Romance Prohibido 4
― No seas tonta, Raquel. Tienes un cuerpo increíble. Además tienes algo que le encanta a las jovencitas: tienes experiencia.
Estaba frente al espejo de mi dormitorio cuando escuché el timbre de la puerta. Paola había llegado más temprano de lo que esperaba para otro día de trabajo agotador.
Me miré en el espejo por última vez antes de bajar a atenderla. Hoy había decidido vestirme algo mejor que ayer: unos pantalones de yoga y una camiseta sin mangas, con un pequeño escote para que Paola pudiera apreciar mis pechos.
Era una tontería, pero no pude evitar vestirme así para que me viera. Sabía que no iba a pasar nada entre nosotras dos, pero era una agradable fantasía pensar que ella podría estar interesada en mí.
― Hola Paola –le dije al abrir la puerta.
― Hola…
Paola abrió bien grandes los ojos y recorrió con su mirada mi cuerpo. No fue más que una simple ojeada que apenas duró un segundo, pero fue suficiente como para sentirme deseada por esa hermosa joven que tenia frente a mí.
Alentada por su reacción, yo la imité y le lancé una mirada a su cuerpo. Seguía igual de sexy que ayer. Paola se acercó y me abrazó, de la misma forma en que me había abrazado ayer. Yo puse mis brazos a su alrededor y también la abracé, oprimiendo mis pechos sobre su cuerpo.
Paola ya me había calentado en estos pocos segundos por lo que estaba algo pícara.
― Bien –me dijo―. A trabajar.
Hacía el jardín fue y se puso a trabajar. Yo pasé el tiempo limpiando la casa hasta que llegara a visitarme Sonia, la amiga que me había recomendado a Paola. No había hablado aún con ella por lo que no podía esperar a que llegase para agradecerle por haberme presentado a alguien tan trabajadora y atractiva.
Paola trabajó sin pausa durante la mañana. El sol no estaba demasiado fuerte aún, por lo que no me preocupé demasiado por ella. Más tarde la obligaría a descansar y le daría comida y bebida como se merecía.
Escuché el timbre y fui a abrir la puerta.
Era Sonia, quien me saludó con un abrazo, aunque no como lo había hecho Paola. Los brazos de Paola eran fuertes, y me dieron una sensación de protección que todavía mi cuerpo recordaba.
― Hola Sonia, ¿cómo estás?
― Yo muy bien. ¿Cómo estás tú con la hermosa muchacha que te envié?
― ¿Por qué no me dijiste como era?
― Quería que fuese una sorpresa.
― Fue una gran sorpresa, sin duda. No me lo estaba esperando.
― ¿Dónde está? Quiero verla.
Me reí de mi amiga.
– Es una persona, no es un vestido nuevo.
― Con un cuerpo como ese, Paola para mí es un objeto digno de contemplación.
Nos acercamos a la ventana de la cocina y la vimos con cuidado de no ser descubiertas. Paola estaba sudando por el esfuerzo, lo que hacía que su camiseta se pegara a su cuerpo. Sus músculos estaban más inflados que antes, luego de todo el trabajo que hizo durante la mañana.
La miramos por un tiempo hasta que no pude más; me daba vergüenza actuar de esa forma. La pobre chica sólo estaba haciendo su trabajo y no tendría que tener a estas dos mujeres espiándola y admirándola desde lejos.
― Deja de mirarla –le dije a mi amiga.
― No puedo evitarlo –me dijo―. No te imaginas lo que le haría a la muchacha si no fuese que tengo marido.
― Por eso te digo. Tienes marido.
― Puedo mirarla pero no tocarla. Esa es la regla. Tú en cambio si puedes tocarla.
― No, no puedo Sonia.
― Claro que puedes, ¿por qué no?
― Es solo una niña.
― Con ese cuerpazo es más que una niña.
― ¡Sonia, por favor! No digas esas cosas –le dije pero no pude evitar recordar la tarde anterior, cuando vi el contorno de su cuerpo en la ducha.
Mientras Sonia seguía con su constante observación de Paola, yo me puse a preparar unos licuados frutales con un toque de alcohol para compartir con mi amiga.
― Vamos Raquel, tienes que aprovechar esta ocasión –me dijo sin poder quitar la vista de la ventana.― Claudio ya no está más contigo y ahora eres una mujer libre. Puedes estar con esta muchacha sin problemas.
― Ese no es el asunto. Una chica como ella no va a estar interesada en una mujer mayor como yo. ¿Te imaginas la cantidad de chicos que deben estar tras ella? Los años pasan y ya no puedo competir contra eso.
― No seas tonta, Raquel. Tienes un cuerpo increíble. Además tienes algo que le encanta a las jovencitas: tienes experiencia.
― ¿Es una forma agradable de decir que he estado con otras mujeres?
― Claro que no, pero hay algo de cierto en eso. Una muchacha como Paola necesita una mujer que le pueda mantener el ritmo, que la pueda complacer. ¿Te acuerdas cuando éramos jóvenes? Éramos tímidas y miedosas en lo sexual. Sólo probábamos una o dos posiciones y no mucho más. No tragábamos ni hacíamos anal. Ahora en cambio hacemos de todo –dijo y comenzó a reírse.
Era cierto lo que decía mi amiga. Mi relación con mi ex marido no había sido buena en los últimos tiempos y habíamos dejado de tener sexo, pero antes de que la situación empeorara nuestro sexo era muy bueno. No había prácticamente nada que no hayamos probado. Claudio me había ayudado a crecer desde el punto de vista sexual.
No había sido virgen al conocerlo por primera vez pero mi repertorio sexual era limitado. Con el tiempo, y con mucha práctica, fui dejándome llevar por el placer y comencé a hacer cosas que antes jamás me hubiera imaginado. Quizá tenía razón en eso Sonia, pero igual sabía que Paola era alguien que estaba fuera de mi alcance. Era atractiva como fantasía pero no pasaría nada entre nosotras.
― Tengo una idea –dijo mi amiga tomándome de la mano y llevándome hacia las escaleras.
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