¡rómpame, rómpame toda!!!
Vika consigue por fin que el hombre de sus sueños la desvirgue totalmente (por todos sus orificios) y controle absolutamente su cuerpo y casi sus orgasmos.
¡RÓMPAME, RÓMPAME TODA!!!
Miércoles, 2 de agosto, noche
Su cuello y sus muñecas quedaron absolutamente inmovilizados y sus sentidos anulados. Notó cómo caía el listón ahuecado sobre su cuello y sus muñecas.El listón, con sus medias lunas vacías, se convertía en un cepo atento. Su cabeza quedaba encerrada y no podía ver quién sería su amante, oír quién se acercaba, oler algo distinto del aroma a cola y madera del cajón recién hecho. Sus manos no podían escapar de donde estaban presas. Había visto al guapísimo Darek al llegar cuando Mar la entregó desnuda tirando de su collar de perra. Llevaba dos días con ambos conociendo Barcelona y mirando la encantadora sonrisa del bielorruso. Al sentir como caía el listón, una sucesión de imágenes se proyectaron en su mente. Tal vez esos minutos en silencio y privada de todos sus sentidos: desde que Mar ayudó al hombretón a subyugarla en la caja de madera hasta que sintió una mano sudorosa explorando su sexo, fueron demasiados para su cerebro y su cuerpo acostumbrados ya a la sobreexcitación.
Vio pasar en un torbellino cada instante desde que había dejado su casa en Galicia hasta que estaba sometida con su cabeza encerrada entre las tablas del paralelepípedo. Recordó cómo salió de su casa con las prendas acordadas: una minifalda negra y una camisa blanca. Nada más. No llevaba bragas, ni sujetador, ni en su cuerpo, ni en su maleta. ¡Cuánto habían hablado aquella noche Darek y ella de su vestimenta! ¡Qué poca ropa para tanto frenesí!
Revivió la mirada descarada de Iago a su escote y sus piernas y cómo apreció que se empalmaba con solo besarlo levemente en los labios, o puede que se excitase solo por el intenso aroma a coño mojado que desprendía la hembra joven. Tal vez fue la atención prestada a sus ropas y su maleta lo que hizo que olvidase su móvil en casa. Volvió a sentir las palpitaciones de su corazón al sentarse con su sexo desnudo sobre el asiento tapizado del avión e imaginar que todos los ojos del pasaje se clavaban en su entrepierna. Imaginó al propio Darek observándola. Seguía las instrucciones precisas del eslavo, concebidas con la ayuda de la mórbida imaginación de la modelo de ojos aguamarina.
Mar y Darek la esperaban tras la puerta de salidas del aeropuerto. Se ilusionó al ver después de salir de la zona de embarque a ese hombre seguro de sí mismo embutido en aquella camiseta negra que marcaba sus pectorales y enseñaba cómo se separaban a través de un escote triangular cerrado por un cordón grueso. Siempre llevaba pantalones ajustados, pero sin resultar ridículamente comprimido, como los más jóvenes. Ella se sintió aliviada y protegida al sentir el fraternal abrazo de la encantadora Mar cuyos pezones anillados se adivinaban bajo la lycra de su top blanco de tirantes. ¡La sonrisa cálida de aquella chica siempre iluminaba su alrededor!
Le habían cumplido el gusto de reservar las entradas para ver la Sagrada Familia. Ella se había quedado con ganas de verla en su anterior visita y sentía que este sería su mejor viaje a Barcelona, donde por fin perdería su virginidad con un modelo de revista. Ambos anfitriones se habían esforzado por concederle cada uno de sus caprichos. De esos agradables paseos, solo le había molestado el exceso de vanidad de Darek, cómo se miraba y retocaba su pelo largo en cada espejo que veía por la calle, cómo marcaba los músculos de sus brazos cuando ella se abrazaba a él, cómo se escuchaba a sí mismo cuando iba a decir una frase ocurrente, cómo sonreía enseñando sus níveos dientes a cada chica que le prestaba atención por la calle.
Mar se mostró más acogedora incluso que Muriel, la trató como una hermana en la sumisión desde el primer momento. Le enseñó su clítoris y sus pezones perforados antes de acostarse juntas y desnudas la primera noche. A pesar de los anhelos de la joven, no tendrían tiempo en este viaje para anillar a Vika. Los tres habían ido a recoger la caja al taller donde acababan de terminarla. El taller lo regentaba el mismo carpintero que había hecho todos los muebles de la mazmorra del estudio de Luppo y de varios locales BDSM de Barcelona. Dispusieron todo en la casa alquilada para la ocasión. Era de las más altas de Vallcarca y algo alejada de la casa más próxima. Vika tenía la errónea impresión de que todos los españoles vivíamos en casas enormes, que contrastaban con el pequeño apartamento de Lviv donde había pasado su infancia.
El salón lo reconvirtieron en mazmorra para una noche con la colaboración de Vika y el resto del piso ya lo habían adecuado Mar y Luppo para sus siniestros propósitos. Luppo no había parado de quejarse de los gastos, pero todos juntos no superaban lo que pagaría el tercero de los amantes de aquella noche. El resto sería ganancia a repartir entre Luppo, Mar y el comisario. La mejor puja por el ano virgen ascendió a más importe que la tradicional subasta del himen. Fue un regalo del jeque desgraciadamente conocido por Maui a uno de sus sobrinos favoritos, que fingía que estudiaba en Barcelona.
Lo que la inmovilizada Vika no imaginaba era el recorrido de su madre mientras disfrutaba de Barcelona y construía su escenario soñado. Katia, Muriel y yo habíamos volado a Barcelona. Desde que coincidimos con Iago la tarde que partió Vika a Barcelona, no volvió a haber descanso para nosotros hasta recuperar a la chiquilla secuestrada por su propia voluntad.
El teléfono móvil de Vika fue su principal delator. Recuerdo a Katia traduciéndome en el avión las conversaciones entre su hija y el ruso blanco. Me pareció algo zalamero cuando Darek le confesó que desvirgar a una chica de su edad era una de sus fantasías eróticas más recurrentes. Yo nunca había tenido paciencia para desvirgar a una chica joven y prefería tener sexo rápido y satisfactorio con una chica joven pero más experta que dedicar mi tiempo a entrenar un coño virgen. Recuerdo cómo después de explicarle Darek que sería llevada ante él desnuda por Mar, que la conduciría tirando de un collar de perra, la inmovilizarían con su cabeza en un cajón de madera y él la desvirgaría a cuatro patas, ella comentó: “¡Sí! ¡Sería como un sueño hecho realidad!”.
Me sorprendí empalmado al oír esa frase y algo avergonzado. A mis ojos era la hija de Katia, la que había visto en fotografías desde que nació. No debería pensar en sexo con su madre a mi lado tan agobiada. Aun así, reconozco que me hubiera gustado ver la cara de Vika cuando pronunciaba esas palabras, ese brillo de deseo en su mirada. Dentro de mis sentimientos contradictorios, acepto que esa proposición anhelada despertó en mí cierta envidia, me hubiera gustado ser yo el otro protagonista de ese sueño que se podía hacer realidad y empezó irracionalmente a antojárseme ese coño virgen ciñéndose a mi polla por primera vez hasta adaptarlo a mi sexo. Horadar su vagina, perforar su himen, romper su coño, taladrarla.
Yo intentaba calmar a la madre, al fin y al cabo, la chica estaba llevando a cabo una fantasía suya, como nosotros mismos habíamos hecho con las nuestras. Esto solo hacía que la madre volviera a maldecir una y otra vez el haber venido a España, el vivir conmigo y con la perra Muriel, el haber dejado a Vika viajar sola con mi perra a Barcelona. El nerviosismo y la preocupación de Katia me parecían exagerados.
Muriel permanecía callada, pero iba silenciosamente atando cabos. Nos pidió que le pasáramos los contactos de Vika y los chats. Rápidamente encontró la conexión entre Mar y Luppo y le pasó la información a Maui.
Vika volvió en sí un segundo, después de haber entrado en el subespacio al ser aprisionada por Darek y Mar. La mano sudorosa que recorría su cuerpo era bastante más pequeña que la enorme mano del ex jugador de balonmano. Recordaba cuando esa mano colosal había apresado su cuello al besarla y había sentido una mano cálida e infinita que la hacía sentirse segura y presa a la vez, en lugar de esa mano pequeña y mojada. Ese pensamiento la hizo sentirse molesta y deseosa de liberarse.
Mar siempre le había dicho que podría parar cuando ella quisiera y pensó que era el momento de hacerlo. Siempre se comprometieron a dar marcha atrás en cualquier instante. Forcejeó con su cuello y sus manos para liberarse de sus grilletes, gritó, pataleó. La mano sudorosa seguía recorriendo impaciente su cuerpo.
Las lágrimas empezaban a brotar de los ojos de la zagala, cuando notó que la húmeda zarpa se alejaba de su cuerpo. En ese momento pensó que Mar estaba a su lado e iban a descansar un rato y todo había sido fruto de su imaginación asustadiza. No sabía que una pistola estaba apuntando a la cabeza afeitada de Ígor Zhukov.
Era la mano de Marc la que empuñaba el arma. En la habitación de al lado, Toni, Daniel, Muriel, Maui y yo reteníamos a los agraciados modelos, los dos viciosos que esperaban impacientes su turno y los organizadores del evento. Katia se apresuró a liberar a su hija. Irene nos esperaba vigilando los vehículos.
Cuando Vika se encontró desnuda y liberada ante su madre y frente a un pequeño calvo amenazado por una pistola sujeta por un mosso d’esquadra, no entendió absolutamente nada. ¿Qué había ocurrido? ¿Quién era el ridículo imitador de Putin desnudo con su polla enana? ¿Quién era el policía? ¿Por qué una pistola? Ella había sentido cierta inseguridad durante algunos instantes, pero siempre confió que la iba a liberar Mar, que se encontraría de nuevo con Darek y que tras recuperar la calma, volverían a la escena donde la habían dejado.
Vika se sintió contrariada. Ella quería comenzar una vida sexual desinhibida dentro del BDSM alejada de su madre. Es cierto que estaba enamorada platónicamente de mí y que casi siempre era yo el coprotagonista de sus fantasías eróticas, pero al fin y al cabo, era el novio de su madre. Esta huida a Barcelona la había visto como el mejor paréntesis para olvidar los deseos insatisfechos que sentía en nuestra casa y su frustración constante. Su cuerpo pedía sexo y su corazón estaba dividido entre el respeto a su madre y su enamoramiento hacia mí. Desnuda y recién liberada no supo qué hacer y se abrazó a su madre. Empezó a llorar desconsolada y a gimotear entrecortada:
—Yo solo quería follar como todo el mundo. Me gusta tu amo, pero él nunca me querrá. Me odio por desear a tu novio.
Y siguió llorando abrazada a su madre. La madre la acogió con ternura y dejó que se desahogara todo lo que quisiera. Cuando apareció Muriel en la habitación, Vika dejó a su madre y se abrazó a mi perra. No sabía por qué, pero en ese momento se sentía más comprendida por ella. Muriel dirigió el baile agarrado hacia donde estaba la ropa de Vika y la adecentaron las cuatro manos de mis dos amantes, mientras Vika se dejaba hacer sin oponer fuerza alguna con sus músculos, ni ayudar tampoco.
Al poco rato, los dos coches y la furgoneta estaban repletos y camino del club ecuestre. Irene, Daniel y Maui guiaban en camino y nosotros vigilábamos la retaguardia en el coche trasero.
En la furgoneta iban Marc, Toni, treinta mil euros y los seis viciosos esposados: el desnudo Igor Zhukov, Luppo, Mohamed -el sobrino del jeque-, un francés que también esperaba el último turno, el comisario y la preciosa Mar con una asombrosa sonrisa. ¡Por fin había vuelto a ver a su amo verdadero!
Toni y Marc habían sido compañeros en los mossos de d’esquadra antes de que Toni aceptase su destino como empotrador de El Maresme en el negocio familiar. Hubo un tiempo en que rechazó ganar dinero como hombre objeto, algo que siempre estuvo implícito en la oferta de su padre como
hereu
y pretendió ganarse la vida como policía. La muerte repentina de su padre hizo que tuviera que asumir sus responsabilidades en los ingresos familiares y lo más simple era hacerse cargo del club. Cuando Irene le enseñó la foto de Mar, rápidamente la asoció a su ex compañero. La estrecha vigilancia a Luppo dio rápidamente sus frutos y encontraron con facilidad la casa en el carrer del Comte de Noroña.
Aquella noche de vigilia, nos repartimos en dos equipos, los que vigilaban a los delincuentes y los que consolábamos a la cría. En el equipo del ánimo estábamos Katia, Muriel, Maui, Irene y yo. Los vigilantes eran Toni, Marc y Dani. Cada chica fue dándole consuelo a Vika y finalmente el gineceo decidió que todas las soluciones pasaban por mi actuación. El improvisado consejo se reunió en el gran salón de la casa de Dani e Irene. La primera en hablar fue Muriel, que a esas alturas era la que mejor se comunicaba con la rapaza.
—Creo que Vika tiene una sexualidad que necesita ser satisfecha, sabe ya que es sumisa, muy sumisa y cree estar enamorada de usted. Yo misma podría ayudarle a entregarse a usted y convertirla en otra perra obediente para servirle.
En ese momento me pareció ver una mirada cómplice entre las dos jóvenes.
—Acepto su sexualidad desmedida y sus apetitos, pero yo no soy responsable de que se haya enamorado de mí. No he hecho nada para que se fije en mí y apenas le he prestado atención —intenté evadir toda responsabilidad, especialmente hacia Katia.
—Ya lo sabemos. Pero la realidad es que es mejor que la desvirgues tú y la aceptes como sumisa un tiempo, hasta descubra si realmente ha nacido para ser una esclava o todo es fruto de la confusión vivida con tanto cambio. Ella cree que necesita ser adiestrada como una perra sexual y a mí me da más confianza que la adiestres tú que cualquier otro amo desconocido —reconoció finalmente Katia, quien me prefería a mí como primer amante, que cualquier otro que se buscara la chiquilla, especialmente viendo los métodos de selección que utilizaba.
—Sabéis que nunca he estado interesado en desvirgar a ninguna chica. No entiendo por qué iba a ser distinto con Vika —volví a intentar zafarme del asunto. Realmente me asustaba la responsabilidad de educar a Vika de cero, sin que ni siquiera supiera cómo sabía el semen o si abrir su sexo le provocaría una hemorragia—. Mi sexo es muy grande para una primera vez.
—Todo se puede adaptar —medió Maui, que desde que había conocido la polla de Sheikh era una entusiasta de los falos descomunales.
—Tal vez ella prefiera a otro para ser el primero. Toni tiene gran experiencia desvirgando a pijas de esta región. Tal vez ella lo prefiera y también sería de confianza —esgrimí como última opción.
—Desde luego ella no podrá luchar contra su naturaleza. Ha descubierto que es sumisa mucho antes que nosotras, pero ahora que lo sabe, no podrá vivir de otra manera —Interrumpió Irene.
—¿No le gusto, verdad? —gimoteó Vika—. Yo solo quiero agradarle. Si usted me acepta, seré otra perra como Muriel, haré todo lo que me ordene. Si lo desea, podrá controlar mis orgasmos —en realidad esto era una fantasía suya, como más tarde me confesó—. Piense que si con Muriel ha conseguido esta obediencia ciega y la conoció con más de 21 años y después de que hubiera tenido muchos amantes, ¿qué no podrá conseguir conmigo que descubriré el sexo y el BDSM a la vez? Sé que mi sexo es aún estrecho, pero puede tomarse un tiempo para irlo abriendo. A cambio no solo disfrutaré con su control sobre mí, sino también al saborear el semen por primera vez, al descubrir qué se siente al estrenarme follando, ¡ni siquiera nunca nadie ha lamido mi sexo!
—Creo que hoy no deberíamos tomar una decisión. Ha sido un día complejo. Es mejor que mañana nos vayamos a Galicia y decidamos en familia. Ahora los que podamos, deberíamos intentar dormir.
Vika se arrodilló a mis pies y empezó a besarme la mano. Con su cara entre mis manos imploró:
—¡Por favor, rómpame, rómpame toda!!–. Estas palabras resonaron en mi mente toda la noche.
Muriel se unió callada a la súplica, se arrodilló ante mí y besó mis manos sin pronunciar una palabra.
Jueves, 3 de agosto
Durante la despedida, encomendamos a Maui la decisión de qué hacer con los delincuentes que llevaban una noche secuestrados ilegalmente y volvimos a Galicia. En el avión de retorno, Vika iba sentada junto a Muriel y yo junto a Katia. Durante todo el viaje la madre estuvo exponiéndome las ventajas de que yo fuera el primer amante y amo de Vika, en lo que parecía una encerrona. Reconozco que el cuerpo de Vika no me era indiferente, no se parecía en nada a aquellas fotos de bebé con las que la había asociado durante años. Aquellos pechos turgentes incluso me obsesionaban y esa piel perfecta que parecía querer romperse incapaz de contener todas aquellas curvas de mujer pero ofreciendo una tersura sin igual. Su carita me había enamorado desde que la conocí y aunque seguía reconociendo las facciones del bebé perfecto que había visto solo en fotos, eso solo hacía que me gustase más. Katia no escuchaba mis argumentos sobre la enorme diferencia de edad, que en unas décadas, yo sería un viejo y ella una joven en edad de procrear, que tendría que liberarla cuando más la quisiera,.... Ninguno de mis argumentos era válido para una madre que había decidido que la mejor manera de proteger a su hija era entregarla a un lobo conocido, antes que dejarla que la despedazara una manada hambrienta.
Muriel en cambio, le enseñó a Vika cada uno de los detalles que sabía que siempre me excitaban y que nublaban mi raciocinio. Vika fue tomando nota mental de todos ellos, ahora que sabía que contaba con la complicidad y aquiescencia de todas las chicas de la casa. Durante aquella conversación ya desabrochó tres botones de su camisa y humedeció sus labios cuando descubrió que la miraba por el rabillo del ojo. En ese instante, sonreí.
Aquella noche la cena fue servida por Muriel y Vika desnudas. Parecía que Muriel y Vika estaban actuando con la política de hechos consumados y que Vika sería mi perra sin poder yo hacer nada por evitarlo. La idea me asustaba y excitaba por igual. Ambas se arrodillaron a mis pies cuando terminaron de servir y dejaron que yo las alimentase con los restos mordisqueados por mí que no deseaba terminar. El postre habitual consistía en fruta y una mamada de Muriel. Vika quiso saborear también mi sexo, pero en esta ocasión detuve esa lengua ansiosa con una mano y le expliqué que yo aún no la había aceptado. Acató resignada, pero puso carita de pucheros.
Envié a Muriel y Vika a dormir a cada una a su habitación y Katia se mostró especialmente cariñosa aquella noche conmigo. Mientras la follaba a cuatro patas, gritó entre gemidos: “¡Hazme lo que quieras!¨.
Viernes, 4 de agosto
El desayuno volvieron a servírmelo mis dos cachorras desnudas y mi sexo empezó a sentir urgencia por desvirgar el perfecto coño de Vika, diana permanente de mis pupilas. Mí yo más moralista seguía empeñado en no dar rienda suelta a mis deseos y frenar a mis caprichos. Finalmente mi yo vicioso venció como siempre al moralista, pero el canalla se refugió en mi subconsciente y me obligaba a tararear el estribillo de Los Amaya: “caramelos, caramelos, caramelos, llevo caramelos”. Cuando Katia se levantó, le comuniqué mi decisión:
—Voy a aceptar a Vika como perra para desvirgarla y adiestrarla. Ella deberá entender que siempre será libre para dejarme y que transcurrido un tiempo, deberá tomarse un tiempo de descanso y conocer a otros hombres. Es importante que entienda esto último Me gustaría que me ayudases a explicárselo.
—Sé que serás un buen amo. A mí también me hubiera gustado que tú fueras mi primer amante, amor y amo.
Aquella mañana sentí que comenzaban realmente mis vacaciones después del ajetreo de la primera semana, Katia le explicó mi resolución a su hija que no dejó de parecer el anuncio de una clínica dental desde entonces. Antes de comer, Katia recibió una llamada de su hermana. Su madre se había caído por las escaleras y se había partido la cadera. Tenían que operarla y tendría una larga convalecencia. La necesitaban en Lviv, su hermana trabajaba y era madre soltera y no podía ocuparse de la abuela de Vika tanto tiempo. Aquella aciaga tarde de viernes, también le bajó la regla a Vika, así que realmente nos centramos el fin de semana en organizar el viaje de Katia.
Lunes, 7 de agosto
El lunes fue nuestro primer día de entrenamiento real. La madre de Vika se había marchado la tarde anterior y hubo que hacer muchos preparativos. Muriel y Vika prepararon el desayuno y me lo sirvieron ritualmente desnudas. En realidad Muriel llevaba su collar de perra, lo que la hacía estar aún más desprotegida y accesible para mí. La chiquilla lo miraba con envidia, pero aún no era el momento de imponerle un collar, debería comprender primero todo lo que conllevaba.
Al terminar el desayuno, Muriel cogió de la mano a Vika y le enseño como prepararme el baño. Ambas me esperaron arrodilladas en el enorme plato de la ducha. Oriné sobre mi perra y ella mostró el mismo entusiasmo de cada mañana al recibir mis líquidos, la calidez de su dueño, de su amo, de su dios. La veneración de Muriel no tenía límites y resultaba contagiosa para mi aspirante a vestal de Príapo. Al terminarse el chorro, ambas lenguas comenzaron a lamer mi falo empalmado. Aquellas vacaciones las recuerdo como si me hubieran insertado un hueso en mi pene, siempre duro, siempre empalmado. Mis dos perritas se pasaban el día divertidas procurando que no bajase un milímetro. Tal vez por eso tengo un poco nublados los recuerdos, no quedaba sangre para que mi cerebro los ordenase.
Fue la primera vez que Vika vio el semen borbotear de un pene erecto. Ella quería solo contemplar como salían disparadas las gotas blancas, pero Muriel la agarró del pelo e introdujo su boca en mi sexo, como yo le había explicado que quería que hiciese aquel día. Regalarle mi esperma a Vika fue un acto de generosidad para Muriel, que disfrutaba al beber cada gota de mi néctar. Vika saboreó mi leche por primera vez. No sabía como ella esperaba, la imaginaba más dulce, menos salada, menos viscosa.
—¡Trágatelo todo, hermana! —animó Muriel a Vika.
Después de la ducha, mantuvimos una conversación con Vika sobre sus expectativas y le empecé a exponer las normas que debería acatar. Muriel se arrodilló para mantener esta conversación y Vika la imitó.
—Está bien, Vika, has visto que finalmente te he aceptado para adiestrarte como a Muriel. Las reglas en esta casa son muy simples: yo ordeno, tú obedeces. Por ahora, no voy a follarte, porque quiero prepararte primero. Asumo que te entregas a mí de forma temporal y deseo que con el tiempo, te liberes de mí. Sabes que la diferencia de edad, hace imposible que esta relación pueda mantenerse en el tiempo más allá de unos pocos años, solo mientras yo aún parezca joven y tú me mires con deseo.
—¿Cuándo me desvirgará? –preguntó Vika impaciente.
—Cuando estés preparada. No tardaré mucho, yo tampoco podría soportar esta espera demasiado –confesé—. Aunque solo sean mis órdenes las que tendrás que obedecer, debes imitar a Muriel en todo lo que puedas. Ella está acostumbrada a mí y te irá enseñando cómo servirme.
Muriel abrazó a la chiquilla y la besó en su hombro desnudo como el resto de su cuerpo. El piercing del pezón de Muriel rozó el omóplato de la ucraniana.
—¿Me anillará los pezones y el clítoris? –Volvió a demandar esa Vika ansiosa.
—Los pezones, no, hasta que hayas tenido los hijos que desees. Puede afectar a la lactancia. El prepucio del clítoris te lo anillarán este miércoles.
—¡Yupi!!! –exclamó entusiasmada Vika— ¿Y me controlará los orgasmos? —continuó con una sonrisa nerviosa.
—Por supuesto. Pero hoy y mañana, podrás correrte cuanto quieras, después de ser anillada tendrás varios días de abstinencia impuesta y a partir de ahí, solo podrás correrte cuando yo te ordene o cuando me lo supliques y obtengas permiso.
—¿Me castigará?
—Sin duda. Quiero ver las marcas de mi poder en tu piel. Esta misma tarde será tu primera sesión. Es cierto que aún no has cometido ninguna falta digna de castigo, pero quiero que sepas que también podré castigarte solo por mi capricho. Esta tarde te castigaré hasta marcar tu piel para que sepas qué poder tengo sobre tu cuerpo. Muriel me ayudará a hacerlo.
Mi perra sonrió. Recordó la primera vez que la castigué y se sentía emocionada de ver esas reacciones novedosas en otra persona. Vika puso cara de miedo y excitación a la vez. Muriel, que estaba a su lado, la cogió de la mano y notó cómo temblaba.
—Ahora vístete que tenemos una cita.
—¿Con qué ropa desea que me vista? ¿Puedo ponerme tanga y sujetador?
—Me gustan tus pantalones cortos. Olvídate de la ropa interior, solo los días de regla llevarás bragas.
—Yo te ayudaré a elegir la ropa. Sé bien lo que le gusta al amo y cómo prepararte para él —terció Muriel.
Antes de salir a la calle, se me aparecieron las dos ángeles lascivas vestidas de gemelas en minishorts y camisetas ombligueras, aunque escotadas. El escote más joven sorprendía con un atrevido canalillo y una presión en la tela que dejaba observar las palpitaciones del corazón acelerado.
Un compañero ginecólogo del hospital había aceptado recibirnos en su consulta privada antes de comer, aunque estaba saliente de guardia. El ginecólogo aún presumía de sus actitudes como amante en las comidas en que coincidíamos durante las guardias en el hospital y cómo algunas de sus pacientes iban decididas a ligárselo. Recuerdo también una enfermera de mi servicio que comentaba que siempre que iba a su consulta llevaba su mejor ropa interior y cómo en la sala de espera abundaban chicas jóvenes superarregladas. Solía remarcar lo bien que se conservaba y los cuernos que debía llevar su mujer.
Tras el clásico interrogatorio, pasó a Vika a la mesa de exploración ginecológica. La infinidad de sexos femeninos que había visto ese ginecólogo no impidió su sorpresa al ver como esas piernas se abrían para mostrar la mayor maravilla del mundo y parpadeó asombrado. La perfección de aquellos labios firmes, tersos, finos y sin arrugas en esa vagina aún estrecha y que suplicaba ser abierta, la piel sonrosada y el olor dulzón y salado a la vez hicieron que deseara ese sexo virgen para sí mismo. No obstante, lo poco que le quedaba de profesionalidad le llevó a realizar la exploración de forma que pareciera lo más aséptica posible.
Ese día lo destinamos a callejear y antes de ir al restaurante, pasamos por la farmacia a comprar los anticonceptivos recomendados. Deshicimos el trío para dejar a Vika a la puerta de la botica con mi tarjeta y su receta. La despedida estuvo precedida de una caricia a lo más respingón del pantaloncito. Retuve a Muriel en la puerta de la farmacia sujetando sus manos a la espalda. Observamos la mirada de envidia que me dirigió el farmacéutico cuando vio la juventud de Vika pedir los anovulatorios y me vio besando en la boca a mi perra a la puerta de su negocio. Cuando salió la chiquilla, la besé también en los labios para desesperación del licenciado.
Todos nos miraron al sentarnos a la mesa del restaurante, la complicidad entre los tres hacía evidente que formábamos un trío sexual, aunque Vika aún permaneciera virgen. Para los menos suspicaces les permití observar que cada una de mis manos acariciaba el trasero de una chica diferente. Para tomar el postre, Vika se sentó en mis rodillas, como le había indicado. Su culo se esforzó en acomodarse sobre mi sexo erguido tras darme un masaje de glúteos sobre mi falo enhiesto. Su habilidades como bailarina de reggaeton y twerking la hacían inmejorable en esta tarea y sentir mi mástil preparado para taladrarla siempre la hacía sonreír. Antes de que le diera una cucharada de su helado favorito, tenía que besar mi mano, que a veces, le propinaba un pequeño golpe en sus labios. Algún cliente creo que había coincidido conmigo cuando Katia le robó el protagonismo al rayo verde en aquel chiringuito. Pocas veces la envidia se ha personalizado en alguien como en aquel Ptono revivido. Muriel observaba la escena y se recordaba en otras situaciones pasadas parecidas. A veces, acercaba también mi mano a Muriel para que la besase después de la virgen.
Vika desconocía el siguiente destino después del postre, pero dejó que la guiase llevándola cogida fuertemente de la mano, como a una niña pequeña. Entramos en una tienda que ni siquiera había fantaseado que existiese. Se sorprendió al ver todos esos atuendos de cuero y tachuelas que apenas cubrirían el cuerpo de la mujer que los portase y siempre dejarían descubiertos los pezones o el sexo de la que los llevara. ¿Por qué había tantas esposas y objetos de tortura? Vika quiso mirar en detalle cada vibrador de forma fálica y se asombró del tamaño que alcanzaban. Le llamaban especialmente los más realistas, y acarició las venas simuladas que recorrían la piel de látex del miembro incansable. Aparte de la mamada de aquella mañana, no había visto ningún pene tan de cerca. No acababa de entender otros de formas más exóticas, pero vio que muchos de ellos tenían mando a distancia.
No entendía por qué resaltaban tanto en el escaparate y las vitrinas los artilugios diseñados exclusivamente para estimular el clítoris. Lo primero que pedimos Muriel y yo fue un vibrador. Había de diversos tamaños, pero elegí el tercero más pequeño. Quería que me sirviera para que su himen no me estorbase cuando la abriese por primera vez, pero también quería que su vagina recién estrenada entendiera que debía adaptarse a mi sexo paulatinamente.
La siguiente compra que insistió Muriel era el dilatador anal metálico y la bola metálica unida a un gancho grueso. Vika solo imaginaba su uso por el visionado de vídeos porno, pero sería mejor una explicación práctica en casa. Donde Vika puso más entusiasmo fue en el juego de tres pinzas metálicas unidas por una cadenilla metálica. Le recordó al castigo reciente de Muriel, del que fue testigo y dudaba de si lo soportaría en su cuerpo, pero ¡cuántos orgasmos le había producido verla castigada e imaginándose ella misma como protagonista! Fue divertido cuando la dependienta explicó cómo se podía graduar la presión que ejercían sobre la piel y le pedí el dedo a Vika:
—Dame tu dedo.
Ante la timidez de Vika, Muriel le cogió la mano y me ofreció el dedo solicitado. Se lo pincé y fui aumentando la presión hasta el máximo hasta que aprecié una rojez en su falange. Vika solo fue capaz de morderse un labio para evitar gritar y dejó asomar una sonrisa torcida que delataba sus anhelos.
—En el dedo solo sientes dolor, en los pezones y el clítoris, te costará más distinguir el placer y el dolor –le expliqué mirando el brillo de sus dientes y sus ojos. ¿Estaba lubricando ese sexo que ya sentía como mío? Tirando de la cadena la llevé entre dos pasillos y ella me siguió con pasos cortos. Mis dedos buscaron la humedad de su sexo bajo su escueto pantaloncillo y no se sintieron defraudados. “¡Limpia!” fue la orden que volvió a resonar en su mente cuando mis dedos mojados acabaron en su boca. La diferencia es que esta vez la orden también la habían oído sus tímpanos y mi boca la había pronunciado esa frase dirigiéndose a ella.
Muriel, conocedora de mis hábitos y cómplice de mis deseos, distrajo a la dependienta y le preguntó por los dispositivos con mando a distancia. Volví a traer a Vika al mostrador tirando de la cadena cuya pinza aún apresaba su dedo y la hacía aún más obediente. Vika asoció las demostraciones prácticas de la dependienta con la descripción de la comida en la marisquería del diario de su madre. La dependienta mostró uno que se podía conectar al móvil y permitía controlar los orgasmos de la chica a cualquier distancia, incluso desde las antípodas gracias a una app que conectaba dos móviles. Las pupilas de Vika se dilataron como nunca antes. Lo admiró como si se tratase de un tesoro.
—Nos llevamos el que se controla con el móvil y puede conectarse a otro móvil a distancia –decidí ante la cara de niña echando la carta a los reyes magos.
La cuenta final incluía el vibrador de tamaño intermedio, el vibrador con estimulador de clítoris controlado desde el móvil, el dilatador anal, la bola unida al gancho, una bola para amordazar con arnés y las pinzas metálicas. Vika volvía feliz a casa cargada de regalos. Le cogí la mano libre, la atraje hacia mí y le susurré al oído:
—Aún no hemos terminado con los preparativos de tu cuerpo para mí. Al llegar a casa, Muriel te depilará el sexo a la cera.
Nadie en aquellas calles sabía a qué se debía la expresión de alegría de la cara de Vika, pero cada persona que se cruzaba, apreciaba la felicidad juvenil, aunque muchos hombres preferían observar las alternantes sonrisas de sus cachetes. La desnudez de su cuerpo bajo la ropa, sería absoluta a partir de que Muriel terminara con el vello de su pubis.
Cuando bajé a admirar su obra de arte, Vika permanecía desnuda sobre la mesa donde había azotado a su madre mientras la artista llevaba solo su collar de perra. Muriel me sonrió, estaba orgullosa de cómo lucía ese cuerpo y de preparármelo para mí. Miró mi cara de satisfacción y se sintió contenta de saber cómo me estaba complaciendo. Con cierte inmodestia añadió:
—¿A que la he dejado perfecta?
El sexo de Vika absolutamente desnudo era aún más hermoso, pero el intenso rojo que lo acompañaba pedía que se incendiara aún más. Vika se mostraba abierta y expuesta para mí. Acaricié la consistencia increíble de esos labios verticales hiperirrigados y recorrí su piel tan joven. Rodeé su cuello con mi mano y le expliqué a la nínfula:
—Vamos a atarte y vendarte los ojos. No podrás saber qué vamos a hacerte, pero si no te sientes preparada, podemos dejarlo para otro día.
—Por favor, úseme ya como desee. No puedo esperar más para que haga conmigo todo lo que quiera. No se reprima en usarme a su antojo. Si quiere atarme, ¡áteme!. Si quiere castigarme, ¡hágalo! Haga lo que desee con mi cuerpo, es suyo.
Acerqué mi mano a la boca de Vika, que la besó, y miré a la feliz Muriel para que la atase. La misma argolla que había sujetado los cuellos de Muriel y su madre, sujetó también el suyo, sus manos quedaron presas de las bridas de la pared, sus piernas quedaron abiertas gracias a los nudos que inmovilizaban sus rodillas y sus pies y su sexo, expuesto cerca del borde de la mesa. Vika no podría juntar las piernas por mucho que lo intentase. La venda de los ojos evitó que Vika pudiera intuir qué uso le daríamos a su cuerpo a partir de entonces. Cogí el cuello de Muriel, escupí en la vulva de la cría y obligué a mi perra a que aplicase su hábil lengua en ese sexo desnudo y avergonzado. Los lametones de la catalana hicieron que Vika lubricase como una yegua en celo. Muriel debía recoger todo el flujo que goteaba con su lengua. Vika no sabía si debía pedir permiso o no para correrse, pero su cara indicaba que no estaba muy lejos. Con mi sexo entre la nariz y la boca de Vika, acerqué mis manos a sus pezones y los retorcí hasta que un grito entrecortado de placer y dolor indicó que orgasmaba sin remisión.
—¿Te has corrido sin permiso? –pregunté lo evidente.
—Sí –respondió Vika avergonzada.
—Siempre debes pedir permiso, perra –le aclaré y dí la última vuelta de tuerca a sus invertidos pezones. Era la primera vez que la llamaba perra y ella sonrió al reconocer su condición.
Muriel continuó aplicando su lengua hasta que le ordené:
—Métele dos dedos. Ese coño tiene que empezar a dilatarse. No dejes que se acomode demasiado a tus dedos, cuando veas que entran con facilidad, introduce el vibrador nuevo, pero que lo lama primero.
La lengua de Vika se aplicó a la polla de látex como si fuera de carne. Al poco ya estaba preparada para romper ese himen con fecha de caducidad. La respuesta de ese sexo inexperto era siempre sorprendente. Se podía oír el ruido de los flujos dejando pasar holgadamente el vibrador, mientras el clítoris se mantenía en una tensión interminable. Una voz ahogada suplicó:
—¿Puedo volver a correrme?
—Aún no, perra –negué contundente y volví a retorcer esos pezones que llevaban unos minutos de descanso. Sin dejar de retorcer el pezón derecho con mi zurda, le arrebaté el falso falo a mi perra y arremetí contra ese sexo que debería estar más abierto para mi polla. La violencia con la que lo introduje, solo hizo salivar más a aquellas glándulas y a incrementar el riego sanguíneo de toda la zona pélvica adolescente. Parecía que no podría profundizar más en esa vagina, cuando una fina membrana se rompió y pude meterlo casi hasta el fondo. Al sentirlo romperse, Vika sintió dolor y espasmos de placer simultáneos, sin saber si procedían del fondo de su vagina recién taladrada, de su clítoris henchido o de su pezón retorcido.
—¡Córrete! –le ordené, aunque sabía que lo haría con o sin mi orden. Observé la sucesión de descargas que movían el vibrador de su vagina, así como la hacían morderse los labios descontroladamente. Cuando su gesto se recompuso, un susurro se escapó de esa boca:
—¡Gracias, gracias!
Un sonoro bofetón resonó en esa cara de rasgos aún infantiles.
—¡Más alto y claro!
—¡Gracias, gracias! –gritó Vika más entusiasta.
Mi sexo ya estaba pidiendo guerra. La ventaja de la argolla que sujetaba el cuello es que dejaba la cabeza cerca del borde de la mesa y a una chica joven se le podía forzar el cuello para que su boca quedara accesible como un coño rotado. Bajé mis pantalones y de esta manera penetré toda la cavidad bucal de Vika, con su cuello echado totalmente hacia atrás y sus largos cabellos cayendo y acariciando mis piernas.
—¡Trae la fusta, perra! –ordené a Muriel que permanecía expectante.
Muriel quedó arrodillada con la fusta en su boca como le había enseñado, pero reconozco que tanto la violenta exploración con mi polla de la cavidad húmeda de Vika como la obediencia ciega de Muriel, hicieron que necesitase follar urgentemente.
—¡Pon tu coño sobre la boca de esta perra! –conminé a Muriel que se mostraba algo más que colaboradora. Muriel recordaba las primeras veces que violentamente había penetrado cada uno de sus orificios destinados a mi placer y no podía sino sentirse excitada.
—Busca el coño de Muriel y lame. No quiero que se te escape una gota de semen o flujo, perra –estás órdenes sobresaltaron el corazón de Vika que pensaba que estaría solo como espectadora aromática y musical de nuestra cópula. Para reforzar la inmediatez exigida, retorcí de nuevo el dolorido pezón derecho de Vika. Desde ese momento su lengua buscó un coño en la oscuridad, hasta que encontró unos labios verticales que se juntaban en el botón del placer.
Al poco de empezar a penetrarlo, el coño de Muriel se convirtió en catarata. Los lametones inexpertos y mi verga desmedida hacían demasiado bien su trabajo. No transcurrió mucho tiempo hasta que Muriel imploró por su orgasmo.
—¡Quieta zorra! No te correrás hasta que ensarte tu culo. Dame tus dedos.
Escupí en los dedos índice y corazón de la mano derecha de Muriel y los introduje en su ano. Ella estaba muy cerca de correrse y tuvo que esforzarse para detener el orgasmo que le iba a sobrevenir. Retiré la mano que abría el agujero más estrecho y retorciéndole el brazo en su espalda, como si fuera el asa de una taza, violé ese culo preparado para mí. La lengua de Vika seguía ininterrumpidamente saboreando los flujos salados de Muriel y se repartía entre sus labios, ahora más libres y la unión de los mismos, más placentera aún.
—¡Ahora puedes correrte, zorra!! –ordené a Muriel, no sin retorcerle aún más fuerte el brazo y golpear su nalga con la otra mano como si quisiera poner una yegua al galope. ¿Fue mi orden o fue la lengua de la alumna destacada lo que provocó aquel orgasmo? Nadie lo sabe, pero Muriel dio las gracias a quien la agredía e insultaba.
Mi esperma inundaba el estrecho agujero de Muriel, pero recordé que Vika debía aumentar su ingesta de zinc. Empujé a Muriel hacia delante, cuya boca terminó junto al sexo carmesí, y obligué a la cabeza argollada a tragar el semen de una polla con variedad de sabores y matices: caliente casi ardiendo, palpitante, con aromas a sexo y ano de mi perra y saliva de mi nueva alumna. ¡Cómo disfrutaba cada matiz Vika! Prestaba atención a cada estremecimiento de mi glande que remataba con la expulsión de otra gota de esperma. ¡Cómo valoraba cada nueva experiencia! ¡Cómo descubría un nuevo universo de sensaciones, olores, sabores y placeres!
Vika había disfrutado de saborear mi néctar y ahora le tocaría saborear el coño de mi perra. Di un golpe en el culo de mi cánida y dejó caer la sínfisis de su pubis sobre la cara inmovilizada. Vika tuvo que sacar la lengua para poder respirar aunque al hacerlo, tenía que lamer esos labios que se juntaban en la pepita del placer de Muriel. Zarandeé la cabellera de Vika para que entendiese mejor su misión y le ordené:
—Lame y chupa.
Vika estaba agradecida a Muriel y aunque el sabor de otro sexo femenino le repugnaba levemente, se aplicó a la tarea, puede que por obediencia, puede que por miedo. Al agarrarla del pelo, había sentido mis nudillos en su cuero cabelludo y veía que no estaba en posición de poder negarse a nada.
—¿Puedo correrme, amo? La lengua de esta perrita es demasiado buena —imploró Muriel.
—Solo si echas todos tus flujos en su cara. Quiero que parezca que te has meado —y mientras decía esto, introduje dos dedos para frotar la faceta anterior de la vagina de Muriel y que produjera más líquido. El nuevo orgasmo de mi perra vino precedido de un chorro de líquidos y realmente parecía que Muriel había orinado sobre el rostro de Vika.
No dejé que Muriel reposara su orgasmo y comencé a tirar de su collar al poco de haber manchado todo el rostro de la joven cegada para que Muriel volviera a su posición natural: arrodillada a mis pies.
—¡Acércamela! —exclamé señalando con el dedo la fusta.
Siempre me gustaba comprobar el perfecto adiestramiento de Muriel. Bajó su cabeza y con la boca recogió la fusta del suelo. Al cogerla de su boca, le acerqué mi mano para que la besara.
—Ahora puedes dejarnos solos. No te necesito.
Muriel se hubiera quedado gustosa de espectadora, realmente le encantaba ver cómo se diltaban las pupilas de Vika cuando su sexo se mojaba al descubrirse humillada, castigada o sometida. Aún así entendía que yo también sería el amo de la nueva perra y debería aprender a obedecerme a mí sin mediación de nadie.
Vika sintió algo de miedo. Muriel siempre nos había acompañado y nunca nos habíamos quedado a solas. Yo quería explorar solo las reacciones de ese cuerpo, no quería interferencias. Tampoco quería que los posibles gritos de Vika me distrajeran de las reacciones de su coño virgen, así que introduje la bola y ceñí el arnés a su cabeza. Vika empezó a salivar sin poder evitarlo. Al principio, no sabía qué le estaba introduciendo en la boca e involuntariamente hizo presión con su lengua para expulsarla. Cuando conseguí amordazarla, le acaricié el cabello para calmarla. Pasé a reconocer sus piernas abiertas con la fusta para que fuera anticipando en qué consistiría el castigo.
—Voy a enseñarle a tu coño quién es su dueño y quién hace con él lo que desea.
No medié más palabras. Los fustazos empezaron a sucederse en toda su entrepierna. Algunos caían en su clítoris y otros no. Cada vez que la fusta incidía certera en el clítoris, la cara de Vika cambiaba. Empecé a esforzarme porque todos los fustazos cayeran en el mismo centímetro dolorido de placer. Vika gritaba y gemía. Disfrutaba y se retorcía. Paré unos segundos para admirar las marcas verticales alrededor de su abertura. Pasé mis dedos por cada una de las líneas rojas.
El sexo de Vika estaba ardiendo, excitado y caliente, pero no tan húmedo como imaginaba ella misma. Introduje dos dedos repentinamente y sin previo aviso para verificar su humedad. Si hubiera insistido unos pocos segundos más, ella habría tenido que pedir permiso para correrse. Acaricié su preciosa carita y recorrí todo su cuerpo con mis manos. Este descanso la calentó aún más, se sabía deseada por mí y creo que fue la primera vez que fue consciente de mi deseo ardiente.
Pensé que sería buena idea que este día no distinguiera el placer del dolor, que su cuerpo y su cerebro se confundieran y así se acostumbraría a necesitar tanto de mi lujuria como de mi crueldad con su cuerpo. Introduje el vibrador con mando a distancia en su coño, poco a poco, mientras acariciaba y pellizcaba su pezón derecho con la otra mano. Después de haberla masturbado y hacer acariciado casi todo su cuerpo, el vibrador entró más fácilmente de lo que había imaginado. Lo puse a poca velocidad de vibración, pero tenía el mando cerca.
Volví a comenzar a dar con la fusta en el botón del gozo. Aumenté la intensidad de mis azotes y de la vibración. Más azotes, más vibración, más gemidos babeantes que no podían liberar su potencia por la bola que aplastaba la lengua juvenil. Una súplica. No sé lo que hubieran interpretado quienes no supieran la situación, yo entendí: “¿Puedo correrme, por favor?”. Retorcí el pezón y cuando di un penúltimo azote ordené:
—¡Córrete, perra!!
Puse al máximo el vibrador mientras Vika aún sentía las descargas de su orgasmo y continué sin pausa los azotes. Al poco, volvía a interpretar un ruego para liberar la tensión de su cuerpo. En esta ocasión, detuve los golpes y mantuve el vibrador.
—¡Aguanta, perra!!
Le quité la mordaza y la bola y dejé que la saliva resbalase por su barbilla.
—Me gustas babeando —le informé. La chica cegada sintió un frío metálico en su boca. Supuso que sería el dilatador anal metálico. Sus gruesos labios dibujaron una bonita sonrisa e incluso me pareció que elevaba su pubis para despejar el camino a su ano.
—¿No te correrás hasta que te haya abierto toda!
El vibrador seguía en modo máximo y no me costó mucho introducir el inserto anal ya que Vika se mostró muy colaboradora. La urgencia por volver a correrse la volvía diligente.
—¡Córrete ahora!!— Y con el culo abierto, el clítoris recién azotado y su pezón retorcido de nuevo, Vika gritó para liberar su orgasmo.
Continué los azotes en el clítoris y ella sintió un continuo de dolor con destellos repentinos de placer. Se correría más de cinco veces de esta manera y tuve que parar para evitar una lesión, El objetivo de esta sesión era cortocircuitar los canales del dolor y el placer y convertirlos en una única sensación que expresara mi dominio sobre su cuerpo.
Vika hubiera seguido en esta situación toda la noche. Aún atada, y sin liberarla, le eché crema hidratante en todo su cuerpo, especialmente en su clítoris y su pubis, rojísimos por la depilación y los azotes. Ese coño debía seguir siendo el coño más bonito del mundo. Me quedé un tiempo observándola y le acerqué mi mano a la boca jadeante.
—¡Gracias, gracias, gracias! —decía la núbil mientras besaba la mano que la había castigado y acariciado, dado placer y dolor.
La dejé inmovilizada y sujeta y acaricié su cuerpo. Dudé si desvirgar ya ese culo, pero me gustaba tenerla en esa tensa espera un poco más. Llamé a Muriel para que me ayudara a desatarla y sobre todo a darle masajes a Vika para recuperase su movilidad. La juventud probablemente hacía innecesarios esos masajes, pero me encantaba acariciar esa piel.
Esa noche cenamos con hambre los tres. Repetimos nuestra etiqueta habitual: Vika y Muriel sirvieron la mesa desnudas y pusieron un solo plato, aunque ambas tenían platos metálicos en el suelo donde podía tirarles la comida o dársela con mis manos. Vika esperaba ansiosa cada bocado que le daba esa noche. El postre fueron fresas gallegas y plátanos canarios.
Esa noche, decidí que Vika y Muriel durmieran en el suelo junto a mí. La fusta y el látigo descansaban al lado de Vika. El sueño de la lozanía siempre es más profundo y mejor que el de los mayores y Vika había tenido un día intenso: todo el día con Muriel y yo, sin su madre, la visita al ginecólogo y la farmacia, la comida en el restaurante, las compras en el sex shop, el castigo y el placer, la cena a mi servicio,.... Realmente debía estar agotada y se durmió rápida y profundamente como correspondía a la excitación del día sobre la alfombra que quedaba a mi derecha. Muriel descansaba sobre la alfombra del otro lado.
Me desperté con ganas de ir a orinar. A la vuelta, vi las dos preciosas perras durmiendo sobre sendas alfombras. La luz que entraba desde el baño, iluminaba el perfecto cuerpo de Vika. Esos pechos grandes e inmejorables necesitaban ser marcados. Ese trasero había quedado casi impoluto por la tarde. Sentí la necesidad de marcar la propiedad de ese cuerpo que ya era mío. Di una patada en el culo a Muriel para que se levantara y con un dedo en mis labios le indiqué que no hiciera ruido.
Muriel adivinó mis intenciones al verme con la fusta en la mano. Le ordené que reclinase el cuerpo de Vika sobre la cama y sujetara sus manos. Vika no acababa de entender lo que ocurría y el sueño nublaba sus pensamientos. Unos cuantos azotes con la fusta, la despertaron. Muriel sujetaba sus manos y había hecho que su culo destacase sobre el borde del colchón.
—Ahora voy a marcar tu culo y tu espalda con el látigo. Quiero que mañana te muestres orgullosa de ir marcada por la casa. Es una señal más de que me perteneces y que puedo hacer con tu cuerpo lo que quiera.
Descargué cuatro azotes que dibujaron cuatro líneas en su piel. Tres en el trasero y uno en la espalda. El picor que provocarían de noche sería suficiente recordatorio, pero no me olvidaba de sus enormes pechos. Indiqué con gestos a Muriel que pusiera de pie a Vika y sujetase sus brazos a la espalda. Cinco latigazos en cada seno fueron suficientes para que al día siguiente supieran quién era su dueño. ¡Qué apetitosos pechos de fresa y nata! La casi dormida Vika apenas pudo forcejear con Muriel mientras yo azotaba sus enormes mamas, esas tetas hechas para fabricar ingentes cantidades de leche. Al terminar, les indiqué a ambas:
—Ahora podéis lamer mi polla. A ver quién consigue el premio.
Les faltó tiempo para dejar caer sus cuerpos sobre sus rodillas. Ambas perras se postraron ante mi sexo que solo con ver la marcada piel de Vika ya había reaccionado sensiblemente. Ambas bocas se disputaban lamer mi glande con ansia por extraer mi elixir. Mi polla quería más y ordené a Muriel que se pusiera a cuatro patas sobre la alfombra donde dormía Vika. La penetré sin demasiados miramientos. Me gusta encontrar cierta resistencia en mis primeras embestidas y notar cómo su coño se humedece más y más conforme la ensarto sin piedad. Las palmadas en los cachetes Muriel resonaban en la joven Vika que imaginaba mi mano golpeando su propia grupa recién marcada por el látigo. Vika deseó mi polla abriendo su sexo y mis manos golpeando sus perniles enrojecidos. Cuando noté que el semen estaba a punto de estallar, guíe de su pelo la cabeza de la arrodillada Vika para que no dejase escapar una gota.
—¡Bien hecho, perrita! Aprovecha siempre hasta la última gota. Ahora podréis dormir las dos al mismo lado de mi cama. Quiero sentiros a ambas.
Me adormilé con mi mano sujetando la correa unida al collar de perra de Muriel y el cabello largo de Vika. Muriel abrazó por detrás a Vika y durmieron unidas en una hermosa fraternidad de sumisión.
Martes, 8 de agosto
Me desperté con mis dos perritas a mis pies, ambas a mi derecha. Vika ya se había acostumbrado a nuestros rituales e iba a dirigirse a la ducha.
—¿Dónde vas, perrita? Quiero ver las marcas de mi poder en tu piel —la detuve.
Obediente y cabizbaja se acercó a mí mostrándose desnuda y ultrajada por mis látigos, por la fusta, por mis manos. Me gustaba reconocer en su epidermis las huellas de cada instrumento utilizado para marcarla. La sombra púrpura de mis manos en su trasero, las líneas carmesíes aún calientes que recordaban la traza del látigo en sus pechos, esos rosarios de sangre seca que añoraban el mordisco de la fusta en su sexo. Me senté en la cama y me puse las gafas contra la presbicia. Ella intentó cubrirse el sexo, algo avergonzada. Recogí sus dos manos con mi zurda y se las sujeté a la espalda.
—Debes estar orgullosa de tu cuerpo, no solo porque es mi pertenencia más preciada, sino porque es muy hermoso. Además, tu cuerpo marcado por mí vale aún más para mí —le expliqué a la chica para que se mostrara complacida ante mí.
Desde ese momento todo su cuerpo estaba expuesto para ser explorado por mis ojos, escudriñado por mi atenta mirada. Tiré de su pezón para acercar la piel que quería observar a la intensa luz del sol de la mañana y rotar su cuerpo. Me dirigí a Muriel para hablar del mejor uso de Vika:
—Tal vez debía haber azotado más estos magníficos pechos, pero hoy tendré todo el día para hacerlo —anuncié a mi perra a la vez que la implacable luz del día buscaba un imposible defecto en ese cuerpo—. No obstante, hoy también usaremos nuestros juguetes. Comenzará su dieta y quiero que prepares bien su culo —separé las nalgas adolescentes y recorrí todas las aberturas que encontré a mi paso. Sin darme cuenta, mi pulgar penetraba ese ano sonrosado y mi índice taladraba la vagina rosa. Una nueva humedad me saludó de mañana.
—Sin duda hay que dilatar ese ano para su miembro, la higiene queda de mi cuenta —aceptó gozosa Muriel.
Vika se sorprendió encantada al ver cómo hablábamos de su cuerpo dejando claro que iba a ser utilizado según mis designios y sin que ella pudiera o quisiera opinar. Observé su cara de asombro y decidí sorprenderla un poco más. La cogí de la mano y me siguió como pudo al baño. La situé frente al espejo para que pudiera verse bien a sí misma y sujeté sus manos a la espalda, en esa postura de ofrecimiento a la que empezaba a acostumbrarse. Con la mano libre, empecé a abofetearla y la obligué a mirarse durante el castigo. Tras cuatro sonoros guantazos que aún resonaban en sus oídos, le ordené:
—Besa mi mano que acaba de castigarte —ella besó reiteradas veces mi mano y entrecerró sus ojos dando muestras de agradecimiento. Sin dejar que asimilase todas sus nuevas sensaciones, introduje dos dedos recién bendecidos por su boca en sus otros labios aún más húmedos. Explorar ese sexo mojado me gustaba más de lo aconsejable y seguí algo más de medio minuto— ¡No puedes correrte!!
Ya era tarde para mi orden. El cuerpo de Vika había empezado a vibrar apenas le prohibí correrse y un inmenso orgasmo recorrió todo su cuerpo. Cuando volvió en sí, Vika sintió la necesidad de arrodillarse ante mí y besar mi mano.
—¡Lo siento amo! ¡Es todo tan excitante para mí! Sabe que todo lo que hace me vuelve loca, no sé cómo me conoce tan bien. De todas formas, castígueme como desee por no haberle pedido siquiera permiso, ni haber sabido contenerme. Tendrá que adiestrarme para que pueda retener los orgasmos, yo prometo obedecerle en todo lo que pueda.
Realmente me pareció sobrecogedora su sinceridad y le prometí un castigo para la tarde. Dejé que me sirvieran el desayuno y continuaron con su servicio habitual en la ducha. Reconozco que la dedicación en las mamadas de Vika hacía que la urgencia por desvirgarla creciera cada día. Aquella mañana, alivié esa premura con el siempre ofrecido culo de Muriel, pero la obsesión por desflorar a esa criatura inundaba mi mente en ebullición.
Ella era plenamente consciente del deseo desaforado que despertaba en mí y le encantaba sentir la dureza de mi falo con sus labios cuando mi polla inundaba su boca. Nunca se quejaba cuando tiraba de su pelo para guiar los movimientos de su cabeza, solo se esforzaba más y más por conseguir que su cuerpo se adaptara perfectamente a mi sexo. Mi nínfula entregada estaba decidida a que todos los orificios de su cuerpo se amoldaran a mi pene erecto. Este objetivo era compartido por los tres y Muriel ya venía con el dilatador anal al terminar la ducha. Ella misma había aplicado una limpieza estricta a todos los orificios de Vika y ahora estaba arrodillada a mis pies, desnuda y con el dilatador anal nuevo introducido en su boca.
Después de secarnos en la ducha, Vika miró su cuerpo marcado en el espejo. Una sonrisa se dibujó en su rostro. No había rastro de estupor, solo una feliz incredulidad.
Yo mismo había conducido a Vika de la mano del baño al dormitorio. Un sutil gesto por el camino bastó para que Muriel comprendiera su cometido. Cuando la perra se arrodilló a mis pies, ya estaba ofrecido el culo de la virgen ucraniana, su clítoris vicioso rozándose contra mi rótula y su cabeza apretada contra el brazo del sillón sujeta por mi codo. Cualquiera hubiera imaginado que estábamos en los preámbulos de una pedagógica azotaina, pero en cambio estaba preparando ese cuerpo para acostumbrarlo a mis necesidades. Aun así, al verla en esa posición no me reprimí darle dos buenas palmadas a ese culo respingón donde aún se veían las marcas del látigo. Cogí el relamido dilatador metálico y lo llevé a los gruesos labios adolescentes. Mientras, Muriel aplicaba su lengua al estrecho orificio. Yo mismo separé bien esos cachetes para que la lengua de Muriel pudiera explorar con más comodidad.
Retiré la cara de la golosa Muriel empujando su frente con el dorso de mi mano, esa misma mano que sujetaba el dilatador metálico que goteaba las salivas mezcladas de mis perras. La frente de Muriel me sirvió para darle el impulso que necesitaba para introducir directamente en aquella estrecha abertura ese ovoide mojado de acero. Nunca la vista trasera de una chica me había resultado tan impresionante como aquellas dos esferas enrojecidas unidas por un círculo brillante, que recordaba que ese cuerpo se estaba dilatando a fuego lento para moldearlo a mi ariete.
Con una palmadita en la cara, Muriel comprendió que tenía que ir a buscar algo más. Esta vez trajo en las manos el vibrador con mando a distancia. La tarde anterior ya habíamos instalado y configurado la aplicación en los dos móviles, el mío y el de Vika. La pequeña no sabía lo que íbamos a hacerle, mi codo seguía presionando su nuca y hundía su cara en el brazo del sillón.
La doble penetración no se hizo esperar. La joven virgen tenía en poco tiempo un vibrador en su coño y un dilatador anal en su sitio. Vika sintió que todo su cuerpo estaba hecho para ser penetrado por mi inmensa polla y que había que preparar su cuerpo como se merecía su nuevo dios, su verdadero amo, su tótem sagrado. Su felicidad en ese momento residía en la estrecha pared que separaba los dos instrumentos de placer.
—Tendrás que vestirte. Vas a acompañarme doblemente penetrada.
Al poco dejamos a Muriel trabajando y mi pupila y yo nos dirigíamos a la pescadería. Vika nunca había visto tanto pescado fresco y el olor le repugnaba un poco. Sus ojos se detenían en los bogavantes de las piscinas con las pinzas sujetas y le asustaban las miradas indiscretas de los pescados casi vivos. Algún lenguado mantenía su mirada verde, recordando que aún no estaba muerto.
Ese día yo iba a cocinar el pescado y Muriel continuaría trabajando en sus obras. Vika sería mi pinche de cocina. Mientras le enseñaba a limpiar bien el pescado junto al fregadero, yo permanecía detrás de ella con mi sexo pegado a su culo abierto. A veces cogía sus manos para que observara cómo debía limpiar las tripas, eliminar la cabeza, quitar raspas,... Ella notaba mi sexo endureciéndose y sonreía.
Yo usé mi móvil para ir aumentando muy lentamente la velocidad del vibrador de sus entrañas. La pequeña se rozaba cada vez con más descaro contra mi polla erecta. No pude evitar ordenarle que interrumpiera su tarea y se aplicase a satisfacer con su boca otra tarea más urgente. Se giró sobre sí misma y se arrodilló como le ordenaba mi mano en su hombro.
—¡Chupa, perra!! Si derramas algo, lo recogerás con tu lengua del suelo.
Vika volvió a demostrar la dedicación que tenía hacia mi sexo. La acción del vibrador la complementaba mi pie, que vigilaba que no se saliera ningún inserto de su orificio, pese a que el escaso pantaloncito los retenía. Nunca oí una queja cuando usa su cabellera para mover su cabeza a mi voluntad. La presión de mis nudillos en su cuello cabelludo sugerían que podría ser muy duro con ella si se rebelaba. Cuando mi glande empezó a borbotear semen, allí estaba la solícita lengua adolescente para recogerlo. Tire de los mechones que tenía en mis manos para obligar a que esa boca soltara a su dios, por lo que una gota cayó al suelo.
—¡Limpia lo que has derramado, perra!! —oyó Vika mientras sentía un pie en su nuca. ¿Me había descalzado o era la suela del zapato lo que sentía? Vika no se atrevió a comprobarlo y lamió el esperma del suelo. No se recordaba tan humillada ni tan excitada. Con mis manos libres, puse el vibrador al máximo. El cuerpo de Vika estaba a punto de traicinarla y suplicó:
—¿Puedo correrme amo, solo una vez?
—¡No, zorra!!! —y seguí manteniendo la velocidad del vibrador. ¿Por qué se excitaba aún más la pequeña cuando yo le negaba los orgasmos? No lo sabía, pero esta vez tendría que hacerle entender que sería castigada por desobedecerme.
—Esta tarde te enseñaré a no desobedecerme, pero ahora termina de limpiar el pescado como te he enseñado.
Vika se quedó un ratito sola haciendo la tarea encomendada y yo mientras fui a lavarme y después terminé de cocinar el pescado y cocer el marisco. La comida transcurrió apacible, servida por mis dos perras que a mis pies comían lo que tiraba en sus cuencos o lo que les daba con mi mano. Durante la mamada del postre, volví a activar el vibrador de Vika, ese ingenio que no dejaba descansar su sexo incansable. Vika veneraba mi polla y aún se sorprendía cuando la veía crecer gracias a las caricias de su lengua y la notaba endurecerse hasta casi asfixiarla. Nada le parecía bastante para excitarme. Rozaba sus pezones cuando estaba arrodillada, solía ofrecer su culito respingón cuando pasaba cerca, rozaba su cuerpo cuanto podía con el mío, contoneaba sus caderas al gatear,....
Mantuve el vibrador a potencia media y le volví a prohibir correrse. Esta vez, aunque era más fácil, consiguió obedecerme. En la siesta, requerí la compañía de Muriel y Vika podía observar callada junto a la cama. Ella no tenía derecho a dormirse esa tarde, solo a permanecer quieta, desnuda, de pie y disponible junto a nosotros en la habitación en penumbra por si yo la reclamaba. El sexo me ayuda a dormir y yo también había aumentado mi ingesta de vitamina D y zinc. Me apetecía usar el culo de Muriel. Muriel no necesitaba muchas indicaciones para ofrecerme lo que deseaba. Bastaron dos azotes en su trasero para tenerla con su culo elevado, su cabeza hundida en el colchón y sus manos abriendo sus cachetes y mostrando su exquisito ano. Mire a la estatua de Vika y le comenté:
—Aprende a tener siempre preparada el ano para mí como Muriel. Ahora lámelo para preparármelo y después tendrás que mantener tu lengua junto a esta abertura para limpiar mi verga.
Vika titubeó un poco sin saber bien qué hacer, pero mi mano en su nuca estrelló su lengua contra ese ano impoluto y se vio obligada a lamer lo que se le obligaba. Esa imagen era lo suficientemente turbadora para mí como para que al poco tiempo quisiera reventar ese agujero lubricado. Agarré el cabello de Vika para girar su cara y terminé apoyando mi mano en la mejilla adolescente derecha, mientras la izquierda reposaba donde la espalda se une al trasero.
—Permanece con la lengua abierta y la lengua fuera. Este es tu sitio hasta que mi polla resplandezca. Puedes lamer mi glande cuando entre y salga.
Una mano en el culo más espectacular y otra en la cara más bonita me hacían sentir como el hombre más poderoso del mundo. Atravesé ese ano sin piedad y la serpiente tatuada en la pierna de Muriel bailaba como si estuviera en la plaza Jemaa El-Efnaa. Es cierto que era mi tercera corrida del día, pero terminar en esa boquita me motivaba enormemente. Alterné las palmadas en el trasero con alguna bofetada en la mejilla. Finalmente mi fuente de leche volvió a manar y una lengua ansiosa estaba dispuesta a no dejar escapar una gota al suelo. Terminé casi desfallecido y me quedé dormido enseguida. Muriel quedó a mi lado, y Vika volvió a convertirse en estatua junto a nuestro lecho.
Al despertarme, las mejillas de Vika traslucían los caminos de unas lágrimas que habían surcado las marcas de la palma de mi mano.
—¿Qué te pasa, niña? ¿Por qué has llorado?
—No sé... No sé por qué me abofeteó
—Porque me gusta tu cara y quiero demostrarte que es mía. No siempre te castigo por faltas que cometas, también me gusta marcarte como posesión mía. Tu cuerpo será el templo de tu nuevo dios.
Desde entonces, la sonrisa de Vika se tatuó en su cara. Saber que mis manos se posaban en ella para demostrarle que me pertenecía le proporcionaba una alegría inmensa, que todo su cuerpo estaba siendo modificado para complacerme, su coño abierto, su ano dilatado, su piel marcada.
Esa tarde decidí pasear por un sendero junto al mar. Llevar a mis dos perritas de paseo parecía bastante divertido, pero que Vika fuera con sendos insertos en sus orificios, me pareció mucho más entretenido. El agotamiento le permitió al final de la tarde aprender a retener un poco mejor sus orgasmos teledirigidos, pero creo que con o sin permiso, Vika se corrió unas veinte veces en el paseo.
La noche la pasó algo alterada. Aunque el agotamiento le obligaba a dormir, la excitación de saber que al día siguiente anillarían su clítoris la excitaba sobremanera. Yo dormí estupendamente con ambas perras a los lados de mi cama dispuestas por si las requería de cualquier manera.
Miércoles, 9 de agosto
Con los albores del día de verano se despertó Vika con una sonrisa nerviosa. No se atrevía a despertarnos y esperó hasta que Muriel empezó a desperezarse. La increíble energía de la juventud permitía que Vika se hubiera levantado con una enorme actividad. Silenciosamente mis dos esclavas prepararon un copioso desayuno y mi primera imagen del día fue dos venus arrodilladas a mis pies esperándome para atender mis necesidades. Al sentarme a la mesa, ambas se disputaban servirme el café, las tostadas y el zumo y se habían esforzado en que todo estuviera justo a mi gusto. Vika siempre sonreía sabedora de que iba a ser el día que conseguiría su ansiada marca.
Después de la tradicional ducha a tres, elegí la ropa que llevaría la doncella del sacrificio. Una breve minifalda y una camiseta escotada serían suficientes. Este verano también se había acostumbrado a calzar siempre esclavas. El camino hacia el local de
tatoos
y
piercings
fue excitante para los tres. Llevaba a Vika de la mano casi desnuda bajo su ropa y perfectamente depilada. Muriel iba siguiéndonos un paso por detrás y con la cabeza mirando hacia el suelo. Fue un camino corto, pero intenso. Era casi una procesión religiosa, donde la virgen era llevada de mi mano en lugar de sobre mis hombros.
Al llegar, Muriel saludó efusivamente a Sari. Sari era la tatuadora más experta del local y también ponía los piercings delicados. Muriel se retocó algunos tatuajes al llegar a Galicia y fue donde le tatuaron mis iniciales. Sari sabía perfectamente lo que íbamos a pedirle y nos pasó a la sala interior, más discreta. Vika permanecía callada. Yo expliqué cómo quería el piercing atravesando el prepucio del clítoris y que quería que la anilla terminase en una bolita metálica que golpease su clítoris a cada paso. Sarii sonrió cuando describía lo que quería que hiciese con el cuerpo de la púber. Al terminar de explicar, Sari la cogió de la mano y la llevó sola al despacho.
—¿Estás segura que quieres ponerte ese piercing? —preguntó la tatuadora y solo obtuvo una inclinación reiterada como respuesta positiva—. Marcará tu sexualidad y tiene sus riesgos. Deberás curarlo durante varios días, te explicaré cómo hacerlo. Puede infectarse. Si notas cualquier molestia, debes avisarnos cuanto antes y si no podemos resolverlo, habrá que quitarlo y tendrán que seguir con las curas en tu centro de salud.
—Quiero hacerlo, no se infectará. Sé que estoy en buenas manos y en casa me ayudarán. Muriel tiene otro igual —comentó finalmente Vika y sonrió mirando al infinito.
—Debes firmar el consentimiento. Léelo y si tienes alguna duda, pregunta antes de firmar. Siempre puedes revocar el consentimiento.
Nunca he visto una sonrisa tan luminosa como la de Vika al volver al reservado, ni una mirada que reflejase mejor la decisión de entregarse a su amo. Entró, se pegó contra mi cuerpo y me susurró:
—Estoy preparada. Quiero que me sujete mientras me perforan.
Muriel dobló la ropa de la joven y la chiquilla abrió sus piernas desnuda sobre la camilla y se dispuso a grabar toda la escena. Después del éxito de su anillado, estaba segura de que el de Vika obtendría más visionados.
Mis dos manos apresaron sus pantorrillas para impedir cualquier movimiento. Sari marcó con un rotulador la entrada donde dirigiría la aguja. Con los dedos vestidos de vinilo, tiró del pellejo que se adhería al clítoris y lo apresó con unas pinzas con mango de tijeras.
Muriel permaneció a su lado callada y sonriéndole al brillo estéril de la aguja. Una mano con guantes sujetaba una aguja ancha. Las pupilas de Vika se dirigieron a los destellos metálicos con miedo y deseo a partes iguales. Quería sentirse atravesada y marcada para mí, que su clítoris siempre me recordase y la excitase, pero sentía algo de miedo por atravesar su piel más delicada.
El encantador aroma de ese sexo virgen golpeó las papilas de Sari que no pudo asociar ese encantador aroma a ningún otro. La perfección de esos pliegues tersos, lisos, húmedos y rosados arrebató toda su atención. Vika apenas sintió dolor cuando la certera aguja atravesó su delicada piel por el camino trazado. Sari introdujo la barra de oro con solo una bolita en la parte superior. Terminó de atravesar la piel con la aguja hueca y dejó de forma permanente la barra que atravesaba la intimidad de Vika. Aplicó un poco de crema desinfectante y enroscó la bolita más simpática en la barrita para que siempre golpease la campana del placer de la púber.
Vika orgullosa buscó mi mirada. Quería que supiera lo orgullosa que estaba de que modificase su cuerpo para darme más placer, aunque en este caso, era ella la que más recibía. De todas formas, reconozco que ese coño perfecto atravesado por una barra de oro con dos bolas brillantes que remarcaban la diana del placer me tenían absolutamente absorto.
Sari le explicó los cuidados que debería tener a Vika durante los próximos días para evitar infecciones y sabía que no podría tener sexo por unos días. No obstante, desde que yo le había sujetado las pantorrillas en la camilla había estado lubricando sin descanso. Este estado de excitación permanente habría que mantenerlo hasta que la desvirgase, pero eso no ocurriría hasta el sábado. En el camino de vuelta a casa, todos los perros ladraban a Vika al pasar a su lado y querían oler su sexo y su culo. La aireada minifalda no contenía los encantadores efluvios de ese sexo desesperado y la ausencia de bragas permitía que la humedad de su sexo hidratase los jóvenes muslos.
Mientras me servía la comida mis pupilas se dirigían indefectiblemente a las bolitas brillantes que coronaban el clítoris más deseado. Al arrodillarse a mis pies, Vika hubiera buscado mi pie para rozarse como se había acostumbrado, pero la higiene requerida esos días no me permitió rozar su piercing durante la comida.
Durante la siesta pude calmar mi sed de sexo con Muriel, siempre dispuesta. Vika permaneció callada e inmóvil junto a la cama. Ella lo podía observar todo, cómo ponía a Muriel a cuatro patas, cómo la penetraba por todos sus orificios, cómo guiaba sus movimientos bien tirando de su collar de perra, bien agarrándola del pelo, bien golpeando su grupa siempre marcada. Vika permanecía callada y con las manos atadas a la espalda. No podía fiarme de que esta chica de esa sexualidad desbocada no sucumbiera a sus pasiones más bajas y calmara su sexo con sus dedos.
Hasta el sábado tenía prohibido masturbarse y aún era miércoles. ¡Una eternidad para la urgencia juvenil! Aunque ella no tenía derecho a correrse durante esos tres largos días, debía limpiarme siempre mi sexo cuando yo me corría. Ella aprendió que yo no iba a descansar de tener sexo ni un solo día de mi vida y que siempre debería estar dispuesta para satisfacerme, aunque solo fuera para recoger el semen que derramaba después de follar a otra. Esos tres días se convirtió en una esclava sin derecho a correrse y en depósito de mis secreciones. El otro torturador era el maldito piercing que no paraba de recordarle a su clítoris que había sido taladrada para mí y lo golpeaba a cada paso para excitarla sin descanso. ¡Maldito piercing! ¡Bendita anilla!
Por las noches, dormía a los pies de mi cama con las manos sujetas a la espalda, no podía confiar que fuera capaz de reprimir sus ansias de calmar su sexo insatisfecho y permanentemente excitado. Por la mañana, Muriel la desataba esos tres días y le hacía masajes en los hombros. Aunque la juventud de Vika hacía innecesarios esos cuidados, me gustaba que se sintiera cuidada.
Sábado, 12 agosto
Ese día estaba marcado en el calendario con una gota de sangre, recordando el desvirgamiento de Vika. Los tres nos levantamos excitados. Cuando abrí un ojo, ya estaban Vika y Muriel arrodilladas esperando que me despertase. Vika seguía con las manos atadas a la espalda esperando que yo, su amo, la desatase. La obediencia ciega conseguida en tan poco tiempo seguía asombrándose. Ese día estaba aún más atenta, no quería que yo cambiase de opinión bajo ningún concepto.
Me gustaba la repetición de los gestos que iba aprendiendo Vika: a servir el desayuno sin levantar la cabeza, esperar arrodillada a mis pies que yo le diera algo, besar mi mano cada vez que la alimentaba, esperar mi sexo como postre,... Cada gesto que iba aprendiendo de Muriel tenía un significado especial para mí, pero ella los aprendía por imitación. A veces tenía que explicarle qué simbolizaban para mí después de que los hubiera incorporado a sus hábitos. Muriel me estaba facilitando mucho el adiestramiento de Vika y se mostraba orgullosa de la perra que estaba educando para mí..
Todo el sábado estaba dedicado al desvirgamiento de Vika que había pensado perpetrar después de comer. Gracias a Muriel yo estaba bastante satisfecho sexualmente y no sentía la urgencia que demostraba Vika. Me gustaba ver lo excitada que estaba y cómo pensaba que cualquier seña mía significaba que iba a usarla por fín. En la ducha pensó que podría ser el momento y se pasó casi todo el tiempo rozando su culo contra mi polla o besándola. Ese día no tenía ojos para otra parte de mi cuerpo. Si bajaba la mano involuntariamente, ella ya se arrodillaba y sacaba su lengua. Si miraba su culo, ella me lo ofrecía y separaba con sus manos. Yo disfrutaba de mi desnudez y cómo ella siempre estaba atenta al estado de mi verga, procurando que siempre estuviera dura.
La comida de ese día incluyó gran cantidad de marisco. Quería estar pletórico de energía esa tarde. Muriel había preparado nuestra mazmorra cuidadosamente, limpiado cada superficie, ordenado los látigos. Me excitaba especialmente que mi perra me preparase el lugar elegido para desvirgar a mi segunda perra y ella lo consideraba como un regalo que me estaba preparando. No obstante era la primera vez para Vika y quería que fuera algo íntimo, así que Muriel no sería testigo ni partícipe del desvirgamiento. Culminó su ofrenda al dejar a Vika sobre la mesa de tortura y sujeta por el cuello, las manos y las rodillas y con los ojos vendados.
—Lo has hecho perfecto, Muriel, tal como yo había imaginado. Gracias por todo lo que has hecho, Vika y yo necesitamos estar solos. Puedes hacer lo que quieras esta tarde —le indiqué a mi obediente Muriel, que aunque no valoraba especialmente esos momentos de libertad que le daba, no podía hacer otra cosa que aprovecharlos.
—Gracias a usted, realmente he disfrutado haciéndolo, estoy realmente orgullosa de entregarle este regalo y ver lo feliz que lo hace. Siento que le complazco más que nunca —respondió esa Muriel generosa, ese ángel en la Tierra.
Yo tenía cierta impaciencia por usar ese cuerpo virgen por primera vez, pero no pude evitar dar un largo beso en la boca a Muriel con su cara entre mis manos antes de dejarla ir.
Pocos segundos después mis manos se apresuraban a palpar cada centímetro de esa piel tersa y suave de ese cuerpo preso. Recorrí sus piernas colgantes, su abdomen plano, sus pechos enormes, su largo cuello, sus labios. Detuve mis dedos en sus labios y ella empezó a besarlos.
—¿Hay algo que quieras decirme? —invité ingenuo a Vika.
—Anoche me corrí. Fue sin querer. Junté mucho las piernas y en sueños me corrí. Ese piercing llevaba tres días golpeando mi pepita.
Lo cierto es que mi pregunta solo pretendía ofrecer a Vika la última oportunidad para cambiar de opinión, no esperaba una confesión. En cambio, Vika se sentía culpable desde que se despertó a media noche orgasmando sin permiso, ni descanso, pero no había tenido ocasión de contármelo. Mi orden había sido clara y rotunda desde el anillamiento del miércoles: cero orgasmos. Su cuerpo no había sido capaz de aguantar tantos estímulos.
—Entonces tal vez deba dejar que sigas siendo virgen si tu cuerpo no es capaz de obedecerme —sugerí un cambio de guion que Vika no podría soportar.
—Lo siento, lo siento. Puede castigarme como quiera, pero por favor, desvírgueme ya y comience a usar mi cuerpo también para su placer, no solo para mi dolor. Quiero que empiece a moldear mi cuerpo para su sexo.
Reconozco que pese a su juventud era bastante hábil negociando y desde luego la ceguera de sus ojos no nublaba su razón.
—Sin duda la desobediencia de tu cuerpo, no puede quedar sin castigo, pero admito que siempre premiaré tu sinceridad.
¿Por qué estaba la fusta tan cerca de la mesa de tortura? ¿La habría dejado a propósito Muriel? ¿Se lo habría indicado Vika, en cuyos húmedos sueños nocturnos ya aparecía atada a la mesa y fustigada en el clítoris?
Ahora era yo quien tenía urgencia por desvirgarla, así que los fustazos en su clítoris eran casi un trámite necesario. Podría no haberla castigado, pero quién podía rechazar la imagen de esa chica retorciéndose en la mesa sin apenas poder moverse y soportando mis fustazos, ver marcarse una línea roja tras otra, cada una más cerca del clítoris que la anterior, hasta cruzarlo por completo. El fustazo en su clítoris anillado arrancó un grito de desesperación de la nínfula, dolor y placer en estado puro. Casi llegó al éxtasis instantáneo, tal era la necesidad de sexo de esa criatura.
Mis dedos retorciendo sus pezones y el olor de mi sexo fueron los dos indicios que le indicaron que debía abrir su boca. Hundir mi falo en su garganta le pudo resultar algo molesto, pero los dedos que exploraban su vagina sin previo aviso, solo encontraron una humedad suplicante. Sin más dilación, decidí taladrarla en esa misma postura. Gracias a los frecuentes trabajos de Muriel, mis testículos tardarían bastante tiempo en vaciarse.
Cambié un orificio por otro y penetré aquella vagina con los veintiún centímetros seguidos. La rápida penetración hizo que sintiera cómo se despegaban por primera vez paredes que hasta entonces no sabían que lo eran. Vika era la chica que más dura me la había puesto en mi vida y me sentía capaz de abrirla en dos. Ella no paraba de gritar: “¡Rómpame! ¡Rómpame!”.
Vika seguía privada de la visión, pero su cerebro estaba centrado en otro ojo. Su clítoris eternamente golpeado y su vagina le enviaban suficientes estímulos como para empezar a suplicar correrse.
—¿Puedo correrme ya? —preguntó desesperada.
—Solo una vez —permití generoso y continué abriendo la vagina inexplorada.
Podría haberla ayudado tocando su clítoris, pero preferí abofetear su cara cuando vi que su orgasmo era irremediable. Vika aprovechaba la fugaz cercanía de mi mano a sus labios para besarla agradecida.
Mi sexo estaba ardiendo, taladrar esa cavidad ardiente había calentado en exceso mi prepucio y mi glande. Quería refrescarlos y la boca de Vika sabía que era su obligación abrirse para mi sexo, como cualquier otro orificio de ese cuerpo. La saliva de Vika refrescó mi bálano y se mezcló con los fluidos sexuales de ambos.
Decidí que quería usar a Vika como la perra que era, aunque para eso debería liberar su cuello, sus manos y sus rodillas suspendidas. Fue mi mano la que tiró de su pelo para casi tirarla e indicarle la posición que deseaba. Privada de sus ojos, hacía lo que podía por colocarse donde yo le indicaba y solo su confianza en mi mano le garantizó que no caería al suelo cuando la obligué a arrodillarse ante mí. Aguanté su cabeza tirando del cabello cuando ella obediente se desplomó.
—Sube ese culo —fue la letra que acompañó a la música de mi palmada en su trasero firme.
El cuerpo tenso de la joven elevó aquellas nalgas intentando, como siempre, complacerme. Su obediencia era absoluta y en ese estado de trance estaba a la espera de cualquier orden mía para acatarla con premura. Quise explorar de nuevo con mis dedos a ver si sus glándulas vestibulares también se sometían a mis deseos. Nada en ese cuerpo me defraudaba, ni desobedecía. Con mis dedos en su vagina fui obligando a que sus caderas subieran para encontrarse a la altura de mi falo empalmado.
Esta segunda embestida no encontró prácticamente ninguna resistencia. Solo su cúpula vaginal hacía de freno a mi taladro ardiente, pero las paredes superlubricadas no paraban de emitir un rítmico y jugoso ruidito. ¿Qué hacían esas manos ayudando a Vika a sostenerse e impidiendo que su cara tocase el suelo? Se las recogí en la espalda con mi mano izquierda y continué follándomela mientras la diestra golpeaba la grupa de la potrilla. El estado de frenesí de ambos, ella disfrutando de mi polla llenándola sin piedad, mientras mis manos dirigían sus movimientos y le demostraban que estaba absolutamente a mi merced y yo sintiéndome el hombre más poderoso del mundo, nos llevó a necesitar corrernos con urgencia.
Vika imploró de nuevo:
—¿Puedo correrme, amo?
—No hasta que acaricies mi polla con tus dedos en tu culo.
Vika no sabía a qué me refería, pero mi mano izquierda se dirigió a su cuello para forzar su cara a sentir el frío suelo, mientras mi mano derecha escupía en sus dedos pequeños y los conducía a su orificio más estrecho. No me costó demasiado violar ese otra entrada que también me pertenecía con aquellos dos pequeños dedos delgados. La obligué a introducirlos hasta el fondo y ella se esforzó en sentir la dureza de mi sexo, que la penetraba incansable, a través de aquella estrecha pared. Cuando noté sus dedos tocándome y percibí su esfuerzo por complacerme en cada detalle, no pude contener mi semen. Esos chorros salieron a la vez que las paredes de su vagina se contraían sin descanso. No esperaba un orgasmo simultáneo, pero lo sentí como infinito. Podría haberse detenido el mundo para siempre en ese instante, yo siempre follando a Vika con sus dedos tocándome mi sexo a través del mínimo lienzo que separaba ese ajustado recto de la vagina más perfecta. Mi falo así lo entendió y expulsó leche como nunca antes había hecho, sin querer guardar la mínima reserva.
Tardó un tiempo en volverme la sangre al cerebro, no sé qué hacía Vika, pero creo que orgasmaba sin descanso. De nuevo mi mano en su melena y una voz clara que le ordenaba:
—¡Límpiame! ¡Lame bien a tu amo!
La devoción de esa lengua no se distrajo cuando le ofrecí mi pie a ese coño ardiente. Rozándose contra mi pie volvió a correrse la pequeña mientras limpiaba mi polla como veneraba a su dios.
No pasó más de media hora, cuando volví a sentir la imperiosa necesidad de taladrar a mi nueva perra. Yo estaba reclinado en el sillón del taller-mazmorra y Vika descansaba arrodillada junto a mí con mi pie en su entrepierna. Bastó que mi mano se enrollase en su cabellera morena para que Vika estuviera en unas décimas de segundo con su cara contra el brazo del sillón y mis nudillos sintiendo su cráneo bajo su cuero cabelludo. Unas palmadas ayudaron a que Vika ofreciera la mejor visión de su culo.
Era la segunda vez que la follaba, su vagina, algo dolorida por haber sido perforada por primera vez, no dejaba de babear ante la taladrante polla que idolatraba. Esa humedad incansable me estaba haciendo difícil correrme así que le ordené:
—¡Chupa tus dedos y prepara tu ano! Voy a desvirgarte entera.
—¡Por favor, rómpame, rómpame toda! —volvió a su súplica preferida, una súplica que empezaba a convertirse en mantra.
No tardé mucho en asir sus manos sobre sus lumbares, para evitar una resistencia inimaginable y penetrar su ano sin piedad. Ella no podía decidir el movimiento incansable de su cadera, sujeta por mi mano y rítmicamente balanceada por sus manos agarradas. Si hubiera podido, tal vez hubiera intentado que mi penetración fuera más lenta, sentir cómo mi ariete la rompía paulatinamente, sin embargo mis ansias permitían el mínimo sosiego. Observé como Vika juntaba sus piernas para procurar sentir el pellizco del piercing en su clítoris.
—¡Abre las piernas, zorra! —oyó Vika sobresaltada por una fuerte palmada en su cachete derecho.
La obediencia de la muchacha fue recompensada con dos nuevas palmadas sonoras y finalmente por mi mano derecha que buscó su perla anillada. Tres movimientos de mi mano fueron suficientes para que la novel perra implorase:
—¿Puedo correrme, amo?
No me dio tiempo ni a autorizarla ni a lo contrario, cuando mi mano sintió las convulsiones de aquella vagina. Agarré su cabellera con mi zurda y pregunté a la zorra desobediente:
—¿Quién te ha autorizado, perra estúpida?
Vika no sabía qué decir, mi diestra seguía moviéndose en su vagina notando la sucesión de convulsiones, mientras mi zurda zarandeaba la cabeza de la indisciplinada alumna. Ella sentía cómo le sobrevenía un orgasmo tras otro sin poder hacer nada para detener esa cascada. No sabía si era por la sensación de indefensión que le provocaba la mano que sacudía su cráneo, por los movimientos incansables de mi mano o por lo abierta que se sentía en su culo taladrado. Esa situación perduró hasta que mis testículos liberaron el poco néctar que les quedaba.
Vika temblando no se atrevía siquiera a agradecerme sus orgasmos. Su cuerpo entero temblaba y su cara estaba absolutamente desencajada.
—¡Agradece tus orgasmos limpiando a quién los ha provocado! —le conminé.
Ella misma se sorprendió admitiendo que eso era lo que debía estar haciendo y reconoció en mi orden su propia voluntad. ¡Bendita agilidad juvenil que llevó esas rodillas al suelo en nanosegundos! ¡Bendita boca golosa!
Cuando Muriel volvió a casa, nos encontró en la tumbona junto a la piscina. Los dos seguíamos desnudos y ninguno había querido separarse un milímetro del otro. Yo estaba tumbado aun recuperándome y Vika continuaba arrodillada junto a mí y siempre golosa lamiendo mi sexo perennemente empalmado. Muriel observó las marcadas nalgas de Vika y comentó:
—Parece que ha sido una gran fiesta. Por cierto, me ha llamado Maui, quiere invitarnos a otra fiesta. Tony quiere marcarla a fuego y harán una celebración muy especial.
Nota del autor
Creo que si alguna de las lectoras se ha corrido leyendo este relato, debería agradecérmelo votándolo como excelente. Este relato es la quinta parte de la la serie que comenzó con “Perra, Amor, Amo” e incluye “¡Viólame!!!”, “El semental” y “La subasta”. Probablemente los próximos capítulos serán “Marcada a fuego” y “La exposición”. Finalmente si alguna lectora quiere contactar conmigo, puede hacerlo en mi email (
), siempre tratándome de usted. En la web de mi perfil tienen acceso a mis redes sociales y otras páginas de literatura.