundir a Andrea en el fango. Imperdonable.

Un día, tras llegar totalmente destrozado del entreno, me tumbé en el sofá. Dios, la profesora nos había hecho entrenar duro no, lo siguiente. Es lo que tiene ser una profesional del MMA, el cual es en un mundo repleto de hombres, que tienes que sacar siempre las uñas para hacerte respetar, y vaya que si lo conseguía. Tenía el respeto y la admiración de todo el gimnasio. En fin, estaba tan agotado que ni siquiera me di cuenta de que Andrea no estaba en casa aún. Era bastante extraño, lo normal es que a esa hora ya hubiese llegado. Pero bueno, supuse que estaría con alguna amiga, así que no le di mayor importancia. No obstante, mi mente no se quedó del todo tranquila, pues ya hacía seis meses desde que pasó lo de su exnovio, y veía que no lo superaba, que estaba llorando cada dos por tres, aunque intentara que yo no la viese o la oyese. La verdad es que me tenía preocupado. Habíamos sufrido mucho en el pasado, y tenía mucho miedo de que por culpa de esto mi hermana se viniese abajo y volviese a caer en ese pozo del que pensaba que ya habíamos salido. Pensando y pensando, acabé sucumbiendo al sueño, y me dormí por un rato. La verdad, tras semejante entreno, me lo merecía.

Me despertó una llamada de teléfono. Totalmente desorientado, separé mis omoplatos del cálido sofá y cogí el móvil. El número era desconocido. Miré la hora… ¡Dios! ¡Eran las dos de la mañana! ¿¡Pero cuanto había dormido?! No tenía los ánimos como para pensar mucho en ese momento, así que simplemente cogí la llamada.

― ¿Es usted el señor… Veamos… Rubén García?

Era un timbre de voz femenino que me era totalmente desconocido.

― Sí, soy yo, ¿Qué pasa?

― ¿Es Andrea García familiar suyo?

― Sí, es mi hermana.

― Verá, normalmente no solemos llamar al hermano, pero según la información que hemos logrado recabar, usted parece ser el único pariente cercando que tiene. Soy una agente, hemos encontrado a su hermana en un estado de ebriedad extremo en medio de la vía pública. Una ambulancia ya se la ha llevado al hospital Santa Cruz del Mar, en donde va a ser tratada.

― ¡Dios mío! ¿Pero está bien?

―No sé su estado, le recomiendo que vaya allí o llame y se informe más adecuadamente.

― De acuerdo.

Y la llamada finalizó.

“La madre que la parió” Pensé. A penas cogí las llaves, y me fui corriendo hacia ese hospital, el cual estaba relativamente cerca.

Llegué allí hiperventilando y al borde de un ataque de ansiedad, y rápidamente pregunté por mi hermana en la atención del hospital, me dijeron que estaba reposando en una sala especializada para esos casos, y que se encontraba estable. También que tenía que esperar en la sala de espera hasta que se despertase.

Eso fue como si una especie de monstruo imaginario que me apretaba el corazón, lo soltase repentinamente. Me dejé caer en la silla de la sala de espera, y aguardé a que mi hermana saliese por esa puerta. Me fijé en que la estancia estaba prácticamente vacía, era muy tarde y el movimiento era mínimo.

.

Tras una larga hora, mi hermana salió de allí, y se acercó a mí con la cabeza gacha. Me puse a llorar y la abracé.

― No sabes el miedo que he pasado.

― Lo siento…

Sentía su tono quebradizo y totalmente avergonzado, a la par que lloroso.

― ¿Qué demonios te pasa, imbécil? ¿Es que no te das cuenta de que esta no es manera de seguir adelante? ¿Piensas ahogarte en alcohol a partir de ahora?

― Rubén, no te pido que lo entiendas, yo tampoco me entiendo a mí misma. Pero estoy muy mal, no hago más que pensar en Marcos… Él… Si papá y mamá viesen con el despojo con el que he tirado casi cuatro años de mi vida…

― ¿Acaso quieres que ese despojo te haga perder toda la vida que te falta por vivir?

― Yo… No sé ni que decir… Lo siento… Soy una egoísta… Si me hubiese llegado a pasar algo de verdad… Tú… Oh dios, lo siento, lo siento mucho…

― Eh, mírame ― Subí su mentón con delicadeza, hasta que los dos nos topamos mutuamente con los llorosos ojos del otro. ― Nunca voy a ser yo el que te ponga triste. No quiero eso. Voy a cuidarte siempre, como papá y mamá hubiesen querido. Así que no llores más por lo que yo piense de lo que has hecho, porque nunca voy a culparte de lo que sientas. Pero también tengo que decirte que no puedes caer en un agujero como este, y menos por un idiota que no lo merece. No voy a permitirlo, voy a coger tu mano y te voy a sacar, ¿Está claro?

― Hermanito… ― Sus lágrimas empezaron a surcar el mar de sus mejillas. ― Tienes toda la razón, no voy a salir de esto bebiendo como una condenada, y aunque no puedo pretender que esta herida no duele, te aseguro… ¿Me oyes? Te aseguro… Que no acabará conmigo.

― ¡Así se habla!

― A todo esto… Mis amigas ni siquiera han venido aquí… ¿Me han traído ellas?

― No sé… A mí me llamo una agente y me dijo donde estabas…

― ¿Pero qué clase de amigas tengo? ¿En serio me dejaron tirada en esas circunstancias en mitad de la calle? ¡No doy crédito!

― Supongo que habrá alguna explicación…

― ¿Qué explicación va a ver? Nadie quiere soportar a una pesada que está depresiva por los cuernos de su novio. Cuando las cosas van bien es muy fácil llamar a algo amistad, pero cuando las cosas se tuercen, es cuando la gente se quita su máscara y te abandona. Como todo el mundo últimamente.

― No te preocupes… ― Me arrodillé para quedar a la altura de su cara, ya que ella estaba sentada en la propia sala de espera mientras hablábamos. Parecía que aún le costaba mínimamente mantenerse en pie. ― Yo nunca te abandonaré. Así que, si no te queda nada mejor, apóyate en mí. No soy tan buena compañía como un novio, y ni siquiera sé si puedo competir con amigas tuyas, pero… Aquí estoy.

―Tú eres el mejor. Nadie me quiere tanto como tú, eres la mejor compañía que pudiese tener.

Nos fundimos de nuevo en otro abrazo mientras llorábamos a moco tendido. Vaya espectáculo hubiésemos dado, de no ser por la tardía hora que era.

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A partir de ese momento, nos hicimos aún más unidos si cabe. Dejó de salir con esas amigas que la abandonaron a su suerte, y empezó a rodearse de otra gente que conocía de su trabajo. Antes de ir a mi entreno, pasaba cada día a recogerla allí, no quería que volviese a sentirse sola, no si estaba en mis manos evitarlo.

Veía desde la distancia como se despedía de su grupito de amigos, y como venía hasta donde estaba yo, y se montaba en mi coche.

― ¡Hola, hermanito!

Me dio un efusivo abrazo, y yo obviamente le correspondí.

― ¿Qué tal, hermanita?

― Muy bien, sobre todo ahora que estás aquí. Me estoy acostumbrando a tenerte de Chófer.

― Me apetece ser tu chófer por ahora… Pero que no se te olvide conducir, ¡Eh! ― Unas sonrisas cómplices adornaron nuestros rostros ― Me alegra que ahora estés tan cómoda con tu grupo de amigos. De verdad, me hace muy feliz. Sobre todo, sabiendo lo que pasó.

― La verdad es que son un amor. Aunque les he tenido que explicar que eres mi hermano, se pensaban que eras mi novio.

― ¿¡Qué!? Dios, lo siento. Qué vergonzoso a debido de ser, quizás debería de dejar de venir aquí a buscarte…

― ¡No seas tontito! ¡Si ya se lo he explicado, y lo han entendido! ¡Aunque siguen diciendo que nos vemos como una pareja!

― ¡Qué imaginación tienen tus nuevos amigos!

― Quizás es verdad que lo parecemos…

Una risilla pícara delató su intención de incomodarme. Si se había creído que lo iba a conseguir, iba lista. Le iba a contraatacar diez veces más fuerte.

― Pues las parejas se besan…

― ¡Oh! Qué atrevido, señorito…

― A ver si te crees que…

Me robó un beso. Fue repentino hasta límites insospechados, y fue una ligera posada de sus labios sobre los míos, nada fuera de lo normal, pero he de decir que logró desencajarme totalmente. Me puso rojo como un tomate, y mi expresión debería ser más que chistosa, porque ella no paraba de reírse.

― ¿Pero qué…?

― Yo gano.

Y me guiñó un ojo, juguetona.

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Llegamos hasta nuestra casa, y se despidió de mí, porque yo ya me iba a entrenar y no volvería hasta pasadas unas horas. Mientras conducía hasta el gimnasio no podía quitarme de la cabeza ese beso inocente de Andrea. Me sacudí, agobiado por la sensación que crecía entre mis sienes. Debía estar loco… ¿Por qué le estaba dando tanta importancia a un casto beso fraternal de Andrea?

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Ese día en el entreno estuve especialmente torpe, no podía parar de pensar en ese maldito beso, aunque obviamente este no tuviese ningún tipo de trascendencia. Y lo sé, tendría que entregar el ciento veinte por ciento, al fin y al cabo, según Nadia, nuestra entrenadora, yo era el alumno perfecto para representar al gimnasio, y desde que acepté esa invitación para el torneo local, estaba claro que tenía que esforzarme y seguir siendo digno del puesto.

Al acabar, Nadia me pidió que me quedase. Cuando todos se habían ido, me cogió por banda y, como era de esperar, me echó el sermón.

― No sé que te ha pasado hoy, pero no me parece normal en ti.

― Lo siento, estoy como despistado hoy.

― Se te ha notado mucho. Tu nivel en el Sparring de hoy ha sido pésimo. A decir verdad, no sé cómo has logrado no acabar noqueado.

― Perdón, no volverá a ocurrir ― Me rasqué la cabeza levemente, sin osar mirarla a los ojos. ― ¿Puedo irme ya?

― ¿Crees que esto es un juego? ¿No me dijiste que tu sueño era ser luchador profesional de MMA y acabar sobre los ring de la UFC?

― Sí lo es.

― ¡Entonces has de tener la máxima disciplina que nunca se ha visto! ¡Los mejores no pueden permitirse ni siquiera pensar en bajar la guardia! Si quieres llegar a ese nivel, esto que ha pasado hoy no puede volver a suceder.

― No volveré a traicionar su confianza.

― Eso espero. Mira, tienes las cualidades para ser grande, eres especial. Pero la disciplina más férrea es inseparable del talento, así que, si eres consciente de ello, aplícate el cuento.

― No dude de que me tomo esto en serio como el que más. Ha sido algo puntual, se lo juro.

― Mira, puedo dar la impresión de ser una tía super borde y dura, tanto que ni siquiera te atreves a mirarme a la cara cuando te hablo, pero el trabajo de un profesor no solo consiste en enseñarte a pelear, también consiste en ir a la raíz del problema que te hace estar distraído cuando entrenas. Así que… ― Me levantó el mentón con su mano, haciendo que mi mirada se cruzase con la suya ― Dime que es lo que te preocupa.

Nadia era luchadora profesional de MMA, habiendo obtenido hace poco el primer puesto en el campeonato femenino nacional de artes marciales mixtas. Toda una estrella dentro del mundillo, conocida por su férrea disciplina, y por como jamás daba su brazo a torcer, incluso contra rivales a priori mejores que ella. Era absolutamente respetada y venerada por todos sus alumnos, y se podría decir que vio algo especial en mí, y por eso me quería echar un cable para ayudarme a lanzar mi carrera lo antes posible. Pero claro, eso también significaba una gran losa de responsabilidad que reposaba sobre mis hombros.

Nadie se atrevía a mirar a Nadia directamente a los ojos. Por varias razones… Primero, porque es una persona extremadamente temperamental y disciplinada, que no tolera ningún tipo de distracción en los entrenamientos. Y segundo, porque es una absoluta diosa de la sensualidad.

Era difícil no sentirse intimidado por aquella absoluta belleza musculada de treinta y cuatro años. No ayudaba que llevase un top de deporte ceñido a sus generosos pechos, dejando al aire su definido abdomen, y unas mallas que marcaban su trasero esculpido por los dioses y sus torneadas piernas trabajadas por el entrenamiento más riguroso. Una expresión seria y estricta, unos ojos verde esmeralda y una cabellera negro caoba adornaban su excitante figura, dándole un aspecto para el que el término morboso se quedaba corto, siempre y cuando existiera atracción por el sexo femenino en el cerebro del observador.

― No es nada, se lo aseguro.

Era la primera vez que la miraba directamente desde tan cerca, y dios, era para quedarse embobado. No pude evitar ponerme rojo, y está claro que ella lo notó. La verdad, ese día parecía el día del ruborizado o algo del estilo.

― No me mientas.

― Nunca.

―Ah… ― Sonrío de una forma totalmente hipnotizante. ― Ya sé lo que te pasa… ¿Es algo relacionado con mujeres?

― ¿Eh?

Oh dios, ahora sí que estaba rojo como un tomate maduro.

― Tienes veintiún años, está claro que estás en el momento de experimentar y probar cosas con el tema de las mujeres.

Creo que me había quedado mudo transitoriamente, mi lengua había sido cortada por esa aura inenarrable que salía de mi profesora.

― Es importante mantenerte motivado, ¿Sabes? Tú eres especial, me gusta mucho como peleas, eres mejor que yo a tú edad. Y no voy a permitir que algo intrascendente y mundano como el tema mujeres te nuble la mente y te eches a perder…

Sin venir a cuento, subió un poco mi camiseta y palpó mi abdomen de manera ciertamente provocativa, haciendo círculos con su dedo en mis abdominales, definidos por las horas de entrenamiento.

―Se me ocurre una forma de motivarte… Y a la vez de saciar esa curiosidad por el sexo femenino que tienes… Cada vez que considere que has mejorado tu sparring, te quedarás luego tú solo conmigo a entrenar…

Me besó el cuello de forma totalmente anonadante, mientras seguía con su sobeteo en mi abdomen.

― Pero el entrenamiento no será de M-M-A… ― Volvió a sonreír, evocando la figura de una súcubo. ― Será de S-E-X-O. Y esto es un adelanto…

Cogió mis manos y las hundió en sus tremendos pechos. No dudé ni un segundo en aprovechar esa situación que me estaba dejando totalmente de piedra para sopesar y acariciar esas ubres infinitas. Las tetas de una mujer relativamente madura no tenían rival, eran más pesadas y suaves que las de los ligues veinteañeros que me había echado. Y encima no era cualquier mujer, era Nadia, mi profesora, y quizás la hembra con el físico más jodidamente perfecto que nunca había visto. Intentaba saciar mi sed de tetas, pero parecía que nunca tenía suficiente, estaba totalmente ensimismado en ese divino busto, que aún cubierto por el top, se sospechaba totalmente supresor de respiraciones.

― Entrena como quiero que lo hagas, y mañana me podrás tocar las tetas al natural, sin nada de por medio. Creo que por como las estás mirando y tocando, eso te va a hacer bastante ilusión, ¿Verdad?

Me apartó las manos de sus berzas, y levantando mi mentón, prosiguió su discurso.

― Así sello nuestro trato…

Y me besó… ¿Cómo podría describir semejante beso francés? ¿Cómo podría narrar la manera en la nos chupamos las lenguas como animales, y la manera en que ella guió todo el proceso? Ese festival labial me dejó totalmente empalmado.

― Pero mira que contento estás… ― Me acarició el pene por encima de la ropa, y me dio un pico. ― Entrena duro, y tendrás cada vez más recompensa.

Luego de decir esas palabras, se separó de mí.

― Bueno… Ya puedes irte a casa, que voy a cerrar el gimnasio.

― Em… Sí, por supuesto…

Y, de esa guisa, con el pene totalmente erecto, me fui del gimnasio. Aún sentía como mi corazón latía como loco por el erótico momentazo vivido.

Había sido de fantasía de película porno, y lo mejor es que la cosa recién estaba comenzando.