Rojo carmín
¿Hasta donde puede llegar la obsesión por poseer el cuerpo de un ser que se ama? Un relato no apto para cualquiera.
Está a punto de llegar el Otoño y sinceramente ya no se qué hacer. Todo lo que hago es sentarme a mirarla por la ventana. Es hermosa, con ese cabello negro azabache que le cae por los hombros, esos ojos verdes gatunos, y esa piel trigueña. A mi juicio es perfecta, y mi deseo de tocarla se ha vuelto tan enorme, que paso noches enteras soñando con ella.
Soy pintor desde los 18 años, estudie en la Academia de Bellas Artes y salí como esos alumnos destacados, con un enorme diploma y una sonrisa en la cara… que a los años no me sirvió de mucho, puesto que si bien, me defino como un excelente artista, soy, también, una persona muy solitaria. Me cuesta demasiado hablarle a la gente, siento que siempre se terminan burlando de mí, de las cosas que opino y terminan ignorándome. Casi no tengo amigos, sólo me llama por teléfono el dueño de la galería al que le entrego los cuadros.
Esa noche empecé a escuchar a Diamanda Galas en el equipo. Y me quedé semi dormido, hasta que recordé que tenía un cuadro pendiente que entregar el lunes, y el óleo a veces demora en secar. Me levanté y la volví a ver. Su ventana daba con la mía, yo estaba un piso más abajo y ella, ahí arriba, como una diosa, con los pechos al aire en la ventana. Tras ella, un hombre.
Y de pronto sentí que el corazón se me partía en pedazos, que la ira me carcomía la garganta, que si hubiera tenido un cuchillo y no un pincel, habría asesinado a ese infeliz y me habría puesto su piel para poder poseerla. Me limité a mirarla y ver como se revolcaba con ese hombre en la ventana. Un viejo, podría haber sido su abuelo, sin duda alguna. Y me tiré al sillón, con los ojos llenos de lágrimas, pensando en cómo se llamaría, y las oportunidades que yo, jamás tendría con ella.
Me aprendí sus curvas de memoria, de tantas veces que la vi desnuda en ese ventanal, junto a distintos hombres, casi todos muy mayores. Pero un día, apareció él, ese que parecía vampiro y vestía elegantemente de negro.
Llegaba en un auto caro, con chofer. Y subía a la casa de la Gata, y estaba horas de horas con ella. No era como los otros, porque los otros duraban sólo una noche y este llevaba cuatro días metido ahí.
Una tarde, quedé sin mi abastecimiento de óleos y tuve que bajar a la librería del pasaje. Me puse la chaqueta, porque el frío se me hacia eterno, recorrí esa escalera tétrica, que jamás limpiaba la dueña del edificio y choqué con ella. Choqué tan fuerte que le tiré las bolsas que llevaba.
- ¡Cuidado! – gritó ella - ¡Sin duda eres un tonto, me has tirado las bolsas, me quebraste los huevos que traía!
Yo no podía hablar. Me quede congelado, observándola, así enojada y tan hermosa, recogiendo todo el desparramo que habíamos dejado.
- Discúlpeme señora. No pretendía…
- ¡Señora será tu abuela! Yo no soy casada.
- Perdón.
- Ya, basta de pedir perdón, y ayúdame a recoger mis cosas. Mínimo que me ayudes a llevarlas a la casa, mira como vengo de cargada.
Subimos a su departamento y entre a la casa. Sin duda era una habitación hecha para los amantes que llevaba, perfecta para poner un burdel. La luz roja en una esquina y el pilar de bronce me recordaban esos cafés con piernas, en donde el olor a sexo de la alfombra es demasiado latente.
- ¿Qué miras? – dijo ella, altanera- ¿No te gusta mi casa? ¿O eres de esos testigos de Jehová que siempre me apuntan con el dedo?
- No, no lo soy, sólo soy un pintor.
Sus ojos se abrieron, asombrados y su cara enfadada cambió radicalmente, reemplazándola por una sonrisa.
- Así que pintor.
- Así es, señorita.
- No me digas señorita, llámame Catalina. ¿Cómo te llamas?
- Vincent. Mi padre era pintor también y admiraba a Van Gogh. Por eso me bautizo con ese nombre.
- Vincent… Lindo nombre… Me gusta. ¿Y has trabajado con modelos?
- Mis modelos están en mi mente nada más.
- ¿Y no te gustaría… trabajar con una modelo real? – dijo, girándose mientras mostraba sus atributos, que yo muy bien le conocía.
- Sería casi un sueño hacerlo. Nunca he tenido la oportunidad, sólo en la Academia cuando estudiaba…
Se acercó a mí y sonrió nuevamente.
- Nunca he modelado, así que estamos a mano. Aunque sería un sueño para mí, posar frente a un artista. Si deseas, podría ayudarte.
La imagine de pronto, sirviéndome de inspiración, de musa. Y así fue como ocurrió.
Nos juntábamos todas las tardes para yo dibujarla y ella posarme.
Cada día que pasaba, mi amor por ella era más profundo, mas asfixiante, retardaba el trabajo para que se quedara conmigo, y me contara de su vida, de sus amantes a los cuales aborrecía, y nos transformásemos en amigos. A veces me preguntaba por la ropa, que cual le quedaba más bonita, que le ayudase a abrocharse el corsette, cosa que yo hacía como un poseído. Y ahí estaba ella, mi Catalina, mi modelo, mi Gata, revolcándose en la mesa del taller, posando para mí, y todos los cuadros llevaban su rostro, su pelo, su piel. Ella era mi arte, era mi todo. Y había días que sentía que el corazón se me desbordaba de tanto amor. Pero ella, sólo me regalaba una sonrisa, un abrazo, un beso en la mejilla, y me decía que era su amigo, su confidente, su mejor amigo.
Un día nos juntamos en la tarde, como a las 7. Ya era invierno y los días se volvían más fríos. Y ella se desnudaba, y yo la veía como le castañeaban los dientes, pero parecía no importarle. Estaba ahí posando para mí, teníamos que terminar a la “Diosa muerte”; como le habíamos puesto a la obra.
- Hace demasiado frio y no tengo estufa, dejémoslo para otro día – le dije.
- No tengo frio –dijo sonriendo.
- Estas temblando.
- Abrázame entonces –dijo, y se refugió en mis brazos. No supe cómo, la abracé y nos quedamos mucho rato así, sin decir nada. Hasta que ella rompió el silencio. – Dice Luciano que eres gay. Que todos los pintores son gays. ¿Es verdad eso?
No sé si su comentario fue el que me llenó de rabia, o que el otro imbécil con el que se acostaba se refiriera a mí.
- ¿Tú crees que soy gay? –le dije, dándole la espalda para que no viera mi rabia.
- Bueno, creo que sí, si no, no seríamos tan amigos y me daría vergüenza en sacarme la ropa delante de ti.
- ¿Te gusta que sea gay?
- En realidad no me importa si lo eres o no, pero yo creo que sí, si lo eres. Un hombre que lleva toda su vida solo, es porque debe ser gay.
- O muy tímido para tener a alguien…
- ¿Tímido, dices? – y soltó una carcajada- Tú no eres tímido, quizás algo retraído. Pero tímido, no lo creo. Además me da risa, Luciano dice que lo miras mucho, y que él cree que quieres algo con él. Yo le dije que no era así, que el dueño de la galería era tu novio.
Me indigné tanto, que arrojé todo lo que había en la mesa. Los pinceles y los óleos volaron por los aires. Y Catalina, se asustó. Se quedó estática en una esquina, sin decir nada. Agarró su ropa y se empezó a vestir rápidamente.
- No te vayas por favor, Catalina.
- Lo siento, lo siento, no quería… -dijo ella, asustada- Creo que es mejor que me vaya…
- No, por favor, te lo suplico, no te vayas… perdóname – le dije llorando.
- Es que no me gustan estas cosas, no soporto a la gente violenta…
- No, no… nunca más, perdóname, no te vayas… No tengo a nadie más, estoy muy solo…
Me sentí como un niño chico que los padres olvidan en el colegio. Me arrodillé y empecé a llorar. Sentí el portazo que dio y como nuevamente mi corazón se destruía por completo. Me quedé así, no sé cuantos minutos, segundos, horas, congelado, llorando, pidiéndole perdón a mi Gata. Hasta que la sentí entrar al taller y abrazarme por la espalda, llorando. Sollozaba como una niña chica.
Me giré y le vi la cara morada, un labio partido y sangre seca en la nariz.
- Dice que ya no me quiere ver más. Luciano dice… que ya no me quiere. Que soy una puta, que para él nunca deje de serlo.
La abracé y me quedé así, con ella en mis brazos hasta que se durmió. La acosté en la cama y la vi dormir toda la noche, mientras la peinaba con los dedos.
- Te amo… - le susurré mil veces, pero no me escuchó.
Cuando despertó, me dio las gracias y dijo que se tenía que ir. Que tenía que hablar con Luciano y explicarle como eran las cosas. Que pondría cartas en el asunto, porque ellos no podían terminar.
La tome del brazo y le pedí que no se fuera. Sabía que el tipo la iba a masacrar de nuevo si la tenía encima.
- Yo lo amo, Vincent. He estado con muchos hombres, y él, yo se que muy dentro de su corazón es alguien bueno. Me ha ayudado mucho. Es hijo de un diputado, ¡imagínate!
- Él no te quiere… Mira como te dejó.
- Sí, pero pasará. Lo merecía, llegué tarde… Odia que sea impuntual.
- ¿Volverás? Mañana es la exposición en la galería, yo quisiera que estuvieras ahí. Eres la Diosa Muerte, eres mi musa perfecta. Prométeme que irás. –dije, sin soltarle la mano.
- Prometido. Volveré. Adiós, ¡te quiero! –dijo, besándome en la mejilla.
- Yo te quiero más…
Pero no llegó. Yo ya casi me iba a la Galería, y ella no estaba por ningún lado. Fui al departamento y la dueña del edificio me dijo que la noche pasada un hombre se la había llevado.
Me devolví al taller y llamé al dueño de la Galería, diciéndole que no encontraba taxi y que llegaría más tarde, que empezara sin mí. Me puse a esperarla. No tenía como ubicarla, como saber donde estaba y ya empezaba a ponerme nervioso. Hasta que la vi entrar a su departamento. Me hizo una seña desde la ventana, diciéndome que bajaría. Y así lo hizo, en pocos minutos entro al taller. Venía contenta, con un collar de perlas nuevo en el cuello, maquillada para borrar los moretones y se me arrojo al cuello, dándome un beso en la mejilla.
- Nos vamos a casar, Vincent. ¡Me pidió matrimonio! ¿Puedes creerlo?
- No, no puedo –dije, intentando disimular mi ira.
- ¡Que eres loco! – se largo a reír.- Tienes que estar conmigo ese día y entregarme en el altar. No tengo a nadie que me entregue.
- Yo no quiero entregarte. Catalina, ese hombre a mi no me agrada…
- ¿Cómo no te va a agradar? Si es tan dulce y tierno. Mira las cosas que me regaló.
- Lo amas… ¿Por qué te compra cosas? ¿Por qué te pega y después te compra maquillaje para que te tapes las heridas? – le dije, molesto.
- No, eso no es verdad…
- ¿Cómo que no? ¡Mírame! – la tomé por los hombros, bruscamente. – Como no puedes darte cuenta, Catalina…
- ¿Darme cuenta de qué?
- ¡De que te amo! De que no soy gay como cree el maldito ese, de que quizás yo no tengo nada, ni dinero siquiera, pero mi amor es sincero, es noble, de que si me pides que me case contigo lo haré hoy mismo… ¿Cómo no te das cuenta de todo eso?
Ella me miraba asustada, confundida, trato de escapar nuevamente, pero yo la empujé lejos y le puse llave a la puerta.
- No quiero que te vayas… -le dije.
- ¡Déjame salir! Estás enfermo, nosotros somos amigos, siempre lo hemos sido, además, tú… ¡No te gustan las mujeres!
La tomé y le rompí en vestido, le dejé los pechos al aire y la empecé a besar bruscamente.
- ¿No es así como te gusta? ¿Te gusta que te peguen y después te llenen de flores? ¿Te gusta acaso que te griten Puta? ¿eso es lo que eres? ¡Sí, eso es lo que eres! ¡Te has reído de mi todo este tiempo mostrándome tu cuerpo y piensas que soy de metal! ¡Dices que soy tu amigo y yo me vuelvo loco deseando tu amor todas las noches!
No sé que me ocurrió esa noche. Ni siquiera oí las llamadas que me hicieron desde la Galería de arte, sólo recuerdo que la besé y la toqué un sinfín de veces, mientras ella lloraba y gemía.
Pensé de pronto, que estábamos solos. Pero me equivoqué. Desde su departamento había alguien que nos observaba. Aquel demonio, el vampiro ese, el monstruo que la llenaba de collares. Ella lo vio y se volvió puso como loca.
- ¡Suéltame maldito enfermo! Adefesio inmundo, ¡me cagaste la vida! – gritaba.
La vi salir corriendo, tapándose lo que podía, tras su vampiro. Y yo corrí tras ella, como un enfermo delirante que sólo soñaba con tocar su alma con mis dedos.
Recuerdo que el vampiro se subió a su limusina y el chofer le dio marcha. Catalina lloraba como una loca, mientras le rogaba perdón.
Un camión apurado no vio a mi pobre gata, mi Catalina loca y le pasó por encima. Su rostro quedó irreconocible. Corrí a tomarla en mis brazos, había pedazos de carne pegados en las gomas del vehículo y regados por toda la calle. Las piernas de Catalina eran unas masas deformes, al igual que sus brazos.
La arropé con mi chaqueta, mientras la acariciaba y besaba la masa deforme que era su cara.
- No te mueras, amor mío. No te mueras mi Diosa Muerte, eres mi musa, casémonos, seamos uno solo. Yo te amo, te adoro, eres mía, de nadie más.
Estuve varios minutos así, con su cuerpo agonizante entre mis brazos. Mi gata apenas respiraba, su corazón latía tan débilmente.
Llegaron ambulancias, paramédicos y nos subieron a una de ellas. Me preguntaron que relación teníamos y les dije que era su novio. Que nos íbamos a casar.
Viajamos mucho rato hacia el hospital, y yo seguía sosteniendo lo que había quedado de su mano, hasta que la ingresaron a pabellón. No había esperanzas para mi gata. Estaba todo perdido. Yo ya no podía llorar más, sentía que los ojos se me habían secado. Los doctores salieron a explicarme, que Catalina estaba grave, conectada a un respirador y tenía muerte cerebral, que nada se podía hacer ya. Que pasara a verla, nos dejarían a solas unos minutos.
Apenas la ví conectada con cables, vendas y agujas, sentía que también se me iba la vida. Mi amor por ella era demasiado, era mi todo sin duda alguna. Tenía que intentar retenerla, reconstruirla, su alma debía estar en mi obra.
Los doctores se fueron y empecé a desnudarla. La besé en los labios y le dije que su cuerpo seguiría conmigo. Que ella era mi gran obra de arte. Luego me metí entre sus pechos destrozados y logre lamerle un pezón.
Pero había algo que habíamos dejado inconcluso. No habíamos hecho el amor. Aún veía que su corazón latía, conectada a maquinas pero vivía. Decidí hacerla mía y comencé a meter mis dedos en su clítoris. Su piel estaba dura, húmeda pero muy dura. Y opte por penetrarla. Un sin fin de veces, hasta que ya no di más. Agarré un bisturí y la rajé entera. Quería su cuerpo solo para mi, nadie mas volvería a entrar a su cuerpo. Le corté la vulva y me la comí como si fuera un delicioso manjar. La sangre emanaba por doquier, así que vacié una botella de alcohol que había en el cuarto, para llenarla de su líquido rojo. Sus ovarios serían míos, los necesitaba sin duda. Con el bisturí comencé la ardua tarea de cortar y arrancar todo lo que me podía servir.
Saque intestinos, ovarios, vejiga. Todo sería mío ahora.
Aprovechando el instante en que los médicos hacían cambio de turno, escape sin que nadie me viera.
Llegue a mi taller, guarde lo que había robado de Catalina, hice un par de maletas con ropa, pinceles y un par de telas, para empezar a trabajar, lejos de donde estaba. Agarré el dinero que me habían pagado de la Galería y me embarque hacia otra ciudad.
Viaje casi un día completo en bus. No recuerdo como llegué a un pueblo pequeño, que estaba en un extremo del país. Me recibieron bien, a nadie le importo mucho que llegara un desconocido a la ciudad. Arrende la primera habitación que encontré y me puse a trabajar.
Compre una juguera. Era lo mejor que podía hacer. Puse los malolientes órganos de mi amada y los convertí en una pasta sanguinolenta y gruesa, la cual pude disolver fácilmente con trementina. Aquí recién comienza mi historia.
Mi Catalina, era mi diosa muerte. Y su cuerpo era mi gran obra. Compre telas y palos, para comenzar esta ardua jornada. Armé un extenso bastidor de un metro y medio por 1 metro veinte. Y comencé a pintar a mi gata.
Lejos, era el trabajo más ambicioso que pretendía lograr. Pero lo genial, es que tenía algo que ningún otro artista tendría jamás. El rojo carmín, hecho con los interiores de la mujer que amaba.