Romina - 1 capítulo

Historia del descubrimiento de mi lado femenino, su desarrollo y las experiencias vividas

Los eventos que se desarrollan este relato ocurrieron en la ciudad de Montevideo, Uruguay, y comenzaron a gestarse a principios de la década de los noventa.


Vengo de una familia de clase media baja, mis padres se divorciaron cuando yo era todavía un bebé, fui criado por mi madre, una mujer de carácter fuerte, inteligente, atractiva, muy femenina y coqueta.

Siempre he sido tímido y callado, debido a eso durante la niñez los otros chicos se burlaban de mi todo el tiempo aprovechándose de que yo no sabía como defenderme. Su tema favorito era mi apariencia física, me decían que mi cuerpo era de mariquita, el motivo era que tenía el torso y los brazos muy flacos, cintura breve, caderas anchas con prominentes nalgas y piernas también anchas acordes a mis caderas. Nunca pensé mucho al respecto, tan solo me apenaba y ponía colorado cuando me lo decían llegando en varias ocasiones a provocarme llantos de impotencia ante sus burlas.

Si bien me decían que tenía cuerpo de mariquita, yo no me sentía para nada atraído por los otros chicos, sin embargo lo que si sentía era una gran curiosidad y atracción por todo lo femenino. Cabe aclarar a esta altura que pasé toda mi infancia y adolescencia rodeado de mujeres. En casa de mi abuela (también divorciada desde antes que yo naciera) vivíamos mi madre, mi hermana menor y yo. Seguramente estar en contacto con mujeres y sus temas íntimos de manera constante y desde muy pequeño contribuyó a generar en mi esta fascinación, respeto y hasta idolatría por la femineidad.

Cuando estaba en el último año de primaria, mi madre, mi hermana y yo nos separamos de mi abuela y nos mudamos a una nueva casa en otro barrio. Ese fue un momento trascendental en mi vida, no por la mudanza sino por las consecuencias que tuvo y las cosas que me permitió experimentar.

Como mi madre trabajaba todo el día, mi hermana y yo nos pasábamos la mayor parte del tiempo solos en casa. Al estar en una nueva escuela y en un nuevo barrio a mi me costó mucho hacer nuevas amistades, era muy tímido e introspectivo como ya mencioné, pero a mi hermana no se le hizo tan difícil y enseguida se hizo de un nuevo grupo de amigas con las que empezó a pasar las tardes luego de la escuela. Como consecuencia de esa situación yo quedaba solo en casa durante largas horas deambulando de una habitación a otra, sin saber muy bien que hacer, buscando cosas nuevas para entretenerme.

En una de esas largas tardes de aburrimiento solitario, se me ocurrió revisar el guardarropa de mi madre. No se de donde salió el impulso, ni que era lo que buscaba encontrar, pero lo que pasó fue que tras dar una rápida mirada a sus vestidos, pantalones y blusas llegué a los cajones donde guardaba su ropa íntima. Al abrirlos y empezar a explorar su contenido se despertó algo en mi interior, mi corazón se aceleró y comencé a sentir una fascinación por aquellas prendas, su suavidad, su delicadeza, sus colores, eran el súmmum de lo femenino y me resultaban muy atractivas, no podía dejar de tocarlas.


En este momento debo hacer una pausa y volver atrás para describir a mi madre y algunas experiencias vividas con ella que marcaron mi infancia y creo que son importantes para darle contexto a esta historia.

Ella era una mujer que en la época en que comienza este relato tenía 30 años recién cumplidos, 1,65 metros de altura, pelo castaño claro, rostro agradable, yo diría interesante pero sin llegar a ser hermosa, grandes pechos, cintura normal y prominentes caderas que daban lugar a unas grandes nalgas que llevaba con orgullo.

Era fanática de la playa y por eso durante los veranos, producto del ahorro de todo el año, solía llevarnos a mi hermana y a mi a pasar algunos días a una muy pequeña casa que alquilaba en un balneario cercano a la ciudad. Durante esas estadías íbamos a la playa todos los días, ella adoraba tomar sol y broncear su piel, para lograrlo usaba unas minúsculas bikinis estilo tanga que eran absorbidas por sus grandes nalgas generando celosas miradas de las otras mujeres y piropos de todos los hombres que se cruzaban en nuestro camino. Recuerdo como ella usaba ese embobamiento que producía en los hombres para nuestro provecho, como nos saltábamos lugares en alguna fila de los comercios de la playa o nos regalaban algún refresco a nosotros para acercarse a ella en el bar, pero lo que mas me llamaba la atención era como ella estaba siempre en completo control de la situación, o por lo menos a mi me daba esa sensación y la admiraba por eso.

En las noches, luego de bañarnos para quitarnos la sal y arena de la playa, ella solía pasearse con total naturalidad por la casa estando semidesnuda, vestida tan solo con bombacha y corpiño (cosa que también sucedía durante el resto del año en nuestra casa de Montevideo cuando la temperatura lo permitía), y si sus bikinis de playa eran mínimos, sus prendas íntimas eran aún más sugerentes y finas. Algunas eran incluso semitransparentes dejando a la vista el recortado vello de su entrepierna o las oscuras aureolas de sus grandes pezones. Ella estaba cómoda con su cuerpo, se sabía objeto de deseo y disfrutaba exponerlo, eso se notaba, sin embargo ante nosotros, sus hijos, lo hacía con total naturalidad sin detenerse a pensarlo y sin segunda intención más que disfrutar de la libertad que otorga la desnudez. En retrospectiva creo que nos trataba a mi hermana y a mi como si ambos fuéramos niñas, y entre niñas no había porque esconder nuestros cuerpos, aquella casa llena de mujeres generaba las condiciones perfectas para eso. Estoy convencido que nunca tuvo ninguna intención de feminizarme, me parece que era algo se dio de manera natural y que nunca evaluó las consecuencias que podía llegar a tener sobre mi.


Allí estaba yo, con esas delicadas prendas en mi mano mientras no paraban de pasar por mi mente las imágenes de mi madre usándolas, lo bien que se ajustaban a su cuerpo y lo cómoda y segura de si misma que se veía ella cuando las llevaba puestas. Así que pensando que mi cuerpo tenía las mismas características que el suyo, grandes nalgas y caderas, piernas anchas y torso flaco, me nacieron unas tremendas ganas de probármelas y verificar como se ajustarían al mío o si me harían sentir esas mismas sensaciones. Busqué en los cajones durante un par de minutos sin poder decidirme cuales me probaría, todas me resultaban hermosas hasta que encontré un conjunto que llamó mi atención, era rojo y nunca se lo había visto puesto, tal vez por eso llamó mi atención, pero me imaginaba que le quedaría genial y eso me produjo un incontrolable deseo de sentirlo sobre mi piel.

Se trataba de una tanga de lycra roja con voladitos de encaje en los laterales y en la parte posterior que venía acompañada de un corpiño del mismo color con copas acolchonadas que me imagino servían para agrandar sus senos, aunque verdaderamente ella no lo necesitaba, pero yo si.

Fue entonces que me desnudé frente al gran espejo que había en su habitación, me miré unos segundos, miré mi pene que parecía aún más pequeño de lo que era cuando se encuadraba por mis amplias caderas y piernas, di un pequeño giro sobre la punta de mis pies para admirar mi cola verificando que tenía las mismas proporciones que la de mamá, y entonces me decidí a colocarme el conjunto.

Empecé por el corpiño, me lo coloqué como había visto que lo hacía mi madre, primero alrededor de la cintura para poder enganchar fácilmente el cierre, luego lo giré alrededor de mi cuerpo, pasé los brazos por los breteles y lo subí hasta que quedó cómodamente fijado alrededor de mi pecho. Fue entonces que llegó el momento que realmente estaba esperando, pase mis dos piernas por dentro de la tanga y empecé a subirla con ambas manos hacia mi cintura. La sensación al tacto de aquella prenda tan suave rozando mi piel me producía una sensación única, como que aquello había sido hecho para mi y que era mucho mejor que los aburridos slip de algodón blanco que yo usaba por aquel entonces.

Al llegar a la altura de mi entrepierna me di cuenta que tendría que hacer algo con mi pequeño pene porque sino generaría un bulto horrible en la hermosa tanga. Frené la subida y rápidamente tuve una idea, lo tomé con una de mis manos desde la piel que sobraba en la punta, pasé mi otra mano por detrás de mis piernas y lo agarre desde atrás, solté la primer mano y tiré hacia atrás lo más que pude hasta sentir algo de dolor, luego lo empuje hacia arriba con la intención de apretarlo entre mis piernas y mis grandes nalgas mientras terminaba de subirme la tanga, al hacer esto último la segunda parte de mi problema, sobre la cual no había pensado hasta el momento, se resolvió sola. Mis testículos, como si estuvieran esperando la señal, se introdujeron dentro de mi pelvis y dejaron de estorbar en el medio. Eso me asustó bastante y rápidamente solté mi pequeño pene que de un salto elástico volvió a su lugar, pero mis testículos permanecieron en mi interior, ver mi escroto vacío fue aterrador, entonces hice una leve presión con mis dedos sobre mi ingle y como consecuencia mis testículos cayeron lentamente, como a regañadientes, hasta su lugar usual. Al descubrir que el procedimiento tenía vuelta atrás (por un momento pensé que había perdido a mis testículos en mi interior para siempre), volví a repetirlo con el mismo resultado, solo que esta vez, al soltar mi pene apreté rápidamente mis nalgas y piernas para sostenerlo en su escondite, a continuación procedí a tomar la tanga con ambas manos por los laterales para subirla rápidamente por el resto de mis piernas. El punto máximo de este nuevo cúmulo de sensaciones que estaba descubriendo llegó cuando la tanga se coló entre mis nalgas hasta estacionarse bien adentro en el momento en que llegué justo por encima de mis caderas con las tiras laterales, en ese instante sentí que todo había llegado a su lugar definitivo y el calce era perfecto.

Entonces cerré mis ojos, respiré hondo y me concentré en las sensaciones: sentí la fina tela de encaje acariciando mis grandes nalgas y perdiéndose entre ellas, sentí lo plano de mi entrepierna con mi pene apretado y tironeado hacia atrás, y sentí el delicado pero firme abrazo de protección y cubierta que me daba el corpiño sobre mi pecho. Habiendo repasado las sensaciones de todo mi cuerpo fue que con timidez me decidí a abrir mis ojos nuevamente para mirarme en el espejo.

Al abrirlos, me dediqué a observar con detención cada detalle de mi cuerpo en relación a mi nuevo atuendo. Empecé por mi pecho, naturalmente plano, pero al estar cubierto por el corpiño armado parecía contener unos pequeños senos adolescentes, recuerdo haber sentido un profundo deseo de tener unas tetas grandes como las de mi madre para llenar ese corpiño pero sin detenerme demasiado en ese pensamiento y lo que implicaba. Luego continúe bajando con mi vista hasta llegar a mis caderas y entrepierna. Me convencí de que había hecho un gran trabajo escondiendo mi pene, seguramente su pequeño tamaño colaboró para el éxito de este primer intento, a continuación me dedique a comprobar como la tanga daba forma a mis caderas y piernas de una manera en extremo femenina, me estaba convenciendo de que aquel atuendo me quedaba muy bien. Con timidez me paré en la punta de mis pies que se encontraban juntos (para contener al intruso de mi entrepierna) y empecé a hacer pequeños giros de cadera a un lado y al otro para poder apreciar el desnudo lateral de mis nalgas, después de unos minutos de distracción en este femenino gesto me animé a dar la vuelta completa y dejar mi cola apuntando directamente hacia el espejo. Al finalmente girar mi cabeza para ver mi parte posterior me quedé encantado, aquellas ya no parecían mis nalgas, aquellas eran las preciosas nalgas de una mujer. Recuerdo haberme dicho a mi mismo, - “estas nalgas no tienen nada que envidiarle a las de mamá”- y haber pensado que en la playa, si usáramos los mismos atuendos, todos me mirarían como a ella. Luego me paré nuevamente en puntas de pie y descubrí como esta pose levantaba mis nalgas y hacía que mis piernas parecieran más largas. Estuve un rato así, de espaldas al espejo mirando hacia atrás por encima de mi hombro al reflejo de mis nalgas mientras subía y bajaba de puntas de pie con el respectivo agitar de mis nalgas cuando mis talones tocaban el piso. A continuación empecé a caminar, primero de manera natural, pero rápidamente me di cuenta que debía hacerlo como una mujer, sino la imagen se volvía desagradable, así que juntando mis piernas y contoneando las caderas a un lado y otro, iba y venía frente al espejo.

Tras un par de pasadas empecé a notar que algo me incomodaba en la entrepierna, mi pequeño pene se había puesto duro como una roca e intentaba escapar de su prisión de lycra roja y carne turgente. Yo a esta altura tenía 11 años y era muy inocente, nunca me había masturbado pero si había escuchado a mis compañeros de clase hablar de cómo ellos lo hacían mientras pensaban en mujeres que habían visto en la televisión o en revistas (no había internet en aquellos años). Entonces decidí probarlo, me acosté sobre la cama de mi madre, liberé mi pene por el costado de la tanga sin quitármela, tomé con dos dedos el exceso de piel que cubría la cabeza y empecé lentamente a subirla y bajarla como me habían contado que hacían mis compañeros. Cuando tiraba de la piel hacia mi cuerpo, esta no llegaba a liberar por completo la cabeza, sentía un pequeño dolor mientras ella se estiraba para dar pasaje, pero esa sensación entre dolor y placer era adictiva, intoxicante, así que fui lentamente tirando cada vez más hacia abajo y luego volviendo a subir. Cada vez más abajo y cada vez más rápida la subida hasta que al final se liberó por completo la pequeña y rosada cabeza de mi pene. Mientras esto sucedía yo usaba mi mano libre para tocar mi cuerpo y las delicadas prendas que lo cubrían, me tocaba las nalgas, el pecho, la entrepierna, me resultaba particularmente agradable el tacto de las partes de encaje (debilidad que me persigue hasta la actualidad). Mientras me tocaba tenía los ojos cerrados y pensaba en las mujeres de las que hablaban mis compañeros, me las imaginaba usando el mismo conjunto que estaba usando yo en ese momento, me imaginaba siendo ellas, modelando frente a hombres que las miraban con deseo y el poder que eso les otorgaba. Estaba absorto en esos pensamientos cuando de golpe empecé a sentir una sensación de cosquilleo y presión en la recientemente liberada cabeza de mi pene, unos segundos más tarde salió de ella un líquido viscoso casi transparente y creí que estaba teniendo mi primer orgasmo.

El placer se vio interrumpido de golpe cuando abrí los ojos y comprobé que algunas gotas habían llegado a la tanga, en ese momento entre en pánico, salté de la cama, corrí al baño a lavarme las manos, me quité la tanga, la lavé con esmero y la sequé con el secador de pelo. Luego me quité el corpiño, y guardé ambas prendas en el mismo cajón en el que las había encontrado esmerándome en que no se notara que mis manos habían pasado por ahí.

Me volví a calzar mi ropa de “hombre” con una profunda sensación de tristeza, había disfrutado el tacto de aquellas prendas, y volvería a hacerlo, eso estaba claro, el resto eran todo dudas. Me encontraba absorto en esos pensamientos cuando escuche ruido en la puerta de acceso, eran mi madre y mi hermana llegando a casa, me apresuré a ponerme la última de mis tristes prendas y con nervios corrí a su encuentro.

Al llegar mi madre me mira y me dice: - “Hola Fede, ¿porque estas tan agitado y colorado?” -

Por un instante pensé que me habían descubierto y sentí como el mundo se me venía arriba, pero me armé de valor y les dije que recién llegaba de corretear por la calle con mis nuevos amigos del barrio. Mi madre me creyó y se quedó contenta de que estuviera haciendo amigos nuevos, me dijo que le preocupaba que estuviera encerrado en casa todo el día pero que ahora que sabía que estaba saliendo con amigos en las tardes se quedaría más tranquila en el trabajo sin tener que apurarse tanto por volver. En mi interior yo sonreía, ya sabía como pasaría mis tardes de soledad de ahora en adelante…

FIN DE LA PRIMERA PARTE