ROMA - Esclavitud, inocencia y cena I

Cuatro jóvenes, Imilce de Hispania, Nazli de Siria, Enya de Galia y Zoe de Grecia, han sido arrancadas de sus familias y vendidas como esclavas a un rico y prominente romano, quien organiza una suntuosa reunión con sus amigos, en la que piensa utilizarlas como el sello de oro para su velada. Parte I

CAPITULO I

Al llegar a casa, el Porcio pidió a sus sirvientes que preparan todo para la reunión que había organizado esa noche. Él y sus amigos, como de costumbre, se reunirían a charlar sobre política, religión y sus aventuras de antaño, presumiendo también, sus riquezas y posesiones.

Los invitados fueron llegando uno a uno, siendo recibidos por los esclavos, quienes anunciaban su nombre y les ofrecían agua para lavarse las manos, secándose estos en sus cabellos

-¡Porcio! Amigo mío, que gusto estar aquí de nuevo, ¿Qué tendrás preparado para nosotros con tu ya legendaria hospitalidad?- preguntaba uno

-¿Bailarinas y música?, ¿una lucha de gladiadores en el patio?- comentaba otro

-Animales exóticos, ¿dos esclavos follando sobre la mesa?- añadía el ultimo

-¡Tito, Junio, Bruto!, amigos míos, esta noche les tengo preparado algo especial, pero pasen, tomen asiento, empecemos con la comida- les contestaba Porcio entre risas.

Tras tomar asiento en las suntuosa mesa, Junio comenzó a sentir como, bajo la mesa, un par de manos separaba sus muslos, se abría paso entre su vestimenta y, tras tomar su miembro, comenzaban a succionarlo suavemente.

-Por Venus, ¿quién esta…

Porcio, quien había preparado todo, reía a voz en cuello, mientras miraba las caras de sus amigos, totalmente anonadados al recibir el mismo servicio entre sus piernas.

-Ohhh... Porcio, ohhh querido Porcio, ¡siempre te superas viejo amigo!

-¡Son mi nueva adquisición!, esclavas traídas de Hispania, Grecia, Siria y Galia, algo jóvenes sí, pero de esa forma caben perfectamente bajo la mesa. ¡Bien, que sirvan la cena!

Y mientras los esclavos servían sobre la mesa uno tras otro manjares exquisitos, las esclavas bajo ella continuaban la nada envidiable labor de succionar el pene de los invitados.

A Tito, siendo un exitoso abogado, obeso debido a la buena vida que se daba, le correspondió la esclava hispana, Imilce, una joven de piel canela, ojos marrón, labios finos y cuerpo delgado cuya lengua no daba descanso a su gordo y palpitante glande, haciéndolo estremecer cada vez que lo acariciaba con ella. Imilce era hija de un líder hispano cuya resistencia a la dominación romana termino en desgracia, siendo su padre y hermanos muertos en batalla, y su madre y hermanas vendidas como esclavas, destrozando sus sueños de vivir como una princesa de palacio para convertirse en una esclava a los pies de un hombre gordo y sudoroso.

Junio, el más joven y apuesto de los cuatro, era un escultor brillante, pero torpe con las mujeres, al menos las mujeres romanas, pues acostumbraba descargar su libido en las esclavas, así, mientras comía y reía, su largo y rosado miembro era succionado por una joven gala de cabello rojizo, ojos verdes y labios carnosos, Enya, proveniente de la Galia en donde ella y su familia se dedicaban a la dura y extenuante labor de labrar el campo, gracias a ello su cuerpo, aun no estando del todo desarrollado, tenía una agradable figura y ya daba signos de que sería una excelente criadora, con pechos y caderas ya más que apetecibles; sin embargo, pese a sentirse aliviada de no estar en el lugar de sus compañeras, Enya guardaba dentro de sí un profundo rencor, pues su familia entera había sido vendida como esclava por los romanos cuando su padre se negó a entregar la cosecha a los legionarios que se dirigían a luchar en Germania, de modo que, de vez en cuando, daba pequeños mordiscos al falo de Junio esperando molestarlo, pero muy al contrario, provocaba en él una excitación tremenda al mezclar el dolor de la pequeña mordida con el placer de sus labios y lengua.

Por otro lado, Bruto era un legionario retirado que se había enfrentado a los galos, hispanos y germanos en incontables ocasiones, su cuerpo, lleno de cicatrices, continuaba mostrando la fortaleza de un legionario pese a llevar casi diez años retirado, si bien, las cicatrices más profundas estaban en su cabeza, pues odiaba con todo su ser a los “barbaros”, ensañándose con ellos cada vez que podía, por ello, cada cierto tiempo rodeaba con su pierna la cabeza de la joven siria que tenía bajo la mesa, Nazli, apretándola contra su pubis hasta que la nariz de esta llegaba a su vello púbico, hundiéndole el miembro en la boca hasta rozar su garganta para luego soltarla de súbito, repitiendo la acción poco después. Nazli era una joven proveniente de Antioquia de Siria, de piel suave y aceitunada, ojos color miel, un cuerpo delgado y frágil, cuyo padre, un comerciante prominente, había incurrido en deudas tan grandes con el imperio que lo perdió todo, incluyéndola a ella, terminando así su vida de lujos y viéndose obligada a soportar su nueva realidad, de rodillas ante Bruto, cuyo pene rozaba su úvula, obligándola a resistir las arcadas y buscar aire cada que este le daba un descanso a su garganta.

Por ultimo estaba Porcio, el más viejo y acaudalado de los cuatro, dueño de las más fructíferas viñas de la región, cuyo flácido miembro era degustado por una joven griega de hermoso rostro, ojos color miel y agradable figura, Zoé, cuyo cabello castaño y trenzado estaba lleno de restos de comida que caían de la boca de Porcio cada vez que este soltaba una carcajada. Zoé era una joven lacedemonia que, como todas las niñas de Esparta, había sido entrenada para ser fuerte, atlética e independiente, sin embargo su infancia había sido interrumpida cuando, tras una discusión, su madre golpeo a un legionario romano que intentaba tocarla, siendo fustigada públicamente y Zoé vendida como esclava para compensar el honor del legionario, así, de un día a otro, la joven se había visto obligada a ir en contra de todo lo que le habían enseñado, siendo sometido a la lujuriosa voluntad de su amo.

Así, con el pasar del tiempo, la charla era ocasionalmente interrumpida por las arcadas de Nazli al sentir como Bruto empujaba su miembro al fondo de su garganta, por el sonido de succión de Zoé al introducir el flácido pene de Porcio en su boca, por los quejidos de Junio al recibir los mordiscos de Enya o por el sonido que provocaba Imilce al sorber la saliva y el fluido preseminal de Tito, provocando risas y chistes entre los cuatro amigos.

-Eh, Porcio, ¡esta esclava Gala es una fiera!- comentaba Junio- no ha parado de mordisquearme desde que llegue.

-¡Es una insolente!, debiste decirme apenas empezó, la hare azotar hasta…

-No, no amigo, todo lo contrario, quizá te parezca un loco, pero esa extraña mezcla de dolor y placer que me producen sus mordiscos ¡me enciende la sangre!- le interrumpió Junio.

-¡Ja!, tu sí que eres raro ¿eh Junio?- comento Bruto.

-Bueno, digamos que juzgar rarezas no es lo tuyo amigo- añadió dijo Tito.

-¿Por qué lo dices?- respondió Bruto.

-Pues, he notado que disfrutas haciendo sufrir a los esclavos, para ejemplo esa pobre chica que tienes entre las piernas y que a duras penas sigue consiente.- continuo Tito.

-¡Ahhhh!, pero si son solo esclavos amigo mío, seres inferiores que perdieron su valor al no prevalecer ante nuestras invencibles legiones, no les queda más que servirnos como nos plazca, es nuestro derecho, y yo me divierto dejándoselos bien claro- añadió Bruto.

Bajo la mesa, las pobres chicas continuaban su labor con los mentones escurriendo saliva y viscoso fluido preseminal, produciendo un incesante sonido de succión que resonaba en toda la sala, misma que había quedado en silencio tras quedarse los cuatro amigos satisfechos con la vasta cena y agotados todos los temas de conversación, hasta que Tito dijo:

-Bien, querido Porcio, esta ha sido la más grande y placentera cena que has tenido la benevolencia de compartir con nosotros, pero creo que es hora de retirarme, ya es tarde y debo…

-¡Alto ahí!, jajaja, amigo, no te iras sin dar a la esclava de tu anfitrión su recompensa ¿no?- le interrumpió Junio.

-Junio tiene razón Tito, creo que mis esclavas se lo han ganado, no han dejado de mover la lengua y los labios desde que llegaron, ten un poco de consideración por ellas.- añadió Porcio con algo de rencor en su voz

-¡Pero por supuesto que no amigo mío!, no sería capaz de ofenderte de tal forma, aunque me gustaría ver el rostro de quien me ofrece tan agradable servicio.- contesto Tito.

Con la mano Porcio hizo una seña e inmediatamente dos fornidos esclavos aparecieron para limpiar la mesa, procediendo a levantarla después, exponiendo a las cuatro jóvenes bajo ella, quienes sorprendidas dejaron de chupar a los invitados.

Durante aquel momento, los cuatro amigos pudieron apreciar mejor la belleza de las jóvenes que tenían ante sus pies, belleza que se veía acrecentada por la ropa que vestían, misma que dejaba apreciar sus muslos, hombros y abdomen de suave piel. Aunado a esto, les provocaba una enorme excitación verlas allí, indefensas, agotadas y sometidas, con viscoso fluido preseminal mezclado con saliva escurriendo desde sus mentones hacia su pecho, dejando marcas de humedad en sus vestidos y formando pequeños charcos en el piso.

-Bien, ¡comencemos!- exclamo Porcio.

Imilce observaba con un profundo asco como resbalaba el sudor de la obesa y sudorosa carne de Tito, escurriéndole de la frente y cayendo sobre su propio rostro, mientras, ante a ella, sus voluminosos genitales bañados en saliva y fluidos aguardaban a que reanudara su tarea.

Imilce pensó en huir, levantarse y salir corriendo, anhelaba su antigua vida y al amor que había dejado en Hispania, un joven guerrero, apuesto y varonil, que contrastaba completamente con el adefesio deforme que tenía frente a ella en aquel momento, soñaba con… con nada más, ya que entonces sintió las regordetas manos de Tito rodear su cabeza y dirigirla hacia su zona genital de nuevo; Imilce cerró los ojos y comenzó a llorar en silencio, entonces sintió el voluminoso glande de Tito sobre sus labios, pero no abrió la boca, Tito siguió empujándolo contra sus labios pero ella no abría la boca, entonces el romano movió su rostro hacia arriba, la joven abrió los ojos y le dirigió una mirada suplicante, Tito le acaricio el rostro tiernamente y le seco las lágrimas en un extraño gesto paternal, recorriéndole la mejilla con el revés de una de sus regordetas manos, entonces tomo su pene con la otra y lo restregó suavemente contra sus labios, Imilce cerró los ojos de nuevo y lloro, había entendido que no tenía escapatoria y que su vida anterior no volvería, de modo que, resignada, abrió la boca lentamente, Tito, sin dejar de acariciarla con una mano, comenzó a introducirle su voluminoso miembro en la boca mientras ella, aceptando su destino, lo lamia y succionaba suavemente.

Nazli miraba al suelo consternada, su madre le había enseñado que hacer el amor era algo supremo e inolvidable, único y especial, razón por la cual ella no había aceptado desposar a ninguno de los incontables pretendientes que habían intentado cortejarla, esperando encontrar al indicado algún día, pero ahora estaba allí, semidesnuda, de rodillas ante un hombre o animal que, haciendo total justicia a su nombre “Bruto”, la asfixiaba con su pestilente y grueso miembro.

Mientras tanto, la visión de una joven tan linda, indefensa, débil y sometida, excitaba profundamente a Bruto, quien tras contemplarla un momento, le hizo una seña con la mano para que se acercara a continuar con su labor. Nazli se arrastró hacia él y estando a punto de chuparlo de nuevo fue detenida por Bruto.

-Espera…- Le dijo, mientras tomaba su falo y lo apuntaba hacia arriba, exponiendo sus testículos- limpia mis bolas, las dejaste hechas un desastre.

Ante sus ojos, Nazli veía un par de voluminosos testículos reposados en un charco de fluidos viscosos que se habían acumulado desde el inicio de la reunión. Sin poder hacer otra cosa que obedecer, Nazli acerco su rostro a la entrepierna de Bruto e hizo una mueca de asco ante el fuerte olor a hombre que emanaba de sus genitales, acto seguido, la joven comenzó a lamer sus testículos suavemente con la lengua, recorriéndolos de abajo hacia arriba.

-Ahora chupa la punta- le exigió Bruto

La joven se detuvo un momento para contemplar el enorme glande rosado y húmedo que tenía enfrente. Era la primera vez que veía un pene y, si bien lo había succionado durante toda la noche, al estar bajo la mesa no había reparado en lo grande que era, en su forma, textura o en su tamaño, pero ahora, descubierto e iluminado, justo frente a su rostro, podía observarlo con total detalle… un trozo de carne dura lleno de venas palpitantes, bajo el cual colgaban un par de bolas flácidas, peludas y arrugadas, rematado en la punta por un una especie de “hongo” esponjoso y rosado con un agujero en el centro, como un ciclope, del cual emanaba un viscoso fluido con olor a pescado. Era sumamente asqueroso se lo viera por donde se lo viera, de modo que retrocedió instintivamente cuando Bruto comenzó a moverlo, excitado y divertido por la reacción de la joven ante su miembro, en el que mantenía la vista fija como si fuera a atacarle, Bruto se burló.

-Jajajaja, ¡vamos niña!, que no va a morderte, acércate.

Pero Nazli no quitaba su vista de aquel pequeño monstruo, retrocediendo aún más.

Bruto se levantó de su silla -Vamos perra, que mis bolas necesitan descargarse- le sentencio, mientras la tomaba del cabello con violencia y la acercaba a su rostro, quedando frente a frente. –escúchame bien puta, vas a terminar tu trabajo y va a gustarte, o yo mismo me encargare de que crucificarte en el patio, ¿te quedo claro?

Nazli quedo aterrorizada ante su mirada inyectada de ira y locura, de modo que asintió, Bruto volvió a sentarse.

La joven se arrastró hacia él, se relamió los labios y los acerco lentamente hacia su pene, observando como el mojado miembro desaparecía poco a poco al entrar en su boca, que se llenó a la mitad tan solo con su voluminoso glande, pero Bruto continuo introduciéndose más y más al fondo, impregnándola de un sabor fuerte y salado; Nazli apretó los ojos en un intento de soportar el asco y las arcadas, sintiendo en su lengua la viscosidad de sus fluidos y la extraña textura de su venoso miembro, Bruto la contemplo un momento, el morbo que le provocaba verla sufriendo en silencio era supremo, podía sentir como la pobre chica buscaba aire, empujando su lengua contra su pene, apretándole los muslos con sus manos, intentando echar su cabeza hacia atrás y mirándole con un par ojos enrojecidos y suplicantes.

Nazli estaba a punto de perder el conocimiento, pero en el último momento Bruto retiro su miembro dejándola respirar.

Dos grandes hilos de saliva y fluidos colgaban del miembro de Bruto y terminaban en la boca de la joven, quien comenzó a toser y que, mientras intentaba recomponerse, se limpió el rostro con un brazo.

-Eres hermosa cariño- le dijo Bruto con su grave voz, mientras tomaba una importante cantidad del líquido que escurría por su miembro y, con su enorme y forzuda mano, lo embarraba por todo el rostro de Nazli nuevamente- pero te ves mucho mejor así.

Nazli se sintió profundamente humillada e hizo amago de llorar durante un segundo, pero se contuvo, esperando que Bruto no lo hubiese notado, aunque sí que lo noto, excitándolo sobremanera y llevándolo al límite.

Mientras tanto, Enya dirigía una mirada de desafío a Junio que, aunada a los mordiscos en su falo, esperaba le dejaran en claro que ella no estaba dispuesta a ser humillada de la misma forma que sus compañeras, sin embargo, Junio estaba extasiado, ninguna otra mujer en su vida lo había dominado de tal manera y encontraba excitante el dolor que Enya le provocaba. De todas formas quería provocarla y ver hasta dónde podía llegar, de modo que tomo su pelirroja cabellera con una de sus manos y, dando un fuerte tirón, llevo su cabeza hacia atrás.

-Abre la boca- le exigió Junio.

Enya obedeció a regañadientes abriendo la boca y sacando su lengua, Junio escupió dentro de ella, provocando en Enya una ira profunda e inmediata, de modo que, sin pensarlo, tomo a Junio de los testículos, apretándolos y haciéndolo gemir de dolor.

-¡Esclava insolente y atrevida!, ¡te hare azotar hasta que te arranquen la piel de la espalda!- le grito Porcio.

-No amigo, no hay ninguna necesidad, agggghhh… yo mismo la he provocado a ello, me encanta su actitud salvaje y dominante, es una leona, deja que yo me encargue de domarla, en serio- dijo Junio, mientras se recomponía del apretón.

-Está bien, pero si llega a hacerte algún daño, la matare- añadió Porcio.

Enya sabía muy bien que Porcio hablaba en serio, normalmente era un hombre tranquilo y apacible, pero cuando algún esclavo llegaba a molestarlo caía sobre él una ira sin límites, de modo que, aun sintiéndose profundamente humillada y molesta, Enya tuvo que reprimirse, limitándose a mirar fijamente a los ojos de Junio con odio, al tiempo que este le hundía el miembro en la boca, haciéndolo entrar y salir una y otra vez.

-Abre la boca y saca la lengua- le exigió Junio nuevamente.

La joven obedeció de mala gana, abriendo la boca y exponiendo su húmeda y rosada lengua al romano, quien tomo su miembro con una mano y comenzó a restregarlo suavemente contra ella, girándolo, restregándolo de arriba abajo y rozando su frenillo contra aquella cálida, suave y viscosa lengua que le ofrecía un placer sin igual. Entonces comenzó a recorrerla lentamente con su falo, llevándolo hacia arriba hasta llegar a sus testículos.

-Chúpalos- le ordeno.

Enya observo con detenimiento los genitales de Junio, hasta entonces nunca había visto unos a tan corta distancia, le parecían sumamente vulnerables y asquerosos, un saco de piel suave y holgada con un par de bolas dentro, sin duda alguna si los mordía lo mataría de dolor, lo haría pagar por la terrible humillación a la que la venia sometiendo, pero no pudo pensarlo más ya que un Junio desesperado tomo sus testículos con una mano y el cabello de la joven con la otra, introduciéndole uno de ellos en la boca, Enya sintió el saco de piel arrugada posarse sobre su lengua con un profundo asco, entonces Junio comenzó a introducir el otro también, estirando sus labios y empujándolo con esfuerzo y un poco de dolor hasta que entro en la boca de la joven, llenándola completamente.

-Sí, así, mueve tu lengua, así, ¡no pares de mover tu lengua!- gemía Junio.

De la boca de Enya escurrían ingentes cantidades de saliva, pues los testículos de Junio le impedían cerrar la boca y usar su lengua para tragar, de modo que la joven movía su lengua de un lado a otro con desesperación, intentando, inútilmente, pasar saliva, pero dando un placer indescriptible a Junio, quien admiraba el rostro de Enya con las mejillas rellenas, el mentón empapado y su largo pene reposando sobre su nariz y frente, en medio de sus ojos inyectados de ira y desprecio.

Finalmente estaba Zoé, quien arrodillada ante Porcio, tenía ante sí un pequeño, arrugado y flácido pene lleno de saliva. Durante un momento Zoé se distrajo y miro la mesa servida con toda clase de platillos exquisitos, intento recordar el sabor del cerdo asado que comía junto a su familia cuando llegaba a cazar alguno, pero no pudo, Porcio se dio cuenta y estiro la mano hacia un trozo de carne en salsa.

-¿Te gustaría probarlo no es así?- pregunto a Zoé mientras levantaba la carne en su mano- bien, creo que te lo has ganado, añadió, mientras restregaba la carne en toda su zona genital, mezclando la salsa con los fluidos que le escurrían.

Zoé se quedó estupefacta ante la repugnante visión, quedándose congelada durante un momento.

-¿Y bien?, no te serví un banquete solo para que lo admires, anda, la salsa se enfría- le sentencio Porcio, al tiempo que le chasqueaba los dedos, volviéndola a la realidad-¡Vamos preciosa!, termina tu tarea- le exigió.

Zoé reaccionó de inmediato y, con profunda resignación y asco, hundió su rostro en la ingle de Porcio, limpiando la viscosa mezcla de sus arrugados testículos y pene hasta desaparecerla por completo, recorriendo su ingle, sus testículos, su falo e incluso su perineo. Cuando al fin hubo terminado, se detuvo un momento para sacar de su boca el vello púbico que se había desprendido de Porcio al lamerlo, pero este no le dio oportunidad, tomando su cabeza con ambas manos y acercándola a su pelvis de nuevo, apretándola contra sus genitales, restregándole el miembro contra todo el rostro.

-Vamos zorra griega, demuéstrame lo que sabes hacer con la boca- le exigió, al tiempo que, tomando su barbilla, le abrió la boca e introdujo sus genitales dentro de ella.

Zoé sintió con profundo desagrado como el pequeño y flácido pene de Porcio entraba a su boca, seguido de sus ásperos y velludos testículos, mismos que Porcio empujaba dentro de su boca con fuerza, apretando el suave rostro de la joven contra su abundante vello púbico, cuyo olor a viejo le inundaba la nariz.

En un intento por hacerlo eyacular lo antes posible para terminar con la pesada faena, Zoé comenzó a acariciarle el miembro con la lengua, moviendo la piel de su prepucio en círculos y sintiendo como poco a poco el pene de este comenzaba a erectarse dentro de su boca, abandonando su capullo e impregnando su lengua de un fuerte sabor a liquido preseminal y un leve gusto a orina, provocándole una arcada que a duras penas pudo contener, a sabiendas de que, vomitar sobre su amo, sería una condena a muerte.

Así, mientras el pene de este crecía en su boca, quedaba cada vez menos espacio dentro de ella, de modo que, por la presión, uno de los testículos de Porcio salió expulsado de la boca de Zoé, seguido por el otro un momento después. El tiempo pasaba y el pene de Porcio expelía ingentes cantidades de fluido preseminal y lubricante sobre su lengua, sintiendo como este le escurría por la comisura de los labios, empapando su pecho y su ropa, mientras hacia todo lo que podía para llevar a su amo al clímax, aunque el viejo parecía no terminar nunca; hasta que se le ocurrió una idea, comenzó a girar su lengua alrededor del glande de Porcio rápidamente, acariciando su frenillo con la punta de esta, para luego estirarla fuera de su boca hasta llegar a sus testículos, repitiendo el proceso una y otra vez.

La maniobra funciono a la perfección, en poco tiempo Porcio estaba al borde, con los ojos apretados, intentando resistir durante más tiempo los “mimos” que la joven le dedicaba a su miembro.

Zoé, dándose cuenta de esto, aumento la velocidad de sus movimientos, acariciándole la parte interior de los muslos con sus suaves y finas manos, al tiempo que movía su lengua con desesperación de arriba abajo, de un lado a otro, succionándole el glande con los labios, intentando por todos los medios hacerlo acabar.