Romance de una tarde con sabor a leche

Tras chatear mucho, Clara y yo decidimos conocernos en persona. El resultado es una explosión de deseo sin control en lugares muy comprometidos...

Había llegado quizás demasiado pronto. Me tocó esperar al metro en el que venía Clara. Pero dicen que lo bueno se hace esperar, y más si se espera a una buena mujer.

Me comunicó vía móvil que se estaba acercando, y que estaba un poco nerviosa justo en ese momento, por lo que iba a llegar. Su comentario consiguió que yo también sumara una taza de nerviosismo a mi actual estado, que no era precisamente tranquilo. Cuando el tren apareció, me dirigí al último vagón, el original sitio donde habíamos quedado.

Una chica, sentada en los asientos rojos, se volvió para mirarme y se levantó. Llevaba una gabardina rosa y un jersey morado similar a la lana, unos pantalones ceñidos muy coloridos y unos tacones. La vestimenta elegida, en su conjunto, hacía destacar mucho a su dueña, que además cargaba con un bolso y un equipaje de mano, parecía que fuera a tambalearse de un momento a otro. Clara se sentó a mi lado en un par de asientos abatibles, de manera que su cara quedó extremadamente cerca de la mía. Me miraba a través de unas gafas y tenía el pelo recogido en una coleta. Debo decir que a pesar de haber visto fotos suyas no la imaginaba así, capaz de penetrar tanto en los sentidos de quien se hallase al lado de ella.

Tras unos instantes de charla intrascendente quedó claro que ambos teníamos un grado importante de nerviosismo. Sin embargo, yo me fui soltando y cuando llegamos al destino ya casi monopolizaba la conversación sin mucho esfuerzo. Me encantaba ver la sonrisa que se dibujaba en su cara…

Tal y como habíamos dicho, nos dirigimos al parque. La conversación seguía teniendo algún punto nervioso, aunque cada vez se soltaba más por parte de ambos. Una vez llegamos al parque le dije que buscásemos un banco, y elegimos uno que miraba a la ribera del río y que no era particularmente discreto, aunque a esas horas no había muchas personas paseando por allí.

Depositó sus dos bolsos en el lado izquierdo del banco y se sentó al lado de ellos, de tal forma que yo quedé a su derecha. Iniciamos una charla bastante general sobre algunos aspectos interesantes, pero ninguno de los cuales revelaba mucha pasión. En medio de la conversación, ella manifestó su deseo de fumarse un cigarro y me preguntó si no me importaba. Para nada me importaba, aunque encenderlo no fue una tarea fácil a causa de la brisa que soplaba y, efectivamente, no lo consiguió.

En ese momento empezamos a charlar sobre nosotros y nuestro deseo latiente. Ella me confesó que se sentía bastante nerviosa, para mi sorpresa, que confesé estar ya bastante tranquilo. Al preguntarle por las razones que le hacían pensar eso, me dijo:

  • Es que… tú lo sabes todo de mí – incluso le entró un poco de vergüenza al comentarlo.

Sabía bien a que se refería. Ella estaba pensando en todas las perversiones virtuales que habíamos compartido durante los últimos días… Eran tan deliciosas que no entendía cómo podía sufrir por ellas. Le toqué la frente con un dedo cariñoso y le contesté:

  • Sí… Sé todo lo que está aquí dentro. Todo.

Ella no contestó.

  • Pero tú puedes decir lo mismo de mí.

Ella seguía en una actitud bastante avergonzada. Le intenté preguntar acerca de las razones que le hacían comportarse así, pero no comentaba mucho al respecto. En aquél momento sentí que se me iba a hacer realmente difícil encender la chispa entre nosotros y, la verdad, no me gustaba nada llevarme esa impresión.

Propuse darle un masaje, no tanto para calmar su nerviosismo sino para pegarme más a su cuerpo, aunque fuese por detrás. Ella accedió y me prestó su espalda. Inicié un masaje suave en su nuca – dejándole claro que para darle un buen masaje la necesitaba desnuda y sin ropa, y ella se rio un poco por esa ocurrencia. En realidad no sirvió para mucho, pero me había permitido tomar el primer contacto con su cuerpo, aunque fuese discreto.

Después de apartarme de ella insistió en intentar volver a fumar un cigarro, pese a que ya conocía la oposición del viento. Tras varios intentos lo consiguió encender y empezó a fumárselo. Seguía pensando en qué hacer y si me atrevería a besarla pese a sentirse tan reticente. Pero decidí echar algo de valor al asunto, porque el tiempo no dejaba de transcurrir.

Le dije que se tenía que quitar esos nervios. Es más, le dije que en cuanto se acabase de fumar ese cigarro, comenzaría a acercarme a ella. Jamás sabré si Clara lo hizo en respuesta directa a mi comentario o no, pero en ese momento el cigarro cayó al suelo. Pase una mano por detrás de su cuerpo y me incliné hacia ella. Ella me preguntó que qué estaba haciendo, pero sin una intención real de oponerse a mi acción. Ese momento se prolongó unos instantes, pero finalmente decidí lanzarme a por ella, tras decirle que se relajase. Mi boca se juntó con la suya, ambos cerramos los ojos y nos dimos un beso apasionado que duró bastante tiempo. Ella se acercó más a mí, me dejó entrar en su boca y sentí el sabor de Clara mezclado con un pequeño toque amargo a tabaco, pero la mezcla me pareció muy dulce y así se lo comenté.

Durante algunos besos más, en los cuales Clara comenzó a acercarse tanto a mí que prácticamente se situó encima de mí, esa pareja que formábamos se fundió la uno con la otra hasta conocer bien la boca recíproca. Aproveché para morderle en alguna ocasión el labio, subrayando que me encantaba hacerlo.

Tras un rato en el que ambos nos sentíamos muchísimo más cómodos tras poner fin a la tensión del momento, le pregunté:

  • ¿No te has tomado un par de vinos como decías que harías para no tener tantos nervios?

Ella sonrió.

  • Ya se me han quitado los nervios, pero ahora los tengo en otro sitio…

  • ¿Dónde están, cielo?

Mientras le preguntaba, dirigí mi dedo índice hacia su tripa, aunque tanto ella como yo sabíamos que nos referíamos a un lugar más meridional. Ella no quiso asentir, pero yo sabía al igual que ella que sus palpitaciones se estaban concentrando en su zona más femenina. El sólo hecho de imaginarme los labios vaginales de Clara en mi cabeza me paralizó y contribuyó aún más a aumentar mi libido. Por toda respuesta, ella me miró de forma sostenida, con una mirada arrebatadora que me hizo fundirme de nuevo con su lengua.

Ella estaba encantada de besarme, me lo decían sus ojos. Pero mucho más estaba por venir…

Primero teníamos las piernas entrelazadas, en un bonito gesto tras el espectacular morreo. Pero con un ágil movimiento, Clara buscaba sentir mi entrepierna con una de sus piernas, que se abría paso entre las mías hasta buscar mi zona más erógena.

Clara sin duda iba rápido. Miraba con cierta ternura mi cintura.

Inesperadamente, retiró la pierna y se me acercó para darme otro beso en la boca. Y en medio de esa maniobra, deslizó una mano descarada que frotó mi muslo izquierdo, para después meterse entre ambos muslos. Clara interrumpió el beso para concentrarse más en avanzar el deslizamiento del canto de su mano entre mis piernas, como si quisiera hacerse paso, cual rompehielos en el ártico. No tardó mucho en llegar a donde quería y me dio una amplia frotada que recorrió mi polla de arriba abajo. Ya se encontraba, como es natural, en rigidez, pero los toqueteos de esa chica caliente consiguieron que llegase a la erección plena en cuestión de segundos.

Ella estaba encantada como una niña con un juguete en sus manos, incluso ronroneaba. Me aparté de ella un poco diciéndole que era muy descarado hacer aquello en el parque, pero ella no quería prestarme mucha atención. Para devolverle parte de la consciencia que necesitaba en esa situación decidí divertirme yo también con su figura. En uno de esos momentos agarré el suéter de la chica y tiré de él, como si quisiera asomarse a su escote pero sin el como. Ella se reía e intentaba taparse, y este juego ocurrió en más de una ocasión. Me encantaba aquella tontería por lo mucho que tenía de erótico. Sin embargo, ella no quiso prolongar mucho ese momento en el que me fijaba en su escote, pues parecía estar mucho más interesada en darme placer que en recibirlo. No era nada egoísta la chica… De tal forma que se separó un poco de mí para que no siguiese toqueteándola y que ella pudiese hacerlo libremente. Su mano volvió a campar libre por mi pantalón y exploraba mi miembro sin dar explicaciones. Pero cuando intentaba responder a ello con caricias a su cintura o a sus senos, ella se apartaba ligeramente de mí.

El juego parecía divertirle terriblemente. Nos dimos algunos besos tórridos más, en los que dejé bien patente mi excitación y el deseo que sentía. Incluso confesé en viva voz que quería, que necesitaba follarla, y no sería la única vez que lo haría.

Separada de mí después del beso y de mis palabras, Clara comenzó a decir sin vergüenza:

  • Mmmm… pero que rica tu polla… qué rica tienes la polla.

Clara susurraba estas palabras cerca de mi rostro, mientras intentaba volver a cogerme el miembro con la mano que deslizaba por debajo de sus piernas, que tapaban la zona cercana a mi bulto. De nuevo encontró una posición cómoda y acercó su delicada mano a mi entrepierna, tocando sin vergüenza mi ya muy excitada polla. Su mano frotó ahora con mucha más fuerza mis vaqueros, y sus dedos agarraron mi sexo por la base, atrapando el tronco.

La muy guarra me estaba apretando el sexo con mucha pasión, estaba logrando que rápidamente se me pusiese lo más duro posible, hasta hacerme daño pegándose contra la hebilla del cinturón. Y apretando sus hábiles dedos, empezó a perpetrar un movimiento de agitación que ni yo mismo hubiera podido mejorar.

Clara me masturbaba, sí, con todas sus letras, me la estaba cascando en aquél banco. Intentaba ocultar sus acciones, pero cualquiera podría adivinarlo.

  • Qué rica tienes la polla… - repetía Clara mordiéndose un labio y mirándome fijamente a los ojos para observar mis expresiones.

Yo mismo sabía que mi cara era un semáforo cambiando a rojo. No simplemente por el sonrojo, sino por la llama que me estaba comiendo vivo, que me hacía tener unas ganas locas de poseer el cuerpo de esa chica que me masturbaba en el parque…

En un momento dado, mientras seguía meneándomela, Clara colocó su cabeza pegada a la mía y aprovechó para susurrarme al oído auténticos gemidos, como los que podría proferir en casa de estar siendo realmente penetrada por mí. Retumbaban en mi cabeza y me saturaban; ella sólo buscaba elevar aún más la percepción de mis sentidos…

Me estaba poniendo a mil, estaba perdiendo la capacidad de razonar, de conservar la compostura en medio del paseo a ratos transitado. Yo tenía ganas, como demostré, de abalanzarme sobre ella, comerle la boca y magrear sus pechos por debajo del jersey. Sin embargo, Clara se mostraba muy esquiva. Apartaba su rostro cuando iba a besarla y se echaba hacia atrás para no dejarme a mano sus pechos. De mientras, me seguía tocando y restregando la polla con gusto; a la vez su cara era bien patente del sufrimiento que suponía para mí no dejar que me restregase con su cuerpo en medio de aquél frenesí.

De repente, decidió dar una tregua a mi polla, y separó su mano de ella. También replegó un poco sus piernas y me preguntó:

  • ¿Cómo vas?

Pegué un resoplido grande por el alivio momentáneo de evitar que mi libido subiese más, aunque fuera una parada de unos pocos segundos.

Entre jadeos, le dije:

  • Pues si podemos considerar el momento como un todo, cuyo final ya conoces… Estaría por la mitad.

Sabía que Clara quería que yo me corriese ahí, no le importaba lo más mínimo la desagradable consecuencia de que manchase mi ropa, solo le interesaba mi orgasmo. En esos instantes yo volvía a intentar atacar el cuerpo tan cachondo que descansaba a mi lado, pero Clara se resistía a conciencia. Hubo varios momentos en los que ya no podía reprimir la expresión de mi cara, que era el vivo reflejo del deseo sexual en un hombre, incluso llegué a retorcerme hacia delante mientras ella me masturbaba. Yo lo pasaba mal, pero sabía bien que ella estaba deleitándose, que quería observar mi expresión más pura de deseo porque se moría de ganas de ver el resultado de sus provocaciones. Su mirada atenta, mientras sus manos intentaban alejarme de su cuerpo, era la de una investigadora que no detiene el experimento aún a riesgo de que se le vaya de las manos…

De repente se acercó a mi oído, y me susurró algo fascinante:

  • Llámame puta.

Eso me encendió mucho. Y lo hice. Desde ese momento, ella varias veces acabaría murmurando:

  • ¡Soy tu puta! – lo decía lentamente, como saboreando esas tres palabras, como si le llenasen de un gozo que sería difícil de explicar a sus personas más cercanas.

Insistiendo mucho desde una postura dominante, ella volvió a tomar las riendas de la situación. Plantó sus piernas cubriendo a mi pelvis y deslizó su mano por encima de mi paquete con total familiaridad para agarrar lo que a ella le interesaba. Inmediatamente volvió a frotar mi rabo enérgicamente mientras me contemplaba de forma muy calmada y atenta, mordiéndose ligeramente el labio inferior mientras intentaba casi ni pestañear. Yo volvía asentirme acosado y mis ojos se entrecerraban por el placer que me arrancaba en aquél lugar público, a la vista de varias personas que pasaban…

Durante aquellos momentos intenté zafarme y disuadir un poco a la ferviente masturbadora, o al menos intentar que me diese algún respiro, pues no quería que mi semen se catalizase demasiado rápido. Sin embargo, todos esos intentos quedaron en nada, pues ella siempre se escurría por debajo de mis excusas para agarrarme el miembro y seguir tocándolo.

Me estaba poniendo muy mal, hacía que mi cabeza estuviese casi al margen de cualquier asunto terrenal. Me concentraba en el deseo y en la posibilidad de realizar con ella algo mucho más profundo… La agitación física, pero también todo el poder sensual del momento me atosigaban y me sumían en un mundo de sexo tan denso del cual ni podía ni deseaba escapar. No daba crédito a aquella chica tan liberada y perversa que estaba dispuesta a llevar sus fantasías hasta el final, a riesgo de producirnos graves problemas a ambos.

Entre verdaderos quejidos de agonía por el placer inminente que estaba por llegar, le dije a Clara mirándola.

  • Estoy ya por los tres cuartos del recorrido… Por favor Clara, para, no quiero correrme aquí así…

Ella no tenía realmente intenciones de detenerse. Pero yo en ese momento tampoco, por lo que emprendí una batalla feroz contra sus pechos. Logré removerle el sujetador lo suficiente como para que sus pezones abandonasen la prenda íntima y pudiese acariciar mejor la piel de sus senos. Posteriormente, cuando nos levantásemos ella haría referencia a que le hacía daño cómo había le había dejado los pechos por fuera del suje y tendría que recolocárselos.

Ya desde fuera del suéter pude deleitarme con el tacto de sus generosas tetas, las cuales percibía nerviosas bajo la prenda. Su dueña cambió la expresión de su cara al experimentar cómo yo quería explorarla a ella también… Las formas redondas que adivinaba me gustaron tanto que le comenté a Clara que me parecía muy bien dotada, perfecta para cubrir mi deseo de forma muy satisfactoria. Mis manos amasaban su carne mamaria dura, lo cual me hacía volcarme cada vez más sobre mi instinto animal.

Me encantaba poder tocar a Clara después de que ella se aprovechara a pierna suelta de mi anatomía. Eso por un momento hizo que mi sexo se relajara un poco de las acometidas nerviosas de la chica que buscaba excitarme, pero también hizo que mi excitación aumentase por el simple hecho de tocar aquél cuerpo escultural. También me atreví a deslizar mis manos por debajo del pantalón y de las braguitas de esa ardiente mujer y le toqué con descaro las nalgas, las cuales también me parecieron excelentes.

No me dio mucha tregua, pues al de poco rato Clara intentaba de nuevo sujetarme para que me quedase formal mientras me acariciaba el rabo de forma maliciosa. Sin embargo, la situación había conducido a una situación tan insostenible que nuestro deseo necesitaba ser consumido cuando antes y al de poco tiempo acabaríamos levantándonos.

Clara propuso buscar un baño y añadió que los del centro comercial cercano podrían ser una buena idea. Loco por moverme de allí para finalizar nuestro acto, me levanté a la vez que ella y recorrimos el paseo. Antes de abandonarlo, arrastré a la chica contra una pared, donde me dediqué a besarla con fruición y, más importantemente, a clavarle mi miembro erecto directamente en su entrepierna, incluso pegándome a ella sensualmente, simulando un coito. Clara respondió con unas respiraciones profundas y unos ligeros gemidos, mientras yo imaginaba que en su mente se rodaba una película poco apta para todos los públicos.

Tras despegarme de ella para proseguir el viaje, me detuve en una fuente para beber algo de agua, ya que mi boca estaba reseca por tanta excitación sostenida. Acto seguido volví a besar a Clara y caminamos casi solapando nuestros pasos en dirección a la ciudad.

Entramos en un bar donde había bastantes personas y no teníamos un sitio con una mínima privacidad, por lo que lo abandonamos. El centro comercial seguía siendo la mejor opción, pese a mi resistencia porque sabía que solía estar muy frecuentado por niños.

Tuvimos que cruzar un paso de cebra que llevaba a una especie de rotonda peatonal. Bastante fuera de mí por el episodio del banco quise que ella me volviese a tocar como lo había hecho antes. Ella se mostraba reservada ahora, probablemente por el hecho de estar rodeados de conductores que rodeaban la glorieta. Con bastante temeridad por mi parte, le agarré de la mano y la conduje a tocar mi sexo por encima del pantalón, haciendo que ella notase mi bulto. Ella se alejó de mí adelantándose y recogiendo la mano que le había robado, con un cierto gesto de timidez que hasta ahora no había asomado, mientras la gabardina rosa ondeaba al viento. Esa imagen, sin saber por qué, se quedó grabada en mi retina.

Esperamos un semáforo, donde aproveché para fundirme de nuevo en su boca, y nos dirigimos al sitio planeado por ella.

Entramos al centro comercial en búsqueda de un lugar propicio. A mi juicio, sería mejor ir a la planta superior, por lo que tomamos las escaleras mecánicas. Andábamos juntos, intentando sentir el calor de nuestros cuerpos a través de las telas…

Llegamos al final del pasillo, donde la entrada a los baños parecía bastante vacía. Una mirada que nos dirigimos entre nosotros bastó para hacer que nos entendiésemos.

Rápidamente nos colamos en los baños masculinos. Clara recorrió todos los inodoros cerrados ellos hasta finalmente decidirse por el penúltimo de ellos. Dentro nos cerramos y colgamos los abrigos, dejando los bolsos de Clara en el suelo con alguna prenda más encima. Cerramos el váter. Las paredes rojas del cuartito del inodoro reflejaban a la perfección el color de nuestra pasión interna…

La pasión dio rienda suelta al fundirnos en un nuevo beso tórrido en el cual derrochamos saliva como si no hubiera mañana. Me pegué al cuerpo de mi deliciosa amante subida en tacones, los cuales adiviné que deberían verse por debajo de la puerta y llamarían la atención de algún voyeur . No tardé mucho en abrirme los botones de mi camisa, separando las partes inferiores para dejar más al descubierto mi pantalón, acosado por mi terrible bulto, el cual había intentado a duras penas relajarse durante el trayecto, pero que no podía olvidar las caricias de ensueño de Clara. Y de nuevo, Clara pasaba la palma de su mano por él, frotando el sexo como si quisiera sacarle brillo con el roce.

Sabía lo que Clara buscaba, pero antes de que pudiese acceder plenamente a él, decidí lanzarme con arrojo a explorar el cuerpo de esa cachonda mujer que suspiraba delante de mí. Pasando una vez más mis manos por encima de sus montañitas, agarré el suéter por los lados y comencé a subirlo lentamente, con intención de pasarlo por encima de su cuello. Durante esta delicada operación, Clara me negaba con la cabeza y con un pequeño gesto en la boca, pidiéndome que no lo hiciera; aunque para nada respondía aquello a la verdad de sus deseos, pues nada hizo para impedirme que la prenda saliese despedida por su cuello y brazos. Clara lucía un sujetador precioso con tonos rojos, acerca del cual le comenté, por debajo de una camiseta de tirantes muy fina. Amasé sus pechos con mis dedos, colándome entre la tela del sujetador para tocarlos piel contra piel. Estaba completamente fascinado de lo bien dotada que estaba esa chica complaciente. No tardé en acometer rápidamente lo que mi cuerpo me pedía: extraer los senos de Clara para observarlos de una vez por todas.

La tetas de Clara rebasaron el sujetador, al cual hice dar de sí para dejarlas desnudas a mi disposición. Su tamaño me pareció perfecto y muy conveniente, pero especialmente me llamaron la atención sus pezones: tenían una pinta formidable pues eran prominentes, como a mí me gustan, y estaban rodeados de una carnosa areola que les hacía parecer aún más grandes. Me encantó esa visión, y más aún el tacto de esos pechos de diosa entre mis manos. Los comprimía a mi antojo bajo la atenta mirada de su sueña, que mostraba estar orgullosa de ofrecerme sus dos masas de carne. No tardó en entrar en escalofríos al sentir cómo masajeaba sus zonas erógenas, con especial detenimiento mientras pellizcaba sus pezones entre mis dedos como si amasase plastilina. La mirada atenta de Clara, con sus ojos eléctricos sobre mí, era de un orgullo supino, como si le encantase poder compartir conmigo mis atributos, como si yo debiera sentirme extremadamente privilegiado de tocar los secretos de su cuerpo. Y no me importaba lo más mínimo el aire de donaire que percibía pues en verdad era un placer prohibido estar disfrutando de los pechos esculturales de esa doncella del pecado.

Bajando un poco, me llevé uno de esos apetitosos pezones a la boca. Besándolo con cariño con mis labios para a continuación succionarlo con ahínco, como si quisiera extraer la leche de aquella mujer, mientras emulaba con mi otra mano los movimientos de mi boca en el pezón que había quedado libre. Comenzó un movimiento de estruje que buscaba exprimir las glándulas de la joven. Clara se estremeció y no dejaba de mirarme con pasión, con el deseo de que le llevase hasta lo más alto. Se estaba volviendo loca, no lograba concentrarse… Yo, sin embargo, cada vez me concentraba más en chupar para poder aspirar la savia femenina que residía en aquél cuerpo y que ya empezaba a movilizar extendiendo calambrazos por el cuerpo de mi concubina…

Clara, imbuida por el deseo latiente bajo su epidermis, se sorprendió con mi siguiente paso, el cual consistió en desabrochar mi cinturón de una forma muy lenta y sensual. Clara no tardó en abalanzarse sobre mi cintura, casi sin dejar que yo desabrochase mi pantalón. Cuando sólo me quedaba el bóxer negro, fue ella quien de forma atrevida me lo bajó sin pedir permiso. Sentí como la polla flotaba libremente en el aire, lejos de la opresión de las ropas que no hacían sino alejarme de la fuente de placer que me vigilaba atentamente.

La chica observó el instrumento atentamente, como quien mira encantado las maravillosas propiedades de algún nuevo instrumento tecnológico que acaba de comprar. Mi polla ya estaba erecta, y ella dibujó un suave movimiento de caricia alrededor de ella, desde el capullo hasta acabar sopesando el peso de mis testículos con ambas manos. Sus rodillas estaban pegadas al suelo, en esa postura de total sumisión ante mí, pero a la vez cobrando ese protagonismo tan excitante de la fémina que ha decidido tomar las riendas de la situación. Me ponía tanto su coraje…

Como me excitaba más quedarme desnudo delante de esa mujer de deseo ardiente, me quité también la camisa. Desde mi visión, venía el cuerpo desnudo de esa diosa arrodillada y dedicada a mi miembro. No tardó en acercarse a él poniendo en marcha su sentido del gusto. Su lengua salió ansiosa a juntarse con la piel de mi glande, y la visión de esa unión casi me deja deslumbrado de la súbita explosión de erotismo que conllevaba. Su lengua se impregnó de las gotas de líquido preseminal que llevaba ya un rato emanando. Mientras dejaba que su lengua siguiese paseándose, disfrutando del paseo que llevaba a la base de mi miembro, esa hembra caliente me miraba con sus preciosos ojos azules y me hacía desearla tanto… La lengua llegó incluso a dejar una capa de saliva en mis huevos, hasta ahí abajo se atrevía a bajar. No parecía haber ningún tabú para esa mujer desatada.

Al de pocos segundos abrió su boquita y dejó que la polla se deslizase en su interior. Centímetro a centímetro, se la fue metiendo hasta llegar más o menos a la mitad. Agobiado por mi sangre cachonda, le susurré:

  • Mmmm, ¿te entra toda, cielo?

Y efectivamente, ella se fue comiendo más carne hasta que prácticamente mi órgano erecto desapareció y tuve aquella cabecita pegada a mi pelvis, mientras sentía con mi glande golpear la garganta de aquella esclava sumisa. Sentía su lengua bailar pegada a mi piel, sus labios cortarme la circulación y la calidez de su espacio bucal creando la atmósfera más confortable con la que mi sexo pudiese soñar.

Yo no creía poder por más tiempo soportar aquella visión tan excitante, me daban ganas de correrme de la misma dentro de esa boca de zorrita que me la estaba comiendo. Pero la zorra lo hacía estupendamente, daban ganas de no tener ninguna prisa y de disfrutar de cada uno de sus lametones a mi miembro.

La comida, alternada con ratos en los cuales lamía mi sexo como un caramelo, se prolongó durante un tiempo incalculable para mi cabeza sumida en el deseo… Sensaciones como calambres emanaban de mi polla hacia dentro, elevando mi cuerpo peligrosamente rápido hasta el orgasmo. Pensaba no sólo en Clara chupando mi carne, sino también lamiendo y tragando mi sabor, con su olfato embotado por el olor de mi polla caliente.

Me senté en la taza, momento en el que mi miembro quedó fuera de la boca de ella. Aprovechó para lanzarme una pregunta maliciosa:

  • ¿Dime, cómo te tocas cuando piensas en mí?

Sentado, un poco hundido sobre la taza, agarré mi polla con la mano y empecé un masaje, el típico que acostumbraba a hacer en soledad. Clara miró el movimiento con atención, con inusitado deseo al conocer cómo me tocaba cuando estaba al otro lado de la pantalla leyéndola.

  • Así que eso haces, mmmm…

  • Sí, me pones tanto… - le susurro.

Clara vuelve a tomar el control, separando mis muslos con sus manos y dedicándose a comer polla. Da unos buenos lengüetazos que rodean el glande y se paran especialmente en el agujero, como si sorbiese delicadamente el líquido preseminal que no he podido evitar soltar. Después empieza a profundizar la mamada, metiéndose mi polla todo lo que puede… Desde esa posición parece una perfecta comensal sentada en la mesa que es mi pelvis y devorando un delicioso trozo de carne… Decidí portarme mal en ese momento. Le agarré de la cara, separándola de mi polla de tal forma que ella no pudiese llegar a contactar con ella de otra forma que no fuese lamiéndola ligeramente. Ella forcejeaba inútilmente porque no conseguía soltarse, y yo disfrutaba de la agonía que le hacía pasar, de avivar su hambre imponiéndole una restricción temporal a mi fuente de placer…

Finalmente le dejé hacer, pues ambos lo deseamos, pero de ese modo había cumplido con una de las pequeñas fantasías que le había manifestado en anteriores ocasiones. Obediente, imparable, ese pedazo de zorra se lanzó a comer lo que tanto deseaba con gran ahínco y sin pudor ninguno.

Mmmm… Clara me llevaba al otro mundo en cuestión de segundos. No tardé en levantarme y en hacer que se arrodillase de nuevo, teniéndola de nuevo a mis pies.

La experta joven del sexo decidió cambiar una maniobra y usar su mano enérgica para agitar mi polla (que ya casi parecía totalmente de su propiedad). Extendió sus suaves dedos alrededor del tronco de mi sexo, atrapándolo, y sin darme un segundo a reaccionar, comenzó un movimiento de agitación portentoso en el que arrastraba mi prepucio como si quisiera rasgarlo.

Clara me hizo daño varias veces, agitaba mi polla con una fuerza inusitada. No era suya, parecía como si quisiera arrancármela, quería romperme el prepucio. Me la meneaba sin pudor, y de vez en cuando paseaba su lengua por el glande y hasta la base del prepucio, de una forma lenta y criminal… para volver a machacarla con fuerza con su mano.

En un dedo tenía un anillo grueso que se me estaba clavando en la piel de mi verga de lo fuerte que apretaba esa chica. El movimiento que a ratos se convertía en doloroso se alternaba con caricias suaves a lo largo de la piel del tronco para arremeter haciéndome la más violenta de las pajas jamás perpetrada a mi rabo.

Cuando la insaciable depredadora quiso volver a tragarse mi trozo de carne, quise poner en práctica otra perversión con ella. Sin esperar a que se introdujese ella misma el rabo en su boca, fui yo quien agarrándola por las sienes la obligué a ello. Cuando ella encontró una postura más o menos cómoda comencé a dirigirla a placer a favor y en contra de mi enrojecida polla. Ella entraba y salía a un ritmo contante marcado por mis movimientos, parecía ser una simple muñeca en mis manos, dejándose manejar a mi antojo, mientras el deseo se acumulaba más y más en mi sexo y me hacía empezar a perder el control… Clara se dejaba hacer de todo, y allí estaba yo follándole la cabeza a placer, y la muy puta se prestaba a ello sin quejarse, incluso mirándome con esa cara de mimosa como diciendo “estoy encantada de hacerte sentir a gusto…”.

Después de ese intento de follarle la boca, saqué mi herramienta muy mojada. Chorreaba saliva de aquella hembra desatada que tanto placer me estaba dando. Clara seguía lamiendo la polla con deseo, pero yo decidí divertirme con otra parte de su cuerpo que me llamaba mucho la atención.

Le indiqué que se levantase un poco, aunque sin cambiar su postura. Cuando sus turgentes pechos estuvieron a la altura de mi cintura, le acerqué mi sexo hasta plantarlo entre sus dos montículos. Ella comprendió al momento de qué se trataba, y me miró con una cara incrédula a la par que divertida. Sus propias manos comprimieron sus tetas, aplastando su masa muscular contra mi duro miembro, a la vez que iniciaba un masaje lento. Mi impaciencia hizo que empezaba a mover mi cuerpo de arriba abajo, de tal forma que mi polla se restregase contra el sensual canalillo de Clara. La lujuriosa mujer que tenía a mis pies respondía a mis movimientos con una suerte de ímpetu poco acompasado, que me excitaba mucho pero que no duró mucho tiempo por mi parte y decidí cambiar de postura, dada la evidente incomodidad que supondría para ella que yo terminase vertiendo mi líquido en sus pechos… La imagen me impactó por unos segundos, pero decidí poner mi sexo de nuevo a disposición de la boca de mi amante.

Volví a encajarle la polla en la boca, pero el olor de mi polla quedó pegado a la piel de los pechos y al sujetador de la joven, el cual tocaba con la base de mi miembro. Con las tetas al aire, y sin dejar de mirarme, Clara tragaba mi sexo con total naturalidad y deleite, lo cual se reflejaba en sus ojos golosos.

Esa imagen me ponía muchísimo, pero quise hacerla aún más mía, sentir el poder que ejercía sobre esa chica tan guarra. Agarré la cabeza de Clara con ambas manos y la sostuve, para de esa forma penetrar la boca a mi gusto. Clara se dejó hacer, e incluso acompaño al ritmo que yo le marcaba tragando y sacándose mi polla. El movimiento comenzó lento pero fue ganando en intensidad… Clara se deslizaba de una forma imparable, y yo ya sentía que aquel podía ser un momento sin marcha atrás.

La conmovedora succión de Clara a mi sexo estaba ocasionado que yo perdiese mis facultades para predecir con exactitud cuándo iba a correrme, es cómo si ella hubiese distorsionado por completo mi capacidad de medir mis propias sensaciones. Pero seguía a un ritmo imparable, aunque acelerarle notablemente, y yo empezaba ya a tambalearme y a sudar sin freno, haciendo verdaderos esfuerzos para contener mis jadeos mientras dirigía algunas palabras que a ella le gustaba oír, tales como: “¡no pares, puta!”. O “¡Sí, chupa más, guarra!”. Ella respondía de forma muda a las aseveraciones, siendo su única respuesta una mirada de auténtica bajeza y una succión más prolongada tras mi breve discurso.

Y mientras Clara cubría con el calor de su acogedora boca el extensor de mi miembro y jugaba a meter y a sacárselo con bravura, llegó un momento en el que noté como todo se disparaba en mi cuerpo. Mi pene me avisó con un gran ardor de que los fluidos sexuales recién fabricados en los testículos comenzaban a ir a en búsqueda de esa fértil hembra que pedía su recompensa… Sentía como ese calor que me insensibilizaba los hinchados huevos se extendía por el miembro, y le avisé a mi compañera de que estaba a punto de llegar, pidiéndole por favor que no se detuviese.

  • ¡Mmmmm! Clara, yo… Clara no pares, yo voy a acabar…. – dije con un timbre modulado que buscaba transmitir mi situación a la zorrita a la vez que intentaba que nadie más en ese baño de hombres se enterase.

La sangre se me empezó a acelerar, el cerebro me palpitaba al sentir los calambres que me salían de la entrepierna y recorrían todos los nervios de mi cuerpo, el calor era ya insoportable. Mientras Clara seguía succionando como una posesa, especialmente desde mi revelación de que mi final era inminente, yo experimenté como dejaba de tener constancia de lo que ocurría en mi miembro al borde del colapso, de cómo hacía esfuerzos imposibles por contener mis jadeos y de cómo mi órgano parecía condenado a acabar su viaje en la boquita de mi amante…

No transcurrieron muchos segundos hasta que llegó el final. Seguía avisando a Clara de lo que iba a ocurrir y ya no pude más.

  • ¡¡¡Ayyyy, mmmmm!!! Clara, ya… ¡¡ya estoy!!

Dejé escapar un gemido entre mis dientes mientras mi cuerpo se retorcía. Empujaba mi miembro hasta el fondo de la garganta de la hembra sedienta, y las sensaciones que me hacían delirar y me estrujaban el miembro indicaron de forma inequívoca que tenía la leche llegando a la punta de mi polla.

Y comencé a notar cómo un caudal tremendo salía despedido con fuerza de mi glande y terminaba en la cavidad bucal de Clara, la cual no se había sacado ni un centímetro del sexo que guardaba en su boca. De esa forma, innumerables chorros de esperma que sentía salir con fuerza de mi sexo impactaron contra el paladar de la chica, la cual cerró los ojos al recibir mis chorros.

Soy consciente de que la corrida duró un buen rato, durante el cual Clara intentó luchar contra la oleada de semen como pudo, intentando tragarlo y haciendo visibles esfuerzos de ello en su cara. Pero la pobre no se habría imaginado semejante potencia y cantidad, de hecho, mientras seguía descargando mi semilla de macho, Clara tuvo que dejar que un poco escapase por la comisura de sus labios, para darle lugar a respirar… Mis ojos grabaron cada momento de mi orgasmo en la boca de Clara, cada una de sus deliciosas reacciones al verse acosada por mi corrida: la garganta contrayéndose para tragar mi hombría, los labios prietos contra el tronco de mi miembro, los ojos que se entrecerraban al sentir mi esperma bailar con violencia dentro de su boca… Especialmente era su mirada el mejor reflejo de cómo su libido se hizo cargo de la explosión de mi orgasmo.

En cuanto a mí, el final de mi orgasmo me dejó sudoroso e incluso débil, tuve que apoyarme en la pared mientras intentaba normalizar mi respiración. Retiré mi contenta polla de la boca de esa zorra y le cogí la barbilla con una mano, levantando su cara hacia mí. Le obligué a abrir la boca y a enseñarme su contenido. La lengua y los dientes aparecían recubiertos con una película de saliva más blanquecina de lo habitual, como resultado de la interacción con la leche  tibia que Clara había consumido, una imagen que me excitó de sobremanera. Sus ojos claros me vigilaban con una intensidad pasmosa, traduciendo su deseo a los míos.

Clara pasó la lengua por sus labios y tragó los restos de semen que le quedaban. Se enderezó hasta ponerse de pie. Con mi mano la acerqué a mi cuerpo, la hice reclinarse encima de mí y plantarme un beso cálido en mis labios, que terminó en un tórrido intercambio de lenguas. Noté el sabor de mi propio esperma en la boca de Clara, y así se lo comenté a ella. Me hizo burla diciendo que no estaba de más que me probase a mí mismo, y yo le sugerí que también ella debería probar sus flujos por mediación mía…

Después de algunos besos cálidos y palabras amables a su oído – en especial para volver a destacar lo sobresaliente de su anatomía - volví a amasar sus deliciosos pechos con mis manos, que seguían ansiosos encendiendo el deseo en ella. También volví a dirigir mi boca a uno de sus pezones mientras le miraba directamente a los ojos, que en ese momento empezaban a brillar de una forma especial. Era una sensación inolvidable el rodear la piel del pezón y de la areola con la punta de mi lengua, para a continuación dar algunos mordiscos, los cuales había pedido su dueña. Sin poderlo evitar, mis manos recorrieron la cintura de ella y se colaron por debajo de las braguitas, por la parte posterior y amasé a voluntad las tersas nalgas que tanto estimulaban mi fuego interno. Clara emitió algunos gemidos que me empujaban a querer corresponder al máximo su deseo, sabía que estaba visiblemente excitada y probablemente tendría bien mojada su ropa interior…

Intenté abrirle el pantalón y bajárselo para llegar a su húmedo coñito, el cual me moría de probar con mis dedos y con mi lengua, pero Clara parecía oponerse enérgicamente. Yo continué con más intentos, pensando que se trataba de una oposición juguetona por su parte, que se intentaba comportar como una mujer decente en la vorágine de la indecencia… Incluso la hice sentarse encima de la tapa del inodoro para tener un más fácil acceso a su entrepierna. Al forcejear con ella conseguí desatarle el broche metálico del pantalón y tiré con fuerza de su cremallera para tener acceso directo a su tesoro, pero Clara comenzó a ponerse más seria respecto a no dejarme acceder a su intimidad. El cuadro era un poco extraño, porque en su cara tenía rasgos visibles de excitación y sus pechos por encima del sujetador mostraban unos pezones bien erectos mientras insistía en que no quería desnudarse completamente.

Inseguro de cómo debía comportarme al final cedí, y Clara se agachó para coger el resto de su vestimenta mientras se arreglaba un poco. Aproveché para morderle sensualmente una oreja y darle algún beso en la mejilla, mientras yo también me arreglaba para salir de aquél baño. Lo complicado sería escapar, pues por lo que habíamos presenciado constantemente había gente dentro del baño de hombres, y más preocupantemente aún, algunos niños. Sin embargo, era mejor escapar cuanto antes, por lo que abrí la puerta recomendándole que se quedase detrás de la misma. Tras echar una ojeada y no ver a nadie le urgí a salir de allí. Sus tacones resonaban en los azulejos mientras andaba a buen ritmo. Me fijé en que había un viejo lavándose las manos, algo que no había podido ver pues le tapaba una esquina, pero era mejor que nos viese una persona a que nos viese un tropel más tarde, así que salimos con una cara lo más seria que nos salió mientras conteníamos la risa.

Clara fue por fin al baño que le correspondía. Esperándola, un buen grupo de niños rodearon los baños y empezaron a corretear, lo que me dio a pensar que nos habíamos librado de dar una imagen esperpéntica delante de ellos. Tras aparecer por la esquina que lleva al baño de mujeres, Clara me agarró del brazo y juntos abandonamos el lugar donde ella merendó mi semilla…