Romance Prohibido 5

Su mano se deslizaría luego hasta mi entrepierna, hacia mi vagina, y yo la dejaría entrar para que sus dedos me masturbarán con habilidad. ¡Qué caliente que estaba!

― ¿Adónde vamos? –le pregunté.

― A tu dormitorio.

― ¿Y qué vamos a hacer en mi dormitorio?

― Vamos a cambiarnos de ropa.

― ¿Para qué?

― Para seducir a Paola, por supuesto.

Entramos al dormitorio y Sonia fue directa al armario.

― ¿Qué buscas?

― Esto –me dijo. Estaba sosteniendo entre sus manos un bikini rojo.

― Este es para ti. ¿Tienes otro para mí?

― Sí, tengo pero…

― Perfecto. ¿Dónde está? La ayudé a encontrarlo. El otro bikini que tenía era de color azul.

― ¿No son hermosos? Ahora a cambiarnos y a acompañar a la pobre de Paola que se quedó sola trabajando.

― Sonia, no voy a ponerme un bikini para pasearme frente a Paola.

― No vamos a pasearnos frente a Paola. Vamos a broncearnos en el jardín, en el que casualmente se encuentra Paola, pero eso es solo un detalle.

― No, no puedo hacerlo. ― Claro que puedes. Es tu jardín, ¿cómo no vas a poder?

― No puedo hacerlo con Paola ahí.

― Esto no se discute –me dijo poniendo en mis manos el bikini rojo―. Ahora ve al baño y cámbiate.

Le hice caso. El alcohol del licuado seguramente estaba causando efectos sobre mi cuerpo y había reducido mis inhibiciones. No me podía imaginar otra razón por la que estaba obedeciendo a mi amiga. Salí del baño con el bikini puesto. Estando frente a mí amiga ya comencé a sentir vergüenza, por lo que no podía imaginarme lo que me pasaría cuando estuviese cerca de Paola.

― ¡Estamos hermosas! –dijo Sonia sin dudarlo.

― No se…

― Estoy segura que se va a humedecer Paola cuando te vea.

― ¡Sonia, por favor!

― Es la verdad. Sé que te cuesta verlo pero es cierto –me dijo―. ¿Te acuerdas hace un año cuando estuvimos en la playa? ¿Cómo nos miraban?

― Eso fue hace un año.

― Exacto. ¡Ahora estamos más hermosas que hace un año!

Miré el cuerpo de mi amiga con atención. Éramos bastante parecidas. Ambas éramos morochas, y teníamos un cuerpo similar. Ella era un poco más baja que yo, y sus pechos no eran tan grandes como los míos, aunque tenía una mejor cola que la mía.

Ella era atractiva pero me costaba ver en mi cuerpo lo mismo que veía en ella. Sabía que era culpa de mi ex y de su engaño. Me iba costar recuperar mi autoestima. Sonia tenía un marido encantador y una buena vida sexual, según me decía cada vez que podía, por lo que no me sorprendía que tuviese tan buena opinión de ella misma.

Sonia volvió a tomarme de la mano para llevarme hasta el jardín pero antes de salir del dormitorio tomé unas gafas de sol y le di otro par a mi amiga. También llevamos la crema solar y unas toallas para acostarnos. Sonia salió primero al jardín y yo la seguí, con las gafas puestas y evitando mirar a Paola.

― Sonia, no sabía que estabas aquí –dijo Paola sorprendida cuando pasamos a su lado.

― Vine a visitar a mi amiga, Paola. Raquel me estaba contando lo feliz que estaba de que te haya recomendado.

― Es que has hecho un muy buen trabajo aquí en el jardín –me apresuré a agregar.

― Por supuesto –dijo Sonia―. ¿Por qué otra razón estaría ella feliz de tenerte aquí?

Paola no reaccionó a ese comentario. Ojalá que no se haya percatado del verdadero sentido de lo que dijo Sonia. Era cierto que Paola estaba dejando hermoso mi jardín, pero era más que nada su presencia la que me había alegrado tanto. Paola nos echó una mirada furtiva a ambas, aunque poco disimulada.

― Van a tomar algo de sol –preguntó.

― Si, vamos a acostarnos aquí y broncear nuestros cuerpos –dijo Sonia―. ¿No te molesta verdad? No queremos distraerte con tu trabajo.

― Eh… no, no hay problema –dijo y otra vez su mirada recorrió nuestros cuerpos.

Yo continuaba con las gafas de sol, por lo que aproveché la situación para observar su cuerpo de cerca sin que Paola lo notase. El sudor corría por su cuerpo, aún más ahora luego de horas de esfuerzo y con el sol fuerte. Sus músculos estaban inflados, más grandes que lo que podía creer posible. Las venas sobresalían por su piel bronceada, marcando con detalle el contorno de su cuerpo. Estaba a punto de deslizar mi mano por su cuerpo, de manosear sus pechos y su abdomen en forma indecente, pero pude controlarme.

Por el momento, al menos. Sonia se arrodilló frente a Paola y comenzó a acomodar su toalla en el suelo para tomar sol.

― Bueno, creo que mejor vuelvo a trabajar –dijo Paola, mientras Sonia la miraba de rodillas.

― Ten cuidado con el sol. Paola se alejó y las dos nos quedamos mirándole.

Mis ojos se dirigieron a la parte baja de su espalda.  se dirigió a sus nalgas. Sus glúteos firmes y duros. ¡Lo que daría por poder acariciar sus nalgas con mis propias manos! Estaba tan caliente que no podía controlar mis fantasías.

Sonia se aplicó la crema protectora por su cuerpo, y luego me la pasó a mí para hacer lo mismo. Mi mente se imaginaba como quizá Paola se acercaría y ofrecería sus fuertes manos para pasar la crema solar por todo mi cuerpo. Esparciría la crema por mi piel y Paola con sus fornidas manos manosearía mis nalgas, mis senos y cada centímetro de mi cuerpo bajo la atenta mirada de mi amiga.

Su mano se deslizaría luego hasta mi entrepierna, hacia mi vagina, y yo la dejaría entrar para que sus dedos me masturbarán con habilidad. ¡Qué caliente que estaba!

Mi mente volvió a la realidad y nos acostamos cerca de la piscina, a varios metros de donde estaba trabajando Paola. Pasamos varios minutos tumbadas bajo los rayos del sol, tratando de leer algunas revistas de actualidad, pero ninguna de las dos podía hacerlo. Había algo que nos distraía.

― Nos está viendo –me susurró Sonia.

Era cierto. Paola estaba podando un pequeño arbusto a varios metros de donde estábamos, pero sus ojos se desviaban cada tanto y nos daba una mirada. Pensé que quizá esto no era una buena idea lo que estábamos haciendo y que deberíamos volver dentro, y así se lo hice saber a mi amiga.

― Ni lo pienses. Nosotras tenemos derecho a estar aquí y ella tiene derecho a mirar.

― ¿Tiene derecho a mirar?

― Desde luego.

― Debería estar haciendo su trabajo.

― ¿Por qué te quejas? ¿No te gusta que una chica como esa nos vea de esa forma?

No le contesté pero era cierto que me gustaba. Al principio pensé que Paola no estaría interesada en mujeres grandes como nosotras pero su constante observación de nuestros cuerpos me había dejado en claro que no estábamos tan mal como pensaba.

― Si no tuviera marido iría ya mismo a donde está Paola y me abalanzaría sobre ella y la besaría. Tocaría todo su cuerpo con mis manos, todos esos músculos fuertes. Le bajaría los pantalones y…

― ¡Sonia! ―le dije.― No sigas hablando, por favor. Tomemos sol en paz.

― No puedo. No puedo controlarme. Te lo repito, si no tuviese marido nos estarías viendo a Paola y a mí teniendo sexo aquí mismo en el jardín.

― Pero tienes marido…

― Si, gracias a Dios. Si no fuese por lo duro que me da cada noche no creo que tuviese la fortaleza para resistir la tentación.

Yo no tenía marido y entonces podía hacer todo lo que Sonia estaba diciendo, ¿no? No era tan fácil. Paola era tentadora pero era solo una muchacha, y yo casi le duplicaba en edad. Lo nuestro no era posible.