Rojo pasión
Ardiente relato de bomberos.
Un atronador ruido me hizo despertar de forma sobresaltada, obligándome a abandonar el mundo de Morfeo violenta y velozmente. Mi cuerpo reaccionó ante tal estruendo levantando la espalda de la cama como si el colchón quemase. El susto fue tal que por poco me subo a la lámpara del techo.
Con la respiración jadeante a todo trapo y los ojos como platos, escudriñaron éstos, agudizados por la adrenalina, lo que la luz del alba dejaba entrever iluminando con sus primeras candelas. Miré por la puerta abierta de mi dormitorio y entonces vi la causa de semejante alboroto.
La entrada de dicha habitación da al recibidor de mi piso, que es de donde provino el ensordecedor sonido. Lo que había ocurrido era algo cuanto me nos insólito: la puerta que daba a las escaleras de la calle se había abierto de par en par (¡anoche la cerré con dos vueltas de llave y un cerrojo!). pues se habían rotos todos ellos.
En seguida apareció el causante de todo ello como pude averiguaren el acto. Era un hombre que había echado la puerta abajo el muy so bestia y ahora allanaba mi morada con los primeros rayos del sol. Era una situación un tanto aterradora, lo que pasa es que al ver al intruso, en lugar de volverme más violento, comencé a tranquilizarme. El motivo: era un bombero.
Sí, sí. Como suena. Era un agente de Cuerpo de Bomberos de la localidad donde resido (con su uniforme y todo) el que había irrumpido en mi casa de tan estruendosa manera, tal vez para hacer su trabajo y salvarme de un peligro al que yo no podría hacer frente. Vale, pero ¡me había roto la puerta!
Un bombero, si, y muy atractivo, por cierto. Era alto, grande, como eso jugadores de Fútbol americano. Su uniforme tapaba la totalidad de su cuerpo salvo la cara porque no llevaba puesta la máscara anti- gas. Su cara era angulosa y blanca como el mármol, manchada de ceniza a causa de su trabajo.
Tenía unos ojos azules, tan abiertos como los míos, y su respiración era más fuerte y rápida que la mía a causa del esfuerzo por entrar a mi casa: subía y bajaba muy rápidamente su poderoso pecho mientras su cuadrada boca ahora estaba muy abierta para coger el máximo de aire posible.
Potente estaba, porque para hacer saltar un pestillo enorme y una cerradura ya tenía que haber hecho fuerza. Su cuerpo demostraba lo hinchado y culturizado que estaba, y en un repentino y fugaz alarde de imaginación pensé en toda la potencia que destilaría semejante titán griego, si fuese así para todo.
Para todo no, porque cuando se calmó un poco de lo ocurrido (y yo también), me preguntó si era aquí donde se había creado el foco del fuego. Lo hizo con una aguda y ligera voz, algo afeminada tal vez.
Sólo con verlo se me hubiese puesto dura de no ser porque ya lo estaba (y el susto no me había hecho perder la erección) antes de que él entrase. Pero fue oírlo hablar, y me hizo reaccionar y despabilarme para poder contestarle.
"Aquí no hay ningún fuego" le contesté, consciente de que se había equivocado de piso, tal vez de inmueble.
Él reaccionó abriendo otra vez sus poderosos ojos de zafiro en señal de sorpresa. Por la visto no se esperaba esa contestación. Miró de hito en hito, como si estuviese desesperado mientras se quitaba aquel voluminoso gorro- casco de la cabeza para mesarse sus morenos cabellos (cortados a cepillo) para secarse el sudor y poder pensar.
Yo contesté muy rápido, ya que sí había un incendio en aquel lugar: cuando se giró un momento y me dio la espala, vi cómo su supuestamente ignífugo chaleco prendía al calor de una llamita que se propagaba como un cigarrillo recién encendido. Intenté avisarle, pero él se dio cuenta a tiempo.
Reaccionó con un gritito proveniente de su interior más recóndito. Rápidamente se desabrochó y se lo quitó, tirándolo al suelo. Entonces lo piso con fuerza y con sus enormes botas negras. Aplastó parte de su uniforme, sofocando así parte de dicho fuego. Mi suelo quedó hecho un cisco, pero al menos ya no sería pasto de las llamas ningún bombero despistado. Cuando acabó de apagar su incendio, volvió a girar y me miró otra vez con esos ojos, mientras volvía a tomar aliento como antes.
Fue cuando pude observar su torso de atleta clásico. Debajo de la chamuscada prenda sólo llevaba puesta una ajustada camiseta de mangas cortas con el logotipo del Cuerpo de Bomberos. Las minúsculas mangas estaban arremangadas hasta los hombros, y el sudor empapando la camiseta hacía que las curvas de aquel cuerpo de vértigo se insinuasen exuberantemente. Se le transparentaban incluso los pezones y el ombligo.
Horas y horas de gimnasio había esculpido aquel Hércules apaga fuegos que, con la húmeda camiseta y los tirantes sujeta- pantalones intentando abrirse camino por tan irregular relieve hicieron que, si bien no había acabado mi erección, la prolongara e hiciera más intensa. Incluso la excitación era tal que mi polla pe- eyaculó sólo con observar aquel majo semi- vestido.
Ciertamente me adelanté al explicarle que allí no había ningún fuego. En realidad sí lo había. Dentro de mí ardía el fuerte deseo al ver una belleza de tales dimensiones. Aquel semental con tirantes despertaba en mí una pasión crepitante que me consumía la cabeza como lo hace la de una cerilla recién encendida.
Necesitaba que me poseyera, que aquellos poderosos brazos sofocasen es pasión como sus pies hicieran con su uniforme incandescente. Necesitaba que apagase la llama de la pasión que había deflagrado dentro de mi cuerpo con su tal vez poderosa (al igual que todo él) manguera.
Así que hice mi petición de auxilio: me acerqué a él y, sin mediar palabra, subí a sus botas (bastante alto para mí solito) y junté mis labios a los suyos. Aun por la sorpresa que se llevó entonces , fue un beso húmedo que comenzó a apaciguar mi incendio personal. Intuyo que notó mi duro y cálido vientre.
"No puede negarme el auxilio, está obligado a ayudarme, es su trabajo". Pensé por si a tal bombero que le asustaba una lengua de fuego sí le asustase una de carne.
Pero no. Mis antenas sexuales y el escondido "plumaje" del musculitos hicieron que la petición de socorro fuese en su forma, correcta. Así que, dentro de lo más absurdo de la situación, el bombero me envolvió entre sus brazos, me sobó el culo y la espalda, y, como llevando a un accidentado, me levantó del suelo y me arrastró hasta mi cama.
Una vez allí, me tumbó boca arriba y me bajó los únicos y mínimos pantalones del pijama de verano que llevaba puestos, hasta los tobillos. Metió su lengua en mi ombligo y la arrastró bajándola hasta mi polla. Yo sólo pude echar la cabeza a un lado y abrirme de piernas (para cuando me decidiese meter la manguera) mientras me retorcía del gusto.
Ello aumentó cuando la boca del bombero llegó hasta mi erecto trozo de carne. Sus estrechos y masculinos labios comenzaron a tragársela y vomitarla, echando el prepucio hacia atrás y haciendo que, lejos de sofocar el incendio, lo avivase aún más. Gemí, no podía hacer otra cosa salvo disfrutar de la labor de los agentes del Cuerpo de Bomberos.
Poco a poco, el ritmo de mamadas por segundo fue acelerando. Hacía un ruido similar al de un pistón bombeando. Cuando quise darme cuenta, noté cómo el bombero llevaba tanta velocidad arriba y abajo, que mi colchón chirriaba y yo rebotaba en éste. Era una sensación excitante, pero frenética para mi gusto.
Así que, le ordené parar, a lo que él obedeció sumisamente. Cogí sus tirantes y los intenté echar hacia los lados, para poder quitarle la camiseta. Él adivinó lo que iba hacerle, y, raudo, levantó su gran torso y cogió su camiseta por el cuello. Con gran maestría tiró hacia abajo, desgarrándola como hacen algunas estrellas de lucha libre., enseñándome así su perfecto y musculoso pecho.
Como él estaba arrodillado con las piernas abiertas, me levanté para bajarle los pantalones. Pero sus manos , más rápidas que las mías, fueron, antes que a dicha prenda, a su sudorosa piel. Acariciaron su cuello, y fueron, poco a poco, bajando por el fornido pecho hasta llegar a los pezones .
Los imaginaba duros. Eran oscuros, y puntiagudos, rebosantes de contenido placer dentro de ese sobresaliente pecho, esperando a ser descubiertos tras esa elástica prenda y ordeñados, como a las vacas se les ordeña para sacarles la leche.
Eso hice: aparté hacia los lados los tirantes, puse las yemas de los dedos en sus axilas y, toqué dichas "glándulas Mamarias masculinas" con mis pulgares. Estaban tan duros como imaginé, y tan sudorosos como todo el cuerpo del apaga incendios. Por lo visto aquello le excitaba muchísimo, porque al acariciarle así, comenzó a gemir aguda y acaloradamente, mientras su cabeza se caí hacia atrás y su espalda se arqueaba presa del goce.
Por lo visto, aquello le volvía loco, pues cuanto más le tocaba de esa forma, más frenético se ponía ( y si le apretaba, más aún), hasta el punto de faltarle la respiración. Pensé que se fatigaría, por lo que aminoré el ritmo y presión de las acaricias. Pero, él, lejos de parecerle correcto, cogió sus muñecas con su enormes manos e intentó retornar a la velocidad anterior, pese a los fríos sudores que le recorrían todo el cuerpo y la falta de aliento de sus pulmones.
Él no se cansaba, pero yo sí. Dado que su cuerpo esta contraído por el esfuerzo, y sin tirantes que lo sujetase, el pantalón se deslizó levemente hacia sus caderas, dejando asomar la parte de arriba de su blanca ropa interior. Yo, picado por la curiosidad y por el placer, cesé de inmediato el masaje pectoral y rápidamente bajé por su vientre de tabla de lavar ropa para abrir sus pantalones. Se los bajé hasta las rodillas y contemplé cómo unos slips deportivos (de esos que por detrás lo enseñan todo) intentaban tapar, con ese mínimo de tela, el gran equipo de extinción de incendios de mi amigo el bombero.
Eran blancos, lisos y con una estrecha goma. Parecía más un tanga que unos deportivos. Llevaban un dibujo (sobre el paquete) de una llama y tres gotas azules que caen sobre dicho fuego desde arriba. Nunca había visto antes unos calzones tan bien colocados sobre la pelvis. Le sentaban a las mil maravillas, y me gustaba mucho puestos, pero... ¿y en el suelo?
Parece ser que el bombero me volvió a leer el pensamiento, porque situó otra vez las manos en su pecho y las fue bajando lenta pero sensualmente con un contoneo de torso y caderas, hasta que llevaron a dicha mínima prenda y su abultadísimo paquete. Se la bajó hasta la mitad del muslo, enseñándome así sus "extintores".
Lo primero que vi fue la manguera. De desproporcionadas dimensiones, se hallaba erecta (todo lo que su colosal tamaño le permitía), lista para soltar el fluido sofocador almacenado en su dos depósitos (éstos, similares de tamaño a los míos). El vello de su pubis estaba cortado y afeirado de tal manera que tenía un aspecto flamígero.
la mía también se preparó, pero mi ano se contrajo involuntariamente al intentar calcular por dónde entraría semejante boca de incendio (sin exagerar: dieciocho centímetros de largo por nueve de radio).
"Por la boca, por la boca entrará". Pensé.
Así que, la abrí como para morder una manzana y me tumbé. Al momento, la manguera ya estaba buscando el incendio a sofocar en dirección a mis amígdalas. Como no encontraba el fuego, se movió, mientras mi lengua la acariciaba y mis labios se cerraban en torno a ella, en señal de no dejarla salir hasta que no sofocase el incendio declarado en mi fuero interno.
El bombero volvió a gemir agudamente, mientras yo disfrutaba "guiando" su manguera hacia mi incendio. Imaginaba aquello tan grande dentro de mí pero por abajo. Como mínimo me haría daño al entrar. Debía abrirme bastante bien para que ello no sucediese.
Y no sucedió. La mamada duró poco, porque el bombero se echó hacia atrás para sentarse en mi abdomen y así poder restregar sus depilados depósitos por mi ombligo. Cogió entonces mi erecto rabo y me lo sacudió, para que el placer no parase.
Y entonces hizo algo que no me esperé. Mientras me la cascaba, separó las rodillas más aún... ¡y se la introdujo por el ano!
¡Ey, que soy yo el que se quema!" Pensé protestando.
Mi pene entró hasta el fondo. Él soltó un grito ahogado de dolor, al que le acompañó una mueca de sufrimiento. Tal vez era la primera vez que hacía eso (un ano cerrado por falta de costumbre), y además con las estrechas caderas y el trasero tan masculino que tenía, no le pegaba nada hacer de pasivo. Se le veía agonizar entre gemido y gemido, pero no hice hada por impedirlo: al igual que con la escenita de los pezones, este bombero sentía placer cuando sufría.
Sus caderas empezaron a moverse hacia arriba ya hacia abajo cada vea más rápida y potentemente. La Cama también se movía al vaivén, de forma similar cuando me la chupó antes, salvó que ahora ara hacia delante y atrás, y eso me gustaba. Me daba morbo el ruido del somier. Y sobre todo, me daba morbo ver cómo un semental "decepcionante", aquel hombre que cualquier mujer se pelearía por él, cómo un macho tan grande y fuerte pedía a grititos con voz de nena que lo follasen salvajemente.
Se movía y contoneaba mientras su mano se pelaba su manguera hasta la extenuación. Al fin, salió líquido de allí: lo hizo entre asmáticos pero sonoros aullidos, como si de una alarma se tratase. Con gran cantidad y potente chorro, me bañó hasta el cuello en todas direcciones, después, mientras seguía con el movimiento sodomita, me esparció todo el semen por con caricias pectorales para después lamerse las palmas de las manos.
Hasta que poco después eyaculé yo también. Fue cuando sacó mi polla de su culo y lo sustituyó por su viril boca. Solté mi lefa mientras respiraba tan entrecortadamente como mi compañero de incendios. Se lo tragó todo, mientras limpiaba mi capullo con su lengua para no dejar restos. Tal vez se quedó con ganas de más leche, pues después de beberse toda la que podía ofrecerle se acercó hasta mi pecho y me lo lamió.
fue entonces cuando... desperté.
Lo hice lentamente, embargado por el placer. Boca arriba, con la cabeza ladeada miraba la intacta puerta de la calle mientas recuperaba el sentido y la noción de la realidad. Empecé a recordar el polvazo que había echado con el bombero, mientras me levantaba.Mi pecho no estaba pegajoso por la lefa del apaga incendios, pero mi pene sí, pegado a el pantalón del pijama.. una sonrisa se apoderó de mi cama. Todo había sido un sueño, pero vaya sueño.
Salí de la cama para bajar la persiana, pues los rayos del sol relucían, de extraña manera por la entrada. Hacía calor, pese a ser Octubre. La bajé, pero la mancha naranja aún fosforecía por entre la puerta de entrada hacia el pasillo. Fui a ver qué sucedía, y, con acuidado, me asomé.
Entonces, lo vi.
"¡Dios mío, mi casa se quema!"