Romina - 6 capítulo
Historia del descubrimiento de mi lado femenino, su desarrollo y las experiencias vividas
Llegué a de vuelta a casa antes de lo esperado y eso generó sorpresa en mi madre, tuve que mentir, le dije que luego de la fiesta de cumpleaños todos se habían vuelto a la capital y como me estaba aburriendo solo en el balneario fue que decidí volver. Ella sabía que me gustaba estar solo y me quedó la sensación de que no había creído del todo mi historia. Mientras tanto Juan me miraba con cara de frustrado, imagino que era porque mi retorno interrumpió sus días de intimidad y sexo con mamá, eso me entristecía un poco, verlo así, insatisfecho, pero no me detuve mucho a pensarlo, tenía otras preocupaciones en mente.
Esa noche, mientras intentaba dormir no podía parar de recordar lo que había pasado con Daniel, en particular no podía dejar de pensar en su pene, en lo lindo que se veía, en lo rico que se había sentido dentro de mi boca y en los sabrosos jugos que me había regalado. Mis pensamientos se centraban en su pene, no en él, de hecho cuando pensaba en Daniel no sentía nada, no me sentía atraída hacia él ni excitada, sin embargo cuando pensaba en su pene me excitaba muchísimo, mi pene se ponía duro dentro de mis bombachitas y sentía la urgencia de sentir mi cola llenándose con algún elemento fálico, por lo menos mis dedos.
Estaba confundida, no sabía que pensar, me gustaban las chicas y todo lo relacionado a lo femenino, a tal punto llegaba mi fascinación por ellas que disfrutaba mucho cuando me sentía a mi misma como una de ellas. También había descubierto que mi ano me daba mucho placer al penetrarlo y que los penes me resultaban en extremo atractivos, pero los hombres… los hombres me producían sensaciones encontradas. Ellos poseían esa extremidad hermosa que hacía que se me hiciera agua la boca y me palpitara el ano al imaginarla, pero el resto de su cuerpo no me resultaba para nada atractivo, solo me interesaba lo que les colgaba entre las piernas.
Sin poder resolver mis dilemas en relación a los hombres, por más que me desvelé pensando en ellos varias noches, decidí que para continuar con este camino de descubrimientos tenía que hablar con Daniel sobre lo que había pasado entre nosotros. En mi mente imaginaba que él tenía que haberlo disfrutado tanto como yo y debería sentir, al igual que yo, la misma curiosidad por seguir avanzando y experimentando más cosas juntos. Yo había decidido que quería sentirlo en mi interior, quería que me penetrara como me lo había hecho yo a mi misma tantas veces usando mis amantes imaginarios. Quería descubrir la verdadera sensación de ser una mujer, necesitaba vivir esa experiencia, sentir un pene de carne caliente latiendo en mi interior, creía que eso me ayudaría a definir mis sentimientos en relación a los hombres, las mujeres y el sexo en general.
Por algunos meses no fui a la casa del balneario, no lograba hacerme de valor para ver a Daniel, quería hacerlo, pero el miedo, las dudas y la timidez eran más fuertes que mi voluntad. Finalmente llegó la ocasión, era el cumpleaños de Juan y decidió festejarlo en el balneario, eso me dejaba sin otra alternativa que ir. Al llegar descubrí con alivio que la casa de Daniel estaba cerrada, no había nadie, eso me tranquilizó y me permitió disfrutar del festejo en familia. Al atardecer salimos a caminar todos juntos por la playa, durante esa caminata nos cruzamos con los padres de Daniel que al parecer habían llegado en algún momento de la tarde. Ellos me dijeron que él estaba encerrado en la casa, no había querido salir, creían que estaba triste porque lo habían obligado a venir aunque él no quería y entonces me invitaron a cenar en su casa para intentar animarlo. Yo me quedé inmóvil sin saber que contestar, imaginaba que Daniel no estaba triste sino que al igual que yo a él, me estaba evitando, pero mi madre se adelantó y dijo que si, que no habría problema en que yo fuera a cenar con ellos, que me vendría bien socializar un poco.
El resto de la caminata por la playa me la pase en silencio, perdido en mis pensamientos, anticipando ese reencuentro con Daniel, tenía mucho miedo de lo que podía llegar a suceder pero me tranquilizaba el hecho de que sus padres iban a estar presentes, eso garantizaba una cierta normalidad porque a nadie le convenía que se supiera lo nuestro.
Cuando llegamos a casa me di una ducha para quitarme la sal y arena de la playa, como siempre hacía me llevé mi bolso entero al baño para poder vestirme antes de salir. Luego de secarme tranqué la puerta por dentro y me detuve a mirar mi cuerpo desnudo en el espejo, estaba muerta de nervios por lo que se venía y no lograba decidir si iba a ir a lo de Daniel como andaba siempre, con una bombachita bajo mi ropa de varón, o no. Tras unos largos minutos frente al espejo sentí que mi cuerpo me lo pedía, es que me veía mucho mejor con la lencería puesta que desnuda, o al menos eso sentía yo. Entonces saqué de mi bolso la tanguita mas sexy y delicada que tenía, era negra de encaje transparente con una moñita roja en el frente, había pertenecido a la hermana de un compañero de estudio, me la puse y enseguida me sentí mucho mejor y más confiada. Cuando me estaba por colocar por encima la bermuda de varón me detuvo un pensamiento – Y si a Daniel le había gustado? Y si teníamos la oportunidad de repetirlo hoy? Quería ir solo con esta tanguita? – La respuesta a mi misma fue automática – NO! – necesitaba algo más para completar el atuendo pero en mi bolso solo tenía mis bombachitas, de golpe me di cuenta que allí estaba el canasto de la ropa sucia y que tanto mi madre como mi hermana se habían duchado antes de mi. Lo abrí y empecé a hurgar en busca de algún complemento, lo que terminé encontrando no era ideal pero igual servía, un corpiño con copas formadas de mamá y una musculosa bien ajustada de mi hermana que tenía en los breteles y la parte de abajo unos voladitos de encaje, todo en negro como a mi me gusta. Me puse el corpiño y por encima la musculosa, de esa manera parecía que tenía unos tímidos pechos de adolescente gracias a la copa formada. El conjunto, sin ser ideal, combinaba muy bien con mi tanguita y terminaba dando una imagen bien femenina, entonces me saque la parte superior, la puse en la mochila que iba a llevar, luego me puse mi ropa de varón por encima de la tanguita y me dispuse a salir.
Cuando me pare frente a la puerta de la casa de Daniel sentí que los nervios me consumían, las manos y piernas me temblaban, la vergüenza me carcomía, pero ya estaba ahí, así que junté valor y golpee la puerta. Por suerte quien la abrió fue su madre, al verme gritó hacia el interior de la casa – “Daniel! Vení que tenes visita!” – Luego me hizo pasar al living y me dijo – “Que suerte que viniste Fede así Dani no se queda solo, nosotros vamos a salir a cenar porque hoy es nuestro aniversario. Volveremos tarde así que no nos esperen, les dejé unas pizzas en el horno y si queres te podes quedar a dormir aquí, yo ya le avise a tu madre, pueden poner un colchón extra en el cuarto de Dani…” - en ese instante apareció Daniel y yo dejé de escuchar lo que me decía su madre, nos miramos a los ojos y me pareció que él se había puesto tan colorado como yo. Nuestra mirada fue interrumpida por su padre que nos saludó, tomó a su madre de la mano y se fueron deseándonos que la pasáramos bien.
Tras cerrarse la puerta quedamos solos, en silencio y mirándonos a los ojos, la tensión del momento se quebró cuando Daniel me dijo: – “Hola, no sabía que venías…” - Luego se dio vuelta y se fue para su cuarto dejando la puerta entreabierta. Yo me quede quieta y muda, ni siquiera se había acercado a saludarme, de fondo se escuchaban ruidos de videojuego y se veía el resplandor del televisor. No sabía que hacer, pensé en volverme a casa, pero tan temprano sería sospechoso y no quería tener que mentirle más a mi madre. También pensé que podría ir y sentarme junto a él en su cuarto a jugar videojuegos en silencio, como si no hubiese pasado nada entre nosotros, pero me pareció un acto de cobardía y un desperdicio de esta preciosa oportunidad que nos habían regalado sus padres al salir. Entonces me dije a mi misma: - “Es ahora o nunca! estamos solos y no va a venir nadie por horas” - tomé mi mochila y grité – “Voy al baño!” –.
Una vez dentro del baño procedí a cambiarme, me quité toda mi ropa de varón, me puse el corpiño de mamá y la remerita de mi hermana, encontré en el lavatorio un broche con una moña roja de la madre de Daniel y me lo coloqué para darle un toque femenino a mi cabellera, además hacía juego con la moñita de mi tanga. Por último vi unas sandalias de Sandra, la madre de Daniel, y me las puse también, eran de finas tiras negras con suela de goma y un pequeñísimo taco, no tenían comparación con los tacos de mamá que solía usar, pero eran indudablemente femeninas, me quedaban súper ajustadas pero si las cerraba en el último broche podía tolerarlas, de todas formas no tenía pensado caminar demasiado. Entonces me miré en el espejo, me di la clásica vueltita para admirar mi cola, y satisfecha con el resultado decidí salir.
No se porque, pero mientras recorría el pasillo rumbo al dormitorio de Daniel me sentía mucho más segura que cuando llegué. Intentaba caminar lo más femenino posible, con mi piernas apretadas, cruzándolas en cada paso y contorneando mis caderas y mis nalgas a un lado y al otro. Abrí del todo la puerta y lo vi a Daniel sentado en la cama, de espaldas a la puerta y completamente concentrado en su juego, ni siquiera se había percatado de que estaba allí. Busqué mi voz más femenina y armándome de valor le dije – “Ahora si me vas a saludar?” – Daniel se dio vuelta como un relámpago, el control cayó de sus manos al piso, y se quedó congelado mirándome. Se notaba que no sabía que hacer pero su reacción me pareció positiva así que decidí continuar con mi avance, di un paso adelante para entrar al dormitorio, me detuve, me di una vueltita en puntas de pie hasta darle la espalda, sacudí mi cola de un lado al otro y le dije – “No te acordás de mi? Soy Romi” – giré nuevamente para quedar de frente y noté que se había movido, continuaba sentado en la cama, pero ahora de mi lado y mirándome de frente, aún en silencio.
Sentía como sus ojos recorrían mi cuerpo de arriba abajo, desde los pies hasta el pecho, evitaba mi cara, así que hice lo mismo y cuando mi mirada abandono sus ojos y empezó a bajar descubrí algo maravilloso, su bermuda contenía un bulto importante que generaba una carpita en su entrepierna. En ese momento dejé de pensar y empecé a actuar sin cuestionarme nada, Romina había tomado el control de la situación. Caminé hacia donde el estaba sentado, me di vuelta nuevamente y coloqué mis nalgas a centímetros de su cara, sabía que al igual que la primera vez, no se podría resistir a eso, y no pudo, tras unos instantes de tensa espera sentí sus manos en mis nalgas. Comenzó masajeándolas al igual que la última vez pero luego me sorprendió su boca, me daba pequeños mordiscos que me arrancaban quejidos que parecían excitarlo cada vez más, pero no pasaba de eso, me masajeaba, besaba y mordía la cola pero no avanzaba más de eso.
Yo mientras tanto estaba como loca, necesitaba más, así que me di vuelta, lo empuje hasta que quedó con su torso inclinado hacia atrás, sus brazos extendidos y sus manos apoyadas en las sabanas, en esta posición el bulto de su entrepierna se marcaba aún más. Entonces me arrodillé, desate el nudo de su bermuda, y tiré de ella hasta que pasó sus rodillas y cayó al piso. Cuando retiré la bermuda salto a la vista su hermoso pene, erecto completamente, duro y brillante mantenía una vertical perfecta. Lo tomé con mi mano, deslice su piel hacia abajo para descubrir la cabeza y acerqué mi cara, extendí mi lengua y toque la morada punta de su cabecita con mi lengua. Ese fue el momento en que Daniel emitió el primer sonido desde que entré a su dormitorio, un gruñido de cavernícola salió de su interior. Tras el gruñido intentó erguirse para tomar el control de la situación pero yo no se lo permití, sin soltar su pene ni dejar de acariciarlo con mi lengua frené su impulso con mi mano libre y volvió a su posición original recostado hacia atrás y dejándose hacer.
A continuación apreté mis labios alrededor de la cabeza y procedí a introducir lentamente su pene en mi boca, apretando fuerte mis labios y acariciando cada centímetro con mi lengua a medida que entraba en mi boca. Lo introduje hasta que no pude hacerlo más porque iba a vomitar, aguante lo más que pude en esa posición y luego empecé a moverme de arriba abajo, una y otra vez, a veces lo sacaba entero y lo recorría con mi lengua desde los testículos hasta la boquita de su cabeza, me encantaba el sabor del líquido transparente que salía de ahí mientras lo lamía. Él ya había abandonado el silencio hacía rato, emitía gemidos y quejidos de todo tipo mientras que de mi boca salían ruidos de succión y líquidos viscosos mezclándose en un trance de alta velocidad.
Mientras tanto mi pene dentro de la prisión de la tanguita estaba duro como una roca y mi ano se sentía como si estuviera latiendo, desesperado por abrazar con fuerza algún visitante. Entonces di un paso más, sin soltar su pene ni retirarlo de mi boca, tenía miedo que Daniel se arrepintiera si le daba un minuto para pensar, me subí a la cama al lado de él. Puse mi vientre contra el colchón para aprisionar mi pene y exponer mi cola que quedó a escasos centímetros de su cara y a la merced de sus manos. Daniel entendió el mensaje y sus manos se movieron rápido y fueron directo a mis nalgas como si fueran dos imanes, las masajeaba, apretaba y recorría pero no se animaba a más. Mientras tanto yo, sin nunca dejar de chuparlo, levantaba y empujaba mis caderas hacia él para invitarlo a más, pero él no se daba por aludido.
Desesperada por sentir algo más retiré su pene de mi boca sin dejar de masturbarlo con mi mano derecha, tomé una de sus manos de mis nalgas con mi mano izquierda y la llevé a mi boca. Chupé y lamí con la mayor sensualidad que pude sus dedos índice y mayor hasta que quedaron cubiertos de abundante saliva, entonces corrí mi tanguita a un costado, tomé su nuevamente mano y la llevé de mi boca hasta mis nalgas, una vez ahí lo guíe entre ellas hasta mi ano, cuando la yema de su dedo tocó mi palpitante ano no tuve que hacer más nada, él había entendido el mensaje y comenzó a masajearlo presionando la punta de su índice mientras realizaba movimientos circulares. Yo volví a meterme su pene en lo más profundo de mi boca y a succionar como desesperada, aunque eso no duró mucho porque luego de jugar unos instantes en la puerta Daniel empujó de golpe y sin aviso, metiendo dentro de mi sus dos dedos en un solo movimiento lo cual me produjo una sensación de dolorosa y placentera sorpresa que me obligó a retirar su pene de mi boca y emitir un profundo grito mezcla de quejido y gemido placentero que no hizo otra cosa más que animarlo a continuar.
Tras la sorpresa inicial volví a dedicarme a mamarlo mientras sentía como sus dedos se movían en mi interior cada vez más profundamente rozando todas las paredes de mis entrañas y haciéndome experimentar sensaciones que hasta ahora no conocía. Yo me había introducido dedos muchas veces, más de dos inclusive, pero cuando son de otra persona y se mueven sin poder predecir su destino las sensaciones son totalmente distintas. Además, mientras recibía ese masaje anal estaba lamiendo y chupando un pene hermoso que me tenía en el cielo, excitada como nunca lo había estado hasta ese momento. De golpe sentí como algo de saliva caía sobre mi ano y antes de darme cuenta de lo que estaba por pasar un tercer dedo se colaba en mi interior, aquello era demasiado, mi cadera empezó a moverse sola empujando contra la mano de la que venían los invasores buscando que llegaran hasta lo más profundo de mi ser, mientras que yo aumente el ritmo de mi chupada en respuesta a la excitación y el placer que todo esto me producía.
Las consecuencias de todos estos acelerados movimientos no se hicieron esperar, sentí como su pene se ponía cada vez más duro, sus piernas empezaron a temblar y los movimientos de sus dedos en mi cola se volvieron más violentos y profundos. Segundos más tarde sentía como mi boca era inundada por una explosión de semen caliente, su cuerpo tenía espasmos que empujaban sus dedos aún más adentro mío y a la vez con cada espasmo un nuevo chorro de semen era volcado en mi boca. Demasiadas sensaciones juntas me llevaron al orgasmo a mi también, sentía ahora mis propios espasmos, como con cada uno de ellos mi ano se apretaba alrededor de sus dedos y como chorros de semen salían de mi pene e inundaban la tanguita dejando toda mi entrepierna empapada con una mezcla hermosa de saliva de Daniel y mi propio semen.
Cuando terminaron los espasmos de ambos tragué todo el semen que quedaba en mi boca y retiré con lentitud su pene de mi boca para poder respirar hondo. Al mismo tiempo sentí como sus dedos abandonaban mi ano dejándome esa ya conocida, pero no por eso menos impresionante, sensación de profundo vacío que necesita volver a ser llenado. Yo estaba más excitada que nunca, quería más, necesitaba llenar ese vacío, necesitaba sentir ese pene en mi interior, necesitaba sentir esa explosión en mis entrañas y no en mi boca, así que decidí volver a introducírmelo en la boca para ayudarlo a recuperar la dureza que tenía hasta hace unos instantes y que así pudiera penetrarme.
Cuando intente acercar mi cara nuevamente a su pene Daniel me empujó, lo hizo con tanta fuerza que caí de la cama al piso. Se paró de golpe y se fue hasta la otra punta de la habitación, tan lejos de mi como pudo. Me arrodille confundida y lo mire desde el piso, su pene estaba flácido y tan pequeño que parecía ser otro, no el que había estado en mi boca hace unos instantes, al ver su cara me devolvió una mirada de desprecio y miedo que me horrorizo, entonces me gritó – “Yo no soy puto! Y vos me queres hacer puto! Ándate! Y no vuelvas nunca más porque te voy a romper la cara! Puto!” – Me puse a llorar, me levanté y me fui corriendo al baño, no entendía como tanto placer podría llevar a esto, yo no lo había obligado a nada, había sido él quien había dado el puntapié inicial a este juego y luego ambos nos dejamos llevar por nuestros instintos.
Me quité toda la ropa de mujer, estaba manchada con el semen de ambos y nuestra saliva, la guardé un una bolsa y la metí en mi mochila. Me lavé la cara, me puse mi ropa de varón y salí del baño. Afuera me esperaba Daniel cruzado de brazos y completamente vestido – “Andate y no vuelvas más!” – fue lo que me dijo al verme. Intenté hablarle, explicarle que yo no quería hacerle nada, que estábamos experimentando con el sexo los dos, que a ambos nos daba placer, que todo había empezado porque él me había pedido que me vistiera para él la vez pasada, interrumpió mis palabras con un empujón en el sentido de la puerta que me tiró nuevamente al piso – “Te dije que te vayas! O queres que te pegue también?” – Me levante llorando otra vez, tomé mi mochila y salí a la calle, cuando me di vuelta para mirarlo lo que me despidió fue un sonoro portazo a continuación del cual se apagaron las luces exteriores de la casa y se escucho como giraba la llave trabando la puerta.
Mientras llorando caminaba en soledad los pocos metros que separaban nuestras casas empecé a sentir los ecos en mi cuerpo de lo que había pasado esa noche. El sabor a su semen en mi boca, el dolor en mis rodillas por haber estado arrodillada tanto tiempo, la espesa humedad que invadía mi entrepierna y se extendía por mis nalgas mezcla de mi semen y su saliva, el ardor de mi ano producto del placentero castigo al que lo habían sometido sus tres invasores. Todas ellas se empezaron a acumular y me hicieron sentir muy rara, estaba extremadamente triste y dolida, había querido ir más allá y me había salido mal, muy mal. Una pregunta rondaba mi mente con cada paso que daba – “Y ahora que?” –
FIN DE LA SEXTA PARTE