Romance en caló.- capítulo 2

Eusebio el Zorongo y los dos Chanos se enfrentan a los Picaos. El Curro pierde la vida y sus dos hermanos, tras humillarse, arrodillados ante los Chanos, escapan al perdonarles estos la vida y el idilio entre la Zoronga Juana y el Chano Rafael prosigue...

CAPÍTULO 2º

Como Carmen se barruntaba, el joven Sancho no fue tras de su hermana, para cuidar de ella como su padre le dijera, sino que, tan pronto como, finalmente también él salió de su casa, corrió a dar la noticia al Curro de que su hermana la Juana, se fugaba con el Chano Rafael; al no encontrarle en el mercado de la carne, donde primero fue a buscarle, salió despendolado para el poblado de chabolas donde los Picaos moraban y allí sí que dio con él, en su cubil.

Al Curro no le fue nada fácil acabar de enterarse de lo que el joven Zorongo le decía, con la mente más que embotada tras el “pico”( pinchazo en vena ) de “caballo”(heroína) que algo antes se metiera p’al cuerpo, pero cuando por fin logró ser consciente de lo que el Sancho intentaba decirle, el odio, la furibunda rabia que le dominó fue apoteósica. Con el Sancho salió al momento en busca de sus hermanos para los cuatro, los tres Picaos más el Sancho, despendolarse rumbo al “barrio” que los Chanos habitaban

Desde que al Sancho no le cabía duda alguna de que el Picao Curro no pararía hasta sacarle al Rafael hasta la última gota de sangre del cuerpo, pero ni pastelera idea de los funestos designios que abrigaba el Curro, en el paroxismo de la rabia pura, respecto a su hermana Juana y, seguro, respecto al propio Sancho. Pues si bien no tenía todavía del todo decidido si por finales la mataría o no, lo que desde luego sí que tenía más claro que el agua, era violarla hasta hartarse; pero non él solo, sino que haría que también sus dos “mojaran” cuanto quisieran y más en la muchacha

Claro está que eso, al Sancho, no le iba a gustar nada, pues una cosa era que el Curro le arreara a la Juana una paliza más o menos de muerte y luego se la llevara a su “chabolo” para, finalmente, desposarla, y otra muy diferente era que la sometiera a la salvaje vejación de las sucesivas violaciones, lo que impondría que, victimados los dos Chanos, el Sancho siguiera, inmediatamente, su misma suerte, con el pescuezo rebanado de oreja a oreja

Cuando Carmen la Chana, Eusebio el Zorongo y el Chano Salvador, con su mujer y sus churumbeles arribaron a la chabola que a la Chana servía de hogar y abrigo, allí encontraron a la Juana y al Rafael, por un lado, sendos muy juntitos, manitas cogidas, entrelazadas en amor y compañía y, más o menos frente a ellos, La Carmelilla y el Jeromo, también sentados y también un tanto juntitos, aunque sin perder ojo a sus hermanos más mayores.

Cuando en aquella pieza, pues en exceso pomposo sería denominarla, simplemente, habitación, que unía en un “totum revolutum”, un todo revuelto, vamos, las funciones de cocina, comedor más sala de estar, entraron los recién llegados, los que allí ya estaban saltaron como movidos por resortes al ver allí al inmemorial enemigo, el Zorongo Eusebio, y en plan de perfecta amistad con sus mayores de los Chanos.

Eusebio el Zorongo, sin hacer ni pastelero caso de la carita de asombro con que el joven Chano, Rafael, le miraba, directamente le encaró para, sin ambages, decirle

  • Vamo a vé, Rafaé; ¿tú, de vera, vera, quiés a mi Juana?
  • ¡Con toa mi arma, señó Unsebio!...
  • ¿Pa querela e verdá?... ¿Pa casate co ella y tratalla bien toa tu vía?...
  • Pa querela e verdá… Pa casame co ella y tratalla bien toá mi vía, señó Unsebio

Por primera vez en su vida, un Chano se dirigía a Eusebio el Zorongo como “Señó Unsebio, y no como, simplemente, “Sorongo”, y de tú a tú. En cuanto Rafael el Chano respondió a las dos preguntas que él le hiciera, el Zorongo se volvió a su hija

  • Y tú, Juana. ¿¿Quiés de verdá ar Rafaé, er Chano?... ¿Pa casate con é?
  • Sí pare… Le quieo con too mi sé… Con toa mi arma tambié… Pa sé yo su mujé y él mi maría querío
  • Po no s’hable má. ( El Zorongo entonces tomó a su hija de la mano y, ofreciendo esa mano al Rafael, le dijo ) Aquí la tiés Rafaé; yo te la’ntrego pa que sea tu mujé… Pa qu’os querái lo do toa la vía… Pa que seái lo do mu felise, queriéndoo siempre… Pa que tengái lo do munsho hijo

Rafael el Chano se apoderó, no de la mano de la que desde ese momento era ya su novia oficial, de verdad pues el noviazgo acababa de bendecirlo el padre de su novia, sino de la de éste; de la mano de Eusebio el Zorongo, llevándosela a los labios para besarla, cosa que no llegó a hacer porque el Zorongo lo impidió retirándola de inmediato

  • ¡Pero qu’hase niño!...
  • Besá su mano, señó Unsebio… Po que m’acaba e dá utté la vía
  • Carma Rafaé, carma… Y ahora, la mujere y lo crío en casa; sin salí… Que la “caye” ahora é cosa d’hombre… Vamos pa juera, Chano, qu’ajuera  tenemo faena

El Zorongo y los dos Chanos, el Salvador y el Rafael, salieron a la calle y quedaron allí, esperando… Tensos, cual cuerdas de piano, pero también tranquilos… Seguros de sí mismos. Los tres Picaos y el joven Sancho no tardaron en aparecer ante ellos, sombríos, ominosos… Nada más divisarse ambos grupos, las navajas , de casi palmo de largo de hoja, brillaron en sus manos. Los Picaos y el joven zorongo se detuvieron a no más de dos-tres metros de distancia de los Chanos y el patriarca de los Zorongos. Sancho, cuando vió a su padre alineado junto a los dos Chanos creyó estar viendo visiones

  • Pero… ¿Qu’hase ahí utté pare?... ¡Con nuettro enemigo e toa la vía!...
  • Po ya vé, Sancho… Efendiendo la “jonra” e tu hermana Juana, manchá po er canaya que tié ar lao… La “jonra” e tu hermana qu’es mi propria “jonra”… Qu’es tambié tu propria “jonra”… Asín que Sancho, hijo mío, elige: O con “eso” y frente a mí y tu hermana, y los Chano, o conmigo y tu’rmana… Y lo Chano tambié, contra “eso”, que han casi matao a palo a tu’rmana

El joven zorongo no pudo elegir, pues el Picao Curro decidió por él al asestarle un navajazo en el abdomen, hacia su extremo izquierdo, buscando bazo y páncreas. El Sancho se volvió, incrédulo todavía, hacia el que hasta ese mismo instante fuera su ídolo… El espejo en quien quería mirarse… El ejemplo de hombre que quería ser él mismo, pero en ese mismo instante también vio cómo Curro el Picao le lanzaba un segundo viaje homicida con su mano diestra armada con la navaja

El sancho reaccionó instantáneamente, inconscientemente… Por puro y atávico instinto irracional… Su mano y brazo izquierdos se abatieron sobre la mano armada del mayor de los Picaos mientras su mano diestra dirigía hacia la garganta del Picao la navaja que la armaba. La navaja del Picao no encontró nada en su ataque, pues la mano del Chano desvió de su previsto curso la mano asesina; pero la del propio Chano sí encontró al final su objetivo, la garganta del Picao Curro, que al momento se desplomó en el suelo, pataleando al asfixiarse en su propia sangre que, a borbotones, no sólo regaba el polvo de la calle ante la casa de la Chana Carmen, sino que también penetraba en sus pulmones, anegándolos, negándoles el necesario aire para respirar, hasta perecer asfixiado

Cuando Eusebio el Zorongo vio cómo el más odiado de los Picaos apuñalaba traidoramente a su hijo, más de su alma que de su garganta brotó un rugido de fiera herida, de padre aterrado ante la muerte de su hijo de modo que, olvidado de matar a nadie, su mano dejó deslizarse hasta el suelo la navaja que sostenía para correr angustiado hacia Sancho en el mismo momento en que éste daba muerte a Curro el Picao.

Cuando estaba ya junto al hijo más que querido, se abrazó a él, sollozando como un niño. Sancho se volvió hacia su padre, con la más lozana de sus sonrisas aunque manteniendo en sus ojos esa expresión de incredulidad que antes mantuviera, sin acabar de explicarse; sin acabar de asumir qué narices era lo que acababa de suceder: por qué el Picao le había apuñalado y por qué él acababa de matar al Picao.

Y así, entre los brazos de su padre, abrazado, besado, llorado por el padre, el hijo, Sancho, se desmadejó; se derrumbó al suelo, al polvo de la calle, arrastrando al padre en su caída hasta hacer que el Zorongo quedara sentado en el suelo, sollozando, con su inerme hijo entre sus brazos, abrazándolo amorosamente, acariciando su rostro, progresivamente más y más terroso mucho más que pálido, aunque también.

Cuando los otros dos Picaos vieron caer exangüe a su hermano mayor, a su líder, quedaron helados; aterrados; incapaces de moverse… Incapaces hasta de pensar. Pero aquello duró un segundo; tal vez dos, pues al siguiente reaccionaron a impulsos del tremendo pavor que les embargó cuando por fin acabaron de entender que su, por excelencia, “macho dominante” había muerto; que el alfeñique de Sancho, que parecía un mosquito ante la omnipotencia de su hermano Curro, había acabado por matarle cual nuevo David ante un redivivo Goliat

Así que su reacción estuvo dominada por el pánico que la muerte del Curro les embargó; un terror, un pánico irracional e irrazonable que les hizo perder “los papeles”, soltando al momento las navajas, como objetos inútiles…inservibles, para confiar su salvación a los pies poniéndolos en “polvorosa”. Pero cuando por fin reaccionaros ya era tarde, pues a los dos Chanos, Salvador y Rafael, los tenían ya encima, pues se habían lanzado contra ellos dos tan pronto el Picao Curro hiriera al zorongo Sancho, con lo que a los pocos metros, sabiéndose a merced de los vengadores de tanta afrenta, tanta infamia cometida durante años, optaron por postrase ante ellos de hinojos, sollozándoles y pidiendo clemencia para sus vidas

Los dos, por finales, tuvieron suerte, pues a la hora de la verdad los dos Chanos perdonaron la vida a la pareja de Picaos, ya más “mindundis”( coloquialmente, insignificante, ínfimo ) que ninguna otra cosa, Sí; salvaron la vida “in extremis”, pero tampoco se fueron de rositas, ya que la cara de ambos quedó “sirlada”( de “sirla”, navaja, cuchillo ) desde el pómulo a la comisura de los labios, señal indeleble de la doblez de ambos hermanos; de su condición ruin y traicionera que desde entonces y hasta el fin de sus días les haría proscritos para toda la Nación Gitana o Romaní del mundo entero, pues hasta en el último rincón del Universo donde haya un gitano o romaní, al momento reconocerá la infamante señal

Fue entonces, cuando ya todo había acabado, que las mujeres y los chiquillos, más o menos grandes, más o menos chicos, salieron del “chabolo” donde la Carmen vivía. La Adela, la mujer del Chano Salvador, llorando y riendo a un tiempo, amén de seguida de sus “churumbeles”, corrió hacia su marido para fundirse con él en un estrecho abrazo cuajado de besos y caricias; la Juana, a la vista de su hermano inerte entre los paternales brazos, titubeó un segundo, pero fue su ya oficial novio, el Chano Rafael, quien vino a  sacarla de dudas al acercarse a ella y, tras besarla, la tomó de la cintura y dirigió los pasos de ambos hacia el conjunto que formaba el padre con el exánime hijo en sus brazos.

Por su parte, Carmen corrió derecha al Zorongo padre, abrazándole con todo cariño tan pronto estuvo a su vera; y junto al abrazo, las caricias de sus labios posados en el pelo, frente y mejilla del más que destrozado padre… Sin decirle nada; sin abrir siquiera la boca para intentar consolarle, pues a ver qué  se le dice a un padre en cuyos brazos yace su hijo, ya cadáver… Al poco las manos de Carmen, los labios de Carmen empezaron a también acariciar los cabellos, frente y mejillas del hijo del Zorongo, alternando la mano de la Carmen las caricias al pelo y rostro del joven Zorongo con las pasadas por el pecho del exánime muchacho

En esas estaba cuando, pasando su mano por el pecho del muchacho, cubierto entonces sólo por la camisa al habérsele abierto un tanto la chaqueta que traía, sorpresivamente se envaró la mujer, poniéndose muy seria; al momento, insistentemente, con inusitado interés… Casi, casi, como si en ellos le fuera loa vida, se puso a desabotonar, febrilmente, los botones de la camisa del inerte muchacho

  • Peo… ¿Qu’hase Carmen?... ¿T’ha “guerto”( vuelto ) loca?...

Ella, casi autoritariamente, por señas, poniéndose el dedo en la boca, demandó silencio del Zorongo, al tiempo que, inclinándose sobre el desnudo torso, aplicaba el oído justo por donde se sienten los latidos del corazón de una persona. Al segundo, su rostro se iluminó en una sonrisa de más dicha que satisfacción, que se le abrió de oreja a oreja, y esta vez sin el casi

  • ¡¡¡VIVE USEBIO!!!... ¡¡¡ER SANCHO, ANTABÍA(todavía), ETTÁ VIVO, GRASIA A DIO!!!... ¡¡¡ER CORASÓN LE LATE, USEBIO…LE LATE!!! NO TÁ MUETTO

Algo más de dos horas más tarde, el cirujano que acababa de intervenir de urgencia al Sancho, por fin daba la más que feliz noticia a Eusebio el Zorongo, Carmen la Chana y Juana, la zoronguita, de que su Sancho estaba fuera de peligro… Sancho había tenido más suerte que un torero, como vulgarmente, a veces, se dice por estos hispánicos lares, pues el Picao Curro sabía más que bien lo que se hacía, por lo que hirió buscando esa zona, a la izquierda de la cavidad abdominal, donde se yuxtaponen, solapándose entre sí, páncreas, bazo, extremo izquierdo del hígado y el  duodeno, con lo que todo navajazo allí, “per sé”, es mortal de necesidad. Pero quiso Dios, la Suerte o lo que sea, que en su fatal “viaje” la punta de la navaja tropezara con una costilla,  dándose la feliz circunstancia de que la navaja, simplemente, resbaló a lo largo del hueso sin profundizar, por lo que los destrozos fueron mínimos.

Como es natural, tanto en el hospital como en la policía hubo que dar cuenta del cómo y por qué de la herida del Sancho. Y, en principio, allí nadie sabía na, naíta, na del asunto, a no ser que, estando en casa de los Chanos festejando el compromiso del Rafael y Juana, en un momento dado alguien salió de la casa y se encontró con el cuerpo del herido a la puerta. Eso es todo lo que Chanos y Zorongos dijeron saber al respecto. Y eso mismo fue lo que la policía pudo “sacar” en las indagaciones que desde aquella misma madrugada vino haciendo en el barrio. Como es de suponer, del cuerpo del Picao Curro, las huellas de la efímera batalla, ni rastro por parte alguna.

Cuando a los días la “pasma” o “pestañí”(la policía) pudo interrogar a un Sancho ya más que lúcido, éste les aclaró que, celebrando en familia los esponsales de su hermana la Juana con su “amigo”, el Chano Rafael, bebió más de la cuenta y se salió a la calle, con  una manzana, “pa” despejarse algo. Partiendo, allí en la calle, a la puerta de los Chanos, trozos de manzana con la “chaira” para comérselos, sin saber cómo ni por qué, efectos de la casi monumental “tranca”( borrachera ) que se marcaba, trastabilló y cayó al suelo, hiriéndose él mismo con su propia navaja. Y hasta ahí llegó la investigación del asunto

Aquella noche, y alguna más, alguien debía quedarse con el herido, pues estaría días con el gota-gota y rigurosamente reducido a cama, sin poderse levantar ni siquiera para ir al escusado. Primero fue el padre, Eusebio el Zorongo, pero también la Juana quienes dijeron de quedarse, pero allí estaba la irreductible Carmen para mandar a todo el mundo a casa a dormir y quedarse ella, velando el sueño del herido hasta la mañana siguiente cuando la revelaría la Juana para estar con su hermano durante el día y mientras menester fuera tal cosa.

Así que serían ya entre las dos y las tres de la mañana cuando la gitanería congregada en el hospital, pendientes de las nuevas que el médico diera sobre el herido, casi la mitad del “barrio”, emprendía el camino hacia la salida del centro sanitario y entre ellos carmen junto a Eusebio el Zorongo. La mujer medía el paso, a fin de retrasarse los dos respecto a la masa que les precedía; se quedaron pues un tanto rezagados, de manera que, digamos, hubo una cierta intimidad entre ellos al quedar aislados de extraños oídos

  • Sorongo, no crea que m’orvidao e lo que te prometí… Si quiere, mañana, en cuanto la Juana venga a quedase con tu Sancho me voy pa tu casa… Y me meto contigo en la cama… Pa lo que tú quiera

El Zorongo miró hondamente a la Chana, para al momento sonreírla cariñoso. Alzó su mano diestra llevándola al rostro de la mujer, acariciándolo suavemente, pasando la mano, lleno de cariño, por la mejilla. Al fin, acercó sus labios al femenino rostro, rozando más que ninguna otra cosa la mejilla que su mano acariciaba, en un beso ligero, suave… Casi etéreo… Pero pleno de cariño podría decirse que infinito

  • No Carmen… E denguna e as manera asetto( acepto ) eso… E denguna e as manera t’asetto asín… No me ebe( debes ) na, Carmela… Na de na… Yo… Yo sí que ta ebo(debo) a ti… Y munsho Chana… Munsho… Munshísimo… Sé otra vé un hombre… ¿Ta paise( te parece ) poco?

Eusebio el Zorongo calló unos instantes, recuperando resuello, pues estaba muy, pero que muy emocionado, ante el ofrecimiento que Carmen acababa de hacerle.

  • ¿Sabes una cosa Carmela?... Yo nunca he dejao e querete… Me casé con la Juanilla, la mare e mi hijo, po deppesho( despecho )… Po date’n la cara;…a vé si t’iba a creé que yo no poía “camelá”( enamorar; hacerse querer ) a una “niña” e pottín… Ar fin la quise, po que d’otra fomma no poía sé, pos la Juanilla era un piaso e pan… La quise, sí; peo no como sa meresía… No com’a una mujé… No poía sé pué yo ya quía asín a otra mujé… A ti, Carmen… A ti, Chana…  Me dise de vení a mi casa p’acostate conmigo… ¡Er sueño e mi vía!... Peo no pueo asetalo, poque tú a mí no me quiee… No asín, como yo te quieo a ti… No Carmen… No pueo… No quieo asetá lo que m’ofrese… Sería violentate… Shantajeate… Y eso, un hombre; un gitano honrao no lo hase… Y meno, si quiee como a ti te quieo… Peo si, entavía, quiés sé mi amiga… Como ante… Quereme como ante ma quería… Si quié está conmigo como amigo… Permití que t’hable… Que etté de junto contigo
  • ¡Po clao e sí Sorongo!... ¡Clao e sí, Usebio!... Con guttó t’amitiré a mi vera siempre que quieas

Desde aquella noche y durante el mes más o menos que el joven zorongo permaneció internado en el hospital, la vida de Carmen se limita a llegar a su casa a eso de las nueve y pico, tras relevarla la Juana a la cabecera de la cama de Sancho, más derrengada que otra cosa y presa de feroz sueño, con lo que le falta tiempo, nada más llegar, para buscar la cama y tenderse a dormir y descansar hasta más allá, a días, hasta bastante más allá de las cuatro de la tarde, momento en que se despertaba y levantaba para dar cuenta de la comida que la tarde anterior dejara preparada al efecto.

Después de comer, unos minutos de descanso ante la “tele”, hacerse algo de comer para el día siguiente, adecentar la chabola en lo posible y a eso de las seis-siete de la tarde, trotando para el hospital hasta la mañana siguiente. Vamos, que de trabajar para el sustento de su familia más bien nada de nada, quedando todo ese cometido en manos de sus dos hijos mayores, “er Sarvaó y er Rafaé”, asistidos por Adela, “la mujé der Sarvaó”, y por la chanita Carmelilla; pero también por Jeromo, el benjamín de los Zorongos, que desde la tarde-noche de marras no se separaba de su amiga la chanita ni con agua caliente.

Cuando a eso de las siete y pico, a veces casi las ocho de la tarde, la Chana Carmela llegaba por fin al hospital, lo normal venía a ser que en la habitación del paciente hubiera más gente que en la guerra, pues lo digamos que cotidiano era que allí se encontraran, en pleno, tanto Chanos como Zorongos o, en ocasiones y casi que por excepción, amén de la durante el día inamovible Juana, su novio “Rafaé er Shano”, su ya casi ”cuñᔠCarmelilla la “shanita”, su hermano Jeromo que, como ya “quea disho d’ante”, de su amiga la “shanita” Carmelilla no se separaba ni con agua caliente… Y claro, el papá de herido y “enfermera”, “er señó Usebio” o “Unsebio”, como los Chanos solían ya llamarle

Éste, “er Sorongo”, tampoco es que perdiera el tiempo tan pronto como la causante de sus amorosos pesares hacía acto de presencia, ni mucho menos, pues al ya mancebo venido entre un tanto y un bastante a menos, le “fartaba ná de tiempo” para decir a la causa de sus melancolías que allí, en la habitación, había ya demasiada gente, por lo que el “doncel” se sacaba muy a sus anchas a la Chana Carmen a pasear por la galería a que se abrían todos los cuartos de los enfermos y por la galería exterior, a la que se rendían todas las de la planta de hospitalización, ocho o diez por piso o planta.

Y, ¿qué hacía con todo eso el Zorongo Eusebio? Sencillo: La “rosca” a la Chana Carmela. En un principio en forma apenas perceptible, pues parecía ser eso, sencillamente: Descongestionar un tanto de gente la habitación del herido, que tampoco estaba mal y las normas de todo hospital así lo prescriben, la menor asistencia posible de personas por enfermo, velando por la tranquilidad de los mismos. Pero poco a poco, aunque más de hora en hora, incluso de minuto en minuto, que de día en día, las verdaderas intenciones del Zorongo se hacían más y más evidentes, pues sin recato ninguno las loas a la belleza y el tipazo de la Chana eran más y más claras

Y qué quieres, estimado lector que pasara con la Chana Carmen, mujer al fin y al cabo y, en añadidura, en más que “estado de merecer”… Pues que las lisonjas del Zorongo a su palmito le producían de todo menos enfado, desagrado y otras yerbas por el estilo… Y ya que de “palmito” femenino se trata, reparemos, siquiera sucintamente, en el que adornaba a Carmen la Chana que, la verdad, moco de pavo no era.

Bastante alta para la época con su metro y más o menos setenta centímetros, en absoluto era enjuta de carnes, sino más bien generosa en éstas, aunque sin antiestéticas superabundancias… Vamos, con gloriosa “materia donde agarrarse” y punto, lucía unos senos generosos, rotundos… Y nada fláccidos, que conste, sino más bien erguidos a pesar sus ya más cuarenta “tacos” que otra cosa. La cintura, indudable, no era de avispa, pues a ver qué mujer goza de tal cinturita a sus cuarenta, pero muchísimo menos en “tipo tonel”, pues resultaba de una esbeltez que para sí querrían más de una y más de dos jovencitas de diez, doce y hasta dieciséis-diecisiete años menos.

A la tal cinturita de semi avispa seguían  unas caderas de verdadero ensueño; vamos, algo así como el más genuino sueño erótico de un machito humano hecho esplendorosa realidad… Y mucho más, si a la visión de las tales caderas sumamos la de su “culamen”, un ídem femenino de antología… Delos que hacen época y cortan la respiración al representante del masculino género humano que tenga el sonado privilegio de atisbarlo, “manque” sea de lejos… Vamos, que el afortunado mirón, al instante, piensa aquello de “Ver esto y después morir”, pues ya habrá admirado cuanta belleza en este dichoso mundo Natura pueda generar

La lástima en tan escultural cuerpo eran esas sayas o faldas que la Carmela acostumbraba vestir, largas hasta casi que bastante más allá de media pierna, lo que velaba la visión de sus muslos; sus piernas… Divinos/divinas… Esculturales… De helénica perfección, pues no había Afrodita que superara en belleza a Carmen la Chana; ni tan siquiera el famoso trío estelar de Venus esculpidas, la de Milo, de desconocido escultor, la Capitolina y la de Cnido, ambas dos del inmortal Praxíteles

Pero aquí conviene matizar que lo de que el Zorongo empezara a “bailarle el agua” a la Chana no fue a bote pronto, pues si el hombre la-las primera-primeras veces que invitó a la Carmen a salir de la habitación del Sancho, no lo hizo con personales intenciones sino por, en efecto, evitar que demasiada gente hubiera allí, a fin de que el muchacho disfrutara de toda la tranquilidad posible, según estableciera al efecto el médico. Pero claro, como una cosa lleva a la otra, y charlando, paseando, con la Chana de sus entretelas el Zorongo estaba más que a gusto, pues no pasaron casi que ni tres días hasta que al otoñal Romeo cayó en la cuenta de que la Carmen estaba viuda, como él, y como él, sin nadie que le calentara la cama por la noche, luego… ¿Por qué no volver a intentar lo que años ha no fructificó por estar también el Chano Salvador tra de ella?... Ítem más, que ahora “er Shano” ya no estaba… Gracias al Diablo. Y así fue como, por finales, puso manos a la obra del “asedio” a tan codiciada “plaza fuerte”

Pero la cosa fue que el pobrete de Eusebio el Zorongo no sabía a qué carta quedarse con Carmen la Chana, pues la gachí no soltaba prenda respecto al efecto que los amorosos desvelos de su Romeo, más bien de vía estrecha, que todo hay que reconocerlo, causaban… Ni para bien ni para mal, lo que traía “mu”, pero que “mu” malito “ar” pobrete… Pero bueno; cuando menos no le salía con “cajas destempladas”, sino que siempre le dedicaba sonrisas de bienquerencia y hasta bastante a menudo se reía francamente con sus ocurrencias, en especial cuando, con ojos de carnero más que degollado, le decía aquello de “Peo qué guenisma qu’está Carmela”… “Ej que te jamaba ya mesmo”

Pero en fin, que así, sin más alharacas de quereres, el Zorongo era feliz cual perdiz feliz, pues de siempre tras de menos anduvo y a “farta e pan”, las tortas están que tú no veas… Aunque, bien se dice aquello de que la alegría, poco dura “an cá’l probe” lo que significa que llegó el casi que aciago día para el Zorongo en que a su niño, “er Zansho”( el Sancho )le dieron el alta hospitalaria tras de casi un mes en el hospital, con lo que le “despacharon pa su casa”, a que allí acabara de curarse y reponerse, pues en el hospital ya hicieron cuanto tenían que hacer cuando, en la misma mañana del día en que una ambulancia lo trasladó al domicilio paterno, le quitaron los últimos puntos, comprobando que la herida ya estaba en francas vías de cicatrizar, con lo que la curación estaría enteramente completada, a falta solo de recuperar la forma, movilidad y demás, que antes del navajazo disfrutara

Y se dice que día aciago fue aquél para el Zorongo, a pesar de la alegría que la vuelta a casa del hijo desde luego le causó, que fue más que “munsha” a no dudar, pues en ese mismo momento la Chana dijo que, en vista de que el mancebo ya para nada la precisaba a ella, dio en irse a su casa para nunca ir por la del Zorongo. Y así, sin poder ver a “su” Carmelilla, pasó el Eusebio cuatro o cinco días; puede que hasta seis; puede que hasta siete, hasta que al quinto, sexto o, incluso, séptimo día se dijo que, “si la montaña no viene a Mahoma, pues Mahoma irá a la montaña”, con lo que un día agarró el pendingue(7) y se presentó en el barrio de los Chanos y en la casa/chabola de la Chana Carmen, que se quedó de una pieza; vamos, algo más que sorprendida al verle aparecer por sus lares

  • ¿Qu’a ta pasao, Sorongo?... ¿Ta dao un aire y t’has guerto majara der too?
  • Pos mía… Pos a lo mejó… Como ya no asoma la “jeta”( la cara ) po dengún lao, po he vinío a vette

Aquella fue la primera vez que el Zorongo regresó al barrio que le viera nacer y detrás del ser que le había enajenado el seso, pero ni muchísimo menos la única, pues en días el rendidamente enamorado Eusebio más vivía en el barrio donde naciera y, a más INRI, en la casa de la Chana, que en su suntuosa casa de la ciudad. Y la Chana, la verdad, es que le recibió bien. O más exacto sería decir que mejor que bien, si bien la mujer a lo que en verdad más se dedicaba cuando el Zorongo la paseaba, la agasajaba, la lisonjeaba, era a zaherirle con aquello de que si “Tiés meno grasia qu’un seví”( “seví”=”civil”= Guardia Civil )… O eso otro de “Má feo que pishote, ere, hijo…”( Por Pichote. Este Pichote es un personaje irreal, pero que ha servido, desde tiempo inmemorial, como arquetipo de personas torpes, tontas, feas etc. por lo que eran más que socorridas las locuciones “Más tonto que Pichote” o “Más feo que Pichote” ) Pero eso era sólo por poner un tantico de acíbar en el “guisote” no fuera a convertirse aquello en una “confeturía”, pues alagarla tales galanteos, arrumacos y florituras, bien que la alagaban. Vamos, que le gustaba más lo que el Zorongo la decía que a un perro un picatoste.

Con el paso de los días las semanas fueron también transcurriendo y Sancho mejoraba a ojos vistas; tanto, que, por fin, amaneció el ansiado por ellos día en que la Juana y el Rafael se casaron. La noche anterior, la novia la pasó en el “barrio”, en la casa de la que desde el siguiente día sería su suegra a todo ruedo, por lo que el novio, el Rafael, durmió esa noche en casa de su hermano, el Salvador. El día señalado, desde bien de mañana, el “barrio” apareció sonsus calles, callejones y vericuetos superpoblados, pues desde que despuntara el nuevo día en la aún oscurecida claridad del alba se allegaban hasta allí “calés” de ni se sabe cuántos kilómetros a la redonda, por lo que a eso de las nueve-diez de la mañana el “barrio” era un verdadero hormiguero humano(8)

A eso de las diez y media de la mañana, Carmen la Chana salió de su casa desplegando el famoso pañuelo con las archifamosas “Tres Rosas” bien visibles en el “pañuelo”, al aparecer las tres destacadas con la lazada de cintas de seda rosa que las rodeaba, según antigua costumbre. El gentío allí reunido al momento prorrumpió en aplausos y vítores al “padre honrao” y allí fueron los abrazos y parabienes a Eusebio el Zorongo que momento llegó en que no pudo contener las lágrimas por la emoción que atenazaba su garganta

Apenas si había transcurrido media hora desde la exhibición del “pañuelo” cuando, por fin, la novia abandonó la casa de Carmen, saliendo a la calle con su más que níveo traje de novia y la cabeza coronada de flores multicolores, trenzados entre sí sus tallos a fin de formar una corona, más infinidad de pétalos de flores cubriendo literalmente su cabeza; y entonces sí que fueron allí los vítores y aplausos en loor a la “gitana honrá”

A partir de ahí se desarrollaron los ritos o ceremonias más jaraneros. Primero, Eusebio el Zorongo, tomando a su hija con ambas manos por la cintura, la alzó hasta cargarla sobre sus hombros, girando, danzando así, con la Juana en volandas; luego, hizo lo propio el hermano de Juana, el Sancho y seguidamente el cuñado, Salvador el Chano, hasta que cuantos hombres casados allí presentes hicieron lo mismo. Aquello era “Bailar a la Novia”, un acto de ensalzamiento de la “gitana honrᔠque se había sabido reservar “pa su marío” según mandan las más ancestrales leyes, usos y costumbres “romaníes”, pues esto es rasgo común entre todas las comunidades “calés” esparcidas por el universo mundo

Al tiempo que la Juana era “Bailada”, se desgranaron en  su derredor cantes y bailes a placer. Los famosos “Yelis” o “Alboreás”

En un prado verde

Tendí mi pañuelo

Salieron tres rosas

Como tres luceros

Levanta y no duermas más

Que por la mañana tendrá lugar

¿Dónde está el padre de la novia?

Que ya su hija salió con victoria

Y Yeli, Yeli; y Yeli Ya

Y Yeli, Yeli; y Yeli Ya

Y tras lo de “Bailar a la Novia”, venía el “Bailar a los Novios”; a los dos, a la Juana y al Rafael conjuntamente, en este caso. Así que, tan pronto los “casáos” acabaron de “Bailar a la Novia” de nuevo la Juana fue izada en alto por su padre y su hermano, pero por mucha gente más y a un tiempo; los parientes, cercanos o lejanos, de los Zorongos, así como los amigos-amigas del clan. Y lo mismo pasó con el Rafael, izado primero por su madre y su hermano “er Sarvaó” pero en seguida por todos sus deudos.

Y así se inició lo de “Bailar a los Novios”, con ese denominador común que es el cante y el baile gitanos. Se comenzó constituyéndose dos comitivas, apiñadas una en torno al novio, la otra en torno a la novia, integradas por casi todos los presentes en el “barrio”, es decir, cuantos estaban celebrando la boda, y cada una de ellas  con uno de los protagonistas del día alzado, emergiendo sobre sus “súbditos” llevado/llevada a hombros por éstos.

Ambas comitivas se formaron una enfrente de la otra, ocupando los dos extremos de la calle donde los Chanos vivían, la más ancha, larga y polvorienta del “barrio”, ya que no era sino el lecho de un arroyo de años seco, aunque de vez en cuando, si la temporada de lluvias primaverales venía más que muy crecida, el arroyo dejaba de ser seco para volver por sus fueros, inundando el agua todas y cada una de las chabolas “aparcadas” en cada orilla del arroyo. Cuando el “Bailar a los Novios” comenzaba, cada comitiva empezaba a moverse, avanzando una al encuentro de la otra, a paso cadencioso y lento; muy, muy lento, tanto, que parecía que los componentes más que andar arrastraran los pies.

Como tampoco de otra forma podía ser, al andar, acercándose unos a otros, los componentes de ambas comitivas cantaban y cantaban y volvían a cantar, como beben los peces del villancico navideño

Hermanita de mi arma

Hermanita de mi arma

Está ahora, toá procupáá

Apura má una pena

Apura má una pena

Que siete año desesperá

¡Olé er salero, olé er salero!

Que tié que llegá la novia’l sielo

Esta noche de amor es

Esta noche de amor es

Paloma blanca que amores tiés

Cuando las comitivas al fin llegaban una junto a la otra, dándose el frente; cuando novio y novia, tendiéndose los brazos, parecían a punto de abrazarse, quienes los llevaban los separaban¡, retrocediendo los dos grupos; reculando hacia atrás, para volver a avanzar y acercarse hasta, de nuevo, casi tocarse los novios. Y otra vez, los “súbditos” volvían a impedir el final contacto al separarse, ora hacia atrás para nuevamente avanzar y acercarse, ora hacia el lado, hasta emparejarse los dos grupos de “vasallos” avanzando entonces, conjuntamente, para adelante aunque girándose cada grupo hacia un lado a mitad del viaje, volviéndose a separar al caminar una vez más en sentidos opuestos

Ese tejer y destejer figuras casi geométricas perduró a lo largo de minutos que se hicieron una hora o más, antes de que, por fin, y después de que encarados ambos grupos, tras mecer a la novia sus “súbditos” basculándola rítmicamente de derecha a izquierda, de izquierda a derecha y vuelta a empezar, permitieran los “vasallos” el contacto entre los novios hasta fundirse éstos en un estrecho abrazo, tras lo cual los “porteadores” y “porteadoras” depositaron al novio y la novia en el suelo, acabándose allí el “Bailar a los Novios”

Entonces, cuando por fin la pareja nupcial estuvo de nuevo en el polvo den la calle, comenzó el “despiporren” de la juerga a todo ruedo, cuando novio y novia abrieron el baile flamenco y gitano cien por cien. Cuando ellos dos empezaron a bailar al son de guitarras y voces un tanto ásperas por el trasiego de alcohol, vino, champán, licores y demás a “tutiplén”  de “cantaores” y “cantaoras” espontáneos, la gente les hizo corro para que el Rafael y la Juana pudieran lucirse a modo, pero enseguida “bailaores” y “bailaoras” espontáneos se sumaron a la jarana… Incluso, llegó un momento en que, a voz en grito, la concurrencia empezó a pedir “Que bailen las abuelas”, y allí echaron su cuarto a espadas las mujeres más viejas, setentonas y ochentonas las más de ellas, lo que no les impedía lucir, en “to lo arto’l pelo” no ya una flor, clavel rojo fuego o rosa, sino todo un ramillete de tres y hasta cuatro flores, claveles mayormente, aunque también alguna que otra rosa

Así fue pasando el día, la mañana primero seguida del mediodía, cuando las mujeres de la casa de la Chana, ella misma, la Adela, su nuera, y la chanita Carmelilla, apoyadas por lo más florido de las femeninas amistades de Carmen la Chana, fueron cubriendo la larga de fila de mesas dispuesta en la calle con fuentes repletas de viandas, entre las que descollaban las decenas de jamones, el “Non Plus Ultra” del puramente ibérico de bellota, hechos lonchas; también fuentes de asar con canales de cordero, ternera y buey cebado, cabrito… Aunque brillando por su ausencia el pescado… También “bosques” de botellas de vino, champán, licores… En fin, toda la retahíla en alcoholemia

Carmen la Chana estaba radiante de alegría, superándose a sí misma en un prodigio de energía; de actividad… Pues diríase que estaba en todos los sitios a la vez, cual si tuviera el don de la ubicuidad; así, era la primera en lanzarse a bailar y la última en retirarse del palenque, pero al propio tiempo también estaba pendiente de que en la celebración nada faltara… Era el alma de aquella celebración, prestando puntual atención a que las fuentes de comida medio vacías al momento fueran sustituidas por otras repletas de las mismas viandas, que las botellas de las diferentes bebidas nunca estuvieran de menos

Pero si la Chana era la personificación de la alegra participación festiva, no pasaba lo mismo con Eusebio el Zorongo. Él había participado en extremo alegre, por orgulloso de su hija, en la alegría que estalló entre la concurrencia cuando la Chana, estallando en orgullo y alegría, mostró al gentío, desplegándolo a los cuatro vientos, el “pañuelo” con las “Tres Rosas” de Juana; luego, también, primero, “Bailando a la Novia” y después, “Bailando a los Novios”, que pocos hombres pudieron tanto entusiasmo que él, y no era para menos, pues era a su hija a quién se honraba y enaltecía con todo ello, bastante más que a su yerno, el Chano Rafael. Pero luego, desde que comenzara la juerga en sí, con todo bicho viviente bailando y cantando hasta de coronilla amén de ponerse “hazta’l culico” de vino y otras ambrosías, la alegría del Zorongo fue haciendo crisis, desinflándose más y más a ojos vistas hasta que más que mediada la tarde casi resultaba patético verle

Y esto a carmen la Chana no se le escapó, sino que fue más que consciente de lo que a su entonces más que amigo del alma le pasaba… Y, a decir verdad, eso, primerísimamente, lo que hacía era intrigarla, pues no le encontraba explicación alguna a aquél apagamiento incesante del ánimo del Zorongo… Y es ese día además, que debía ser el más feliz de su vida, amén de aquél en que él se casó, cuando su hasta entonces novia, a su vez, se “sacó el pañuelo”, que bien le constaba que así fue, pues con sus ojos vió las “tres rosas”… Y bien que se alegró de ello pues siempre, pero que siempre, para ella el Zorongo fue un ser más que entrañable… Hasta que los Picaos se metieron de por medio… Hasta que causaron la muerte de su Chano, su “marío”… “¡Asín Dios no les “premita” “escansᔠ“an” jamá!”

Acabó por empezar a oscurecer, que en esta vida todo llega, con lo que el Rafael y la Juana se pensaron que hora era ya de intentar escabullirse del gentío para, por fin, poder acceder a su mutua intimidad, sin que los presentes, empezando por los más próximos a ellos, sus hermanos, “er Sancho y er Sarvaó, er Jeromo y la Carmelilla”,  les embromaran e intentando, que tal intimidad no se produjera esa noche… Pero que conste que no es serio, sino en broma, riéndose de ellos un rato, pero haciéndoles, realmente, la puñeta cosa mala

Así que se levantaron; primero ella, luego él y, procurando aparentar la mayor tranquilidad del mundo, enfilaron la oscuridad de los callejones que por ambos lados jalonaban la calle principal, donde se desarrollaba el general jolgorio. Pero su sibilina maniobra dio en quiebra, cuando las “asistencias” se “coscaron” de la intentona, con lo que el personal, al grito de “¡Que se van los novios!” y dirigido por Chanos y Zorongos jóvenes, faltabe más, salieron tras los “fugitivos” en juerguística animación, dispuestos a “jorobarles” el plan a los recién casados(9). En fin, que la “persecución” por callejas y callejones del “barrio” se formalizó, entre jolgorio y risotadas de todo el mundo, “fugitivos” incluidos, hasta que los perseguidos “dieron” esquinazo a los perseguidores, pues tampoco era cosa de fastidiarles noche tan señalada; la cosa simplemente era gastarles la misma broma que a toda pareja de novios se les hace en tal noche.

Así que, por fin, Juana y Rafael, Rafael y Juana,  pudieron entonces dirigirse, tranquilamente, entre arrumacos y caricias anticipadoras de lo que enseguida seguiría, al angosto chamizo que el Chano Rafael alquiló para que fuera, en lo sucesivo, su vivienda, el hogar de los dos, donde la Juana concebiría y luego pariría los hijos que el Rafael engendraría en ella al paso del tiempo… Muchos, muchos hijos, tal y como es el ideal de toda pareja gitana.

Por su parte el Zorongo, incomprensiblemente, fue apagándose más y más, según los minutos pasaban, de manera que al poco de desaparecer los novios, apenas algo más de la media hora; puede que hacia una hora después, cuando la juerga que le circundaba tomaba casi que mayores proporciones, se levantó para irse. La Chana, que aunque estaba entonces bailando, pues aquél día la mujer bailó hasta de coronilla si así se quisiera entender, pero que, de todas las formas y maneras, no le quitaba ojo de encima, permanentemente pendiente de él, al momento dejó el baile y al hombre con que entonces hacía pareja bailarina, para salir escopeteada tras Eusebio el Zorongo

  • ¿Qué pasa Sorongo?... ¿Te vas ya?... ¿No’stá a gutto?...
  • No é eso Chana; toy cansao… Quieo ime a casa
  • T’acompaño… Hatta la salía’l barrio

Empezaron a andar los dos, emparejados, uno junto al otro, calle adelante, en silencio; y en silencio siguieron hasta que ya las últimas edificaciones de la calle, que es lo mismo que decir del barrio, se vislumbraron en lontananza, a menos de tiro de piedra ya, siendo ya totalmente visible el inicio de la más vereda que camino que, serpenteando colina abajo, llegaba hasta la ciudad; hasta la casa del Zorongo, por más señas. Para entonces, cuando ya llevarían doce o quince minutos andados, la Chana rompió el reinante silencio

  • ¿Qué te pasa Sorongo?
  • Na Chana… No me pasa na e praticulá… Ya te lo ije... Toy cansao… Na má
  • ¡Sorongo!... ¡Sorongo!... ¡Qué no conosemo d’hase…! Esembusha… ¿Qué te pasa, Sorongo?...

Eusebio se detuvo y sus ojos se fijaron aún más en el suelo

  • Es envidia, Carmen… Os tengo envidia… Envidio a ti hijo…y a mi hija… Y al Sarvaó con su Adela… Y a ti, que pudiste difrutá der amó don er Chano… Yo eso no lo conosco… Nunca lo tuve
  • Pero… Pero… ¿Y la Juanilla, tu mujé?... ¡Te quería con toa su arma, que bien que sa la notaba!...
  • Sí Carmen; así era… Mi Juanilla me quiso… Pué como dise… Con toa su arma… Y, en sierta forma, m’hiso felí… Pero no der too… La probe lo quería; lo quiso asín… Jiso(hizo) too lo que podía jasé( hacer )… peo no puo sé… Fartó er que yo, e verdá, la quisiea como eya me queía a mí

De nuevo el Zorongo calló y, entonces, Carmen la Chana alzó su mano diestra acariciando el rostro del hombre, surcado ya por los micro-arroyos del paso del tiempo… Del sol que día a día lo fuera curtiéndolo… El Zorongo alzó los ojos del suelo para mirarla frente a frente, casi que de hito en hito

  • Si sólo po un segundo en la via te tuviera en mi braso… Si sólo po un segundo en la via besara tu labio… Oíte desime “Te quieo”… Poía morime ya… Tranquilo… Con gutto… ¡Pa qué viví má!...

La mano de Carmen siguió acariciando el rostro del Zorongo unos segundos más, antes de que, alzándose un poquitín sobre los dedos de sus pies, sus labios rozaron los del Eusebio. Leve, muy levemente… Pero aquello fue sólo un momento… Unos minutos… Tal vez, incluso, unos segundos, pues en seguida eso, ese beso lene, tierno, dulce, no fue suficiente para Carmen la Chana; así, sus manos abandonaron el rostro, las mejillas del hombre para dirigir sus brazos al cuello masculino, enroscándose en su derredor al tiempo que el beso se hacía sensitivo, sensual, tremendamente erótico… Casi lascivo… La lengua de ella pidió paso franco a la boca del hombre que, inconsciente incluso, pues el Zorongo, para entonces, en este mundo no estaba, sino en el Limbo, soñando mucho más que viviendo, se le abrió en toda su extensión y allí se acurrucó la femenina lengua, acariciando con mimo la masculina, recorriendo, reconociendo al tacto cada recoveco, cada rincón de la boca del Zorongo… Encías, velo del paladar… Todo; absolutamente todo ese interior bucal

Pero en minutos tampoco eso otro, enteramente nuevo, la llenó del todo, pues Carmen estaba loca de pasión… De deseo francamente sexual, con lo que pasó a morder, primero quedamente, levemente la lengua del Zorongo para luego fijarse en los carnosos labios del hombre, donde perdió toda su suavidad, su lenidad, para hacerse deseo rabioso que hizo que los labios del hombre, en especial el inferior, se rasgara a la presión casi salvaje de sus dientes

Eso, ese rasgarse la fina piel del labio, hizo que el Zorongo despertara de su letargo… Despertara de golpe para unirse a la caricia acre, más dolorosa que otra cosa que ella, su Carmen, el sueño imposible de toda su vida, entonces le dispensaba… Una caricia que, por dolorosa precisamente, más y más le enervaba… Más y más… Y mucho más… Infinitamente más le “puso” hasta prácticamente el paroxismo sexual… Así, Eusebio el Zorongo no es que respondiera a la tórrida caricia de “su Carmen”, sino es que se la comía cruda, pues también sus dientes mordieron la boca, los labios de la Chana hasta igualmente que ella a él, hacerlos sangrar… Y no sólo el labio inferior, como ella le rasgara a él, sino también el superior.

Al momento, tampoco Eusebio el Zorongo tuvo suficiente con eso, con besarla, con comérsela cruda, viva, pues sus manos bajaron hasta el pecho de ella tomando sus senos, uno con cada mano, acariciándoselos, manoseándoselos, amasándoselos a través de la fina seda del vestido que ella estrenara para aquella ocasión… Vestido que, a la postre, sería su segundo de boda… De novia… Porque aquella noche también Carmen fue novia… También Carmen se casó con Eusebio el Zorongo

Fue casi allí mismo, vereda adelante, hacia un lado… A la izquierda, a prudente distancia de aquella vereda más que camino que antes se dijera. En el rodal de yerba un tanto más alta, más mullida, que la que tapizaba los otros rodales herbosos y no calveros pelados, de tierra y pedregal, que era la mayor parte del suelo en aquellas oscuras y amplias soledades del páramo que mediaba entre el “barrio” y la ciudad. Allí llevó la Carmen al Eusebio, prefiriendo hacer el amor tumbada, descansando boca arriba, debajo de él, enteramente desnudos los dos, antes que apoyada en la pared del último edificio, la última casucha del “barrio”, con las manos de él sosteniéndola en vilo para que ella le abriera sus piernas, sus muslos, su intimidad… El cálido y amoroso “nidito” al “pajarito” de él, que es lo que el Eusebio en un principio pretendió, cuando la “fiebre” de ambos amenazaba con estallar el termómetro del deseo sexual, tras de que el Zorongo rasgara la seda de la pechera del vestido para que los femeninos senos salieran del encierro de vestido y sujetador, para libarlos a placer, besándolos, lamiéndolos… Succionándolos… Mamando de ellos cual infante de pecho

También después de que ella, al calos de las caricias en sus senos, bajara la mano para acariciar, a través del pantalón, la virilidad… El “pajarito” del Zorongo… Hasta que aquello, palparlo a través de la tela, le supo a poco, con lo que bajó la cremallera del pantalón y tomó el “pajarito” directamente con la palma de su mano para, primero acariciarlo con suavidad, con todo amor, para luego abarcarlo con toda la mano y, abiertamente, proceder a masturbarlo… Y claro, como tampoco podía ser de otra forma, también la mano del Zorongo bajó hasta subir la falda del vestido de Carmen en busca del “nidito” guardado entre sus piernas… Entre sus muslos

Y fue entonces cuando el Zorongo, con la “caldera” casi explotando, quiso llevarse a la Chana al amparo de la pared, pero ella prefirió lo otro, el suelo tapizado del páramo que les envolvía en un sitio lo suficientemente alejado de la vereda para que nadie pudiera verlos. Allí ella, cuando el Zorongo, primero, se tendió junto a ella, besándola en los prolegómenos del amor, por vez primera le dijo que le quería… Que le amaba con toda su alma… Tal y como él la quería y amaba a ella

  • Peo amó, no ta me muera ahora… Po que me tiés qu’amá… Tenemo qu’amanno etta noshe… Toa, toa la noshe… Y toas las que nos quean po viví… Po viví lo do junto, amándono… Sí Sorongo…Te quieo… T’amo mi amó… Con toa mi arma… Con too mi sé

Y así pasó que Carmen, desde aquella noche, dejó de ser Chana “pa” los restos, convirtiéndose en Zoronga… En la segunda esposa y mujer del Zorongo y él, el Zorongo, en el segundo esposo y marido de Carmen, la que fuera antes Chana para hogaño ser Zoronga

Casi al mismo tiempo parieron tanto Juana, la ahora Chana, como Carmen, la ahora Zoronga. A decir verdad, Carmen se adelantó en parir a su ya más hija que nuera en más de diez días pues, según sus cuentas, que ella bien que sabía llevarlas, el Zorongo debió “cazarla” en aquella primera noche, allá en el páramo… O muy poquito después; aunque a ella le hacía ilusión pensar que fue en aquella primera noche juntos… A la más que vieja usanza gitana… Con la bóveda celeste por techo y la tierra, la Madre Tierra por lecho… Como aquellos gitanos antiguos… Los que iban siempre de acá para allá, libérrimos, sin someterse a más lugar que el que en cada momento pisaban… En el que plantaban sus carros y dejaban pastar a sus animales

A aquél primer hijo que Carmen ofrendó a su marido el Zorongo y éste le diera a ella en homenaje de amor siguieron otros cuatro más espaciados a lo largo de casi veinte años, pues ella se mantuvo fértil hasta casi los sesenta años, los cincuenta y ocho que fue cuando parió a su octavo hijo, el quinto que con el Zorongo tenía… Y, además, tuvo leche para amamantarlos a todos, razón por la que los partos se espaciaron cada casi cuatro años, los que ella amamantó a cada hijo/hija, que de todo hubo… Y quién sabe si, de verdad, carmen la Zoronga no volvería a quedarse embarazada, que ella, a ese “respective”, ni la cuarentena respetaba, pues a los quince, veinte días; a todo tirar los poco más de veinte, demandaba de su “marío” al nocturno “tajo”… O diurno, si así se terciaba Y qué queréis, si el “Monte de Venus” de Carmen la Zoronga estaba casi en permanente y voraz incendio

Por cierto, que aquél páramo de la primera noche siempre ejerció un extraño influjo en ella, lo que determinó que más de una vez y más de dos, cuando por aquella vereda pasaban, la Zoronga se le pusiera “masié” melosa al Zorongo que haber lo que er “probe home” podía “jasé”, sino de la mano de su “Soronga” internarse por el dichoso páramo a reverdecer pasadas horas de dulce amor

Por cierto, que para acabar de complicar el follón familiar de Chanos y Zorongos, Zorongos y Chanos, solo faltó que dos años más tarde con menos de catorce años ella y casi recién estrenados él, Carmelilla la Chanita y Jeromo, el benjamín del Zorongo, dieran la campanada diciendo que querían casarse… Al Zorongo no le pareció nada bien, y no, lógico, porque ella fuera la Carmelilla, sino por lo demasiado jóvenes que los dos eran. Quiso disuadirles, proponiéndoles que esperaran cuando menos un par de años, pero menuda era la chanilla, que hasta amenazó a sus padres con fugarse con el Jeromo si ellos no les dejaban casarse… Luego a ver qué remedio… Y es que a ver a dónde vamos a ir a parar con estos hijos de hoy que apenas si hacen caso a sus mayores

En fin, que el Zorongo casi decía lo mismo que D. Francisco de Quevedo y Villegas en uno de sus poema

“¿Dónde irá a parar el mundo?

¿Qué fin tendrán estos tiempos?”

FIN DEL RELATO

NOTAS AL TEXTO

  1. El nombre real de la Universal etnia gitana es Nación Romaní y sus individuos, romaníes. Este término deriva del nombre de la étnia que constituye el origen ancestral de todos los gitanos o romaníes esparcidos hoy en día todo por el universo mundo, el pueblo “Rom” o “Romá”, originario del noroeste de la India, la hoy región del Punjab, entre el Noroeste de la India y el Noreste de Paquistán. Este pueblo ancestral, allá por el 900 de nuestra Era, emigró de sus lugares de origen desperdigándose primero entre el Irán o Persia y la península de Anatolia, la actual Turquía Asiática, desde donde penetró en Europa siguiendo tres rutas básicas: Por el norte, bordeando el sur del mar Caspio para atravesar el Cáucaso; por el oeste, a través de los estrechos de Los Dardanelos y el Bósforo, atravesando luego la cordillera de Los Balcanes y por el sur, bordeando el norte de África para cruzar el Estrecho de Gibraltar rumbo a la Península Ibérica. En España, pues, penetraron tanto por los Pirineos como por el Estrecho de Gibraltar.
  2. “Agarrar, coger o tomar el pendingue”=Marcharse, irse de donde se está. En el Diccionario de la RAE la entrada viene asimilada con “Tomar el Pendil”, al que da el significado de “Irse; marcharse”. Yo conozco desde mi niñez la expresión “coger, tomar el pendingue” con ese significado de marcharse, pero no la de “coger, tomar el pendil”
  3. En una boda gitana, celebrada según las ancestrales tradiciones de la etnia, no hay invitados específicos, tal y como sucede con las bodas de los “payos”,  pues la antigua ley gitana dice que todo el pueblo gitano o romaní, por principio, está invitado, de antemano, a tales bodas; incluso si no conocen a los novios; ni siquiera a nadie de la familia de ambos. Por otra parte, el gasto que una de estas bodas supone es enorme. Antiguamente la celebración duraba, normalmente, tres días de comer y beber hasta hartarse todo bicho viviente gitano, pero hoy, con todo más caro, suelen limitarse a un solo día, el de la boda; pues bien, aun así, ninguna baja de los dieciocho mil (¡18.000!) euros mínimos en un solo día de también comer y beber hasta hartarse, y que corren, íntegros, por cuenta del padre de la novia, pues eso es cuestión de honor para él; los invitados suelen regalar dinero a los novios, pero eso no se gasta en viajes de novios ni demás zarandajas, sino que es con lo que la nueva pareja cuenta para iniciar su nueva vida en común. Así que, para hacer frente a tales gastos, los padres de la novia no pocas veces recurren a préstamos que pueden entramparles de por vida, préstamos que, además, no los piden a Bancos o Cajas, sino a gitanos pudientes y muy pudientes, que, haberlos los hay, enriquecidos por negocios. Por eso, por el gasto tan monumental que tales bodas implican, esta ancestral costumbre tiempo ha que está cayendo en desuso, sustituida de día en día la boda gitana por la “paya”, con supresión de la “prueba del pañuelo” y ceremonia en la iglesia, ayuntamiento o juzgado; número formal de invitados para que suelten la “mosca” y, en fin, toda la “pesca” de nosotros, los “payos”. Esto, actualmente, desde luego es así, con el paulatino retroceso de las ancestrales costumbres gitano/romaníes, pero también es cierto que cada vez hay más gitanos, jóvenes en su mayoría, que reivindican sus antiguas tradiciones, que no formas de vivir, como afirmación de su raza y el orgullo de ser lo que son, GITANOS-ROMANÍES. De modo que las bodas a la antigua usanza están regresando, “prueba del pañuelo” incluida e impuesta no por el novio, la familia de éste o la de la novia, sino por la propia novia como forma de reivindicarse a sí misma… Como forma de respetarse a sí misma
  4. El avispado lector habrá observado que en la boda gitana que aquí, con más o menos fortuna, trato de reproducir, el ritual “Yo os declaro marido y mujer” ni por el forro aparece; por sitio alguno, en el relato, se habla de celebrante que oficie y oficialice la boda, sacerdote, patriarca o lo que sea, y es que es así: En estas bodas no hay nada que se le parezca. Simplemente, cuando el “pañuelo” con las “Tres Rosas”, patentización de la doncellez de la novia, se exhibe a la concurrencia, es en sí mismo la ceremonia de la boda. La boda está formalizada, pasando en el acto la pareja de novios a esposos, en tal momento. De todas formas, según la ancestral Ley Gitana, no escrita, también se entiende que una pareja está formalmente casada bien cuando se van a vivir juntos, sin encomendarse a Dios ni al Diablo, o si una pareja de jóvenes escapan juntos, pasando así al menos una noche; cuando regresan a la comunidad se entienden legalmente casados. Este es un recurso que las parejas de enamorados han usado desde siempre para casarse, si bien la familia de él o la de ella, o las dos, se opusieran a que se casen.

  5. Lo de “Bailar a la Novia” lo narro en forma harto concisa, sin especificar en qué consiste, pues lo que pongo es lo único que en Internet he encontrado: Que existe, sin duda, se hace; que es en loor de la novia y que consiste en que los hombres casados presentes en la celebración, comenzando por el padre y el suegro de ella, seguidos por sus hermanos ya cuñados, pasean en hombros a la novia, mientras se le cantan los “Yeli, Yeli” y se le arrojan almendras almibaradas en azúcar. Otra cosa ha sido lo de “Bailar a los Novios”, pues aquí detallo, más o menos, lo que he visto en un vídeo de la red, con la canción tomada al oído.