Rompí las Reglas
Una carta que mi amo no le gustaría leer.
“Hola Amo:
Sé que estoy cometiendo una osadía al escribirle esta carta, cuando usted la lea me pondrá castigos severos. Claro, si aún fuera su sumisa.
Hace una semana en el sótano, se acercó a mí por última vez, me penetró, aunque yo no estuviera lista, utilizó todos mis orificios estando encadenada y en posiciones incomodas para mí. Me azotó, humilló y castigó solo por satisfacción.
Recuerdo muy bien su rostro de placer, ese sadismo con el que me trataba, me sentía muy pequeña frente a su enorme cuerpo, y su miembro taladrándome sin estar lubricada.
Se deleitaba apretando mis pezones con pinzas, mordisqueando mis zonas sensibles y jugando con el anillo insertado en mi clítoris. ¿Vio mis lágrimas? Ese placer agridulce de las otras ocasiones ya no lo sentí. No me atreví a usar la palabra clave. En ese momento comprendí muchas cosas, mi cuerpo no era lo único que estaba lastimado.
Esa noche no pude dormir, estaba en la jaula que me correspondía, mientras que usted descansaba en una lujosa cama. Fue entonces cuando recordé el libro titulado “Libertad”. Sí, aquel que leí ese mismo día estando en la biblioteca, cuando disfrutaba de mi hora libre semanal.
Fue cuando comprendí: algo en mi vida, no estaba bien.
Al día siguiente, usted fue a un viaje de negocios. Me senté en el sofá desnuda como usted me dejo. Las frases del libro aun resonaban en mi mente:
“Libertad, libre”. Después de una hora de estar meditando, comprendí que no tenía que seguir con miedo. Tomé un poco del dinero que tenía guardado. Me vestí de manera sencilla y salí.
Ese día rompí todas las reglas, salí por mi propia cuenta, fui a tomar un café, visité un museo, e incluso me comí esa rebanada de pastel de chocolate, que usted no permitía, solo cuando merecía un premio
Me compré un vestido blanco con flores, aunque a usted le gustan negros y de cuero. Me encantó ver como resaltaban mis piernas blancas, calcé unas zapatillas de tacón alto. Caminé sintiéndome una diva, disfrutando las miradas lujuriosas de los hombres. Les sonreí e incluso fui a la cama con uno de ellos, hice lo que se me antojó sin seguir órdenes.
Lo siento, rompí todas las reglas, pero me gustó. Sus manos gruesas recorrieron mi cuerpo delgado y blanco. Yo también lo besé y satisface cada uno de mis deseos.
No, no crea que estoy en contra del BDSM, es una actividad deliciosa, pero usted no ha sabido ser un amo conmigo. Yo también pienso, yo también deseo y puedo poner lineamientos. Me cansé de ser una sumisa ¡Su sumisa!
Al día siguiente me vi con otro hombre, él fue, incluso más cálido. Sus arrumacos intensos, besó con suavidad mis pezones, resbaló sus manos por mis caderas, moviéndome al compás de sus deseos. Estaba sobre él, galopando, sintiéndome la reina del mundo.
El orgasmo fue increíble, tuvimos sexo varias veces. Pasamos la noche en la misma cama, abrazados, como dos personas iguales. Paseamos y nos comportándonos como una pareja normal, incluso jugué con “Tobby”, su perro salchicha. Me pidió mi número de teléfono, creo que lo veré de nuevo.
Ayer encontré trabajo, como secretaria en una empresa textil. Estoy segura lo haré bien. Solo me falta comprar ropa y alquilar un pequeño departamento ¡Sera emocionante buscarlo!
No tendré el mismo dinero que usted, pero será mío, dispondré de él y de mi tiempo como me plazca.
Estas son mis últimas palabras como sumisa, yo…”
La joven casi terminaba de escribir su carta, escuchó unos pasos, volteó. Su amo llegó dos días antes de lo previsto.