Rompamos esa barrera

Nunca imaginé que mi suegra y yo...Ambos lo necesitábamos y todo gracias a una amiga.

Rompamos esa barrera

Era de noche en los pasillos del hospital. Durante unos minutos me quedé a solas con Elena, la dulce enfermera que deseaba desde hacía semanas; habíamos estado hablando, en voz baja y creí que ella se abriría como una flor en cuanto yo expresase mis anhelos. Besé su cuello y ella se dejaba hacer, continué besando su boca y ella me correspondió en cierto modo, entonces me animé a meter las manos por debajo de su bata blanca, ascendiendo a lo largo de sus piernas, de sus muslos tersos y suaves. Se resistió un poco cuando aparté sus bragas para acariciarle el sexo, pero aún así recorrí aquella zona con la palma de mi mano. Totalmente excitado bajé la cremallera de mi pantalón y saqué mi verga erecta decidido a introducirla en el ansiado coño de Elena, sin embargo finalmente aquella fantástica chica me empujó hacia atrás y rehusó hacer el amor conmigo, marchándose y desapareciendo en la oscuridad del hospital. Quedé frustrado, entre el ridículo y la vergüenza, sin comprender muy bien porqué me rechazó.

Mi esposa llevaba ingresada en el hospital varias semanas y su estancia allí podía dilatarse en el tiempo aún unos meses. No quiero mencionar la grave enfermedad que padeció, porque hoy en día, gracias a Dios la ha superado. Comprenderán qué era lo que a mí me sucedía: llevaba mucho tiempo sin hacer el amor, sin tener sexo. Lo que sucedió con Elena me llevó a pensar que la enfermera consideraba inmoral hacer el amor conmigo, o que yo pusiera los cuernos a una mujer enferma que estaba hospitalizada. O sea, ¿era justo que yo desease a otra mujer cuando la mía, enferma, no podía satisfacerme?. Lleno de vergüenza encontré a Elena la noche siguiente a lo sucedido con ella. Me disculpé, le dije que comprendía sus sentimientos, que no consideraba honrado que engañásemos a mi mujer.

  • No, no es eso –me dijo Elena-, eres un buen hombre y estoy convencida de que un buen marido. Llevamos varias semanas de conocernos y me agradas, me resultas una bella persona, por eso quiero ser tu amiga. Por otro lado pienso que es totalmente normal que tengas deseos sexuales y es más, te aconsejo que si puedes satisfagas esos deseos, yo de ti lo haría, ¿porqué no?

  • Entonces, ¿porqué no lo hacemos tu y yo...? –pregunté lleno de esperanza.

  • Ya te he dicho que eres un buen hombre, al que cualquier mujer querría tener y yo quiero ser tu amiga, pero no puedo ser tu amante...

  • No lo entiendo Elena.

  • Eres mi amigo y no tengo inconveniente en explicártelo, pues sé que lo comprenderás. Mira...yo, yo..., ¿sabes?, bueno, yo soy lesbiana.

Quedé mudo por unos instantes, sin saber muy bien que decir. El rostro de Elena se tornó dudoso, como si no estuviese convencida de haber hecho bien confesándomelo. Por fin reaccioné, la abracé y besé su frente, ofreciéndole de ese modo mi incondicional amistad.

La estancia de mi esposa en el hospital continuaba y Elena y yo éramos muy buenos amigos. Pensé en buscar a alguna prostituta para tener una relación sexual, pero ese nunca había sido mi estilo, pues a la vez buscaba cierto sentimiento al relacionarme con una mujer. Como el tiempo pasaba y a mi mujer no le daban el alta, mi suegra, que vivía en el otro extremo del país decidió venir a visitar a su hija y quedarse un tiempo si era preciso en nuestra ciudad. Margarita, que así se llama mi suegra, perdió a su marido, el padre de mi esposa, en un accidente de tráfico unos años antes y no se había vuelto a casar a pesar de ser relativamente joven. Trabajaba como costurera en una fábrica textil y para venir hasta donde estábamos nosotros se tomó unas vacaciones. Yo no estaba totalmente de acuerdo con que viniese pues era una mujer con la que tuve problemas a raíz de casarme con su hija. Explicaré porqué: Por motivos de mi trabajo me trasladé a la ciudad donde conocí a mi mujer. Ella tenía dieciocho años y yo treinta y cinco cuando decidimos casarnos y su madre no lo aprobaba pues decía que su hija era muy joven para casarse y muy joven para mí. De todos modos nos casamos a pesar del enfado de Margarita, que por entonces tendría unos cuarenta y ocho o cuarenta y nueve años. El momento de mi relato ocurre cinco años después de casados, por lo que Margarita, mi suegra, era ya una cincuentona. Fui a recibirla a la estación de tren y al verla me sorprendí, pues conservaba gran atractivo femenino, a pesar de que su cabello dejaba bien claro que era teñido de rubio platino. Vestía falda vaquera y blusa blanca, y calzaba unos zapatos negros de tacón alto. Tenía un estilo y una clase muy dignos para su edad. Eso me agradó. Muchos hombres que deambulaban por los andenes de la estación la miraban sin remilgos y a mí me parecía lógico. Besé su mejilla al recibirla y ella me correspondió. Dadas las circunstancias y la salud de su hija llegamos a un acuerdo silencioso de olvidar viejas rencillas del pasado y así ella y yo nos sentimos cómodos.

Mi esposa experimentó una mejoría con la presencia de su madre y eso me llenó de felicidad. Creo también que mi esposa se sintió feliz porque veía que su madre y yo nos llevábamos bien. Margarita y yo nos turnábamos para estar en el hospital e incluso a veces nos quedábamos los dos, pues yo estaba de excedencia en el trabajo. Presenté a Margarita a Elena, la enfermera y pronto se hicieron muy amigas, tan amigas que pasaban mucho tiempo juntas hablando de sus cosas. Elena, entre bromas, me tranquilizó diciéndome que no pretendía seducir a mi suegra, a pesar de que le resultaba muy atractiva. Supongo que Margarita pronto supo de la condición de lesbiana de Elena, y Elena igualmente sabría mucho de la vida íntima de Margarita. Verlas juntas, como amigas me alegraba y quizá por ello, una noche, mientras yo dormía solo en casa soñé algo bastante extraño: En el sueño aparecían Elena y mi suegra besándose la una a la otra. Mi suegra decía: " Yo no soy lesbiana Elena, pero como eres tan amiga mía..." y continuaban besándose y acariciándose, ya desnudas, chupándose los pezones de sus enormes tetas ambas, la una a la otra, introduciéndose las manos por la entrepierna... Entonces Elena susurraba algo al oído de Margarita y ésta respondía: "¿Tú crees que él querrá? En ese momento desperté y el sueño se acabó. Yo tenía una erección enorme bajo las sábanas y no pude evitar echar mano a mi polla y masturbarme al recordar aquel sueño tan tórrido y erótico. Eyaculé violentamente, jadeando y poniéndolo todo perdido de semen, mientras me preguntaba a quién se refería mi suegra cuando decía en el sueño ¿él querrá?

Desde aquella noche me fijé más en mi suegra y me sorprendí a mi mismo afirmándome que si pudiera me la follaría. Pero eso sólo era un sueño, una fantasía que no podía cumplirse. Traté de hablar con Elena sobre mi suegra, intentando saber de su vida íntima pues Elena conocería detalles. Mi amiga Elena, como mujer experta en deseos y pasiones, captó al momento mi interés por Margarita. Sentí algo de vergüenza y le pedí que no dijese nada a nadie, pero en otro alarde de gran amistad la enfermera me tranquilizó e hizo de nuevo que yo viese que el desear a mi suegra en nada era malo, pues era una mujer muy atractiva que estaba pasando mucho tiempo junto a mí. En resumidas cuentas, Elena me dijo que era más fácil desear a aquella mujer cercana que a cualquier otra que no conociera o viese pasear por la calle. Nuestra conversación acerca de Margarita se alargó siendo de total confidencialidad y no dudé en preguntar a Elena si Margarita era una mujer con claros deseos sexuales o si por el contrario ya no tenía ningún interés por el erotismo y la sexualidad. Entonces Elena se sinceró conmigo y me dijo que me mostraría algo, pero que yo le tenía que prometer que guardaría el secreto. Yo se lo prometí y le dije que confiara en mí, suplicándole que me hiciera el favor de mostrarme aquello tan importante. Así que Elena me hizo acompañarla hacia unas taquillas del hospital donde los acompañantes de los enfermos guardaban sus cosas. Elena abrió con una llave maestra la taquilla de Margarita y sacó un bolso que ella guardaba allí. Nadie había por allí y nadie podía ver qué hacíamos. Elena abrió el bolso y extrajo de él algo que me dejó de piedra: mi suegra guardaba un enorme consolador de látex con forma de pene.

  • Margarita no llevaría esto consigo si no tuviese deseos sexuales –me dijo Elena.

  • Uff –exclamé yo- ¡y tan fuertes, dado el tamaño de ese aparato!, y ya totalmente lanzado y excitado al conocer aquella faceta de mi suegra le pregunté a mi amiga: ¿pero Margarita no tiene gana de una polla de verdad?

  • No sé –dijo Elena sonriéndome y solidarizándose completamente conmigo-, eso no me lo ha contado. Entiendo lo que quieres, pero el caso es si tu suegra querrá lo mismo.

  • Intenta averiguarlo tú por favor Elena.

  • Lo intentaré, pero no te prometo nada.

Sabía que mi amiga haría todo lo posible por mí, y lo supe cuando Margarita empezó a flirtear con un médico maduro del hospital. Mi suegra le contó a nuestra amiga común qué se había citado con aquel médico para cenar una noche y que si la cosa salía bien incluso haría el amor con él. Así supo Elena que Margarita era una mujer caliente, pero aquella cita era peligrosa pues podía alejar a Margarita de mí. Elena entonces, hábilmente entró en la sección informatizada del hospital donde se ordenaban las guardias y los turnos de los médicos, alterando los horarios de aquel médico y haciendo coincidir una guardia obligatoria de éste con la noche de la cena con mi suegra. Aunque fue una jugada sucia, se lo agradecí a Elena. Margarita, despechada con aquel doctor, no volvió a citarse con él. Días más tarde mi amiga enfermera se acercó a mi y confidencialmente me dijo sólo esta frase : ¡esa hembra está caliente, tiene ganas!

Pasaron los días. A esas alturas Elena habría hablado de mí con Margarita. Le habría hablado de mí como hombre, como buen marido que amaba a su esposa, pero un hombre al fin y al cabo con pasiones carnales irrefrenables que necesitaba satisfacer, tal como las de ella, Margarita. Por eso creo que Margarita me trató de otro modo especial a partir de entonces. Se esforzaba por agradarme, buscaba estar a solas conmigo, hacer cosas en común donde pudiéramos tocarnos, rozarnos, siendo las situaciones cada vez más íntimas entre nosotros. Recuerdo a propósito un día que me pidió que la llevase a realizar unas compras. Entramos a una tienda de ropa íntima femenina donde ella iba a comprarse unas bragas y un sujetador. Margarita me mostró varias de estas prendas de varios colores preguntándome si me gustaban. Mi suegra jugaba con fuego de forma totalmente declarada y yo me empalmé, no disimulando mi erección. Margarita entró a un probador a cambiarse y al salir me dijo: "Las nuevas me las llevo puestas ¿quieres guardarme tú estas bragas y este sujetador que traía puestos?" Me los quedé para mí sin dudarlo. Después en mi casa, solo en el dormitorio, olí sus prendas totalmente excitado, me masturbé con la polla envuelta en las bragas y eyaculé en ella mojando la tela. Horas después se las devolví a mi suegra y ella increíblemente consciente de lo que yo había hecho me dijo: "Si ya te han servido será mejor que las lave" y me sonrió pícaramente. Me pregunté porqué no me lancé allí mismo a por ella para follarmela contra la pared.

Nuestra amiga Elena, comprendiendo las dificultades que mi suegra y yo teníamos para dar el paso definitivo nos hizo un favor más: una noche que los tres estábamos en el hospital, Elena nos dijo que acababan de amueblar con sofás una nueva sala de espera para los acompañantes de enfermos y que la abriría para que sólo nosotros dos pasáramos allí la noche. Nos hizo pasar y muy abiertamente nos dijo a losa Margarita y a mi: "Ambos lo deseáis, así que romped esa barrera y haced lo que tenéis ganas de hacer. Cerraré la habitación por fuera, nadie os molestará" Así que Elena salió dejándonos solos y cerrando con llave por fuera. Margarita y yo nos quedamos solos mirándonos a los ojos sin saber muy bien qué hacer. Ella actuó y me dijo que me sentase en uno de aquellos cómodos sofas. Se sentó junto a mi y me acarició la cara y el pecho, dándome un corto beso en los labios. A continuación bajó la cremallera de mi pantalón y dijo:

  • No sé si te gustará o si lo sabré hacer, hace tanto tiempo que no veo una polla...

  • Sabrás hacerlo Margarita, no te preocupes, tenemos toda la noche para nosotros, así que acaríciame la verga porque la tengo completamente dura.

  • Si, ya veo, es enorme, me gusta – decía mi suegra mientras me empezaba a masturbar suavemente.

Le desabroché la blusa y el sujetador y alcancé a chupar uno de sus pezones tiesos, lo que hizo que emitiese el primer gemido de lo que sería una serie interminable. Casi sin darme cuenta y dado el placer que me estaba proporcionando con su dulce caricia no pude reprimirme y eyaculé lanzando potentes chorros de leche por todos lados. Ella sonrió y me besó comprensiva. Yo le dije que en eso no se quedaría lo que íbamos a hacer y ella me prometió que desde luego que no. Se levantó y se acabó de desnudar frente a mí, se aproximó y apoyando una pierna sobre el sofá en el que yo estaba dejó bien a la vista su coño espeso de vello púbico. Me invitó a lamerlo y yo no dudé en hacerlo totalmente a conciencia, empapándome de jugos la boca y la cara. Segundos más tarde mi suegra experimentó un orgasmo como hacía tiempo no tenía, según ella misma dijo.

  • ¡Oh, oh, mi vida... que bien...! –gemía ella mientras le lamía la raja.

-Me tienes loco – le dije- mira como me has puesto la polla otra vez.

Efectivamente mi pene estaba de nuevo a punto.

-¡ Quiero follar contigo la noche entera cabrón!

  • Puedes estar segura de ello –le dije y por seguir en una dinámica de insultos añadí: pero antes de te la meta en el coño me la vas a chupar un buen rato, puta mía.

Y empezó a chuparme el pijo como una desesperada:

-Sigue asi zorra – le decía yo- te voy a dar esta noche lo que llevas tanto tiempo deseando.

  • Sí, no saldremos de esta habitación hasta que no hallamos perdido todas las energías y toda la sangre follando –dijo mientras hacía un paréntesis comiéndome la polla.

Sin llegar a eyacular la cogí y la senté sobre mí para clavársela en el coño y ese fue nuestro primer gran polvo de la noche. Mordí sus tetas con ansia y gemimos como si nos estuvieran matando, diciéndonos el uno al otro toda una serie de guarradas. Que si puta, que si cabrón, cerdo, ¿te gusta mi polla?, te voy a perforar tu enorme y suculento coño, follas como un ángel, tienes unas tetas que me vuelven loco, etc, etc.

Y así fue toda la noche. A la mañana siguiente Elena entró y nos encontró durmiendo el uno junto al otro desnudos.

  • ¿Qué tal os ha ido?

  • Bien –contesté.

  • Pero nos gustaría seguir –dijo mi suegra.

  • Tranquilos –dijo Elena-, os traeré algo de desayuno para que repongáis fuerza y os volveré a dejar solos.