Romina - 4 capítulo

Historia del descubrimiento de mi lado femenino, su desarrollo y las experiencias vividas

Cuando terminé de ducharme me di cuenta que me encontraba exhausta, la sesión de placer con el vibrador me había dejado en un estado de paz interior que era nuevo para mi, un profundo sentimiento de satisfacción inundaba mi cuerpo pero a la vez sentía que había gastado todas mis baterías en esa faena. Al salir del baño, nuevamente envuelta con la toalla hasta el pecho, me ocupé de colgar mi colaless para que se seque, lo había lavado conmigo mientras me bañaba, a continuación me fui de vuelta para el cuarto de mamá. Tras buscar un par de minutos en los cajones de ropa íntima elegí calzarme un culotte semitransparente de encaje negro y en la parte de arriba un babydoll de seda rojo, estaba cómoda pero muy femenina, pronta para meterme en la cama y dejar que mi cuerpo se repusiera de aquella paliza de placer y nuevas sensaciones.

Despertar envuelta en esas prendas fue algo hermoso, la finesa y suavidad de todo lo que me tocaba era exquisita. Tan exquisita que me provocó una erección inmediata, no resistí la tentación y empecé a tocarme, a medida que avanzaba en el juego con mi pene empecé a sentir como mi ano palpitaba pidiendo a gritos un visitante. Pensé en mis clásicos dedos, pero decidí que debía aprovechar todo el tiempo disponible con mi nuevo amante, el vibrador de mamá.

Lo tomé de la mesita de luz, lo chupé sensualmente unos minutos para lubricarlo mientras seguía tocando mi pene con la otra mano. Entonces decidí probar una nueva posición, me encontraba boca arriba así que levanté mis piernas en el aire, las flexioné y las abrí a los costados como si estuviera por ser penetrada en la posición del misionero. Solté mi pene y usé esa mano para correr el culotte a un costado, guié con la otra mano a mi amante hasta mi agujerito y al llegar empecé a hacer presión mientras lo movía en pequeños círculos. Mi ano se trago el vibrador entero con una facilidad sorprendente, eso me llamó la atención, la otra novedad fue que de inmediato empecé a disfrutarlo. Mi pene se había vuelto a ablandar como el día anterior, pero ya que estaba experimentando, y que la posición lo permitía, decidí volver a estimularlo con la mano libre. En cuestión de segundos recuperó su dureza y las olas de placer mixto provenientes de mi ano y de mi pene comenzaron a invadir mi cuerpo provocándome espasmos y contracciones. En particular disfrutaba sentir como se apretaba mi colita y abrazaba con firmeza el vibrador durante esas contracciones, en esos momento aprovechaba y empujaba con más fuerza al intruso hacia mi interior sintiendo como se abría paso y recorría cada pliegue de mi recto.

Al igual que la noche anterior, el orgasmo llegó de golpe durante una de esas penetraciones profundas,  fue intenso, sabroso. Como tenía una mano en mi pene, la usé para recolectar todo lo que eyaculé y así cuidar las prendas de mamá. Al terminar tuve un impulso que no sé de donde salió, pero si sé que no lo quise frenar, miré mi mano llena de mis jugos y la llevé directo a mi boca, chupé y lamí todo su contenido hasta que quedó bien limpia, era de consistencia viscosa y gusto dulzón, me resultó agradable comerlo, pero sobre todo me excito mucho y me hizo sentir muy morbosa.

Terminada la sesión de placer matutino me levanté y tras pasar por el baño para limpiarme volví al cuarto, me quité el babydoll, me puse un corpiño a juego con el culotte y luego elegí un lindo vestido que no era ni muy flojo ni muy ajustado y llegaba hasta apenas por arriba de mis rodillas. Por encima del vestido me até un cinturón como había visto que mamá hacía, me calcé unas sandalias de taco mediano, me puse la misma vincha que ya había usado sobre mi pelo antes y me mire al espejo. Estaba preciosa, mis piernas lucían hermosas sobre las sandalias y bajo el vestido mi cola y caderas resaltaban por el cinturón que marcaba mi fina cintura, mi pecho tenía un leve relieve generado por las copas del corpiño y mi cara estaba toda colorada y radiante por el orgasmo que había tenido hace unos minutos. Me di cuenta que no solo estaba preciosa sino que también estaba contenta, estaba realmente disfrutando esta experiencia.

Me propuse que el resto del día transcurriera con cierta normalidad, miré televisión, leí algunas revistas de farándula y como era una estudiante muy aplicada hice algunos deberes que tenía pendientes para el liceo. Todo esto mientras disfrutaba de mi delicado atuendo y procurando tener los gestos y modos más femeninos posibles, juntando las piernas al caminar y cruzándolas bien apretadas al sentarme. En varias oportunidades mi pene intentó distraerme poniéndose muy duro pero con fuerza de voluntad decidí ignorarlo, quería guardar mis energías para una nueva sesión de placer con mi amante a la noche.

Cené bajo la luz de unas velas mientras miraba una película romántica en el cable, fue lo más femenino que se me ocurrió, al terminar lavé la vajilla y acomodé la cocina. Estaba en eso cuando me di cuenta que el cesto de la basura estaba lleno y debía sacarlo a la calle porque estaba por pasar el camión de la municipalidad que los retira. Me quedé helada, lo dudé durante unos largos minutos, tenía dos opciones: o me cambiaba para salir a la calle y quebraba el ensueño de mi femenino fin de semana, o me arriesgaba a salir vestida y que alguien me reconociera. Estaba disfrutando mucho de mi transe femenino como para arruinarlo, si me cambiaba ya no volvería a ser lo mismo, así que decidí esperar hasta último momento a que la calle estuviera vacía y arriesgarme a salir a tirar la basura vestida.

Llegó la hora, debía salir porque se acercaba el horario en que pasaba el camión y tenía más terror de cruzarme con ellos que con los vecinos, en la calle todavía se escuchaban algunos ruidos pero no tenía otra opción. Respiré hondo, tomé el pestillo de la puerta, lo giré y salí con la bolsa en la mano. Debía caminar unos treinta metros hasta la esquina donde depositábamos la basura, fueron los treinta metros más largos de mi vida, me esforzaba por caminar rápido pero a la vez debía frenarme para no caminar como un chico. Iba con la vista en el suelo ocultando mi cara por miedo a que algún vecino saliera y me reconociera. Estaba llegando a la esquina cuando de pronto siento una gruesa voz masculina que me dice –“buenas noches preciosa, dame que yo me llevo la bolsa”- paralizada levanto la vista y veo como una mano grande y sucia se estira en mi dirección, detrás de ella estaba uno de los hombres que descendían del camión de la basura a recolectar las bolsas, era alto, grandote, barbudo y vestía un mameluco naranja lleno de manchas. Congelada como estaba atiné a levantar el brazo y darle la bolsa, ante mi quietud el hombre me preguntó –“Cómo te llamás? Estas bien?”- sin pensarlo, salió de mi interior la respuesta como si se tratara de un instinto –“Romina, estoy bien, gracias”- dije en la voz más fina que pude para luego darme vuelta y salir corriendo rumbo a casa. Mientras corría podía sentir la mirada de aquel hombre y de sus compañeros en mi espalda, tomé conciencia de que mi vestido estaba volando con el viento y apreté mis manos contra los laterales para bajarlo, estaba aterrada, cruce la puerta, la cerré tras de mi y emití un gran suspiro. Lo había logrado, había tenido mi primer salida a la calle vestida, y en esa misma salida me había bautizado, ya tenía nombre, era Romina, aunque en aquel momento no me percaté de su importancia, estaba demasiado excitada como para pensar.

Pero no solo estaba asustada, también estaba muy excitada entonces me fui rápido al cuarto de mamá, me quité el vestido y las sandalias, me subí a la cama y me arrodille sobre la misma dejando mi torso erecto. Tomé a mi amante, le coloqué un preservativo y lo lubriqué, lo apoye sobre la sábana sosteniéndolo desde la base en posición vertical bajo mi cola y, habiendo previamente corrido el culotte a un costado, procedí a descender mis caderas hasta que la punta tocó mi ano. Quería cabalgarlo, quería que no fueran mis manos sino mis caderas las que controlaran la penetración, así que lo hice, seguí descendiendo hasta que mis nalgas tocaron las sábanas y mi amante estuvo completamente dentro de mi. Debía mantenerlo tomado de la base con una mano para que no subiera conmigo al subir mis caderas, apoyé la otra mano en el colchón como si fuera en el pecho de mi amante para mantener el equilibrio y empecé un sube y baja frenético, subía con lentitud y me dejaba caer con fuerza sobre aquel glorioso cilindro de metal. Me encantaba la sensación que me daba cuando mis nalgas hacían tope contra el colchón, me sentía llena, completa, satisfecha, entonces las levantaba de vuelta y repetía la acción. Al igual que la primera vez que disfruté a mi amante, desde el momento en que ese cilindro empezó a meterse dentro de mis entrañas mi pene quedó completamente flácido dentro del culotte, no participaba del encuentro, la pasión y el placer estaban comandadas por mis caderas y mi ano.

Cerré los ojos y me dediqué a disfrutar de la cabalgata, tas un par de segundos mi imaginación empezó a volar, mi amante se transformó en el hombre de la basura, estaba ahí, tirado boca arriba sobre la cama y yo arrodillada sobre él cabalgándolo, pero yo ya no era yo, yo era una de las actrices que había visto en los videos porno cabalgando como yo lo hacía ahora. Me imaginaba sensual y provocadora, con preciosos pechos que se movían al compás de la cabalgata y grandes caderas que chocaban contra la pelvis de mi amante haciendo vibrar mis nalgas mientras gemía de placer. Imaginaba como su pija llenaba mi ano una y otra vez y como mi vagina soltaba jugos dentro de mi bombachita de lo excitada que estaba. En ese preciso momento empecé a sentir toda esa humedad imaginaria volverse realidad en mi entrepierna y fui absorbida por un gran orgasmo que me hizo caer de frente sobre mi amante ficticio. Con cada contracción de mi ano alrededor del vibrador sentía como mi entrepierna se inundaba con otro chorro de jugos del placer que salían de mi flácido pene y como todo mi cuerpo vibraba en sintonía. Las contracciones de mi ano terminaron expulsando a su visitante que cayó a mi costado y yo quedé ahí tirada, rendida al placer, mientras los choques eléctricos continuaban por todo mi cuerpo, hasta que sin darme cuenta cuando, mientras mi ano seguía latiendo, me quedé dormida.

Abrí los ojos y ya era casi el medio día del domingo, seguía tirada en la cama, me di vuelta y al contemplar mi entrepierna encontré al precioso culotte que llevaba puesto todo manchado por la eyaculación de anoche, al sentarme noté que mi ano me ardía un poco, había sido intensa y brutal la cabalgata. Al levantarme pude apreciar una gran mancha sobre la sábana a la altura de mi entrepierna, necesitaba ordenar todo esto, en unas horas volverían mamá y mi hermana. Retiré las sábanas de la cama y las puse a lavar junto con la ropa interior que había usado durante el fin de semana, Me bañé y me preparé para elegir mi último atuendo.

Empecé por ponerme un body de fina tela negra semitransparente cuya parte de arriba tenía mangas largas y era como una polera, se colocaba como un buzo y se cerraban unos broches en la entrepierna. El cierre de los broches fue complicado porque mi pene estaba inquieto nuevamente, pero tras un par de intentos pude apretarlo bien entre mis piernas y logré cerrar el body, me calzaba perfecto, se ajustaba a cada centímetro de mi cuerpo que tocaba y la parte de atrás que era tipo colaless se metía con delicadeza entre mis grandes nalgas. Continué por enfundar mis piernas en unas medias 7/8 que tenían una banda de encaje con silicona en el borde para fijarlas. Encima decidí cumplir otra de mis fantasías y me puse la pollera tableada del uniforme del liceo de mi hermana, casi no me entró, me quedaba tan cortita que generaba que a cada paso asomaran mis nalgas al moverse la tela. Luego me calcé unos zapatos negros de taco aguja que estaba reservando para el último día y finalmente, para cerrar el look, deslicé por mi pelo la vincha.

Estaba espectacular, creo que fue mi atuendo más atrevido y sexy del fin de semana, estuve mucho tiempo dando vueltas frente al espejo para hacer volar la pollerita y caminando de un lado al otro con los tacos, que sensación más femenina, estaba claro, me encantaba usar tacos. A todo esto mi pene estaba que explotaba, pedía atención a gritos pero nuevamente decidí negársela. Haciendo caso omiso al objeto duro que vivía entre mis piernas me dedique a ordenar toda la casa, guardé la ropa que ya estaba lavada y me hice un almuerzo liviano, faltaba poco para tener que volver a la realidad y pretendía tener otra cabalgata sobre mi amante antes de despedirme.

Tras almorzar me sentí cansada, entonces me recosté en la cama de mamá con la intención de relajarme un poco, cerré los ojos pero no me pude dormir, a los pocos segundos una idea se apoderó de mi, en esta cama tenían sexo mamá y Juan. Empecé a pensar en como serían sus encuentros, me los imaginaba pasionales y calientes. Por la ropa íntima que compraba mamá sabía que a Juan lo excitaba la lencería sexy, entonces me descubrí a mi misma preguntándome –“Que pensaría Juan si me viera así vestida? Lo excitaría? Me desearía?”- A esta altura yo ya estaba súper excitada y decidí que si, que me lo haría, pero que como yo era una mujer salvaje lo cabalgaría hasta hacerlo explotar.

Me preparé como lo había hecho la noche anterior, desabroche el body sin quitármelo, levanté la pollera y me senté con pasión sobre mi amante. En el primer intento sentí un poco de ardor, la pasión de la noche anterior tenía sus consecuencias, pero hice caso omiso y lentamente me lo enterré hasta el fondo de mis entrañas. Cuando mis nalgas llegaron al colchón y el vibrador llegó a lo más profundo de mi ser, me quedé quieta disfrutando esa sensación, de sentirme llena. Mientras me regocijaba en esos estímulos me di cuenta que en mi mente lo que me llenaba era el pene de Juan, tuve un temblor de excitación. Empecé a mover mis caderas y el placer se empezó a apoderar de mi, sentía que era mi madre cabalgando a su macho, imaginaba como sus nalgas, al igual que las mías, se bamboleaban cada vez que bajaba y hacía tope contra su amante. Imaginaba como sus caderas se movían al mismo ritmo y con la misma pasión que las mías, nuevamente yo, ya no era yo, ahora yo era mi madre cabalgando a su semental.

En mi cabeza él era casi un accesorio de la imagen, mis pensamientos se centraban en ella, en su cuerpo de mujer enfundado en las prendas que yo llevaba puestas y en el cilindro que entraba y salía de nuestras entrañas, pensaba en mi madre no como mi madre, sino como una mujer sensual, la más sensual que conocía en la vida real, la única que conocía en la vida real. De repente, mientras repasaba en mi mente el sensual cuerpo de mujer de mi madre, sentí como se aproximaba la explosión del orgasmo. Aprovechando que mi pene revoloteaba flácido y libre porque había desabrochado el body lo tomé dentro de la mano que antes estaba apoyada en el colchón y recibí en ella la totalidad de mi descarga. Esta vez pude contenerme, ya me estaba acostumbrando a la intensidad de mis orgasmos y no caí rendida en la cama, me quedé sentada sobre mis rodillas, con mi amante metido hasta el fondo y mi mano entre mis piernas conteniendo mi pene y los flujos que habían salido de él. Tras unos segundos de respiración entrecortada y placer rompí mi quietud llevándome la mano llena de jugos a la boca para degustarlos nuevamente, con la mayor sensualidad de la que era capaz comencé a lamerla y chuparla. Mientras lo hacía levanté la vista y sin querer vi la hora en el despertador, me asusté, mamá llegaba en media hora y yo estaba en esa situación. Rápidamente me comí el resto de los jugos, me levanté y cayo sobre la cama mi amante, lo miré y me emocioné hasta casi llorar, ese había sido nuestro último encuentro hasta quien sabe cuando.

Me desvestí, y desnudo como estaba limpié y ordené todo con la mayor celeridad posible, doblé y guardé con cuidado cada una de las delicadas prendas que había usado durante el fin de semana. Limpié y con tristeza coloqué dentro de su caja a mi amante que volvía a su letargo en el cajón de las joyas. Acomodé la cama de mamá y finalmente llegó el momento menos deseado, debía vestirme de chico nuevamente. Me puse un slip de algodón y casi me muero de la decepción, pero en ese instante recordé que yo ahora tenía mi propio colaless, rápidamente me quité el slip y me lo puse, adoraba esa sensación de suavidad, sentir la tela entre mis nalgas y mi pene apretadito entre mis piernas. Estaba absorto en esos pensamientos cuando escuché que se habría la puerta principal y mi madre gritaba –“Fede! Llegamos! Vení a ayudarnos con las cosas!”- Rápidamente me puse el resto de mi ropa de chico por encima del colaless y corrí a la puerta.  Estaba súper excitado, ellas no lo sabían pero yo llevaba puesta una pieza de finísima lencería, mi pene me molestaba duro entre mis piernas pero la ajustada colaless lo mantenía apretado volviendo mi erección invisible, y eso me excitaba más aún.

FIN DE LA CUARTA PARTE