Roma
Las amigas de mi novia...
ROMA
Había llegado aquella misma tarde a Roma en un vuelo desde Valencia para estar con ella, para pasar unos días felices juntos; ya sabía de sus correrías y mi sumisión era completa en ese tema, pero no pensé que fuese hasta ese punto su pasión por ponerme los cuernos.
Tras estar toda la tarde los dos juntos, hacer el amor y salir a dar una vuelta, cuando llegamos a casa a las nueve me dijo que en una hora pasarían a buscarle para cenar y salir de fiesta; aquello me produjo una gran aflicción, puesto que suponía unas breves vacaciones para los dos, pero en cambio no iba a ser así. Me contó que uno de sus "novios" le había prometido aquella cena y no podía dejarlo plantado. Cuando el pregunté por mí, me dijo que ya sabía las condiciones de nuestra relación, y que no tenía más que decir al respecto si no quería que se enfadara conmigo.
Así que vi cómo se cambiaba de ropa y se ponía muy sexy y guapa, mientras mi excitación iba en aumento; fue cuando llegó su amiga Lenna, la que compartía el piso con ella, me presentó y nos sentamos en el salón. Era una chica morena, guapa, de frágil constitución y pequeños pechos. Mi novia le dijo que cuidase de mí en su ausencia, guiñándole un ojo, y me advirtió que hiciese todo lo que su amiga me dijese, que me portara bien. Pocos segundos después el "novio" de mi novia llegó a buscarla, se abrazaron y se dieron un beso en la boca; yo bajé la mirada, humillado, me presentó como un amigo de Lenna y tras los saludos se despidieron, saliendo por la puerta y dejándonos a Lenna y a mí solos.
La dulzura y timidez de la amiga de mi novia desaparecieron en cuanto la puerta se cerró, se volvió hacia a mí y me dijo que tenía que hacer todo lo que ella me ordenase, asintiendo yo; lo que no creía era que aquella chica fuese de la forma que me demostró. De entrada me dijo que me desnudase y me quedase sin nada encima, ni siquiera cadenas o anillos. Avergonzado, sin saber muy bien si debía obedecer o no, comencé a desabrocharme la ropa; a ella le pareció que no lo hacía lo suficientemente rápido y me soltó una bofetada en la mejilla derecha, con bastante fuerza, que me hizo tambalear. Supe que no debía andarme con tonterias con ella, así que me desnudé rápido.
Me miró de arriba a abajo, se quejó del tamaño de mi pene, pero me dijo que para algo le serviría; de momento debía ir a prepararle la cena y servírsela en el salón. Me apresté a hacerlo, pasado ya el pudor de mi desnudez y tal como me dijo, deposité la bandeja con la cena en una mesita baja frente a la tele. Y entonces supe que era lo que más le gustaba.
Me dijo que me sentara en el suelo, con la espalda apoyada al sofá y la cabeza sobre el asiento; lo hice con prontitud, con mi cara mirando al techo y entonces ella se acomodó sobre mí. Se puso con mi cuerpo entre sus piernas, se apoyó en mi frente y descargó el peso de su cuerpo sobre mi cara, quedando sentada cómodamente, dispuesta a degustar la cena. Noté cómo se quitaba las zapatillas y apoyaba sus pies desnudos sobre mi regazo, atrapando mi pene entre las plantas de sus pies.
Yo quedé al instante atrapado por su trasero, mi nariz quedó enterrada entre sus nalgas y mi boca se situaba justo debajo de su sexo; podía admirar su espalda sobre mis ojos. No pesaba demasiado, así que no me costó esfuerzo soportar aquel peso sobre mí, y de esa manera estuvo cenando y viendo la televisión. Las mallas negras y finas que llevaba hacían que el efecto del contacto fuese liviano, casi como si no llevase nada, pudiendo yo notar sus blandas nalgas.
Estaba tomando el postre cuando sonó el móvil; era mi novia, para saber si todo iba bien, y Lenna le dijo que no había problemas, y le dijo a su amiga que me contase que estaban cenando románticamente, que su "novio" ya le había metido mano y no dejaban de besarse; Lenna me lo dijo todo, riéndose de mí removiendo su culo en mi cara. Pocos minutos después recibió la llamada de su novio; estuvieron hablando un buen rato, como dos novios lo hacen, como si yo no estuviese allí y ella fuese una chica formal. Parecía que aquella situación le excitaba, ya que se restregaba continuamente en mí, clavándose la nariz en su culo y apretando su sexo en mi boca.
Cuando terminó la conversación se levantó, pisando directamente en mi entrepierna, aplastando cruelmente mi pene, giró sobre sí misma, quedándose de frente a mí, flexionó sus rodillas hasta apoyarse sobre mi pecho. Me miró, sonrió y fue relajándose hasta quedar sentada en mi regazo, aplastando de nuevo mi pene con su trasero; me confesó que le encantaba pegar a los hombres, y que conmigo "se iba a poner las botas". Acomodada sobre mí, me dijo que pusiese mis brazos bajo sus rodillas, atrapándome de aquella manera, y comenzó a darme bofetadas, duras y efectivas, que me hicieron girar la cara y saltar las lágrimas.
No sé cuantas bofetadas me puso dar, yo perdí el sentido de la realidad y la cuenta de las mismas, pero cuando se cansó se levantó de mí, se puso de pie y agarrándome por el pelo, me mandó a la cocina para fregar los platos; aturdido me puse a lavar mientras ella, empuñando una caña de bambú que trajo de la habitación, me fue azotando las nalgas hasta dejármelas rojas como un tomate. Mis manos se aferraban al estropajo y a los platos bajo el agua mientras ella fustigaba mis posaderas, y a cada golpe dado saltaban gotas por toda la cocina.
Dejó de golpear cuando todo estaba limpio y en el escurridor, y entonces me dijo que le esperara con las manos dentro del agua; no tardó en volver, con un consolador atado a la cintura. Me dijo que abriese las piernas y rozó el plástico en mis doloridas nalgas; apretó un poco en mi ano y me penetró sin dificultad, pues estaba bien entrenado. Me excitaba aquella penetración, pero por el contrario ella comenzó a sumergir mi cara en la pila llena de agua, manteniéndome sin respirar, y cada diez empujones me permitía respirar brevemente, para volver a sumergirme de nuevo.
Cuando se cansó del juego se retiró de mí, me dejó libre del agua y me dijo que me secara la cabeza y la siguiera a la habitación; una vez allí me hizo sentar en el suelo y me vendó los ojos con un pañuelo. A pesar de todo lo que hacía conmigo, no quería que la viese desnuda, era un pudor que no entendí pero acepté; me ató el pene con una goma, para que no pudiese eyacular, se puso de pie frente a mí, pisándome cruelmente el pene, aplastándolo como una colilla, y me puso el coño en la boca para que se lo lamiese. Así lo hice, me gusto su sabor y suavidad y pude comprobar la excitación que tenía, pues la humedad era notoria.
Una vez preparada me hizo tumbar boca arriba en la cama y me ató en aspa, muñecas y tobillos a las patas de la cama; sentí cómo se desnudaba y acto seguido se subía sobre mí, se sentaba sobre mi pene y me cabalgaba frenéticamente. Yo estaba muy excitado, la chica se sabía mover, pero la goma en la base de mi sexo me impedía disfrutar plenamente. A la cabalgada se unían una retahíla de bofetadas que no me dejaba de atizar, arañazos en el pecho y pellizcos por todo mi torso; era como una gata en celo, gemía y se agitaba como si estuviese poseída y en dos ocasiones noté cómo un calor inundaba mi pene, fruto de los orgasmos de la chavala.
Rendida ya de tanta penetración, corrió sobre mi cuerpo hasta dejar su coño a la altura de mi boca, me asió del pelo y me obligó a lamerla para limpiarla entera; lo hice con deleite, degustando la gran cantidad de jugos que su sexo rezumaba. Le supliqué que me dejara eyacular, que el deseo me estaba volviendo loco, pero no me lo permitió, sino que me dio dos tortas sobre el hinchado capullo y apretó mis testículos hasta que hacerme llorar. En esto estaba cuando oímos la puerta de la calle que se abría y a los pocos segundos estaba mi novia en la habitación; había dejado a su "novio" en el salón esperando. Se acercó y preguntó a su amiga si todo iba bien, a lo que Lenna le contestó que perfectamente, mientras sostenía apretado uno de mis testículos. Le dio un suave beso en la mejilla y se fue, diciendo que se iba a follar un ratito y que luego volvería.
Lenna ya me dejó un rato tranquilo; se sentó de nuevo sobre mi cabeza, se puso un almohadón detrás de la espalda y se reclinó cómodamente a leer una novela erótica, mientras yo no tenía permitido sacar la lengua de su sexo. Se encendió un cigarrillo, y de cuando en cuando me hacía abrir más la boca, sin sacar la lengua, para alojar en bajo ella la ceniza que se iba desprendiendo. Cuando acabo el cigarro fue cuando me permitió sacarla para meterme allí la colilla; me quemé la lengua, intentando segregar saliva para apagarla, y al final me la tuve que traga, volviendo ella a su posición. Todo esto lo tuve que pasar sin emitir un solo gemido de dolor, por no alarmar al "novio" de mi novia.
Estuve un rato tranquilo, mientras ella jugueteaba con mi pene entre sus pies, pero sin hacerme daño, disfrutando de la lamida de sexo que le prodigaba; al rato apareció mi novia desnuda, portando un preservativo usado. Se acercó a mí, me abrió la boca y me lo metió dentro, diciéndome que había echado un polvo fenomenal y que me regalaba el producto del placer. Me dijo que lo lamiese y lo dejase bien limpio, y que por la mañana me traería otro igual. Se despidió de Lenna y se fue a acostar junto a su amante.
La chica me desató de la cama, me arrodilló a los pies de la misma y me ató allí, con los brazos extendidos; me sacó el condón de la boca, que aun estaba lleno, lo guardó un momento y poniéndome el coño en la boca me dijo que me iba a mear y que no quería que se me escapara una sola gota. Así lo hice, degusté el ácido líquido dorado mientras corría por mi garganta y lamí los restos, volviendo a meterme el condón ella en la boca una vez terminado. Por si acaso, me tapó la boca con cinta adhesiva, y se fue a la cama.
Por la mañana mi novia ya se había ido cuando Lenna despertó; me volvió a mear en la boca, esta vez con el preservativo aún dentro, me desató y le preparé el desayuno; luego se fue a clase y yo me quedé en casa limpiando todo.
exclav