Roleplay Experience XI - Roberto a escena.

Susana ha iniciado su transformación y necesita un hombre. Toñi también y recuerda a Roberto, un antiguo amante.

AVISO: Antes de leer este relato es aconsejable que leas los anteriores de la serie.

Susana había tomado una decisión. Las últimas veces que se puso ropa masculina fue para ir de tiendas conmigo (tenemos la misma talla) y hacerse con un vestuario de prendas femeninas. Obviamente yo le servía de coartada, pero en el probador era ella la que se probaba las ropas. Ya que yo tenía la experiencia reciente, la guiaba en el proceso de cambio de sexo.

Las primeras semanas desde que Susana decidiera iniciar el tratamiento hormonal las pasó en casa para evitar habladurías en el trabajo, por lo que yo me tuve que hacer cargo de tareas que realizaba Pedro que implicasen salidas, como visitas a clientes. Ya comenté que muchos clientes agradecían el cambio de persona y yo me sentía a estas alturas muy segura para afrontar este tipo de relaciones.

Mientras, para saciar la necesidad de sexo tanto mía como de Susana, nos satisfacíamos mutuamente. Pero yo comenzaba a echar de menos la fuerza y el vigor de un hombre. Hacía tiempo que no disfrutaba de sentirme una hembra deseada por su macho, ya que, por razones obvias Pedro ya no existía y Daniel tenía su tiempo ocupado con Camila casi al completo.

Traté de establecer nuevas relaciones con otros chicos y todo solía funcionar bien hasta que, y antes del sexo, para evitar sorpresas, les informaba de mi condición. En esos momentos les entraba prisa y tenían que irse o repentinamente la cena les había sentado mal. Esto me frustraba bastante y a veces me hacía considerar la operación de reasignación de sexo, pero en estos momentos que yo estaba al frente de nuestra empresa me era imposible.

Se me ocurrió tirar de agenda con amigos que tuve una vez salí del armario. Entre ellos estaba Roberto, quizás el más varonil ya que fue el único que no me pidió que lo follase y actuaba como si mi pene no existiera. También tenía muy claro que quedábamos para el sexo y después, "si te he visto, no me acuerdo". No sabía por qué dejé de llamar a estos amantes ocasionales, pero en esos momentos decidí retomar estas amistades.

Empezaría por llamar a Roberto, de unos 30 años y con un sentido del humor increíble. Me hacía reír mucho y estaba constantemente de bromas.

  • Hola Roberto. Soy Toñi, ¿te acuerdas de mí?

  • Claro! Toñi, preciosa! ¡Cuánto tiempo!

  • Pues te llamaba para decirte que vas a tener un hijo. Me dejaste embarazada. -dije en broma-.

Al otro lado del teléfono se oyó una carcajada.

  • Anda! ¿Cómo estás?

  • Pues bien. ¿Y tú?

  • Yo fenomenal. Como siempre. ¡Ya sabes!

  • Te llamaba por si te apetece que nos veamos algún día. Como hace tanto que no nos vemos...

  • Ah, muy bien. A ver, déjame que mire...

Tras un silencio en el que se oía al otro lado del teléfono sonidos de la agenda del móvil.

  • Pues, si quieres este mismo viernes -dijo Roberto-. Había quedado para un partido, pero se han rajado y no tengo nada.

  • Perfecto -dije-, me viene bien.

Le cité en un restaurante que conocía para cenar y ambos sabíamos que después de la cena vendría el "postre".

Ese viernes pasaría por la peluquería antes de ir por casa para arreglarme. La última vez que nos vimos yo estaba en una fase poco avanzada de mi tratamiento y aún no me había operado. Es decir, mi aspecto actual era mucho más femenino que el que tenía entonces. Como quería ver su reacción me esmeré tanto en vestirme y maquillarme. Sabiendo que Roberto es una persona muy puntual, decidí llegar cinco minutos tarde para que me estuviera esperando. Mi intención era que me viese entrar en el restaurante estando ya él allí.

Me vestí con un vestido de tubo negro que se me ajustaba bastante al cuerpo y sin mangas que me llegaba por encima de las rodillas. No llevé sujetador para que mis tetas resaltaran aún más. Me pondría además unos zapatos con tacón bastante alto. El cabello me lo habían dejado con bastante volumen. De natural es castaño algo claro, aunque últimamente me lo teñía algo más claro y con mechas doradas. En definitiva, mi imagen distaba mucho, a mejor, de la que tenía la última vez que me vio.

Entré en el restaurante y Roberto estaba en una mesa del fondo. Entré con paso decidido, acentuando el movimiento de mis caderas y procurando que el sonido de mis tacones se oyera en todo el restaurante. Según le veía cambiar la cara, las cabezas de otros hombres se giraban para mirarme y seguían con la mirada mis pasos. Una vez llegué a la mesa donde él ya se había levantado para recibirme le di un par de besos, pasando de una mejilla a otra pausadamente para darle tiempo a apreciar mi perfume.

Por dentro estaba disfrutando de la sensación de haber sido por un instante el objeto de deseo de los caballeros que había en el restaurante y de tener a Roberto completamente anonadado. Incluso diría que se podía apreciar una ligera erección bajo su pantalón.

  • ¡Vaya! ¡Como has cambiado! -me dijo nada más sentarnos.

  • Un poco -respondí muy coqueta-, ¿te gusta?

  • Que si me gusta? ¡Dios! ¡Estas estupenda!

Nos pusimos al día de nuestras cosas, sobre todo yo le contaba cosas sobre mí, ya que parecía muy interesado. Incluso intuí que quería saber si había cambiado mis genitales, pero no se atrevía a preguntarlo. Como siempre, no me gustan los malentendidos, así que le confirmé que eso seguía igual, lo que, para mi tranquilidad, no le importó en absoluto.

La cena, en definitiva, fue muy agradable y con muchas risas. A veces me preguntaba a mí misma por qué no había llamado más veces a Roberto, porque con él lo pasaba bien y era un chico divertido. Al salir del restaurante notaba como su carácter era diferente de otras veces. Me explico: Otras veces buscaba follar sin más, y en mi casa, ya que se excusaba que vivía en un piso compartido. Se sentía muy seguro conmigo, algo dominante, quizás porque me veía en una posición más débil. Ahora se le veía más intimidado y buscando agradarme en todo momento.

Si otras veces nada más cenar o terminar donde hubiéramos quedado estaba diciéndome que fuéramos a mi casa esta vez estaba a la expectativa por lo que yo dijera.

  • Yo he cambiado -dije a modo de broma-, pero ¿tú? ¿Ya no quieres que nos vayamos a casa?

  • Humm... ehh... bueno, sí, claro -dijo sintiéndose pillado-.

Me acerqué a su cara y le di un beso en los labios.

  • ¿Damos un paseo y vamos a casa? -le pregunté-.

  • Sí. Si quieres vamos a la mía que vivo aquí cerca.

  • Ah! perfecto. Así la conozco. Pero ¿no había otro chico viviendo contigo?

  • Bueno, pero no creo que esté -me contestó-.

Dimos un agradable paseo cogidos de la mano en el silencio de la noche solo roto por el sonido de mis tacones. De vez en cuando parábamos para besarnos y abrazarnos. Llegamos a su casa y subimos. Al abrir la puerta había una luz encendida.

  • Está tu compañero aquí -le dije en voz baja-.

  • No pasa nada, no te preocupes.

Pasamos hacia su dormitorio y era inevitable que su compañero de piso nos viera. Incluso me dio la impresión de que al pasar frente al salón, Roberto frenó el paso para que le diera tiempo al compañero a verme. Vaya, pensé, ¿en otras ocasiones se avergonzaba de mí y ahora me va enseñando? Lo tomé por la parte positiva: mi aspecto era tal que si un chico me llevaba a su casa era para presumir de ello.

Pasamos a su dormitorio y comenzamos a besarnos abrazados. Con sus brazos me apretaba contra él y su lengua parecía querer llegar a mi campanilla. No tardé nada en notar como entre sus piernas crecía un bulto enorme. Sus manos comenzaron por dar un buen repaso a mis pechos y ya mis pezones sobresalían del vestido ostensiblemente. Los pellizquitos que me daba en ellos me estaban excitando y me hacía desear que los tuviera entre sus labios.

Me aparté un poco de él y muy sensualmente me quité el vestido. Al verme desnuda sólo con un tanga (nunca en otras ocasiones me lo había quitado) permaneció un rato mirándome. Inmediatamente se lanzó a comerme los pechos. Su lengua pasaba por toda su extensión y el roce con mis pezones me daba un placer especial. Comencé a palpar su polla sobre el pantalón que ya estaba durísima y él se los bajó arrastrando con ellos su slip. Pude entonces tocarla y acariciarle los testículos y esto le daba como descargas eléctricas ya que se estremecía, pero sin dejar de besar mis tetas.

Como su polla estaba reclamando mis atenciones me fui arrodillando y pasé la punta de la lengua por su prepucio. Lentamente fui chupando con la punta todo el tronco de su polla hasta llegar a su perineo. Subí ya con la lengua completa hasta el capullo, el cual besé con los labios. De nuevo bajé dando besos por todo el tronco y a veces ligeros mordisquitos. AL volver a la punta abrí mi boca y me fui tragando su polla muy despacio mientras le miraba a los ojos. Roberto estaba paralizado y me dejaba hacer. Estuve un rato chupándole la polla solo hasta la mitad, subía y bajaba apretando los labios cada vez más fuerte. En lo que le oí gemir un poco comencé a hacerle un “garganta profunda”. Tragué hasta el fondo su polla y aguanté las arcadas. Me mantuve un rato y comencé a subir y bajar metiendo su polla hasta el fondo de mi boca. Me agarré a sus caderas para no dejarle escapar.

A estas alturas él estaba fuera de control. Sus gemidos eran constantes y temía que en cualquier momento pudiera correrse.

  • Quieres correrte en mi boca o en mi culito? -le pregunté sacando su polla de la boca-.

  • Joder, no sé. Donde tú quieras -respondió totalmente entregado.

  • Mi culito tiene mucha hambre -dije en un tono muy mimoso-.

Me tomó de los hombros y me hizo incorporarme. Me tumbó en la cama boca arriba y se colocó entre mis piernas, las cuales subió a sus hombros. Apartó la tira de mi tanga y apuntó su polla a la entrada de mi ano. Muy suavemente (en eso Roberto era muy considerado) fue metiéndome la polla mientras se inclinaba para besarme. Magreaba mis tetas y besaba mi cuello mientras su pene no se detenía invadiendo mi culo. Se mantuvo un rato quieto, pero yo quería marcha y agarrándole de sus caderas tiré de él hacia mí. Comprendió al momento lo que quería.

Comenzó a moverse despacio y poco a poco incrementaba la velocidad. Mis gemidos le indicaban que todo estaba bien y que podía comenzar a darme como él sabía.

Al rato estaba embistiendo contra mi culo con fuerza, lo que hacía que yo disfrutara una barbaridad. Me agarraba a él y casi le clavaba las uñas pidiéndole que me follara duro. Ambos comenzamos a jadear al ritmo. En ese momento me estaba sintiendo llena del todo y deseaba que derramase su leche dentro de mí, ya que comenzaba a tener signos de correrme.

  • Vamos! dame duro. ¡Préñame! ¡Córrete dentro de mí!

  • ¡Sí! Te voy a dejar llena del todo, cariño.

  • Dios! ¡cómo me gusta tener tu polla dentro! Me voy a correr de un momento a otro si sigues así.

  • Así? -dio un golpe fuerte-

  • Oh sí, así, párteme en dos, ¡joder!

No pude aguantarme y me corrí. Los espasmos que daba apretaban su polla dentro de mí y logré que él comenzase a decir a voces:

  • Joder! ¡yo también me corro! Ahh.

Empezó a llenar mi interior con su semen mientras percutía con fuerza y yo trataba de abrazarlo fuerte para que nunca se saliese de ahí. Al rato ambos quedamos tirados en la cama de lado, él entre mis piernas y su pene dentro de mí.

  • Se habrá enterado tu compañero de todo -le dije con una sonrisa-.

  • Ostias! es cierto -dijo tapándose la boca-. Bueno, que se muera de envidia.

Ambos nos reímos y comenzamos a recomponernos. Saco su polla ya algo flácida de mi culo y comenzó a brotar su semen. Como había que salir del dormitorio para ir al baño me limpié un poco con unos pañuelos y me quité el tanga, que estaba empapado de mi corrida y los restos de la suya. Con él, esto lo solía hacer dándole la espalda. Nunca había mostrado interés en mi polla y era una forma de ocultársela. Pero esta vez me agarró del hombro e hizo girarme. Por primera vez, creo, contempló mi cuerpo desnudo al completo.

  • Estas muy buena, incluso con eso -dijo señalando a mi pene-.

Me quedé sin saber que decirle. Me gustaba que esperase de mí lo que de una mujer, es decir, que mi pene quedase fuera de juego con él. De nuevo me giré para ocultárselo.

Me preguntó si me apetecía tomar algo y se puso un albornoz y se fue a la cocina. La puerta del dormitorio no quedó cerrada del todo y tenía tendencia a abrirse, así que se quedó una rendija abierta, de lo que no me di cuenta hasta que no oí como su compañero de piso pasaba y miraba. Yo estaba tumbada en la cama y mi pene lo habría visto seguramente. Como si no lo hubiera visto comencé a tocarme mi polla y una de mis tetas. Oí como el compañero se iba y se cerraba una puerta.

Llegó Roberto con unas bebidas y mientras estábamos charlando oí como se vaciaba la cisterna del wc. Internamente sonreí ya que al compañero le había dado el tiempo a una paja. Esto me sugería algo.

Como siempre, el post-coito con Roberto es muy agradable. Tiene una conversación siempre interesante y siempre terminábamos riendo. Miré el reloj y por la hora que era no había tiempo a otro asalto, ya que al día siguiente no me podía levantar muy tarde.

Prometiéndonos que nos veríamos de nuevo más pronto que tarde, nos vestimos y me atusé el pelo. Salí un momento al baño y me lavé un poco y me maquillé para salir a la calle. Cuando nos despedimos, el compañero de piso aún seguía frente a la tele, aunque lo que sonaba eran los comerciales estos que ponen a altas horas. Seguro que estaba esperando para preguntar a Roberto por mí.

  • Que bien lo he pasado, Roberto -dije en el pasillo para que el compañero me oyese-. Tengo una amiga y si quieres quedamos otro día también con tu compañero.

  • Bueno -contestaba Roberto un poco cortado-, no sé...

  • Hasta luego -dije guiñando un ojo a su compañero cuando pasaba a la altura del salón-, encantada de conocerte.

  • Eh... hum... sí, encantado -me respondió sin saber dónde meterse-.

  • Venga, que te acompaño hasta que tomes el taxi -me dijo Roberto-.

En la calle nos dimos un beso muy pasional y dos o tres veces dijimos de quedar cuanto antes. Vimos pasar u taxi. Lo llamó y me abrió la puerta para que entrase. Con un beso en los labios me despedí de él.

Ya en el taxi comencé a pensar que Roberto era un buen chico. No quería nada serio con él, claro, pero las veces que quedaba con él eran muy agradables... ¡y terminaba bien follada!

El fin de semana seguía dándole vueltas a la idea que tuve en casa de Roberto. Si a su compañero le pareció morbosa la imagen mía tocándome la polla y masajeando mis tetas, tanto como para ir a hacerse una paja al momento, igual podría proporcionar un chico a Susana.

A ver, no es que no quiera tener sexo con ella. Es que, tras considerarlo, prefiero que sea un hombre el que me folle, ya que Susana estaba siendo completamente pasiva, y yo necesito sentir como me poseen y me llenan.

Susana me llamó un par de veces para preguntarme varios temas y una de las veces la comenté que había conocido un chico que, a lo mejor, podría interesarle. No la noté muy convencida, quizás por inseguridad, ni por supuesto tenía claro que el compañero de Roberto se prestase a ello.