ROMINA - 2 capítulo

Historia del descubrimiento de mi lado femenino, su desarrollo y las experiencias vividas

A partir de aquella primer experiencia, todas mis tardes de soledad se dedicaron a experimentar con la ropa interior de mi madre.

En cuanto me quedaba solo en casa, pasaba llave a la puerta y me iba directo al dormitorio de mamá, me desnudaba frente al espejo, abría los cajones, elegía un conjunto, me vestía lentamente disfrutando el tacto de cada prenda y luego caminaba un poco por la casa practicando mi andar femenino. El final siempre llegaba cuando no podía contener la dureza de mi pequeño pene dentro de las bombachas de turno y me recostaba en la cama a masturbarme, las imágenes que corrían por mi mente eran siempre del mismo tipo. A veces imaginaba que era una modelo de ropa interior desfilando frente a una muchedumbre que me miraba con admiración, pero la mayoría de las veces imaginaba que era mi propia madre andando por la casa semidesnuda como ella solía hacerlo, o tomando el sol en la playa con todas las miradas clavadas en mi cola y la pequeña porción de tela que intentaba cubrirla sin lograrlo perdiéndose entre mis nalgas.

Tras algún tiempo este ritual se convirtió en rutina y empecé a querer saber más sobre las mujeres y el sexo, hasta ese entonces no me interesaba mucho el tema, de hecho, en alguna medida le escapaba a ese tipo de conversaciones, como dije antes, era muy tímido e inocente.

Mi único camino para llegar a ese objetivo eran mis compañeros de clase y las revistas porno o los videos en VHS que habían conseguido, en general regalo de algún tío, y que compartían entre ellos. Fue así que llegó el siguiente gran paso en mi historia, una mañana entré desprevenidamente en el baño de la escuela y me encontré con los chicos de mi clase, ellos estaban reunidos mirando a escondidas una de esas revistas. En ella aparecía una hermosa mujer vestida con fina lencería acompañada por un hombre grande y musculoso que la penetraba. En la primeras páginas lo hacía solo por su vagina, nada nuevo hasta ahí, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando algunas páginas más adelante aparecían fotos en las que ella era penetrada por su ano. Hasta ese momento yo no sabía que eso era ni posible ni placentero, hacía ya un tiempo que mi madre me había explicado como hombres y mujeres teníamos penes y vaginas respectivamente, como se generaban los bebés y que cuando el pene del hombre se introducía en la vagina la sensación era placentera para ambos, por eso los adultos lo hacían todo el tiempo pero no para tener hijos, sino que por placer. Pero durante esa charla, detonada por una escena de sexo en una película que mirábamos, mi madre no me había dicho nada sobre el ano y sus otros usos.

En las fotos de la revista la mujer parecía estar disfrutando mucho del pene que invadía su ano y eso me hizo sentir una gran esperanza. Yo no tenía vagina, en su lugar estaba mi pequeño pene, pero lo que sí tenía era un ano rosadito como el de esa mujer rodeado por unas nalgas grandes y femeninas. A partir de ese instante mi nuevo camino de experimentación estaba trazado, además de observar mi cola enfundada en lencería, ahora empezaría a jugar con ella y ver si podía obtener el mismo tipo de placer que aquella mujer parecía disfrutar al recibir visitantes en su ano.

Unos días más tarde ya estábamos en vacaciones de invierno, mi madre trabajaba y mi hermana se había ido a pasar las vacaciones a la casa de una de sus amigas, por lo tanto yo tenía varios días seguidos de soledad completa entre las 8 y las 18 horas, este era el momento de empezar a jugar con mi agujerito. Como todas, empecé por intentar introducirme mis dedos, algo de saliva y tras un rato de jugar en la puerta, se colaba en mi interior la primer falange. La sensación era agradable sin llegar a placentera, lo que si eran inmensos el morbo y los nervios, lo introduje aún más, tanto como era posible, y empecé a moverlo en círculos, las sensaciones mejoraban. Luego me animé a más y fue un segundo dedo el que se colaba por mi agujerito, ahora tenía mi índice y mayor adentro, los movía en círculos contra las paredes y luego los sacaba y volvía a meter hasta el fondo. Con los ojos cerrados, vestido con tanga y corpiño por supuesto, y con la mano libre tocando el resto de mi cuerpo, en mi mente imaginaba la escena en que la mujer era penetrada por el actor de la revista. A medida que mi excitación crecía mi mano libre llego a mi pene y empezó con el clásico sube y baja mientras el índice y mayor de la otra mano permanecían acariciando las paredes interiores de mi recto, la explosión no se hizo esperar y en cuestión de minutos eyaculé sobre mi mano.

Inmediatamente luego de eyacular sentí como de golpe caía de mi fantasía en la realidad, surgían desde mi interior muchas preguntas y dudas: Si yo era hombre y tenía pene ¿Por qué me refería a mi mismo en femenino? ¿Me gustaban los hombres? ¿Por qué me excitaba pensar en uno penetrándome? Inmerso en esta nube de dudas me limpié, me desvestí y volví a mi atuendo de chico. Esa noche me costó mucho dormirme, cada vez que cerraba los ojos volvían las sensaciones de esa tarde que tanto había disfrutado, pero también volvían las dudas y los miedos.

No sabía que hacer, me sentía muy confundido y hasta arrepentido. Algo en mi interior me decía que lo que estaba haciendo estaba mal. Finalmente decidí abandonar mis juegos con la lencería de mamá y con mi cola, era varón, tenía pene y debía comportarme como un hombre.

El período de abstinencia y cuestionamientos duró algún tiempo, unos años, pero no fueron demasiados y la abstinencia tampoco fue absoluta.

Tardé bastante en volver a vestirme, pero no en volver a experimentar con mi cola, las sensaciones habían sido demasiado potentes como para ignorarlas. Durante este lapso me masturbaba por las noches en la oscura privacidad de mi cuarto, jugaba con mi pequeño pene como era usual pero también se había vuelto práctica usual meterme dedos en mi cola mientras lo hacía, dos mínimo, a veces tres. Tan usual se volvieron las invasiones anales que ya no podía masturbarme sin meterme los dedos, era como que lo necesitaba para sentirme completo. Las escenas que se generaban en mi mente durante esas noches de placer eran de carácter ambiguo, siempre había bellas mujeres, algunas veces hombres que las penetraban, y yo que me imaginaba siendo uno y el otro. Empezaba siendo el hombre pero casi siempre terminaba siendo la mujer de mis fantasías, no recuerdo en que momento se daba el cambio, pero en medio del placer se daba, al terminar no me detenía a pensarlo, tan solo me rendía ante el relax del orgasmo y me quedaba dormido.

Así pasaron algunos años hasta que se dio una cadena de eventos que me despertó de mi letargo.

Hacía unos días había cumplido mis quince años, las hormonas estaban empezando a generar cambios en mi cuerpo, un leve vello había aparecido en mi entrepierna y mis axilas, también había ganado algo de altura, pero el resto de mi cuerpo seguía teniendo las mismas características femeninas que antes. Mientras tanto muchos de mis compañeros ya parecían hombres, sus espaldas se habían agrandado, sus brazos también, algunos esbozaban un tímido bigote y todos tenían un frondoso vello alrededor de sus penes, que por cierto también habían crecido a diferencia del mío que seguía siendo muy pequeño, tan pequeño que en los vestuarios me daba vergüenza mostrarlo porque temía las burlas y el acoso.

A esa edad es costumbre en mi país hacerle una gran fiesta de cumpleaños a las chicas, en estas fiestas todos los invitados se visten de gala. Ellos de traje y corbata, ellas de vestido de fiesta. Durante ese año había tenido que asistir a varias fiestas de mis compañeras de clase lo cual había implicado la compra de un traje, el problema es que con mis grandes nalgas, amplias caderas y torso flaco todos me quedaban francamente mal, ajustadísimos los pantalones, sobre todo en la cola, y muy flojos los sacos y camisas, motivo por el cual todos mis compañeros se burlaban de mi. Mientras yo pasaba por ese calvario, veía fiesta tras fiesta como mis compañeras, todas, hasta las menos agraciada, lucían espectaculares en sus vestidos.

En una de estas fiestas, estando ya todos bastante borrachos, mis compañeros se pusieron a jugar con los hielos que había para enfriar las bebidas. Como yo era débil y no me sabía defender bien fui blanco predilecto de la mayoría, de hecho llegaron a volcar sobre mi un balde con el agua de los hielos derretidos y por lo tanto terminé empapado de agua helada. Eso hizo que la camisa blanca y el pantalón de fina tela negra que llevaba puestos se adhirieran a mi cuerpo dando la impresión de un conjunto ajustado de mujer, reforzando esa imagen mis tetillas se pusieron duras por el frío marcando el clásico relieve de “timbres” bajo la mojada y translúcida tela de la camisa. Yo no me había percatado de cómo me veía hasta que escuché a un grupo de chicos riéndose de mi, cuando se dieron cuenta que los había notado, uno de ellos, el más grande, se acercó a mi y me dijo -“Fede! Tenes mejor cuerpo que muchas de de las chicas! Estas divina! Mira lo que es esta cola!”- mientras pronunciaba esas últimas palabras, en un gesto rápido y sin que yo pudiera atinar a nada, llenó una de sus manos con mi nalga derecha, la apretó fuerte hundiendo sus dedos en mi carne mientras me miraba a los ojos y al soltarla se alejó airoso caminando lentamente mientras los demás lo aplaudían. Yo no supe como reaccionar, me quedé quieto, me puse todo colorado, moría de la vergüenza, entonces decidí irme, recogí mi abrigo, salí a la calle y tomé el primer taxi que pasó por la puerta del local de fiestas volviendo de esa forma humillado a mi casa.

Tuve suerte, cuando llegué a casa mi madre y mi hermana dormían, me quité los zapatos y caminé en puntas de pie hasta mi cuarto, me desnudé por completo y me acosté en mi cama. Tras unos minutos de quietud y silencio bajo las sábanas, me encontré nuevamente, como casi todas las noches, tocándome el pene y empezando a masajear la puerta de mi ano con la otra mano. Mientras lo hacía imaginaba a mis compañeras de clase, todas hermosas en sus vestidos, algunos largos y otros cortos, muy cortos, tan cortos que llegué a ver en algún descuido como algunas de ellas llevaban metidas entre sus nalgas minúsculas tangas como las de mi madre. Sin ser consciente de lo que pensaba, y mientras el segundo dedo se colaba en mi interior, mi imaginación me llevó a pensar como quedaría yo vestida como ellas, que bien me calzarían esos vestidos y como me mirarían todos con admiración y deseo, incluso Pablo. Pablo era el chico que me había tocado la cola en la fiesta, empecé a imaginarme vestida con un vestido corto como el de mis compañeras y a él bailando muy cerca de mi, acercándose y rodeándome con sus brazos hasta tomarme fuertemente con sus dos manos las nalgas para levantarme en el aire hasta la altura de su boca y poder besarnos como lo había visto hacer en la fiesta con Natalia, en ese instante me estremecí y eyaculé las mismas pocas gotas espesas y  casi incoloras de siempre. Tal vez fuera por el alcohol, por el cansancio o no se porque, pero aquella fantasía no me sonó nada rara, me sentí muy bien al terminar y me quedé plácidamente dormida enseguida.

Nuevamente debo hacer aquí una pausa para ponernos en contexto


Durante los últimos meses mi madre había empezado a salir con un hombre, se llamaba Juan, hacía mucho tiempo que ella no tenía pareja y estaba muy entusiasmada con su nuevo novio. Durante este tiempo fui testigo de como se había empezado a arreglar de manera mucho más coqueta y se notaba un cambio en su vestimenta, se había comprado mucha ropa nueva, en general atuendos aún más sensuales y femeninos que los que usaba antes.


  • Continuando

A la mañana siguiente mi madre descubrió en el baño mi traje arrugado y estropeado por el agua, ante la pregunta de qué había pasado en la fiesta le inventé una historia en la que yo era parte de la diversión y no víctima de mis compañeros. Ella la creyó y para mi sorpresa en vez de regañarme se quedó contenta porque me llevaba bien con mis compañeros y hacía maldades de adolescentes. Me dijo que en la tarde pensaba ir al shopping a comprarse algo y me invitó a acompañarla, de esa forma podríamos aprovechar el viaje y comprarme un nuevo conjunto que me calzara mejor que el que ahora estaba empapado, quedaban todavía varias fiestas en el año y ella quería que su hijo se viera lo mejor posible.

Esa comenzó siendo una tarde horrible para mi, horas metido en un oscuro probador mientras mi madre me pasaba distintas combinaciones para que me pruebe y les muestre como me quedaban a ella y los vendedores, al cerrar el probador escuchaba de fondo como ellos le decían que yo tenía las nalgas muy grandes y que por eso me calzaban así de “raro” los pantalones. Finalmente nos dimos por vencidos, compramos un traje que me quedaba igual de mal que el anterior y salimos del local.

Una vez afuera mamá me dijo con llamativo entusiasmo algo que nunca olvidaré –“Ahora me toca a mi! Quiero comprarme algo lindo para usar con Juan, me acompañas?”- sin darme tiempo de respuesta, y sin imaginarme de que me hablaba, me tomó de la mano y salimos caminando. Fuimos hasta el local de una marca de lencería muy reconocida y al entrar sentí que no podía contener mi ojos viendo todas esas hermosas y delicadas prendas que colgaban de los percheros, mi madre me pidió que la esperara mientras iba a probarse algo, habló unos minutos con la empleada, esta le dio algunas prendas que no alcance a distinguir de lejos, y mamá entró a un probador con ellas.

Mientras tanto yo trataba de disimular mi fascinación por todo lo que me rodeaba y me limitaba a rozar con la punta de los dedos la suavidad de alguna de las prendas que estaban colgadas en la parte de adelante del local. Me encontraba perdido en ese ensueño de seda, encaje, tul y transparencias cuando siento que mi madre me llama desde el vestidor, en la tienda estábamos solo nosotros y la empleada a quien no veía por ningún lado –“Fede! Podes venir?”- Al llegar hasta la puerta me dice desde adentro del probador –“Necesito ayuda y la empleada fue hasta el depósito a buscarme las medias. Vos te animas?”- Sin darme tiempo a responder corrió la cortina que nos separaba y la imagen que apareció ante mi me dejó perplejo, ella estaba semidesnuda parada frente a un gran espejo, solo cubierta por una delicada tanga y enfundada en un corset negro con detalles de encaje del que colgaban unas ligas. Salí de mi bobera cuando con total naturalidad se dio vuelta ofreciéndome la espalda y me ordenó –“Esto es un corset, yo ya me lo abroché pero ahora hay que ajustarlo. Usando las dos manos quiero que vayas tirando uno por uno de los cordones que se cruzan por la espalda hasta que yo te diga, entonces los atas con una moñita”- se refería a dos cordones que en zigzag recorrían toda la parte de atras del corset. Mientras yo permanecía en silencio ella me explicó que esos cordones servían para ajustar el corset y de esa manera amoldarlo a la figura de quien lo usa, el objetivo era afinar la cintura y de esa manera resaltar caderas y pechos. Entonces di un paso adelante con la cabeza baja y al levantar la vista recorrí su cuerpo con la mirada, desde los pies ahora descalzos, subiendo por sus anchas piernas, pasando por sus grandes nalgas entre las que asomaba un diminuto triángulo de tela que reconocí y recordé haber usado en algún momento, hasta llegar al corset. En ese momento posé mis manos sobre el mismo y sentí un escalofrío inexplicable, procedí lentamente a tirar de los dos cordones que recorrían su espalda pasando orificio por orificio a medida que ella me indicaba que ya estaba bien y podía bajar al siguiente. Al llegar a la parte inferior, allí donde se juntaban el final del corset con el mínimo triángulo de tela que se perdía entre sus nalgas, até la moña fijando los cordones. Al sentir que retiraba mis manos y el corset abrazaba firmemente su cuerpo, mamá me dio las gracias, estiro un brazo hacia atrás, sin nunca dejar de mirarse en el espejo, y a medida que comenzaba a girar sus caderas para apreciar el calce de la prenda en su cuerpo, me empujó con delicadeza el mismo paso que había avanzado antes, volvió a correr la cortina que cerraba el probador y me dijo –“Esto es lo que estaba buscando, me queda perfecto, en cuanto vuelva la empleada con las medias le pagó y nos vamos”. Confuso retome mi deambular por el frente de la tienda y fue entonces que me di cuenta de lo que sentía, era envidia, quería comprarme prendas lindas y que favorecieran mi figura yo también. Entonces, sin pensarlo, en un acto reflejo de desesperación y aprovechando que la empleada no había vuelto todavía, tomé una de las tangas que estaban sueltas en el área de exposición y la deje caer dentro de la bolsa de mi traje, yo también me llevaría algo lindo, aunque fuera robado.

Mientras volvíamos a casa en el taxi mamá hablaba con el conductor y yo miraba para afuera por la ventana absorto en mis dilemas. Me dije a mi mismo que no podía negar estos impulsos, era muy fuerte lo que me pasaba cuando estaba cerca de esa ropa, cuando la tocaba, lo sentía muy adentro, tenía que volver a vivirlo!

FIN DE LA SEGUNDA PARTE