Roleplay Experience XV - Cosas de oficina

En la oficina el ambiente se enrarece, y no por Susana, que cada día va visitando más íntimamente a los clientes.

AVISO: Antes de leer este relato es aconsejable que leas los anteriores de la serie.

Todo parecía tranquilo y marchaba bien.

Un día se me acerco Daniel al despacho y me dio una carta. La leí y era su renuncia al puesto. Lo llamé para hablar. No era un tema que pudiera resolver con una contra-oferta, ya que no se iba por dinero. Quedamos en dejaría sus temas cerrados y se negó a hacer un traspaso de conocimiento a Camila. Negocié con él que lo hiciera con Enrique. Ya, hablando a nivel personal (fue uno de mis primeros amantes y le tenía un cariño especial) me dijo que lo suyo con Camila había terminado muy mal y necesitaba irse. Que le había encantado el sexo conmigo y que yo tenía su teléfono por si algún día Roberto no me daba lo que necesitaba.

A estas alturas, no me lo iba a tomar mal, y bromeamos sobre eso. Le deseé mucha suerte y como tenía las persianas de mi despacho echadas, le di un morreo a modo de despedida. Le tuve que parar las manos que ya se le iban a mi cuerpo. Menudo ímpetu tenía el chaval.

Me centré en la búsqueda de un nuevo empleado y la lista de requerimientos era enorme. Daniel era el técnico mejor preparado y más eficiente de la oficina. Incluso, si el problema era Camila, pensé en despedirla y que Daniel se quedara, lo que me facilitaría mucho las cosas. Pero me pareció un poco cruel con ella. Si Daniel se iba era además porque ya tendría otro trabajo firmado.

De estas cosas me sacó Susana, que entró en mi despacho como un torbellino y venía dispuesta a contarme algo. Ni me dejó hablar.

  • Sabes? He dejado a Manu. Que le den por culo a ese cabrón.

  • Espera, espera... ¿qué ha pasado? -pregunté a sabiendas de que, sí, Manu era un cabronazo que no se merecía a Susana-.

  • Me he cansado, tía. Estoy hasta arriba de que me trate mal. Ya no aguanto.

  • ¿Que te trata mal? Susi, eso es serio. Cuéntame.

  • Bueno, a ver, mal... maltrato no, pero es otra cosa.

Quedé a la expectativa por ver que me contaba. Continuó hablando tras una pausa.

  • Tu sabes que follando me hace sentir muy puta, y bueno, me pone cachonda eso y a veces me corro cuando me dice lo puta que soy. Pero últimamente lleva un tiempo que se está pasando y a mí las prácticas estas de BDSM, aunque me pongo muy caliente, no me acaban de parecer bien.

  • Aha -dije esperando que continuara-.

  • Es que hace tiempo que lo que le gusta es que, por ejemplo, esten varios amigos follándome a lo bestia al tiempo. Menudas pollas, tendrías que verlas! El caso es que hay cosas que me ponen muy perra pero después... yo que sé, no me parece bien.

  • ¿Como qué? -pregunté realmente intrigada-.

  • Pues ayer mismo, me sentaron en la ducha y se pusieron los tres a mearme encima.

  • Joder, normal que te cabrees -dije-.

  • Bueno, en ese momento me corrí como una guarra -dijo un poco ruborizada-, pero claro, después lo piensas y...

  • A ver, Susi -dije-, si es algo que te gusta, pues en fin, yo no veo problema, pero tú dirás. Además Manu no me parece buena gente.

  • ¿Y lo de hace unas semanas qué? Que me ató en casa y trajo a dos amigos negros que me dejaron el culo destrozado. ¡Que me ató! -dijo enfatizándolo-.

  • Joer, Susi, pobre -dije compadeciéndome de ella-.

  • Aunque eso sí, los negritos calzaban una talla... , ¡menudas pollas! ¡Que maravilla!

  • Ya -dije-, pero eso no esta bien.

  • Claro. Que me follen esas pollas sí, ¡eh! eso me encantó, casi me corro al verlos, y me he masturbado varias veces recordando como me follaban a la vez el culo y la boca. Pero que me atase sin mi consentimiento? Eso no me gustó.

  • Pues chica, haces bien en dejarle -la dije-. Así, a ver si descansas un poco, que vaya carrerita que llevas.

  • Ya tía, eso es lo peor, que ahora tendré que buscar quien me dé mi ración de polla diaria.

  • Pues a Roberto ni te acerques, ¡eh! ¡Que la tenemos!

Después de esta conversación decidí dar seguimiento a sus visitas ya que me temía que buscase la polla de algún cliente. Alguna vez me había comentado que tenía clarísimo hacerse la operación de reasignación de sexo, pero de momento, a algún cliente un poco chapado a la antigua, lo que conservaba entre las piernas posiblemente no le hiciera gracia.

Como si se tratase de un método de calidad, llamé a los clientes para decirles que al ser Susana nueva posiblemente se le habría olvidado algo, y que bueno, desde la empresa queríamos que estuvieran contentos. La muy puta les tenía encantados a todos. Es más, en dos de ellos me jugaría algo a que ya se la habían follado.

Llegué rendida a casa. Pero nada que no se solucionase con un masaje de Roberto y un polvo bien echado justo después y terminando con su leche en mi boca. Mmm, ¡la vida es bella a veces!

Al día siguiente le tocó a Camila entrar a mi despacho. Estaba realmente furiosa. Traté de calmarla según entraba.

  • A ver, Camila, tranquila. ¿Que ha pasado?

  • Tienes que echar al hijoputa de Daniel. ¡Menudo cabronazo!

  • Pero, ¿por qué? ¿qué ha hecho? -pregunté más por cotillear que por otra cosa, ya que Daniel el día antes me había dicho que se iba y Camila no lo sabría-.

  • ¿Que qué ha hecho? Me ha dejado! me dejó hace unos días, pero ayer le ví pintura de labios en la cara. Encima me lo reboza por la cara.

Recordé que estuve besándolo y que, a buen seguro, ese carmín sería mío. Pero cualquiera se lo decía a ésta tal y como estaba.

  • Bueno, Camila. Creo que eso no es motivo para despedir a nadie. ¿No te parece? Es vuestra vida, y no debería influir en el trabajo.

  • Pero es que me gustaría verle en la puta calle! -dijo encolerizada-.

A ver si no iba a ser tan mala idea lo de echarla a ella y retener a Daniel. Ella me estaba pidiendo justo eso para él.

  • Mira, Camila -la dije más seria-: eso es tu vida. Y espero que tu rendimiento no se vea afectado por ello. Yo no voy a despedir a Daniel, eso te debe quedar claro. Si te quieres ir tú, cosa que yo no quiero, pero si quieres, tienes la puerta abierta.

Me miró más seria y consciente de que se estaba jugando su trabajo. Replegó velas y levantándose de la silla y mucho más calmada y suave dijo:

  • Perdona. Tienes razón. No te preocupes por eso.

Según salía le llame.

  • Ven para acá, Camila, anda, siéntate.

  • Te voy a decir una cosa, y es a nivel personal -la dije una vez estaba sentada-. ¿Nunca has oído esa frase de que donde tienes la olla no metas la polla? Querida, y tú y yo aún podemos meter la polla.

  • Sí, claro.

  • Pues eso, chica -la cogí de la mano para tranquilizarla-, que estas cosas con gente del trabajo puede traer problemas.

  • Ya, pero... es que...

Se la veía compungida y a punto de soltar una lágrima. Conseguí sacarla que con Daniel llevaba un mes por lo menos bastante mal. Ella le fue infiel, sólo un poco, me dijo (o se es o no se es, pero ¿sólo un poco?), y se lo contó. Aunque en su momento la dijo que la perdonaba, él pasaba bastante de ella desde entonces. No entendí por qué ella lo achacaba a su transexualidad.

  • A ver, Camila, que de esas cosas a mi no me puedes venir con cuentos. Sé de sobra lo que se siente y he visto el rechazo de la gente. Pero ¿Daniel? Rechazarte por eso? Eso no me lo creo.

  • Pero pasaba de mí.

  • Normal. Le pusiste los cuernos, chica. Haberlo pensado antes, ¿no?

  • Joder, joder, yo no creí que... -dijo mientras se llevaba las manos a la cara-.

  • En fin, Camila. Tienes que asumir que la has cagado. Tenías a un buen chaval y la has cagado. Ahora pues, la vida sigue. O eso o tratas de recuperarlo.

  • Ya. Joder que putada! -dijo ya medio llorando-.

  • Y una cosa más. No voy a echar a Daniel porque él ha pedido irse ayer mismo. Me gustaría retenerlo aquí, pero no pude hacer nada. Si consigues retenerlo tú, te lo agradeceré.

Se puso a llorar bastante desolada. No quise que saliera así de mi despacho así que la ofrecí pañuelos para que se secara los ojos antes de salir.

Ah! cómo es la juventud, pensé emulando a lo que decían mis padres.

Llamé por teléfono, ya fuera de la oficina, a Daniel para que me contase que había pasado realmente. La cosa no era como me la había contado Camila, que llevaba tiempo pidiendo sexo más extremo con él y llegó un momento que empezaron a meter a gente en la relación. Él nunca estuvo cómodo con eso y cuando intentó pararlo Camila empezó a llevarse a chicos a casa ella sola aún sabiendo que estaba Daniel allí. A los pocos días estalló y la dejó. Realmente, Camila lo tenía merecido.

Otra noche que Roberto se tuvo que dedicar a hacerme olvidar de los líos de la empresa. Y es que es único haciendo eso. Logró que me corriera mientras me empalaba sentada sobre él y masturbándome al tiempo. Después, casi como a diario, mi boquita hizo que sus huevos quedaran bien exprimidos y sin una gota de semen.